Ámame 7 veces

Page 1

Divorcio

Era el año 2012. El día empezó con buen pie y Cam terminó su día laboral tomando rumbo en dirección a su casa. Parecía un hombre feliz, alegre, solía cantar en su auto y cuando caminaba tarareaba tangos de Carlos Gardel a quien él admiraba enormemente. Un viernes para muchos de entre nosotros como un pequeño sábado; de regreso a su casa y dos horas antes de lo previsto, ya en su hogar, cansado en su caminar y a la espera de sus dos pequeños hijos que no se encontraban en dicho momento, posó las llaves de su auto en una pequeña canasta de paja azul, donde al lado se encontraba una foto con su esposa y sus dos hijos de trece y once años. No acaeciendo ningún ruido en ese preciso instante, creyendo que sus hijos le estaban gastando una broma, lo que lo indujo también a él a no hacer ruido. En un momento, Cam escuchó un gimoteo que procedía del cuarto de huéspedes, entrando él suavemente, encontró a su mujer con otro hombre en pleno acto sexual. Un gran malestar lo invadió cáusticamente, salió corriendo hacia el baño para vomitar. Esto lo llevó a un divorcio muy prematuro y violento donde meses más tarde, él obtuvo casi todos los bienes materiales debido a que la mayoría de estos eran de su pertenencia antes de su matrimonio con dicha mujer. El tiempo vuela como las cenizas de un cigarro despojada por el viento. Diez años más tarde, Cam vivía solo en su nuevo departamento que era muy moderno y sencillo, sentado sobre su sillón preferido habitualmente y con un bloc en la mano, fijaba su mirada al gran espejo que se encontraba delante de él, retorciendo la primera hoja del bloc, la arrancó, la estrujó y la lanzó contra el espejo, diciendo: «¿Por qué eres tan dura conmigo?». Este espejo era tomado por él como un medio donde desencadenaba su dolor. Cada día para él es un diálogo intenso, a través del espejo, entre él y un supuesto personaje, la vida. Cam pasó casi estos diez años quejándose y guardando cólera contra su exesposa; él no era la misma persona de antes, era todo lo

3

contrario, no sonreía, no cantaba en sus regresos hacia su vivienda, un hombre con mucha cólera, como si su vida ya estuviera prevista, una vida arruinada. El timbre sonó. Era su hijo el menor, Uriel.

—Hola, pa, ¿cómo estás? —preguntó su hijo dándole un beso en la mejilla. Uriel era un joven de veintitrés años, estudiante en tercer año de medicina, y muy apegado a su padre. Uriel solía visitar a su padre casi todos los días, trayéndole siempre un presente y con un buen humor siempre en su mirada, era una persona llena de vida, jovial, bromista y con grandes aspiraciones en su vida. Cam tenía dos hijos: Uriel, que era el segundo hijo adoptado que vivió con su padre desde el divorcio y Jeliel, el hijo mayor biológico que vivió con la madre. Uriel se ocupaba de su padre, le preparaba la comida e impedía que este sucumbiera al alcohol como lo hacía cada noche desde el divorcio. Una vez terminada la cena, un diálogo profundo se impuso entre padre e hijo.

—Papá, rehaz tu vida, tienes todo por delante, no te dejes llevar por el pasado, la vida está delante de ti.

—No me hables de la vida, porque ella no me ha dado nada, al contrario, me ha quitado mucho.

—Papá, estás cegado por tu rencor y odio. Es hora de ir a dormir, estás muy cansado.

Cam, durmiéndose sobre el sofá del salón, solo escuchaba la voz de su hijo. Uriel lo acompañó a su dormitorio para que su padre llevara una noche aplacada.

Al día siguiente, el timbre suena. Era nuevamente Uriel.

—Pasa, hijo, estoy bien si me lo vas a preguntar.

El hijo, radiante en su hablar, respondió:

—Ya me ves, estoy aquí otra vez y me dije que quería invitarte a comer esta noche a un restaurante que han abierto hace una semana, y aparentemente hacen buena comida. Se me hace agua la boca y quiero que vengas conmigo.

—Gracias, Uriel, pero ahora no tengo muchas ganas, he tenido un día cargado y estoy un poco cansado.

—Sí, sí, yo te voy a poner esas ganas, ven, ponte este traje y ya vamos.

Tomó un bello traje de una bolsa, para ofrecérselo a su padre.

—Pero, esto es un saco de marca, ¿para qué haces esto, Uriel? —manifestó el padre.

—Ay, pa, ya para de hablar, pruébatelo, quiero ver cómo te queda.

El ánimo de Uriel hizo cambiar de idea a su padre, llevándoselo así a un restaurante muy convival y elegante. Una vez en el restaurante, Uriel se detuvo en contarle todos sus proyectos de vida a su padre.

—Pa, te veo en otro mundo —agregó.

—Si te escucho, hijo, y estoy orgulloso de ti —le dijo tomándole la mano.

—Me da gusto que estés orgulloso de mí, pero yo no lo estoy de ti, pa. —Cam lo miró atentamente y sorprendido por esa frase—. Te veo siempre ido, con cóle-

4 Carlos Alemán

ra, reniegas de todo, de tu trabajo, de mamá, de Estela, de la vida y eso no me da buena espina, no te veo feliz, pa.

—Con Estela ya terminé, no la soportaba, ella no era clara.

—OK, eso lo entiendo, pero, rehaz tu vida, todavía eres joven. Mi hermano y yo, cada uno lo hace a su manera. La vida nos da cosas en forma de sorpresas, como si fueran regalos envueltos en papel, acontecimientos que a veces no son bonitos y tenemos que cogerlos, para enseñarnos lo que la vida es, eso es la vida.

—Uriel, por favor, cámbiame de tema, no me hables de la vida porque la mía no es tan agradable. Hablamos como si la vida fuera alguien que nos da algo, ella solo me ha dado dolor.

—¿Me estás diciendo que no estas agradecido con lo que tienes?, si me tienes a mí y a mi hermano.

—Yo no he querido decir eso, a ti te tengo, pero a tu hermano no lo veo hace meses y no me contesta ni al teléfono cuando lo llamo, como si me rechazara.

—Ya sabes cómo es él, siempre se mantiene al margen de todo, y no muestra sus sentimientos, pero en el fondo, él te ama.

La conversación duró unas tres horas, y en medio de ella, Cam le agradeció a su hijo por esa majestuosa noche y ese magnífico traje.

—Bueno, pa, te llevo a casa y yo de allí me voy, hay amigos que me esperan en un bar-discoteca, vamos a celebrar el cumpleaños de uno de ellos en el bar de la universidad.

—Está bien, Uriel, cuídate mucho. —Uriel se acercó a la mejilla de su padre para darle un beso. Lastimosamente ese fue el último beso que Cam recibió de su hijo Uriel, quien fallecía luego en un accidente de tráfico.

Cam tuvo con su menor hijo Uriel una relación de amigos, una relación que cualquier padre anhela, lo que un padre desea tener, pero en su dolor intenso, no pudo aceptarlo. En la hora del funeral de su hijo, Cam no se atrevió a entrar, permaneció estático al abrigo de la gente y escondido detrás de un muro, llorando a cántaros como un niño de cinco años. Tomó asiento, y decía: «¿Por qué me haces esto?, ¿por qué me torturas?, ¿qué te he hecho? Esto no es vivir, esto es morir, si te gusta que yo sufra, entonces llévame a mí ya, ¡llévame ya, carajo!, has arrancado mi corazón, lo has arrancado», se arrodilló y lloró sin detenerse, era tanto su dolor, que mordió los labios hasta sangrar. En ese momento, una mano lo cogió por debajo del brazo. Era su otro hijo, Jeliel.

—Papá, papá, ven conmigo, por favor, ven, levántate.

Su hijo mayor Jeliel lo levantó llevándolo a un banco bajo un árbol frondoso de ramas. Cam alzó su mirada, y solo pidió perdón. Jeliel dudó en posar su mano sobre la cabeza de su padre mientras que este continuaba en su sollozo insondable y con un poco de esfuerzo lo hizo, en pleno lamento, con su vista nublosa, Cam vio a una esbelta dama, con cabello blanco que lo observaba detrás de dicho árbol, lo que llamó enteramente su atención. La mirada de esa dama penetró reciamente al ser de Cam de manera muy imponente, e hizo remover sus

5

pensamientos como sus emociones, era una mirada tan especial, que un hombre común lo interpretaría como muchas miradas en una sola persona, una mirada que Cam nunca desecharía.

Cam veía su vida como un campeonato de supervivencia, una lucha constante entre él y la vida, ansiando de más en más morir. Su confort material, donde aparentemente no carecía de nada, no lo compensaba, sintiéndose vacío y desamparado, porque algo muy grande le faltaba en sí mismo, que ni él sabía lo que es, porque se perdía entre un vivir y un morir.

Cinco años más tarde de la desaparición de Uriel, ya casi con cincuenta y cinco años, Cam continuaba viviendo solo desde casi aproximadamente los cuarenta años, con esa antigua costumbre de hablar en continuidad con él mismo y culpabilizando a la vida de todo su dolor. A veces, se decía él mismo que estaba loco, pero cada vez que se hablaba, las lágrimas emergían, insultos se manifestaban en sus labios hacia la vida, llegando hasta maldecirla. Suele muy a menudo caminar por las calles y sobre todo al borde del lago. En invierno le embarga tomar su auto los domingos después del deporte y pasear por las calles que son casi solitarias. Cam emigró a Europa hace más de 40 años donde formó una vida, según él, con mucho material, un reino a base de juegos materiales, pero en penurias.

Él es de origen sudamericano y trabajaba como responsable en una empresa de producción de diseño para computadoras de alta gama, un buen puesto de trabajo. Un hombre esbelto, deportista, donde hizo su regocijo y como una recarga de batería física por una liberación emocional, pero a pesar de esto se mostraba cada vez más cansado, pero no un cansancio físico, sino psicológico y emocional. Renegaba por todo, no se mostraba atento, como si el odio lo condujera a una escapatoria, agresivo con las personas, un comportamiento controlado entre un resentimiento y una tristeza. Un miércoles por la mañana se levanta medio agripado y se dice: «Siempre he ido a este puto trabajo enfermo y esta vez que se vaya a la mierda, diré que no estoy en condiciones de trabajar hoy, este trabajo me está matando y yo no estudié una carrera para ser esclavo de alguien». Después de haber tomado esa decisión, se para delante de la ventana de su dormitorio y en voz alta dice: «¿Esta es tu vida?, ¿por qué me has hecho tanto daño?, ¿qué te he hecho para que me tortures tanto?, ¿qué quieres de mí?, si te viera delante mía, te golpearía, te juro que lo haría». Arrodillándose sobre su sofá café del salón y echándose de nuevo a llorar. Estas preguntas, Cam las repetía constantemente, pero en esta ocasión había un énfasis emocional con arrebato y frustración que lo llevaron a recostarse minutos después en su cama.

Primer diálogo con la vida

El diálogo en voz alta resurgió de nuevo de sus labios decidiendo posar sus dedos sobre una hoja de papel A4 y escribir:

«¿Qué quieres de mí? Si Dios existe, entonces por qué la vida es tan dura y severa conmigo. Si existes, dile a la muerte que venga aquí en este momento, carajo, que me recoja ¡ya!, detente conmigo y llévame».

Se levantó, tomó una cuerda y la ató al techo a una barra de acero, con la intención de suicidarse y en ese momento la cuerda cedió y se rompió, cayéndose él bruscamente. Como de costumbre, tomó su lata de cerveza que ingería cotidianamente, y sentado se dijo:

—Está bien, yo soy responsable de todo y me rindo, pero ya no puedo más, no deseo continuar más aquí, por favor. Yo no sé quién soy, ni lo que soy, te pido, te suplico que me ayudes, por favor. —Guardó silencio por un momento, luego levantó la cabeza diciendo—: En sí, ¿quién o qué soy?, ¿la vida es sufrir?, ¿qué quieres de mí?, ¿qué me pasa?, estoy delirando en este momento, pero ¿por qué digo y hago esto?, necesito que me ayudes.

Volviéndose a levantarse y tomando un vaso con agua, con lágrimas en los ojos volvió a hablar con él, mirando desde su ventana del noveno piso hacia abajo, dijo:

—¿Dime qué soy?, y ¿por qué no puedo olvidar? Si me escuchas, te digo, si esto es vida, entonces prefiero la muerte. —En su balcón, su contemplación fijaba hacia abajo—. Si existes, entonces impídeme que salte, ni para eso tienes coraje.

Con algunas copas de alcohol ya ingeridas, su cuerpo se contoneaba, su suspiro aceleraba, y en un momento dado, un ave gris con pico blanco se ubicó en la baranda de dicho balcón. Cam se la quedó observando y el ave respondió

7
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.