Uriel y el último minotauro

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URIEL

Uriel es un niño de nueve años con una apariencia que refleja su naturaleza reservada. Tiene el pelo castaño, que le cae en mechones desordenados sobre la frente y casi le cubre las cejas. Sus ojos son de un color marrón profundo, llenos de curiosidad, como si siempre estuvieran observando el mundo desde una distancia segura, analizando cada detalle sin participar del todo. Su piel es clara y está salpicada de pequeñas pecas que se agrupan alrededor de su nariz y mejillas, dándole un aire inocente y soñador.

Aunque su exterior es tranquilo, su mente es un hervidero de pensamientos e imaginaciones. Uriel es introvertido y le cuesta hacer amigos; prefiere la compañía de los libros y su propio mundo interior.

Sus padres a veces lo encuentran sentado en su habitación, con un libro abierto en las manos, perdido en historias sobre seres mitológicos. Dragones, grifos, faunos y minotauros son sus compañeros más fieles. Uriel no solo lee sobre ellos: los estudia, memoriza sus características, sus historias y leyendas, y los dibuja en su cuaderno, que guarda como un tesoro.

Para la mayoría de los niños de su edad, Uriel puede parecer distante o tímido, e incluso alguien difícil de conocer. Sin embargo, en su corazón hay un deseo profundo de encontrar a alguien que comparta su amor por lo fantástico, un amigo con quien hablar de todos esos seres asombrosos que llenan su mente y sus sueños.

CAMBIOS

Uriel está sentado en su habitación, rodeado de cajas a medio llenar, con una sensación de tristeza que pesa en su pecho. Sus padres

le habían dado la noticia hacía solo una semana: se mudarían a un pequeño pueblo en las montañas porque su papá había conseguido un trabajo mejor. Desde ese momento, Uriel se siente desolado.

Aunque no tenía muchos amigos en su colegio actual, la idea de dejar atrás todo lo que conocía le resultaba dolorosa.

A pesar de su naturaleza introvertida, había aprendido a sentirse cómodo en la rutina de su vida diaria: su habitación, su biblioteca favorita, los bancos de los parques donde podía sentarse a leer en paz. Todo eso quedaría atrás, reemplazado por un lugar desconocido que imaginaba frío y extraño.

Se acercó a la ventana y miró hacia fuera, observando las calles que había recorrido tantas veces. Se preguntó si en el nuevo pueblo habría un lugar donde pudiera refugiarse, donde pudiera estar solo con sus pensamientos y sus libros sobre seres mitológicos.

La mudanza se acercaba, y Uriel no podía evitar la sensación de que algo importante se quedaría en ese lugar. Aunque no tenía amigos, había algo reconfortante y, aunque su vida era solitaria, al menos estaba rodeado de cosas que conocía y que lo hacían sentir seguro.

Con un suspiro, Uriel cerró la cortina. No le quedaba más opción que seguir adelante, pero en su corazón la tristeza seguía presente.

Se aferró a uno de sus libros favoritos sobre mitología, buscando consuelo en las historias que tanto amaba, esperando que, de alguna manera, esas historias pudieran ayudarle a enfrentar lo que venía.

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