Soñando y aprendiendo

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«Historias, cuentos, lecturas»

Yo ansío contar historias que endulcen al corazón y ansío que a quien me oiga le despierte una ilusión.

Ansío un cuento calmado y transparente a la vez que inspire lo ilimitado con que se sueña al leer.

Mis ansias van de la mano tejiendo las travesuras, entre letras han marcado sus huellas y mil locuras.

Yo ansío contar los sueños que transita un personaje y ansío que te hagas dueño del timón en este viaje. Que surques mares y cielos en aventuras escritas, que nunca le pongas frenos a esa lectura que invita.

«Luna»

Luna es una niña de ojos expresivos que reflejan la inmensidad del mar por lo azules que son. Sonríe, sonríe mucho Luna porque es una niña feliz, y su sonrisa contrasta con el sol que se posa en su cabellera dorada. ¿Y por qué se llama Luna? Ah… porque es muy blanca, ¡igual que su tocaya! A ella le gusta esperar a que caiga la noche y adivinar la forma que traerá esta vez: ¿será llena, nueva, menguante? No importa; de cualquier manera es linda, y más linda aún si lleva puesto su manto muy negro, repleto de estrellas.

Luna es una niña feliz: juega, canta, dibuja, y sus dibujos son un verdadero viaje a la imaginación. Ella los entiende y les hace a papá y a mamá toda una explicación artística, como el mejor pintor. También tiene muchos juguetes: peluches, cocinitas, sillas, tacitas, biberones, pelotas y muñecas.

—Las muñecas son lindas, ¿verdad, mamá?

—Sí, mi niña, mira esta con ese vestido rosa tan largo, ¡y esa corona! Es una princesa como tú —afirma la madre mostrando el diseño que viste la estilizada muñequita.

—No, mamá, mi princesa es Lily —refuta la nena, exhibiendo a la única de sus muñecas que gozaba del placer de ser arropada por sus menudas manecitas y mantenerse al abrigo de su pequeño regazo, mientras las demás, sentadas una al lado de la otra, parecían decorar la escena del juego que armaba y desarmaba la niña.

La madre, sorprendida, no entendió semejante desprecio si se notaba a leguas que el vestido de Lily había perdido un botón, y hasta deslucía su color naranja ya desteñido por el paso del tiempo. ¡Y esos moños ya estaban escasos de tanto peinarlos! Sí, y es que Luna inventaba peinados con muchas hebillas y lazos, a veces hasta diademas de cuando era bebé; entonces alisaba el cabello de su muñeca con sumo cuidado, como si esta fuera a lamentarse tal cual lo hacía ella a su mamá, mañana por mañana, cuando se alistaba para acudir a su salón de infante.

—¡Lily es perfecta!— asegura la niña y ríe mientras recuerda cuánto le gustó esa palabra desde la primera vez que se la escuchó decir a mamá mientras conversaba con papá. Y por la entonación que le daba cada vez que la utilizaba se podía entender que se trataba de algo fuera de lo común y grandioso.

¡Así era Lily! Es además muy suave, muy dócil. Es que no puedo cargar bien a esas otras, parece que no me quieren, no se acercan a mí cuando las llevo en brazos, y con esos vestidotes no deben verse bien los moños que me gustan. No, esas no, mejor están sentadas, se les puede arruinar el vestido, o romper la corona, o perder un zapato. Después mamá pelea si nota que les falta algo y como a ti, mi Lily, te faltan tantas cosas ya ni te mira— ríe y luego la llena de besos por toda su carita.

Recuerda Luna cuando era más pequeña y desde su cunita observaba a esa preciosa muñequita colgada en la pared. Estaba nuevecita pero mamá y papá se negaban a dársela pues sus ojos, los botones de su ropa y hasta su cabello podían ser peligrosos para ella que era muy pequeña y todo lo llevaba a su boca.

¡Desde siempre la adoró! Parecía que la llamaba, que le pedía a gritos la rescatara de esa fría y desolada pared. Es curioso, pero los niños y sus juguetes se entienden, y ellas habían nacido la una para la otra, estaban destinadas a ser felices juntas y a dedicarse horas y horas de juego, y a cuidarse y protegerse. Sí, porque Luna sentía que el cariño de Lily la acompañaba en sus sueños con esa certeza de que mañana jugaremos más, y te deberás terminar la papilla, mira que es la que te gusta, yo lo sé porque soy tu mamá y lo sé todo de ti.

¡Cuántas veces lloró en las mañanas por querer llevarla a su salón y enseñarla a sus amiguitas!

—¡Ellas no creen que sea tan linda, mamá!...

Hasta que un día mamá dijo algo que la hizo llorar mucho más:

—No puedes llevarla, está muy fea.

—¡No, no, Lily es muy linda!— gritó y lloró desconsolada la niña, tanto lo hizo que la madre tuvo que retractarse y asegurarle que no lo había dicho en serio y que, ciertamente, Lily era la más hermosa.

Aun con aquellas muestras del amor tan grande que la unía a su muñeca, ¡a su primera muñeca!, mamá y papá pensaron que ya era hora de desecharla, pues Luna debía jugar con sus muñecas nuevas. Es así: cuando los juguetes se rompen o están viejos o defectuosos, se reponen, como las cosas de la casa, y siempre lo nuevo se recibe mejor y nos hace sentir más a gusto. ¡Verás que ni notará su ausencia, son tantos sus juguetes y tan lindos!

Mamá y papá no comprendían que nada puede reponer lo irremplazable, y para cuando se percataron, ya no podían detener el sufrimiento de su niña. Tanto lloró por Lily; no había otra como ella.

—¿Se perdió, mamá? ¿Cómo pudo suceder? Si yo la dejé en su camita, bien arropadita, como tú me haces todas las noches, mamá. ¿Y por qué ella? Debe llorar

mucho cuando despierte y no me vea; debe estar llorando mucho, como estoy llorando yo por ella.

Mamá sintió apretar su pecho, y sus lágrimas corrieron por sus mejillas. No calculó la dimensión del amor de un niño: puro, absoluto, transparente; y todavía hoy, al paso de los años, escucha a su niña repetirle:

—Yo tenía una muñeca que se llamaba Lily, era linda, muy linda, ¿verdad, mamá?

—Era preciosa, mi niña; mamá te comprará otra que se le parezca para que la llames Lily también.

—No, Lily es una sola, y dondequiera que esté, seguirá siendo mi princesa.

«Mi niña»

Tiene mi niña el color de la aurora, la mañana, y la candidez de un ave al pasar por mi ventana.

Tiene mi niña la magia hacedora de sonrisas y su voz suele escaparse como se escapa la brisa.

Tiene mi niña los ojos de mar y de cielo juntos y la inspiración genuina que llevo en lo más profundo.

Tiene mi niña manitas que se deslizan cual alas al desandar los parajes de todo cuanto reclama.

Tiene mi niña unos labios, de rosa, ebrios de besos, y suspira, reteniendo, caricias dentro del pecho.

Tiene mi niña mi afán, mi entereza, mi cordura, mis días, uno por uno; mis deseos, mi ternura.

Tiene mi niña la gracia de haber sido bendecida con la pureza de un ángel que nos regala la vida.

«Una enseñanza de vida»

Fernanda es muy egoísta. No entiendo por qué la maestra la sentó al lado mío. Yo no hablo con ella; nunca le presta nada a nadie. Recuerdo cuando Carlitos le pidió prestado el borrador, pues había olvidado el suyo, y ella dijo que no; entonces yo le presté el mío. Los padres de Fernanda pueden comprarle muchas cosas: su mochila es la más linda, sus libretas, su estuche repleto de lápices, colores, borradores e infinidad de objetos (cuando lo abre, parece que lo hiciera con una caja mágica y, sin poderlo evitar, los ojos terminan allí, escudriñando lo poco que se deja ver).

Fernanda no es solo egoísta, también es distante y nada amigable; no entiendo cómo puede estar tan sola y sin hablar con nadie. A la hora del recreo se mantiene apartada, degustando su merienda como quien no quiere compartir.

—¿Qué será lo que trae hoy? —pregunta Patricia; y todos nos encogemos de hombros ante la interrogante y viajamos por segundos a esa lonchera repleta de chocolates, dulces, jugos y tantas otras cosas a las que puede dar cabida la imaginación.

Fernanda también es la primera en la clase y te ignora de una manera que te hace pensar que no puedes preguntarle nada, parece que te dijera: — Aprende a hacer tu tarea—. No me explico cómo puede estar tantas horas mirando solo hacia el frente, como si yo no existiera. Y ahí va nuevamente con su estuche, lo está abriendo poco a poco como si disfrutara de mi curiosidad, saca una regla llena de colores, ¡parece un arcoíris!, y cuando devuelve el estuche a su mochila se le cae algo, ella no se da cuenta, nadie se da cuenta, solo yo, ¿qué es? Voy a cogerlo, está entre mi pupitre y el suyo, pero si me lanzo a recogerlo me va a ver, ¡qué me a ver si ella no me mira!, no desviará la mirada, no, es demasiado orgullosa. Yo simulo buscar un libro y ahí está, a mi alcance, el sacapuntas más lindo que he visto en mi vida. ¡Tiene princesas! ¿Cómo podrían ponerlas a todas así tan pequeñas? ¡Mira esos vestidos! Rápidamente lo escondo en mi mano y la aprieto tan fuerte que hasta duele. Ella aún me ignora, si supiera ya le hubiera ido con la queja a la maestra, es mi oportunidad para lanzarlo al interior de mi mochila. Los minutos que restan de la clase de Matemáticas son eternos, ya quisiera estar sola para admirarlo mejor. ¡El sacapuntas de Fernanda!

Camino a la casa ya no se siente tan bien; llevo un nudo en la garganta y el contenido de mi mochila, a cada paso, se hace mucho más pesado. Pareciera que el sacapuntas está creciendo, tanto que hasta imagino que, de un momento a otro, la hará pedazos. Si es así, mi mamá me regañará, y es que debo cuidarla hasta el final del curso. Ella no puede hacer, aunque quisiera, como los padres de Fernanda, que le compran una mochila nueva varias veces en el año. Recuerdo aquella de Minnie que, estando nuevecita aún, la repuso por una de princesas, y cuando menos lo esperamos, apareció otra de Barbie, y otra, y otra; tantas que ya ni alcanzo a recordar. ¡Ay, cómo me pesa esta mochila!, y este nudo en la garganta, ¿y ahora por qué sudo tanto? Pero quiero llegar, sacar todos los libros y cuadernos y ahí estará, esperando por mí. Conmigo va a estar mejor porque yo lo cuidaré para que nunca se rompa. A la escuela no lo puedo llevar y en la casa tendré que usarlo a escondidas de mi mamá, porque si lo ve, preguntará de dónde salió.

Pero por qué no estoy contenta, qué me pasa que ya no tengo deseos de sacarlo ni puedo imaginarme admirándolo. ¡Y sigue pesando esta mochila! ¿Qué de malo hay en haberlo tomado y no devolverlo?, Fernanda no lo notará, tiene muchos otros.

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Soñando y aprendiendo by BABIDI-BÚ - Issuu