GABRIELA CONCHA
CUAJONE
Sucede que las personas han conseguido desarrollar ciertos aspectos de su inteligencia, logrando dominar por ejemplo el movimiento de los objetos o comunicarse telepáticamente entre ellas, a veces a grandes distancias. Resulta que si en un futuro la habilidad de mover objetos y de comunicarnos por el pensamiento se ve acrecentada como parte de nuestra evolución, no vamos a necesitar utilizar nuestras manos o nuestros pies. Poco a poco nuestras extremidades se atrofiarán a tal punto que van a desaparecer primeramente los dedos, luego las manos y así hasta transformar nuestro cuerpo por completo. Podríamos llegar incluso a mimetizarnos con el ambiente adquiriendo la forma de un árbol o de una piedra, por ejemplo. Quizá no lo sabemos y ahora estemos siendo gobernados por una. Mi padre es un árbol que se quema de adentro para afuera.
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Con el pasar de los años me he rebelado. Ya no me provoca hacer las cosas. A veces ya no quiero limpiar la casa y no la limpio. No quiero limpiar una casa tan grande que no uso. Sin embargo, siempre tengo el jardín impecable. Cuando veo los jardines mal mantenidos o secos, siento mucha pena. Cuando vengan a mi casa a cortarme el agua y a reemplazar las mangueras por esos tubos, ya lo decidí, pediré una casa más pequeña. A casa nueva, puerta vieja. A jaula nueva, pájaro muerto.
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En abril de cada año, hay una estrella que se ve mucho más cerca. Se puede ver por pocos minutos, confundiéndose con la madrugada. Si solo se puede ver por tres minutos, será que la luz que llega se está moviendo. La luz que llega del cielo no siempre es la misma. La estrella tampoco es del pasado porque retorna cada año.
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Es un viaje programado, no sabemos bien adónde vamos. Solo sabemos que el bus nos llevará a dos lugares: el primero, un río bravo que cruza dos grandes montañas; el segundo, una playa de arena blanca. Al llegar al río tenemos que bajar varios metros para alcanzar la superficie del agua. Empiezo a bajar con cuidado aferrándome a las rocas y al acercarme noto que el río se ha bifurcado. Un lado tiene el agua yendo hacia la izquierda, con mucha velocidad y fuerza. El otro lado lleva el agua hacia la derecha. Justo en medio de las dos corrientes hay una tercera corriente calma, pero muy angosta, que va hacia adelante. Nos indican que tenemos que ir hacia la corriente que va a la izquierda. Me quito la ropa y empiezo a nadar. Unos segundos después, otra corriente me jala hacia el otro lado del río, aunque la corriente que me empuja sigue siendo la misma. La fuerza que me jala al límite es invisible. Gana sobre las demás y me aleja del resto de la gente. Pido que me ayuden, pero no se atreven. Tienen miedo de ser arrastrados conmigo. Bajo mi mano derecha, estoy buscando algo, encuentro una concha de mar color naranja. La lanzo hacia el otro lado como una soga que me impulsa nuevamente hacia la primera corriente. Nado a la orilla y antes de retirarme busco nuevamente algo con la mano derecha y encuentro flores y plumas de colores. Pienso: hay pájaros que migran en una época del año y ellos también se bañan en el río. Muchos, por sus alas, logran salvarse, otros no. Subimos en grupo la cuesta para meternos al bus e ir a la playa. Al llegar pienso en mi madre, que hará el mismo viaje al día siguiente. Pienso que no va a poder resistir la corriente, que el río se la va a llevar. Regreso al río y espero.
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Los cerros que están aquí en realidad están más lejos.
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Estamos todos reunidos en la sala de la casa, se ha instalado una nueva lámpara. La sala está oscura, todo parece en su lugar. Al ingresar en su perímetro se encienden las luces, la sala es reemplazada por objetos construidos en los espacios donde no se ocupa nada. Entramos y salimos utilizando nuestros cuerpos como interruptores que reorganizan el espacio, lo encienden y lo apagan. Salimos a la calle para darnos cuenta de que la casa se ha alejado: está al borde de un precipicio. La casa ahora no es la número 43, es la número 1, la más grande en el campamento real y la más triste en mi sueño. Pienso que quizá nuestra lámpara la ha cambiado de posición y la ha puesto en el último lugar del cerro, o en el primero. Sola, al borde del precipicio, la he visto muchas veces.
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Es de noche y toda la familia está junta en la playa de estacionamiento del club. Esta vez el campamento es más pequeño y está lleno de carreteras de un solo carril. Estamos ahí para despedir a María, que se va de viaje. Se está yendo sola a la Luna. Imagino que mira por la ventana de su cabina a la Tierra, ahora lejos. ¿Estás segura de que quieres eso?
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Es de noche y toda la familia está junta en la playa de estacionamiento del club. Esta vez el campamento es más pequeño y está lleno de carreteras de un solo carril. Estamos ahí para despedir a María, que se va de viaje. Se está yendo sola a la Luna. Imagino que mira por la ventana de su cabina a la Tierra, ahora lejos. ¿Estás segura de que quieres eso?
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Estamos viajando en un bus por una carretera vieja, nuevamente. El cartel del bus indica que es turismo hacia Cuajone Viejo, en inglés. Llegamos por la misma carretera que bordea el cerro de las calles donde viví. Es de noche, y durante el trayecto vemos tormentas de fuego en los alrededores. Como rayos que bajan de las nubes, pero en vez de rayos son remolinos enormes de fuego, que avanzan y se desvanecen. Intento tomar fotos de lo que está sucediendo, pero no logro controlar la cámara. Llegamos a Cuajone y veo la segunda casa de mi infancia. Está abandonada. Con arbustos y raíces secos trepando las paredes. Me doy cuenta de que estamos en el pasado y de que mi segunda casa se está cayendo. Levanto la mirada hacia el final de la calle y veo la tercera casa en la que viví. Allí vive ahora una artista de cine que me gusta. Pienso: no sabía que ella vivió acá también, y que vivió en mi futura casa. Camino por la calle y de pronto se convierte en una avenida principal de otra ciudad. Siento que alguien me está mirando, volteo y veo a dos hombres que caminan a mi ritmo, mirándome como una presa. Empiezo a correr y todos a mi alrededor hacen lo mismo. Tenemos que llegar a la casa. Vuelve la tormenta de fuego. Encuentro a mi madre en una tienda antigua y le digo que tenemos que volver. No puede correr. La acompaño a su ritmo. Vemos a través de las ventanas cómo la tormenta quema los alrededores. Pienso en el momento que nos tocará a nosotros morir.
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Dicen que la distancia y las dimensiones de los objetos no pueden juzgarse con claridad a partir de los doscientos metros. Por ese motivo el cerebro ajusta su proporción ateniéndose a lo que le sugiere la perspectiva, construyendo imágenes en función al cálculo de una distancia ahora incalculable. Cuando uno camina hacia un punto fijo por mucho tiempo suele creer que aquel punto se encuentra más cerca de lo que realmente está. El camino parece extenderse y la distancia después de un largo recorrido parece ser la misma.
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Dicen que la distancia y las dimensiones de los objetos no pueden juzgarse con claridad a partir de los doscientos metros. Por ese motivo el cerebro ajusta su proporción ateniéndose a lo que le sugiere la perspectiva, construyendo imágenes en función al cálculo de una distancia ahora incalculable. Cuando uno camina hacia un punto fijo por mucho tiempo suele creer que aquel punto se encuentra más cerca de lo que realmente está. El camino parece extenderse y la distancia después de un largo recorrido parece ser la misma.
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Ha caído un asteroide en el campamento. Hay más personas, nuevos amigos y no tengo miedo de hablar. Las viudas están más grandes. El cielo sigue sonando, es un sonido hermoso que ha quedado como secuela del choque. Se puede ver el cielo más limpio. O más sucio, lleno de escombros pero también lleno de estrellas. Caminamos por el colegio, donde hay muchas rocas, pedazos del asteroide. Caminamos y escuchamos el cielo mientras converso con una mujer y su novio y me habla de la casa de sus padres, donde vive, y que conozco. La casa acá es más pequeña, está más aislada, pero se ve mejor. Sus padres nunca están, ella vive sola prácticamente. Hay un concurso o un examen o algo por el estilo. Está él, ahora que recuerdo, estamos concursando con un grupo de mujeres. Ella siempre me para corrigiendo, yo sé que voy a perder.
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Es la casa de número 2. La casa tiene tres jardines enormes en gradería. Estamos todos reunidos para ver el cielo porque hoy la luna y el sol se van a ver a la misma vez y a la misma altura. Le pido a Daniela que me preste su teléfono para filmar, para la película que estoy haciendo. Mientras me alcanza el teléfono el sol se aproxima aceleradamente, orbitando a otra velocidad al costado de la luna. El sol ya no brilla como antes, puedo ver su forma redonda y pequeña. La luna también es más pequeña, coincidiendo su tamaño con el del sol. Trato de filmar pero no lo logro. Me dice Daniela que el sol va a pasar de nuevo, que no me preocupe. Empezamos a caminar y el cielo se ilumina. Esta vez estoy lista. La trayectoria del sol cambia, ya no pasa tan al costado de la luna; ahora se ha desplazado hacia la derecha y pareciera moverse más rápido. El espectáculo dura menos y el sol nuevamente desaparece en el horizonte. Alzo la cámara para detenerla y me doy cuenta de que no filmé nada. Investigo qué sucede, el sol vuelve a salir. Es imposible filmar, la cámara debe de tener la memoria llena. Termina el espectáculo y todos aplauden. No lo he disfrutado. Alguien dice algo hiriente, no recuerdo qué. Tiro el teléfono de mi amiga al suelo y lo recojo rápido para ver los daños. Me dice que no me preocupe, que solo he roto su protección. Está anocheciendo. María saca la bicicleta azul para pasear y quiero subirme a la parte de atrás para que me lleve, pero el asiento es muy chico. Decido acompañarla a pie, y en la bajada de la pista empiezo a deslizarme como si tuviera patines, pero no los tengo. Avanzo hacia el borde de la pista y veo las monedas, que brillan aún con el poco reflejo del cielo. Encontré dinero y lo guardo en mi bolsillo, le digo. Estaba al costado de una sábana blanca mojada. Pienso que quizá alguien estuvo trasladando a un familiar menor o mayor o quizá enfermo y este se orinó en la sábana que le pusieron debajo. El sencillo es para los recogedores de basura, una propina. Yo no la recojo y sigo jugando. María avanza en mi dirección y casi me atropella. Regresamos y nos sirven la misma comida de ayer. Le digo que ya no me gusta porque el sabor ha cambiado un poco. Me dice que no me queje porque igual estoy comiendo la comida de otra persona que hoy se quedará sin cena.
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Dicen que en días despejados podemos ver el mar oculto entre los cerros. No debe confundirse con la neblina que forma una capa sobre las dunas del sur, tampoco con el reflejo del cielo volcado sobre el desierto a modo de espejismo. El mar permanece allí, y prueba de ello es que a su izquierda vemos un pequeño archipiélago que levemente avizora a unos doscientos kilómetros de la costa. Desde este punto, la forma y su distancia coinciden.
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Ayer hubo lluvia de meteoritos y murieron muchas personas. Están anunciando una nueva lluvia esta tarde y han indicado por la radio que existe un lugar lejos de la ciudad donde podemos estar seguros. Todos están saliendo, por lo que hay escasez de movilidad para quienes no tienen auto propio, que es nuestro caso. Felizmente hemos llamado a una empresa de taxis con anticipación y hemos programado el recojo. Cuando llega el carro, bajamos por las escaleras, que por la lluvia de ayer están agrietadas, a punto de derrumbarse. María y yo subimos al carro y mis padres nos siguen. Ella cierra la puerta y el chofer arranca, dejando a mis padres atrás. Grito que pare, que retroceda. El taxi ha avanzado una cuadra y no puede dar marcha atrás, porque un grupo enorme de personas se abalanza sobre el carro para que los llevemos. Se abrazan a él como si fuera un objeto sagrado. Es lo que les puede salvar la vida. Pero están impidiendo que salvemos a mis padres. Yo sigo gritando, mientras una voz interior me dice: polvo más río, fuego. Piedra más río, montaña.
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Lo volví a ver. Fui a su casa. Estaban todos ahí, pero eran otras personas. Su madre era una mujer joven y estaba feliz de verme. Él me vio, junto a sus amigos, y aunque su físico, contrariamente al de su madre, sí coincidía con la realidad, él también era otra persona. Me invitó a caminar y a conversar. Fui al Centro de Recreación del campamento. El campamento y la ciudad se habían unido. Los amigos competían por un millón de dólares. La idea era colgar de unas barras de metal. Quien quedaba último ganaba el premio. Y quien quedó fue una amiga con rasgos orientales. Yo le dije: ya puedes soltarte, solo quedas tú. Entonces ella se soltó y celebramos todos con un abrazo. Se nos ocurrió salir a caminar por la costa. Ahora, el campamento, además de haberse unido a la ciudad, se había unido a un balneario al norte de Lima. Empezamos a caminar y veíamos cómo el mar se iba enturbiando. Le expliqué a mi amiga que hace algunos años ese balneario era limpio, con aguas cristalinas y mar azul. Ahora estaba contaminado porque soltaban las aguas servidas al río que desembocaba en las playas. Al fondo de esta playa extensa se veía el mar negro y las olas del tumbo rebotaban con fuerza en la orilla, asustando a la gente. Estaban todos bastante lejos, podía verlos como pequeñas hormigas, pero sus gritos se escuchaban como los escucharía quien estuviera a su costado. Estaban asustados pero insistían en bañarse. El lugar estaba sucio y todos sabían a lo que se estaban aferrando. Por eso su insistencia en bañarse, a pesar de correr el peligro de que el mar se los llevara. Le conté a mi amiga que en el pasado y a menudo venía con un hombre a estas playas. Recordé que una vez caminamos por los cerros y encontramos una especie de isla con arcos naturales que la bordeaba. Era como un gran castillo hecho de piedra fundida por el mar. Traté de aferrarme pero era demasiado tarde. Al cerrar los ojos volví, pero algo había pasado. Me había cortado el cabello y me lo quería teñir de amarillo. ¿Acaso olvidaste saltar sobre la grieta? Tenías que hacerlo con el cabello largo, para el video. Imagino una y otra vez cómo podría saltar sobre la grieta con el cabello corto y decolorado. Lo hago, y un pedazo de terreno se desliza por el cerro. Corro hacia la cámara, para ver si lo ha captado, pero el video está de costado y no se ve el salto final. ¿En qué momento se te ocurrió cortarte el cabello antes de saltar?
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Esto no es una fiesta en el club de golf, sino una comida formal. He bajado tarde para pedirle a Luz rendir un examen al que falté. Ella acepta porque ve que estuve enferma. Suena su teléfono y es Alejandra, llamando desde lejos. Luz sostiene su teléfono, se rehúsa, Alejandra insiste llamándola mamá. Luz cambia el tono y se sienta a escucharla. Mamá, por favor, escúchame. Viene Vanessa, porque quiere conversar con Luz también. Se disculpa por no haber atendido un examen, al igual que yo. Le dice que pronto llegará a Cuajone para ponerse al día. Luz le responde que ya entregó las notas y tendrá que, Vanessa interrumpe. Siento su angustia muy cerca. Me alejo del club y empiezo a subir la cuesta hacia la casa. La luz artificial funciona mal. Las cosas ya no son como antes y yo estoy allí, parándome sobre los mismos cerros, viendo cómo todo se deteriora. Veo a un niño a lo lejos que sube la cuesta en la misma dirección. Lo espero y aparece otra persona, un joven al que reconozco pero que no recuerdo quién es. Me acerco a ambos y saludo a mi conocido, para luego preguntarle al niño si puede prestarme su celular. Necesito llamar para que me recojan porque con esta gripe no puedo subir la cuesta. Es un niño amable. Me dice que sí y me entrega el teléfono. No recuerdo haber hecho ninguna llamada. Estoy en el carro con María Fe, el conocido y el niño. Los estamos llevando. Ya sé quién eres, le digo al niño. Entonces guío a María Fe hacia la casa número 2, donde solían vivir mis amigas y donde ahora vive el director del campamento. Un cargo alto. Llegamos a la casa y María Fe se convierte en Silvana. Se acerca otro carro donde está su mamá, y Silvana la saluda. Su madre no se da cuenta que es ella la que está manejando y dice qué tal, Moniquita, como si fuera mi madre. Parece confundida. Volteo a ver la casa que ahora se ha convertido en la mercantil, en versión amplia y más parecida a un mercado real. Bajo del carro y veo que mi padre está con Charlie, un perro que ha muerto hace unos años. Pero no es Charlie, es otro perro que no conozco. Mi padre lo tiene envuelto en dos bolsas y le conversa al cajero sobre qué hacer con un incidente que concierne al perro. Yo me acerco y lo cargo. El perro no se mueve, no parece inquieto. Las bolsas están muy apretadas y pienso que quizá no puede respirar. Corto las bolsas y el perro recupera el aliento. Regreso furiosa para acusar a mi padre. Le grito que cómo es posible que le haya hecho eso al Charlie, se
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aleja, le grito más fuerte acusándolo delante de todos. Estamos en la casa conversando sobre el incidente. Su cuarto ahora es el cuarto de la casa vieja. Mi padre me pide perdón por lo que hizo con el perro y explica que no sabía que lo estaba ahogando. Yo le prometo no volver a atacarlo, él promete lo mismo. Se agarra el estómago como aquella vez, porque le está doliendo de nuevo. Saca unas bolsitas del tamaño de mi uña con un polvo rojizo adentro. Debo tomar esto, me dice, para aliviar el dolor, la acidez que siento de todo esto. Señala su estómago, su esófago y su garganta. Me pide que lea lo que dice una bolsita y leo sulfuro. Papá, es sulfuro, tú eres alérgico. Qué extraño, me dice, pero si me lo dio tu tío Max y él es buen médico. Papá, es sulfuro, no lo tomes. Parece que ya no soy alérgico porque al principio me aliviaba el dolor. Ahora no me hace nada. Menos mal no está tu madre presente, se hubiera preocupado.
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María me lleva por una parte de la ciudad que no conozco. Las casas pequeñas y bonitas, su distribución en filas detrás de otras filas detrás de otras. Están amontonadas. María me explica que, aunque no lo crea, esta parte de la ciudad es pobre, solo que el Gobierno se preocupa por construir lugares decentes para vivir. Sin embargo, estamos en Perú. Llegamos al final del grupo de casas. El callejón ancho de tierra desemboca en un depósito. Un grupo de chicas voltea y empieza a acercarse en tono amenazante. María y yo les mentimos. Vivimos cerca, queremos conocerlas. De pronto ya no tengo veintiocho años sino veintitrés, María lo dijo por mí. Quizá piensa que teniendo una hermana mucho menor pueda despertar en ellas simpatía. Ellas son agresivas y amables. Conversamos, no recuerdo de qué, y entramos a una de sus casas. Baja un hombre que parece ser el padre. Es un hombre joven, probablemente tuvo a su hija a una temprana edad. El hombre se acerca a mí y empieza a tocarme. Yo lo empujo y me alejo. Nadie se inmuta porque el abuso es común. Es la primera vez que recuerdo a mi gata. Ella nos acompaña y juega con los gatos de ese barrio. Estamos en el pasado.
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Mi padre, mi madre y yo. María se ha ido de viaje. Siempre estamos a punto de irnos. Toquepala se ha convertido en un pueblo que funciona. Tiene actividades constantes, teatro, cafetería, comunidad. Las casas tienen esa personalidad de museo de sitio. Concluyo que la ONU quizá declare este lugar como zona intangible por su carga histórica, pero su funcionamiento depende de cuánto mineral le quede, para luego cerrarse y quedarse como un fantasma. Salimos de Toquepala y pasan cerca de diez minutos. Pasamos por lindos paisajes donde hemos ido antes a veranear, es decir, estamos en la costa pero tiene nieve y vemos el hotel donde nos quedábamos completamente en ruinas, como si hubiéramos ido hace cuarenta años. De pronto nos encontramos con la subida a Cuajone. Mis padres se sorprenden. ¿Cómo llegamos tan lejos? ¿Y en tan corto tiempo? Paseemos, ya que estamos por aquí, y luego nos vamos nuevamente. No me permito mirarlo. Ilo, a diferencia de Toquepala, se ha convertido en una ciudad peligrosa. Está llena de gente descontenta, que protesta todas las semanas por una mejor educación. Voy a una de las protestas para darme cuenta de que hay muchos animales salvajes viviendo con nosotros. Hay incluso jóvenes, sobre todo universitarios, que tienen serpientes o tiburones de mascotas. Protestan porque la universidad ha cerrado el laboratorio de biología y ha desaparecido las carreras de periodismo y de literatura. Un día salgo con mi prima. Ella tiene una serpiente muy grande en su cuarto, que cuida y estudia por su profesión. Sale a dar una vuelta y yo sé que en ese momento me va a atacar. Trato de escapar, pero no puedo. La serpiente me sigue por los pasillos y me encierro en una habitación con seguro, la serpiente rompe la madera de los costados y logra entrar al cuarto. Yo pienso, déjala, sabías que esto tenía que pasar y no había escapatoria. Que si me tiraba por la ventana la serpiente encontraría la manera de convertirse en un reptil volador. Tranquila, deja que te ataque.
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Mi padre está enfermo y cansado esperando atrás del club. Ha decidido esperarnos una hora más para que sigamos en la fiesta. Cuando nos vamos, con mi madre y María, lo vemos solo, sentado en una mesa. Al fondo, más mesas donde el resto de padres se ha reunido. La tía Cristina hace un brindis a unos pasos de mi padre. Pregunta cuánto tiempo más tendrá que esperar. Nos vamos por la puerta trasera. Mi padre maneja el carro, pasamos al costado de un río bravo donde hay un puente amarillo por donde cruza la gente. El puente tiene escaleras de caracol, y a esta hora de la noche hay indigentes, niños jugando y borrachos que intentan cruzar. Veo que dos señores tratan de subir las escaleras y fracasan. Me pregunto si es tu padre. Bajamos con mi madre y con María temiendo que él esté muy mal para cruzar. Al acercarnos nos damos cuenta de que son dos hombres más jóvenes, de unos treinta y cinco años. Entre los niños que juegan y gatean el serenazgo levanta a los hombres como unos niños más, y los escolta junto con nosotras. Pasamos el puente y llegamos a callejones abandonados llenos de materiales de construcción. Uno de los borrachos menciona una película: El color púrpura. El serenazgo hace un comentario sobre la película y él responde otra cosa, como: sí pues, ese título te hace pensar, ¿no? Y el serenazgo le dice: bueno, en realidad es una película muy hermosa, trata sobre esto y lo otro. Y el borracho le dice: si está bien, compare, pero no te hablo de la película, te hablo del título, de qué te hace pensar. ¿Sabías que el color púrpura es un término médico utilizado en el alcoholismo de las mujeres, y se aplica cuando examinan un cuerpo muerto y han visto cuánto pudo tolerar? Tiene que ver con cómo se descompone la piel y cambia de color. Increíble, ¿no? Te hace pensar, la palabra, digo. Yo lo escucho y estoy de acuerdo. Le digo que siga mirando hacia adelante porque ahora parece estar muy interesado en explicarnos lo que opina y yo quiero irme de este lugar. Llegamos a un canchón enorme donde casi no hay iluminación. Todo está húmedo y lleno de tierra. El borracho en algún momento debe de haber escuchado que soy fotógrafa, porque sigue insistiendo en el tema y me dice: el color púrpura se aplica a la fotografía también, ¿no? Le digo sí, el color se fija en la plata de la imagen. El borracho asiente como si le hubiera leído el pensamiento, pero yo le estoy mintiendo. En medio de las escaleras hay una bolsa con materiales. El sereno extiende su brazo al segundo borracho y bajan
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Mi padre está enfermo y cansado esperando atrás del club. Ha decidido esperarnos una hora más para que sigamos en la fiesta. Cuando nos vamos, con mi madre y María, lo vemos solo, sentado en una mesa. Al fondo, más mesas donde el resto de padres se ha reunido. La tía Cristina hace un brindis a unos pasos de mi padre. Pregunta cuánto tiempo más tendrá que esperar. Nos vamos por la puerta trasera. Mi padre maneja el carro, pasamos al costado de un río bravo donde hay un puente amarillo por donde cruza la gente. El puente tiene escaleras de caracol, y a esta hora de la noche hay indigentes, niños jugando y borrachos que intentan cruzar. Veo que dos señores tratan de subir las escaleras y fracasan. Me pregunto si es tu padre. Bajamos con mi madre y con María temiendo que él esté muy mal para cruzar. Al acercarnos nos damos cuenta de que son dos hombres más jóvenes, de unos treinta y cinco años. Entre los niños que juegan y gatean el serenazgo levanta a los hombres como unos niños más, y los escolta junto con nosotras. Pasamos el puente y llegamos a callejones abandonados llenos de materiales de construcción. Uno de los borrachos menciona una película: El color púrpura. El serenazgo hace un comentario sobre la película y él responde otra cosa, como: sí pues, ese título te hace pensar, ¿no? Y el serenazgo le dice: bueno, en realidad es una película muy hermosa, trata sobre esto y lo otro. Y el borracho le dice: si está bien, compare, pero no te hablo de la película, te hablo del título, de qué te hace pensar. ¿Sabías que el color púrpura es un término médico utilizado en el alcoholismo de las mujeres, y se aplica cuando examinan un cuerpo muerto y han visto cuánto pudo tolerar? Tiene que ver con cómo se descompone la piel y cambia de color. Increíble, ¿no? Te hace pensar, la palabra, digo. Yo lo escucho y estoy de acuerdo. Le digo que siga mirando hacia adelante porque ahora parece estar muy interesado en explicarnos lo que opina y yo quiero irme de este lugar. Llegamos a un canchón enorme donde casi no hay iluminación. Todo está húmedo y lleno de tierra. El borracho en algún momento debe de haber escuchado que soy fotógrafa, porque sigue insistiendo en el tema y me dice: el color púrpura se aplica a la fotografía también, ¿no? Le digo sí, el color se fija en la plata de la imagen. El borracho asiente como si le hubiera leído el pensamiento, pero yo le estoy mintiendo. En medio de las escaleras hay una bolsa con materiales. El sereno extiende su brazo al segundo borracho y bajan
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pisando la bolsa. Luego me toca a mí, veo una zapatilla negra y una pierna dura. ¡Hay alguien allí! ¡Hay alguien acá! El serenazgo se acerca a la bolsa, se aferra a los borrachos e intenta recordar el protocolo. Tiene un gesto de terror en el rostro y se cubre los ojos. María me pide que no exagere. Yo troto, retrocedo más bien para atrás, estoy asustada porque pienso: quién lo ha matado. Si el asesino está cerca. Retrocedo y no cuido a mi madre, nuevamente. ¡Hay alguien ahí! El serenazgo grita: ¡abrázala! Nosotras debemos permanecer juntas y seguir el protocolo. Pienso: esa persona en la bolsa pudo haber sido el borracho, pude haber sido yo, y todos hemos pasado por el mismo lugar. Pienso en su alcoholismo y en el color púrpura de su cuerpo descompuesto. Pienso en mi color púrpura, en el color de los adictos que quieren olvidar. En los depredadores que rondan los canchones, en la labor de un serenazgo al tener que encargarse de un grupo sin la policía. Abrázala, grita. Siento que me dice: abraza a tu madre. ¿Dónde dejaste a tu padre?
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Estoy en un concurso. Hemos llegado a una antigua mina a tajo abierto. Hace años dejó de funcionar y han construido una ciudad dentro de ella. Hay muchos edificios pero los caminos están hechos solo para caminar. Estoy en un concurso y el desafío es que cada concursante, dentro de lo que sepa hacer, entregue un trabajo de la vista del atardecer de ese día. El instructor me recomienda caminar hacia la derecha, llegar al final de la ciudad y voltear a la izquierda por el borde, para ver el paisaje. Llevo la cámara de placas sin trípode, debo regresar nuevamente para recoger no recuerdo qué. Se puede ver el horizonte limpio y un pedazo del mar en el fondo, entre dos cerros que lo tapan. El mar a lo lejos tiene un color azul fuerte por la luz de la tarde. Al fondo, la mina se abre como una flor. Tomo la foto y la revelo ahí mismo, en el camino de tierra. He revelado la foto en un papel transparente, parecido al positivo. Hay un problema con la cámara: un rayo de luz se filtró por un costado y la foto mal expuesta revela la silueta de los cerros y el mar brillante como una luz que nace del fondo. El rayo colado ha arreglado la foto. Tengo todo preparado para mostrar el resultado del desafío del día. Mi familia ha llegado a visitarme y les cuento lo que sucedió en algún momento después del concurso y sin embargo yo sigo ahí. Les cuento algo que pasó en el futuro. Les cuento que estoy en el aeropuerto, acabo de bajar del avión y muchos están recolectando su dinero. De pronto recuerdo que en realidad no gané nada. Preocupada, paso por una máquina de casino y pruebo mi suerte. Ahí gano los primeros cien, la historia de pronto cambia. Luego pruebo mi suerte nuevamente, y gano los otros cien. Le cuento a mi papá, él se asombra con alegría. Le digo que ya no tiene que preocuparse por mi residencia, que voy a poder pagarla con ese dinero. Dinero que no creo merecer. No siento culpa alguna por eso. Veo el paisaje de la ciudad por la ventana mientras les cuento esta historia a mis padres, que me han visitado. Veo un hotel hermoso con aires modernos y antiguos. Les digo: miren, ahí está aquel hotel, también tienen uno por acá. Amo ese hotel, es hermoso. Veo su cartel iluminándose más y más mientras cae la tarde.
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Soy un mono que camina y pisa la vereda cuando está con su amo. Estoy enferma nuevamente y escondo mi enfermedad. Aunque escondo mi enfermedad les pido a todos que me ayuden. Le miento a mi madre, ella me quiere mucho. Hay gente que no. Vamos al club nuevamente para un concierto de trovadores. Me siento y al final me levanto y me dirijo al público: a ustedes no les importo realmente. Yo podría morirme mañana y apenas llorarían una hora. Me despido, te doy un beso, y a otro hombre que me estima pero no lo conozco. Es verdad, estoy muy enferma pero mi enfermedad no es lo que creen. Mi madre piensa que ando mal de salud y mi enfermedad es en realidad provocarla. Soy una mujer cínica, dejo que me crea y así vamos al concierto. Ella me quiere y me cuida, me quiere ver bien. Ahí pasa el incidente. Porque hay hombres que me hablan con cólera y sonríen a la vez. Mi madre aplaude lo que digo y regresamos al lugar donde estuve y hay reunión, ellos me ven, están a punto de hablar de filosofía. Quiero impresionar a estos señores. Les hablo de una persona o situación y la comparo. Me preguntan. ¿Qué positirrealista eres? Ninguno, realmente. Ah, bueno, el noiatiuvismo me hace pensar mucho en la hostiga, ese acto. La mentira más grande del mundo para poder controlar, respondo. Exacto, me dicen. El noiatiuvismo es inmoral en el sueño. Noiatiuvismo. He escondido la evidencia por toda la ciudad. Es hora de irnos, mi mamá me escucha atentamente. Soy un mono que camina y pisa la vereda cuando está con su amo.
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Hace algún tiempo que vivo en una cárcel dentro de una casa. Los enamorados que tuve me visitan a menudo para saber cómo estoy. Parecen preocupados porque saben que fui acusada injustamente de la participación en la muerte de alguien. No recuerdo de quién. A diario converso con la policía de la casa preguntándoles cuándo voy a poder apelar, que yo no pertenezco aquí. Me ignoran y me hacen barrer el suelo, trapearlo y lustrarlo. Por momentos salgo de mí y me veo como quien mira una película. Cuando me veo limpiando el suelo pienso: yo soy yo, aquí estoy y estoy viva. Regreso a mí y repito yo soy yo. Unos días después, me encuentro sola en una de las habitaciones compartidas. Las mujeres de la cárcel han planificado un escape y ahora deben de estar escondiéndose en grupos por toda la ciudad. Nuevamente salgo de mí y las veo corriendo por los jardines de la casa, buscando terrenos descampados donde puedan enterrarse bajo un poco de tierra para que no las encuentren. Lamentablemente las atrapan a todas. Veo que una de las policías ha olvidado cerrar su oficina. Aprovecho el caos para entrar rápidamente y escapar por la ventana. Alrededor de la casa hay muchos jardines, todos verdes y podados. Corro por ellos mientras una encargada me persigue. Puedo salir de la cárcel y empiezo a correr por calles familiares. Son las calles del campamento, ahora más amplio, pero donde aún siguen en pie las casas grandes de la compañía. Me meto a la casa número tres y corro hacia un laberinto para confundir a la mujer. Me encuentro con tres chicas de mi colegio y les pido por favor le digan que me fui por el lado contrario. Aprovecho en escarbar la tierra donde han plantado hortensias y me entierro. Salgo de mí y veo que mi entierro fue pura imaginación. Las hortensias se encuentran intactas al borde de la casa y yo, en medio del jardín delantero, me acurruco y me mantengo inmóvil como si estuviera bajo las flores. Concluyo que mi escondite fue un delirio y que en el fondo solo quiero que me atrapen. Regreso a mí, veo a un policía alejarse de mí, dándome la espalda, sin percatarse de que estoy a plena vista. Le llamo la atención. Le pido que por favor me lleve nuevamente a la cárcel. Le digo, ¿de qué me sirve escapar, si afuera es peor que adentro?
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Estamos en la casa de Cuajone preparando las maletas. Mi padre es autoritario, no quiere que llevemos a la gata. No lo reconozco. Decido esconder a la gata en una caja pequeña donde guardo mis joyas y la llevo al depósito donde estoy amontonando las cosas importantes. Cuando era niña hacía lo mismo. Lo más importante lo llevaba al depósito y cuando me fui mis cosas favoritas fueron regaladas. Salgo sin que mi padre sospeche y me encuentro con un perro grande que quiere atacar a la gata. La gata ha salido de la caja y no se suelta de mi hombro. Abro la puerta del depósito y tiro la caja para distraer al perro. El perro, aburrido, se va a otra casa. Sin embargo, un perro similar ahora me mira. Pareciera que todos los perros del campamento fueran iguales. Entro a la casa y veo a la gata jugando en el pasto. Pero yo sé que no es la gata real; ella aún se encuentra esperando en el depósito. Una ley extraña ha invadido el campamento. Cuando guardé a la gata en el depósito se creó un duplicado de ella. Mi padre ve el duplicado de la gata y entiende que nadie lo está contradiciendo. Postulé a una convocatoria para artistas y fui elegida, también con mi vecino, que muy bien, y con algunos hombres drag que admiro de la televisión y amigos con los que ya no hablo. Yo sé que la presencia del vecino ha cambiado las leyes. Hubo un evento en el jardín de su casa, donde pudo comunicarse telepáticamente con muchos jóvenes, incluyéndome. Voy al concurso vestida de hombre vestido de mujer, como muchos. Los hombres que hacen drag se segregan y no quieren compartir. Parece que la fama les ha subido los humos. Tenemos que hacer una historia en dos días. Nos hospedamos en un hotel barato. Los hombres drag están en hoteles colindantes, un poco más caros. Están lado a lado y la vista es hacia un campo irregular que no termina de ser montañoso. El campo tiene muchos sauces y ríos. El horizonte está desdibujado, no puedo calcular la distancia en que este campo irregular termina y se abre al cielo a montañas más lejanas. Está desdibujado o no existe. La arquitectura de los sueños es exactamente como me gustaría que fuera todo. Tiene muchas subidas, bajadas, pendientes, piscinas en sótanos que dan miedo, jardines enormes en los techos, halls con cuatro entradas asimétricas, puertas secretas debajo de la pista de bowling que nos llevan a un hermoso bar. Los secretos de los edificios son para los curiosos. La naturaleza es más invasiva en el
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exterior, y es amada. La naturaleza de mis sueños es mi lugar favorito. Una vez una profesora nos pidió que encontráramos una foto de nuestro lugar ideal. Traté de hacer un collage de fotos, pero fracasé. Mi lugar favorito está en mis sueños. La fotografía colinda con la imaginación.
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Estoy viajando por los videos de Natalia. Sé que es diciembre porque el video muestra el nacimiento. Muestra su nuevo nacimiento en su nueva casa de Cieneguilla. Afuera, en río corre al costado de la casa. Es una bella vista peligrosa. La cámara avanza por los ventanales de la casa y muestra que el río se convierte en una pista por donde pasan los autos de los vecinos. Es una calle de casonas antiguas. Ahora la grabación de la cámara se ha detenido, yo retomo la imagen caminando por estos lugares. Me gustaría recrear esta escena en un corto. Camino y observo la antigüedad de los jardines. Todo se ve tan agradable. Hay quintas con rejas que permiten que pueda ver el jardín interior. Dentro del jardín, veo algunas casas pequeñísimas, pobres, que quieren compartir la felicidad de sus vecinos. Digo quieren porque sus vecinos deben de ser ricos y clasistas. También lo sé porque sus adornos navideños están empolvados, como si llevaran allí desde la Navidad pasada. Siento celos de no tener una casa en Cieneguilla. Una de esas casas grandes. Las familias pobres de las casas pequeñas alguna vez pensaron que podían lograr su sueño. Se ven un poco tristes. Sigo caminando y llego a un bar de media cuadra. Es un bar de verano, dirigido seguramente por artistas hijos de familias que veranean en Cieneguilla. El bar es una casa rediseñada. De su balcón principal cuelga una banderola que muestra el evento de hoy: Turbopótamos hoy, entre otras bandas pequeñas. Fiorella canta en un escenario de la casa, que da la cara hacia la pista. Canta en sus tiempos libres y su novio la mira desde abajo. Está cantando jazz y lo disfruta, pero su voz. Ella disfruta porque es pretenciosa, pienso. Mi madre y mi hermana aparecen y saludan. Después de intercambiar algunas palabras, mi madre saca de un maletín una blusa rosada de terciopelo que hace poco compré. Se la entrega a Fiorella para que se la ponga. Se la enseña como diciendo ten, ella te la regala. Fiorella mira la blusa con dudas y se la devuelve diciendo: tiene mucho escote. Y sigue con su música. Yo pienso: esta chica, la de mis sueños, no conoce el dolor. Mi mamá me anima a venir más tarde a esta fiesta, como si ahora estuviéramos quedándonos cerca. Pienso en la ropa que tengo y le pregunto dónde se ha quedado. Me dice que parte de ella está en el segundo piso de la casa y la otra parte en el carro. Me advierte que vaya al carro primero y deje las cosas tal cual estaban, que esté alerta por si alguien me está observando. Más tarde irá un grupo de señores a mi casa para llevarse algo. Mi padre tiene una deuda con ellos y queremos
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hacer esta última transacción para no volver a verlos. Que no se note siquiera que hayas entrado. La casa se ha convertido en un edifico alto de departamentos. Recuerdo haber olvidado mi pantalón en la maletera. Mi padre frustrado irá a recogerlo. Puedo escuchar a mi corazón latir lentamente. Quiero concentrarme en escuchar mi respiración y recordar que estoy viva, que aquí sigo. Mi gata extiende su patita y me acaricia el pie. Ella presiente lo que está pasando, y es tan fuerte. Anoche me puse a llorar, sentí mucho dolor en el pecho. Pensé que si continuaba me iba a dar un ataque. Pensé: ahora sé que es posible morir de pena. Nadie sabe sobre el miedo que siento. Recuerdo que de niña también despertaba de madrugada y algunas veces me quedaba mirando el cielo por la ventana. Una vez vi a una estrella enorme que no me hacía daño a los ojos. Recuerdo mirar por la ventana y buscar la Luna de madrugada. Ahora solo me quedo echada y miro cómo el cielo de Lima cambia de color. La Luna casi nunca se puede ver y no me esfuerzo más en buscarla. De madrugada, el color del cielo es amarillo, como si estuviera enfermo. Y apenas el cielo aclara se pone celeste y las nubes se muestran estiradas y las aves más fuertes empiezan a volar de un extremo a otro. Pero sí extraño a la Luna. Hoy recuerdo que siempre estuve con ella. Recuerdo estar regresando a Cuajone un domingo por la noche cuando tenía tres años. Mis padres a veces ponían el casete de Mecano yo amaba la canción Hijo de la Luna. Veía el brillo de la Luna en el cielo y lloraba. Pensaba en el hijo de la Luna que fue rechazado por ella porque estaba muy triste. Y se lo entregó a una gitana de la Tierra para que lo cuidara y lo amase. Yo miraba al cielo y pensaba en los viajes del niño. Ahora que recuerdo bien, la historia es inversa. La Luna era la que quería ser madre. La gitana no podía tenerlo más, y La luna le dijo que ella podía cuidar al niño de los ojos grises. Mi madre tuvo que abandonar todo y encargarse de todo lo demás. Mi padre es una buena persona. Cuando mi madre se estaba muriendo, hablaba de irse de viaje, de ayudar a los enfermos. Nos dijo: me voy porque yo también tengo derecho de hacer lo que siempre soñé. Le dije: pero tú puedes ayudar en cualquier lado. Si hoy me dijera que se va, le diría que no hay nada de malo en abandonar lo que continuamente te decepciona. Pero ella está enferma y no soportaría, ella lo sabe. Insiste en hacer algo que sabe la mataría. Se está engañando o nos está engañando a nosotros. Hoy creo que se quiere ir para morir.
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He dado a luz a una niña y la he abandonado. Me dicen que se tiene que quedar un tiempo en el hospital porque yo tengo que recuperarme, dado que ha nacido prematuramente. Yo la quiero. Cuando di a luz, estabas presente en otra habitación. No sentí mucho dolor, no tenía miedo. Al salir no estabas más. Empiezo a caminar por las calles, tomo taxis sin rumbo o con rumbo a lugares a los que no puedo llegar por ningún camino. No sé cuántos días pasan mientras paseo por la ciudad. Las casas, a medida que avanzo, se vuelven más viejas. Entonces regreso al hospital y me dicen que mi hija ya no está allí. Que está con una familia, porque nunca regresé. Llamo a mis padres, creo. A quien sí recuerdo haber llamado para que me ayude es a ti, pero no te importa. Me cuelgas el teléfono, bloqueas mis llamadas. No te interesa. Te imagino diciendo: es mejor que se la hayan llevado. Regresan unas enfermeras con mi hija, que parece tener unos tres meses. Trato de convencerme, pero no la reconozco. La cargo y trato de darle de lactar, pero estoy completamente vacía. La cargo y la abrazo un rato más pero no la reconozco. Llega una chica un poco mayor que yo y sonriendo extiende sus brazos para que se la entregue. Su esposo está esperando. Se la llevan y las enfermeras me explican que ella no era mi hija, sino suya, y que hicieron eso para que me tranquilizara. Me levanto nuevamente, les exijo que me den el número de la familia que tiene a mi hija. Me lo dan y escribo un mensaje de texto, al que una mujer me contesta rápidamente sin pensar. Me insulta y se defiende. Es una mala persona y mi hija está con ella.
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No me siento bien, tengo que ir al hospital. He estado soñando durante la tarde. Las llamadas de mi padre me despertaron pero no contesté. Estaba muy cansada, he estado soñando durante la tarde. María y yo hemos sido invitadas al matrimonio de una de las amigas. La fiesta es en casa de su nuevo esposo. Hay una chica que no me cae con la que me junto. De pronto aparece Mar. Mar, bella, ¿qué ha sido de tu vida? Ella está sonriendo. Hubo un problema. María se molestó conmigo. A medida que me alejo de la casa los árboles crecen más separados entre sí y la luz no los alcanza. Al final del terreno, encuentro al cóndor negro, con las alas cerradas. De vuelta a casa camino por el colegio americano que ahora está lleno de pequeños árboles frutales. Todos los árboles han dado frutos. Nísperos. Los nísperos son escasos acá, me llevaré unos cuantos. Hay carteles que prohíben que uno pase por ahí y saque los frutos. Los ignoro y sigo sacando. Este va a ser un buen regalo de bienvenida para el abuelo. Cuánto esfuerzo. Bajo las gradas llego al garaje abierto de la casa. Acompáñame a la garita de abajo, me dice, tengo que mostrarte algo. Mamá, espera, ¿has visto al águila blanca? Voltea a la izquierda y allí está, abriendo sus alas para nosotras. Es como el tiburón blanco versión ave: rara y más grande. Estoy filmando al águila y la cámara falla. Me molesto con mi madre, le digo mamá, por favor, no vayas tan rápido en esta curva, tengo que captar bien al animal. El ojo hambriento es peligroso. Soy una dictadora, no me importa mi madre. Ella cede, no dice nada, entiende la situación, damos otra vuelta. Bajamos a la garita y veo la sorpresa. Mi madre pidió a sus amigas me esperen por las apachetas y han hecho un pasadizo humano por donde pasa el carro mientras ellas sonríen a la cámara. Saco algo debajo de mí es una botella de pisco de la fiesta. Todas sus amigas lo ven, deben de pensar que soy una borracha. Subimos la cuesta para regresar. El garaje está lleno de carros. El carro dorado del abuelo, muy bien estacionado a nuestra izquierda. Descuida, me dice, debe de estar adentro descansando. Ayúdame a preparar el lonche. Estoy empezando a dejar de llorar como mi madre. Recuerdo haber tenido depresión severa en el campamento, le pedí a mi madre que por favor me pusieran una inyección y me dejaran ir. Le pedí que me llevara al hospital para que me mataran. Yo era una niña. Ella se puso firme, me ayudó a levantarme
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todas las mañanas, identificaba mi mirada de auxilio para sacarme de una reunión. Mamá, viene de nuevo, ¿vamos? Mi madre se aguanta el llanto todo el tiempo. Una vez me dijo: a veces aprendes a que tienes que ser más frío con todo porque si no… Aquella vez me dijo: por favor, no me hagas hablar porque lloro y no paro de llorar. Ella tiene miedo de atragantarse con su llanto. Es por eso que se enferma de la garganta. Estoy aquí tratando de calmarme. La gripe ha empeorado aun con el tratamiento más fuerte. Quiero que mis padres vengan y me lleven al hospital para que me salven. La enfermedad física te condena a la tristeza. Hace poco fue de visita mi abuelo a la casa. Tiene hernias en la espalda, le duelen todo el tiempo. Él dijo: señor, perdóname por favor. Un dolor de muela duele más si estás en medio de la selva.
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Mi padre decidió crecer al costado del río. No sabía que el huaico y los vientos desnudarían sus ramas y sus raíces. ¿Ahora cómo vas a salir de allí? Mi padre resiste, en su adolescencia crece de costado, de adulto se yergue, extiende sus brazos al sol. Sus brazos y raíces desnudas atraen al pájaro herido que busca descanso del murmullo que daña. Mi padre es el más fuerte de todos los árboles de río, de los lagos, los océanos y mundos. Se expone desnudo ante la vida, él es bueno, a veces viene el chiguanco, le engaña, le dice quiero tener aquí mi nido, claro, por supuesto, señor, pase usted. El pájaro no está disfrazado pero mi padre cree en la bondad del mundo. El chiguanco se queda, le engaña, lo quiere destruir a picotazos. El árbol fuerte es el único que puede cargar al pájaro herido.
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Mi padre decidió crecer al costado del río. No sabía que el huaico y los vientos desnudarían sus ramas y sus raíces. ¿Ahora cómo vas a salir de allí? Mi padre resiste, en su adolescencia crece de costado, de adulto se yergue, extiende sus brazos al sol. Sus brazos y raíces desnudas atraen al pájaro herido que busca descanso del murmullo que daña. Mi padre es el más fuerte de todos los árboles de río, de los lagos, los océanos y mundos. Se expone desnudo ante la vida, él es bueno, a veces viene el chiguanco, le engaña, le dice quiero tener aquí mi nido, claro, por supuesto, señor, pase usted. El pájaro no está disfrazado pero mi padre cree en la bondad del mundo. El chiguanco se queda, le engaña, lo quiere destruir a picotazos. El árbol fuerte es el único que puede cargar al pájaro herido.
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Estamos en la sala de la casa, mi madre ha sacado todas sus pertenencias para la fiesta. Los amigos han traído armas de juguete que quizá son de verdad. Cojo una granada y la lanzo hacia la sala vacía donde están las amigas. Les arrancha las piernas y los brazos, ellas lloran de dolor. Qué has hecho. Me he encontrado con un nuevo novio. No lo sé hasta que me voy de la fiesta. Él me acompaña amablemente al primer piso y empiezo a contarle algo que no importa. Él es educado, intenta dejar que termine pero no puede resistir, me señala la calle, donde todos han salido a la gran plaza para celebrar las doce. Alguien nos entrega copas de cristal con champán. A lo lejos, fuegos artificiales. Caminamos por la plaza oscura. Es amplia y atípica, no hay algo en medio como una estatua de algún héroe que indique cómo murió de acuerdo a la posición de su caballo. Ven. Recoge su skate y me invita a sentarme con él. Las llantas están puestas para que se use horizontalmente, estamos recorriendo las calles de Lima, yo sentada, él detrás de mí concentrado en el balance, estamos yendo muy rápido, pasamos por el puente de los suicidas y un tramo después vemos el accidente. Hay un hueco en la tierra que no han señalizado y un mototaxi cae dentro de él. El barro cubre toda la moto y parece una trampa. Todos bajamos la velocidad, todos observamos, y un hombre hace la llamada a la ambulancia con demasiada calma. ¿Es un sociópata o está deprimido? Abro el cierre del mototaxi y escarbo la tierra. No hay nadie, el hombre se ha salvado, está por acá, me dicen. ¿Dónde? Soy una niña de cuatro años que construye el mundo conforme a lo que le niegan. Me niego, sigo escarbando y encuentro el plástico del mototaxi y la cara del señor. Señor, ¿se encuentra bien? Sí, yo estoy bien. Escarbo sus manos y sus brazos para que pueda moverse. Él está bien, pero sus pasajeros han fallecido, dicen. Se ha levantado una montaña de barro donde están las cabezas de dos cadáveres. Los cuerpos más abajo, desencajados, un poco hacia nuestra izquierda, uno al costado del otro, perfectamente erguidos. Todos empiezan a tomarse fotos con los cadáveres. ¿Por qué hacen esto con los cuerpos? Suben la montaña, se toman fotos al costado de cada cuerpo, una a la derecha del que está a la izquierda, la otra a la izquierda del que está a la derecha. El accidente ha ocurrido frente al parque del amor. La montaña lo cubre.
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Malú vive en Cuajone modificado. Las casas se han regalado para algunos y han empezado a construir sobre ellas a su gusto. Las calles parecen de ciudad. Vemos televisión en su cuarto con el proyector. Veo la filmación de un hombre que sale a una calle llena de ruido. Casi todos usan abrigos rojos, es decir quieren hacerse ver, pero como todos son iguales nadie destaca. Proyecto sobre aquella proyección una escena de mi película: cargo a mi madre para un acto que decidimos hacer juntas. Caminamos por el jardín, donde hay mucha bruma en febrero. La neblina se despeja a medida que la cámara acompaña mis pasos y se descubre una laguna natural, donde ingreso un poco y luego salgo. Volteo y me integro a la ciudad: la filmación del cineasta que sigue corriendo. Retrocedo y avanzo la filmación para encontrar el punto exacto de fusión de ambas imágenes. Malú habla pero hace rato la estoy ignorando. Veo el video una y otra vez, cargando a mi madre pequeña y delgada. Ella se sostiene de mi cuello y confía en mí. Cuando tengo la primera prueba lista salgo a buscar a los padres. La calle que camino es igual a la calle de aquel cineasta. Las personas usan abrigos rojos y hay una señora que me mira, no entiendo si está molesta conmigo o si quiere advertirme. La calle ha desaparecido. ¿Quizá es una más allá? Todas las casas parecen cajas y todas se parecen.
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Estamos yendo al babyshower de mi vecina. Ella parece estar feliz a pesar de que el padre. Algunas casas son nuevas y se han hecho al gusto de los dueños. Es decir, algunas casas ahora tienen dueño y el campamento no es privado. Su casa y mi casa son las más pequeñas y no son las mismas, pero siguen siendo vecinas y no nuestras. Ella baja las escaleras, voy a saludarla y no, no, por favor, no me toques. Que me duele todo mucho. Me duele el estómago. Desde que estoy embarazada no me pueden tocar. Quizá tienes una hernia en el ombligo, le digo. Eso debe de ser, dicen todos. Pero yo sé que no le duele nada, que más bien le tiene miedo al tacto. Cómo no le agarraría miedo si su madre toda la vida le pegó y le decía yo te di la vida y te la puedo quitar. La hermana de mi madre ha regresado de su muerte. Estamos en el comedor de la casa antigua de la abuela. Ella parece más joven. Parece tener treinta y tres años. Ella murió a los treinta y tres, aunque cuando murió parecía de cuarenta y cinco. Conversan todos como si nada hubiera pasado. Ella no se dirige a mí. Creo que la vi mirarme de reojo unas cuantas veces. Su cara no es suya. ¿Y mamá Doria? No, ella sigue muerta.
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María se va a casar con el hombre correcto. Estamos en el colegio, las clases de la universidad han comenzado. Estamos con los amigos y las amigas de infancia además de algunas personalidades como Susy Díaz y Raúl di Blasio. Di Blasio sin embargo se ve joven y me pregunto si se trata de su hijo. La universidad está en el antiguo colegio, es muy prestigiosa. Hoy es nuestra primera clase y entra el profesor para hacer preguntas sobre cultura general. Mi vecina está triste porque acaba de perder a su bebé. El profesor dice mi nombre y hace una pregunta sobre una regla matemática. Mar decide hacerse pasar por mí porque sabe que no sé la respuesta. Nadie nos delata, todos sonreímos porque queremos reír. El profesor escucha la respuesta: muy bien, señorita Gabriela, ha explicado más de la cuenta. Hace otra pregunta para otro alumno sobre música. Susy acompaña la respuesta del amigo con un baile y Raúl no se queda atrás. De pronto se levanta y toca el teclado acompañando la canción. Todos bailamos, yo me estoy enamorando de Raúl, que se parece a un viejo amigo que no me habla. De pronto llega María, ella se va a casar con la persona correcta. La camioneta donde está se mete al playground del colegio, todos nos asomamos y ella sale apurada para preguntarme si ya estoy lista. No, pero he traído mi vestido para cambiarme. No, mejor ponte ese otro vestido de lentejuelas doradas, ese te queda mucho mejor. Ella está feliz, sabe que me gusta vestirme como Susy. Les digo a todos: ella es mi hermana, hoy se casa, están todos invitados, la fiesta será en el club. Voy a la casa que está al costado del colegio y me cambio. Mi vecina toca la puerta, quiere entregarle obsequios a mi hermana, ella la consuela, tiene fuerzas para todos.
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No me jales a tu hoyo madre, no me jales a tu hoyo. Ella habla y no se permite crear buenos ejemplos. Actúa fuera de su voluntad. Pero por dentro ella tiene un sol que brilla, que es una estrella ahora más bien lejana o quizá ya extinta. ¿Adónde se me fue toda la luz? Está escondida porque algo controla tus ganas de expresarte, se desvanece como lo hace el lenguaje para un tonto cuando quiere comunicar que ya se aburrió. María se ha casado fuera de la ciudad. Pasamos por una carretera que hemos recorrido en invierno. Les propongo ir a la playa y me dicen ahora es imposible porque el mar está bravo. Paseamos por la costanera para ver cómo está. Ha arrastrado rocas y plancton del fondo del océano, los ha llevado a todas las playas para impedir el ingreso de las personas. La ola del tumbo sube en la orilla y choca con otras olas gigantes. Mi madre me cuenta, ¿sabías que el mar está vivo? A mí me parece que está muriendo. Tomamos la carretera hacia la sierra. Aquí la costa y la sierra se unen en menos de un kilómetro. La carretera es de tierra, no hay vegetación, estamos yendo a la boda de mi hermana. Por la noche nos dirigimos todos a la fiesta en el playground del colegio americano que se extiende hasta el centro de recreación. Se ha casado con Fernando, él está muy feliz y ella sonríe. Estamos bailando por los juegos de los niños y hay personas que se acercan y me dicen no tomes mucho. No he tomado mucho, no me jodan. No la cagues, me dicen, y yo sigo bailando. Busco a mi hermana, subo las escaleras, me dirijo al auditorio del centro de recreación. Encuentro a mi hermana en los camerinos siendo atormentada por las amigas que no me gustan. Le ofrezco mi mano, la jalo, le pregunto qué sucede. La veo en el cuarto de mis padres durmiendo mientras sigue la fiesta afuera. Llega Fernando, la abraza y ella le dice creo que me he casado con la persona incorrecta. Al día siguiente no se encuentran juntos. Mi madre ha decidido casarse sola en una boda comunitaria. Subimos una cuesta de tierra. De vez en cuando veo algo de verde. Mamá, pensé que las haciendas de vides solo crecen en la costa. Señalo un rectángulo perfecto lleno de verde en medio de las rocas donde destilan el pisco de nuestra zona. Llegamos a la iglesia. El lugar es un paraíso bien mantenido. La iglesia se encuentra en la cuesta de un cerro pequeño y subimos con mi madre sin dificultad. Le tomo fotografías con una cámara descartable.
Empiezan a llegar los invitados, muchos llevan máscaras con la cara de Diana. Están protestando por lo que ocurrió ayer, le están dando un mensaje. De pronto, la que se casó fue Diana. Los hombres protestan por su amigo Fernando. Les tomo fotos, tomo fotos de otras mujeres que se van a casar. Hay una en particular que lleva puesto un vestido rosado, le pido a mi madre que deje su celular a un lado. Le indico dónde pisar, ella parece estar haciendo esto más por mí que por ella. Está caminando por otra zona. ¡Mamá, por favor! Ven por acá, ¿puedes subir las gradas nuevamente? Me he despertado, mi madre me dice que Alan García se pegó un tiro en la cabeza. A la muerte le tengo miedo cuando se presenta incompleta. Te quita la voz para gritar o te quita los ojos. Contamina el aire y llena de polvo las plantas. No las deja respirar. A la muerte le tengo miedo porque la he invitado a dormir. Toda la noche me hace muecas. Recuerdo haber llorado, hace diez años me golpeó el hombro. Una parte de mí se fue a caminar y a esperar.
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Mira, Beto, ¿ves esa puerta que se mueve? ¿Sientes la tensión en el pasillo de la casa? Esta casa solía ser de mi abuela, y tiene demonios. Si no te vas ahora, voy a desear con todas mis fuerzas que te persigan.
Nos estamos yendo lejos con mi madre en un vuelo internacional hacia un país frío. Hay cuatro túneles. Caminamos por el primero pero el avión ha despegado. Antes de llegar al final del túnel, yo sé que ya se fue. Se ha llevado mis maletas, mis cámaras y todo mi trabajo. Lloro, nosotras estábamos siguiendo instrucciones, ¿por qué nos dejaron? Estoy perdiendo mi vida entera aquí. Nadie hace nada, mañana es mi cumpleaños. Regresamos al campamento, ahí está él y el otro de hace tiempo y también mi mejor amigo que ya no me habla. Ahí están todos los que me ignoran. Les cuento lo que ha pasado y ellos continúan con la dinámica. Han venido a recordarme que soy nuevamente un fantasma. Están jugando en el pasillo a tirar objetos a la pared con un bate de béisbol. Le han hecho muchos huecos, incluso han atravesado la pared entera y se puede ver el interior de mi cuarto. Mi madre está afuera conversando con su amiga Roxana. Las interrumpo, yo sigo llorando. Mamá, han destruido la casa, han atacado mi cuarto. Va a ver lo que ocurrió, se pone triste pero firme. Les ordena que lo arreglen. La casa se está cayendo. Ellos no sienten vergüenza. ¿Para qué vinieron?
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Nos estamos yendo lejos con mi madre en un vuelo internacional hacia un país frío. Hay cuatro túneles. Caminamos por el primero pero el avión ha despegado. Antes de llegar al final del túnel, yo sé que ya se fue. Se ha llevado mis maletas, mis cámaras y todo mi trabajo. Lloro, nosotras estábamos siguiendo instrucciones, ¿por qué nos dejaron? Estoy perdiendo mi vida entera aquí. Nadie hace nada, mañana es mi cumpleaños. Regresamos al campamento, ahí está él y el otro de hace tiempo y también mi mejor amigo que ya no me habla. Ahí están todos los que me ignoran. Les cuento lo que ha pasado y ellos continúan con la dinámica. Han venido a recordarme que soy nuevamente un fantasma. Están jugando en el pasillo a tirar objetos a la pared con un bate de béisbol. Le han hecho muchos huecos, incluso han atravesado la pared entera y se puede ver el interior de mi cuarto. Mi madre está afuera conversando con su amiga Roxana. Las interrumpo, yo sigo llorando. Mamá, han destruido la casa, han atacado mi cuarto. Va a ver lo que ocurrió, se pone triste pero firme. Les ordena que lo arreglen. La casa se está cayendo. Ellos no sienten vergüenza. ¿Para qué vinieron?
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Estamos la promoción de Cuajone juntos y nos hemos reunido con dos promociones más, chicos que tienen dos años más que nosotros o un año más. Y nos reunimos en Toquepala con ellos. Deciden hacer una comida e invitarnos al club de golf. El club termina siendo la casa de un amigo. Todos los chicos de Cuajone. Los baños son terribles. Los baños siempre están sucios, no funcionan bien. En todos los baños pasa algo. Yo tengo que ir al baño bastante porque tengo la necesidad de arreglarme a cada rato. Se escucha el agua correr por las paredes. Detrás de todas las paredes. Como estar en medio de una catarata de concreto. Cuando salgo me he perdido el brindis, cuando salgo me he perdido el baile, cuando salgo de pronto ya todos están durmiendo. He dormido mucho con muchos amigos. Como gatos. Uno al lado del otro. Para abrigarnos. Como hermanos, con mucha confianza. Al día siguiente nos tenemos que ir a Cuajone. Tomamos un bus. Estamos en Botiflaca. Y en Botiflaca mi madre me recoge. Es un día especial, es un día importante porque ha llegado la reina. El colegio ha armado toda una actividad para ella. Todo el campamento va a asistir y todo el campamento va a imitar las costumbres de la reina. Es la reina de Inglaterra. Se ha utilizado espacio de los cerros y alrededores para poder armar más toldos y hacer más actividades para que la reina no se aburra. Son actividades culturales de Inglaterra, la comida es inglesa, las canciones que se tocan son inglesas antiguas, bonitas, pero inglesas. Todo es un acto inglés para una persona inglesa que está visitando el Perú. Estamos aislados, estamos en Cuajone, y todo es un acto. Entonces, mi mamá me recoge de Botiflaca con una amiga o dos amigas más y Botiflaca ha cambiado tanto… Botiflaca está en pleno crecimiento y eso lo está haciendo la gente, no lo está haciendo la empresa, la empresa no se encarga, la empresa se encargó de entregar las casas para no tener que pagar luz agua electricidad, les salía mucho más económico entregar las casas. Llegamos a unas rejas. Salimos, bajamos del auto, entramos… Mamá, creo que te has confundido. Sí, creo que me he confundido. Nos subimos al auto y llegamos nuevamente al colegio de Botiflaca, llegamos a Cuajone por otra ruta. Yo me pongo un vestido. Me cuesta mucho escoger uno. Siempre estoy tarde, algo no funciona. Teníamos que bailar para la reina, teníamos que hacer un número para la reina. Entretener a la reina. La reina está molesta al haber visitado
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este lugar y que no la hayan acogido como ella pensó que la iban a acoger. Yo no me siento mal. Me parece que la reina está equivocada. Por algo nos quedamos dormidos, estábamos cansados. Un amigo viene a recogerme en su en su auto. Bajamos y llegamos a este lugar con rejas al que habíamos ido con mi madre. Entramos. Caminamos un poco y de pronto el mar. Está ahí. Es un océano enorme. No se puede ver el final de la playa. Entonces nos vamos hacia la izquierda, pero nunca logramos meternos. Hay un gran muelle de madera. Es una construcción bellísima. Hay que saltar del muelle, hay que saltar del muelle. Me aferro a cualquier cara con la que sí quiero ir al mar. Y siempre a la parte izquierda, donde el mar no está picado. Esas son nuestras miserias, hija.
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Vacunas para todas las mujeres en este viaje. Inyección anticonceptiva de un mes. No nos dicen para qué es. Las profesoras ríen con nosotras y empiezan con un juego. ¿Quién se atreve ahora? Les ponen la inyección en el muslo, donde duele más. La aguja es enorme. Algunas salen riendo y entre lágrimas dicen que lloraron. Yo las observo, no quiero participar. Pertenecemos a un colegio de solo mujeres. En este viaje no quieren que ocurran accidentes. Le han puesto la inyección a las más pequeñas inclusive. ¡Es una prueba! Tenemos que hacerlo, porque si no nos bajan la nota. ¿Ahora a quien le toca? ¡A Gabriela! Se acerca otra Gabriela en mi lugar y yo escapo. Me buscan las amigas, dicen que debo ponerme la inyección. Accedo, le pido a una profesora que por favor me ayude. Llaman a un enfermero. Él es afeminado y concluyo que es gay o que ellas creen que es gay y que por eso estoy fuera de peligro. Sostengo la jeringa y me pincho el dedo. La aguja ni siquiera está afilada. Por eso a todas les duele. Ven, acompáñame, por acá. Vamos en patines. Una amiga y yo lo seguimos haciendo piruetas en el aire, dando vueltas alrededor de las mesas y de las columnas. Mi amiga se lanza por los aires como si estuviera en una pista de hielo. Yo la imito hasta donde puedo, tengo miedo y finjo no tenerlo. Avanzamos poco a poco hacia la oficina del enfermero, él nos espera pacientemente. Creo que incluso sonríe mientras patinamos. Veo la aguja en la jeringa, presiono fuerte el dedo contra ella. Nada, no está afilada. Patino fuera del local y veo la van donde han estado inyectando a todas. Un basurero enorme lleno de jeringas. Me acerco más y agarro una caja del medicamento. Efectivamente, son anticonceptivos y son más eficaces si se inyectan en la encía. Mi tía Cecilia se acerca y miente. Con la boca adormecida, vas a poder sentir mejor los sabores. Me alcanza un plato de comida y todos comemos, con la boca adormecida. Nos convencemos de que así es: la comida sabe mejor. Míranos a nosotras. Deseándole el mal a todos. El mar se rendirá.
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Felices fiestas patrias y hasta luego. Por favor, el primero en subirse a la moto, mucha suerte. Estamos en un barrio pobre viviendo en un gran edificio. Los que vivimos ahí tenemos bajos recursos. Hay latinos, negros y chinos. Hay hombres ricos que suelen frecuentar los espacios del antiguo club, donde se hacen reuniones privadas con anfitrionas del mismo barrio, a quienes les pagan bien. Anfitrionas que deben acostarse con ellos. La paga es buena y ellos son respetuosos. Yo nunca lo hice, no tengo necesidad de hacerlo. Bajamos con mi tía Cecilia, María y mi mamá al primer piso. Mi mamá está mejor de su brazo, pero aún lo sostiene como si no fuera parte de su cuerpo. Lo carga descontenta, como un tumor que cuelga y no sirve. Un hombre las está asaltando. En vez de protegerlas, mi impulso es dar media vuelta y bajar por las escaleras aledañas, entrar en una casa ajena, decirle muy bajo a la vecina que están asaltando. Corro para encontrarme con ellas y encuentro a mi madre golpeada. Sus huesos frágiles se han hundido. El hombre le ha golpeado la cara, que ahora está deforme, como el rostro de una muñeca de plástico aplastado por los dedos furiosos de una niña. La miro y se me rompe el corazón. Ella me habla tranquila, me habla tranquilizándome. Me dice que todo va a estar bien. ¿Qué hago ahora, si el daño ya está hecho? Estoy en el club y necesito conseguir algo de dinero. Mi madre parece estar bien y de buen ánimo. Me sigue a todos lados porque siente que algo anda mal. Ella me sobreprotege, yo le miento e invento una mentira tras otra para escapar de ahí. Hoy visitan el club un grupo de mafiosos chinos. Me ofrezco, con un grupo de dos conocidas, a acompañarlos en su linda velada a cambio de dinero. Ellos han alquilado uno de los departamentos pequeños al costado de la salida del restaurante. Yo me escondo en el baño. Mi madre me sigue, sabe que estoy tramando algo. Lo hace amablemente, siempre preguntando, siempre con la esperanza de que sin amenazas le voy a contar qué pasa. Yo le miento. Mi padre me dice para vernos más tarde y le digo que estaré cenando con un grupo de amigos. Mi padre huele algo raro, me sigue por todos lados. El aire del espacio se hace más denso por la cantidad de hombres de la mafia que vienen y sonríen como si su presencia solo trajera dinero y nada de tragedia. Mi padre insiste tanto que debo decirle que me acompañe a cenar con mis amigos. Solo la cena. Comer e irse. ¿Por qué pienso que puedo engañar a mi padre así?
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No encuentro otra salida. Lo veo con su terno planchado y con colonia para salir con su hija. Tan ilusionado, tan feliz de que vamos a comer. Siento un nudo en el estómago. Debo hacer varias maniobras para pasar desapercibida y mis padres no me encuentren pidiendo comida del club, porque sé que sabrán de qué trata todo esto. Pido la comida con mucho apuro, miro con paranoia a todos lados, como si pedir comida fuera indicador de todo lo demás. La pido y les digo: pero yo no la recogeré. La recogerá uno de esos señores con dinero que ha venido. Quiero carne, esta, y chicharrón, cerdo, sí, también acompañamientos, sí mucho encurtido. De postre arroz con leche. De acuerdo, me dicen. Mi padre sale. Se ha arreglado porque me ha creído, él siempre quiere creer en mí: hija, yo confío en ti porque te quiero y quiero que sepas que creo en tu palabra ciegamente, parece decirme. Tengo ganas de llorar. Entro a la habitación donde todos están brindando con licores fuertes. Todo es informal, no hay mesa central, no hay un compartir real porque lo único que importa acá es el sexo. Nosotras somos putas y estamos acompañando a estos caballeros. Entro para decirles que por qué no mejor todos vamos a mi casa un rato. Los hombres son amables. Dicen claro, vamos. Es muy tarde. Abro la puerta, le digo hola, papá, te presento a mis amigos. Me siguen la corriente, es tan absurdo, es una mentira tan grande y burda, es una falta de respeto. Mi padre saluda a los amigos con amabilidad. Veo su terno impecable, cuánto se ha esforzado por pasar un rato agradable con su hija en la cena. Invento algo, debemos salir de inmediato. Salimos de la habitación y un amigo de mis padres, Max, lo abraza y le dice y qué tal, ¿qué sucede? Como dándole a entender. Mi padre se balancea de un lado a otro mientras lo abraza, parece de pronto borracho aunque no ha tomado una sola gota. Alguien le ha dado algo. Parece no darse cuenta de nada. Abraza a su amigo, todo bien, Max, ¿qué tal todos por la casa?
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Estoy hablando con Pamela sobre mi mamá. Mientras hablamos yo estoy en la casa vieja de Tingo y estoy recogiendo toda mi ropa y la estoy rompiendo con formas de palabras para hacer un libro y el libro está dirigido a alguien a quien le pido una última oportunidad. Alguien a quien digo que todo puede cambiar. Estoy llorando porque rompo mi ropa para poder escribir este libro. Hay un pájaro en mi hombro. No me gusta mi cabello, todos los cabellos están más sanos que el mío. Tú estás disfrazado y la estás pasando increíble con tus amigos… Tus amigos te han grabado con sus celulares, te han grabado cayéndote varias veces, parece que tomaste mucho, la estás pasando bien. Tú has olvidado, tú ya olvidaste. Y yo miro eso y veo tus mensajes y leo tú no vas a cambiar, tú nunca vas a cambiar. Pero quien está un poco desbordante eres tú, yo no. Tu mensaje es un poco duro, un poco como diciendo yo estoy bien sin ti. Y yo rompo mi ropa y te escribo una carta que es un libro. La rompo toda.
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Estamos en la casa de Tingo, hay alguien que está matando. Hay alguien que está matando y no podemos salir de la casa. Entra al edificio. Alguien ha pasado al cuarto de mis padres. Puedo ver que fueron dos personas, vi sus sombras. Llamo a mi madre. Tengo un ataque, no puedo moverme, hablar o respirar. Sobre todo respirar. Lo otro es secundario. Llamo a mi madre cuando pasa el ataque. El mío. Le digo vi a dos personas entrar a tu habitación, siento miedo, mi revólver no tiene más balas para defenderlos. Lo siento, no pude salir. Miro por la ventana. Veo a un hombre solo que toca el piano con una luz de sala tenue. Voltea y confronta mi mirada. Nosotros lo miramos desde detrás de las cortinas. Quizá él es el asesino, uno de nosotros, uno del mismo edificio. Toca el piano y mira hacia arriba. Jamás había visto a este hombre. Tiene el cabello gris, lentes y se viste bien. Se escuchan los disparos. Muchas luces de los departamentos se prenden y apagan con miedo. Las luces apagadas muestran el jardín de Tingo. Buscan en la oscuridad al que mata. La prendida y apagada de luces parece una orquesta sincronizada en silencio. Una luz, luego otra, luego otra. Más disparos. Está matando casa por casa. De pronto hay una fiesta en el jardín. Todos bailan como autómatas. Parecen haberse puesto de acuerdo para distraernos. Mi madre está en el pasillo sosteniendo una escopeta y llorando en silencio. Parece dolerle el corazón. Yo sé que te duele por lo que te conté. Es tarde para disculparse, debemos protegernos. La mentira aquí no importa. Lo único que nos va a salvar es mantenernos juntos. Siento que el psicópata va a llegar a nosotros. Nos va a matar al final porque fuimos su familia favorita. Estuvo jugando con nuestras cabezas hace mucho tiempo. Le fascina la idea de hacernos sufrir, saber que moriremos. Nos vamos a defender, estamos juntos. No se escuchan sirenas, en la ciudad todo parece estar vacío. Estamos solos en esto. ¿Cómo salimos de este laberinto? Pienso en el llanto de mi madre. ¿Por qué le dije todo eso? ¿Por qué le dije eso? Le estaba provocando un ataque al corazón. No fue como el mío. Pienso en la palabra ataque: yo le ataqué el corazón y ella se quedó en el pasillo llorando en silencio. ¿Por qué hiciste eso? Si algo sucede, haz. No asustes a la gente. Muévete.
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El avión demoró veinte minutos y el volcán de la isla explotó. Tuvimos que desembarcar, habíamos perdido el vuelo, la isla se estaba inundando de lava. Oraron más y más y la boca del volcán se hizo enorme, la tierra se desintegró. Todos avanzamos a pie porque los autos del pueblo no son suficientes. Caminamos hacia las orillas cuesta arriba. Caminamos lento con mi madre porque ella no puede correr. Cuenta chistes en el camino, con el fondo de humo y fuego detrás de ella. Yo veo a los hombres mayores caminar con sus ternos y sombreros altos soportando el calor con elegancia. Parecen fantasmas de otra época que rondan la ciudad. Llegamos a un departamento. Vuelve la inundación de fuego. La lava avanza hacia nosotros y la detenemos haciendo torres de papel que la absorben y la secan. La lava tiene consciencia. Cuando ve las torres retrocede, las esquiva e intenta nuevamente. El ambiente huele a muerte, pero nadie lo menciona. Nos enfrentamos al fuego tal como nos enfrentaremos a la inundación de una cañería rota en casa: con calma, sabiendo que no nos vamos a ahogar. La tormenta de pronto termina. Vemos al volcán lejos completamente abierto y vertical. Su forma triangular se ha convertido en un cuadrado. La expulsión de lava lo hizo más pequeño, como lo que ocurre cuando una vela se quema. Estamos con Mar, ella está embarazada con siete meses. Debemos salir de esta isla con unos hombres que no queremos. Vamos al cine, que también es un hospital. Mientras nos distraemos con las películas yo planifico mi visita al médico. Me escapo, regreso a la casa donde está mi madre con Mar. Le pido que se esconda, la están viendo por la ventana. Ella se agacha y cuando lo hace algo pasa. Creo que he provocado un parto prematuro. Ella ríe y me dice: ya se me está yendo el dolor.
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Estamos en el club, hay hombres que me han venido a visitar. Yo estoy emocionada, los llevo por aquí y por allá enseñándoles cómo los jardines de este lugar cambian y nunca acaban. El mundo se está adaptando para maravillarnos y no quiere mostrarnos la realidad del club. Caminamos con mi hermana también. Está ahí Bernabé, con el cabello más corto y brillante. Nos acompañan dos chicos más, muy apuestos también, que parecen estar bastante interesados en mí. Nunca me ha pasado esto, que un chico apuesto se fije en una mujer como yo. Que Bernabé haya venido desde tan lejos, solo para verme. Les digo que falta poco para llegar a mi jardín favorito. Sin embargo, no lo encuentro. El club de golf se abre como una gran playa. Es una playa fea que pertenece a un pueblo del norte de Lima. Estamos con el grupo de amigos de María. Las amigas se burlan de mí y se aprovechan de ella. Mi hermana ha sacado todo el maquillaje de la habitación: el mío, el suyo, el de mi madre. Sus nuevas amigas lo destruyen disimuladamente, mientras se pintan con tal o cual color. Parecen tener envidia de María. María no es tonta, pero es noble. Yo hablo. Me quejo de cómo están destruyendo el maquillaje, les digo que tengan cuidado, que esas cosas nos pertenecen. Ellas ríen y me hacen quedar en ridículo, inclinando a los hombres a darles la razón. Los hombres bellos que durante el atardecer me seguían. El grupo me ignora cada vez más. El cielo está plomo, hay más viento. Parece el purgatorio. Los llantos y gemidos de la gente tienen otra densidad en el aire. El mundo ha cambiado. No sé dónde está María, dónde está mi madre. No debimos dejarla sola, el viento se la puede llevar.
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Daniela se pinta las uñas de amarillo. Estamos ensayando para un baile final antes de irnos del colegio. Laura ya se fue. Daniela es reservada, se prueba siempre el mismo vestido rojo con indecisión. Llévatelo, le digo. Ella duda y lo devuelve. Al final hacemos el baile en la cancha. Todo el colegio sale. Nos miran y aplauden. Es como un ritual. Veo que Karen y otras chicas se abrazan con fuerza. Yo no tengo a quien extrañar tanto, o eso creo. Estoy triste porque pienso: no he calado en nadie y viceversa. Pregunto ¿hoy fue el último día? Me dicen que sí, que ya todos nos iremos. Siento alivio. Daniela se pinta las uñas con mostaza y luego con un esmalte color negro. Parece tener las uñas enfermas. Oye, Daniela, ¿qué haces pintándote las uñas con esa cosa todos los días? No responde. No insisto y le digo: lo estás haciendo pésimo, déjame ayudarte. Le pinto las uñas y veo que la sustancia es difícil de anticipar. Le digo: esta cosa es difícil. Siento que la quiero mucho. Daniela empieza a hablar antes de que me vaya. Me dice: Silvana ha estado mal. Me ha atacado de la nada. Esto ha pasado desde que se fue tu vecina. Me ha golpeado, me ha gritado. Mis papás la llevaron al psicólogo. Ella conversó con la familia y dijo que no quiere irse del campamento, que siente que la están castigando al llevarla al mundo y obligarla a trabajar. Me están castigando. ¿Quizá extraña a mi vecina? No, me dice, tu vecina la ha contaminado. ¿Cuántas veces pasó esto? Seis, me dice. Me mira con temor. Yo pienso en mi ira similar pero inversa. Yo me quiero ir de este lugar porque siento que me están castigando. Silvana no quiere salir porque, como animal en cautiverio, no quiere sobrevivir al peligro. Pienso: la ira es depresión encerrada. Yo soy la misma persona que ella. Ese día hay un hermoso atardecer.
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Tiramos al gato herido para despegarlo de otra cosa. Se estampa contra la pared de vidrio y muere. Aún no sé si el propio Joe consideró que el acto merecía tal espanto. La falta de oxígeno se siente, en pocas horas todos moriremos. Pero tirar al gato así tampoco estuvo bien. Soy una mujer que se desnuda y trabaja para parejas que eligen este lugar como último destino para sus aventuras. No disfruto de mi trabajo. Lo observo con distancia, me pregunto por qué sigo trabajando, si igual voy a morir. Nunca olvidaré mi visita a los leones en el zoológico. Un animal grande y salvaje estaba siendo atendido en el hospital y se puso a llorar. Todos escuchamos la tortura. Imaginé mil escenarios posibles, cada uno más horrible que el anterior, y vi el rostro del león: bajó la mirada al escuchar los gritos y su rostro expresaba que sabía exactamente lo que estaba pasando, pero que debía guardar silencio porque si protestaba le pasaría lo mismo. Nunca olvidaré esa expresión de dolor con desesperanza. Y siempre me enfermará, hasta que proteste por los leones. En ese momento supe que ese cuerpo me iba a seguir, ese dolor me iba a seguir hasta que yo hiciera algo por ellos.
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En la casa de Tingo a una niña le pasa algo. Mamá Doria me cuenta que vio un pantalón con descuento y aprovechó para comprárselo. El vendedor cubrió la etiqueta con el dedo y quiso cobrarle el precio normal. Ella pausa y me mira indignada. Luego piensa y dice: pero también hay que entender que hay gente muy pobre. Se pone a llorar desconsoladamente. La miro y pienso que me gustaría abrazarla y sentirme bien por su llanto, pero me muestro seca como una madre. Sin embargo, me está destruyendo. Será esto lo que le pasa a mi madre cuando lloro.
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En la casa de Tingo a una niña le pasa algo. Mamá Doria me cuenta que vio un pantalón con descuento y aprovechó para comprárselo. El vendedor cubrió la etiqueta con el dedo y quiso cobrarle el precio normal. Ella pausa y me mira indignada. Luego piensa y dice: pero también hay que entender que hay gente muy pobre. Se pone a llorar desconsoladamente. La miro y pienso que me gustaría abrazarla y sentirme bien por su llanto, pero me muestro seca como una madre. Sin embargo, me está destruyendo. Será esto lo que le pasa a mi madre cuando lloro.
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He estado con una bebé que me quería mucho. Me sorprendió porque a mí no me gusta ser madre y los bebés lo saben cuando me conocen. Estoy en una playa con unos amigos. La playa se va destruyendo poco a poco con las olas del mar que termina. Forma un acantilado parecido a la costanera del Perú. Las olas del mar están formando el límite de la ciudad, o del continente. El mar nos ha tragado y nos aferramos a una cañería que está debajo de la arena, como un esqueleto, como si los geólogos hubieran previsto que esto pasaría y hubieran puesto estas barras en lo profundo del cerro para que nos aferremos. No hubiera sido más fácil plantar un árbol. Yo no tengo miedo. Las olas vienen con fuerza y nos arrastran para adelante y para atrás. Sigo aferrada a la cañería, debo soltarme para salir de ahí. Pienso: el mar y yo, si somos uno solo, vamos a poder salir de aquí. Estás también tú. Estamos discutiendo sobre la poligamia. Tú y yo somos una pareja abierta. Escucho una conversación. Tú le cuentas a otra persona que ya no estamos juntos. Yo tampoco estoy contigo. Pero podemos. Hay una gran fisura en el tiempo y estoy en labor de parto. Estoy en el club, estoy sangrando, voy al hospital tranquila. El problema es que las contracciones no me duelen. Me dicen: quizá dé a luz en un par de días. No, vas a dar a luz hoy. Sé que estoy sangrando. Es decir, estoy teniendo una amenaza de muerte, pero esto es indicador de parto. Veo mi estómago y no tiene nada. Ya no estoy embarazada. Me cuestiono, trato de buscarla, la toco, trato de angular el tiempo que tengo. Sé en el fondo que ya no la tengo.
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Hay un otorongo suelto en medio del campamento. Mamá lo quiere alimentar. Es un animal salvaje, le decimos, te va a matar. Ella no parece asustada y el otorongo tampoco. Incluso se sube a sus faldas, domesticado. Siempre le tengo miedo al felino. Hace unos meses me quise defender de los leones con una pala del jardín. Ellos fingieron no darse cuenta y sentí que me decían tranquila, no te vamos a atacar.
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María y yo miramos el horizonte, una estrella estalla e ilumina nuestras siluetas. Ahora somos una trinidad. Tres veces la misma persona. Mi madre, delante de nosotras, mira el mismo espectáculo dándonos la espalda. Me acerco a ella y la abrazo, mientras vemos los rezagos de la estrella caer. Lloro delante de mi madre, soy una niña de dos años. Hoy María se casa con un hombre que no conozco. El abrigo que iba a usar tiene quemaduras de cigarro en su interior. Estoy mal vestida y he llegado tarde.
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Hoy me percato que este sueño es a colores, porque sigue siendo de noche y las auroras siguen ahí. Estamos en el club. Hay una enfermedad, alguien está matando. Conseguimos un carro con la amiga y manejamos por la vereda interior, escapando de la vecina. Hemos volteado por donde no hay salida. Vale más correr al camino sin salida que quedarse quieto. Quién sabe, y la vecina cambie de parecer. Salimos del carro al encontrar la pared, ella viene apuntándome con cuchillos. Los lanza por el aire como lo hacen las parejas de circo que por entretener arriesgan la vida de la mujer, y el hombre siempre confía demasiado en sí mismo. Me los lanza como aquel hombre. Puedo ver cómo giran en el aire. Uno se clava frente a mí. Lo agarro y lo lanzo, le cae. Me mira sorprendida. Corremos para salvarnos. Salimos al descampado frente a la mercantil y de pronto mi amiga no está más conmigo. El horizonte está verde por las auroras y coincide con el lugar del ocaso. Todas están descendiendo detrás de las montañas, anunciando que pronto la noche va a ser más oscura que antes. Siento una fuerza enorme que me jala hacia el centro de la tierra. Dos hombres corren al auto para escapar. Les pido con sonidos, sin soltar una sola palabra: por favor, déjenme en mi casa.
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La locura del hombre es una epidemia.
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He comprado la casa de Tingo. Está completamente modificada. Hay una campana atracada en uno de los patios, entre dos vigas. Es una campana enorme de iglesia. Mi mamá está contenta, pero cansada. Dice dos veces: estoy agotada. Todos podemos ayudar, descansa. Le enseño a mi mamá algo bello que pasa a la distancia, parece un torbellino y sus colores son azules fosforescentes. Ella se acerca un poco más, el torbellino avanza hacia ella y la absorbe. Siento que la ha destruido. Le enseñé un desastre y ella se puso adelante. Hoy vamos con mis padres y María a visitar la casa nueva. Aún no es nuestra y logramos entrar por encima de los muros, como prisioneros pero al revés. Me doy cuenta de que nuestro balcón sigue vivo. Hay gatos que nos dan la bienvenida, se cuelgan de los barrotes de metal que están encima del muro de concreto. Dos hombres caminan hacia mí. Me secuestran en mi propia casa. Me van a violar y me van a matar y quizá me violen de nuevo. Me comporto amigablemente, finjo confusión. Les pido alcohol en vez de comida y me siento.
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La fiesta en el club ha terminado. Salgo con unas mujeres que son mis amigas. Estamos con más amigos en las gradas principales. De pronto a uno se le ocurre empujar a otra, están en medio de las gradas. Yo bajo las gradas y empiezo a gritar que alguien llame a una ambulancia. El rostro de mi amiga se ha convertido en el rostro de una mujer que no conozco. Su rostro, hundido de un costado, su cráneo deformado. Su ojo cerrado por el golpe. Mi amiga logra levantarse y empezamos a caminar. Le miro el rostro y veo que se ha restaurado: puede abrir el ojo y habla con coherencia. Regreso al club, esta vez con mis padres, para una segunda fiesta. Todos estamos sentados en mesas y sale Ricardo Arjona a cantar un par de canciones. Arjona me guiña el ojo y se va con los amigos.
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Nuestras nuevas amigas tienen un perro bicolor, de esos con manchas que salen en la tele. Hay mucha gente nueva y todos son adultos, jóvenes en sus treinta, hijos de mineros que van a quedarse más tiempo en el campamento. El trabajo no es pesado para nuestra generación. El campamento tampoco es pesado. Se ha convertido en un punto de encuentro para esta juventud que está dejando de ser joven. Las amigas son dos hermanas que viven en la calle Moquegua y siempre tienen que sacar al perro porque no le permiten estar en su jardín. El padre teme que lo destruya, siempre lo dejan dentro de la casa. Adentro no importa. Dejan al perro encerrado en el baño. Abro la puerta del baño. El perro se escapa y yo escucho su llanto. Intento pintarme la boca como una niña de tres años o como una borracha. Las cosas funcionan aquí de otra manera.
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Estamos en la granja de Kathia, en algún lugar en medio del bosque. Ella tiene un nuevo novio que no conozco. Es de Argentina, la llama gorda y la hace querer vomitar. Él me hace querer vomitar. Todos deciden salir. ¿Puedo ir con ustedes? Kathia responde con una carcajada y se sube a un autobús que parece ser de algún lugar de Europa. Y así me quedo en la casa con su divertido novio y de repente sentimos la necesidad de follar. No me gusta este hombre y ahora estoy haciendo algo que no deseo y confirmo que me dejarás para siempre. Pero yo lo dejo terminar, porque soy una mujer educada. Cada vez que estás con alguien, haces un acuerdo secreto. Quiero un acuerdo secreto con otra persona.
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Tenemos una nueva mascota, es muy pequeño y joven. Está tratando de atrapar algo y mordiendo la esquina de un mueble. Escucho un sonido seco. El perro grita de dolor y se toca el rostro yo lo levanto y veo que gran parte de su cara está rota. Se ha agrietado. Alguien nos ha convencido de ir a un sitio para despedir a la ciudad y nos ha secuestrado. Somos un grupo grande, de veinte o treinta personas. Nos han llevado a un edificio antiguo. Hay seguridad que trabaja para los secuestradores. Y todas las puertas están cerradas. Portan armas, nos van a matar. No quieren dinero. La cabeza de todos es un hombre joven, de tan solo unos veinte años. Parece disfrutar de la miseria. Le gusta ver el miedo mientras apunta con su arma. Un día, él quiere salir a la ciudad y lo convenzo de acompañarlo, con la condición de no hablar, no hacer el ruido mínimo. Puedo entrar a escondidas a uno de los cuartos donde guardan nuestras pertenencias, y recupero mi celular. Lo escondo y me pongo un abrigo largo. Cuando el hombre joven me revisa, olvida tocarme justo allí, donde no. Muy bien, me dice. Porque si encuentro algo te disparo. Yo le hablo como enamorada. Salimos a caminar por las calles desiertas. Yo le agarro la mano y estoy feliz, realmente feliz, porque sé que estoy tan cerca. Él se convence y entramos a un hotel. Me sigue revisando por si tengo algo, me abraza y cae el celular. Pero él no se da cuenta o no quiere darse cuenta. Me habla bien de su madre, pero nervioso, como quien exagera la historia y quiere llorar. Me hace sentir que su madre no lo quiere. Él sabe que no lo quiere. No hacemos sexo. Se le está haciendo tarde y debemos regresar. Yo estoy con pequeñas heridas por todo el cuerpo, como las del perro, que sangran y no cicatrizan. Me miro al espejo oxidado y mi cuerpo sigue sangrando. No hay heridas, mis poros expulsan la sangre que no coagula. Sé que estoy enferma. Sé que quizá voy a morir muy pronto. Yo conozco este lugar. Incluso he estado en esa ciudad. Ahora está sucia y destruida. Solo existen dos tiendas grandes que venden lo básico. Veo a mi hermana entrar a una de esas tiendas con el hombre joven. Él la lleva de la mano, la jala de la mano, orgulloso de estar paseando con ella. Pero la jala. Y ella finge. Yo la llamo, voltea para hablarme solo moviendo los labios, y comprendo todo. Me dice: te encierras e incitas que esto pase, mira dónde me has puesto. Yo le respondo que ya encontré una salida, que la policía está en camino. Me mira con decepción y voltea para seguir caminando por esa tienda sucia con un hombre enfermo en una ciudad que se está cayendo a pedazos.
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Estamos juntos en un barco, hemos decidido salir de vacaciones. He estado tomando mucho, estoy enfermándome de la cabeza. Mi madre llega al barco con mi papá, todos murmuran que le he pegado. Mi mamá me dice que no pudo dormir nada, que cuando le contó a mi papá lo que había pasado enloqueció por completo. Me pregunta si recuerdo lo que pasó la noche anterior. Discuto con mi madre, no recuerdo bien qué nos dijimos. Me voy a un cuarto, me encierro y me toco. Mi madre abre la puerta y me descubre. Ya no siento vergüenza, solo te odio. Recuerdo haberle dicho que como invadió mi espacio privado de nuevo, ahora lo voy a hacer con ella presente. Ella está inmóvil, no sé si la he atado a la cama. La estoy torturando. Mi madre me dice que la violé. Le digo: pero eso no lo recuerdo, no puede ser posible. Me dice que revise los videos porque yo lo había filmado todo. Es espantoso. Quiero matarme porque no me reconozco. Me pregunto cómo pude hacerle esto. Recuerdo. Estoy en una cama, mi madre al costado, hay mucha sangre, me estoy haciendo daño. No sé si le hice daño a ella. No sé si le he hecho daño, me dicen que me introduje objetos. Yo no lo recuerdo. Estoy botando sangre por la boca y mi madre me dice: es suficiente. Mañana desembarcamos. La familia está hablando de cómo se van a recuperar de todo esto. Parece que he estado atacando a todos. Siento la necesidad de matarme por lo que he hecho. Me siento poseída.
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Estoy embarazada de siete meses. Mi madre sostiene un revólver y con rabia lo apunta hacia mi vientre y dispara. Retrocedo, le pido que pare. Que ya lo hizo muchas veces. Cojo el teléfono, hago la llamada desde el baño y mi madre me mira desde su tocador a través del espejo con el rostro vacío. Llega la ambulancia, estoy en emergencia del hospital esperando a que me atiendan. Han priorizado la atención de otros pacientes porque aquí mi caso no es grave. Mi camisón no está manchado con sangre, parece que no hubiera pasado nada. Kathia me mira con asombro y sus ojos me dicen que mi secreto está seguro con ella. Ella también está usando un camisón y tiene un poco más de tiempo de embarazo. Yo trato de esconder el mío, porque no quiero que nadie lo sepa. Mi vientre ya no está hinchado. Las balas y el bebé están desapareciendo. Reviso las heridas de bala y son solo marcas rojas hechas con una pistola de balines. Mi madre me disparó con una pistola de balines.
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Nací demasiados meses antes de tener que hacerlo. Y mi cordón umbilical todavía estaba atado a mi madre para que sobreviviera. La decisión del médico de mantenernos unidas funcionó. Cuando estuve más fuerte, el cordón fue cortado y puesto en la tierra. Sobreviví pegada a los minerales del suelo antes de que pudiera pararme y caminar por mi cuenta. La niña que contó esta historia se fue en uno de los aviones. Y al volar, era la única que no tenía miedo. Ella pensó que ya nada amenazaría su vida. Abrió los brazos mientras estaba en la llanura como si fueran alas. Y cerró los ojos. Mientras tanto, el sonido de fondo era su testimonio: estoy viva y no tengo miedo. El espectáculo de la niña, para ser sincera, me pareció un lavado de cerebro de mierda. Estoy molesta.
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Conozco esta casa, tuvo paredes y columnas de mármol. El primer piso lo han saqueado los ladrones. Han dejado el casco de la casa, yo corro feliz porque la reconozco. Subo las gradas y alguien me persigue. Creo que es mi madre. Yo quiero ir por todas las habitaciones y todos los pasillos que no he podido recorrer. Me advierte que no lo haga. No gires, me dice. Yo giro y voy en sentido contrario a sus indicaciones. Alguien me dice un secreto en una habitación. Dice que realmente estamos solos y que cuando morimos, todo desaparece de nosotros. Nuestro cuerpo puede alimentar el suelo, pero el recuerdo no existe. La conexión que queremos sentir con todo es solo supervivencia. Cuando mueras, vas a estar sola y no va a haber nada al atravesar esa puerta.
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GABRIELA CONCHA Textos y fotografía LARA MORENO GONZALO GOLPE Edición UNDERBAU Diseño gráfico LA TROUPE Preimpresión A.G. PALERMO Impresión ISABEL ZAMBELLI Encuadernación DL 00000000 ISBN M000-00-0000-00
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