do acorde con su figura. Cuando al cabo lo logra, no se decide entre cinco trajes. El más ostentoso le opaca sus joyas, y los otros no combinan con el tocado para representar a Scheherezade. Desecha los colores fuertes, después los rosas y los azules. Detesta el amarillo. Ensaya la chaquetilla y pantalón en pliegues verde malva y, por fin, ante el espejo, se siente tan ingenua y fresca, que no habrá otro atuendo más sobrio para su inauguración. Ni la misma heroína de Las mil y una noches llegó a sentirse mejor engalanada. Está tan segura del impacto que causará, que no percibe todo el alboroto que se está armando a su alrededor. Hacia las cuatro de la tarde, Jaffit tiene una sospechosa premonición. Busca a Evliya Liria, pero la halla en su diván, sumida en un letargo como de muerte. –El estrés de los últimos días nos tiene descompensados e irritables. Reposa otro tanto, querida amiga. La noche es larga, y para nosotros se muestra impredecible –le susurra al oído. Mira a todos lados, y entre tanta gente no aparecen Amelia, el ama de llaves, ni Orlando el administrador, y tampoco Jorge Pastor, su mensajero de confianza. Se desespera y corre a tocar la puerta de Azahabara, pero ésta le responde que, siendo la sorpresa de la noche, nadie podrá verla hasta el momento en que Evliya Liria se lo indique. Va a 87