La maga escritora

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Sentada en una esquina del oscuro salón, la maga observaba fijamente el reloj de pared. Aún tendría que esperar unas horas para poder continuar con el proceso. El silencio pesado se depositaba sobre los muebles de madera como el polvo. Su casa era la más antigua de la colonia, y no iba a ceder a las modas que hacían que las casas de sus amigos pareciesen de otro planeta. Enfrente de ella, el gran ojo de buey permitía ver las dos lunas rojas que la acompañaban desde hacía días.

La luz del holograma empezó a parpadear.

—Abrir —murmuró.

—Maga, ¿cuánto queda? —le preguntó el hombre con las manos sobre las caderas.

—¡Qué impaciencia! —respondió mientras se levantaba de un salto y se dirigía hacia el holograma que paseaba a sus anchas por el salón.

—Tengo muchas ganas de leer el final, seguro que va a ser un exitazo en todo el sistema. Hace casi un año que no publicas, hay mucha expectación, ya lo sabes… Bueno, dime algo esta tarde, por favor. Al menos para gestionar las expectativas públicas. Y que sepas que ya hay cola en las librerías tradicionales del…

La maga cortó la transmisión, el holograma de su editor desapareció del salón donde la oscuridad flotaba de nuevo. Ahora, ya de pie, se acercó a la chimenea.

El gran caldero flotaba sobre una hoguera que no desprendía humo. Con las dos manos, levantó un lado de la tapa, y con un gran esfuerzo, la tiró al suelo. El olor que desprendía la mezcla azul verdosa era algo ácido; con una mano desvió el vapor que salía del caldero hacia su nariz, e inhaló con fuerza, cosa que la hizo toser varias veces.

Levantó la vista hacia la repisa de la chimenea y vio su último libro acusándola, orgulloso, desde la estantería. Esa imagen la remitió al otoño anterior, cuando críticos de toda la galaxia se habían ensañado con su último libro, que con tanta prisa había escrito: demasiado amargo, bastante soso, blando y empalagoso, seco, insípido; una historia difícil de digerir. Había leído comentarios de todo tipo, pero muy pocos positivos.

En los meses siguientes a la publicación, le dio mil vueltas al proceso de creación del libro, ¿dónde se había equivocado?, ¿qué le faltaba o le sobraba? Tiempo, le había faltado paciencia.

En algún punto, la tristeza y la decepción que siguieron a la humillación de los críticos estuvieron a punto de alejarla de lo que más le gustaba, pero durante aquellos meses de lunas rojas, una estrella fugaz pasó tan cerca de la casa que la hizo vibrar, y su último libro cayó de la estantería a la alfombra. Lo tomó como una señal y decidió que lo iba a intentar una vez más.

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