La Superfamilia

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LA POCIÓN MÁGICA

Era un día normal en mi casa y mi hermana Sofía y yo estábamos ilusionadas porque íbamos a ir a la casa de mis abuelos: Manolo y Esclavi (Esclavitud, pero la llamamos Esclavi). Estábamos emocionadas porque hacía un mes que no veíamos a esa parte de la familia. Iban a estar los abuelos Esclavi y Manolo, los tíos (Cristina, Diego y Cris), los primos (Dani y Adri) y, por supuesto, mis padres (Lucía y Óscar).

Ya estábamos de camino y a punto de llegar. ¡Ya podía ver su casa! Cuando llegamos, los perros perseguían el coche y la abuela estaba esperándonos. Después llegaron los demás y nos metimos en casa para comer. La tía Cris llegó media hora más tarde porque venía de trabajar, y cuando entró por la puerta ya estábamos Dani, Sofi y yo jugando en la sala. Jugábamos a animales salvajes y hacíamos como que éramos jaguares. Como hacía buen día, decidimos ir por la finca abajo hasta el pantano para jugar a recolectores de ADN de dinosaurios. Imaginábamos que había un Sarcosuchus en el agua y que teníamos que sacarle un poco de ADN para el señor profesor, un sabio profesor imaginario que siempre aparecía en nuestros juegos.

Hacía mucho calor y quisimos volver para comer un helado bien fresquito. Estaban en el congelador del garaje y rápidamente subimos desde la finca a por ellos. Cuando acabamos el helado, miramos en el trastero para ver qué cacharradas y cachivaches podíamos coger y encontramos un tarro con un líquido verde extraño que ponía: Poción.

—¿Qué es esto, una poción? —preguntó Dani, extrañado.

—Los abuelos no pueden tener una poción en su casa —contesté yo.

—Ya, es verdad —dijo Sofía.

Eso era muy raro. ¿De dónde sacarían los abuelos una poción? El extraño líquido verde parecía moco fosforescente y, como nos parecía raro, decidimos abrir el frasco. Lo sacamos del botecito y lo tocamos con las manos. ¡Estaba blandito! Cuando nos dimos cuenta, un destello muy luminoso nos hizo caer al suelo y nos dejó ciegos por un segundo.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Dani.

—No sé —contesté yo.

¿Qué había sucedido? ¿Por qué el líquido soltó un destello? Todo era demasiado raro.

—¿Estáis bien? —preguntó Sofi, preocupada.

—Sí —dijimos Dani y yo a la vez.

Nos levantamos patidifusos (muy sorprendidos) sin saber qué había podido pasar. De repente, sentí que mis manos estaban frías y, por mucho que las frotara, no se calentaban. Sofía se sentía capaz de levantar la casa, y a Dani le temblaban las manos y las tenía muy calientes. De pronto, empecé a soltar copitos de nieve por las manos, Sofía estaba levantando la mesa y Dani soltaba chispas.

—¿Pero qué narices...? —pregunté.

—¿... está pasando? —completaron Sofi y Dani.

EL SEÑOR PROFESOR

¿Por qué hacíamos cosas raras? Empecé a soltar de las manos unos bloques de hielo. No podía parar. Lo estaba congelando todo, y Sofía y

Dani hacían lo mismo, pero con superfuerza y rayos.

—Chicas, creo que tenemos superpoderes —dijo Dani.

—Ay madre —contesté yo.

De repente, un señor extraño con gafas y bata de científico apareció en el garaje.

—Hola, niños —dijo el señor.

—¿Quién es usted? —pregunté.

—Soy yo —dijo.

—¿Quién? —preguntamos los tres al unísono.

—Soy el señor profesor, el científico de vuestros juegos que os manda ir a por ADN de dinosaurios a Isla Muerta.

—Espere… ¡Usted existe! —se alegró Sofi.

Ese tal señor profesor tan famoso que siempre aparecía en nuestros juegos existía. Le preguntamos qué era lo que quería y él nos dijo:

—Veo que ya habéis encontrado la poción de los superpoderes —explicó.

La poción nos dio superpoderes que teníamos que controlar, y el mismo señor profesor nos ayudó a aprender a dominarlos, pero primero nos llevó a una especie de guarida secreta para no romper nada. Se podía entrar en ella con un código secreto: ADS.

—¿Pero los mayores no se van a dar cuenta de que no estamos? —pregunté.

—Tranquilos, la guarida está programada por la máquina del tiempo para que volváis a casa justo en el instante en el que nos fuimos —me contestó el señor profesor.

Primero empezamos con un entrenamiento básico que nos ayudaría a controlar nuestros poderes. Nos fue bastante bien, menos la vez en la que Dani electrocutó el ordenador. Después aprendimos a dejarlo todo como estaba y solo teníamos que hacer una «x» con los brazos y luego bajarlos. A mí me encantaba mi poder, porque era el del hielo, con el que podía congelarlo todo. Dani tenía el poder del rayo y podía electrocutarlo todo, y Sofía podía levantar un sofá con un dedo.

—Bueno, chicos, es hora de irse —comentó el profesor.

—¡Joooo! —protestamos todos.

—Y recordad que no podéis decirle a nadie que tenéis superpoderes, porque podríais causar un caos —nos pidió el señor profesor.

—Sí, señor profesor —dijimos los tres al unísono.

Cuando el señor profesor nos llevó a casa de nuevo, procuramos que nadie se enterara de lo sucedido y seguimos jugando felizmente a recolectores de ADN de dinosaurios.

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La Superfamilia by BABIDI-BÚ - Issuu