Índigo y Celeste

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¡Qué alegría en el palacio! Los reyes tuvieron mellizos, un niño y una niña, a quienes llamaron según el color de sus ojos: al príncipe, Índigo, y a la princesa, Celeste.

Todo el reino celebraba la buena noticia, pero pronto algo empezó a llenar de inquietud a la pareja real: «¿Quién heredaría la corona?».

Buscaron al sabio más sabio del reino y le consultaron sobre quién debería reinar, si Índigo o Celeste.

—Quien sea más valiente para afrontar los problemas; más inteligente para resolverlos; más amable para que el pueblo se sienta amado, y más hábil para no dejarse engañar por quienes le rodean —respondió el sabio a la pregunta.

El rey y la reina pensaron que debían educar a la princesa y al príncipe exactamente igual, y que ya decidirían para quién sería el trono cuando llegaran a la mayoría de edad.

Índigo y Celeste crecían fuertes y alegres, jugando y aprendiendo montones de cosas. Índigo no fallaba nunca con el arco y las flechas, mientras que su hermana sobresalía con la espada.

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