Carta de AUSJAL 43, Volumen 1

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Sin embargo, pasado el tiempo, la conciencia eclesial evolucionó. Es razonable pensar que esta transformación se debió a un cambio de posicionamiento social. Una vez la Iglesia católica aprendió que podía subsistir sin los privilegios excesivos a la que estaba acostumbrada en la cristiandad, estuvo en condiciones de reconocer humildemente que detrás de la noción de derechos humanos se encontraban raíces cristianas, así como la gran tradición filosófico-moral por ella defendida, a saber, el derecho natural. Es importante señalar, además, que junto a los Derechos Humanos, la Iglesia acabó reconociendo también los aspectos positivos de la laicidad. El número 152 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia resume la posición actual de la Iglesia católica con respecto a los Derechos Humanos: “El movimiento hacia la identificación y la proclamación de los derechos del hombre es uno de los esfuerzos más relevantes para responder eficazmente a las exigencias imprescindibles de la dignidad humana. La Iglesia ve en estos derechos la extraordinaria ocasión que nuestro tiempo ofrece para que, mediante su consolidación, la dignidad humana sea reconocida más eficazmente y promovida universalmente como característica impresa por Dios Creador en su criatura. El Magisterio de la Iglesia no ha dejado de evaluar positivamente la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, proclamada por las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948, que Juan Pablo II ha definido como: una piedra miliar en el camino del progreso moral de la humanidad”.

2. La Compañía de Jesús como parte de la Iglesia La Compañía de Jesús ha hecho suya esta evolución moral de la Iglesia católica en el marco de su propia tradición espiritual. En su máxima instancia deliberativa y legislativa, llamada Congregación General, los jesuitas han redefinido su misión actual con estas palabras que actualizan la eclesiología del Concilio Vaticano II:

La misión de la Compañía en la misión de la Iglesia. “La Iglesia, cuya misión compartimos, no existe para ella misma sino para la humanidad, proclamando el amor de Dios y derramando luz sobre el don interior de este amor. Su fin es la realización del Reino de Dios en toda la sociedad humana, no sólo en la vida futura, sino también en la presente. La misión de la Compañía se inscribe en la misión evangelizadora de toda la Iglesia. Esta misión ‘es una realidad unitaria pero compleja y se desarrolla de diversas maneras’: a través de las dimensiones que integran el testimonio de la vida, la proclamación,

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