El Torta a Los caminos del cante

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Tertúlia flamenca 3a sessió. 13 de gener de 2014

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“Si algún día me da por volver, iré con el alba” JUAN MARIA DE LOS RÍOS.- No recuerdo el día que escuché por primera vez a ‘El Torta’. Tampoco creo que importe. Sí estoy seguro que cambió mi vida. Le dio chispa, alegría, novedad, frescura. Y, sobre todo, tuve el privilegio de convivir con un genio, con alguien que, sin pedirte nada a cambio, te lleva a regiones inexploradas, nuevas, como recién nacidas. Prescindiendo de lo convencional y de lo ya hecho, de lo prefabricado, el cante de Juan es un eterno soñar, un romance sonámbulo, en el que, como decía Federico García Lorca, “nadie sabe lo que pasa ni aun yo, porque el misterio poético es también misterio para el poeta que lo comunica, pero que muchas veces lo ignora. No sabré decir más, ni mucho menos explicar su significado”. El cante de Juan es misterio, duende, como el espíritu divino que sopla donde quiere y del que oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. O también el claro del bosque del que habla María Zambrano: “nada determinado, prefigurado, consabido”. Para Juan, el cante era como la poesía para Rimbaud: “llegar a lo desconocido por el desarreglo de todos los sentidos”. Juan iba más allá de la razón deductiva y discursiva de Descartes, más allá de las ideas claras y distintas. Buscaba la fuente oscura, que mana y corre, aunque es de noche, como decía san Juan de la Cruz. Y, entonces, surgía el duende, una luz en las tinieblas. La inspiración aparecía, como él mismo confesó, “cuando me quedo en blanco, no hay nada dentro de mí nada más que el cante. (…) Es cuando me gusto y me quedo satisfecho. (…) A veces vas premeditado y no te sale”. Instintivamente, el Torta se alejaba de todo oficialismo y andaba siempre por los márgenes, conviviendo con mendigos, perros y seres a los que nadie hace caso. Era ahí donde encontraba las letras de su cante, que nacía de las vivencias, de su drama vital. Juan cantaba su existencia, su ser de carne y hueso. Pero, sobre todo, era cantaor de la aurora, como Ortega y Gasset y Nietzsche eran seres de la aurora para María Zambrano “Yo acaricio a la noche, a la luna y las estrellas, a la mañana y al rocío…”. ‘El Torta’ se ha ido, pero volverá, volverá con el alba: Si algún día me da por volver, Iré con el alba, Como la brisa fresca Que trae la mañana.


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