Otoño ruso

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estoy viendo que me voy a quedar privada en una silla de ruedas, porque esta prótesis, el médico dirá lo que quiera, pero a mí se me encasquilla. Y esta chica, Matilde, por mucho que tú te empeñes a mí no me sabe llevar. ¡Ay, no sé yo lo que va a ser esto! -Vamos a la cocina, Tatiana. -Tira, hija, tira. Mira a ver qué me está haciendo... ... -Ven, Tatiana, entra, cierra la puerta, anda, que no nos oigan. Lo del techo ni en broma, ¿eh, Tatiana? ¡Pero ni en broma! Tienes que tener un poco de paciencia. En el fondo no es mala. Ya verás cómo en el fondo no es mala. -No se preocupe. Sólo hace que hablar y hablar. Pero yo no le puse remolacha sola, le puse un grosz. -¿Un qué? -Un grosz. Es en Rusia como aquí el cocido. -Seguro que está riquísimo. Tú no te preocupes por eso. Déjala que lo suelte todo por la boca. ¿Ha venido Bernardo esta mañana? -No. Bueno, si no ha venido cuando yo bajé a comprar el pan... -¿Y ayer vino? -Tampoco. -Es que dijo que iba a venir... -Las facturas son estas. Ha venido también el recibo del Ocaso. -¿Tienes fuego? Me voy a fumar un cigarro contigo. Lo había vuelto a dejar, pero es que... ¿Y cuándo vino entonces? -Esta mañana. He dejado el recibo en la consolita. -No, me refiero a Bernardo. -Bernardo no ha venido por aquí. Yo no lo he visto.

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