La chica fantasma

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Había una vez una chica llamada Okiku, que trabajaba en los campos de loto de una aldea de Japón. Era conocida en el pueblo por su timidez y por su entrega al trabajo, pues solía abandonar aquellas hermosas tierras al atardecer.

Okiku pasaba desapercibida, porque era una muchacha tranquila que rara vez mostraba sus emociones o perdía los nervios ante los demás. Sin embargo, un día sus vecinos comenzaron a extrañarla. Durante tres semanas nadie la vio, había desaparecido.

Un día un muchacho que también trabajaba en los campos de loto preguntó por Okiku a los aldeanos. Cuando le dijeron que llevaban sin verla tanto tiempo, se quedó totalmente paralizado y su aliento se congeló. Con un hilo de voz, el chico les agradeció su ayuda y se quedó pensativo. Temiendo lo peor, el joven la buscó en los campos durante mucho tiempo, pero no halló ni rastro de Okiku.

Pasó un año y Okiku seguía sin dar señales de vida. La situación cambió cuando se corrió la voz de que Okiku había vuelto, aunque nadie parecía haberla visto.

El muchacho que tan cabizbajo se había quedado con su desaparición, fue el primero en encontrarla. La descubrió en el lago, tumbada encima de una roca; tenía los ojos cerrados y no se movía. El chico se acercó a ella con precaución y le preguntó si se encontraba bien, pero Okiku no respondió, así que pensó que estaba muerta. Asustado, corrió a avisar a los aldeanos para que la socorrieran, pero cuando volvieron a ese lugar ella ya no estaba.

Cayó la noche y todos se fueron a sus casas. El joven estaba confuso, aunque finalmente trató de quitarle importancia razonando que si Okiku no estuviera viva no podría haberse ido por su propio pie. Y con el brillo de esta esperanza se fue a dormir.

A la mañana siguiente, como de costumbre, se fue a trabajar a los coloridos campos de loto, pero no podía borrar de su mente la imagen de Okiku. Durante toda la jornada algo en su interior le decía que debía regresar al lugar donde la encontró. Así que en cuanto terminó de trabajar se puso en marcha hacia el lago. Tomó un camino en el que había un viejo puente que parecía que iba a desmoronarse en cualquier momento, a pesar de los visibles y recientes arreglos. Invadido por la inseguridad, titubeó unos instantes antes de cruzarlo y cuando llegó a la misma orilla en la que había encontrado a Okiku, vio algo moverse tras una roca.

¡Parecía Okiku! Sin embargo, su contorno difuminado como una luz titilante le produjo un escalofrío que le recorrió toda la espalda. Huyó despavorido sin mirar atrás y se desmayó del susto. Varios minutos después, el muchacho se despertó bañado en sudor sin recordar qué le había sucedido. Se puso en pie con dificultad y empezó a caminar lentamente. El único recuerdo que le acompañó hasta llegar a su casa fue la extraña silueta de Okiku. Nada más llegar se fue a dormir.

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