El sufrimiento de un hombre calvo

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—Deberías ponerte una gorra —me dijo al verme con el cabello húmedo. ¡Ya lo notó!, carajo, estoy perdido, pensé—. Sécate bien, hace frío afuera y puedes resfriarte, hijo. Mejor cúbrete. Algo en mí descansó de pronto. Fui a mi habitación por una gorra y me la puse. Cuando salí, mi padre había vuelto a la cama. Afuera hacía frío, como dijo. Aun así, me la quité una vez que estuve un par de cuadras lejos de casa. Me cercioré de que ningún pelo quedara en ella. Ese día no dejé de tocarme la cabeza. Ni los días siguientes.

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