La lucha contra el demonio

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luz, realizada con pasión vampiresca. Sólo los espíritus demoníacos son capaces de abrirse tan completamente al milagro de la luz, con sus nervios, con su pintura, con su música y con sus palabras. Pero la sangre de Nietzsche no sería sangre de poseso si pudiera saciarse con alguna embriaguez; por eso sigue buscando algo superior al sur, a Italia; busca más luz, más claridad. Del mismo modo que Hölderlin lleva su Hellas a Asia, a Oriente, a los países bárbaros, así también la pasión de Nietzsche lanza destellos pasionales hacia un nuevo éxtasis, un éxtasis tropical, africano. Ya no quiere la luz del Sol, sino su fuego, una luz que hiera cruelmente, en vez de rodear de claridad las cosas que ilumina; quiere un espasmo de placer en vez de serenidad; su anhelo se hace infinito cuando busca convertir en embriaguez las excitaciones de los sentidos; quiere hacer de la danza un vuelo, y subir hasta el rojo vivo el calor vital. Y mientras tales deseos congestionan sus arterias, el idioma no basta ya para expresarlos; se ha vuelto demasiado limitado, pesado y material. Necesita un nuevo instrumento para esa danza dionisíaca que ha empezado en él por una embriaguez; necesita más libertad que la que le permite la rigidez de las palabras, y por eso se refugia en la música. La música del sur se convierte en su último anhelo, en su última inspiración: una música en la que la claridad se ha hecho melodía y en la que el espíritu adquiere nuevas alas. Y la busca; la busca en todos los tiempos y en todos los lugares, sin encontrarla jamás... hasta que él mismo la inventa. EL REFUGIO EN LA MÚSICA ¡Dorada serenidad, ven! La música había estado en Nietzsche desde el principio, pero de un modo latente y apartada por una fuerte voluntad de justificación espiritual. Cuando niño, entusiasmaba a sus amigos con sus audaces improvisaciones; en sus cuadernos de escuela se encuentran múltiples alusiones a composiciones propias. Pero cuanto más se inclina por los estudios filológicos primero y filosóficos después, tanto más va limitando ese empuje de su naturaleza que quiere abrirse paso. La música es sólo para el joven estudiante una especie de opio, un descanso, un entretenimiento, como el teatro, la literatura, la equitación, la esgrima o cualquier otro ejercicio gimnástico. Por esa cuidadosa canalización, por esa consciente oclusión, ninguna gota puede filtrarse para caer, fecundándola, sobre la obra de la primera época de Nietzsche. Al escribir El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música, ésta no es más que un tema, un objeto, pero no una modulación del sentimiento musical que se introduzca en su estilo, en su poesía o en su pensamiento. Incluso los ensayos líricos de su juventud están desprovistos 159


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