


Un buen día, en la cocina de la familia
González, La Niña Piña abrió los ojos y vio su reflejo en la tostadora.

La Niña Piña, impresionada y triste, no podía creer lo que veía.
—¡Oh! ¿Qué son estos granos en mi cara?
Cuanto más los veía y cuanto más los tocaba… más dolían en su rostro y en su corazón.
Pero La Niña Piña seguía ahí, pegada a su reflejo, ahora consternada por su figura redonda.

Entonces, nublada por la tristeza, La Niña Piña comenzó a compararse con las demás frutas de la cocina:

—¿Por qué no tengo el rostro radiante de Juana Manzana? ¿Por qué no puedo ser delgada como Las Hermanas Bananas?

