Gabriela Concha " Cuajone"

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Mi padre, mi madre y yo. María se ha ido de viaje. Siempre estamos a punto de irnos. Toquepala se ha convertido en un pueblo que funciona. Tiene actividades constantes, teatro, cafetería, comunidad. Las casas tienen esa personalidad de museo de sitio. Concluyo que la ONU quizá declare este lugar como zona intangible por su carga histórica, pero su funcionamiento depende de cuánto mineral le quede, para luego cerrarse y quedarse como un fantasma. Salimos de Toquepala y pasan cerca de diez minutos. Pasamos por lindos paisajes donde hemos ido antes a veranear, es decir, estamos en la costa pero tiene nieve y vemos el hotel donde nos quedábamos completamente en ruinas, como si hubiéramos ido hace cuarenta años. De pronto nos encontramos con la subida a Cuajone. Mis padres se sorprenden. ¿Cómo llegamos tan lejos? ¿Y en tan corto tiempo? Paseemos, ya que estamos por aquí, y luego nos vamos nuevamente. No me permito mirarlo. Ilo, a diferencia de Toquepala, se ha convertido en una ciudad peligrosa. Está llena de gente descontenta, que protesta todas las semanas por una mejor educación. Voy a una de las protestas para darme cuenta de que hay muchos animales salvajes viviendo con nosotros. Hay incluso jóvenes, sobre todo universitarios, que tienen serpientes o tiburones de mascotas. Protestan porque la universidad ha cerrado el laboratorio de biología y ha desaparecido las carreras de periodismo y de literatura. Un día salgo con mi prima. Ella tiene una serpiente muy grande en su cuarto, que cuida y estudia por su profesión. Sale a dar una vuelta y yo sé que en ese momento me va a atacar. Trato de escapar, pero no puedo. La serpiente me sigue por los pasillos y me encierro en una habitación con seguro, la serpiente rompe la madera de los costados y logra entrar al cuarto. Yo pienso, déjala, sabías que esto tenía que pasar y no había escapatoria. Que si me tiraba por la ventana la serpiente encontraría la manera de convertirse en un reptil volador. Tranquila, deja que te ataque.

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