10 años de cuentos

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el diario de julia

Hola, diario:

Hace tres años, cuando estaba en el instituto, nos obligaban a llevar falda. Decían que «no podíamos llevar pantalones porque es de chicos».

Un día, nos juntamos las chicas para llevar a cabo un plan. Lidia, como llevaba muletas, por un esguince que se hizo, no nos podía ayudar. La idea era que el día 18 de octubre todas nos pondríamos un pantalón negro.

Mis amigas y yo estábamos hartas de las cosas que los chicos nos decían: «Laura, qué guapa, pero no de cara, ja, ja, ja, Lidia, no te sientes, que se te ve, je, je, je», y a mí me decían: «¡Julia, braguitas blancas!».

Y llegó el día. Todas las chicas aparecimos con pantalones de deporte. Se armó un gran lío. El director se desmayó y nos expulsó una semana, así que hicimos una manifestación. Preparamos unos carteles.

Al día siguiente era la manifestación. Rocío y yo estábamos supernerviosas y cómo no, solo nos apoyaron mi madre y el padre de Rocío. La semana pasó muy rápido.

Todavía nos quedaba un día de expulsión, y como no podíamos ir al instituto, todas se vinieron a mi piscina y mi hermana Valenti-

na no paraba de molestarnos. Fuimos a comer al bar de enfrente de la plaza. Y allí estaban Marcos y ¡mi hermana! No me lo podía creer, ellos nos estaban siguiendo. Se lo pregunté a Valentina y no me contestó, así que la ignoré.

A la mañana siguiente volvimos al instituto y tuvimos que ir con falda. Los chicos no paraban de molestarnos. Ya estábamos hartas y fuimos a la sala de profesores y le contamos todo al jefe de estudios. Así que se pusieron de acuerdo todos los profesores y despidieron al director. Todas gritamos «¡BIEN!».

Adiós, diario.

todo sigue como siempre

Gala Marcos Bretones

Todo comenzó en la puerta de un colegio. Se veían risas por todas las caras de los alumnos y alumnas menos por una, la de Liana.

Liana era una niña de diez años que cursaba 4º de Primaria, pero no iba nunca contenta al cole ya que ella no se sentía una chica como las demás, sino que por dentro era en realidad un chico. Nunca hablaba de ello porque tenía miedo a que sus compañeros no la entendieran y se burlaran de ella o la apartaran del grupo, por eso lo mantenía en secreto. A lo largo del trimestre ella fue cambiando poco a poco: se cortó el pelo, cambió su estilo de ropa, etc.

Un día como todos se despertó, pero con mucho valor y fuerza se lanzó y le dijo a sus padres:

Mamá, papá, no me siento una chica, me siento un chico y espero que lo entendáis.

Sus padres, que ya habían notado algunos cambios últimamente, le abrazaron muy fuerte y le dijeron con una gran sonrisa:

Cariño, lo entendemos, no pasa nada y te queremos mucho. Desde entonces, Liana estuvo más segura en casa y al llegar a clase una mañana le dijo a su tutora:

—Profe, ¿podéis llamarme a partir de ahora Gonzalo?

La profesora le sonrío y se lo contó a los demás compañeros y compañeras de clase.

Tras la noticia, todos lo comprendieron y aceptaron sin darle importancia al cambio, fue más fácil de lo que había esperado y poco a poco todos comenzaron a dirigirse a Gonzalo con el nombre que él mismo había elegido.

A partir de ese día, él siguió jugando con los mismos amigos y amigas como si nada hubiera pasado, lo único que había cambiado es que ahora a Gonzalo se le veía contento al llegar a clase cada mañana.

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