29 cartas, Babel, 2016

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29 CARTAS JULIO PAREDES

AUTOBIOGRAFÍA EN SILENCIO


29cartas

bartolomeu campos de queirós Traducción de Beatriz Peña

julio paredes


frontera

AutobiografĂ­a en silencio


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Bogotá Septiembre 20, 20… Miércoles 10 pm-2 am Querida Inés, Tengo al frente una carta suya con fecha de hace siete años. La descubrí entre mis papeles cinco meses atrás y, desde entonces, la guardo en la mesita de noche. De vez en cuando la releo antes de apagar la luz. Es una carta breve, apenas dos párrafos, cada uno de ocho o nueve líneas. Está escrita en una caligrafía cerrada y bonita; todas las palabras trazadas con esmero evidente, sin vacilación, sin errores y con una delicadeza que se mantiene firme hasta la última frase. Me gusta, por ejemplo, que las mayúsculas vayan acompañadas por una especie de borla sutil que las adorna. Aún me entretengo identificando los detalles en la composición de las letras y, por la cambiante intensidad de la tinta, imagino que la habrá escrito con alguna clase de pluma. 13


Como no encontré ninguna otra carta que la acompañara, deduzco que se trata de la única muestra de una correspondencia suspendida desde el mismo inicio. Y si yo le contesté, no hubo respuesta de parte suya. A veces, en la oscuridad del cuarto, imagino que usted no esperaba ninguna; que se trataba de una carta de despedida. Leída así, despejada de su sentido inicial, la he contemplado solo como el indicio solitario de un oficio perdido o ignorado desde hace largo rato, como el de escribir a mano. Se preguntará por qué decido entonces romper ese espejismo. Resulta que hoy hace exactamente tres años sufrí un colapso que me lanzó, con un certero manotazo, a un territorio mental desconocido. Un nuevo mundo cerebral en el que no quedó, ni queda, ningún registro específico del pasado donde estuve y transité por más de cincuenta años. La realidad, para decirlo de alguna manera, no desapareció de mis percepciones diarias, pues aún experimento el funcionamiento de una esencia interna, pero, desde entonces, he gravitado sobre una especie de punto borroso, algo así como un limbo, donde no he 14

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encontrado palabras ni imágenes propias, atascado en un contacto involuntario con el mundo. El caso es que esta noche, cuando estaba a punto de guardar su carta en el sobre la desdoblé de nuevo e identifiqué por primera vez en el avance de las líneas algo más que trazos bonitos. Comprendí que el cuidado y la claridad de la escritura no encerraban ningún propósito estético, meramente visual. Leí cada línea y resultó claro que su empeño en la composición era el soporte físico adecuado para que yo captara el significado de lo que ahí me narraba. De pronto, por el impulso de una fuerza que aún no sé cómo descifrar, como en el coletazo final de la inercia, me levanté de la cama, busqué una hoja y empecé este inusitado intento de respuesta. ¡Había descubierto un nivel adicional que abría una fisura por donde poder deslizarme y empezar a salir, finalmente, de la inmovilidad verbal y escrita que se prolongaba como cualquier virus sin paliativo durante tantos días! Hasta hoy, ninguna otra circunstancia cotidiana mitigaba así mi alejamiento del mundo. Ni las conversaciones con las personas que me han acompañado en la 15


convalecencia, ni las caminatas por las calles alrededor de la casa, ni la particular ensoñación en la que entro cuando me concentro en los movimientos del cielo. Era el acontecimiento que me permitiría concebir y trazar un primer párrafo, con puño y letra propios. Mientras paso la idea al papel, quisiera transcribirle de inmediato (¡de manera simultánea!) algunas de las noticias más inquietantes de mi vida nueva, acumuladas en mi cabeza silenciosamente, así su destino final sea tan imaginario como el tiempo y el espacio en los que usted redactó la carta. Sus frases parten, además, de un sueño perdido donde, según entiendo, nos cruzamos por última vez. Sin duda, el estremecimiento o el amor que le dictaron la carta se habrán disuelto en el tiempo; otros afectos en su vida habrán reemplazado el hechizo que pareció enlazarnos como a nadie, antes y después. Por supuesto, como imaginará, el colapso la ha desvanecido por completo de mi memoria. No me ha quedado ningún rastro concreto suyo, aunque haya vuelto a ver hace poco su mirada en una fotografía conmigo; tomados de 16

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la mano, entre una vegetación de árboles pequeños y piedras rojas, y los dos con una sonrisa casi idéntica. Ignoro, entonces, el sentimiento que me dejó este mensaje suyo cuando lo leí por primera vez, la huella que habrá dejado. Mi hermana asegura que usted salió hace varios años de Colombia y que nunca volví a mencionar su nombre. Pero, bueno, debo tomar un respiro. ¿Recordará usted lo que escribió? En la mitad de una noche, cuando yo dormía a su lado, usted notaba el calor que irradiaba mi cuerpo y, sin salir del sueño, estiraba la mano para tocarme y recorrer con la punta de los dedos parte de un hombro o del pecho. El contacto la hacía sentir que desembocaba en la placentera ruta que nos había unido, que nos dejaba atónitos, y usted esperaba entonces que este contacto se introdujera en silencio, y de la misma forma, en mi sueño. Entonces, sin despertarme tampoco, enlazado a la línea invisible de su ensoñación, me estremecería y la buscaría una vez más hasta encajarme con firmeza en ese lugar, siempre misterioso, donde podríamos conjurar y detener la llegada de una 17


vigilia próxima, cuando ya no estaríamos juntos y no tendríamos cómo encontrarnos de nuevo. Despiertos, vivíamos alejados, y solo así, en este letargo compartido, regresaríamos, como nos había sucedido tantas veces antes, a esa especie de época de la dicha. Acabo de repasar con cuidado cada una de las frases y me gusta haber comprendido finalmente el significado de una escena perdida que, en sus palabras, potenciaba de nuevo el mundo. Sin embargo, imposible saber también si en esta nueva práctica curativa que me ilumina (suena un poco exagerada la frase) vaya a necesitar de sus respuestas. De alguna manera su carta me convence y me hace pensar que se pueden lanzar mensajes en una única vía; recados, noticias, confesiones cuya verdadera naturaleza será la de quedar simplemente escritas en unas hojas. Ahora imagino la posible correspondencia como una sumatoria de piedritas lanzadas por una cuesta. Por otro lado, será una tarea de descubrimiento que tendrá implicaciones obvias; consecuencias que tal vez no quisiera enfrentar cuando acople los detalles.

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Veremos si puedo hacerlo. Suyo, J. ¡Perdóneme el pulso tembloroso, el desnivel de un renglón a otro, la endeble armonía de mis trazos, que comparados con los suyos parecen nubes zarandeadas por los vientos! ¡Perdóneme también la falta de claridad en este primer desorden que, por el silencio en el que han quedado a esta hora las calles alrededor de la casa, parecería ideado por el habitante de otro sueño!

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Bogotá Septiembre 25, 20… Lunes 11 pm Querida Inés Momentos después de terminar la carta, cuando la doblé y guardé en el sobre, sentí que la fuerza del impulso que me sacudió no resultaría suficiente para continuar con la promesa de escribirle. La bondad de la idea, la emoción de elaborar una lista y un acopio creciente de los hechos sustanciales que justificaran esta escritura, se emborronaron casi de inmediato y durante los días siguientes (noches, en realidad) experimenté un miedo nuevo, de naturaleza distinta a los temores que me enmudecían mientras recuperaba poco a poco la conciencia y entendía que había quedado desprendido de las historias de los demás, de esta ciudad que observo como si se tratara de otro invento, de la época cuando aún respondía a mi verdadero nombre. 23


El miedo tenía (y tiene que ver todavía) con el hecho de no saber cómo encontrar las palabras apropiadas para contarle lo que significa vivir en un tiempo y un espacio ajenos, bajo una reconstrucción cotidiana que depende de la voz y la memoria de los otros. ¿Cómo encontrar entonces las palabras exactas para hablar de la necesidad urgente de que el tiempo suceda una vez más; de un tiempo donde se almacena el pasado y, así, poder desengranar una transición mental, cotidiana, que ha quedado suspendida en el presente? Palabras consistentes que permitan los movimientos seguros de mi mano sobre cada hoja en blanco, con el aplomo de quien sabe cómo responder y neutralizar los espejismos que saltan encima de un momento a otro. Ya ve, mire cómo me enredo en unas pocas líneas. Se me acaba de ocurrir (hace un par de minutos, cuando me levanté de la silla y fui a la cocina para servirme un vaso de agua) que este aliento verbal nuevo que me asusta es parte también de los mecanismos que regulan la metamorfosis de mi espíritu, si es que el concepto existe. ¿Cómo explicarlo? Hablarle de mí será como hablarle de 24

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alguien inventado y que, por lo tanto, transita por los bordes resbaladizos de un desfiladero. También es un camino de regreso a la lucidez, bajo el amparo de una lenta convalecencia y unos cuidados que me han permitido alcanzar una relativa normalidad (como el hecho de vivir otra vez en mi casa, cuidarme solo, sin vigilancia permanente). El proceso ha sido tan irregular y anómalo que aún me aterra que, por el descuido menos esperado, me tropiece y deslice de nuevo hacia los pantanos donde no hace mucho se extravió mi mente. En estos últimos meses, me he cruzado con sombras que ya no existen, así como he descubierto malentendidos o penas que habría sido mejor no despertar. Probablemente sea esta una de las razones que explican las ensoñaciones por las que ahora transito a diario y que ahora percibo como la única materia de esta correspondencia. Sueño despierto y observo las cosas que me pertenecieron como si formaran parte de un museo, de un almacén alimentado por curiosidades heredadas. Le confieso que todavía no entiendo muy bien las razones médicas que esclarecen la cura. El 25


médico que en el último año monitorea la marcha y los giros de mi cerebro habla de una rehabilitación inesperada para la naturaleza del colapso que desdobló mi vida. (¡Mejoría que, al fin y al cabo, me permite redactar ahora esta segunda carta!) Asimilo con tolerancia los irreversibles daños colaterales. La desvinculación de mi pasada esencia, el aprendizaje de nuevos sentimientos, la desaparición de las imágenes y de los significados con los que alguna vez representé y entendí el mundo. Pero eso es algo que iré develando poco a poco, espero. Como le dije, está aún muy fresco el reconocimiento que hago de las voces, de los pálpitos y las impresiones que me rodean. Pero ya me extiendo suficiente, y no pretendo agobiarla y agotar todas las especulaciones que imagino en un único mensaje. La potencia con la que me ha golpeado el reconocimiento paulatino de lo que fui, en la voz y desde la memoria de otros, me lanza a una convalecencia paralela. (Cuando voy por la calle reconozco destellos, identifico movimientos familiares de la luz que se cuela por entre las nubes, y sé que se trata de las señales de una realidad aún viva en la que alguna vez tomé parte). 26

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Suyo, J. P.D. La corazonada de la que le hablo también tiene que ver con la sensación de llevar algo suelto en el cuerpo; una parte de mi mecanismo interno que aún no encaja en el engranaje total. Quizás por eso es que una noche, no hace mucho, empecé a darles cuerda a los relojes que guardaba en un cajón (¡relojes comprados por mí durante años!), para mantener sus cuadrantes en la sucesión horaria de un día, como si así pudiera leer también el avance secreto del tiempo.

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29 cartas. Autobiografía en silencio 1ª edición  septiembre de 2016 © Julio Paredes, 2016 © Babel Libros, 2016 Calle 39a nº 20-55, Bogotá Teléfono 2458495 editorial@babellibros.com.co www.babellibros.com.co edición  María Osorio, Beatriz Peña Trujillo asistente de edición  María Carreño Mora diseño y montaje  María Osorio diseño de colección  Camila Cesarino Costa isbn 978-958-8954-13-4 Hecho el depósito legal Impreso en Colombia por Panamericana Formas e Impresos s.a. Todos los derechos reservados. Bajo las condiciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra.



Un colapso ha llevado al hombre que escribe esta correspondencia a un nuevo estado cerebral que no ha dejado en su memoria ni el más mínimo rastro de lo que fue. A lo largo de un año, el que fuera un reconocido lingüista explora su conciencia y, ante la ausencia de recuerdos, recoge una a una las piezas de su antigua vida como investigador de prestigio y lector insaciable, esculca en los vestigios de su vida profesional, familiar, afectiva, y se interroga sobre la vanidad que acecha en la acumulación de conocimiento, descubriendo poco a poco la belleza de las cosas más simples y cotidianas. Honrando el arte de la correspondencia, Julio Paredes logra que su personaje, como Kafka, se desnude ante los fantasmas y juega con la vocación siempre presente en el escritor de ser otro que empieza cada libro desde cero.

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