"El jugador" de Fiódor Dostoyeski

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CAPITULO XVI ¿Qué diré de mi estancia en París? Fue, sin duda, un verdaderodelirio, el colmo de la extravagancia. Pasé en aquella ciudad poco másde tres semanas, al final de las cuales no quedaba nada de mis cienmil francos. Digo solamente cien mil, pues di la otra mitad a la señoritaBlanche, en dinero contante y sonante; cincuenta mil francos enFrancfort, y, tres días más tarde, en París, un cheque por la mismasuma, que hizo efectivo al cabo de una semana. -Et les cent mille francs qui nous restent, tu les mangeras avecmot, mon ouchitel. Me llamaba así siempre. No creo que exista otro espíritu másinteresado, más ávido, más codicioso que el de la señorita Blanche enninguna criatura humana. Pero esto con respecto a su dinero. En lotocante a aquellos cien mil francos, me explicó sin ambages que losnecesitaba para instalarse en París. -Puesto que ahora vivo en una situación decorosa, no quiero perderla; ya he tomado mis medidas para ello -añadió. Por lo demás, yo apenas vi esos cien mil francos. El dinero estuvo siempre en sus manos, y en mi monedero, que inspeccionaba todoslos días, no había nunca más de cien francos, y, la mayoría del tiempo,menos. -Veamos, ¿para qué necesitas dinero? -me decía, ingenuamente. Yo no discutía. Nunca reñía con ella. En cambio, con mi dinero arregló su piso con gran lujo. Y cuando me llevó al nuevo domicilio, dijo, enseñándome las habitaciones:-Para que veas lo que, con gusto y economía, se puede conseguir; conpoco dinero, con una miseria. ¡Una miseria que se eleva, no obstante, a cincuenta mil francos!Los otros cincuenta mil sirvieron para comprar coche y caballos. Dimos dos bailes, es decir, dos veladas, a las cuales vinieron Hortense,Lisette et Cléopatre, mujeres notables desde muchos puntos de vista, eincluso bonitas. Por dos veces tuve que desempeñar el papel absurdode dueño de la casa, acoger y distraer a tenderos enriquecidos, obtusose insoportables por su ignorancia y desvergüenza, a diferentes militares, escritorzuelos vestidos con fracs de moda, guantes de gamuza, conun amor propio y una envidia de la que no tenemos idea en Petersburgo, y ya es mucho decir. Tuvieron la idea de burlarse de mí, pero yome emborraché de champaña y me tumbé en una habitación vecina. Todo esto me resultaba sumamente desagradable. -C'est un ouchitel -les informaba Blanche-. Il a gagné deux centmille francs, y sin mí no hubiera sabido qué hacer. Luego volverá aactuar de preceptor. ¿Saben ustedes de alguna colocación? Habrá quehacer algo por él. Recurrí al champaña con demasiada frecuencia, pues estabasiempre triste y me aburría mortalmente. Vivía en un círculo burgués,mercantil, donde se contaba por céntimos. Los primeros quince días,Blanche no podía sufrirme; me daba perfecta cuenta de ello; cierto queme vestía con elegancia, que me hacía el nudo de la corbata todas lasmañanas, pero, en el fondo de su alma sentía por mí un sincero desprecio. Eso no me interesaba, no ponía en eso la menor atención. Melancólico y abatido,


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