

Había una vez un pollito llamado Manolito.
Vivía en un corral, en una vivienda estupenda, con su mamita la gallinita Juanita y su papá el gallo Pelayo.

Cada mañana al despertar, Manolito salía a pasear.
Juanita lo acompañaba, y así Manolito no se alejaba.

Un día Manolito dice:
—Mamita, mamita, quiero ver la pradera entera.
Y Juanita responde:
—Tiempo al tiempo, pequeñito; tendrás que ir pasito a pasito. Si la pradera quieres ver, primero tendrás que crecer.

A Manolito le gustaba salir
del corral sin su mamita, y un buen día, mientras
Juanita cocinaba, Manolito caminaba y caminaba.

Y de repente...
—¡Oh no! ¿Dónde estoy?, me he perdido, porque a mi mamita he desobedecido.
Manolito estaba muy triste; había tenido un despiste.

Con Alejo, el conejo, se encontró, y Manolito se alegró.
—Hola, pollito. ¿Estás bien?, ¿cómo te llamas?
—Me llamo Manolito y me he perdido, estoy solito.
