Flor María, una señora de Perú, puso un anuncio en Internet buscando a alguien que se encargase de su rebaño de alpacas, pero estaba tan encariñada con ellas que las personas que contestaron a su mensaje no le parecían lo suficientemente buenas para encargarse de sus queridas alpacas cuando ella no pudiese, a causa de la edad.
«TOC, TOC, TOC»
Flor María abrió la puerta, cerrándose el chal sobre el pecho. Normalmente no tenía visitas, así que el soniquete de la puerta la sobresaltó.
Entreabrió la hoja de la puerta, encontrándose con una chica joven, a la que le rechinaban los dientes a causa del frío. Flor María se fijó en sus tacones, nada cómodos para el terreno, y su tez pálida, por lo que llegó a la conclusión de que la forastera no era de allí cerca.
—Disculpe que la moleste a esta hora, señora —dijo la muchacha con un agradable acento—. Pero no me ha resultado sencillo llegar hasta aquí —se excusó rápidamente—. Yo venía por su oferta de trabajo.
—Pase, hablaremos dentro —respondió Flor María, abriendo la puerta de par en par.
