


Como todos los sábados, Carol llegó temprano con su mamá para jugar con su prima Yoki y sus amigas.

En el patio de la casa había un viejo taller de mecánica con un gran letrero que decía «Mi Lechucita», donde muchas personas llevaban sus carros para arreglarlos.


A lo lejos se veía al tío Ramón con los brazos abiertos, saludando a Carol. Él era alto y fuerte, con el cabello y la barba blanca por el paso del tiempo. Usaba unos espejuelos que acompañaban su habitual camisa blanca, a pesar de que pasaba todo el día trabajando en un taller de mecánica.
—Mi Lechucita, le-chu-ci-ta —decía a viva voz el tío Ramón.

