Etéreo

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etéreo

PODER Y DESEO 2

Marta De Los Santos

Aquí me encuentro, en mi apartamento, con el espécimen de ojos azules al que estoy investigando y que, en estos momentos, se encuentra ayudándome con el francés.

Mi teléfono comienza a sonar y le doy la vuelta para ver el nombre: «García»: mi jefe, he de cogerlo.

—Vuelvo en un momento, perdona —le digo a Dylan mientras me levanto y me dirijo a mi habitación.

Al entrar, cierro la puerta y me aproximo al ventanal mientras me pego el teléfono a la oreja.

—Coronel —digo.

—Comandante Tyler, dígame que hay novedades —me pide—. No la llamo desde hace un tiempo, quería darle su espacio.

Me paso las manos por el pelo. Claro que hay novedades, muchas, diría yo.

—Sí que hay —respondo.

—Bien, pues espero que pueda detener esta misión por ahora, porque la necesitamos aquí en la central, de inmediato. Es una misión de urgencia —me notifica.

—Pero, coronel, detendría mucho las cosas si ninguna de las dos se queda —dije, refiriéndome a Bella.

—Smith se quedará —me dice.

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De repente, pienso en Bella y Dylan. A ella realmente le gustaba el Harrison mediano, los sentimientos se le fueron de las manos.

—Creo que no e...

—No me vale un « no» por respuesta, comandante —me regaña—. Están entrenadas para esto y dudo que la almirante Smith no pueda seguir con la misión ella sola.

—Bien.

Maldigo mentalmente un par de veces.

—El jet partirá esta noche a las nueve. Estará aquí a eso de la medianoche.

Y decide colgar.

Salgo de la habitación y miro el reloj que cuelga del salón, son las siete. Tengo que preparar todo e irme al aeropuerto.

—Dylan, me ha surgido un imprevisto, me voy a Londres esta noche —miento.

—¿Qué se te ha perdido en Londres, Tyler? —bromea.

Río y cierro los libros de francés mientras pienso en alguna maldita excusa que darle.

—Mi padre ha tenido problemas y me necesita. Ya sabes, soy su hija mayor —vuelvo a mentir.

—¿Y tu madre no puede ir?

—Están separados, el amor no siempre triunfa, Harrison.

—Lo sé, créeme —dice—. Bueno, te llevo si lo necesitas.

—No, gracias. Me llevará Bella —le explico, algo apurada.

Dylan comienza a recoger sus libros y cuando termina abre la puerta del apartamento y me mira con intensidad.

—Que tengas un buen viaje —dice, y con eso, cierra la puerta, dejándome sola.

De inmediato llamo a Bella y le comunico la situación. Eso hace que en menos de diez minutos esté aquí en el apartamento.

Mientras ella hace sus cosas, yo preparo mi maleta. Me acerco al armario y lo abro, meto en la maleta los uniformes de la EMS y la vestimenta que usualmente nos ponemos en las misiones y en la central: un enterizo negro.

Seguidamente, destapo el trasfondo del armario y saco mis armas, con su consecuente silenciador. Las meto en la maleta y, finalmente, introduzco solo lo imprescindible y necesario.

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A las ocho estamos saliendo del apartamento, cojo las llaves del coche y meto las maletas para luego sentarme en el asiento del piloto. Enciendo el motor y tomo la carretera que dirige al aeropuerto, cuando Bella me mira y dice:

—¿Se lo has dicho a Alex?

Niego con la cabeza, aún sin despegar la vista de la autopista.

—No pienso hacerlo —le digo—. Si te pregunta, dile lo mismo que le he dicho a Dylan: he tenido que ir a Londres porque mi padre ha tenido unos problemas.

—Bien.

Me desvío a la derecha y entro al aeropuerto, parando frente a la entrada y, Bella, en un saltito, se pasa al asiento del conductor.

Sí, ella tiene veintiún años, por ese motivo puede conducir.

—Ten cuidado en la misión —me dice, con una sonrisa cálida.

—Ni siquiera sé de qué va.

—El coronel te informará en cuanto llegues.

Asiento y me despido de ella con un beso en la mejilla.

—Buen viaje, comandante —se despide.

Cojo mis maletas de la parte de atrás del coche y cierro el maletero. Me despido una última vez de ella cuando ya estoy entrando al edificio y me dirijo de inmediato a la zona de jets privados. Paso por los controles de seguridad enseñando mi certificado de armas y finalmente entro a la puerta de embarque.

Mi corazón se detiene cuando veo la figura que está parada frente a mí con las manos en los bolsillos: Alex Harrison.

Ni siquiera puedo hacer mi trabajo tranquila, joder.

Una furia inexplicable recorre mi columna vertebral y siento cómo la sangre comienza a hervirme. Me paro frente a él y enderezo la espalda.

—¿Qué coño quieres, Alex? —le espeto, enfadada.

—Esconde las garras, leona. —R íe—. ¿A dónde crees que vas? —cuestiona.

Esta vez soy yo la que ríe y me cruzo de brazos, con la barbilla alzada. Quiero darle puñetazos hasta que se quede sin respiración, pero teniendo en cuenta que tengo que cumplir con mi trabajo, decido aplazarlo.

—Voy a donde me venga en gana —respondo.

—¿De verdad piensas que iba a tragarme que te vas a Londres a ayudar a tu padre? ¿En un jet privado?

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Carraspeo, este chico tiene todo bajo control y eso me estresa.

—Cree lo que quieras. Mis padres tienen dinero. Te lo he dicho antes, están separados y él vive en Londres —miento por vigésimo tercera vez en el día de hoy.

—Bien —finaliza—. Buen viaje, preciosa. No me eches de menos.

—Oh, tranquilo, que no lo haré.

Le saco el dedo corazón mientras bajo a la pista de despegue, observándolo salir de la puerta de embarque y alejarse.

«Por fin».

La puerta del jet está abierta, las escaleras están desplegadas y el piloto está junto a ellas en una pose militar.

—Comandante Tyler, un placer verla —me dice.

Le sonrío y subo las escaleras. Al entrar en el jet dejo la maleta en la parte de arriba y las puertas se cierran de inmediato.

Me siento en el sillón, es tan grande como un sofá, eso me hace suspirar y sonrío. Me gusta volver a Bruselas, ver a mis compañeros y olvidarme temporalmente de los Harrison.

—Abróchese el cinturón, comandante. Despegaremos en breve —comunica el piloto a través de la megafonía del jet.

La EMS solo tiene dos pilotos por facción, no hay azafatas, solo un copiloto. Los cuales previamente han tenido que firmar un contrato de confidencialidad que les obliga a no decir una palabra sobre la existencia de esta unidad.

Me acomodo en el sillón y miro por la ventana cuando el jet despega. Seguidamente, cierro los ojos y me permito descansar hasta que lleguemos a Bruselas.

—Comandante. —Oigo de repente.

Me sobresalto y abro los ojos.

—Comandante, en diez minutos estaremos en la central. Le recomiendo que se cambie —dice el piloto.

Me levanto del asiento y agarro la mochila de mano, la abro y saco el enterizo negro. Me deshago de toda la ropa hasta quedar en ropa interior y, seguidamente, meto la prenda por los pies, la subo y meto los brazos, de manga larga. Consigo terminar de ajustarlo por la espalda con algo de dificultad y me dirijo al cuarto de baño.

Al entrar miro mi estado. El enterizo resalta bastante bien mi figura y mis curvas, el pelo rubio me cae por detrás de los hombros, descan-

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sando en mi media espalda. Mis ojos verde intenso brillan e intimidan debido al color de la prenda. El rímel les da un toque atrevido y eso me gusta. Recojo mi pelo en una cola alta, aunque se sigue viendo notablemente largo.

Pinto mis labios con cacao y termino poniéndome las botas militares de color azabache.

Esta soy yo, una chica fría, atrevida, con carácter, que lidera y consigue todo lo que se propone. Salgo del cuarto de baño y para cuando lo hago, me piden que me siente para aterrizar.

Al cabo de unos tres minutos la puerta del jet se abre y cojo mis cosas. Bajo las escaleras y respiro el fresco aire de Bruselas.

Me encuentro en la pista de aterrizaje de la facción central. Miro las instalaciones, fachadas de cristal, paredes blancas y puertas blindadas. Máxima seguridad.

—Bienvenida, comandante —me saluda el coronel.

Me paro frente a él y hago un saludo militar, pero él tira de mi muñeca y me abraza. El coronel García, de unos cincuenta años, fue el que me ascendió a comandante y me trajo a la facción central.

Le devuelvo el abrazo con una sonrisa y al separarme vuelvo a coger mis maletas, comenzando a caminar hacia la entrada del edificio mientras él habla:

—Tenemos una misión de urgencia en Moscú. Al parecer, han interceptado el avión de una mafia peligrosa. Ya sabes, trafican con personas y demás —me explica—. Estarás aquí durante un periodo de cuatro días para entrenarte físicamente ya que hace tiempo que no lo haces.

También te reunirás con tus cuatro compañeros de misión. Son los mismos de siempre, y me han hecho decirle que la echan de menos.

Sonrío al pensar en mis compañeros, realmente los echo de menos.

El coronel me abre la puerta principal y la sostiene para que pueda pasar, le doy las gracias con un asentimiento de cabeza y miro hacia delante. Aún hay almirantes trabajando, todos ellos están a mi cargo, pero desde que me fui, el coronel fue quien los lideraba.

Entonces, uno de ellos se para frente a mí y me abraza.

—¡Madison! —exclama—. Dios mío, te hemos echado muchísimo de menos.

Sonrío complacida y le devuelvo el abrazo.

—¡Max! Qué alegría verte —le digo.

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Otras tres personas me rodean y se unen al abrazo. Mis compañeros de misión, mis confidentes. Ellos son los mejores de cada facción: Maximilian Morgan, el mejor de la facción sur; Ophelia Allen, la mejor de la facción norte; Olivia Miller, la mejor de la facción este; y Marc Lombardi, el mejor de la facción oeste.

Ellos son almirantes, un rango inferior al mío. Yo soy la comandante de esta facción, por consecuente, soy quien los lidera. Aunque, en las misiones, todos tenemos el mismo papel de importancia.

Después de recibir cálidas sonrisas y fuertes abrazos de bienvenida, nos giramos hacia el coronel, quien al parecer quería decirnos algo.

—He de deciros algo importante —comienza a hablar—. La EMS ha hecho un pacto con otra unidad militar secreta, una unidad de un rango menor al nuestro. Nosotros somos los mejores, ellos justo detrás —explica—. Se dividen en tres grupos: grupo «A», grupo «B», y grupo «Z». El grupo «Z» es el mejor, como aquí lo es la facción central.

« Hemos firmado un acuerdo de ayuda y confidencialidad, solo nosotros sabemos de nuestra existencia. Para la misión en Moscú nos mandarán al comandante del grupo «Z» y, para futuras misiones, su equipo y el nuestro trabajarán juntos. Él ocupa tu mismo cargo allí, comandante Tyler —me dice—. Por esa misma razón creo que vendrá de gran ayuda tenerlo con nosotros. Llegará mañana a las diez, lo recibiremos en la pista de aterrizaje. Ahora descansad, mañana será un día largo.

Los cinco asentimos y nos despedimos de él con un saludo militar.

—¿Cómo va la misión, Harrison? —me pregunta Ophelia.

Río y bufo, pasándole el brazo por los hombros.

—Genial, Ophelia. Pero son los chicos más misteriosos que he conocido jamás.

Nos quedamos hablando y poniéndonos al día sobre trabajo y cotilleos durante una media hora.

—Bien, chicos, descansad, mañana empezaremos a entrenar.

—Entendido —contesta Marc.

Asiento y les sonrío. Cojo mis maletas, que aún siguen en la entrada y avanzo por las grandes salas tecnológicas hasta que llego al pasillo donde se hallan las habitaciones del coronel, comandante e invitados.

Me adentro en mi habitación y cierro la puerta al entrar. Tal y como la dejé: la cama de matrimonio, la pared este es un ventanal

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de cristal que deja ver los exteriores del edificio. Una gran televisión plana se halla frente a la cama y dos mesitas de noche a cada lado de la misma.

Una puerta en la pared de la izquierda da a un cuarto de baño espacioso. Un espejo de cuerpo entero al lado de la televisión. Al lado del cuarto de baño un vestidor de tamaño considerable, con uniformes, ropa que dejé aquí y algunas armas.

Me quito el enterizo negro junto con las botas y me pongo una camiseta larga. Saco todas las cosas de la maleta y me meto en la cama después de haberme desmaquillado, quedándome dormida al poco tiempo.

Menudo cumpleaños

Me despierto debido a la alarma del reloj de la mesita de noche, pagándolo al mismo tiempo que me fijo en la hora: 8.30h

Me levanto y me dirijo al cuarto de baño para ducharme y prepararme para el día de hoy. Al salir de la ducha, decido plancharme el pelo ya que es más fácil de manejar así. Cuando termino de planchármelo procedo a hacerme una coleta alta, que da un toque imponente, al igual que el rímel, destacando mis ojos y el pintalabios color rojo oscuro mate que aplico por último.

Me meto en el enterizo negro de la noche anterior, me calzo las botas militares y, por último, meto un arma entre el elástico de la cintura que lleva el enterizo y la tela de este.

Me miro al espejo una última vez antes de salir de la habitación. Bajo las escaleras, llegando al final del pasillo, donde veo a varios de mis almirantes trabajando en planos y ordenadores.

Me agrada estar de vuelta.

—Buenos días —saludo a todos los que están allí. Sonrisas se pintan en sus rostros y hacen un saludo militar, e indico que los quiten con un gesto.

—Es una alegría tenerla de vuelta, comandante —dice una de mis almirantes.

—Igualmente, Julie —le respondo. Paso por la sala, saludando con toquecitos en los hombros. Finalmente, llego a la cafetería y me reúno con mis cuatro compañeros.

—Buenos días —me saluda Maximilian.

Le sonrío y Marc y Olivia hacen lo mismo. Ophelia se encuentra pidiendo un vaso de agua, y, mientras lo hace, nos sentamos en una

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mesa para cinco personas y comenzamos a desayunar, hablando de varios temas de conversación.

—¿Nerviosa? —me pregunta Marc.

Niego con la cabeza mientras bebo un sorbo de mi café.

—No. Estamos entrenados para esto, no supone un proble ma —explico.

En mi cabeza no para de rondar el hecho de que el comandante del grupo «Z» de otra unidad secreta va a trabajar con nosotros. Su rango es el mismo que el mío y eso significa autoridad, competencia y poder. No quiero que llegue reclamando liderar nuestro grupo porque para eso estoy yo aquí, siendo la mejor comandante de la EMS.

Entonces, al terminar de desayunar, el coronel García viene a buscarnos para ir a recibirlo en la pista de aterrizaje.

Al llegar, formamos una línea, colocándome al lado del coronel, con la espalda erguida y los brazos detrás de esta. Ophelia está a mi lado, después Marc, seguidamente Olivia y, por último, Maximilian.

La brisa de la mañana acaricia mi rostro con suma delicadeza. Las puertas del jet se abren y un sujeto comienza a bajar de ellas. Me es imposible verle la cara debido a que el sol nos da de frente. Va vestido con camiseta ajustada de color negro, pantalones militares del mismo color y botas negras.

Lleva las manos metidas en los bolsillos y en cuanto termina de bajar del jet, coge sus maletas y se dirige a donde nos encontramos. A continuación, se gira para despedirse de su piloto y cuando por fin puedo distinguir su cara, mi respiración se frena y mi cabeza comienza a dar vueltas. Mi corazón sufre de taquicardia, infarto y paro cardíaco en un solo segundo.

Dylan Harrison está parado frente a mí como comandante del grupo «Z», y va a hacer que mi pobre cabeza estalle de confusión y mi corazón se pare de la impresión.

—Comandante Tyler, un placer verla de nuevo —me saluda con tono tranquilo.

Recupero la compostura y le sonrío, gentil.

—Igualmente, comandante... ¿Harrison? —dudo.

Mis compañeros, quienes no saben que él es Dylan Harrison, me miran extrañados y el coronel ríe.

Mi cabeza está perdida, no sé qué coño está pasando aquí.

—No... no entiendo... —murmuro, algo descolocada.

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—Comandante Tyler, déjeme explicarle —me dice el coronel.

—Sí, por favor —pido.

—Dylan Harrison, hermano mediano de los tres Harrison y comandante del grupo «Z», sabía desde un principio que tú estabas en la misión relacionada con su familia. Él no tiene absolutamente nada que ver con nada en lo que esté metido su hermano mayor y su familia —me explica—. Fue duro para él saber que la gente de su sangre tenía relación con delitos graves. Pero lo aceptó y dejó que tú fueras la que los investigara. De hecho, te dejó algunas pistas que seguir por el camino, aunque tú no las hayas notado. Ahora nos ayudará en la misión en Moscú y cuando la terminemos, trabajaréis juntos para la misión Harrison. Ambos sois comandantes de alto nivel y tengo toda mi fe puesta en vosotros —finaliza. Mi mente asimila todo con ralentización, trago saliva y cuando por fin lo entiendo, asiento y fijo mi mirada en los intensos ojos de Dylan.

—Es un privilegio trabajar con usted, comandante —me dice y, luego, vuelve a examinar mi cuerpo antes de añadir—: La veo... diferente. Por supuesto que me ve diferente, mi forma de ser y mi forma de lucir no tienen nada que ver con la falsa Madison.

Dylan termina de saludar a todos mis compañeros y entramos al edificio. Algunos almirantes lo reciben con saludos militares mientras el coronel nos guía a la sala de reuniones.

—Quiero dejaros privacidad para planear la misión. Y dicho esto, sale de la sala, dejándonos solos. Dylan se levanta para hablar, metiéndose una de las manos en un bolsillo.

—Sugiero que, cuando el avión llegue al aeropuerto, todos estaremos repartidos alrededor de él en puntos específicos, donde no puedan vernos. Pediremos ayuda a uno de los guardias para que nos informen sobre el movimiento por las cámaras de seguridad. Cuan...

—No —interrumpo—. No pediremos ayuda a ningún guardia, ¿para qué arriesgarnos cuando tenemos todo un equipo con habilidades para hackear cámaras?

—Prefiero hacerlo lo más legal posible —me explica.

—Tenemos potestad de romper la ley, aprovechémoslo —doy por zanjada la discusión—. En diez minutos estaremos en el campo de tiro para entrenar, os veo allí.

Todos asienten y van saliendo poco a poco hasta que Dylan y yo nos quedamos solos.

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Tras descubrir que
de
mirahadas.com 9 I N S PIR I N G UC R SOI I T Y
Madison Tyler es comandante
la EMS, la reclaman para

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