

Entre piedras y montes, entre lunas y soles, vivía Sombrero entre mil girasoles.

En su pequeña tetera, aislado y tranquilo, vivía aquel niño, tan solo y perdido que, por alguna razón, llevaba consigo un enorme y bonito sombrero marrón.

Al dormir y al despertar, al correr o al caminar, siempre lo llevaba, y por eso, «Niño Sombrero» lo llamaba la gente del lugar…

Pero él no era un niño normal, no era como los demás. Siempre andaba solo, sin amigos, triste y cabizbajo, con la única compañía de un espeso nubarrón.

La nube le animaba, le cantaba y le silbaba:
—¿Qué te pasa, amigo mío? ¿Por qué no juegas ni haces nada?
Siempre con él estaba, con él permanecía, susurrándole al oído palabras de alegría. Pero el niño no contestaba, hacía como que no oía…

Para los que dicen que los gatos tienen cinco patas: «Ciego es el que mira, pero no quiere ver».
