

Shaila era una niña que veía el mundo de una manera que solo ella podía entender. Cuando iba al cole, Shaila imaginaba numerosos lugares que se convertían en su paraíso, mientras en su clase, la maestra Baldomera explicaba las tablas de multiplicar de una forma que a Shaila le resultaba superaburrida. Shaila encontraba en su imaginación la manera de poder escaparse de un mundo real tan aburrido y repetitivo.


Pero esto a veces le jugaba malas pasadas, porque la maestra Baldomera la observaba mirando a la ventana, pensativa, sin escuchar nada de lo que ella estaba diciendo. Entonces Baldomera decía:
Shaila, otro día más que no estás escuchando mis lecciones. Como sigas sin hacerme caso, te castigaré sin recreo.

Este era el peor castigo que le podían imponer a Shaila, porque ella encontraba en el recreo un espacio donde podía llevar su imaginación a lugares mágicos. Shaila no podía evitar seguir imaginándose mundos en los que podía echar a volar su creatividad, por lo que la maestra Baldomera la castigó sin recreo y llamó a la mamá de Shaila para hablarle de su comportamiento.


Si para Shaila no había sido suficiente en el colegio, en casa volvió a ser castigada. Hacer deberes de matemáticas sin parar era algo que a Shaila le agotaba. No podía ser ella misma.
Después de un duro día, Shaila se metió en su cama, donde podía echar a volar su imaginación sin límites. Para ella, el momento de antes de dormir era su favorito.
