Puentes de pasión

Page 1

Esta obra estĂĄ bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 EspaĂąa

1


Presentación del pregonero Por José Ángel Fernández Pérez

Muchas gracias, y a todos los presentes, buenas noches. Me van a permitir un comienzo así de breve porque quiero dejar los saludos protocolarios para quien va a tomar la palabra a continuación. Estoy aquí esta noche para presentar al Pregonero de la Hermandad de Pasión de este año, y créanme que, a pesar de ser primerizo en estas situaciones, considero esta oportunidad como un regalo. Esta es una de esas ocasiones en las que se nos pide que hagamos cosas que no sólo son gratificantes –hablar de un amigo siempre lo es–, sino que además son fáciles, porque las vivencias cofrades de este pregonero son de tal calado, que solo con pronunciar su nombre ya tendría casi todo el trabajo hecho. Los datos objetivos se dicen más o menos pronto, y aunque vienen poco al caso, son ineludibles: nació en Almería un 4 de abril; estudió Biblioteconomía y Documentación en la Universidad de Granada; amplió sus conocimientos con la Licenciatura en Humanidades; trabaja como facultativo en la Biblioteca de la Universidad de Almería; lleva más de 20 años trabajando rodeado de libros, y eso deja huella; y como muchos de Vds. ya saben, no es nuevo en estas lides porque ha ocupado mi lugar –el de presentador– y el suyo esta noche –el de pregonero– en numerosas ocasiones. Esos son datos objetivos. Pero son las otras cosas de su vida las que me parecen más importantes, y las que quiero resaltar porque justifican sobradamente que él ocupe hoy este atril: Ha puesto voz a nuestra Semana Santa, a través de la radio y la televisión. Ha pregonado la juventud de un Dios prendío. Ha buscado y encontrado respuestas a preguntas que nadie más se había hecho, para así darle a una Angustia su historia. Ha exaltado la dulzura del triángulo perfecto que vive en Santiago. Abrió puertas y ventanas, en esta Almería nuestra, para que los vientos de la Gloria de María llegaran hasta nosotros. 2


Y se renueva cada Miércoles Santo mostrándole a los suyos el camino, abriendo para ellos la puerta más importante para un Estudiante. Créanme si les digo que podría hacer ahora mismo –a golpe de amistad– un pregón del pregonero, pero como debo ser breve, se lo voy a resumir en mi particular cuenta atrás: tres…dos…uno: Tres conceptos que le alimentan el alma: arte, Almería y Semana Santa Dos sentimientos que le arraigan la vida: Amor y Esperanza Y un nombre como un estandarte: Antonio Salmerón… Esta noche, las puertas de Santa Teresa se abren de par en par, y yo pido la venia para la cruz guía de Estudiantes, y os solicito a todos, que en estos minutos sin tiempo le sigamos, como si fuésemos un Estudiante más, por el camino de Pasión que esta noche nos propone. Antonio, tuyo es el atril.

3


XVII Pregón de la Hermandad de Pasión Por Antonio Salmerón Gil

A mi padre.

1. Memorare: Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María!, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorando vuestra asistencia y reclamando vuestro socorro, haya sido desamparado. Animado por esta confianza, a Vos también acudo, ¡oh Madre, Virgen de las vírgenes!, y gimiendo bajo el peso de mis temores me atrevo a comparecer ante vuestra presencia soberana. ¡Oh Madre de Dios!, no desechéis mis súplicas, antes bien, escuchadlas y acogedlas benignamente. Y por eso… Bajo tu amparo amoroso me acojo Indefenso una, cien y mil veces porque se de tus brazos siempre abiertos, de tu amor y mi esperanza confiada. A tu amparo vuelvo a acogerme, Señora, esperando que simple guiño tuyo o una sonrisa sean capaces de arrancar de lo más hondo la digna prenda apasionada que mereces. Sopla sobre mi corazón, pule mis pensamientos y permíteme acercarme a tu regazo; lejos de ti tan sólo hay frío, y ahora especialmente necesito sentir que tu mano agarra con fuerza la mía.

2. Saludos, disculpas y agradecimientos -

Sra. Hermana Mayor, miembros de la Junta de Gobierno y Hermanos de Pasión. Sr. Vicario General, querido Tomás. Representantes del Colegio Oficial de Médicos. Hermanos Mayores, miembros de la Agrupación de HH. Y CC. de Almería y de las demás Hermandades aquí presentes. Sr. D. Antonio Asensio, diácono permanente Demás autoridades, hermanos y amigos todos. 4


También me hubiera gustado saludarle personalmente, Don Manuel, pero parece que esta primavera trae demasiado afilada la guadaña. Sé que la vida sigue y que Dios proveerá, pero debe Vd. saber que deja un hueco grande en esta Hermandad, en su parroquia y en toda la diócesis, además de en el corazón de todos aquellos que tuvimos la suerte de aprender algo a su lado. Sé que su sencillez y bondad bastan para que se le abran todas las puertas y también sé que, de una forma u otra, nos acompaña ahora. Que larga ha sido esta cuenta atrás. Y hemos esperado tanto, más de lo que cualquiera puede imaginar a priori, que se han ido acumulando muchas cosas que decir en estas mis primeras palabras. Podría silenciarlas sin que nadie echara nada en falta, pero por honestidad me gustaría descubrirlas, puestas como cartas sobre la mesa, para poder sentirme mucho más sereno a la hora de poder cantar, contar o simplemente susurrar esta arquitectura efímera de sonidos que traigo conmigo y que no tiene más pretensiones que animar vuestra imaginación y estimular vuestros sentimientos. Hemos esperado todos tanto tiempo que me parece más oportuno y sincero comenzar no con los protocolarios agradecimientos iniciales, sino de la forma diametralmente opuesta. Hoy quiero empezar pidiéndoos disculpas, y la primera de ellas va a ir dirigida especialmente a uno de vosotros, hermanos de Pasión. Quizá ya ni te acuerdes, Pedro, pero disculpa que haya retrasado tanto este momento; aunque no lo creas, no fue nada fácil para mí decir que no aquella noche, pero a veces uno siente la necesidad de pararse a pensar si merece la pena correr tanto hacia no se sabe muy bien dónde. En aquel momento necesitaba un tiempo de silencio para observar desde la distancia como espectador, y no como actor, porque tenía la sensación de que apenas me quedaba texto por declamar. No había nada más, sólo la necesidad de alejarme por un tiempo para seguir macerando a su amor las sensaciones y las palabras con las que poder decir. Ha pasado el tiempo, llevándose muchas circunstancias y trayendo otras. Y presento mi segunda disculpa a todos vosotros porque vuelvo con cierto temor. Después de diez años de silencio, miro hacia atrás y no puedo evitar sentir vértigo. Porque creo que dejé en Santiago el mejor de mis regalos a quien nunca lo esperó recibir; y tras aquella copla sentida del “te echo de menos” temo que mi frente, mis manos y mi boca no volverán jamás a afinar tanto. Acepté con alegría este deber que hoy nos reúne, pero desde el principio me pesó la responsabilidad de no llegar a cubrir a vuestras expectativas, porque ha sido mucho el tiempo de silencio y ahora supone volver a arrancar una vieja máquina parada. Miedo también por no defraudar a los que apostaron, creo que casi sin saber, por el hilván de mis palabras, miedo por ser el primer Estudiante al que habéis abierto generosos vuestra puerta para que alce la voz en Santa Teresa; miedo porque, acostumbrado a construir con pilares de vivencias, creo no haber compartido con vosotros lo suficiente para dar un apoyo firme a mi discurso. Y parte de lo poco compartido ha resultado tan incómodo y doloroso, que no sé cómo manejarme ni qué hacer con todo ello. No sé si la proclama que os traigo hoy será la más bella; de lo que no tengo duda alguna es de que ha sido para mí la más dolorosa, porque sin quererlo se ha ido fraguando con un calor hiriente y cincelando a golpes de martillo y yunque. Quizá sean los cantes de minas que, como un eslabón, me regresan y encadenan al vacío de una Soledad circunstancial; quizá sea el melisma apagado de un taranto cabal. 5


Perdonad todos estos temores que no puedo evitar. Intentaré amarrarlos fuerte con espartos trenzados de sinceras gracias para que estorben lo menos posible sin emborronar el resto. Confiad en que todo lo que traigo conmigo está salido del corazón y modelado con el tacto del cariño. Porque sé que este cariño que hoy intento devolver es el mismo que llevaba ya tiempo dándome toques de atención con sus dedos sobre el hombro. Así pues, ante tantas manos tendidas con guiños de ánimo sinceros, vengan, ahora sí, las gracias a todos los que de una forma u otra habéis dejado vuestra impronta en estos papeles que quieren ser algo más que un simple trámite de cuaresma: Gracias en primer lugar a José Ángel, por sus palabras de esta noche, pero también por todo lo vivido durante todos estos años. Como enseña la parábola, mira, Jose, lo que ha dado de sí un simple grano de mostaza… Sé que hoy has sido capaz de hacer por mí lo que jamás hubieses imaginado ni aceptado, pero es que eres un pedazo de cofrade, huérfano de hermandad, al que no hace falta llamar para obtener la mejor de las respuestas. Gracias por tu disponibilidad, tu consejo, y tu amistad con mayúsculas. Gracias por la complicidad del día a día, por darme alas o por sujetar mis pies en el suelo según toque. Pero sobre todo, gracias por andar siempre cerca. Y gracias a esos amigos nuestros que por primera vez nos ven juntos de esta guisa. Espero que os sorprenda gratamente esta intimidad velada que hoy os descubrimos. Gracias a mi familia, la de mi casa y la de mi sangre, por apoyar siempre a este loco Estudiante y por dejaros arrastrar también vosotros por esta verde locura. Sé que soy un caso perdido, pero quizá por asumirlo también vosotros me hacéis todo mucho más fácil. Gracias a quien insistió durante años; a quien puso más ilusión en un principio y después sufrió como propios los avatares de todo esto. Aunque seas impetuoso y visceral hay que confiar en que todo llega, pero quizá no cuando deseamos. Todo es cuestión de esperar… tú lo sabes. Sé que mi ángel de la guarda vela para que se mantenga intacto nuestro cariño y para que siga reflejándose en tus ojos el niño que fui y que bebía la luz de aquel patio de San Telmo donde comenzaron nuestros sueños cofrades. Gracias a vosotros, hermanos y amigos Estudiantes. Vuestra presencia hoy es calor que me abriga del frío de estos miedos… Pero gracias también por dejarme ser, hacer y aprender cada día de vosotros. Siempre he dicho que a las cofradías las hacemos fundamentalmente las personas, y por eso nunca olvido que detrás de mi o de mis palabras muchos verán a esa hermandad que juntos formamos. Por eso, sólo espero que la inversión del tiempo robado le gane réditos de cariño y respeto allá por donde yo vaya. Gracias a los hermanos de Pasión amigos que desde el principio me habéis ofrecido vuestra ayuda en todo aquello que pudiera necesitar. Gracias por vuestra disponibilidad y amabilidad, por querer que haga mía la que es vuestra casa. Gracias por compartir conmigo la intimidad de vuestra hermandad para enriquecer mi paleta de morados con los que poder colorear con trazos firmes y ciertos. Y por último, gracias a Carmen Pantoja como punto de convergencia de toda la Hermandad de Pasión, pero además como amiga y hermana. Supongo que ella, en gran medida, es responsable de que hoy me encuentre aquí, pero esta “culpa” suya tiene su origen muchos 6


años atrás. Porque fue ella la que anotó en un papel cuadriculado el nombre de un niño de la Almedina que quería ser cofrade. Y sin saberlo, conforme iba trazando aquellas tres simples palabras, iba definiendo el que sería su lugar y destino. Hay imágenes que jamás se borran y hay hechos que, por cotidianos, nunca imaginaríamos la repercusión de sus efectos. Y aquí estamos los dos, muchos años después. Llevo tiempo queriendo arrancarte una sonrisa. Espero conseguirla de satisfacción esta noche y, ¿por qué no?, también espero conseguir de ti alguna lágrima de emoción para compensar a todas aquellas que han ido brotando solas. Además, me gustaría que me permitieseis dedicar mi participación de hoy a mi padre. El sabe que para mí es más fácil escribir que decir, y aunque esta no sea disculpa, traigo tejido en estos renglones mucho de lo que me avergonzaría decirle mirándolo a los ojos. Sé que a él no le hace falta oír nada, pero, a estas alturas, para mí nunca va a ser suficiente. ¡Ay!, Francis, que rabia me da que mis dedicatorias siempre lleguen tarde… Así pues, cumplidos todos, es el momento de empezar. A pesar de todos los temores, dificultades y del viento en contra, comienza aquí este pregón apasionado. No esperéis de mí palabras de profundo contenido teológico porque no soy la persona más adecuada ni estoy preparado para ello. Yo no tengo más mérito que el de ser un cofrade más de esta ciudad, si es que eso constituye mérito alguno, ni más ciencia ni conocimientos que los adquiridos poco a poco a lo largo de una vida que gravita en torno esto: a nuestra peculiar forma de vivir la fe. Espero que tan poca cosa sea suficiente para alejar las lluvias, despejar todas las nubes e imaginar juntos el más extraordinario de los amaneceres de un cada vez más cercano Lunes Santo.

3. El XVII pregón que no fue Dicen que el pregón debe ser el pistoletazo de salida de una hermandad, el discurso elogioso que anuncie a propios y extraños la inminente celebración del día y del acto más importante para ella, la proclama que enardezca el ánimo de todos y nos invite a participar con la sangre caliente… Y el año pasado, yo venía dispuesto a trabajar para conseguirlo. Siempre me ha gustado lidiar con un tema para dibujarlo y perfilarlo con palabras; y mis papeles se estaban llenando de trazos que hablaban de la fe, porque la celebrábamos ese año, y del que yo presentía como momento de cambio, de final de una época. A pesar de la aspereza con la que entraba marzo, yo seguía esperando picar al toro en el intento de extraerle toda su nobleza y bravura… sin embargo, el paso de las horas finalmente me dejaron esperándolo frente a frente a portagayola. Y comenzó a llover… Pero no se suspendió la lidia. Se adelantaron cuatro días los llorosos clarines y aquel cinco de marzo se irguió el pregonero en su atril y empezó a declamar su pregón. Nadie mejor que él a quien cederle mis trazos, nadie mejor que él para hablar de la fe y de ese tiempo de cambio... Porque su silencio fue capaz de convocar a más almas que todos los pregoneros que tomaron café aquella tarde, porque su mensaje caló más hondo que la lluvia de primavera y vio 7


madurar los frutos aquel mismo día, porque, al contrario de lo que algunos dijeron, consiguió que Pasión fuera más Pasión que cualquier otro Lunes Santo. Por eso, hermanos, sentíos satisfechos, porque el año pasado os pregonó quien soñó, parió, crió y mimó a esta Hermandad hasta que llegó el momento de soltarla de su mano para que empezase a andar sola. Y no hubo aplausos condescendientes ni felicitaciones por cortesía; sólo un austero silencio y lágrimas sinceras de emoción que arrasaron los ojos de nuestra Semana Santa toda. Así que, maestro, tomo de ti la alternativa, pero que difícil me lo pones si quieres que me acerque un poco a tu pregón del año pasado. Porque aunque el tuyo sea el único que no se vea publicado en boletín alguno, será sin duda el de más alcance y el más recordado por todos a lo largo de los años. Muchas gracias por venir y escuchar atento mis palabras.

4. Puentes Estaréis pensando ahora cual es el tema de esta tarde y lo cierto es que vuelvo con otros dos en pugna, como agua y aceite por saber cual quedará por encima. Pero como un pregón es fugaz y fruto del instante, el peso de lo vivido en los últimos días, sorprendentemente amargo, es siempre quien decide por dónde seguirá el hilo. Así que, dejémonos sorprender. Para mí, además, preparar todas estas palabras viene a ser una especie de catarsis que me remueve por dentro sensaciones y sentimientos con ansias de aflorar, así que no quiero perder la ocasión de compartir esta noche los primeros que surgieron. Para la mayoría de vosotros puede que no signifiquen nada; en cualquier caso sólo deseo que sean escuchados y entendidos sin intención alguna de reproche, porque están salidos del alma de aquel Antoñillo que unos pocos conocieron, seguramente los mismos que pensaron en él para que estuviera aquí y ahora. Y estos sentimientos son recuerdos de una casa frente al muro de las Puras, de flores de papel para adornar un patio, de manos de cal a una caseta en el puerto, de trocitos de plata llegados de cualquier parte. Era sentirse mayor entre mayores en la bodega Montenegro y niño entre niños en la plaza Bendicho. Significaba ser feliz, muy feliz, como una pieza más en un complicado engranaje. Pero se separaron, sin yo entenderlo, las dos orillas y mientras guardaba la esperanza de que el diálogo volviera a unirlas, ya no regresaron a la placeta algunos de los niños que me hacían sonreír. Debo confesar que me sentí culpable, con los pies en la corriente mientras tendía los brazos a ambos lados sin saber cuál era la ribera más cercana, o la más segura. Hasta que alguien lanzó una soga y me atrajo hacia sí. Ya en tierra firme vi claramente dos caminos; por uno caminaba yo, por el otro, que presentía opuesto, veía espaldas que se alejaban y con las que poco más volví a compartir. Con el paso de los años y la madurez he aprendido que no hay caminos opuestos sino paralelos, es más, yo diría que se trata del mismo camino porque pisamos la misma tierra, aunque distintas veamos las flores del margen. Con el paso de los años somos más los peregrinos que andamos por cada una de las sendas y a nuestro caminar se han venido a unir y a compartir nuevos pasos sin preguntar el origen de los nuestros y continúan firmes por las 8


veredas que al final nos conducirán a todos al mismo destino. Por todo ello, creo que a lo largo de este viaje nadie merece distancia, sino ánimos, apoyo y manos tendidas. Si alguien guarda algún resquemor del tiempo vivido, es hora de enterrarlo. Si alguien sigue empeñado en apartar lo que tiende a unirse, pierde el tiempo y las fuerzas. Porque el año pasado el pregón plantó las cimbras y las primeras piedras de un puente que volviera a unir esas dos orillas. Y este año no tengo más intención ni misión que cerciorarme de que así sea. Cada uno de nosotros tiene en su corazón una clave que encaja hasta cerrar un arco. Y hay que allanar el camino para poder avanzar sin que nos frene una carga innecesaria. Vamos a terminar de construir y a cruzar este puente de hermandad para conocernos o reconocernos, para amar lo que el otro ama. Cada uno de nosotros no tenemos nada más valioso que aquello que amamos y nada nos ilusiona tanto como percibir en los demás su aprecio. Vamos a dejar que la devoción fluya y atraiga hacia sí sin barreras, porque por encima de las personas que hacemos las hermandades están quienes les dan su nombre y dimensiones. Es el momento de sentir y compartir como propio lo ajeno para enriquecernos todos, porque aún nos queda mucho camino por recorrer irremediablemente juntos. Algo así vino a decir D. Manuel en su carta de hace dos años: Que nuestro caminar con esfuerzo y sacrificio sea testimonio del deseo de un cambio en nuestra vida y de seguir caminando tras el Nazareno por los caminos del bien y la verdad. El bien y la verdad; esa verdad que estoy obligado siempre a cantar que nos hará libres… Dos caminos paralelos para un solo camino estable y sólido que recorrer. Yo sólo vengo a esbozar sobre él puentes si es que quedan vados por salvar, puentes sobre los que circule libremente la comunicación, el respeto, la amistad, el cariño. Puentes que unan un Lunes y un Miércoles Santo, puentes que os traigan por calles antaño recorridas y que estoy seguro que algunos echabais de menos, puentes para volver a comprobar la estrechez del Cubo, puentes para que regresen por Bendicho mis niños, y ya también los niños de mis niños, para que así Celia Viñas vuelva a recitarnos juntos canciones tontas del sur. Yo sólo quiero dibujar puentes; puentes para poder buscarte, puentes para que me encuentres.

5. Juventud apasionada Hay quien con todo el cariño me dice que tengo muy mala memoria, pero no es así. Si hay algo de valor que fluya en mi cabeza es sin duda la balsa que, despacio y con calma, se va llenando de recuerdos. Historias o imágenes que, como el agua, se mueven con libertad jugando a recalar para hundirse en el fondo o volviendo a emerger para respirar en la superficie. Cada día soy más consciente del paso de los años porque la fuente de los días sigue manando, y trae disueltas consigo nuevas experiencias que se suman a las ya contenidas. A poco que bucee en esas aguas tranquilas puedo ver las caras de todas y cada una de las personas con las que viví y con las que sigo conviviendo, aquellas que me enseñaron lo que sabían y con las que he ido aprendiendo poco a poco mientras el reloj de los días seguía marchando lento. Hoy, aspiro a ser como cualquiera de ellos y abrir las compuertas de esta acequia para hacerles llegar a los 9


más jóvenes todo lo que sé, todo lo que viví y enseñarles a amar lo que amo y, a ser posible, con más fuerza que lo amo yo. Porque siempre es necesaria savia nueva para que se perpetúe nuestra pasión a lo largo de los años. Doña Carmen Belda y yo apenas nos conocemos, pero me siento compañero de viaje y heredero de sus pasos, porque sus manos cogieron otras manos que se asieron a otras y éstas a otras nuevas. Y así repetida y consecutivamente, en un bucle finito, hasta el día que yo sentí unas manos tendidas a las que decidí agarrarme. Han pasado los años y Antoñillo se quedó rebajando la cera de los faroles entre los muros polvorientos de la torre; yo ya no soy un joven más de entre vosotros con la vehemencia de mis veinte años. Pero al veros, jóvenes de Pasión, regresáis a mi memoria todo lo bueno y todo lo bello vivido al calor de los Estudiantes. Y os envidio, porque el tiempo presente ha hecho a vuestra generación más permeable, más transversal, despreocupada por completo de los colores del cordón de la medalla de quienes comparten con vosotros. Jóvenes de Pasión, mi admiración por haber sido precisamente vosotros quienes habéis proyectado primero los puentes que yo ahora simplemente trazo y coloreo. Puentes de apellidos vinculados indefectiblemente al verde de la Esperanza, puentes de inocentes devociones compartidas que buscan su misma trabajadera en días distintos, puentes empedrados por el amor y empeñados en emparejar orillas distintas… Gracias a todos por la pasión de vuestra juventud altruista y por vuestros pasos con aplomo al frente. Vuestra Hermandad de Pasión debe sentirse orgullosa y puede respirar tranquila al disponer de vosotros, juventud apasionada, y os animo a continuar con paso firme trabajando con tesón por todo aquello que aspiráis para vuestra hermandad. Ella os irá sorprendiendo a lo largo del camino con miles de sensaciones y vivencias que jamás podréis encontrar en otro sitio, sensaciones y vivencias que se irán convirtiendo poco a poco en vuestros más preciados recuerdos, pero vosotros deberéis ir entregando a cambio vuestro esfuerzo e ilusión. Agarraos bien fuerte de la mano de la generación anterior para aprender a respirar, a vivir, a sentir la pasión de esta maravilla que os ofrecen con generosidad. Aprended a dialogar, a asumir, a construir y a extender esta pieza de tela morada que nunca debe llegar a mostrar su canuto final de cartón por mucho que se tire de ella. Sois el futuro, juventud apasionada, pero ya sois también realidad presente que debe tender su otra mano para acoger, enseñar y compartir todo aquello que ahora aprendéis y vivís. Os aseguro que el tiempo pasa tan rápido que a veces ni uno mismo sabe con certeza donde está el límite entre sus estadios, pero tampoco debe preocuparos mientras vuestro corazón lata con nobleza y con ganas. Decía que os admiro, os envidio y os animo regalándoos mi primera imagen de palabras. La casualidad ha querido también tender su puente y unir con el número siete este séptimo y último pregón con aquel primero dedicado a la juventud del Prendimiento. Sin lanzar el dado, la oca salta de puente a puente para que las séptimas páginas de ambos queden ilustradas con un incensario. Porque, al fin y al cabo, eso es para mí una hermandad; un gran incensario en cuya cazoleta arden brasas de carbones encendidos con nuestros deseos e ilusiones, con todo aquello que somos, queremos y compartimos. Pero el carbón por sí solo no es nada, necesita del incienso para tener sentido y lanzar el mejor de los perfumes. Y eso somos todos y cada uno de nosotros: granos de incienso que deben saltar al fuego para fundirse con los demás hasta convertirse en altas y rizadas volutas de humo blanco. Cada uno a su momento, cuando 10


esté preparado, y cuando sea consciente de que la cucharada anterior se está consumiendo, aunque con tranquilidad y paciencia, porque esta es una carrera de fondo en la que se trata de fundirse, y no de quemarse a destiempo. Sólo así tendrán verdaderamente sentido nuestras hermandades, si somos capaces de mantener siempre encendido el incensario que somos para poder aromatizar hasta el último rincón con el olor de las buenas obras. Juventud apasionada: está empezando vuestro momento. Y sé que vuestra hermandad os facilita el camino porque os necesita, pero por encima de eso, se siente orgullosa de todos vosotros. Aprovechad cada instante y lección de esta gran escuela para ser ejemplo fuera de estos muros, para ser más humanos y para ser mejores cristianos.

6. Un Lunes Santo figurado. Voy a seguir dibujando más puentes. Puentes en el espacio a los que trazar con compás sus arcos, a los que calcular con pasión su estructura, puentes a los que equilibrar sus empujes. Y ya puestos, ¿por qué no atreverme a dibujar puentes en el tiempo? Es tan fácil como plantar los pilones sobre la memoria, atirantar bien los cables al futuro y dejar reposar el tablero para que pueda conducirnos directamente a la tarde del Lunes Santo. La Almería encantadora nos regresa las rugosas y pardas vagonetas venidas del Zenete y cargadas de mineral. Por Santa Fe ya sonó el silbato del tren para que el azahar se subiera en marcha, porque llegar por el río era demasiado lento y su olor es tan efímero… A la media tarde, sobre los primeros arcos del cargadero, se detiene el cansado convoy. Todo el mundo sabe que es la hora cuando suena puntual y exacta la escandalosa sirena de Oliveros. Ya ha acabado la jornada de trabajo, pero esta tarde no salen apresurados y entre risas los trabajadores de los talleres. Porque hoy es Lunes Santo y es tarde de Pasión para sentirla y vivirla. Aquel taller de amplias y calurosas naves fue sacralizado por la monja andariega en uno de sus viajes más recientes; la vieja sirena, encargada de marcar las entradas y salidas, se fundió en campana y subió a lo alto de la torre para convocar con mayor dulzura. Los obreros, los mismos que se disolvían por todas las calles de la ciudad buscando el camino más corto hasta sus casas, marchan ahora despacio y uniformes en una procesión de fe que parece resistirse a entregar su última manufactura al otro lado de la Rambla. Porque después de hacer vigas de puentes a la estación, columnas de hierro escondidas por los bajos de la ciudad y hasta un discóbolo que se ejercita en el parque, fueron tan ambiciosos y depuraron tanto su técnica y creatividad que llegaron a fundir al Hijo de Dios en bronce. Ellos lo soñaron mayestático, como un monarca ecuestre, de regia testa erguida con riendas y cetro en sus manos. Sin embargo, fue tanto el amor echado al horno que la aleación se alteró y, al enfriarse el molde, descubrieron que su rey estaba caído en el suelo, humillado y abatido por el peso de la bestia y de su cetro que, perpendiculares y cruzados, cayeron sobre su hombro. Desanimados y fracasados se acercaron a su malogrado rey, como escoria aún caliente, y descubrieron con admiración su perfil perfecto, sus modeladas facciones, sus líneas 11


puras de clásica serenidad. En sus delicadas manos se concentraba todo el poder y la gloria, mientras que en la dulzura de sus ojos podían leerse tres versículos de agua viva que se cuajaban sobre sus pómulos. Y le pusieron por nombre Pasión. Pasión por la crueldad del instante, pero además por todo el amor tan cálido que afloraba por los poros de su piel. Las Jesuitinas le cedieron el frescor de su patio y sus flores para menguar el dolor de la rodilla herida, como bálsamo de eterna primavera con el que enjugar su rostro, desdibujado ya por un arroyo amargo de sangre. Sin embargo, con el paso de los años, El prefirió volver al calor de su fragua, al fuego del arrobo místico y la pasión que un día lo vieron nacer. Desde allí parte cada tarde de Lunes Santo. El cielo anaranjado se tornasola con sus reflejos nazarenos, y cae una, dos y tres veces en largas “chicotás” amargas que le acercan cada vez más al sol de poniente, al lugar de su suplicio. Qué lejos queda ya aquel día glorioso que de la Catedral volvías para acercarte por fin a la gente que te esperaba. Era una Vía Dolorosa inversa y su novena estación te condujo hasta cruzar uno de los puentes de aquella rambla honda y seca. Hoy, caes sobre el mismo suelo y aunque ya no los ves, yo cada año te sigo dibujando nuevos puentes; puentes para poder buscarte, puentes para que me encuentres… Y allí me tienes esperándote, en la puerta de mi casa, con los últimos pasos de una ruta mudéjar que hasta la puerta de la Catedral te regresa. Y yo te miro, y tú me miras, y la gente pasa inadvertida de la rabia que me corre dentro. Y yo te pido, y tú susurras: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). “Y la Salud”, te digo yo. “Salud también es tu nombre y Salud es lo único que ahora te pido”. Y mientras tu bajas la calle a paso largo racheado y mis ojos por tu espalda se deslizan arrasados, te detienes un instante y musitas agotado y roto: «El que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12). Desconcertado me dejas, Señor, en medio del relente de la plaza; desorientado y frío entre la muchedumbre. Y aunque sepa que escribes derecho con renglones torcidos, guardo un último cartucho que le presentaré a Ella cuando sus ojos me miren por la calle del Cubo. Porque sé que Ella es también puente de unión de dos extremos, mediadora confiable entre Dios y los hombres. A ti María, que eres Madre de Dios, Madre de Jesucristo y Auxilio de los cristianos, a ti ahora te invoco como Salud de los enfermos. A ti confío mis preocupaciones y este corazón maltrecho con la Esperanza de que puedas tensar este puente colgante en el que me tambaleo… Pero se abrió a tus dedos la pasiflora. Y mientras me invitabas a oler sus clavos y sus espinas, mientras los siete puñales de tus lágrimas se me clavaban más adentro, del arrullo de tus labios de rosa sonó el beso de una nana: “Soy también Consuelo de los afligidos y Madre de los Desamparados. Si estás abatido ven conmigo a ver el mar al Mar de llantos apagados”.

12


Y llamó la mano de Miguel Ángel con un golpe certero y metálico, un golpe más para golpear a ese golpe que a todos nos ha hecho tanto daño. Y se aleja del sol y su cartel la Virgen de los Desamparados en su gloria de oro, plata y rubí, como la reina del Lunes Santo, para llegar hasta el convento donde siempre huele a nardos y encontrarse con el Mar que aquí llegó naufragando. Hay un silencio profundo por saber qué se dicen, qué se cuentan después de todo un año sin verse, franqueada ya la puerta. Y nadie repara en que el niño no está en el brazo de nadie, ni en el camarín, ni dormido tras el cristal que nunca se abre. Todo el mundo sólo observa qué se dicen Madre y Madre… Pero son frases tan dulces, y con palabras tan suaves que ni un alma escucha nada mientras todas rezan la Salve… Fray Antonio, tan bueno, es el único que sabe que cada tarde el niño sale corriendo cuando acaba la última misa a coger hojas verdes y tiernas de las moreras de la rambla. Fray Antonio, es quien oculta a todos que el niño juega en los patios y alimenta a miles de gusanos blancos y de negro rayados que campan a sus anchas por los arriates. Y es que el niño no tiene más deseo que tirar de las hebras para hilar bobinas de oro y madejas de seda teñidas para que no le falten a Solano; así éste podrá pronto acabar la maravilla de su palio y seguir, que aún queda mucho, bordando después su manto. Las Madres ya se despiden; el Mar azul baja su marea cerrando a la vez la puerta y el rubí engarzado enfila su regreso mientras suena “La virgen de Sevilla”, para recordarle con nostalgia la orilla de la que vino cruzando puentes y puentes hasta llegar a esta ciudad, donde se siente como una más, vecina entre vecinas. La Plaza Circular va marcando sus radios con avenidas que cruzar hasta acercarse a su casa. Las bambalinas, ya cansadas, ondean con menos fuerza y toda su candelería se empequeñece por regalarle hasta la última gota de luz en estas anchas calles ventosas. Y la Virgen, triste, mira su flor, y su flor, mirándola, despacio se marchita, mientras queda dormida en un sueño regalado de sones, aromas y confidencias. El momento más frío es cuando su hijo asciende para cruzar el dintel y volver con pasión a su fragua. Y Ella entonces dobla la esquina para calentar todas las almas con su oro, plata y rubí, con sus ojos llorosos que abrasan. Yo la espero y observo desde algún rincón cercano, con menos pena ya en el alma, y voy sacando por puntos sus perfiles para copiarlos en mi memoria: la línea recta de su nariz, las olas curvas de sus labios y el óvalo perfecto de una cara que sobre su hoyuelo siempre reposa. Fíjate que de tanto dibujar ya no me queda ni un color... Así que déjame el nácar de tu piel y de tus párpados el malva; el castaño de tus ojos, de tus cejas y tus pestañas. Y el rojo rubí de tus labios que sólo de verlo me amansa. Toda una gama apasionada de colores con los que seguir dibujándote puentes; puentes para poder buscarte, puentes para que me encuentres…

13


7. Se cierran las puertas A deshora se cierran las puertas del templo y los obreros de Oliveros vuelven a volver de nuevo presurosos a sus casas por los caminos más cortos. Algunos, los más vivarachos, darán un rodeo por las Cruces para seguir alargando la madrugada. Y yo, peregrino ya cansado, vuelvo a mi casa silbando y componiendo un último puente de versos con los que poder cantar la cruz de una copla sentida. Pero no me encajan los octosílabos, ni en consonancia riman los versos. Sólo me retumba un pastor poeta, que ya escribió con exactitud y hondura el taranto que yo te canto:

Volverás a tu huerto y a tu higuera: por los altos andamios de las flores pajareará tu alma colmenera de angelicales ceras y labores. Volverás al arrullo de las rejas de los enamorados labradores. Alegrarás la sombra de mis cejas, y tu sangre se irán a cada lado disputando tu novia y las abejas. Tu corazón, ya terciopelo ajado, llama a un campo de almendras espumosas mi avariciosa voz de enamorado. A las aladas almas de las rosas del almendro de nata te requiero, que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero1.

8. Coda No sería justo despedirme esbozando un puente que nos lleve directos al instante en el que todo se esfuma. Este es el único que pienso borrar esta noche porque, hasta que ese momento nos alcance, quedan días, horas y momentos que deben ser pasados por la canela y el azúcar de la ansiada espera. Yo nací para ser juglar de Esperanza y nuestra Pasión no debe ser sufrimiento o padecer, sino el arranque de un nuevo puente de deseo, ímpetu, entusiasmo, arrebato… Que sólo sean los cirios los que lloren sus caprichosas lágrimas y rompamos con fuerza las tinajas de la pena para que la fe contenida se vierta y extienda por las calles que esperan la caricia de nuestros pasos. 1

Versos finales de la Elegía a Ramón Sijé de Miguel Hernández.

14


Cada uno en su sitio pero, desde la cruz de guía hasta el último patero, con las ganas y el arrojo que esta ciudad y su historia merecen y esperan. Y vosotros, juventud apasionada, echad los restos derramando Pasión como gotas de cera que deben ablandar cada uno de los adoquines del camino. Pasión, hermanos, mucha Pasión; tanta como si fuera el último día: Pasión en cada Oración que rezan el cuello y el palo cuando se funden en un áspero y largo beso. Pasión en el Amor con el que abraza la cruz el penitente y el cirio el nazareno. Pasión en la Esperanza de que aún queda mucho camino por recorrer y muchos lugares y gentes a las que llegar antes de alcanzar el horizonte lejano. Apenas quedan ya minutos para que las puertas de esta iglesia se vuelvan a abrir una vez más, y mientras llenamos las alforjas con toda esa pasión necesaria, os invito a cerrar los ojos y a imaginaros frente a ella, rezando esa oración breve que desea una buena estación de penitencia pero que además pide estar Bajo su amparo, en el envés de su manto, para jugar a deslizarnos entre los pliegues. Bajo su amparo, sentados juntos a sus pies, protegidos por sus dulces y sabios consejos. Bajo su amparo, muy cerca de sus labios, para sentir el alivio en nuestra frente destemplada. Bajo su amparo, mirándola a los ojos, para saborear el almíbar de un “te quiero” y la dulzura de su nombre. Bajo su amparo, al abrigo de sus brazos, para sabernos queridos siempre. Bajo su amparo, apoyados en su regazo, el mejor paraíso en el que descansar y soñar. Bajo su amparo, hermanos, bajo su amparo. Buscando acomodo para el resto de nuestros días.

Y yo que la quiero tanto; yo que tanto te quiero, sigo dibujando y espero. Porque sólo se dibujar puentes... Puentes para poder buscarte, puentes para que me encuentres. Muchas gracias. Antonio Salmerón Gil. 28 de marzo de 2014.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 España

15


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.