cuento el Baúl.

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Cuento: El baúl.

Viudo y empobrecido después de una prosperidad con los sembradíos de arroz y algodón. Se vio en la necesidad de vender poco a poco las tierras, para que dos hijos estudiaran, fuera unos profesionales radicados y con familias en la capital. Los hijos no han regresado a visitar a serafín, porque no tienen tiempo y ahora viviendo en lujosos apartamentos, con vehículos modernos, les da tedio devolverse en la calurosa ruta a espantar zancudos y fastidiosos jejenes, en búsqueda de incomodidades en una finca adornada con silencios. En un encuentro ocasional de hermanos, recuerdan a su padre y uno de ellos, tal vez el más agradecido, decide visitarlo y viaja en un automóvil soportando el brillo de oro del sol ardiente; y después de horas al volante, queda atrás la carretera pavimentada y se encuentra en un camino conocido entre canales de irrigación en donde un polvo limoso se pega sobre el sudor como un cemento y se adhiere al paisaje y tiña con arcilla la arboleda. Tuerce entre puentes, en donde brotan recuerdos del caminar rumbo a la escuela de la vereda “paso Ancho, se encuentra de improviso con la propiedad del padre, y en donde un árbol de mamoncillos refresca el portillo de alambre de púas y palos atravesados; es el mismo portillo de siempre, remendado con alambre dulce y grapas nuevas. Penetra bajo una nube de polvo y el silencio le da la bienvenida. Mira a su alrededor y tan solo un vacío de existencia habita el lugar; el jardín de la casa tejida con telarañas yace entre chamizas resecas, sin hojas, sin flores, sin el aroma a jazmines metido en la memoria.

Un humo grisáceo duerme en el ambiente vestido de recuerdos y penetrado por el ácido del abandono. Entre las paredes rusticas de la cocina, un hombre en la decrepitud de la existencia, le da vueltas a un molinillo que gira lento con andadura de viejo y dentro de una olleta chocolatera vuelan los pensamientos. Serafín viste con ropa humilde y calzado unas chanclas de caucho, quien lo observa pensativo y melancólico.


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