BALCEI,nº147

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mayo 2013

frases en la mano

EL SAxOFÓN Y EL CIEGO encima y se lo quise dar; pero lo rechazó haciendo un gesto de satisfacción. El ciego se fue para un lado del pasillo. Yo arranqué para el otro agarrando fuerte el estuche bajo mi brazo. Apenas había dado unos pasos cuando miré para atrás; él ya no estaba, había desaparecido. El silencio era absoluto, ideal para probar el saxofón. Abrí el estuche y mis manos acariciaron el instrumento como si de algo muy delicado se tratase. Los sonidos empezaron a surgir haciéndose música en el aire. Sentí algo dentro de mí, el saxofón y yo éramos sólo uno. Pero comenExposición sobre los bombardeos en el IES. cé a notar que el pasillo se oscurecía. Miré hacia los lados y no pude ver las salidas. El pasillo parecía no tener fin, Todavía el ritmo de los sonidos marcaba las sey la negrura creciente me obligó a recostarme contra cuencias en mi pecho, y los labios me dolían de tanto la pared. Pero el saxofón estaba ahí, conmigo, y nada tocar el saxofón. Los gritos y los aplausos de la gente iba a impedir que su música saliera a la luz. Cerré los eran importantes para mí. Sí, habíamos gustado otra ojos y deslicé mis dedos por todas las escalas posibles noche más. Juan, Mario y Carlos estaban conformes consiguiendo melodías que jamás habían sido interprecon la banda. Todos me creían el mejor, y lo era, pero tadas. me faltaba algo. Metí el saxofón en el estuche, tiré el Cuando volví a abrir los ojos ya no pude ver nada. disfraz brillante en el camerino y me fui por el pasillo Avancé hasta toparme con la banqueta de madera y con hacia la salida que daba al callejón. los anteojos espejados que el ciego había dejado. La Al abrir la puerta, una ráfaga de aire me despeinó banqueta era cómoda y los anteojos estaban hechos a a su antojo. Miré a uno y otro lado de la calle; no había mi medida. Pero eso no importaba. Pegué otra vez los nadie. Caminé hasta la esquina y giré hacia la entrada labios al instrumento y dejé que los sonidos fluyeran del metro que se encontraba a pocos pasos. Mientras hacia la inmensidad. bajaba por las escaleras sentía el sudor mojando mi Paré de tocar, y recordé la melodía que escuché pantalón y mi camisa. Segundos más tarde pude oír por primera vez antes de entrar en el pasillo. Me seguía una melodía que me resultaba conocida. resultando conocida. Abrí los ojos de nuevo y vi la miAvancé unos metros y después sólo tuve que setad de una sombra rodeada de una intensa luz blanca. guir el sonido que traía la brisa. Sonaba como algo Noté que se me acercaba y descubrí que era el ciego mágico. Adelanté unos pasos, a lo lejos se podía ver de nuevo. un hombre encorvado y no muy alto. Estábamos solos Ya junto a mí, comenzó a relatarme su historia. él, la música y yo en aquel pasillo oscuro del metro. El —Tenía unos cinco años. Eran las seis de la masilencio de fondo hacía de armonía y de testigo. ñana. Aquella noche no pude dormir demasiado bien, En cuanto empecé a acercarme dejó de tocar y coestaba esperando impaciente a que el Ratoncito Pérez locó el instrumento sobre un paño aterciopelado para me dejara bajo la almohada alguna recompensa por la apoyarlo en la banqueta de madera que tenía junto a caída de uno de mis dientes. En esos tiempos yo dorél. Fijé mi vista y pude ver un saxofón, pero ese era mía junto a mi abuelo. Tenía miedo a la oscuridad y por diferente; aquel sonido tan perfecto, la belleza que las noches no me gustaba estar solo. Mis padres fallepresentaba y el brillo que desprendía, me dejaron imcieron en un accidente de tráfico. Mi padre murió en el pactado. Desearía ese instrumento para tocar con él en acto, mi madre consiguió sobrevivir un poco más. Esmi banda. Me arrimé para hablarle, pero antes de que taba embarazada de mí y le quedaban pocos días para pudiera emitir palabra, agarró el bronce: dar a luz. Tuvo la suerte de no perderme. Pero después —¿Vienes por esto? de mi nacimiento falleció por causas desconocidas. —Sí —contesté sorprendido—. Quisiera comDesde entonces, mi abuelo es mi padre y mi madre. prárselo, le pagaría con mi saxofón o con la suma que Impaciente por mi recompensa, abrí los ojos y levanté usted diga. la almohada. Había cinco pesetas; no era mucho, pero El viejo hizo una pausa que me pareció interminapara mí más que suficiente. Sólo quedaba media hora ble y fue cuando me di cuenta que era ciego. escasa para tener que levantarme, así que decidí ese —No sé si lo quiero vender. En realidad no se tradía desayunar un poco antes de lo normal. Ahí estaba ta de dinero: le tengo un cariño muy especial. él, lo único que yo tenía, mi abuelo, leyendo la prensa —Yo haría cualquier cosa por conseguirla —le como todos los días. Después del desayuno íbamos al dije casi sin pensarlo. campo y yo le ayudaba en lo que podía. Unos años —¿Cualquier cosa? —replicó el ciego. más tarde, siguiendo la rutina de cada día, mi abuelo Los dos quedamos callados esperando que hase hirió con una máquina de aquellas que tenía en la blara el otro. Él se agachó, quedando en cuclillas, y caseta. Le golpeó en la cabeza y eso le impidió trabajar empezó a bajar la cabeza. Tenía la nuca gruesa y el más en el campo, por lo que yo me tuve que ocupar de pelo al ras. Introdujo el saxofón en el estuche, se puso todo. Falleció pasado algún tiempo. de pie y enfocó los anteojos espejados en mis ojos, El ciego rompió a llorar. Intenté tranquilizarle, como si pudiera verme. Después, extendiendo los braaunque no me resultó nada fácil. Sacó fuerzas y contizos, me dio el estuche con el instrumento adentro y nuó con el relato: yo le entregué el mío. Saqué todo el dinero que tenía

—Después de perder lo único que me quedaba decidí marcharme, yo y el saxofón dorado de mi abuelo, con el que tantas canciones me había tocado. Su música era especial. Vagabundeando, anduve noches y días por las calles de la ciudad. Una noche en pleno invierno, se acercó a mí una joven de cabello moreno, ojos claros, bajita y con buena apariencia. Mirándome a los ojos me dijo: “Llevo días mirándote y sé que estás pasando uno de los peores momentos en tu vida. Te invito a que me acompañes a mi casa, te daré algo de comer”. Yo acepté la invitación. Llegamos a su casa, estuvimos charlando durante un par de horas y me preguntó qué me pasaba. Le conté toda mi dura infancia. Al terminar mi discurso me dio un beso en la mejilla. Muy sorprendido, me sentí incómodo y decidí abandonar la casa, salir de allí cuanto antes. Ella insistió mucho en que me quedara. Sentí el duro frío y la soledad que me acompañaba en la calle y decidí quedarme. En un momento de silencio, sin palabras pero con pensamientos iguales, nos acercamos uno al otro. Dormimos juntos. Al abrir los ojos ella no estaba. Escuché la puerta, me asomé, y pude ver a un hombre de pelo claro con aspecto adulto. Nervioso, cogí toda mi ropa y salí por una puerta trasera que había descubierto esa misma noche. Regresé a las calles, y esta vez caí en un mundo adictivo y destructivo. Ahora, era un drogadicto solitario. Vivía entre cartones y me alimentaba de los restos de comida que la gente despreciaba. Un día me trajo una carta un hombre joven y asustado al ver mi aspecto maltratado por lo que consumía. Abrí rápidamente aquel sobre, era una carta y parecía de una mujer. En ese momento me acordé de la joven que me acogió en su casa durante una noche. Me acuerdo de ti y de aquella noche que pasamos juntos, me quedé embarazada. Quería decírtelo en persona, cuando te vi durmiendo entre basuras, me diste tanta pena que no quise ni acercarme a ti. Tenía que hacerte saber lo del niño, pero para mí, es sólo mío. Me acuerdo perfectamente de aquella carta. Le respondí, pero no a ella, sino a mi hijo, con una canción grabada y escrita, esa canción que mi abuelo me compuso con su saxofón y su talento. Sin esperar respuesta, harto de buscarlos, y sin dinero para coger el metro e ir de un lado a otro de la ciudad, me derrumbé aquí, en este pasillo, bajo este techo. Poco después me quedé ciego, en un accidente provocado por los efectos del alcohol y las drogas; arrepentido de haber abandonado lo que realmente me pertenecía. Por eso hoy estoy aquí, solo, sin nadie, con mi saxofón, que es lo único que tengo y ahora ni si quiera eso. Tengo tantas ganas de desaparecer de esta vida que doy lo único que tengo. Le pedí que tocara aquella canción que compuso su abuelo. Le costó decidirse, pero finalmente agarró el saxofón y empezó a soplar. Cuando la escuché, supe de qué me sonaba esa melodía. ¡No me lo podía imaginar! Aquel hombre de aspecto cansado, pálido y encorvado, con una vida tan dura y triste, era mi padre. Emocionado de haberle reconocido, quise contárselo. Para entonces ya era tarde, él ya no estaba. De repente escuché un alboroto en el andén del metro, me acerqué al corro de gente y pude ver su rostro destrozado por las ruedas del metro en el que tantas veces le hubiera gustado montar con la esperanza de encontrarme. Desapareció igual que había aparecido: rodeado de una luz especial. Con su saxofón y su melodía seguiré mi camino. Mario Acedo Álvarez 1er premio


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