TIERRA BALDIA 43

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index Rafael Urzúa Macías rector

Ernestina León Rodríguez secretaria general

Ma. de Lourdes Chiquito Díaz de León directora general de difusión

Eduardo López editor

Consejo Editorial Víctor Sandoval Juan Pablo de Ávila Rosa Luz de Luna Salvador Gallardo Topete Claudia Santa-Ana Óscar Santos Benjamín Valdivia Arturo Villalobos Edilberto Aldán Martha Esparza Ramírez cuidado de la edición

Tierra Baldía es una revista de Literatura de la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Su quehacer consiste en la difusión de la creación literaria local y nacional, sin fines de lucro ni de la promoción de un perfil único estético o de pensamiento. El criterio de selección de los textos se basa únicamente en la calidad literaria. Puede dirigir sus textos en poesía, narrativa y ensayo a la página electrónica: tierra_baldia@yahoo.com.mx. Visite nuestra página en Internet: http://revistatierrabaldia.blogspot.com El Consejo Editorial no se hace responsable por las colaboraciones no solicitadas. Impresa en Servimpresos, Hortelanos 511, Col. San Luis, Aguascalientes, Ags., servimpresos2002@yahoo.com.mx Tiraje: 500 ejemplares. Diciembre de 2008 Portada: Fotografía de Aurelio Asiain

mA. guadalupe de alba ilustración sin título lA cofradía de la tierra baldía Un cadáver exquisito jOsé emilio pacheco Los días que se nombran rÉgis bonvicino Letra / Rascunho / O lixo vÍctor sandoval Diálogo en el alba aLejandra calderón garcía Venus / Epidemia de ojos ciegos bEnjamín emeterio Mini ficciones / Ficciones cortas j. S. cainiz cRistina márquez Desesperada iLse díaz La hechicera y su gato-hombre jUan manuel rodríguez aTiempo jUan pablo de ávila Suicidio sesentayocho de lo que va del año sErgio ramos chávez El címbalo tHercy aLberto romandía peñaflor Discurso sobre la poesía aRturo villalobos David Lynch en la superficie de Möebius cAleb olvera romero Ciorán místico aUrelio asiain Fotografía en toda la revista (excepto pág. 3) rIcardo esquer De Lara Huerta

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jOsé de jesús lara huerta 71 cRescenciano grave Tentar a la palabra. Ensayo con Miguel Morey 72 gAbriel ramos garcía Sobre la necesidad de un amor desesperado 80 dIana martín del campo Mito 87 jOsé luis engel Aguascalientes desdichado 88 mArc jiménez rolland Reflexiones en torno a Sobre la Tierra no hay medida, de Salvador Gallardo Cabrera 98 fErnando reyes 50 años de El libro vacío de Josefina Vicens 101 aUrora lópez flores 106 lÊdo ivo Entrevista al poeta, por Óscar Santos 107 sAlvador gallardo (el hijo) La olla del cuento 110 eManuel durán Ascenso 112 mA. de lourdes herrasti maciá Isabela 114 óScar fránquez En la hojarasca 116 rAmón lópez rodríguez Crónica de unas santas mochas 119 rOcío castro Salado, ácido, amargo, dulce 124 rOdrigo huerta 127 jUlio rascón Domingo / Conjuro 129


mA. guadalupe de alba

Sin tĂ­tulo


Tierra BaldĂ­a


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A lo oscuro por lo más oscuro; a lo desconocido, por lo más desconocido.

Divisa alquímica

Marguerite Yourcenar


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Un cadáver exquisito Que Rodolfo Hinostroza nos ordenó hacer el 44 de febrero del año 19708 en el ciela Fraguas

El cadáver de una mosca se aposenta y violeta que baja de la panoplia el ferrocarril que recorre la cola del perro en una ficha vago por el cénit del infierno donde la derrota no se vuelve ausencia de flexión rota. Es un rojo intenso que podría romper con todo lo que conocemos cangrejos que salen de un artefacto ocular y es que la sangre ya abrió su ojo por tres monedas se encienden los soles he hablado de la hora que acecha. Por fin la noche calienta sus campanas de plata peluda.


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jOsé emilio pacheco Los días que no se nombran Los días que no se nombran en vano trato de recordar lo que pasó aquel día. Estuve en algún lado, hablé con alguien, leí algún libro. No recuerdo nada. A tan sólo unos meses de distancia es como si todo aquello fuera parte de un siglo irrecordable. ¿Qué hice, qué sentí? No tengo idea. Jamás me enteraré de lo ocurrido. Salí de las tinieblas. Voy a ellas. Todo es nunca por siempre en nuestra vida. José Emilio Pacheco. Ciudad de México, 1939. Poeta, narrador, ensayista, crítico literario, traductor y periodista. Premio Magda Donato 1967, Premio de Poesía Aguascalientes 1969, Premio Xavier Villaurrutia 1973, Premio Nacional de Periodismo 1980, Premio Malcolm Lowry por su trayectoria ensayística en 1991, Premio Nacional de Lingüística y Literatura 1992 y Premio José Asunción Silva al mejor libro de poemas publicado en español. Sus libros en prosa, entre otros: La sangre de Medusa; El viento distante y otros relatos; Morirás lejos; El principio del placer y Batallas en el desierto. Su obra poética Los elementos de la noche; El reposo del fuego; No me preguntes cómo pasa el tiempo; Irás y no volverás; Islas a la deriva; Desde entonces; Los trabajos del mar, Miro la tierra; Ciudad de la memoria; El silencio de la luna; La arena errante y Siglo pasado se encuentra reunida bajo el título Tarde o temprano, publicado por el FCE. Este poema pertenece a un libro inédito de próxima aparición bajo el sello editorial Era. Agradecemos con afecto al autor, su autorización para publicarlo.


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rÉgis bonvicino Letra Traducción Odile Cisneros

Nine out of ten computers are infected Leminski morreu do uso continuo de um coquetel de alcohol, cigarro e drogas às vezes de alcohol puro e Pervitin pupilas dilatadas para encarar o nada às vésperas da morte fétido camiseta cavada e chinelos trapos a pele verde como vômito arranhando o violão e traduzindo Beckett getting a tan without the sun que o futuro o disseque (... numa outra década, guerrilha nas favelas, Kaetán morreu de uma overdose de dólares êxtase de cheques abanando o leque um séquito de adeptos) nine out of ten computers... are infected Es uno de los poetas más importantes de la lengua portuguesa. Nació en 1955 en la ciudad de São Paulo, donde siempre ha vivido. Su poesía ha sido traducida al inglés, francés, español, catalán, danés y chino. Ha publicado libros en Estados Unidos y Portugal. Es editor de la revista de poesía Sibila y escribe regularmente en el periódico brasileño O Estado de São Paulo.


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Letra

Para Alcir Pécora

Nine out of ten computers are infected Leminski murió de uso continuo de un coctel de alcohol cigarro y drogas a veces de alcohol puro y Pervitín pupilas dilatadas para encarar la nada la víspera de su muerte fétido camiseta agujereada y zapatillas harapos la piel verde como vómito arañando la guitarra y traduciendo a Beckett getting a tan without the sun que el futuro lo diseque (... en otra década, guerrilla en las favelas, Kaetán murió de una sobredosis de dólares éxtasis de cheques, agitando el abanico un séquito de adeptos) nine out of ten computers ... are infected


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Rascunho Traducción Rodolfo Mata

Pauladas não há palabras morto a pauladas não há palabras para dizer morto a pauladas matar a pauladas um mendigo e seus utensilios sacola, cobertor e calçada morto a pauladas a lua em cuarto menguante verga nuvens ásperas encarneiradas enquanto isso aqueles que se locupletam com o caso sem pistas não há palabras morto a pauladas a corda no pescoço? de manhã poça de sangue feridas na cabeça e no rosto não há palabras morto a pauladas não tem conversa não 10


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Borrador Palos no hay palabras muerto a palos no hay palabras para decir muerto a palos matar a palos un mendigo y sus utensilios bolsa, cobertor y banqueta muerto a palos la luna en cuarto menguante doblega nubes ásperas en rebaño mientras tanto aquellos que se hinchan con el caso sin pistas no hay palabras muerto a palos ¿la soga al cuello? por la mañana charco de sangre heridas en la cabeza y en la cara no hay palabras muerto a palos ni hablar, no, ni hablar 11


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O lixo Traducción Rodolfo Mata

Plásticos voando baixo cacos de uma garrafa pétalas sobre o asfalto aquilo que não mais se considera útil ou propício há um balde naquela lixeira está nos sacos jogados na esquina caixas de madeira está nos sacos ao lado de cabine telefônica o lixo está contido em outro saco restos de comida e cigarros no canteiro, sem a árbore, lixo consentido agora sob o viaduto onde se confunde com mendigos 12


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La basura Plásticos volando bajo pedazos de una botella pétalos sobre el asfalto aquello que ya no se considera útil o propicio hay una cubeta en aquel basurero está en las bolsas tiradas en la esquina cajas de madera está en las bolsas al lado de la cabina telefónica la basura está dentro en otra bolsa restos de comida y cigarros en el prado, sin el árbol, basura permitida ahora bajo el viaducto donde se confunde con mendigos 13


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vÍctor sandoval Diálogo en el alba Es un jardín de hojas y naranjales dorados en el estanque. Los besos dispersos han puesto el agua roja, mientras el erótico cisne inmortal de Leda, todo blancura, nieve terciopelo en el fondo del lago, pesca suspiros con el pico, con la misma facilidad que un tomador consuetudinario engulle una botana de jamón. Al levantarse el telón, todas las cosas que haya en el escenario deberán estar inmóviles; se procurará que el público también se quede sin movimiento, para dar mayor sensación de calma. Es de día, pero no un día cualquiera, deberá de ser un miércoles... Aparece en escena Leda, (quien por un capricho de su papá que era un Helenista fracasado, le puso así). Leda tiene una belleza majestuosa; en sus ojos el silencio reinante ha humedecido sus alas; sobre su frente –cristal, y mañana purificada– caen unos graciosos rizos negros y misteriosos. Sus mejillas son dos duraznos priscos a punto para morderlos. Al aparecer Leda, todo deberá recobrar su estado normal, (salvo los anormales, porque aunque quieran, no puedan).

Este texto fue publicado en el Núm. 4 de El hombre búho, hoja literaria, publicada por Salvador Gallardo Topete y Víctor Sandoval, en Octubre de 1952.

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Leda, (con alegría): Hermosa mañana para salir a pasear; si yo supiera algún poema lo diría, pero no sé ninguno. Hermosa mañana para reír; si yo supiera una risa nueva, reiría, pero no hay una sola risa nueva, todas las risas que hay son tan viejas e... iguales. Qué hermosa mañana. El aire transporta entre sus naves transparentes, purificados aromas. Si yo pudiera danzar, danzaría la danza de la vida buena. Inicia unos pasos de ballet y queda en el suelo como una paloma abatida. De la lejanía viene el canto libre de Crisóstomo. Es una tonada campirana, a veces alegre y otras triste, inmensamente triste como los caminos. Al escuchar la canción, Leda se incorpora y pone atención. Del fondo lateral izquierdo, llega Crisóstomo, esbelto y ágil como un galán cinematográfico. Leda le mira larga y bobaliconamente. El cisne deja por un momento de batanear y también le observa de lado. Crisóstomo deja de cantar y agradablemente sorprendido ve a Leda. Hay un momento de éxtasis, diríase que, por el aire ha pasado un ángel. Después prosaicamente, como todo principio de conversación: Cris. –Buenos días. Leda. –Muy buenos los tenga usted. Cris. –Regulares, ¿y usted? Leda. –Muy buenos. Cris. –Sí, ya veo. Leda. –¿Qué insinúa? Cris. –¿Yo? Nada. Leda. – Ah, yo creía... Cris. – ¿Usted creía? Pues yo no... (Levantando una rosa del suelo). ¿Dejó usted caer esto? Leda.- No, señor, ¿por qué? Cris.-Porque solamente de su persona se puede desprender una rosa tan hermosa. Leda, – Gracias. Muy galante de su parte, ¿viene usted a pasear con frecuencia a este sitio? Cris. –Es la primera vez que vengo. Mi casa está en lo alto de la montaña, donde la nieve se hace nube, cerca de la embajada de los San Bernardo. Nunca había bajado por este rumbo. La aurora me arrojó entre sus cotidianos chorros de luz, un nuevo aroma que era desconocido para mí. He venido siguiéndolo, (mirando amorosamente las voluptuosas formas de Leda), parece que ya encontré lo que buscaba. Mientras este diálogo se desarrollaba, el cisne ha terminado su botana de suspiros, pulcramente se lava el pico y luego se dirige hacia la orilla del lego en donde están Leda y Crisóstomo. 15


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Leda. –(Mirando para todos lados): ¿y qué buscaba? Cris. – ¿No lo adivina? El cisne ha salido del agua y muy parsimoniosamente, sacude sus ebúrneas alas. Una corriente de aire frío interrumpe el diálogo de Leda y Crisóstomo. Leda. –¿No tiene usted frío? Cris. –Algo ha cambiado el ambiente. Leda. – Es un frío agradable, como un baño en un día caluroso. Cris. – Es un frío desagradable, como un puñal perdido en la noche. Leda. – Hace frío y sin embargo en mi interior siento un fuego incontenible. Tengo la sensación y la inquietud de que algo va a pasar, de suma trascendencia. El cisne abre sus alas con una displicencia de aurora. Los remos del ave son tan grandes que casi abarcan todo el escenario. Leda – Qué bien se está aquí, (mirando a Crisóstomo dulcemente). Los sueños son reales, casi se pueden tocar. Cris. – No sé, cuando llegué y la miré a usted, en armonía con todo lo que hay de hermoso, la alegría me hacía saltar y de pronto he sentido una angustia terrible como la que sienten los poetas modernos. Cris. – ¿Se burla usted de mí? Leda. – No, de los poetas modernos. Sobre todo de cierta poetisa que hace décimas al por mayor. Cris. – ¿No le gusta lo que escribe Pita Amor? Leda. – Yo no he mencionado a Pita Amor. Cris. – ¿Quién otra podría ser? Leda. – Salvador Novo. Cris. – ¡Ah! Leda. – (Acercándose a Crisóstomo le toca un brazo): Los sueños son tan reales que casi se pueden tocar, se pueden tocar. La pareja se ha unido, están juntos y se miran amorosamente. En los ojos de Leda, la luz canicular hace los juegos mágicos del día y en sus labios, húmedos de deseo tiembla el primer beso. El Cisne estremece nuevamente sus alas y de pronto todo el escenario cambia. La iluminación, como en una cinta cinematográfica a colores. Rojo, azul, amarillo, amarillo, rojo, azul. La música de fonda debe ir a tono con los colores.

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Leda.- (Ceñida a Crisóstomo): El día se ha puesto hermoso y tus labios son propicios para las canciones de amor. Cris. – (Vagamente): No sé. Hace tanto tiempo que no canto. Desde aquella mañana de primavera en que te encontré. ¿Te acuerdas, cómo iba aquella canción? (Tarareando quedamente: Va tu figura nevada Por campos y praderas Como azucena mecida Por el aire en primavera. Leda. – Morena, tu voz sonora, repica en la azul mañana como una alegre campana, en las torres de la aurora. El cisne camina hacia la pareja balanceando sus alas; la presencia del ave tiene algo de humano y divino a la vez. Crisóstomo ha quedado petrificado; su cuerpo brilla como cristal de roca. El terciopelo nevado del ave cubre a Leda, como una ola. Ésta gira lentamente y se refugia en el pecho ebúrneo del cisne; quien se aleja hacia lo más profundo del paraje, dejando en escena a Crisóstomo en una bella estatua de cuarzo. En el aire, ágiles y suaves, caen las notas de una canción estremecida: Venía de la azul montaña, por los caminos del aire, cuando en la dulce mañana, miró su figura breve. Pastor de graves canciones, ¿a dónde vas por la tierra, buscando nuevos amores, con tu sandalia ligera? La voz a lo lejos suena, viene colada en el viento y en la doliente arboleda se rompe su dulce acento, Cristal, Cristal y mañana... Ma ña na, Cris tal, cris... tal...

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aLejandra calderón garcía Venus Los caracoles le enseñaban su lenguaje, ella se detenía para hablarles, cuando sus fuerzas la desterraban de este mundo. Iba andando sólo porque los ejes existían, y eso que llaman pasos. Entonces volvía al sofá marrón y te recordaba, te miraba, me decías de un planeta Venus donde sólo existía yo, y muchas yos en él. Y yo te dije que era posible verme con otros, muchos otros, con una rabia tibia me mirabas, me decías que no podían existir esos otros, me lo decían tus manos, también tu boca. Después ya no decías nada de eso: de las muchas yos. Tus ojos se me resbalaban y esa boca de la que te hablaba. – Buenas noches. (Desaparecías, te ibas a soñar no sé con qué). Volvía a hablar entonces con los caracoles, sólo decías: – Cualquier cosa. Y comencé a odiarte, a odiarme; odiarte tanto... Quería que

me hablaras de Venus, que escaláramos una montaña, la más grande; gritar, reír, ya sabes, escuchar el lenguaje

del viento y los árboles, pero me decías que soñaba mucho y que de esta vida no vivías de sueños, mis ojos se volvían terrenales. – Te vas a lastimar cuando despiertes. – Todo es en carne y hueso... Y desaparecías tras la puerta, tus pupilas parecían secas y me dieron miedo, y te miro desde aquí, desde el suelo, extendido en plenitud, mientras mi piel se tiñe de rojo en el vaivén, en el curso final de tus venas.

Alejandra Calderón García nació en Aguascalientes el 10 de abril de 1986. Pertenece al taller de Cuento y Varia Invención que coordina en el ciela, el maestro Salvador Gallardo Topete.

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Epidemia de ojos ciegos Desde el asteroide B-612 Terminé de leer con una sensación que no reconocí, lo cerré luego de un momento de aspavientos y me dormí, aunque aún no sé si lo hice; mis pasos eran tibios y ligeros, mis ojos se detuvieron ante un planeta en la planta de mis pies, fue después que descubrí frente a mí una pequeña figurita con una capa resplandeciente y sosteniendo con firmeza una espada plateada. Él, sin dejar entender lo que no entiende, entonces te hace otra pregunta que no sabes cómo responder y te quedas mirándolo impávido. No olvida lo que nosotros olvidamos, tan rutinarios, algo torpes... He escuchado sobre el punto fijo del curso de las cosas: el fin de los pasos, los gritos, los ecos, el ruido, el andar tardío. El después inviolable, el tiempo que mide cada momento, cada cosa en porciones, se anuncia constantemente el utilizar inútil de las manos. Alguna vez no habrá otra máscara que ponerse, pienso entonces, que me dará miedo quitarme la mía totalmente. Los ojos inquietantes de animales observando quietamente, yo los siento apuñalarme. A veces, casi siempre, creo preguntarme lo mismo que ellos, tan sólo amarrados a la suerte inexistente. Y aún me hago la misma pregunta... – ¿Qué pasará después? – Un día querrán huir. – Hay personas que huyen de muchas cosas. – Se terminará huyendo por la misma razón. – Entiendo, pero como que no entiendo. Su mirada me analiza... – Las cosas se acaban y no sólo se acaban por acabarse. Hubo un silencio; mecánicamente me sobresale una mueca algo resignada. – ¿Sabes qué se investigan? –¿Qué cosa? – Los planetas. – Sí, lo sé. – ¿Sabes para qué? – Supongo que para dar a conocer acontecimientos.

Lo esencial es invisible a los ojos

– Ellos están esperando a que tu planeta esté a punto de acabarse para mudarse aquí. – No lo había pensado así, sé que hay personas que pagan por visitar este lugar, pero nada más. – He visto personas con cosas extrañas en la cabeza, ¿son los visitantes? – No, son los astronautas. – Ah, sí, ésos, los astronautas, había olvidado el nombre. No podía dejar de ver tantas cosas, esas luces, esas nubes tan diferentes a las que conocía cuando una caja se atravesó en mis ojos. – Éste debe ser– dije entre dientes. – Es un cordero.– Se adelantó vivazmente, y después su tono se nubló un poco. – ¿Eso por qué? – Se comería mi rosa y no puedo dejarla cubierta todo el día, se moriría. Observé no muy lejos una rosa que sobresalía, llevaba un gran caparazón de cristal. – Si mi planeta fuera más grande...– Expresó lamentándose y tocando la caja con tristeza. – Una cerca podría evitar que tu cordero le haga daño. – ¿Qué es una cerca? – Una división entre tu cordero y la rosa. – ¿Cómo es una cerca? Tomé un lápiz y dibujé. (Aquí va un dibujo de un planeta con una rosa y un cordero en una cerca, ¿eh?). Entonces se animó y esbozó una sonrisa algo opaca. – He querido habitar tu planeta pero... la rosa dice que cruzando esa espesura blanca todo cambia. ¿En qué cambia? – En que existen cosas allá, que aquí no. – ¿Como qué? – Como la gravedad– respondí lo primero que emergió en mi mente. – Las cosas allá no flotan, ya lo sé, ¿pero en qué es diferente? Entonces lo miré sin saber qué decir...

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bEnjamín emeterio Mini ficciones DE ENCUENTROS

Los sonidos de la noche anuncian el fin de esta tarde cobriza, y la hora en que Miguel inicia el habitual recorrido, con un vacío que no entiende. Del otro lado de la calzada descubre otra presencia. Inexpresivos, se miran, caminan lento hasta quedar de frente. Ese intercambio de miradas les alegra, saben que su soledad cotidiana, por el momento, no existe. Después, se atravesaron para continuar con la rutina.

Nacido en Betania

Sentí mi muerte y mi sepultura. Ignorando este suceso, Magdalena le rogó sanarme. Él me regresó la vida. Estoy atado a la pesadilla de la eternidad.

En Babilonia

Me enamoré de Rebeca. Dejé de entenderla. Construíamos esa torre. Con ellas caigo. Benjamín Jesús Emeterio Márquez. Actualmente reside en la ciudad de Mérida, Yucatán. Realizó estudios en antropología social en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, y de psicología educativa en la Universidad Pedagógica Nacional. Ha participado en los siguientes talleres: el del Centro Yucateco de Escritores, el de Creación Literaria de Beatriz Rodríguez Guillermo, el de Roldán Peniche Barrera, el de Rafael Ramírez Heredia y el de Agustín Monreal. Ha colaborado en las revistas: Cardi, Avance de Dzidzantún, Recreo, Hojas de Hierba, El Boletín de la UADY y Navegaciones Zur. En los suplementos culturales: Generación Noventa del Periódico El Día, El Juglar del Diario del Sureste y En Plural del Diario de Yucatán. Y en la revista electronica Letras en rebeldía.

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Súplica Lazariana

Quiero estar en silencio, ser laja fría de la cueva. Por creer en él, me quitó la muerte.

Duelo

Se cree Dios. Soy ateo.

Ilusión

Quiere ser millonario, ha decidido ser escritor.

Marxista

Incorrupto, luchando por la causa, murió de hambre.

11/9/01 - 9:40

Se refugia en la felicidad que provocó en Guadalupe cuando le dijo: por fin tengo trabajo. Al caer con el piso 77, la cara de Lupita es lo único que ve.

NOCTURNO

Cuando atravesó la pared supo quién era.

Desamor

Cuando me separé de ti, terminó mi soledad.

En cabina

Por ti seré hombre o mujer; bisexual o transexual, heterosexual o estéreosexual. Pero nunca étereosexual. 21


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En el clóset

Le hice el amor y quedó satisfecho, ¡soy todo un hombre!

REFLEJO A Luis Alcaraz

No lo hagas; sin mí nada eres, grita mientas se fragmenta su altivez.

Ajuste de Cronos

Anoche, después de la fiesta de cada viernes, dormí temprano. Hoy, el periódico tiene fecha de domingo siete y las campanas de la iglesia llaman a misa. ¿Y mi sábado?

Ficciones cortas Tradiciones A mi hijo Beymart

Éste fue su hogar hasta que se casó. Yo me quedé, es un lugar muy tranquilo. Casi no salgo de mi recámara. Lo único que no me gusta es lo viejo de los muebles y el polvo que se acumula. Mi hijo es muy considerado, de vez en vez trae a una señora para hacer la limpieza. Él viene cada mes a platicar conmigo, a recordarme. Sé que me puedo ir con él, pero sería un estorbo para su familia. Un día trajo esta foto, recuerdo cuando la colocó frente a mi cama. Estoy seguro de que me quiso dar ese gusto. Es la mejor prueba de que existió el sombrero, el jarro y “las ánimas de Don Tin”. De niño me gustaba escuchar las anécdotas de mi abuelo. Lo hacía como a las siete de la tarde en el patio de la casa, frente a la puerta chica. Era la hora de ir a dormir y mi cama estaba cerca del lugar. Ya bajo la protección de las sábanas, atendía sus relatos. 22


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La reunión iniciaba con la rutina de quitarse el sombrero; colgarlo en ese imperceptible clavo, tomar el “jarrito”, ponerle un poco de licor de caña que, según él, le daba cuerpo a su café: llegué a pensar que ese aroma atraía a las personas; era el llamado de amigos y vecinos. Al principio se reunía la familia, después fue tanta gente que se mandaron hacer bancas especiales, al parecer cada quien tenía su lugar. Mi abuelo les platicaba cómo “las ánimas benditas” en más de una ocasión le salvaron la vida; soñaba con regresar a su tierra y a esos andares por la Sierra de Guerrero. Por su voz me imaginé los lugares que recorrió. Muchas historias marcaron aquellas tardes de infancia. Me moría de miedo al escucharlas, todo era tan real. Cuando dormía, la historia continuaba en el sueño. Sin saberlo penetré en su creencia. El abuelo murió y con él los fantasmas, las reuniones desaparecieron. Con mi hijo traté de revivir esas tardes, especialmente cuando las sombras o los ruidos no lo dejaban dormir, en ocasiones él pedía que le contara la historia del “tío fantasma” que nos cuida, realmente quería escuchar mi voz mientras dormía. Nunca creyó en ese fantasma. Al tiempo, no supe dónde quedó mi fantasma, ni dónde lo olvidé. Mi hijo creó sus tradiciones, como ésta de visitarme regularmente. Acude puntual a nuestra cita. Pendiente estoy de verlo llegar. A veces trae a mis nietos, se para junto a la foto, les explica quiénes somos. Les comenta de las ánimas del abuelo y de nuestro fantasma. Yo cuido que no se asusten los niños. Es claro que heredó del abuelo esa forma de platicar. Me gusta escucharlo. Cada visita la aprovecha para contarme de sus alegrías y preocupaciones. Lo escucho con atención, cuido no imponerle mis ideas, esa es mi labor. De esta forma logro que él tome la mejor solución. Cuando se va, lo acompaño a la puerta para despedirlo. Como es estrecha dejo que pase él. No sé si es la nostalgia del abuelo o la evocación del tío Fantasma, pero siempre olvido que puedo traspasar paredes.

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Leviatán A Beymart

Lo que ocurre en esta isla, vino del sur. Llegó con la niebla que duró tres días. Al desvanecerse, los isleños vieron el bote, estaba en el alfaque. Con él, los hechos y el tiempo se mezclan. Sus habitantes creen que los dioses guiaron al Leviatán cuando navegaba a la deriva, evitaron que se estrellara contra los arrecifes donde las olas rompen y los barcos zozobran y con la bajamar lo depositaron en el banco de arena. En la isla, cuando las nubes absorben los colores de la tarde y el crepúsculo pierde su luz transformándose en centelleos mortecinos que imitan los tonos de la noche, algunos isleños cuentan que es la hora en que han visto a Robert Louis Stevenson. Él camina del alfaque, por el atolón, hasta el acantilado. Siente que la brisa agita su barba. Anhela ver en el horizonte al navío. Se emociona al pensar que el capitán Shacklenton desembarcará para llevarlo a bordo del Endurance. De la expedición, Stevenson todavía tiene presente cuando el navío quedó atrapado en la banquisa. Intentaron romper el hielo con la nave de gran calado; por las condiciones del clima, no fue posible. El bastimento y equipo no garantizaban la travesía para todos. Quedarse y ser rescatados era lo mejor. Shacklenton le ordenó tomar el Leviatán y a dos hombres para buscar ayuda. Eligió a John, el marinero de más experiencia y a Jim por joven y fuerte. Juntos se vieron obligados a caminar en esa gran masa gélida: desde la nave la veían como un blanco paisaje de vidrio, al cruzarla les da la impresión de que lentamente se desliza como esperando un descuido para convertirlos en parte de ella. Cargaron con la lancha hasta el mar de Weddell. Guiados por las estrellas cruzaron el Antártico. Los fuertes dolores y los calambres en el pecho eran síntomas del congelamiento de sus pulmones, ya tenían el cabello cristalizado y negros los dedos de los pies; la ropa se escarchó. No pudieron seguir remando. Cuando cesó la lluvia, el bote daba la impresión de dejarse guiar por la corriente que lleva a las islas Georgias. Encontrar ayuda antes que el hielo hundiera al Endurance era lo primordial de su travesía; por miedo de no alcanzar 24


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puerto, Stevenson grabó cerca de la cala del Leviatán, la ubicación del navío varado. Lo último que recuerda es el Arco Iris de San Martín y tierra en el horizonte. Piensa que todo fue un milagro de supervivencia. Ahora se enoja y vocifera al no saber cómo fue rescatado. El deseo de ver la embarcación aminora su rabia. Si no avista el barco, Stevenson se desvanecerá lentamente con el alba para regresar al siguiente ocaso. Los nativos de la isla no pueden olvidar a los tres náufragos, en las tardes platican sobre lo imposible del viaje, están seguros de que sin la protección de los dioses no hubiera varado en la arena. Saben que después de la niebla el Leviatán duró siete días en el alfaque, tiempo que ellos esperaron para que se descongelara. Al recuperarse de la hipotermia, el capitán se enteró de que fueron rescatados los veintisiete marineros del Endurance y que éste había sido aplastado por el hielo. Nueve meses después, cuando Shacklenton abordó su nuevo barco –el Quest–, decidió llevar al Leviatán renombrado como “La isla del tesoro”. Ese sería el último viaje de ambos.

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j.S. cainiz la otra noche del cabaret Si cerraras la puerta, la noche podría durar eternamente Lou Reed Esa noche la prolongué sólo para ti. Honestamente no fue lo que esperaba, aunque debo admitir que contigo no debe esperarse nada. Cruje la sombra de la noche, oculta sus redondeces hundo mis manos en tu abrigo palideces... (Un agujero en tu vestido de noche, no se verá sino hasta el amanecer.) 4 de Octubre de 2008 Vale más la indiferencia de ser un bocado en la sonada aniquilación del arte cuando todos ocultan su fealdad bajo las luces estrobo preñando de clandestinidad aquellas situaciones más risibles te empeñas en aquello que tanto me desagrada verte caer como ángel apedreado preferiría abordar mi propia carroza fúnebre quisiera decir que temo dejarte a la deriva, pero sólo son celos (no comparto la enferma fijación de Leopold) nos bebimos la noche, drenando todos y cada uno de los fantasmas que ardían tras el espejo sin más música que los íntimos y trágicos pensamientos encerrados en nuestras mentes como marchitas muñecas sin vientre mutiladas quimeras sorprendidas en el quicio de la agonizante noche y a pesar de todo créeme cariño no hemos hecho el viaje en balde además, ¡no podía ser para siempre! dejas la puerta abierta y la noche se nos escapa dejas entrar al sol que nos petrifica y nos vuelve cotidianos pensé que eras la señorita nosferatu la pequeña vampiresa con la espalda descubierta la que sufre en soledad el ardor de sus labios. Ódiame si quieres yo te amo por lo que eres ahora sabes lo mucho que me duele llegar al final de la noche pero lo haría de nuevo por ti. J. S. Cainiz. Aguascalientes, Ags. 1983. Se licenció en Filosofía (2006) por parte de la UAA. Es autodidacta en eso de la poesía. Intenta escribir una novela experimental que seguramente nadie querrá publicar.

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.................................................................................. sintonizo en la radio una canción de asfixia extralargos cigarrillos abrevian la niebla dormida en el juego que pretendes enseñarme al cruzar las piernas y tener la orilla de la falda a la altura de la rodilla sabes que lo tienes y lo consigues eres como el fantasma en la máquina la anomalía que termina por mimetizarse hasta retornar como la parte del todo un pensamiento ciego y en constante riesgo a la hora de soñar sólo hacen falta unas piernas prodigiosas para tener al mundo de tu lado y eso bien que lo sabes, cariño unas piernas que quiten el aliento bajo la lluvia / bajo tu falda un hoyo negro que apaga la luz innecesaria como el atardecer ahogado en el espejismo haces la niebla al caminar descalza entre los zarzales jugueteando con pequeños rododendros lo mejor es ver tu sombra en la alcoba con los muslos expuestos y poderosos en su tensión como tenazas de cangrejo las rodillas un poco asimétricas pero dibujando una trayectoria como de sonrisa pasajera (desgarrando las alas que fingen desaparecer en la tiniebla como la palabra que se entrelaza en las visiones que no le arrebatan al cadáver) llego hasta tus pantorrillas que recién tomaron su baño de cera conozco el amanecer enredado a tus piernas que prometen un baile nocturno con ángeles que derraman los ceniceros en la geometría de arabescos formas vibrantes de una música NUIT NOIR y de ti sólo queda una silueta de engrane una memoria ausente un caer al cotidiano desnudar las horas y solapar al vacío con el ardor de un alcohol en agonía. .....................................................................................

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cRistina márquez Desesperada Porque quiero escribir algo que no me sale,

que quiero sacar que no tengo nada y no lo logro. Porque me sale la nada, de la nada y puedo contenerme nada.

que no tiene nada

La tinta que no sale de la pluma y si supiera que yo tampoco sé nada pues seríamos dos con una nada tremenda

Un hoja en blanco, una hoja llena de letras con frases que no dicen nada y otra yo que se pega como imán a la provocación de un mundo que no me diga nada, por aquello de no poder sentir nada Y es que cuando no me sale eso que siento pero que debería sentir; y no lo digo porque no hay nada que escribir del mundo, del campo o del té que cura el interior pero no el exterior ni los laterales, ni los gallos que cantan todavía sin el sol que no sale por las batallas del dinero que se acaba pero

que todavía hay

y esta preocupacion enorme por lo que no importa y que nos vuelve locos de la nada; pues me frustra no decirles nada de lo que no pude escribir mientras no tenía nada que hacer. 28


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iLse díaz La hechicera y su gato-hombre Todavía no siento nada en los talones

algas, brujas o ángeles. Nada. En cambio te veo de cara al espejo y de espaldas. Te trepas. En la ausencia,

lo que siento son las hojas mal afiladas de una navaja de rasurar cortándome los tendones. Un ungüento y un palo de escoba entre estas piernas mías. Se tensan las cuerdas entre los demonios –la fiebre, la hoguera–

y la tibieza de otras manos que tocan mi vientre.

Licenciada en Letras Hispánicas, egresada de la UAA y de la Universidad de Almería, España. Premio Universitario de Poesía Desiderio Macías Silva y de Cuento Elena Poniatowska en el año 2006, Ha participado en los talleres del CIELA. Actualmente imparte clases de Literatura en el Bachillerato de la UAA y es becaria del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes.

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jUan manuel rodríguez aTiempo Amigo de la carne húmeda... aprisionada entre barrotes y muros de sal... Estás, y ya no estás. Se envejece la piel del mundo. Te vas de pie, te vas de rodillas, corres, vuelas... Las estrellas se te meten a los ojos y dices volver eternamente a surgir entre los muertos... alargas tu historia y te metes los relojes del mundo al bolsillo... Eres el fantasma que siempre hemos llevado desde la infancia... estás y ya no estás. Y en el desierto se derriten todos los relojes y las jorobas del camello, el hambre gobernará en tu sed, en tu dolor, en tu vida, en tu muerte. Tiempo de nacer y de volar, tiempo de vivir en la cueva y colgado de un teléfono. Tiempo para estar de grito abierto en el panteón. Tiempo de luciérnagas tatuadas en la piel de los hombres, se apaga y se prende, vuela y se difunde por los océanos. Cambia tu nombre, tu calle y todos los recuerdos, cambia la profundidad de tus ojos y el guión de la película de la vida. Termina y nunca acaba, inicia y nunca termina... eres desierto entre engranes, eres carne dentro del tiempo, y no arrojarás al bebé siendo niño y al adulto siendo abuelo, no habrá tiempo para eso. Estás y no estás. Sangre de colores infartada dentro de tu cuerpo, sangre de vientre y alvéolos, gusanos dentro de tu historia y de tu piel, humana y reptante, sangrienta y arrugada, vejez de la noche que siempre deja sus huracanes en tu sueño. Vives y no vives, vienes y no vienes... salvaje engrane, terco salmón de la tarde, fauces y enigmas, todo bajo la curiosidad andante de un reloj inmortal, de la cara de Dios, enigma que nunca se desvanece... bajo la mesa corren las cartas secretas del cómo vivir a tiempo, del cómo morir a tiempo. Juan Manuel Rodríguez, 1968. Coordina talleres literarios en los CERESOs por parte del CIELA Fraguas. laesquina927@hotmail.com

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* estirar los pasos y sentir los colmillos detrás de nuestra ruta. Caminar con una pistola Salir a la calle...

en el pecho, con un tiro en la frente. Vivir aquí es comerse la propia lengua, tragar letras rojas y una sopa de sangre. Vivir aquí, es entristecerse de haber nacido humano, de sentir el hambre y la rabia, la impotencia. Vivir aquí, es dejarse amarrar las manos, la lengua, y caminar como una garza enferma de sordera... vivir aquí, en esta calle, donde los rugidos, las balas, las matanzas, los secuestros, a alguien han de alimentar y dejar millonario... Pero mientras, aquellos niños que jugábamos a las canicas, ahora nos metemos un tiro en la cabeza,

nos arrancamos los ojos y debemos matar o que nos maten... caminar aquí, por las calles de esta ciudad, es hacer que te abran nuevamente la herida... y de ella, nazcan mariposas mudas, luciérnagas sin cabeza, avestruces sin agujero donde esconder su miedo... es nacer bebé, marcado por días irreverentes... días como filo de mentira, como carne de cañón, ausencia de cielo o dioses que rescaten nuestro epitafio, porque hasta eso nos han de robar... vivir aquí es mezclarse con la tarde y morir, después... nadie, pero nadie, se moleste en regalar una lágrima... vivir aquí es acostumbrarse a la

muerte cotidiana...

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jUan pablo de ávila Suicidio sesentayocho de lo que va del año

– ¡Panzón! ¿De qué va a ser tu orden esta noche?... – ¡Qué cochinero es tu puesto de tacos, Rax...! – Don Buenrostro sigue clavado en la ventana... – Sí, pinche ruco, tú siempre lo ves desde éste, tu puesto... – Toda mi vida he visto esa casa, desde aquí... – Qué jodido, ¿no? – Así son las vidas, haces lo que tienes que hacer... – No mames, haces lo que te dicen que hagas...

– Don Buenrostro trae algo grueso entre neurona y neurona... – ¿De qué van a ser tus taquitos esta noche, Panzón...? – Pos‘ de lo que aiga... – Hay de todo... – Bueno, para empezar dame uno de cada uno... – Corrrreeennn colección de tacos Rax... – Cebollita, salcita y chilitos. Con todo, ¿eh?...

– Don Buenrostro se empezó a poner lurias desde que se le murió Doña Rosita... – ¿Te acuerdas?... – Bien buena onda la ruca... – ¿Y tú qué haces en su casa?... ¿Si se pue- – Mocha igual que él... – Pos, ¿qué quieres?, todos los ñores y tode saber?... das las doñas son así... – Pos ya sabes, me manda mi tía, y yo – No, mi jefa no fue así... pos‘... – Mejor no le escarbemos a los pedos por– Tú sí le debes a tu tía, panzón... que son de aigre... – Pos‘ sí. Y vengo y le barro, le lavo los – Supiste que se murió por un hueso de trastes... pollo... – Yo que tú lo mandaba alaverno, está – Sí, qué pendejada, ¿no?... loco... – Lo hago por mi tía, que le da retemucha – Comían y se le atoró el hueso... – Y Don Buenrostro queriéndoselo sacar... lástima el ruco... – Metiéndole los dedos... – ¡No!, a ella le debes la vida, panzón... 32


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– ¿Qué ve? Siempre observando tras las persianas... – Pos‘, ¿no será un viejo lujuriento?... – Ándale, observa el jardín desde que las chavas regresan de la prepa, vienen con sus novios y se meten unos fajes. Hasta yo que ando arreglando el puesto me pongo cachondo... – No, el ruco nos observa a nosotros... – Ve a Doña Carmela que sale con Don Juan; el ruco se sabe toda la movida del barrio... – No, nos observa a nosotros... – Pobre ruco. Yo aquí, lo conozco de un chorro de años... – Pos‘ siempre del Barrio... – ¿Te acuerdas del Toño? Su hijo que se fue pa‘l norte... – En el otro lado lo mandaron a la guerra... – Allá le dieron chicharrón... – Una bomba lo hizo volar en cachitos... – Salió en CNN... – El único morro del barrio que ha salido en la telera internacional... – Sí, porque en el Tribuna: todos... – Le mandaron a su hijo en una cajita... – Gachote... – La tiene en la sala, rodeada de velas... – Gachotote... – No sé lo que ven sus ojos... – ¿No te ve? – No ve a los ojos, así directo, como conti-

go: No. – ¿Y cómo tiabla, Panzón...? – Me ordena diciéndole a las paredes... – Uuuyyy... – Dice que fue con el Papa y que le solicitaron una gran misión... – Saaaaale colección de tacos... – Tiene un mapamundi con chorcolatas en la sala... – ¿Pa‘qué, tú?... – En el mapa tiene señalados lugares místicos... – ¿Pa‘qué, tú?... – Dice que va a venir el anticristo... – Eso sí está gacho. El diablo sí nos come, pero, ¿y?... – ¿Cómo que y? – Que venga el anticristo. Nos agarramos a patadas con el chamuco... – Él es el encomendado a matarlo... – ¿Chilitos?... – Que va ha llegar un marciano... – Yaaa... – Lo tiene que exterminar... – Yaaa... – Neta. Según él y yo le creo... – Nel... – Me cae, yo creo que loco, loco, no está... – Tiene como un mes mirando por la ventana toda la tarde y la noche... – ¿Toda la noche?... – Sí, eso creo. Hasta que me voy... – ¿Eso es?... – Como a las dos. Me está asustando... – ¡Está bueno el mole!... – Ahí está, siempre mire y mire. ¿No traerá algo contra mí?... – Cómo crees, te digo que está en un dile33


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món entre matar o no al extraterrestre. Y además sabe que lo sé y que tú lo sabes... – A veces pienso que es un güey de otro cártel, ya ves los levantones... – No seas güey. Don Buenrostro es fundamentalista... – Los de la Miravalle me la tienen sentenciada... – Que no. Que tiene que matar al anticristo... – Entonces, ¿por qué nos observa?... – Él sabe que somos los únicos que lo podemos detener...

– ¿Marciano o anticristo? – Es lo mismo... – No, no es lo mismo. Discúlpame, Panzón... – Bueno, no es lo mismo. Pero igual lo tiene que matar... – Pero tú ni crees en fantasmas... – ¡Pero en extraterrestres sí!... – ¿Cebollitas?... – Él no quiere matar a nadie... – Pues que no lo mate... – Se lo prometió al Santo Padre... – ¿Le rezó, se lo ofreció de manda?... – No, el Santo Padre se lo pidió en persona... – Ahora sí te la estás jalando... – Neta, me enseñó unos crucifijos de Italia... – No se ha movido de esa ventana... – Se lo llevaron a la capital y 34

luego en un Jet a Italia... – Órale... – Dice que vinieron hasta los de la CIA a escoltarlo... – Y, ¿a dónde va a llegar el marciano? – Mnnnnmmmm... – ¿Aquí? ¿Al Jardín de Cholula?... – Pos‘n la Chona... – ¿Cómo saben?... – ¿Cómo saben qué? – ¿Cómo saben exactamente en dónde? – Superradarzotes que captan ondas... – ¿Sí?... – Señales binarias están formando un mensaje... – ¿Sí? – El monstruo llega el 22 de febrero a la Chona... – ¡¿A la Chona?! – Sí, ha de ser un lugar místico... – ¿La Chona? – Las coordenadas marcan ese lugar... – ¿La Chona? ¿Lugar místico? – Sí, güey... -Bien, te creo. ¿Y por qué lo tiene que matar?... – No mames, ¿que no sabes?... – La mera neta, no... – Otro güey que no aparece en la Biblia... – ¡Cómo que otro güey?... – Pos ese pedo de la evolución y de los changos... – Ahhhh... ya caigo. – Capichi... – Exterminarlo, carnal: El anticristo... – ¿Ves por no terminar la secundaria...? – Sí, ya entendí. – Sí, ¿ya entendiste qué?...


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– Sí, lo de los changos... – A ver, ¿explícame?... – Ah, cómo eres gacho... Panzón... – Pos, cállese y páseme esa tostadita... – Y el que lo tiene que matar es don Buenrostro... – El ciervo de la nación cristera... – Pues ha de estar bien feliz el ruco... – No, cómo crees, está que se lo carga la chingada... – Pero él sí es buen cristiano... –Pos sí, pero uno de los pecados capitales dice: no matarás... – ¿Otros taquitos? – Yo creo que antes de que se decida hay que darle chicharrón... – Hoy no hay de chicharrón ¿? ... – Mira Rax, los marcianos nos quieren decir algo... – ¿No será otro el güey que se está volviendo lurias? ... – No, Rax, la verdad siempre llega del espacio... – No te preocupes: No se va a animar a matarlo... – Hace lo que le dice el padre Pancho... – Pero él No Mata... – Es la puta iglesia... – ¡Hay que respetar a los padres!... – Primero te joden con el pecado de la masturbación... – ¿Jalársela es pecado? – Sí, a mí me han traumado toda la vida: Que los padres y la familia... –Ahora échale la culpa a la virgencita... – Si las chaquetas son pecado, tú estas arrefundido en el Averno...

– Se va a suicidar... – Porque no le damos un empujoncito... – Tiene su lanita guardada. – Me imagino... – Le dieron buena lana los del ejército... – Sí, ¿y?... – Nomás. ¿Otro taquito?... – Pásame guacamole... – Viste... Nos mira desde la ventana... – ¿Cómo sabes?... – Siempre abre la quinta y la sexta persiana... – Pos‘ no se ve nada... – ¿Taquitos?... – Dos de cabeza... – Dos de cabeza para el Panzón... – Pobre ruco. Se la pasa temblando... – Yo que tú, ya no iba... – Pásame un Orage Crush... – Míralo, sigue en la ventana... – Pobre Don Buenrrostro, está en un dilemón... – Yo que tú lo mandaba alaverno... – Oye, pinche Rax, ¿tú sabes lo que es el averno?... – Al haber gatos no hay ratones... – Al Averno, tiene miedo irse Don Buenrostro. Él, lo único que quiere es encontrarse con Rosita y con su hijo Toño: Y si se va al Infierno no los va a encontrar... – Pensé que alaverno era a la verga... – Pues es lo mismo, ¿no?... – ¿Oye, Panzón? ¿Y le habrán dado buena lana por lo de su hijo?... 35


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– Pos‘ yo creo que sí... – Yo creo que el ejército gringo da buena lana... – Pos‘ creo que sí. ¿Por?... – Lo que no entiendo es por qué tú sí le crees, si eres uno de los pocos del barrio que fue a la universidad... – Y que salió, cabrón... – ¿Entonces, Panzón...? – Sí, fue con el Papa. Le metieron todo este rollo de que hay que matar al extraterrestre y que él va a ser el salvador... – ¿Pero para qué matarlo? Hay muchos testigos de Jehová, muchos ateos, la iglesia se está deshaciendo sola... – Pos‘ te imaginas: y encima llega un marciano, que de seguro no va a ser Católico, Apostólico y Romano... Se están comunicando. Todo nos lleva a la apertura de una ventana cósmica para la salvación de la Tierra... – Tienes razón: Nadie va a venir de tan lejos para decirnos pendejadas... – Te imaginas: Llegamos en son de paz, queremos entrevistarnos con su líder, aparearnos con sus mujeres y comernos a sus gatos... – Sí, qué putas mamadas. Lo bueno es que yo no creo en extraterrestres. En la virgencita sí... – La pinche iglesia está tratando a toda forma de que no escuchemos el mensaje...

– ¿Ves? Nos está mirando por la ventana. – Tenemos que detenerlo... – ¿Cómo? ... – Matándolo.... – No mames, no soy asesino... 36

– Tenemos que darle un chance a la verdad... – ¿Y cómo piensas matarlo?... – ¿Piensas Quimosabi? Lo vamos a matar... – ¿Tas güey? Yo no he matado ni a un puerco... – Ya es mucho atole con el dedo. Es tu oportunidad de que hagas algo importante en tu recochina vida, ¿o qué? Te la piensas pasar hasta la muerte en este negocito de cagada, además tú estás seguro que no se atreverá y se va a suicidar, entonces démosle el empujoncito... – ¿Y cómo entramos? – Por el frente, es fácil, ¿ves esos mármoles, la cornisa...? – ¿Cómo lo matamos? – Pos‘ que parezca un suicidio... – ¿Y si no se deja? – Cómo no, de que se suicida, se suicida... – Dicen que en los inicios de todo esto fue su novio... – Dicen que en realidad ella es tu mamá... – Vas a comenzar Rax... – Perdóname. ¿Me llevo el cuchillo?...


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sErgio ramos chávez El címbalo Luminarias acuosas caen al címbalo, rebotan en armoniosa glotonería, humedecen las hendiduras, nutren el sonido, subliman los sueños El címbalo se retuerce ante un golpe que le hace vaporizar la estática, hace olas, las gotas crean espuma, se deslizan y caen El oído del compositor absorbe el zigzagueo de las partículas en el aire, ese zaguero oyente descuella su energía y con el sentimiento desbordado de músico se mimetiza con las gotas de agua que aún se desplazan ante sus brillantes ojos Mece el sonido con el flotar de tus acordes Apaga con un soplo las notas, y nace un amor con fantasías acolchonadas sumergidas en tinta en las que te causan furor infinito Y una vez que se realza por sí misma la creatividad, las palmas ensordecen la inspiración, pero alaban el toque de agradecimiento de un beso en una lágrima

Sergio Ramos Chávez. Estudiante. 18 años. Asiste al taller del Mtro. Juan Manuel Rodríguez. sergio_radiohead@hotmail.com

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tHercy Inventamos que la mecedora se arrulla de nostalgia, que entras a tu cuarto como todas las noches a dormir. Que la lluvia y los relámpagos rezuman tu presencia. Mientras voy camino a casa y veo el campo verde

y pienso en ti

y en el verde Áura y materno que te embruja, te embrujaba. Pienso y pensamos en ti, en esas nubes turbulentas que anuncian el trueno de tu voz, de tu pasión,

de tus ojos de almendra dormida. Pasan las veinticuatro, las cuarentaiocho, las setentaidós horas reglamentarias y uno vuelve al olvido al olvido que, paradójicamente, Funes olvidaba.

El olvido es el elemento suave, sobrio que me traslada al abismo. No es un abismo de agonía ni de muerte sino de olvido.

Sombra del desgarre

que me acompaña durante las horas del día que pasan y se roban mi yo, lo acaban, lo exterminan, lo aniquilan.

Me vuelvo polvo, ceniza y como Góngora: nada.

Aguascalientes, 1972. Licenciada en Letras Hispánicas. Realiza estudios de doctorado en la Universidad de Salamanca, España. Ha publicado en revistas como Tierra Adentro, Talleres, Parteaguas y ha sido incluida en las compilaciones El surco y la palabra y Abreviantes.

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aLberto romandía peñaflor Discurso sobre la poesía amar es combatir, si dos se besan el mundo cambia, encarnan los deseos, el pensamiento encarna, brotan las alas en las espaldas del esclavo, el mundo es real y tangible, el vino es vino, el pan vuelve a saber, el agua es agua, amar es combatir, es abrir puertas, dejar de ser fantasma con un número a perpetua cadena condenado por un amo sin rostro Octavio Paz1

Exponer un discurso sobre poesía amerita, para em-

pezar, hacer uso de la palabra sin recatos e implica no tanto sumergirse en los mares de la estética, como abordar las esferas más íntimas del hombre. Hablo de los síntomas de este hombre a la deriva y no así de evidencias científicas; ello me resulta más propicio que enumerar un delirio de censuras al castizo estilo del index inquisidor o de la Enciclopedia Británica. Pretender abordar lo “prohibido” al mencionar la noción de poiesis no sólo resulta anticuado sino un deleznable proceder con la estúpida ingenuidad de quien re-descubre el hilo negro; algo similar experimento al escuchar a fatuos trasnochados presentándose cuales artistas o creadores, pues: 1) o tienen circunspectos conocimientos de lo que dicen, o bien 2) ignoran todo cuanto sustentan –por lo demás, ¿quién no lo es a su medida? Amén de que argüir creatividad parece mejor dicho un argumento cascado, cuando no una chunga de escasa monta.

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Fragmento de “Piedra de sol”, extraído de la antología poética El amor, el sueño y la muerte, compilada por Jaime Labastida, Editorial Novaro, México, 1974, p. 117.

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Habré de enfocarme en lo abstracto del arte in situ, por hacer valer una acepción del logos, ya sea escrito, murmurado o de facto. Para empezar, hay que dejarlo muy en claro: la poesía no responde a fines específicos, sino que se canta a sí misma; esto podría antojarse una verdad de Perogrullo, mas no lo es, y no lo es sobre todo si se reflexiona que nada afirma ese manantial, dado su carácter original de ausencia. Ya el mismo Heidegger diferenciaba entre lo cósico de la obra y lo esencial en el arte.2 En otro sitio, y con la amplitud meritoria, he abordado la filosofía de éste, quizá el pensador más radical del siglo XX, a lo menos el último entre los filósofos. Por el momento, lo que pretendo destacar de tal crítica hermenéutica es cómo la absurdidad del ser ahí se manifiesta, por así decirlo, cual categoría primigenia en el mundo, y cómo por ende todo cuanto sea expresado por tal medio sólo acotará y alejará al locutor de la independencia que dado logos implica por principio; lo que quiero decir vincula más bien a esa palabra con su ensimismamiento: tú inauguras

el sol con tu mirada.

Ése, término errante o diálogo del monólogo en cavernas de apestados (vertiginosa caída a los linderos de la mente), se resguarda en los fueros del silencio. Quizá sea esto lo que delineaba Artaud al aludir a la vacuidad del lenguaje y, por consiguiente, al proponer un teatro totémico donde los sentidos serían exaltados y excluida la palabra. A causa de motivos similares, la sobriedad típica de la cultura germana instauró el refrán aquel de que, cuando no hay nada encomiable por decir, lo más sabio radica en el callar. Ese silencio de la meditación no oculta sus resultados ni disimula su eficacia. Bastaría con internarse en la conciencia profunda, en el hishiryo al 2

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Cf. Der Ursprung des Kunstwerkes, Reclam Verlag, Stuttgart, 2001.


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modo de los monjes zen, para fragmentar la realidad psíquica y encarar lo repulsivo de una sociedad predatoria. No evado ni prejuzgo: justifico la devaluación de un momento histórico, el de las sociedades desentendiéndose de su sustento: los individuos, en pro de cuyo tenor intercalo una breve pero sucinta crítica a la condición moderna, la cual se exhibe como rimbombancia ditirámbica, tirabuzón social, o cual frenesí por exagerar a toda costa. De ahí que haya hileras de fanáticos -cuando no alucinados– tras proyectos de vida o imágenes tan desvirtuadas y fúnebres como lo son, por poner el ejemplo burdo más característico de la situación actual, el del rockstar o de lo que se entiende en términos televisivos como “artista”, famoso o “nuevo rico”: he aquí la impresión a que, ridícula y descabelladamente, se obstina el hombre de la calle al grito de “¡Véanme, soy nadie!”, vilipendiando o calumniando así, la originalidad a la que tanto se apela hoy en día bajo la consigna del individualismo. Vamos, me refiero a la estrechez espiritual en aras de paupérrimos progresos (por dejar en paz las diatribas al intelecto). No hablemos ya de las guerras del petróleo, de la situación de enemistad entre los ciudadanos, la desinformación ofertada a cambio de un título por las maquiladoras de sonsos en que se han convertido las universidades, ni mucho menos de lo que Michel Maffesoli da en llamar la macdonalización del mundo. Nuestro discurso (de serlo) no radica en ello, si bien lo anteriormente expuesto pertenece al gremio de las coincidencias desafortunadas. Como sea, lo que precisa la circunstancia no son reformadores de pacotilla cargados con su dosis de ciega manumisión ni superhéroes de historieta. Lejos me encuentro de ambicionar adoptar un rol tan soez cuanto más desesperado; Ernst Bloch hizo bien en catapultar en su tesis monográfica esos embustes y trampas, las patadas de ahogado que distraen de lo fundamental. Y de cualquier modo, la caníbal e insaciable gula de protagonismo delata en el hombre moderno una debilidad, cuando no un desorden 41


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mental o una miseria –pienso, para no ir tan lejos, en el caso del charlatán Ernesto Guevara–. Por lo demás, me resulta imprudente recurrir al estereotipo de los hombres reunidos alrededor de la fogata poética tratando de salvar el mundo (¡vaya una imagen harto patética!) o al de la felicidad empalagosa –¿o cochambrosa?– para recapitular las utopías sociales, aún desmoronadas. Tal vez apuntaba muy acertadamente Cioran al anotar que la calamidad

no nos espera al final de la ruta: la maldición se llama más bien nacimiento, ese instante que vino a dar al traste del festín solipsista en que se encontraba la conciencia cósmica. Sin embargo, es en este mismo sentido que se habla

de arte como de una válvula de escape en detrimento de las dictaduras a que ha sido vomitado el género. ¿Qué restaría de la libertad de llegar a eliminar el criterio y las perspectivas? En lo que respecta al discurso sobre el lenguaje escrito, se puede decir que las palabras desertan en el momento en que se constituye un libro, dado que no soportan los edictos. Al cerrarlo no queda nada, retorna esa ausencia cosmogónica. Luego, ¿qué será lo más propicio: concluir con tal concatenación de los signos, de sí macabros o retomar la labor de irse adentrando en el infierno? De sucumbir el logos, se llevaría al hombre mismo entre las patas, ya que a través de aquél, éste representa su mundo o mundito (dependiendo del caso). El contubernio en que el hombre se inmiscuye al invocar el ánima de la poesía tiene sus reveses, conserva sus sombras: se devela, por decirlo de algún modo, como feudo de las idolatrías. Ésta, nuestra cohabitación, no es cosa leve. Mientras se posen los pies sobre esta tierra, lo más sensato pareciera resultar dirigirse hacia las márgenes del calabozo, empezar a reducir el tiempo, a unificar la Nada. Bajo la anterior deducción se esconde, debo “confesarlo”, una ambición religiosa por cohesionar la sustancia del ser ahí con lo absoluto; desde luego que con dado veredicto profiero una intuición y no un axioma. No obstante, difiere mucho del capricho que quien esto escribe dé por sentado una conjetura metafísica (y por necesidad absurda) de esa magnitud, ya que el proceso que le antecede tiene que ver con la introspección, y no con diletantismos o poses adquiridas. La literatura asedia al pensamiento y, por tanto, a

la cultura; reconcilia a los hombres con el caos del que provienen. Toda relación entre significante y significado juega ahí un

papel aturdidor, funge como antorcha de la desorientación, cual interminable búsqueda del tiempo perdido. De ahí que la creación se remita a la 42


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discontinuidad y, por ende, a una fusión ad infinitum.3 Desde este punto se evidencia en la caterva literaria una vil colección de las riquezas humanas: lo caricaturesco en la percepción del ser para la muerte. Cualquier descontento queda resuelto al representar ambos hemisferios (exterior/interior) de la realidad. Más allá, todo abismo se resuelve en vaciedades. El puente poético comunica al hombre consigo mismo o, como diría Paz, con ese otro que es la misión del hombre al afirmarse. Por ello se habla de un “valor cultural”. El mismo Octavio se placía en recordar que el

punto de encuentro entre los poetas yace en la búsqueda y no en la estética. Cualquier sacrificio en este respecto

se sustenta a costas del saber, y en algunas ocasiones a las del abandono del mismo. Zarathustra, el volatinero y mistificador nietzscheano por antonomasia, en su virtud generosa, insta a sus discípulos a desencantarse (o mejor aún, desengañarse) de toda la verborrea que él mismo ha vertido en sus oídos ávidos de letanías desconcertantes. Esa enseñanza apremia a valorar la propiedad intelectual; se torna inconclusa la tarea del pensamiento desterrado. No resta sino continuar por el desierto con el cénit de Sodoma a cuestas y sin tornar la vista a las catástrofes de donde procede, so pena de convertirse en montones de sal, como en el caso de la consorte de Lot. Por ello, la defección de las doctrinas va otorgando nuevos nombres al mundo cascado. ¿Cómo conformarse con un universo ya establecido? ¿Dónde queda en tal caso la mentada creatividad, sustento del hombre? Se presenta cual necesaria toda deserción tras un panorama por demás desolador. Es aquí donde el asombro juega un papel primordial; la cosmovisión del artista –lo mismo que en el caso de los savants, mas con consecuencias desproporcionadas– se arropa bajo el cobijo de una mirada jovial hacia el mundo. Einstein ilustraba esto valiéndose de su ejemplo de no perder la concepción del niño esparciéndose con el universo, no ya como objeto de estudio, sino a causa de ese mor lúdico, no ingenuo: inocente. Pero en este caso se hablaría de una inocencia trabajada, dado que ello implica tomar una cierta distancia hacia los demás, devenir un “viajero solitario”, alguien con la profunda necesidad del creciente abandono, un apátrida indiferente a los seres más cercanos y a la cultura en que se ha hallado crianza; tal proceso es el de la adquisición clara y precisa de una conciencia autónoma que conduce a los límites del entendimiento y de la armonía con lo demás: si ello por un lado El porvenir es el otro. La relación con el futuro, es la relación misma con el otro. Hablar de tiempos en un solo sujeto, hablar de una duración puramente personal, nos parece imposible. Lévinas, Emmanuel, Le temps et l’autre, 9ª Ed. Quadrige/Puf, París, 2004, p. 64. Traducción propia.

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roba tranquilidad y la inocencia original (la del infante), ya por el otro otorga una gran independencia de opiniones, hábitos y juicios ajenos, y eso sólo puede significar un logro. Luego, el equilibrio mental y emocional queda a salvo de pilares tan endebles como lo son las opiniones –recordemos que Platón oponía el galimatías de la opinión «doxa» a la veracidad del conocimiento «episteme»; Nietzsche optaba por tenderse “más allá del bien y del mal” y en el plano meramente existencial apostaba por la eterna vivacidad más que por la vida eterna–. Tal actitud de independencia, en casos extremos, conlleva al desapego por la lengua materna y por todo lo propio; téngase presente que el desapego absoluto contiene en sí el secreto de la gran ventura y la bonanza, pues al no tener más que perder, sobreviene en el espíritu la prosperidad cual exclusiva moneda de cambio. Observa el mundo, pero no pertenezcas a él, reza uno de los evangelios apócrifos. El poeta es luego generoso consigo al perderse en sus propias bagatelas.

Con ello da forma al dique que lo guarda de inundar su mente con zozobras alquiladas, y no solamente ello, sino

que aporta su esfuerzo a la cultura: abalorio gracias al cual hablo con los otros al escribirme estas líneas difusas. Y es que este caro surtidor del recogimiento en el alma y la percepción, ante todo y paradójicamente, es la simiente de que la brotan nuestros días vacíos. Cuando el príncipe Segismundo arroja el escupitajo de su sentencia terrible:

y en el mundo en conclusión, todos sueñan lo que son, aunque ninguno lo entiende,4 condena al género a emulsionarse en la diáspora de sus naderías. En modo alguno se me apetece aquello una maldición; la intemperie de la conciencia abre paso a un momento sagrado, el de la virginidad espiritual, que habrá de ir ensangrentado cada cual como mejor le convenga o a la medida de sus posibilidades, se dé por enterado o permanezca en las tinieblas del espectador o del anonimato. ¿Yerra, pues, quien se ata voluntariamente a la prisión de su cabeza? Poca cosa soy para proferir juicio semejante, y en lo que se refiere a mis gustos ni con mucho lo pretendo. La otra cara de tal topera o vulva materna tiene más bien que ver con entregarse al mundo sin más, Calderón de la Barca, Pedro, La vida es sueño. Ed. Bedout, Bogotá, 1986, primera escena de la jornada tercera, p. 95.

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igual que un charmeure, un vagabundo o un parlanchín inconsecuente. En esa huida del mundo sin solaz reside ya la aventura. Si de súbito me detengo contestatariamente a escudriñar la vida, y si ahora no interrumpo ni entorpezco la andanza ante el paroxismo de las buenas costumbres; si, en fin, exalto los más pedestres y dionisíacos instintos y tendencias en el hombre, créanme: ello nada tiene que ver con ponerme hostil, subversivo o aun, incendiario. Muy por el contrario, de lo que se trata es de afirmar la vida, de ese SÍ a la vida que André Breton rescató y jamás cesó de salmodiar, de despertar a una conciencia moral verdaderamente activa. Lo digo desde el púlpito del condenado a las verbenas y a la concupiscencia de las piernas lúbricas abriéndose al pubis de los pelambres fatales, y no desde la libreta del “poeta maldito” hacinado a la biblioteca o desde los gemelos opacos del intelectual que nunca se atrevió a mirar más allá de su vitrina. Lo que hace falta entre los individuos, creo, es un hálito de autodeterminación. Si no, ¿qué clase de enseñanza resulta ser esa parodia del mundo? Sólo puedo asegurarles que todo eso me tiene sin cuidado y repetirles:

Déjenlo todo. Dejen Dadá. Dejen a su esposa, dejen a su amante. Dejen sus esperanzas y sus temores. Abandonen a sus hijos en el rincón de un bosque. Dejen la presa por el reflejo. Dejen si es necesario una vida holgada, lo que les presentan como una situación con porvenir. Partan por las carreteras.5 El ejercicio de sacar a la poiesis de su torre de Babel y enclaustrarla en la realidad misma (postulado surrealista) ensaya a ser el acto más redentor dentro del ingenio. Perdonarse a uno mismo y comenzar con el desfile del agradecimiento (entrecruzar los caminos) reintegra al hombre al sendero de sus propios llamados –al menos así me lo aseveró un sabio coreano–. De tener razón tal silogismo, el modo más sincero para tal fin resulta ser poesía, ese soliloquio del espíritu descarnado insertando sus enraizamientos a 5

Breton, André, “Los pasos perdidos”, en Antología (1913/1966), trad. Tomás Segovia. 11ª ed., Siglo XXI, México, 1997, p. 16.

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la existencia misma –potencia comprendida cual disposición e intencionalidad de vida o de lo dado–. Los vestigios de las civilizaciones encierran varias de las respuestas humanas. Volver los ojos hacia uno mismo resulta entre los temas límite uno indispensable. A razón de esto, se presenta la antropología filosófica más servicial o eficiente para desembrollar los misterios del espíritu, que la filosofía misma: sibila decrépita vaticinando premoniciones que no llevan a puerto alguno. Bien caída ya la noche del pensamiento, solamente resta trazar la propia ruta, encauzar no ya la esperanza, sino el futuro que a pocas especulaciones se presta. Aspiro a algo distinto a las artes y ciencias empolvadas. No queda otro recurso que crear, proponer (incluso la furia o artilugios grotescos), más aún que clausurar el porvenir. Deseo invalidar mediante el olvido cualquier reminiscencia de paraísos u orcos perdidos, disolverme en la hoguera del aquelarre que va cantándole al discernimiento universal, celeste y uniforme; reconcentrarme en un solo lugar donde el yo no vuelva a tener cabida, ser expulsado de la nostalgia fugitiva, ingresar a la ipseidad nirvánica de la Nada. Pero en conclusión y retomando el tema del discurso, en torno al arte todo cálculo deviene superfluo chacoteo o, en el mejor de los casos, perdición. Es la obra, a fin de cuentas, la única relevancia que amerita mención de entre las tribulaciones, pues acaso ella engloba los conceptos de arte y de creador. Aunque, como es sabido, estamos dando vueltas en el círculo vicioso de las interdependencias, puesto que sin éstos no hay pauta para aquélla. En tal rubro, este deseo de cambio –la otredad– o afán por engrosar el animismo, exterioriza el patrón común de las artes. Y su intempestivo punto de partida y reducto no puede ser otro que el hombre decidido a concluir dignamente su destino: la muerte, portal de acceso a la existencia. La gravedad del pensamiento culmina con la risotada pueril de los poetas-pordioseros asaltando a la razón del universo, sometiendo la avenencia de lo que en Michel Foucault se entiende por discurso oficial a la necia estulticia del imaginario místico que se alimenta de fantasías infinitas. En última instancia, el intelecto de un hombre decidido a dar cadalso al sufrimiento del mundo, pierde el respeto por todo –incluidos los protocolos, claro está–. La unidad se convierte en pluralismo, abundancia que saludo con el placer de quien se tira a un barranco, a sabiendas de que se han diezmado sus intereses por todo lo que no sea soñar con ese amor malentendido, el cual fue cultivado con la esterilidad de la palabra. Si es, como toda conjetura sugiere y nada resulta definitivo, sea pues el olvido lo que se cuide de cargar nuestro costal de huesos. Encantado, me disperso a través de lo que me unificó en un comienzo. 46


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Entre las intermitencias del horror, el corazón ignora las fronteras: es el hogar de los célebres harapientos que no quisieron revolucionar la vida. La máxima rebelión en el hombre reposa sin duda tras la creatividad intolerante a las imposiciones y no goza de sueldo, mucho menos se deja amedrentar por una sociedad tanto autoritaria, como abismada en laberintos prejuiciados; todo subterfugio resulta inadecuado para

quien ha dejado de creer en los infundios de un colectivo frustrado. En un recinto furtivo e insolente se da cita la tertulia

del pensamiento que no conoce de miramientos para con el establishment. Hoy y siempre, el rebelde por excelencia habrá de seguir llamándose artista o poeta, en su sentido primitivo de creador, cuyo último mandato viene a ser su desaparición sin contemplar dejar rastros: el desmembramiento de un mundo desquiciado comienza por uno mismo. La pérdida de contacto con la realidad anterior resulta irremediable; bienaventurado, por tal, quien retorne al origen, con la firme determinación de guillotinar el ancla antes de abordar la nave de los locos para partir de la futilidad a que se redujo el mundillo de los hombres. Para dar fin a este tropel farragoso de las innumerables patrañas en el espíritu, ofrezco la lectura de, lo que a mi parecer, podría ser considerado el colofón último del acto poético:

Hasta aquí lo dicho. No es esto testimonio sino cambio, aguijón deletéreo de la melancolía, los ojos otros, los ajenos; el mundo sin bitácora de eventos, bruñidas noticias de lo que pudo haber sido. Tales esfuerzos tienen cabida a la mesa del gran merendero, a la luz monosilábica de ceremonias no oficiadas. El hubiera existe. Valgan estos míseros renglones dispersos como relación de sus acontecimientos y como receptáculo vital de las simulaciones. 47


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aRturo villalobos David Lynch en la superficie de Möebius Encuentro con el doble – Ya nos conocemos, ¿verdad? – No lo creo... ¿Dónde cree que nos conocimos? – En su casa. ¿No lo recuerda? – No, no lo recuerdo... ¿Está seguro? – Por supuesto. De hecho... estoy ahí ahora. – ¿Qué quiere decir? ¿Dónde está ahora? – En su casa. – Eso es absurdo, amigo. – Llámeme. Marque su número. Adelante. El hombre acepta dubitativo y marca su número en el teléfono inalámbrico que le extiende quien se encuentra enfrente de él. – Le dije que estaba aquí –responde la misma voz por el auricular. – ¿Cómo hizo eso? – Pregúnteme –sugiere u ordena quien se encuentra enfrente de él. – ¿Cómo entró a mi casa? –pregunta el hombre al teléfono. – Usted me invitó. No acostumbro ir a donde no me desean –contesta el auricular. – ¿Quién es usted? –pero ya no sabe a quién está preguntando, si al teléfono o a quien está enfrente. Una carcajada como toda respuesta de quien está enfrente. – Devuélvame mi teléfono –la voz dentro del teléfono. – Fue un placer hablar con usted. Quien estaba enfrente de él se retira. Lost highway, David Lynch

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que Lynch ha convocado y se han despertado en el espectador. Lewis Carroll, los surrealistas, los Beatles y Salvador EliCuenta la leyenda que David Lynch, el cizondo también jugaron con el azar como neasta explorador de pesadillas realizadas elemento que interviene en la creación de en un lenguaje pictórico transformado en la obra para hacer intervenir –en una esluz móvil y sonido circundante, pasó por pecie de invocación mágica– fuerzas que la disyuntiva tremenda de someterse a un visitan la operación demiúrgica y vuelven tratamiento psicoanalítico para vencer sus evanescente el control ilusorio de la persotraumas y problemas. El analista le advirnalidad como si la develara el solipsismo. tió que muy probablemente perdería las En un ensayo sobre el cineasta, Rodrivisiones que fertilizan sus relatos fílmicos. go Fresán estima que los films de Lynch Lynch se negó a someterse al tratamienencarnan una operación que destruye un to, como un sacrificio personal por el arte. guión fílmico para escribir un cuadro y enGracias a ello, contemplamos las mitologendrar una película. Y de entre la filmogías urbanas a las cuales da cuerpo y, sin grafía fantasma –que ya no veremos, que embargo, están muy lejos de ser sólo suya sólo nos es dado soñar como sueños yas. Pero aún subsiste una duda: ¿hubiera dentro de sueños, cajas chinas dentro de podido realmente el analista con Lynch? otras– aparece la sombra de Kafka: Lynch ¿No se excedería en sus promesas? iba a filmar nada más y nada menos que Si el teatro de la crueldad está conceLa metamorfosis, cuyo relato fílmico iniciabido, según Artaud, para envolver al esría el día anterior a la transformación en pectador y hacerle sentir que no está vieninsecto de Gregorio Samsa. do un espectáculo, sino que está dentro del mismo y en peligro, el cine de Lynch El sueño dirigido –cuando es visto en su dimensión– sería un cine de la crueldad, del desdoblamienA pesar de las apariencias, Mulholand drive to continuo, de la fragmentación y el dises un relato que no exige una interpretalocamiento que caracterizan algunos amción demasiado prolija y tiende más hacia bientes apocalípticos de nuestro mundo. la parodia mediante un procedimiento naLynch entró al cine por motivos en parte rrativo clásico, ensayado con brillantez por relacionados con la artes plásticas, en un Quevedo cuando escribe –o dirige– “sueintento de crear pinturas que se movieran ños” que abusan del símbolo como burla en el tiempo de la narrativa para engenprivada. Lynch introduce complejidad y drar algunos sueños despiertos, o vigilias oscuridades en aquello que podríamos delirantes, donde no sabremos quién es concebir como el reverso de la historia, el soñador y tampoco cuándo acabará el bajo la superficie esmaltada de los hechos, sueño, si habrá una vigilia en el plano de en el espacio secreto –desbordado de fanlo real, si el film de Lynch terminará algutasías y deseos, frustraciones y temores, na vez, pues justo en el final de la función furores y enigmas– tras los rostros que inicia el espectáculo interno de las fuerzas

Los cuadros y el azar

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nunca dicen lo que parecen y parecen más de lo que dicen. Por ejemplo: una cafetería a plena luz del día contiene un potencial horror paroxístico que sólo un Lynch sabe hacer visible. La historia inicia no en “la realidad”, sino en un sueño, el sueño que tiene la rubia Dianna (Naomi Watts) luego de haber pagado a un sicario para que asesine a su examante morena y voluptuosa Camilla (Laura Helena Harring). Ésta inaugura el sueño como una mujer innominada, escapada por accidente automovilístico de un asesinato a manos de vagos mafiosos, que ha perdido la memoria y se hace llamar Rita al refugiarse en el departamento de Betty-Dianna en su sueño. La llave azul que rueda en algunos pasajes no es otra cosa que la señal para Dianna de que el matón ha cumplido con su deber. Un simple objeto irónicamente terrífico. Dianna crea su propio sueño con los rostros y papeles de la ominosa fiesta donde le es anunciado el próximo matrimonio de Camilla. Todos los rostros de esa fiesta aparecen desde el inicio, pero sólo en la relectura se nos revelan distorsionados y mutados por el sueño de Dianna. Éste prosigue con la pesquisa de ambas mujeres por saber quién es Rita y finaliza –o entra en un callejón sin salida– en un departamento donde encuentran a una mujer al parecer asesinada en la cama, la cual no es otra que Dianna en su antiguo departamento, quien se ha suicidado al no soportar la existencia sin Camilla. De golpe, estamos en ese pasaje en que la realidad y el sueño se han confundido y se observan cara a cara, sin distancia y a siglos luz. 50

Una vez terminada la película, el acto de revelarla genera una nueva película. Una sátira onírica de Holywood y su riqueza que traslada la miseria a los órdenes estéticos y existenciales, pero también la visión rigurosamente narrativa sobre el sueño distorsionante que transfigura la frágil realidad por donde los personajes deambulan con sus ilusiones trágicas, sus auténticas o fingidas relaciones amorosas sin esperanza, sus traiciones que les hunden o exaltan, y esas contradicciones insolutas que sólo en el sueño transparentan su sentido detrás del sentido factual, las inmersiones en una realidad más allá de lo cotidiano que culmina en el resplandor y las cenizas de un amanecer incoloro, y donde el crimen, el éxito, la pesadilla o la pasión acechan a cada momento del día que nace y deviene al final en noche metamorfoseante. Sin olvidar la carcajada final, la ambigüedad del humor que distancia al mismo tiempo que estremece y acerca.

De carreteras salvajes ¿La historia de una carretera perdiéndose en la negrura de una mente desquiciada que se interna en una carretera perdida en forma de anillo de Möebius? Si hubiera una carretera con esa forma topológica, al cabo de manejar un tiempo estaríamos en el mismo lugar pero del otro lado. Dado que no hay anverso ni reverso, la “superficie temporal” del relato termina uniendo el principio con el final, de tal forma que desaparece toda salida posible de esa historia, de esa mente, de esa carretera. En alguna de sus especulaciones topológicas, Lacan comparaba la unión del


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inconsciente y el consciente con una estructura en forma de banda de Möebius: es decir, no hay separación “real” entre ambas modalidades psíquicas, pues ambas coexisten en la misma región y se puede llegar a una u otra sin ruptura ni corte. Cuando nos quedamos dormidos, por ejemplo, no hay transición violenta ni ruptura sensible entre la vigilia y el sueño al que nos deslizamos. Es como ir caminando suavemente por corredores de tiempo bajo los ojos y en dado momento estamos en el otro lado de la vigilia. En Lynch, la carretera exterior muta en pasaje para el despliegue interior. Salvaje de corazón podrá parecer el film más “digerible” de Lynch, incluso el que menos dudas ofrece en cuanto a la estructura argumental y la personalísima conformación de personajes se refiere, pero no por ello deja de subvertir esa transparencia engañosa y dispersarla en filos bruñidos, oscurecidos por una paleta pictórico-fílmica violentamente lírica y más infrarreal que surreal, es decir, buceando más en los fondos y en las texturas desapercibidas de lo real que en los m u n d o s oníricos por sobre o dentro de lo visible, salvo por el surrealista final feliz y, sin embargo, inclasificable, como el despertar de una truculenta pesadilla navegada junto a espectros, asesinos, pervertidos, brujas buenas y malas sobre el camino amarillo.

Estamos en los tiempos antes de Tarantino, quien aprovechará bastante bien las lecciones de Lynch al interpolar disparatadas historias que son como metáforas ramificadas del poema filmonarrativo principal. Para empezar, ya representa un problema el ubicar en un género determinado a Salvaje de corazón. Estamos ante una alucinada road movie, un romance con retazos de novela negra, una comedia erótica y satíricamente violenta, una indefectible galería de personajes depravados e hilarantes, todo aderezado con una paródica lectura del cuento El mago de Oz. También es, vista retrospectivamente, como el otro

lado de la carretera fantasmal, por la cual Lynch manejaría antes de arribar al destino Mulhollad drive, como la versión idílica de Carretera perdida, ese urbano cuento psicogótico en carretera que deforma el espaciotiempo de la historia hasta convertirla en un anillo sin principio ni final (recordar 51


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la escena en que la pareja de amantes fugitivos se topa con ropa desperdigada por la carretera antes de un aparatoso accidente automovilístico donde una hermosa joven, tropezando de un lado a otro como sonámbula despavorida, agoniza y muere delante de ellos, pero ajena y como preservada de la extinción inminente, en un delirio que la devuelve a su infancia y más preocupada por encontrar su bolso, porque su madre la regañará si no recupera sus llaves, aunque la sangre le corre por la cara y pretenda arreglarse el cabello). La realidad del cine se fragmenta en sueños fulgurantes y estos mismos sueños arrojan sus despiadados cristales de realidad.

proviene de una cámara cinematográfica. El sonido envolvente, inhumano, continuo, como el signo emitido por una máquina que todo lo rodeará, nos sume de inmediato en la interioridad de la ceremonia fílmica. Estamos al principio de la era del cine. Y en su final. Ya no hay salida. Estamos dentro, adentro del último film de David Lynch. En su imperio mental. A primera vista: hay una actriz que participará en el remake de un film alemán “maldito”, inacabado por el asesinato de sus actores protagónicos. Hay una filmación que se desarticulará dentro de la mente de la actriz, quien empezará a confundir su identidad personal con el personaje que interpreta. Diversos códigos cinemaInland Empire o hacia tográficos aumentarán la complejidad de el final del cine una historia –si la hay– que no separa el acto fílmico de la experiencia intraducible, Al principio es la oscuridad, el caos, la del viaje interior y las situaciones límite. nada. Un resplandor nace. Crece, inva- Nos escindimos. Las dos veces que diendo el friso negro de la pantalla. Se vamos a ver Inland Empire, en distinta convierte en una tormenta fría de luz que ciudad, hay un cielo tétrico y gris que to-

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mamos como un augurio favorable. Transidos en asientos paralelos, observamos (el de la primera vez y el de la segunda) el espectáculo brumoso de dos pantallas paralelas que narran y deshacen una película sobre el cine, un filmar sobre el movimiento del film. (Hay gente que se levanta de su butaca y se precipita a la salida, ofendida a más no poder por no entender algo que no se propone ser entendido como un film lineal, secuencial, coherente). “Es una pesadilla lo que sostiene la cámara”, podría decir Lynch haciendo eco al creador de Maldoror. No hay guión, no hay prefabricación narrativa, ni siquiera los actores saben qué sucederá. Como Luis Buñuel, Lynch confía más en el aguijón onírico de sus obsesiones que en el trazado escrupuloso de una planicie narrativa. Inland Empire es el film donde Lynch deja de limitarse, por lo que fuere, y convierte su expedición de varias décadas a través del cine, la pintura, lo sueños, los mundos y submundos narrativos, en una obra maestra donde encontramos todo lo que en su anterior obra estaba como latente, presagiado, figurado y desfigurado. Se impondría revisitar todos sus anteriores filmes con otra mirada, como si esta película modificara en retrospectiva el viaje iniciado con Eraserhead. Se puede ver cada una de las secuencias como una pintura surreal en movimiento, un rasgo que separa la estética de Lynch de todas las estéticas habituales de los directores de cine. Pues no es un secreto que sólo aquellos directores que flotan como al margen de escuelas e industrias han logrado insuflarle al arte cinematográfico

nuevos alientos estéticos y narrativos. El director de escuela por regla general está condenado a cerrarse a la perspectiva de las otras artes y suele permanecer en el remake, el reciclaje, la repetición literaria o cinematográfica, tantas veces sin darse cuenta o porque el productor se lo exige. Pero todo un Lars Von Trier ha demostrado cómo el teatro de Brecht, por ejemplo, aún puede enseñarle bastante al drama cinematográfico. Laura Dern interpreta a un personaje –una “mujer en problemas”– que es varios a un mismo tiempo deambulando disociados entre planos narrativos que se comunican como en un delirio psicótico o como en los túneles narrativos de una novela dislocada y con referencias a la paranoia, la infidelidad, Hollywood, la urbe, el sexo culpable o perturbador, la soledad, el asesinato, la cultura de masas, la familia, la inocencia, el mal, la destrucción del cuerpo (pero no hay “tema” en sí o esta película quiere ser su mismo tema “reprimido”, como un delirio que se dice a sí mismo y sólo de reojo señala su síntoma indecible). La máquina cinematográfica se eleva como un autómata omnipresente en Inland Empire y en esos momentos de irrealidad cortada por la grabación en celuloide –grabada a su vez en cámara digital– sobreviene la intromisión de la pesadilla mecanizada en el texto fílmico. Esta vez, no hay escapatoria. La puerta se ha cerrado y es como si algo o alguien estuviera filmando al espectador transido en su asiento. Al salir, había dos lluvias resonando en diferentes tiempos. 53


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cAleb olvera romero Ciorán místico

Un libro es un suicidio diferido.1

Quién

El futuro se vuelve temible cuando uno no está seguro de poderse matar en el momento deseado.2

en su justa licencia podría escribir alguna línea que rivalizase en eternidad con la muerte. Vana alegoría es la que nos impulsa día con día a suponer que nuestros actos corren fervientemente hacia algún fin; hacia alguna meta. La muerte espera sigilosa el desenlace de todos nuestros talentos, de todos nuestros deseos. Escribir debería ser considerado un acto asceta, un acto milagroso, un suspiro en el fondo del mar de la existencia, una tensión irresistible que se resuelve en terso grito, en amenaza pisoteada. Escribir aun en contra de nosotros mismos, escribir contra el prójimo y su adolescencia, escribir como arma de castigo. Escribir sobre Cioran para exorcizarnos de él. Escribir sobre la muerte y su ridícula posibilidad, su condición de esperanza, su cualidad de mantenernos atentos, atentos ante el instante final, ante el desenlace de la broma, esperando la carcajada de todos ante nuestra historia. Decía el buen Voltaire; no sé qué sea la vida eterna, pero ésta, es una estúpida broma de mal gusto. Ciroan nos recuerda con sus escritos que él puede poner la melodía maliciosa y en esa medida, unirse a la broma. Nos recuerda que nuestra condición es el suicido, que nuestra esperanza de dios está caducando, y con esta frase apunta un arma en el corazón del sentido oculto de la existencia y jala lentamente el gatillo, para con este acto, último acto de rebeldía, aceptar finalmente un destino maldito, una canción escindida o un megalómano grito. Aceptar finalmente una 1 2

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Cioran, E. M., Del inconveniente de haber nacido, p. 93. Ibíd. p. 74.


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resignación maldita, una lágrima centellante o un lento oficiar de misa. La existencia por donde quiera que se la vea, es un fraude. La teología, la moral, la historia y la experiencia de cada día, nos enseña que para alcanzar

el equilibrio no hay una infinidad de secretos, no hay más que uno: someterse. Rendirse a las pretensiones de 3

ser alguien; si existiera un secreto tras la verdad evidente del ridículo de la existencia, éste sería el ridículo de la acción, de la necesidad de atención. Irresistible es la tentación de ser fuente de sucesos, actúa en cada uno como una maldición elegida, actúa y desbarata la necesidad suprema; dios por no resistir la tentación de ser fuente de sucesos creó el mundo, no conforme con ello y con ánimo alegre, pensó que su acto debía de ser aplaudido. La tentación de actuar nos condena a sufrir. En cambio, si nos sometiéramos, si de antemano aceptáramos que la vida no vale la pena, si comprendiéramos que nuestros genes no dan para nuestras expectativas, una tersa quietud acudiría a nuestro rescate. Pero esto no es más que retórica insulsa, pues no existe salvación, ya que nadie ha de resignarse, nadie ha de someterse; todos en esta batalla pierden con las armas en las manos. Unos logran cierta notoriedad y creen que con ello su vida ha sido trascendente. Finalmente todos sufren y después todos mueren. Todos pierden. Todos pierden. Todos pierden. La vida en nada se parece tanto como a un girar perenne de chirumbela que en cada uno de sus lados se ha inscrito la única opción: Todos pierden. Todos sufren, es la verdad inflexible que acompaña el tono oracular de todas las frases que se proclaman en pro de alguna causa. La miseria en cambio, acrecienta nuestra excitación, mientras que unos sufren por dinero, otros por problemas metafísicos, algunos otros ponen un poco de ingenio y logran sufrir de manera desoladora por las bagatelas más intrascendentes. 3

Cioran, E. M., Breviario de podredumbre, p. 170.

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El dolor es la regla, el motivo solamente un pretexto innecesario, insulso. Todas nuestras humillaciones provienen de que no podemos resolvernos a morir de hambre.4 Esta cobardía nos cobra un precio innombrable, como si fuera burla, nos arroja entre los hombres sin vocación de mendigo. Suplicantes de eternidad, de

migajas de verdad, para apaciguar nuestra condición de perros muertos; nuestro sospechar, de

cierta manera, el encontrarnos perdidos. Encontrarnos perdidos, como si esta oración quitase un poco de sentimientos a la excitación de la pérdida. Pues parece indicar que hemos encontrado algo, que nos hemos encontrado. Más valdría al hombre jamás haberse encontrado, incluso la mayoría de los hombres sospechan que este cambio no es del todo un buen negocio. Para aquellos hombres con un poco de destello intelectual o de lucidez, estar perdido es mejor que encontrarse, aunque ninguna de las dos condiciones resulte tolerable. Estar perdido es su condición; encontrarse, una maldición. Encontrarse a uno mismo es mirar de frente el odio del mundo hacia el hombre, es encontrar un miserable mendigo que arrebata a su prójimo los mendrugos de verdad sólo para utilizarlos de proyectiles, sólo para arrojárselos a la cara, en espera de someterlo si se niega a aceptarlo. Encontrarse a uno mismo es un acto espantoso. Nuestra condición de narciso no lo soporta, y solamente le es posible contemplar tal verdad a una mente enferma y desequilibrada, esto es, a cada mente humana. No contentos con ello, pues nunca estamos conformes, exageramos nuestro narcisito hasta convertirlo en dios, o en su defecto, equipararlo con dios, con el absoluto, con el más, yo soy dios, yo soy dios, repite vehementemente Nietzsche, sin recordar que Dios ha muerto. Así es como surge el misticismo, como una búsqueda insulsa de narciso. Una búsqueda que ha traspasado la imagen, y se niega a morir de desesperación y falta de aire. Una búsqueda que en principio reflejaba la vanidad del peregrino. El místico va en busca de su imagen y

se niega a regresar con las manos vacías. Se niega a aceptar que él pueda ser tan feo. Ante su

reflejo, prefiere suponer que no es él el que se mira, y agrega o crea de manera inmediata una imagen deformada de sí mismo, un narciso supraterreno, un narciso megalómano que no puede sino desplazar a dios y convertirse en su dios, en un dios para sí. La dialéctica del iluminismo equiparaba al “yo” con el “yo”, en un principio de 4

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Ibíd. p. 179.


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identidad que no se atrevió a mirar en lo profundo de nuestro razonamiento; en lo profundo, que es donde suspira enfermo nuestro corazón y reza incasable su principio de identidad: Yo = dios. Yo = dios. Yo = dios; y con esta verdad es capaz de exterminar a quien no se doblegue para adorarlo.

La mente humana es el milagro más profundo, el más espantoso, una maquinaria capaz de soportar un dolor extremo, un sufrimiento continuo, un malestar de la existencia que taladra y mina los recuerdos y sobre todo, es capaz de mentir, de mentirse a sí mismo. De encontrar cosas bellas en el fondo de un cenagoso horizonte. De creer que se es bello, simpático y tolerable. Nuestra condición no es

estar perdidos, es huir furtivamente de nosotros mismos. Pobre de aquél que se encuentra, pobre

de aquél que puede ver el rostro de un dios indiferente, que sin sospecharlo se lo encuentra al doblar la esquina. Qué falta de lucidez actúa en cada uno de nosotros para renunciar a nuestro abandono, para luchar en contra de estar perdidos. Si alguien pudo alguna vez encontrarse a sí mismo, la desilusión lo obligó a crear a dios, como un reembolso, como un principio de esperanza que re-encantara el mundo, que lo volviera habitable. Es el origen perdido, una fábula que vuelve soportable la búsqueda de narciso. Sólo entonces, el hombre ya sin verbo, sin semántica, sin comprensión de oraciones, intenta hacer el acto más estúpido de la existencia, dejar de existir. Intenta matarse y este acto le escupe la verdad a la cara, pues en él también fracasa, no vale la

pena el suicidio, ya que siempre se hace demasiado tarde. No puede suicidarse, pues se suicida por 5

ser un fracasado y esto lo hace fracasar en tan gloriosa empresa. De lo contrario, de poder hacerlo, ya no sería un fracasado, ya no habría motivos para matarse, pues gozaría del poder infinito de la potencia, de saberse poderoso, de exterminar el mundo con un solo pensamiento, con un solo movimiento. El matarse. Una vez que se ha fracasado en todo, incluso en matarse, comienza la mística, la necesidad de comprender estupideces, de dedicar la vida a bagatelas; como no se puede ser un héroe, la vida es para cuidar a los hijos, para comprender por qué existen 3.14 millones de grietas en un muro o incluso hay quienes, no sin ma5

Cioran, E. M., Del inconveniente de haber nacido, p. 35

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yor desánimo, intentan comprender a dios y sus misterios. Dios es lo que siempre escapa a los crucigramas. Es la herida en la espalda del indiferente. Es el guiño seductor de un chiste que nadie entiende. Santa Teresa suponía que los demonios jugaban a la pelota con su alma. Cioran quisiera creer lo mismo. Pero a cada pensamiento niega que los demonios existan e incluso recuerda que el juego de pelota no le es atractivo, y así mientras más avanza el hombre en el conocimiento de las religiones más se aleja de dios.6 Se ha trazado un camino directo al vacío, un camino mixto de sonrisas y descréditos. Un camino que juega y coquetea con un santo, una prostituta o una alegoría. El aforismo no podía ser sino el método intuitivo por excelencia, un destello de dios puesto por escrito. Nuestro autor se eleva desde el estilo hasta el idioma y batalla a cada paso con su condición de extranjero, va a buscar en el francés, una lengua que le es extraña, su posibilidad de expresión, su condición de literato foráneo, y sólo encuentra su ser ajeno a dios y es rechazado por la gramática. Pese a todo, su misticismo corre la misma suerte que el del maestro Eckart, quien se tomó el cuidado de disciplinar su pensamiento, ¿acaso no son ambos predicadores? Un sermón, por inspirado que sea, tiene algo de curso escolar, expone sus tesis y se atarea en demostrar lo bien fundadas que están. En el caso de Eckart, la retórica acompaña al paroxismo, en el de Cioran la pedagógica se llena de anatemas. Todo místico no puede dejar de escupir su verdad, su atenta comprensión de lo absoluto. En el caso de nuestro autor, su perfecto y hermoso vacío.7 En el caso de Hegel, su espíritu absoluto, su Geist.

Desconfiemos de lo absoluto, de todo aquel que pretenda dejar en claro cuestiones divinas. Desconfie-

mos incluso de los nihilistas que muy pronto han encontrado su salvación, su verdad, su religión. Preguntémonos con Camus, si seríamos capaces de disparar sobre el rostro de dios.8 Si nos atreveríamos a concebir un solo y único pensamiento, pero que hiciese pedazos el universo.9 Los místi-

cos, lejos de claudicar en lo que creen, arremeten frontalmente contra dios, envisten con su intelecto el infinito mar del pensamiento. Condenados al naufragio,

obtienen su condición de santos, místicos o intelectuales, seres aborrecidos por ellos mismos, seres prófugos de distintas divinidades, seres en busca de ellos mismos o de la sal en el pecho caliente de una señorita. Su fanatismo los protege contra esos brotes esquizoides de cotidianidad maldita. Su his 8 9 6 7

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Ibíd, p. 31. Quintilian P. Carrol, L., Ed, Promesas, México, 2004, p. 308. Camus, A., El mito de Sísifo, Ed. Alianza, Madrid, 2004. Cioran, E. M., Adiós a la filosofía, Ed. Alianza, Madrid, 1988, p. 133.


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teria se manifiesta como parte de su divinidad, como un toque apocalíptico proveniente de un estatus superior, un estatus vacío. Actores de ellos mismos, encarnan su representación en una obra megalómana. San Juan quería ser esposa de dios. D. Schreber, la segunda o tercera vez que fue mujer, se entregó a los deseos fálicos de su señor y se conformó con ser su amante. Sexualidad truncada y ayuno, dan como resultado un místico y no es otra la fórmula que sustenta los escritos del rumano. Un poco de histeria con grandes dosis de megalomanía y es uno capaz de concluir sus escritos, de vomitarlos e incluso de publicarlos, y no contento con esto, hace falta conseguirles editor. H. Miller lo sabía, puesto que Trópico de cáncer guarda una relación inconfesable con Las moradas de Santa Teresa, un amor a la vida que resulta insoportable, un deseo sexual que se desborda inconmensurable, que se manifiesta en cinismo, en devoción o en simple disciplina de escritor. Sólo lo que procede de la emoción es real, lo demás es talento.10 Sólo entonces se efectúa el milagro, un clamor húmedo y terso aparece en el mundo, sólo entonces y después del despilfarro, una voz extraña resuena en la mente, algunas veces un alarido, un grito o tu propio nombre. Comienza el camino del esquizo, comienza el camino de aquel que puede ir contra el mundo y contra sí mismo. Un nuevo místico ha nacido, y con ello hay un poco más de mal en el mundo. No es, por tanto, de extrañar que los seguidores de Cioran lo defiendan como a un diácono, que en torno a él se eleven castillos, palacios teóricos o disciplinas satíricas. Todo en nombre del escepticismo, todo en nombre de la verdad. Sin advertir siquiera su carácter intercambiable, su fecha de caducidad. Un Buda respira en cada uno de nosotros, un

ser condenado a suplicar un pedazo de absoluto, a arrojarse a las más endemoniadas disciplinas, si con ello asegurase un poco de eternidad, un poco de consuelo para su ahora desquiciado intelecto. No por ello deja de haber algo de caballeresco en nuestro escritor, experto de la denuncia, portador de una coraza secreta, indomable hasta en su pasión de torturarse, posee el orgullo del gemido, una demencia contagiosa, incendiaria... El espíritu caballeresco vuelto hacia lo intemporal, perpetua ahí el gusto por la aventura. Pues la mística es una aventura,

una aventura vertical: se arriesga hacia lo alto...

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y trata de tomar por asalto eso que le fue negado, trata de apoderarse no sólo del cielo, sino de dios. Violadores de toda regla, violentadores del orden cósmico, enajenados por su pasión, son capaces de asaltar a dios para

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Cioran, E. M., Del inconveniente de haber nacido, p. 162 Cioran, E. M., La tentación de existir, p. 137.

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reclamarle la santidad que nunca les robó, y cuando llegan ahí, solamente ahí en el delirio consumado, en el paroxismo ilimitado de la demencia, advierten como todos los místicos que, o dios nunca existió o ellos están locos. Locos. Locos. Incapaces de aceptar su derrota vuelven los ojos más arriba, se esfuerzan un poco más, como si el cielo fuese una cuestión de edificio. Un organigrama ridículo, un lugar donde solamente en el último peldaño está el reconocimiento que tanto buscan. Incapaces de aceptar su derrota, comienzan de nuevo el ascenso o descenso hacia sí mismos. Hacía el límite de la cordura. Hacia la insana reflexión sobre el absoluto. Todo místico debería de guardar silencio. No decir a nadie que tiene la verdad en un puño, que con su fuerte brazo acarició la carne de la verdad desnuda, el torso de dios. El místico no debería decir que en su vida quieta perdura la virtud, que es dueño del invierno de sus vicios, que es propietario absoluto de su odio, que el ansia le carcome los sesos y que sólo se tranquiliza con un trago, un flagelo, o una simple revista. Místicos ya sin

dios, cansados de deseos, fabricantes secretos de palacios sagrados, de rupturas primitivas, de pétalos astrales, de selvas de conceptos. Todos creadores no reconocidos de martirios innombrables, expertos en torturas metafísicas, en apaciguar alcoholes con muestras de amor. Todos ellos se resuelven en himnos destruidos. En mariposas pisoteadas. Pero no olvidemos que a ellos, dios les debe todo: su gloria, su misterio y su eternidad.12 Bibliografía Camus, A., El mito de Sísifo, Ed. Alianza, Madrid 2004. Cioran, E. M., Adiós a la filosofía, Ed. Alianza, Madrid, 1988. Cioran, E. M., Breviario de podredumbre, Ed. Taurus, Argentina 1991. Cioran, E. M., Del inconveniente de haber nacido, Ed. Taurus Madrid 1995. Cioran, E. M., Historia y Utopía, Ed. Artífice, México 1981. Cioran, E. M., La tentación de existir, Ed. Taurus, Argentina 1990. Cioran, E. M., Oeuvres, Ed. Gallimard, Francia 1997.

Ibíd., p. 138

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rIcardo esquer De Lara Huerta*

Ningún estudio sobre la poesía escrita en Aguascalientes puede considerarse completo si, como hasta ahora, omite a uno de sus poetas más interesantes y originales, pero también uno de los más olvidados: Lara Huerta. Su obra ha sido publicada de manera fragmentaria en antologías y muestras poéticas locales, pero nunca se había reunido en un volumen individual, que la divulgara entre lectores y escritores de aquí y allá. Hasta donde se sabe, sus primeros textos aparecieron en la revista Tierra Adentro: “Elegía al óleo” (núm. 5, 1975) y “La siesta de un dios tatuado” (núm. 6-7, 1976), con el que en 1976 obtuvo el segundo lugar en Lagos de Moreno, Jalisco y que fue incluido en la antología Poesía Joven de México, premio Lagos de Moreno (unam-inba, 1981). Otro poema suyo publicado en la revista es “Relaciones con la realidad” (núm. 11, 1977). Más tarde, el volumen colectivo Tarea poética (Ediciones Tierra Adentro, 1980) y Poesía erótica de México (1983) incluyeron “El otro caso equivocado”, “Similitudes”, que después cambió a “Símiles” y “Elegía al óleo”. Un año más tarde, Poesía en Aguascalientes (Oasis, 1984), de Alejandro Sandoval, incluyó “Las fórcidas”, “Al estilo de François Villon”, “La barca de los locos según Jerónimo Bosco”, “Venus prospinciens” y “Segundo poema santo”. *Nota a la edición de José de Jesús Lara Huerta, La siesta de un dios tatuado, Ed. Filo de Agua-ica.

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Otro libro colectivo, Escándalo de agua (Congreso del Estado de Aguascalientes, 1985), publicó “El vino y la flauta”, “Elegía al óleo” y una versión corregida y condensada de “La siesta de un dios tatuado”. Posteriormente, la revista local Aguacero (1987) publicó “Words... para celebrar la realidad” en el primero de sus dos únicos números. Por último, en 1995, financiado por el Fondo Estatal para la Cultura y las Artes, apareció un cuadernillo con el mismo título de este volumen, en el que incluía la mayor parte de los poemas publicados hasta entonces. 66

Varios factores se combinan para producir este olvido: la falta de una política editorial oficial para publicar a los autores locales, hasta los años noventa del siglo pasado; la precariedad de los escasos proyectos independientes surgidos en la ciudad, como la revista Aguacero y el suplemento El Unicornio de El Sol del Centro (que desapareció cuando dos de los integrantes del equipo que lo realizaba se incorporaron al aparato institucional, como altos funcionarios del Instituto Cultural de Aguascalientes); limitaciones en los proyectos editoriales oficiales, como la co-


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lección Letras de la República, del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (en el que sólo podían ser incluidos los autores con uno o más libros individuales publicados) o el programa editorial del ICA (que hasta la fecha ignora los derechos de autor, regalías y cualquier pago de honorarios que no sea la entrega de un par de ejemplares, si el autor colabora en la revista Parteaguas o un porcentaje del tiraje si le publican un libro); e incluso la falta de interés del propio autor en publicar sus escritos. Fue necesario que José Luis Engel reuniera la producción dispersa, para formar uno de los libros que hacía falta en el panorama poético de Aguascalientes. Los escritos fueron revisados y ordenados con el fin de mostrar su unidad y diversidad; la secuencia es cronológica en lo posible y temática cuando no hay información que permita situar temporalmente cada texto. Como se dijo, Lara Huerta dio a conocer sus primeros poemas en Tierra Adentro (que en su primera época se hacía en nuestra ciudad) gracias a su participación en el taller literario de la Casa de la Cultura de Aguascalientes, coordinado por el novelista y crítico ecuatoriano Miguel Donoso Pareja, quien también colocaba textos en las ediciones Punto de Partida, de la Universidad Nacional Autónoma de México. A semejanza de otros autores, como José de Jesús Sampedro, Premio Nacional de Poesía con Un ejemplo (salto) de gato pinto e Ignacio Betancourt, Premio Nacional de Cuento con De cómo bajó Guadalupe a la montaña y todo lo demás, que por estas fechas se acercaron al ecuatoriano, Lara Huerta se incorporó al taller después de recibir un premio importante. El reconoci-

miento en Lagos de Moreno muestra que, sin negar la importancia del trabajo tallerístico, Lara Huerta ya existía como poeta antes de integrarse al grupo de Martínez Farfán, Patricia Álvarez Avendaño, Alejandro Sandoval, Refugio Miramontes y Carlos Duardo, a finales de la década de 1970. Lo que hubiera podido aprender en el taller confirmaría los aciertos de su escritura; lo cierto es que su contacto con el grupo sirvió para difundir su talento entre los escritores de la región, muchos de los cuales aún se preguntan, después de tantos años, qué fue de nuestro poeta. Más que distinguir entre el taller y él, aquí se intenta un acercamiento a lo singular de una obra inconfundible, en la que el contacto con otros autores es una condición para el surgimiento de lo individual, considerando que la creatividad no puede ser transmitida y que a escribir sólo se aprende escribiendo. Este breve estudio pretende caracterizar el proceso creativo de Lara Huerta analizando algunos de los recursos de su discurso poético, con el propósito de propiciar la apreciación de esta obra a partir de la lectura de su conjunto. José de Jesús Lara Huerta nació en Aguascalientes en 1954, en una familia obrera; posteriormente, obtuvo la licenciatura en Salud Pública, profesión a la que se dedica actualmente. En los años del taller era obrero textil, por lo que su formación literaria era autodidacta pero suficientemente amplia como para nutrir su obra, lo cual resulta sorprendente en una época anterior al Internet y en alguien con un origen ajeno a las letras. Sólo se puede decir que nació para vivir en ese mundo, porque tiene algo más importante: talento 67


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y visión; además, carece de las deformaciones profesionales más comunes: mojigatería, academicismo, elitismo, entre otras. La obra de Lara Huerta es la de un visionario que cuestiona la manera de percibir el mundo restringida al hecho empírico y postula una visión productiva, para la que el mundo sigue creándose en el sueño de una divinidad. Por definición, sus relaciones con la realidad extraliteraria son diferentes a las que podría mantener una nota periodística, un manual o una biografía, pues no la fotografía sin más, sino que la dibuja o pinta de manera que la mirada prevalece sobre lo mirado. Se pueden identificar temas o motivos, como el amor, la muerte, la poesía, la locura, la ciudad; pero no importan tanto como la manera en que aparecen a la mirada del poeta. Esta mirada está plagada de referencias –aquí sí– literarias, culturales (pintura, música, historia) pero no son éstas las que la definen, sino una voluntad de creación que desrealiza los objetos mirados al cancelar sus relaciones normales con otros objetos y establecer relaciones inéditas con objetos también desrealizados, en un mundo que postula relaciones internas de acuerdo con una lógica propia, independiente de la que explica el mundo real. Como en toda verdadera poesía, la objetividad del periodista, el instructor o el biógrafo es reemplazada por la subjetividad del creador. La verdad que los primeros nombran cede su lugar a la opinión del segundo. Se establece así un proceso que comienza con la suspensión del sentido natural de los vocablos, continúa con la apertura del signo a nuevas relaciones y culmina con la 68

construcción del texto poético, fecundo en relaciones y sentidos. Este proceso constituye tanto el objeto de la mirada como la mirada misma. Antes de la creación está el mundo de las noticias, las instrucciones, las anécdotas, lo comunicable de manera unívoca, lo real establecido. El proceso poético de Lara Huerta pone entre paréntesis la relación con esta realidad establecida, limitada a lo instrumental, para instaurar nuevas relaciones con un mundo posible. El mundo sigue existiendo, pero las relaciones del poeta con él son más amplias y profundas que las instrumentales; son relaciones que lo muestran como un mundo vivo, cambiante, múltiple. Así, por ejemplo, en estos textos aparecen personajes históricos (Pinochet, Paulo VI, Víctor Sandoval, Martínez Farfán, Lévi-Strauss), poetas (Villon, Rilke, López Velarde, Emily Dickinson), narradores (Bradbury, Lovecraft, Dostoievsky, Rulfo), pintores (El Bosco, Van Gogh, Frida Kahlo, Leonora Carrington), músicos (The Beatles, Linda Rostand, Pagannini, Rabí Shankar). Pero aparecen como elementos de un discurso poético en el que dejan de ser casos particulares para adquirir valores universales: el dictador chileno es el malvado, el papa es el reprimido, el poeta local consagrado, en contubernio con López Velarde, fragua un “silencio océano”. Por su parte, el diálogo con los personajes de la cultura artística se inscribe en la reflexión sobre la poesía en general y el fracaso de nuestra cultura en lo particular. Huidobro y Parra le sirven para plantear, por oposición al antimago del primero y el antipoeta del segundo, su “anti LH”, lo que es una parodia de sí mismo, pues se


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define como “un cosmos elemental de una noche de verano/ con pianos y arpas en el sexo”, que nace “de entre la espesura de una mujer”. Por su parte, los personajes de la cultura artística visual juegan papeles fundamentales en varios textos. En “La barca de los locos según jerónimo bosco”, la obra del pintor holandés se convierte en parte del poema y la línea “la mesa tendida bajo el árbol donde los rostros crecen” tiene resonancia en otro poema: “...apollinaire brinca de gusto/ sobre la barca donde van los muertos/ en el árbol de los locos/ muchos rostros crecen y maduran” (subrayado mío). Es conocida la influencia de El Bosco sobre el movimiento surrealista, como la relación del cubismo con el autor de Alcoholes y Caligramas, quien a su vez fue de gran utilidad para el surrealismo. Lo interesante aquí es que, además del juego referencial entre una imagen pictórica (por ejemplo: El jardín de las delicias, del pintor holandés) y una imagen verbal (un árbol de rostros) a través de unos nombres propios, hay en los dos poemas productos distintos de la misma imagen, que opera como una imagen productiva. Pero la naturaleza no verbal de las imágenes visuales permite otras operaciones en estos textos, como en el poema que da título al libro. El verso: “los que tengan el alma limpia” se repite; la segunda vez, después de: “un animalito vuela en espiral”, lo cual es una representación geométrica del hecho poético central: el poema vuelve a un motivo caro a esta poesía, la santidad, pero en otro plano. La primera vez, los santos, los de alma pura, “pueden salir

por el ojo de un niño”, paráfrasis doble de las palabras bíblicas (es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de los cielos y debemos ser como niños para salvarnos); la segunda vez, pide “que no se limpien el culo”, superando la dualidad entre lo visible y lo invisible al mostrar su equivalencia: la mierda en el alma es la misma que nos pudre el trasero. Sin embargo, el vuelo de la imagen se detiene cuando el poema se cumple; al final se repite la doble paráfrasis neotestamentaria, lo que aparentemente es una vuelta al principio. Pero el énfasis en la salida al final del texto le da una connotación especial a la acción de salir por un ojo que desconoce la culpa; la acción realizada por la mirada poética puesta sobre el mundo es semejante a la que realiza la imagen poética al final del texto: la mirada actúa sobre el mundo, la imagen, sobre el silencio de ese mundo externo al poema. El texto termina, pero la imagen continúa produciendo sentidos: el hecho poético traza una espiral en un espacio construido con reglas propias, independientes de la lógica del mundo real pero no por eso inaprensibles, porque se dirigen a la sensibilidad y a la intuición del lector. Tal vez la apelación a nuestro lado irracional sea la crítica más radical de esta poesía a la concepción de lo real establecido, que suponemos controlada o al menos explicable por la razón lógica. Para ello plantea y desarrolla imágenes construidas con ideas que responden a una razón poética y, a su vez, construyen una realidad singular. Los materiales para esta construcción se relacionan con la crítica de lo real estable69


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cido, porque provienen del lado rechazado de nuestra existencia; aquí predominan el sueño, se disloca el tiempo lineal y hay seres imaginarios, extintos o repulsivos. El predominio del sueño es evidente desde el título de varios textos hasta el onirismo implícito en la siesta del dios tatuado, que presenta a los poemas como sus sueños y al poeta como la divinidad dormida. La presencia del amor, la poesía y el mito, expresiones más que intuidas que razonadas, imprescindibles en toda realidad plenamente humana, se relacionan con la del sueño y la complementa en esa dimensión no verbal ya mencionada. Más aún, lo inefable de las visiones larahuertianas justifica la ruptura del tiempo lineal (desnudar a una mujer comenzando por la ropa interior y terminando por la que debería haber caído primero) y los anacronismos (evocar “cierto octubre de 1535”), pero también los animales imaginarios (sirenas), extintos (dinosaurios) o repulsivos (sapos, cucarachas, sanguijuelas), aunque también hay petirrojos y gaviotas, peces y caimanes, lagartos y gallinas. Es decir, el poeta organiza su discurso articulando elementos que por sí mismos podrían resultar absurdos, pero que en su sistema poético configuran un universo autónomo, que propone una visión del mundo altamente poética. En suma, si José de Jesús Lara Huerta, el obrero textil autodidacto que paga sus estudios profesionales puede considerar-

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se una excepción en su medio socioeconómico, el poeta Lara Huerta, como firma sus textos, lo es en el panorama poético, no sólo por su falta de interés en reunir y publicar sus escritos (en contraste con el apresuramiento con que muchos quieren dar sus borradores a la imprenta) sino, como se ha tratado de mostrar aquí, por su obra misma, que no se parece a nada de lo escrito en Aguascalientes. El territorio iluminado por su mirada poética se distingue de la sórdida mundanalidad de Juan Pablo de Ávila, quien incluso lo ha citado en Ojos de agua; y su delirio es de signo diferente al de Eduardo López en Lujurias y constelaciones, por ejemplo. Quizá la más cercana a ésta sea la escritura de Martínez Farfán, otro autor omitido en el panorama literario, tempranamente reconocido (obtuvo mención honorífica cuando Lara Huerta recibió el segundo lugar en el Premio de Poesía Joven) y con quien comparte una voluntad de creación que lleva la escritura a un mundo singular, que fecunda, ahonda y enriquece nuestras relaciones con la realidad. Nuestro panorama poético no es el mismo después de esta publicación, que amplía el repertorio de obras escritas en el último cuarto del siglo pasado y muestra la vigencia de una de sus partes fundamentales, que ahora se vuelve visible para todos. Pero es momento de dejar que el lector participe en este mundo.


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jOsé de jesús lara huerta Si alguien lo conoce, dígale que se comunique

aprendí de los sapos el brinco que dan

para eliminar la secuencia de sus sueños

de los ciempiés la continuidad de los recuerdos y de tu piel suave y triste estar en esta vida en los pozos blancos de la felicidad miré crecer a los manantiales atiborrados con pies de perro bajo mi pata un mundo de ceniza mordía con su boca el lobo aprendí de los locos su cordura para nombra las cosas aprendí de tu sombra la selección para olvidar lo que no recuerdo y junto con levi-strauss formé mi vida de jaguar y de tapir del ojo de los insectos

y miel de ceniza del guerrero desnudo y la doncella durmiendo bajo el agua

y yo, con los ojos abiertos bosquejo en la lluvia un recuerdo de ave cruzo la inmensidad de un cielo casi marrón 71


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cRescenciano grave* Tentar a la palabra Ensayo con Miguel Morey

Si el escritor es necesario es, ante todo, porque escritor es aquel capaz de comunicar –de poner en común– lo que halla en la soledad, lo que sólo en la soledad se halla. Miguel Morey

I. Sin pretender definirla, podemos acercarnos a la móvil forma del ensayo a través de una imagen tomada del ámbito de la interpretación musical. Nuestra imagen no es la de una gran orquesta que, durante las vísperas de una temporada que resultará magnífica, se reúne para ensayar una de las obras cumbre de su repertorio. El solista, el director y el resto de los músicos, sin más testigos que los técnicos encargados del mantenimiento de la sala, se sumergen en una interpretación de la obra –pongamos por caso el Concierto para violín en D Mayor, opus 354 de Ferrucio Busoni– que, para los mismos músicos resultó superior a la que posteriormente alcanzarán frente al público. El ensayo es aquí –como el arte mismo– el llegar a los límites desde donde se atisba lo imposible de reproducir la obra mejor de lo que el mismo compositor la concibió. 72


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Pero no es ésta la imagen que queremos seguir, no, nuestra imagen es más modesta. Deambulando por librerías de viejo, un pobre músico –uno que ni siquiera sería rechazado de la orquesta mencionada porque jamás se atrevería a presentar su solicitud de ingreso– se hace de las partituras de algunas obras maestras para guitarra e, insistiendo en su soledad, se enfrasca durante largas tardes en la tarea de leer e interpretar. Selecciona una de las obras –pongamos ahora por caso la Sonatina meridional de Manuel Ponce–, la lee completa de un tirón y tímidamente se atreve a despertar esos sonidos que desde la partitura ha llevado a su cabeza. Pulsa las cuerdas, avanza, retrocede y vuelve a intentarlo; ahora se detiene limitándose a leer y escuchar en silencio preso de la más sincera admiración. Vuelve a pulsar las cuerdas y lo que escucha no le parece tan mal de tal modo que continúa insistiendo hasta que, en alguna tarde venturosa e inspirado por algunos pasajes de la obra misma, se atreverá a seguir los impulsos de su propia capacidad interpretativa. Aquí, el ensayo, más allá de la humildad, es la forma que se templa sin renunciar a la veracidad. Y es esta imagen la que nos da el tono de lo que nos proponemos hacer aquí acompañándonos con las Pequeñas doctrinas de la soledad1 de Miguel Morey.

Y efectivamente se trata de esto, casi sólo de esto en las páginas que siguen, de la soledad

del leer y de la soledad del escribir, del leer y escribir como modos mayores de interrogar la propia soledad. Y de la mayoría de edad y del saber acompañarse. (p. 29)

Saber acompañarse en el silencio de la lectura es una experiencia que bien puede intentar recordarse en las palabras que se escriben junto con las que leemos. II. Para un profesor de filosofía, tomarse las ideas en serio significa no sólo esforzarse por comprenderlas y exponerlas claramente en toda su dificultad; tomarse en serio las ideas significa también, y sobre todo, confrontar sus consecuencias para la propia vida en el mundo que le ha tocado en suerte. Y la idea que Morey considera determinante para nuestra época es la que se refiere al acontecimiento de la muerte de Dios tal y como fue formulada por Nietzsche. La vida, desatada del fundamento y desanclada de la totalidad, se sitúa a la deriva y la existencia se vuelve fugitiva. Desfondado el fundamento y seca la fuente trascendente del sentido, la existencia y la conciencia divagan en el infinito aferrándose al devenir para mantenerse a flote soportando el golpe de las olas y creando su propio apoyo en el barro del azar

Crescenciano Grave. Profesor de filosofía en la unam. Ha publicado, entre otros, los libros: El pensar trágico. Un ensayo sobre Nietzsche; El destino de la razón. Una introducción a Kant, y, recientemente, Metafísica y tragedia. Un ensayo sobre Schelling (Ediciones sin nombre, 2008). También escribe poesía; Ediciones Arlequín acaba de editar Huellas, su más reciente poemario. 1

Miguel Morey, Pequeñas doctrinas de la soledad, Madrid, Editorial Sexto piso, 2007.

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y la necesidad. Porque el devenir azaroso de lo que nos precede y excede se vuelve necesario cuando lo transformamos en la historia que nos contamos y en la que transcurre lo que (nos) pasa. Afrontar la muerte de Dios, hacernos con este acto en nuestra propia experiencia confrontando sus consecuencias en la escritura es, para aquellos conscientes de la precariedad a la que nos condena otorgándonos una abundancia de posibilidad, un señalamiento para discernir y asumir la tarea del pensar y la forma de la filosofía. Y Miguel Morey, descartándose como intelectual y reivindicándose como profesor de filosofía, consigue hilvanar un modo propio de empuñar sus posibilidades de pensar. El intelectual se dedica a argumentar con el fin de persuadir para alzarse como una especie de tutor de la opinión pública. Y con esta pretensión –al menos entre nosotros– raros son los intelectuales que no terminan por alinearse con alguna de las fuerzas reactivas que suman ladrillos a los muros del laberinto del dominio. En cambio, un profesor de filosofía como Miguel Morey, alguien que en el diálogo con sus propios mentores2 se levanta como un pensador por cuenta propia, asume su trabajo como una reflexión contra la estupidez –por cuyo manto nadie está exento de quedar cubierto– imperante en la época. La reflexión y el pensar, en su apuesta por la lucidez, rompen con lo fijo, con la pre-

2

El propio Morey anota a los suyos: entre los antiguos, los presocráticos, Platón y Plotino; Kant y sus críticos, de Schopenhauer a Benjamin, entre los modernos; y, entre los contemporáneos, Giorgio Colli, Gilles Deleuze, Michel Foucault y María Zambrano, conectados todos ellos por Nietzsche.

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tensión de endurecer a lo recibido y con las inercias de la opinión pública. Así entendido, pensar nada tiene que ver con ninguna actividad oracular ni altisonante, sino con el trabajo, si se quiere menor,

pero indispensable, consistente en problematizar lo obvio, lo natural, lo normal, lo razonable... Y comenzando naturalmente

por problematizar la propia experiencia del

pensar: asumiendo su rareza, el que no se

piensa cuando se quiere, sino cuando ocu-

rre eso llamado pensar; y que es la suya una

existencia intermitente, que llega, nos roza y nos abandona (de ahí, la endeblez de una figura como la del pensador); y que atraviesa en trasversal nuestra existencia, y por ello tantas veces somos incapaces de vivir a la

altura de lo que sin embargo somos capaces de pensar. (pp. 238-239).

El pensar es un acontecimiento que, como Nietzsche constató, ocurre sin que pueda ser determinado como un efecto producido mecánicamente por una causa, esto es, por el yo asumido como subsistente en sí mismo. Y, sin embargo, tampoco ocurre sin que el yo se disponga a ese acontecimiento en el trabajo. El acontecimiento y la experiencia crean la huella de su forma en la escritura. III. El logos es la más fascinante de las características del ser humano y el filósofo –tal y como nos lo sugiere G. Colli– es aquel que, advertido por la capacidad que esta distinción le confiere, se dedica a cultivarla y desarrollarla hasta alcanzar una disciplina comparable a la de las arañas cuando tejen su propia secreción. Y la filosofía, como meditación sobre los primeros


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principios aunada a la política y a la educación, concretiza su forma literaria en la prosa del mayor poeta entre los pensadores: Platón. El nacimiento de la filosofía como prosa se consolida en los diálogos platónicos en tanto éstos alumbran la conciencia sobre lo que cada uno dice. La necesidad del logos –hablar y escribir atendiendo los presupuestos y las consecuencias de lo que se dice– es “el gesto fundamental de toda práctica filosófica”. (p. 266) El vínculo entre filosofía y escritura afianza la dinámica de la primera como un género literario. Y si bien la identificación de la

filosofía como genero literario –identificación asumida sobre todo por los hacedores de ensayos– puede entenderse como una renuncia a la verdad que terminaría como propiedad exclusiva de la ciencia, dicha identidad “[...] puede entenderse también como una toma de conciencia de lo que la filosofía ha sido siempre [...] y lo que ha sido siempre –diremos entonces– es literatura, es decir, palabra memorable que conserva el testimonio de lo que es la experiencia de los hombres cuando se hace pensamiento”. (p. 266) Experiencia del pensamiento y pensamiento de la experiencia trenzan a la 75


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escritura con la memoria. Los lazos de la memoria con la escritura pueden ser anudados de maneras diferentes y la diversidad de trenzas resultantes parece estar sostenida en la ambigüedad como ya el mismo Platón lo dictaminó en, por ejemplo, el Fedro y la Carta séptima. Platón, inaugurando en su máxima potencia el carácter creador de la escritura filosófica, concibe a ésta, sin embargo, como un pálido reflejo de lo que las más altas realidades son en sí. Lo que es precisamente cada cosa, su idea, es lo que habiendo sido previamente contemplado por el alma se alberga en ésta como posible de ser despertada por el recuerdo, recuerdo que al ser trasladado a la escritura dialógica se convierte en un simulacro del movimiento de las ideas mismas: la escritura no descubre a lo que es en sí mismo tal y como realmente es sino que lo simula creando una señal que lo refiere. Por esto mismo, la escritura, asumida como un sustituto de la memoria, puede llegar a anular el poder cognoscitivo de ésta. La memoria es la facultad de conservar la verdad que hay en ella. Con la invención de la escritura, los hombres descuidarán el cultivo de la memoria ya que pretenderán recordar no desde el diálogo consigo mismos sino valiéndose de caracteres ajenos. Y, no a pesar sino precisamente porque detectó el peligro, nadie como Platón utilizó la escritura para recordarnos la necesidad de ejercitarnos en el pensar. La escritura es pues tanto un remedio que puede dar vida a la memoria como un su-

cedáneo que puede aniquilarla. En adelante,

la memoria deberá moverse en el intersticio

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entre ambas tendencias, tendrá por tanto que modificarse profundamente. Y en esa misma medida, si lo que somos, nos cons-

tituye o sostiene es fundamentalmente la memoria, toda la experiencia de lo real, el

mundo mismo en tanto que estructura cognoscitiva, quedará radicalmente transformado. La filosofía nacerá, en cierto modo, de

esta transformación –de un tipo específico

de trabajo en el seno de esta transformación

y con la voluntad de armar y prolongar esta transformación de la memoria que la escritura acarrea obligadamente. (pp. 192-193)

El mundo en el que ocurre lo que (nos) pasa y en el cual nosotros mismos ocurrimos pasando ha sedimentado etapas de su transcurrir en capas de escritura que al intentar penetrarlas en la lectura nos aceptan el ingreso a condición de que volteemos la mirada a nosotros mismos. En esta vuelta las capas de escritura se revuelven en nosotros dándonos un caos constitutivo susceptible de ser narrado bajo una forma literaria. IV. La confrontación con uno mismo –con su propia soledad– tiene su acta de nacimiento moderna en la novela de formación. Para el autor de El orden de los acontecimientos la novela de formación, sobre todo en su versión romántica (Novalis y Hölderlin), testifica la aparición en la obra misma del escritor consciente de serlo en tanto imitador ya no de ciertos parámetros clásicos a los que se deba ajustar la obra sino del acto creador originario al levantar un mundo desde la nada del papel en blanco.


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mación termina constatando la fuga que gestarse con la novela de formación que en es el alma misma al afrontar y asumir las cierto modo no hace sino darnos cuenta de consecuencias de, primero, la ausencia de su nacimiento como tal escritor. Y lo que los dioses, y, después, la muerte de Dios. precisamente nace junto con el escritor es la literatura, en sentido estricto, consciente de V. El yo es un nómada que, suspensí –un acontecimiento que puede comenzar diendo la ilusión de la formación total y a fecharse a partir del momento en el que resistiendo el vértigo que esta suspensión empieza el declive de la retórica, cuando el le ocasiona, no renuncia al ensayo de forescribir deja de ser aplicar el ingenio a una mar la experiencia en la escritura. El enrepetición creadora de algún dictado de los sayo filosófico se mueve entre las tensioclásicos, y en su lugar se subraya otro aspecnes de la voluntad de estilo literario y la to: el desafío ante el papel en blanco. (p. 219) búsqueda de una relación no dogmática ni autoritaria con la verdad. Ésta no es la Y este desafío se encara aplicando la fijación del presunto ser en sí de las cosas exigencia de unidad en la composición de sino el descubrimiento de su devenir tal la experiencia del escritor mismo que, por y como se revela en el estilo que valora ello, se constituye en emblema de las ex- nuestra afirmación de ellas y de nosotros celencias y defectos de cualquier hombre. mismos en el mundo. Contándose a sí mismo lo que (le) ocurre atendiendo las reglas que él mismo se da Porque el modo como representamos, no la para construir su estilo, el escritor consiverdad de lo que las cosas son, sino el valor gue formar y formarse en la experiencia (el qué) de las cosas que pasan, funda inequípropia de su inscripción en el mundo. Y vocamente tanto al objeto, tal o cual cosa que la formación de esta experiencia en la espasa, como el sujeto que con su evaluación critura se abisma cuando, en el diálogo muestra qué tipo de contacto con la inmecon su propia soledad –Hölderlin en Hidiatez de lo que pasa mantiene o quiere reteperión–, el escritor ya no escucha sino el ner. (pp. 196-197). silencio que arroja al alma moderna a en- frentar el vacío de su destino. Errando junto a lo que pasa y cargan do lo que le pasa, el yo es un nómada que, En ese silencio, en esos abismos, en esa fasen la ligereza del que nunca sacrifica su licinación hormiguea sin descanso el retiro, bertad, subsiste gracias a las palabras que, la ausencia de los dioses: los ecos de cuyas adhiriéndosele, lo acogen. El modo como voces perdidas aún resuenan en la inspirael escritor de ensayos filosóficos agradece ción del poeta, aún visitan, desgarradores, esta hospitalidad es aprendiendo a perderlos antros negros de la locura. (p. 222). se en la ciudad del lenguaje y cuestionan do, en la lectura y la escritura, la petrifica Nacida para atestiguar la posesión del ción de lo que se asume como el sentido escritor como demiurgo, la novela de for- fijado a los edificios y calles que trazan La figura del escritor moderno comienza a

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Midiendo fuerzas con el orden escrito, cuya materialidad textual puede tentar, el ensayista calibra la medida de su exilio ontológico volviendo sobre lo que se ha hecho y añadiendo su propio hilo al ovillo del logos.

VI. Puesto que las convoca, aunque quizás no las elija, el yo es responsable de las palabras que se le adhieren y a las que, en tanto escritor, forma. No hay un yo-causa omnideterminante del pensar, pero sí hay responsabilidad en y de lo que se piensa. El yo fugitivo no reniega sino que responde los contornos de esa ciudad. El por lo que se piensa en él. Y lo que se pienyo vagabundo del filósofo transita por la sa es la experiencia de lo que, sin reducirse lectura y la escritura socavando la preten- al logos, sólo puede ser conservada en el sión de un único orden que los custodios almacén de las palabras que, sin agotarla, de la tradición creen ver en el mapa sin constituyen la memoria. el cual no se atreven a recorrer las anchas En la bodega de las palabras, éstas no avenidas ni, mucho menos, adentrarse en se subastan al mejor postor; son más bien los oscuros callejones en donde se pueden ellas mismas las que, cinceladas en la soleencontrar las huellas de la memoria que dad, esculpen la huella de una forma que apuntan al futuro. nunca alcanza a ser fijada tal cual; tan sólo puede ser sugerida porque en el ensayo Si podemos cuestionar el orden de la escrifilosófico se acogen los pensamientos que tura, nuestra constitución como sujetos o nunca terminan por decirse del todo. En el nuestros modos de construir representacioensayo las palabras salen a la superficie y, nes es gracias a que existe una materialidad sin embargo, nunca abandonan la fuerza textual conservada que nos permite perciprofunda de las raíces porque es ahí, en bir dichos problemas de los que ella misma esas hondas raíces, donde la experiencia forma parte. Sólo porque existe un orden se enreda con las palabras que, no obstante escrito con el que nos medimos casi de un la fertilización que reciben de ella, nunca modo análogo a como nos medimos con la consiguen transparentarla absolutamente. inmediatez de la vida nos es posible recelar Los pensamientos recogidos en las palade todo aquello que pudiera alejarnos de un bras que conforman los ensayos reunidos umbral superior de experiencia. (p. 201). en las Pequeñas doctrinas de la soledad de Mi78


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Aprender a escoger la correcta soledad y guel Morey incorporan el silencio que nos también las buenas compañías [...] Asumir dice que, como bien sabía Nietzsche, hay que, aunque abunden los libros, los que más, mucho más que aquello de lo que porealmente ayudan son un bien escaso, y demos disponer en el conocimiento y de que uno llega a poder leer bien pocos en el lo que podemos modificar prácticamente tiempo de una vida. Que, en filosofía, a meaplicando esos mismos conocimientos. nudo más vale leer dos veces un determina Intentando alcanzar los confines en do libro que dos libros; que aquellos que no donde termina el conocimiento y empieza merecen la relectura acaso no valga la pena lo que sólo podemos pensar, la escritura leerlos ni una sola vez. Y decirlo, ponerse a subvierte las restricciones de lo correcto liescribir sabiendo que son pocos los libros berándose en los torrentes de pensamiendignos de perdón [...] Aprender que se trato que, como, por su parte, sabía Balzac, ta de escribir de aquello de lo que nadie son las pasiones, los vicios, las ocupaciosino uno mismo podría escribir, que hay nes agotadoras, los dolores, los placeres... que aplicarse a ello porque de lo contrario Y todo esto sin dar cuartel a los productonada de lo que sea verdad se deja decir res del dominio autoritario y sus compla[...] Y que, con todo lo aprendido, deberá cientes espectadores. intentarse de nuevo otra vez, que proba Sometiéndose a los rigores de esta perblemente tampoco sea éste un libro digno dición, el yo fugitivo del ensayista aprende perdón. Pero, en esta reincidencia en el de a poner por escrito lo que piensa de un fracaso estriba precisamente la dignidad problema; aprende a atender la necesaria del ensayo. (pp. 260-261). vocación de la escritura en el camino que viene y se dirige hacia el silencio. Pequeñas doctrinas de la soledad de Mi guel Morey muestran su travesía por este Tal vez por ello el ensayo sea un género aprendizaje ofreciéndonos una serie de tan difícil, y su aprendizaje tan lento. Porensayos en los que la realidad se descuque, ante todo, hay que aprender a decir la bre por medio del estilo redescubriendo verdad de lo que uno alcanza a pensar, y a la forma como realidad tan dinámica no lo que debería pensarse o lo que estaría que pareciera estallar proyectándonos sus bien que todos pensaran. Y para ello, hay fragmentos: palabras que se pueden tenque aprender primero qué es exactamentar atendiendo la tentación de lo que nos te lo que se piensa, y en ese movimiento dan a pensar. de aprendizaje consiste el mismo ensayar.

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gAbriel ramos garcía Sobre la necesidad de un amor desesperado I. Dos tipos de amor y las formas del drama Sólo un tonto, un necio, un insensato, preferiría el amor efervescente de la adolescencia al amor serio que se presenta en la madurez; el que no es ya un capricho sino una predilección distendida en el seno de un alma serena. Embriagado por las hormonas, por las ansias de vivir, ginebra –nada barato– y las luces de la ciudad, es fácil para el insolente que las estrellas de la noche parezcan menos brillantes. Es fácil jurar amor eterno cuando los alcances de la eternidad oscilan en espacios análogos a los linderos de la zona conurbada: no es un concepto sino un término más bien vacuo e irrisoriamente chato. Los literatos a través de la historia se han entretenido jugando con las emociones de su audiencia; muero de envidia cada vez que veo cómo con sus dramas hacen alarde de destreza, manipulando tan sofisticados juguetes. En el casi de los cómicos, se yerguen victoriosos como domadores de su audiencia, desnudándoles de sus pretensiones y evidenciando que no son sino una horda de micos. En cuanto a los trágicos, cada

hilo se mueve pensando en que el espectador contemple una explosión de patetismo y se conmueva, que recuerde el temor de Dios o lo conozca. La

gente sana y poco pedante se presta a la ludicidad del drama. Sólo espíritus carentes de disposición, anímica o intelectual, o aquellos imposibilitados por pretensiones más que férreas diamantinas, se resisten a reír o conmoverse ante un buen drama. El drama no refleja la realidad tal cual es, sino como podría ser; un muy preciado elemento que los dramaturgos tienen a favor del éxito de sus obras es que los espectadores no muy agudos de mente, e incluso los que sí, suelen olvidar que el drama es una exaltación de las características de los Es miembro del Seminario de Filosofía de la Lógica, Acatlán. Maestro en filosofía por la unam y vocalista de la banda deathfashion corrupted. http:// dogmaunus.blogspot.com/2008/05/hamartia-en-esta-ocasin-dedico-elblog.html

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hombres, que las historias que cuentan son extrapolaciones de anécdotas de las vidas de hombres comunes relatadas de manera extraordinaria. Si se asomaran a una historia con final alterno, un mundo posible tras del telón donde descubrieran que la efervescencia de Julieta se podía apagar con antiácido; que el fuego de Romeo se incendiaría por alguna cortesana con más ingenio y talento cada que llegara la quincena; que Sócrates luego de un par de audiencias más resultaría ya no un héroe, sino un viejo insensato que dejó desguarecida a su familia y que al ser juzgado por un tribunal distinto habría sido condenado a muerte no por corromper a la juventud ni por amar la sabiduría sino por irresponsable; que el Nazareno empalado hubo de ser forzado a subir a los cielos por una escolta de 666 arcángeles (no exagero: era el hijo de Dios), pues sólo así pudieron contener la venganza iracunda que fraguó los tres días que pasó en el sepulcro, alimentando una rabiosa –aunque divina– furia albañil luego de la aporreada que le pusieron los judíos... Algunos espectadores de dramas, agudos y no tan agudos, encontrarían en el siguiente episodio de la vida de sus personajes favoritos un sinsabor que los había pensar “mejor se hubieran muerto como Heath Ledger, inmediatamente al consumar su mejor papel.” El sentido de hablar de los dramas en las líneas anteriores era contrastar la naturaleza de los personajes, que son construcciones literarias, con la de las personas, que somos construcciones en el mejor de los casos... A continuación busco caracterizar el amor sereno que no busca apaciguar un ansia, que las más de las veces es de características coléricas: muy intensa, pero efímera. II Un amor distendido en el seno de un alma serena La vida no es como los dramas. Aunque uno sí puede confeccionarse la vida que quiere, de aferrarse a vivir en un frenesí romántico uno no hará sino darse de topes con el sol de la mañana siguiente. Ahora, no vivir en el sturm und drang no equivale a ser nihilista, cínico ni pendejo, por supues-

to que existe la posibilidad de amar y ser amado, pero dado el contraste anterior entre la vida y el drama, todo hombre sensato buscará entonces el amor distentido en el seno de un alma serena –¡cómo

me gustó esa frase!– respecto al presunto amor de alguien que quiera estar a nuestro lado no porque le resultó verosímil alguna pretensión nuestra o ajena; alguien que juzgue que puede vivir con nuestro insulso futbol, nuestros sueños truncos, aspiraciones ahogadas, aguantar nuestros vicios, y tan81


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to peor, nuestras virtudes, aspiraciones, expectativas, risas demenciales en medio de la noche y nuestros chistes babosos. Una persona, no un personaje, eso tenemos que ser para quien digamos amar y nos comprometamos a honrar; lo mismo esperamos de vuelta, y nada más apartado de la mediocridad habrá que dos personas decidiendo amarse en la realidad. III ¿Un amor desesperadamente sereno? No me parece que la cuestión que sigue sea lo que gustan llamar una aporía, un una situación que desafíe a la razón; se trata de la posibilidad de pensar, y en este caso de sentir las cosas en más de un ámbito, en más de un sentido. No hay contradicción en facetas de las cosas cuando éstas no se repelen en su esencia unas con las otras. Ya ubicados en el amor sereno, sólido, consistente, no sólo racional sino además razonable, teniendo a nuestro lado a una persona con quien no sólo queremos vivir hasta el fin, sino además gestar grandes proyectos, gozar con sus satisfacciones y confortarle en sus aflicciones. Pudiera ser la naturaleza abyecta mía y de otros parecidos a mí, y sólo quienes hayan sentido algo así sabrán con precisión a qué me estoy refiriendo –aunque en realidad considero que todos, en tanto que todos son susceptibles de ser codiciosos–; pudiera presentarse una pregunta, que muy probablemente reconocería como origen la inseguridad propia: ¿será ese amor que por mí se profiere algo más que lo correcto?; ¿será además desesperado, intenso, efervescente? Primeramente hay que considerar que el amor sereno de la madurez no está peleado irreconciliablemente con la efervescencia; cierto, la ebullición no puede durar para siempre, pues según científicos anónimos en un dudosamente documentado programa de televisión –es decir, según la creencia popular posmoderna– si el hombre amara extasiadamente demasiado tiempo moriría. La cuestión aquí no es morir de amor, simplemente saber si uno como objeto de amor sereno es algo más que una buena elección, si uno es o ha sido concebido como causa eficiente de un sobresalto vital, como un clímax de la vida emocional del otro, es decir, saber si te he hecho hervir la sangre... En segundo término, hay que considerar que uno puede estar cierto de que tal cosa –la conciliación del amor razonado, pleno, digno y la ebullición de la sangre– es posible a partir de la experiencia propia; del hecho de que dos o tres veces discretamente uno ha tenido que recoger el corazón que se le salió del pecho por la emoción de ver a quien ama, desesperada, pero se82


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renamente, y que más discretamente ha debido –aunque no necesariamente lo ha hecho– guardarse alguna fisura que el trastabillar natural del objeto de su amor le ha implicado. La que sigue es la que considero ha de ser la postura de todo hombre que se precie de ser tal ante la duda: quien no tuviera el valor de atreverse a cortejar con todos los recursos posibles a su dama, sería decididamente un pobre diablo y nada hay que argüir al respecto. ¿Es glotonería?, ¿es capricho querer ser además el objeto de amor delirante? “Si no desfalleces por mí habré de conquistarte, vulnerar tu serenidad hasta derretirte entre mis brazos, borrar todo vestigio de palabras de amor que escucharas de otros labios que no fueran los míos, serán acaso un recuerdo, y al cáriz de la actualidad uno irrisorio. Y si algún vestigio queda de esas emociones en tu alma, será borrado y relegado también a existir sólo en el pasado, pues no cabe en el alma ya apego alguno a sentimientos amorosos del pasado cuando el amor presente la desborda.” Creo que eso diría un cabalero, y es sin duda la opción más digna a tomar, ponerse el traje de héroe de vez en cuando... Nada hay de mediocre ni de ridículo en darle espacio a nuestras pasiones, además, ni que no hubiésemos hecho el ridículo por cosas que no valían la pena. IV Cuando todo ha fallado Un puede ser un caballero, un súper héroe o una estrella de rock, pero pese lo que nos pese, no podemos hacer que alguien nos ame rabiosamente; posiblemente se vuelve especialmente sensible en el caso de quien nos ama serenamente, pues en tanto que nos conoce y tiende hacia nosotros por voluntad y no siendo víctima de una pasión, será difícil que le sorprendamos con disfraces de héroe trágico, pues puede ver tras bambalinas. Si no obstando traje azul y caballo, el fantasma del tibio amor sigue paseándose entre las telarañas del lóbulo parietal y del frontal, hay aún algunos modos de intentar seguir viviendo con dignidad: en primer

lugar una lobotomía que podría hacernos pensar que somos amados adolescentemente, o bien dejar de

amar con efervescencia para que, en términos de equidad, encontrásemos paz a este respecto, o cuando menos dejásemos de cavilar en torno al asunto... O pensar algo distinto. De modo que la única opción seria, puesto que se ha pensado en todo lo leído hasta aquí y probablemente otras ridiculeces, es confrontar a quien, tememos, nos ama tibiamente. 83


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Aquí casi hay equidad de género pues ya sea un caballero o una dama quien padeciera tal agobio, se vería en igual predicamento: no es noble asediar a alguien con semejante cuestión. Se plantea entonces una pregunta irrefrenable, propia del auténtico inquirir, la que quita el sueño, que permanece latente e incesante y contamina todo lo que pasa a través de la mente. Las inferencias brotan y se retuercen en la mente de uno como ajolotes cuando los sacan del agua; inquirir respecto al tema en cuestión no parece noble, pero se puede hacer con nobleza. Por torpes que sean nuestros pasos, así como no es preciso pisotear el orgullo ni la dignidad de alguien en quien despertamos interés amoroso de cualquier tipo, pero por quien no tengamos inclinación alguna, es posible no lastimar a quien nos ama con un tema tan áspero, sea verdad o no que lo hace tibiamente. Las inferencias incesantemente brincoteando y arqueándose sobre sí podrían implicar para el presunto tibio amante una serie de odiosas acusaciones de injusticia, todas ellas con su génesis –diría mi amigo el psicólogo– en la neurosis, paranoia o paraurosis: “¿Por qué no me amas efervescentemente si es tal tu deber?, ¿es que debo dejar de amarte

de esa forma?, ¿es que no resulto suficientemente 84


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emocionante?, ¿sucede que es tan buena idea estar juntos, que vale

la pena pese a no implicar el correr de adrenalina alguna?” Vivir en la logósfera implica un riesgo latente, hay que tener cuidado con lo que uno dice pues todo aquello puede ser utilizado en su contra ilimitadamente. ¿Qué sucederá si no puede amarnos al punto de desfallecer como Nina, la prometida del inepto Harker en Nosferatu de 1922, sujetándose el corazón al pecho y extendiendo su cabeza tan lejos de éste como le era posible? Es claro que nadie es culpable de no amar febrilmente pero como en todas las instancias trágicas, sí hay responsabilidades que recaen sobre alguien, y sobre ese alguien eventualmente se cierne un sentimiento de culpa, tal vez no tan justificado, pero sí fatal y, por ende, trágico. Cierto es que no es necesario que el peligro advertido en este apartado se advierte llegue a materializarse, pero es un hecho que es posible... V. De frente al desencanto fatal “La tragedia comienza con el conocimiento” decía Camus hacia el final de El mito de Sísifo; habiendo visto ya al fantasma del tibio amor a los ojos, no querer saber de cierto cuál es nuestra situación equivale a ser cómplices del destino. En este caso no se trata sólo de buscar tran-

quilidad o certeza, sino de evitar enfrentarse a una terrible fatalidad: que alguien más haga al objeto de nuestro amor

estremecer. Líneas atrás planteé si era un exceso de codicia no conformarse con ser el objeto de un amor sereno, sino además querer hacer arder a quien amamos en deseo por nosotros; puede serlo si es la mera codicia lo que nos mueve a preguntar, pero en un espíritu más alerta al hecho de que los dramas están basados en anécdotas de la vida podría tener cuando menos una razón para temer, y tal razón es la siguiente: En algún lugar de la Ética demostrada según el orden geométrico de Spinoza, o en la experiencia de haberla leído hace algunos años (es decir, en cualquier caso culparé a ese libro), tiene su origen la siguiente proposición: “Cada cosa puede ser movida sólo por otra de igual naturaleza, un objeto físico es movido sólo por fuerzas físicas impresas en éste, y el aparato racional se mueve a partir de dos juicios conexos entre sí, pero ningún objeto

físico se mueve a partir de un mero razonamiento, y ninguna celda física frena los saltos de la razón.” Asimismo, el contacto físico e, incluso, la sexualidad no implican de forma necesaria la intimidad emocional, aunque suelen confundirse.

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Atendiendo al nada insensato supuesto de que en la naturaleza humana está el enamorarse, ¿cómo logra el tibio amante evitar que alguien distinto al objeto de su elección serena, y libremente tomada, le apasione febrilmente? Será soberbio pensar que es imposible ser asaltados por una pasión que reconocemos como ajena al amor que hemos decidido proferir; soberbio y, por ende, imprudente; imprudente y, por ende, riesgoso; riesgoso y probablemente cruel. ¿Queremos exponer a ese alguien a quien tenemos tanta estima, en quien depositamos nuestra confianza y a quien vemos embebido en amor por nosotros a la posibilidad de un desencanto fatal? ¿Quiere ser cualquiera de las partes cómplice del destino siendo que vislumbran el halo de trágico en el horizonte? Sujetarse las entrañas y confrontar al destino; tomar valor, vérselas con la decepción. Es el único modo de callar las voces internas que claman por la disipación de la incertidumbre. Luego, invariablemente –tarde o temprano– vendrá la paz. La consigna es quebrar el silencio sin que las palabras se tornen torpemente en chantaje; cuidar ese detalle al tiempo que es preciso saber que si no podemos ser amados no hay nadie a quién culpar; si llegase a hacer falta, para el amante en desgracia o el tibio amante, una evidencia de la autenticidad de las palabras que denuncian el temor en torno al cual se discurre, bastará llevar la mano dubitante al pecho de quien teme: su corazón latirá desbocado ante el temor de un desastre latente. Del otro lado, tampoco es noble callar si se está al tanto de semejante posibilidad, si vemos a quien queremos tanto en los zapatos de Edipo; lo noble es no dejarle caminar más, de nueva cuenta pareciera no ser algo noble, pero se puede hacer noblemente. Se presenta así la disyunción final: para cualquiera de las partes, no es secreto que quien fuera cómplice de la tragedia merecería morir de angustia, de tristeza, de locura o de vergüenza, pues tales son las consecuencias, desproporcionadas y de apariencia injusta, para aquellos sobre quienes se cierne. Cierto es que dije que los personajes de las tragedias están en el drama, y no en la vida, pero las emociones trágicas no viven en otro lugar que no sea el corazón de las personas. De modo que si no logras ser el caballero andante, si no te perforas la cabeza, o si no tienes la fortuna de preguntar y encontrarte con una respuesta favorable, enfréntate a la decepción, y una vez ahí, vive con ella o deja que te mate. 86


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dIana martín del campo Mito Siempre te he escuchado hablar leyendas sobre los grandes reptiles que habitaron la tierra: Hubo una vez grandes lagartos y serpientes... siempre hablando como serpiente de lagartos. Eran grandes, eran únicos, su grito lo llenaba todo, no se podía escuchar nada más, aunque lo quisieras, porque su voz lo estremecía todo. Hubo una vez una raza que se hizo dueña del mundo, su fuerza no estaba en su tamaño, eran apenas mayores que tú y yo, pero no dejaban de dominarlo todo; con una mirada podían tener lo que quisieran, incluso a ti, que nunca te dejas atrapar. Los grandes lagartos regresarán y me gustaría que estuviéramos presentes para que te convencieras por ti de lo imponentes que eran. No sé decir qué es lo que los dotaba más de gracia: su forma de andar, su forma de hablar; eran extraordinarias criaturas que algún día volverán, pero quizá no estemos presentes para ver tal prodigio; quisiera tener tal fortuna y que tú lo vivieras conmigo. Sólo me quedan viejos libros con viejos dibujos que intentan representarlos, pero nadie sabe realmente cómo eran, unos dicen ciertas cosas, como que eran de dimensiones extraordinarias, otros más dirán que su grandeza no estaba en su tamaño sino en sus palabras, aunque todos coinciden al hablar de su ferocidad,

pero ellos sabían, no te dejes engañar por su figura salvaje, porque ellos sabían, sabían más que todos. Ellos fueron los que enseñaron que detrás de una mirada hay más de lo que se dice, ellos mostraron que la palabra está hecha para decir más de lo que no se dice. Veremos sus rostros al caer la noche, como un reflejo sobre la luna, son los grandes lagartos, que ahora son sólo una leyenda, en la que apenas creemos ver el mito del origen de la fuerza a través de una palabra dicha con miradas. Los grandes lagartos fueron una raza excepcional, que creó enigmas en los que pocos se envuelven, los abandonan porque les temen, siempre nos asusta aquello que no podemos comprender. Lagarto mítico vuelve a la tierra que dejaste por accidente, pero que aún te pertenece. Tu mirada era como una poesía que lo devoraba todo, no la ocultes detrás de ese antifaz negro. Y yo sé que todos te olvidan, que te dejan en los libros de historia apócrifos, que dudan de tu existencia, pero yo sé de ti, yo te leo con una avidez única, con una admiración profunda. Tienes que demostrarme que eres real y que no sólo te imagina como todos piensa. Ellos sabían, él sabía... y yo te sé.

Diana Martín del Campo. Licenciada en Letras Hispánicas por la uaa. Jefa de Redacción. Forma parte del Taller de Cuento y Varia Invención en el cielaFraguas, impartido por el licenciado Salvador Gallardo Topete.

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jOsé luis engel Aguascalientes desdichado aspectos medulares para dotar de pertinencia, oportunidad y utilidad a sus temas. Las ciudades de los desdichados (FCE; 2002) es el Cuando entrevista, cuando conversa, no lo título de un singular libro de Marco Antonio hace nada más con las personas que aún viven Campos, donde personalidades de la literatu- (y luego publica en otros libros, o en revistas ra y las artes plásticas se desempeñan en ciuda- y suplementos culturales). Marco Antonio des del viejo y el nuevo continente, en espacios conversa con los artistas difuntos en Las ciudade vida para dejar signos y señales de su ser y des de los desdichados, conversa con sus obras; su estar, expuesto en una suave mezcla de cró- también lo hace con las calles y sus edificios, nica y ensayo que sensibiliza y documenta. En con los ciudadanos que en ellas hacen su vida este libro, las ciudades y las personalidades siempre y cuando rodeen a los artistas en los que en ellas pintan y escriben, son los motivos que centra su interés estético y documental. sustantivos para el desempeño de cada texto; Marco Antonio conversa porque primero lee; los artistas y su espacio, un binomio, dos ca- Marco Antonio camina las ciudades como lo bos que se tejen como el nudo de Escher: con recomienda Fayad Jamis: rompiéndose los zael principio y el fin sin principio ni fin. patos auscultando las calles, sin dar limosnas; por eso, cuando escribe de las Marco Antonio Campos nos hace conocer y sen- ciudades y sus personajes no tir historias y escenarios de vida como la región enseña a vivir en vano. de Arles con Van Gogh, Charleville con Rim- También, por eso, Marco Antobaud, César Vallejo en su paso por Madrid y nio Campos ha escrito la mejor París, o Georg Trakl y Egon Schiele en Austria. historia de vida que hasta hoy se ha publicado fuera y dentro Igual los autores nacionales en los espacios de Aguascalientes, la de Saturnino Herrán e mexicanos están presentes en el libro, y son la incluye en Las ciudades de los desdichados; la ciudad de México y los estados del centro de presencia literaria que adquiere la ciudad de la República: Aguascalientes, San Luis Potosí Aguascalientes es también de lo mejor, sobre y Zacatecas los que interesan al autor en este todo porque se encuentra despojada del choproyecto editorial. vinismo provinciano de los “puetas” domésti En el territorio de lo periodístico (también cos, del facilismo mercantil de los periodistases poeta y novelista) Marco Antonio tiene publicistas, de las obviedades y anacronismos la cualidad de no conformarse –ni confor- de los políticos y sus redactores de discursos. mar– con la descripción convencional de per- Pero esta vez no me importa el personaje sonajes o lugares. Marco Antonio interpreta, en el texto de Marco Antonio Campos que tidesentraña causas y efectos concretos o sim- tula Saturnino Herrán en Aguascalientes y la ciubólicos, pone en juego los sentidos y la razón dad de México, pero sí me importa la ciudad (el nudo), es atento y reflexiona; de ahí que de Aguascalientes de fines del siglo XIX en la cuando entrevista sus preguntas inciden en que contextualiza la vida del pintor, hasta que UNO

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se traslada a la de México, donde murió con el siglo XX en avance. Me importa porque desencadena todo lo que sigue. DOS No es la primera vez que Campos –autor casi local– escribe y publica sobre la ciudad de Aguascalientes; lo hizo en la revista Siempre! del 11 de mayo de 1995 donde publicó “Aguascalientes revisitado” (pp. 56-57). En ese artículo deja claro su ascendente materno aguascalentense, con familiares arraigados que visita, con estancias que le permiten la descripción actualizada que refresca sus “imágenes de infancia”, que las actualiza con razones y sensaciones para hablar de calles, plazas, jardines, cafés, museos, iglesias y, por supuesto: gente. Otra forma como Marco Antonio siente a Aguascalientes es mediante la lectura del poema Fraguas, (J. Mortiz, 1980) de Víctor Sandoval, a quien entrevista para hablar de ese texto e incluye en el libro El poeta en un poema (unam, 1998); Campos conversa sobre la cualidad emblemática de Fraguas, del símbolo y su referente Aguascalientes. Fraguas y Aguascalientes, Fraguascalientes, como un lugar de aliento mítico que cumple un ciclo casi biológico y a la vez histórico, el lugar que se gesta y desarrolla, el territorio en auge que se desgasta y extingue.

aludir y disfrazar la vida real en ella, la ciudad con más riesgos y desdichas personales extra a las de Saturnino Herrán, y también desdichas colectivas en lugar de satisfactores y equidad; insatisfacción y malestar infaustos por el ejercicio del poder económico y político, incluida la economía y la política educativa, cultural y artística que siempre se baña en las aguas estancadas, amnióticas, de la historia matria. TRES

En la ciudad literaria de Aguascalientes –la referencia y antecedente de los textos de Campos– hay seres sin otro interés más que el vivir cristiano, resignado, laborioso, ingenuo, como lo recomendaba Adam Smith: una ciudad comercial donde cada hombre era básicamente un comerciante; una ciudad iletrada, melodramática y supersticiosa como en la novela de Rafael Correa, El talismán perdido, y es también la ciudad que aparece en las historiografías empíricas que convalidan, voluntaria o involuntariamente los ejercicios del poder militar, civil y religioso, según periodos y momentos, con algunos ciudadanos que sobresalen entre las páginas cuando conviene al registro de la desdicha ficción y la desdicha real aguascalentense. Desde el siglo XIX hay ejemY en relación con Saturnino Herrán, Aguasca- plos de emoción descubridora lientes se aprecia como una tarjeta postal de para escribir literatura sobre época, quizá bucólica, con salpicaduras de ar- Aguascalientes, como lo hizo el queología sentimental, coloreada con el ánimo viajero italiano Giacomo Beltraromántico (Manuel M. Ponce), bolerístico que mi en Le Mexique (1830), donde autores regionales y foráneos de la primera mi- entredeja ver ciudadanos cotad del siglo veinte construyeron a fuerza de munes en actividades comunes versos, canciones y elogios a las reinas de las en su espacio común, ambiente tolerable a sus ojos y su pluma, ferias y al jardín de San Marcos. un ejemplo literario (Eguerton La ciudad de Aguascalientes que fluye en es ejemplo visual con su litografía de la plaeste texto de Marco Antonio Campos es otra, za principal) de que ya era posible descubrir, aunque sea la misma que ha usado la políti- describir y conocer el lugar que se pisa. Es ca, el turismo y el comercio endémico para algo que tiene que ver con la construcción de

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la identidad, es algo que iniciaron visitantes e inmigrantes para que continúen y desarrollen los lugareños, hasta el siglo XX con la literatura del potosino Salvador Gallardo Dávalos y los murales del chileno Oswaldo Barra. El contraste para la emoción descubridora se da con la objetividad administrativa, utilitaria de los censos y descripciones coloniales, civiles o religiosas que, paradójica o desafortunadamente son “descubiertos” como fuentes documentales para la historiografía regional de la segunda mitad del siglo XX, con su “rigor” académico que, a su vez, contrasta con la objetividad política-ideológica –pero no histórica– con la que hizo Agustín R. González la Historia del estado de Aguascalientes (1881); por extensión, en el siglo XX, Jesús Bernal Sánchez y su fárrago documental que es Apuntes históricos, geográficos y estadísticos del estado de Aguascalientes (1928) y, por supuesto, con esa mezcla de objetividad administrativa, política y académica con la que trabajó sus historias Alejandro Topete del Valle, antecedente de la moderna historiografía que tuvo adlátere al suizo Oswaldo Mooser en paleontología, y en historiografía el español Vicente Ribes para la primera generación de historiadores académicos formados en la entidad, que encuentra en Jesús Gómez Serrano la figura reconocible por su capacidad de producción. Otros autores locales de la primera mitad del siglo XX que dejan ver una ciudad con ciudadanos vitales, sean o no autoridades, son Eduardo J. Correa en la crónica novelada Un viaje a Termápolis (1937), y Arturo Pani en la semblanza biográfica de su madre Una vida (1947), en la crónica Ayer (1947) y en Jesús Terán, ensayo biográfico (1949), que reunió el Instituto Cultural de Aguascalientes en un solo volumen con el título Tres relatos de sabor antiguo (1991). La prensa del siglo XIX nada, o poquísimo se ocupó por fomentar el quehacer histórico, por develar otras realidades que no fueran políticas, aunque de ello se encuentren unas cuantas crónicas, artículos o relatos para

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considerar y que Enrique Rodríguez Varela compila en el tomo IV, volúmenes I y II de Aguascalientes en la historia (1988); desde los adinerados cultos como fueron José María Chávez y su grupo del que surgieron los primeros periódicos literarios, y en el porfiriato doméstico de Alejandro Vázquez del Mercado con el relativo progreso académico en manos de un filósofo como Jesús Díaz de León, más interesado por las ciencias aplicadas que por describir el territorio en el que quería aplicar sus conocimientos. En términos generales, es desdichada la historiografía aguascalentense porque –con razón o sin ella– sirve para discursos oficiales, a pesar de las intenciones en contra de algunos autores que terminan vendiendo su trabajo a los políticos; por eso la indiferencia y el bostezo ante la mayoría de los textos premiados en el Certamen Histórico Literario al que convoca anualmente el ayuntamiento de Aguascalientes, desde 1991, para conmemorar la fundación de la ciudad. Se trata de historias con un interés morboso despertado por los premios y nada más; son historias y literatura prescindibles a causa de la banalidad autoral, aunque no siempre documental, o la ineficacia estilística; es literatura sin corazón y sin pulmones. Casi todas las historias de Aguascalientes convalidan el ejercicio del poder, se enarbolan como verdades indiscutibles, son historias necias en sus pretensiones y sus métodos, historias víctimas de sus autores obstinados por demostrar que uno sabe más que otro, que saben más que los demás haciendo de sus textos casas de citas, obsesos en cunnilingus que son las notas a pie de página. Y en la prensa de Aguascalientes, desde la época de José Guadalupe Posada, la desdichada voz del pueblo a veces está, apenas como un lamento en las páginas de información policial y, recientemente, con buena dosis de dignidad y pertinencia, en una colección editorial de más de noventa títulos producidos por la Unidad Estatal de Culturas Populares,


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un programa federal asentado en el Instituto Lo aquí considerado hace recordar lo que Cultural de Aguascalientes que, no por eso, Antonio Machado dijo: “La pedantería va esgarantiza de las voces fuerza y volumen, po- coltando al saber tan frecuentemente como la der e influencia; es una colección editorial hipocresía a la virtud”. subestimada, y no obstante reproduce el logotipo (grandotote) institucional y eso sirve para informes administrativos y de gobierno, CUATRO no culturales; a no ser que la administración de la cultura ya sea cultura y los discursos po- Uno de los motivos históricos de la fundalíticos, un nuevo género literario. ción de Aguascalientes fue la reducción de Así el contexto básico, Aguascalientes en riesgos de pérdida de la vida y los bienes la literatura académica y de ficción es una de los desdichados colonizadores; un lugar ciudad líquida (Zigmunt Bauman dix it), di- seguro para vivir, para producir, para traslasuelta, inasible en forma y fondo, una ciudad darse y transportar mercancías; también para con habitantes escurridizos, comodinos, aco- reproducirse como los caballos, las vacas y los modables a las circunstancias, a los intereses puercos. tercos como sólo pueden ser los mercantiles; de esa manera ha No es fortuito que la primera construcción mepodido pasear, hacer pasarela, morable en el territorio, en la región de influencasting, como una ciudad mocia de lo que hoy es el estado, sea el fuerte, o delo –agua clara y cielo claro–, presidio; uno entre varios más en la Ruta de la una ciudad ideal cuna del naPlata que se alargó desde la ciudad de México cionalismo artístico –la Atenas hasta California, en donde se guarecían más los de México–, una ciudad simbóbienes que las personas, como ahora se protege lica –de las flores y de los frumás a los autos que a los peatones. tos–, una ciudad petulante –de la gente buena–, una ciudad arquetipo –el ombligo de México–, que quiere ser Otras construcciones seguras fueron los la primera en todo lo que se pueda y en lo que monasterios, capillas y casas de criollos, prino, también; en todo lo que sabe y en lo que no, mero en torno a la plaza de armas, compartambién; la ciudad en la que se fragua la paz tiendo los puntos cardinales con la milicia y revolucionaria (1914), con Juegos Florales de la administración colonial, desde donde proprestigio nacional (1931-1967), con un premio piciaron el crecimiento de la villa, la ciudad, nacional de poesía (1968 a la fecha), en la que el partido y cabecera municipal, cuyo estatus se aplican políticas públicas federales (distrito legal y político tiene que ver con la cantidad de riego número uno, 1929) y estatales, inclu- de habitantes, con el área poblada o con los so en forma experimental como en el sexenio bienes que se produce, acumula o circula; con de Refugio Esparza (1974-1980); la primera edificaciones del centro a la periferia, de más a en descentralización urbana (1987) y, en la menos, donde la importancia social se estima última década del siglo XX, la ciudad que según el nivel de riqueza. en el concierto estadístico nacional si no es Para ganar seguridad (dicha cristiana a la la primera poco le falta para ser en bajo ren- desdicha pagana) en Aguascalientes propiciadimiento académico en todos los niveles es- ron la formación de los barrios de indios en colares, en deserción escolar, en adolescentes Asientos para las minas, San Marcos para las embarazadas, en sobrepoblación de autos, en huertas, y Jesús María para el carbón, para alcoholismo, en gente con sobrepeso... cultivar y cuidar los hatos de ganado mayor y

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menor; los barrios y sus pobladores, llamados “indios de paz”, protegieron el centro urbano criollo de los otros indios, los libres, los chichimecas no domesticados. Los indios de paz fueron escudos humanos, seres sacrificables, prescindibles, desechables, igual en las grescas guerreras que en las jornadas de trabajo agrícola, ganadero o minero. Desde la conquista y colonia, los límites de la ciudad y los ciudadanos fueron marcados por las viviendas y las vidas de los más pobres, igual que hoy, en tanto el centro de la ciudad se define real y simbólicamente como espacio sede de los poderes económico, político y religioso; a diferencia de las ciudades medievales con murallas, fosos y empalizadas que delimitaban lo externo de lo interno, en Aguascalientes fueron las cercas de huertas criollas y corrales indígenas la frontera entre los nativos y los forasteros, los vecinos y los visitantes, entre la civilización y la barbarie, entre el cristianismo y el paganismo, entre la paz y la guerra, entre la dicha y la desdicha. La circulación por esa frontera estaba en relación a reconocer a los que eran amigos de quienes eran extraños, enemigos o representaban peligro; así, por ejemplo, durante alguna epidemia montaron puestos de socorro para los enfermos en el atrio del templo de San Marcos, más socorro para los criollos que de esa manera evitaban que los indios enfermos traspasaran la frontera del barrio a la ciudad y propagaran la enfermedad y el dolor. Todavía en el siglo diez y nueve, en el porfirismo y sus resabios a inicios del siglo veinte, los nativos pudientes, socios y amigos extranjeros construyeron casas caprichosas como el castillo Douglas, de inspiración irlandesa, a escala, como el talento y la inteligencia empresarial, “remedos de grandeza” como ve en singular el historiador Jesús Gómez Serrano lo que es colectivo, generalizable, y no evidencia más que la preocupación y temor ante la probable pérdida de bienes y, eventualmente, la vida.

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Años atrás, comerciantes y consumidores fueron desdichados por el ataque y saqueo que hizo Juan Chávez de El Parián, símbolo del comercio decimonónico exitoso, como duele ahora que la delincuencia organizada cobre a los comerciantes por protegerlos de la misma delincuencia organizada; en el siglo diez y nueve dolió más el despojo que el entreguismo político de Juan Chávez a los invasores franceses, como hoy les duele más pagar cuotas obligatorias (y tanto trabajo que les cuesta evadir impuestos) que la corrosión política del poder local por la delincuencia. CINCO En términos generales, las construcciones y elementos urbanos, citadinos, tuvieron un sentido de integración para la protección, y en el interior de la ciudad, en sus calles, la confianza mutua era evidente en la costumbre de tener portones y postigos abiertos para que vecinos y caminantes echaran un vistazo a zaguanes y patios floridos, donde tenían lugar reuniones familiares y tertulias de vecinos a las que la modernidad de la primera mitad del siglo veinte, luego de la luz eléctrica, agregó el telégrafo, el teléfono, la radiodifusión, incluso la televisión. Las desdichas comenzaron a ser diferentes, diferidas; desdichas modernas. La supervisión de los amigos y extraños que transitaban las calles de la ciudad de Aguascalientes va perdiendo efectividad, en tanto la producción agropecuaria es sustituida por el comercio y los servicios, y la industrialización se encarga de crear los nuevos barrios donde alojar los nuevos ejércitos de obreros asalariados, los nuevos asentamientos para comunidades internas de riesgo, con borrachos, ladronzuelos y prostitutas al margen de los beneficios mínimos de la economía, la educación, la alimentación y la penicilina. Los bisabuelos y tatarabuelos de las actuales tribus urbanas.


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De la sociedad que circulaba confiada en su territorio formado por un sistema de plazas (la principal o de Armas, San Marcos, El Encino, Guadalupe, la del Ferrocarril) se transformó en una sociedad que perdía la sonrisa en proporción al levantamiento de los parques industriales, en relación con sus gobiernos especializados en promesas y ensanchar calles para el tráfico de automóviles en detrimento de los peatones que, según estadísticas, cada año mueren más y más arrollados por autos, a los que también los pobres rencorosos rayan, les roban los espejos retrovisores, les ponchan las llantas, se llevan los radios y autoestéreos, se llevan los autos completos, los autos que también deterioran la naturaleza con sus árboles que roban espacio a los estacionamientos, los árboles con sus pájaros que los cagan sin compasión, la naturaleza de los perros que los mea sin descanso. Aguascalientes transitó de una sociedad que fincaba su orgullo en el trabajo, en el ahorro, a la sociedad presuntuosa por la marca, modelo y número de automóviles con que cuenta la familia, por el tamaño del refrigerador y la cantidad de cervezas que refresca, por el tamaño y modelo del televisor y la cantidad de horas que frente a él pasa cada miembro (incluida la sirvienta), por la ropa perfectamente planchada sin importar las imperfecciones del cuerpo y de los cánones del gusto para usarla, como se constata en prensa de sociales de antaño y la contemporánea, en toda esa desdichada prensa rosa que delata las imperfecciones del ego personal y familiar, de toda esa doblemente desdichada prensa roja que delata con escándalo de sirenas las otras imperfecciones que afloran durante o después de las fiestas. SEIS Aguascalientes, ahora, es un estado desdichado porque tiene miedo, es un miedo estremecedor que va de la piel de la cartera al tuétano de la cuenta bancaria; es un miedo andrógino que (con)funde los buenos y los malos, la poli-

cía y los truhanes, la justicia y la delincuencia, a funcionarios, empresarios y criminales; un miedo sepulcral producto de apenas imaginar que se pierde algo, particularmente dinero; igual por la pérdida temporal o definitiva de otros bienes, o de la libertad sin un delito comprobado, o por comprobar; miedo a perder la vida, aunque sea la de un ser querido y por el cual también se puede matar; el miedo a matar y ser matado es el aire puro de la desdicha contemporánea aguascalentense; también el fracaso, el que incluye a la pobreza. Quizá por eso, en los últimos diez años entre los funcionarios altos y bajos corre un dicho: “Hagamos algo por los pobres, no seamos uno más de ellos.” Quizá por eso las finanzas de la delincuencia permanecen intocadas, como los salarios del ejecutivo, el legislativo y el judicial. No estamos en el colmo, alguien alguna seguridad debe atesorar. La desdicha aguascalentense se hizo doméstica en los años que lleva el siglo veintiuno, aunque primero hubo una especie de insatisfacción cuyo génesis no es claro pero es obvio, y de todos modos se dice que por insatisfacción los aguascalentenses votaron por el cambio; pero la insatisfacción creció y se volvió molestia, una maraña de sensaciones por lo rápido que salieron las balas y la sangre a la calle, y ahora en cada casa anida el miedo irrestricto como nunca se había empollado uno. Los riesgos y peligros nacionales para los aguascalentenses de la segunda mitad del siglo veinte se percibían apenas descorazonadores, en parte gracias al nacionalismo que nutría el regionalismo, la presumida identidad aguascalentense abonada con índices de bienestar y hasta confort para sus habitantes; a nadie inquietó mucho (o se calló) la caída de la producción agropecuaria, el abatimiento de los mantos acuíferos y la apuesta por la industrialización pavimentadora; a nadie preocupó el sacrificio feroz de terrenos para destinarlos a ciudades industriales, ni se tomaban serias molestias para poner en orden jurídico expro-

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piaciones de terrenos urbanos, o cambios de uso del suelo. Hasta la especulación con las galletas de animalitos fue progreso. A nadie se le ocurrió continuar con misas y rosarios vivientes para que lloviera y se llenara la presa “Plutarco Elías Calles”, solamente al obispo y a la esposa del gobernador Rodolfo Landeros ante un estiaje grosero, pero dios no les hizo caso; sin embargo, hoy, los hijos, nietos y biznietos padecen las consecuencias, pues las ciudades industriales son incapaces de generar empleos suficientes para los expulsados del campo, sobre todo empleos bien remunerados; la agricultura tradicional es inoperante, a no ser como agroindustrias y de las que no puede haber más que dedos en las manos. Hay lamentos por la cuenca lechera de Aguascalientes que pierde posiciones en la lista de productores, y es poco lo que el estado produce para que su gente coma. Puro chile. El miedo actual también se origina por la ligereza o incompetencia para advertir los riesgos de proyectos educativos y culturales, con un sindicato de maestros que actúa más como pandilla política que factor benigno para la actividad, y en la actual circunstancia policial, punitiva, se implementan medidas en las escuelas como la “operación mochila” contra los alumnos (¿por qué no también operación portafolios y carteras con maestros, con funcionarios públicos federales, estatales y municipales?, tendrían mejores resultados), en lugar de “operación matemáticas” u “operación libro”. La paradoja es clara: ¿cómo es posible que los hijos, nietos y hasta bisnietos de los profesores prestigiados (p. ej. la generación de Enrique Olivares Santana, la de José T. Vela Salas o la de Refugio Esparza en adelante) no sean hoy ciudadanos modelo por los que dijeron esforzarse?, aunque haya en la vida pública algunos y se cuenten en una mano. Sobran dedos. SIETE Hoy, Aguascalientes evidencia escandalosamente su producción histórica de individuos de

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bajo perfil político y ciudadano, seres prescindibles en el momento que dejan de ser útiles a las instituciones, empezando por la familia, también a los partidos políticos y a las empresas, sin excepción de siglas y de rama de actividad; ciudadanos desechados por el poder judicial a menos que sea un fulano de tal con fuero, con dinero o con armas para no dejarse. Democráticamente desdichados los aguascalentenses comunes del campo o de las ciudades, hombres y mujeres, niños, jóvenes, adultos y ancianos, sin importar religión, clase social, nivel de escolaridad, preferencia sexual o filiación política. Aguascalientes, como Fraguas, es el lugar que nace, crece, tuvo su esplendor y cae sobrepoblado con ciudadanos de sí mismos, personas que no hacen nada por nadie, a veces ni por su familia en cuyo nombre de todos modos se comenten estupideces, atrocidades e ilícitos, pero cada ciudadano, hombre o mujer, a los demás se dirigen con el lenguaje anémico de la servidumbre colonial: Mande usted, A sus órdenes, Para servirle, Con su permiso, Disculpe usted y, recientemente, se restablece el uso del Don-Doña, en sustitución de Señor-Señora para dirigirse a alguien y denotar “buena educación”, deferencia. Y si el lenguaje es un modo de entender el nivel de cultura de una sociedad, en Aguascalientes el triunfo de la palabra güey es indiscutible sobre el resto del vocabulario; pongamos por caso que de trasladar a la escritura el habla común aguascalentense, sin importar sexo, condición social o grado de escolaridad, la palabra güey reina, pues sustituye con suficiencia a los signos de puntuación. Y sin necesidad de pontificar sobre si se lee o no en Aguascalientes, y a contracorriente de las poéticas cifras de asistencia a la feria del libro, en el medio radiofónico, cuya tendencia contemporánea es el altruismo (competencia real para el dif o Cáritas), los productores en sus profundos análisis han contemplado la posibilidad de convocar a concurso para ganar pases al concierto del grupo Basura Musical, a quien presente su boleta con las peores ca-


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lificaciones, por nivel y grado de escolaridad; pero han desechado la idea, no por evidenciar la realidad educativa estatal, sino por las alteraciones a la vialidad y los posibles disturbios por las aglomeraciones de respuesta multitudinaria. Y respecto al No manches, al Está cañón, son eufemismos del viejo No mames y Está cabrón, que es, si acaso, la irrestricta y democrática feminización de la leperada. OCHO El doctor Héctor Grijalva, neurólogo, especializado en psicoterapia gestalt, tiene en Aguascalientes –sin sarcasmo– uno de los pocos negocios exitosos pero que nadie envidia, la clínica denominada Agua Clara en la que atiende “trastornos emocionales”; ofrece regularmente información que la prensa difunde sobre las tendencias generales de las patologías y las manías aguascalentenses en boga, como la depresión y la tendencia suicida, temas que apasionan porque vende ejemplares. Al médico lo entrevista la prensa para que actualice las estadísticas y mencione posibles causas, e invariablemente es “la crisis de la familia” el origen; quizá el médico tenga otras respuestas que no interesan a los periodistas porque no les firman las notas ni venden ejemplares. El caso es que por la familia los aguascalentenses se suicidan, y en eso coinciden los representantes del clero, toda clase de médicos, incluidos los charlatanes, y los orientadores familiares –laicos y seglares– que, ellos sí, son ejemplo contumaz de fracaso y no se preocupan y mucho menos se suicidan, no porque dejen de tener clientes y percibir ingresos, sino por la inutilidad aceptada de lo que pregonan y venden, claro, para su familia. Por la familia los aguascalentenses también roban desde un bolso hasta un banco; por la familia hacen fraude telefónico o inmobiliario, por la familia abren un changarro o lavan dinero, por la familia evaden impuestos o extorsionan, por la familia se tienen amantes, adicciones lícitas e ilícitas. Por la familia el único valor que se

conserva es el bancario; las ventanillas de los bancos son más asistidas que las de oficinas públicas o que los confesionarios. Las notas de prensa para las que declara Grijalva Tamayo –quien también es narrador de ficción– apenas apuntan factores socioeconómicos en el origen de las patologías, dando pie a versiones escandalosas colaterales, pontificadoras, más morales que documentales, plagadas de lugares comunes: las familias ya no son como antes; antes todos sus miembros eran felices, se pierden los valores, ya no hay temor a dios. De lo que no se han enterado los periodistas es que la depresión y las manías tienen que ver también con la explosión demográfica y urbana, con el equipamiento y calidad de los servicios, con las crisis económicas recurrentes, la estabilidad laboral, las remuneraciones justas, por la inequidad en todo lo que se aplique, por los cambios tecnológicos, el rezago educativo, por la parálisis de las artes y su promoción, por el desmerecimiento deportivo, por la competencia y la corrupción mercantil; tiene que ver el democrático estrés ciudadano con el ejercicio político oportunista e ineficiente, con la formación de cada vez mayores grupos de ciudadanos de desecho, con los diferentes, los desiguales y los desconectados (García Canclini dix it). Entonces, de la Generación X a las tribus urbanas contemporáneas, en particular las juveniles, hay un solo hilo conductor: el desencanto, la insatisfacción, la frustración por la economía, la política, la educación, la cultura, las artes, por dios y por la familia que no ven ni sienten para contrarrestar la depresión, la ansiedad, la bulimia o la anorexia; y si alguien grita su dolor, será apenas durante los tatuajes, perforaciones y escarificaciones. ¿O acaso en estos días no es más factible que a un ciudadano se le niegue y escamotee empleo remunerado, deporte, cultura, recreación, pero se le dote de tarjetas de crédito, casi sin tapujos, y por bancos que ni siquiera son de mexicanos? ¿O no está en esta dinámica el sacrificio del balneario de Ojocaliente por un centro comer-

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cial; también la legalización de los juegos de azar y la construcción de una pista para carreras de autos? A partir de la década de los setenta las generaciones de trabajadores –incluidas las hordas de licenciados en cualquier cosa– pierden el sentido, la autoconciencia de miembros de una sociedad acostumbrada a reconocer y respetar su función productora (agricultores, cantereros, alfareros, ferrocarrileros, costureras, bordadoras, locutores, periodistas, médicos, abogados, contadores, etc.), tener un oficio o profesión de principio a fin de cada vida como una condición social deseable, conseguible y aceptada, que resolvía con dignidad la supervivencia y desenvolvimiento individual, familiar y colectivo. Eso era lo que reflejaba el Ferial de Aguascalientes original en su organización, en su forma y en su contenido; era el derecho cultural sin tanta perogrullada política y burocrática que los ciudadanos ejercían expresando su cotidianeidad, la vida en común, inmediata, con registros musicales, canciones, bailes, escenificación en general, con el valor histórico adicional de reproducir las fiestas comunitarias coloniales de evangelización que tenían lugar en atrios de templos; al cambiar las condiciones económicas y sociales, cambian los sentidos culturales, y los aguascalentenses de ser partícipes fueron relegados a espectadores; de productores a consumidores de un espectáculo que se asocia cada vez más con lo televisivo y burdelero. Por eso, también, no hay ferias de San Marcos mejores o peores; las ferias son a imagen y semejanza del grupo político y económico en el poder que las produce y promueve. Y si de manifestación pública se trata, la expresión de los jóvenes se enfrenta a la indiferencia de los adultos-autoridad; la única reacción visible es de censura y rechazo por lo más “radical” de sus expresión como las pintas públicas con marcadores y aerosoles, las manifestaciones en contra de las corridas de toros que hacen los vegetarianos, y los punks con su lema más revolucionario: Por una socie-

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dad sin clases, sobre todo los lunes. NUEVE En Aguascalientes –con una lógica simplona– no es que haya carencias, es que sobra gente; por eso no hay empleo que dure, salario que rinda, oficio o profesión que dignifique, vivienda y servicios públicos que alcancen. El sarcasmo es inevitable, es histórico: lo nativo tradicional es sacrificado, suplido, se ha disuelto entre lo foráneo, lo federal, lo global. Aguascalientes es la provincia mexicana donde los gachupines fueron prescindibles en la península para la corona española, soldados prescindibles en el nuevo continente porque lo importante era conservar las riquezas para los reyes y para los representantes de dios; Aguascalientes con indios prescindibles porque los criollos civiles, militares o religiosos eran prioridad, los elegidos; y a la vez criollos prescindibles por ser casta, la menos peor entre castas más prescindibles, con campesinos y artesanos prescindibles para lograr la independencia, la autonomía política estatal, para consolidar la república, para enfrentar las intervenciones extranjeras, para conseguir el triunfo de la revolución, para defender los bienes y los intereses de los curitas en la cristiada. Aguascalientes con obreros prescindibles para entrar a la modernidad industrial, al progreso comercial, para conseguir el milagro mexicano-aguascalentense maquilador, operarios de hoy sí y mañana no en las empresas donde se pierde cualquier extremidad y hasta la vida con tal de que los patrones, probos y cristianos, hoy tengan sus nombres asoleados en las calles de la Ciudad Industrial y nichos funerarios en catedral; ciudadanos, fuerzas vivas prescindibles en los sindicatos para respetar la paz laboral fincada en salarios ínfimos, la tranquilidad empresarial fincada en salarios ínfimos, ciudadanos prescindibles de templo y cantina para orgullo turístico; ciudadanos prescindibles en sus casas o en casa ajena; familias completas prescindibles, desechadas


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por otra presumiblemente mejor, con esposas y maridos prescindibles, intercambiables en internet con y sin su consentimiento, por gusto o porque les huelen los pies, o porque roncan, o porque la suegra los miró feo, o porque tienen un hermano puto o una hermana marimacha. Aguascalientes con hijos prescindibles porque nunca debieron nacer, hijos a los que se les retira el plato –cuando lo tienen–, hijos lanzados a la calle para que consigan algo que poner en el plato, hijas e hijos a los que se les hace prescindir de la ropa para que más rápido consigan que comer, muchachos a los que borran el nombre y el apellido porque sus padres se apenan cuando la gente sabe que son sus hijos, igual en la calle, en el trabajo o en el gabinete; hijos adoptados y devueltos al orfanato porque no saben comportarse como hijos; jóvenes prescindibles en las escuelas porque siempre han sido insuficientes las escuelas y son demasiados en sus casas, mejor aprovecharlos pegando tabiques o moviendo el culo como edecanes en los partidos de futbol y en las carreras de autos; jóvenes con padres y abuelos prescindibles que a la primera oportunidad también son echados a la calle por inútiles, incapaces de su propio sustento, por ser pedorros o un estorbo para gozar la fortuna –grande o pequeña, lo único aceptable de sus vidas–. Hombres y mujeres prescindibles, sacrificables en asuntos de poder aguascalentense, estatal o municipal; en elecciones, en la apropiación de terrenos, en movimientos y manifestaciones, en acciones judiciales como los desalojos e incautaciones promovidas por aboneros, agiotistas y tahúres que cooperan para la romería de la virgen de la Asunción. Pedigüeños prescindibles y toda la costra de miseria que se pega muerta a la piel hirviente que es el asfalto de la ciudad, nuestra belleza, nuestra reina de los condenados a la fosa común, a los asilos nazis para alcohólicos; drogadictos lanzados como carne de cañón a las jaurías policiales, con policías prescindibles en el combate al narcotráfico; con delincuentes prescindibles para que los

capos no caigan; con capos prescindibles para que los políticos no caigan; con políticos prescindibles para que otros capos no caigan... DIEZ Ahora Aguascalientes levanta cada mañana a sus habitantes con la nata de humo espeso para rellenar los pulmones de todos los niños, les guste o no ir a la escuela; ahora, donde ya casi nadie produce nada y todos prestamos algún tipo de servicio avalado con título académico de cualquier universidad que garantiza ineficiencia, oportunismo, gandallez y una exitosa corrupción; ahora, donde nos preocupa más el correcto funcionamiento del televisor, la computadora o el teléfono celular, donde nuestras casas son más cajas de zapatos o cajas fuertes –la diferencia está en el tamaño y calidad de los materiales–, con alarmas cada vez más ruidosas y menos efectivas, donde los mejores amigos y amantes son los y las guardaespaldas que cuidan que no nos abran más orificios, para lo que sea, en el auto, en las oficinas, los bancos, los moteles, en la cola de las tortillas y en la cárcel. Ahora, con la desdicha que la nostalgia aguascalentense es capaz de citar, los habitantes podemos saludar los versos de Marco Antonio Campos del poema “Antes de la guerra”: Antes de la guerra desbordábamos confianza, nos saludábamos con gusto o por buena educación. Debió ocurrir hace mucho, porque hace mucho no nos saludamos o no nos saludamos bien. (...) Ahora, ahora si salimos de la casa, si nos vemos en la calle, volvemos de inmediato el rostro, fingimos que fingimos ver hacia los árboles o a lo alto del cielo, y las palabras, si llegan a salir de nuestra boca, silban como el silbido de las balas que se incrustan en los muros de fábricas, de casas y de tiendas.

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mArc jiménez rolland Reflexiones en torno a Sobre la Tierra no hay medida, de Salvador Gallardo Cabrera Las obras que logran enlazar la creación literaria a la reflexión filosófica son escasas. La literatura a menudo se deja guiar por una ciega sensibilidad, cuyas exiguas intuiciones frecuentemente son ofuscadas por su anclaje a las imágenes y los sonidos; si busca la verdad lo hace de manera indirecta, lo cual no equivale a errar el camino, pero sí –en numerosas ocasiones– a perder de vista el objetivo. A la filosofía la más de las veces le acomoda el discurso parco, lacónico y seco, en pro de la claridad; su método –si cabe aquí hablar de un método– contrasta con la pródiga complejidad de su objeto de estudio, que se resiste a ser capturado en una red nomológica. Sobre la Tierra no hay medida no precisa marcar un hiato entre estos dos ámbitos. No está signado su compromiso con ninguno de ellos –o lo está con ambos, en todo caso–; puede, por ello, permitirse pasar del ensayo a la narrativa, y de ésta a la poesía o al lapidario estilo aforístico. El resultado es la cefalea para el amante de las taxonomías, la incertidumbre para el bibliotecario. Pero esta estrategia no carece de bondades para el lector, aunque de ellas me gustaría hablar más adelante. El libro es un dispositivo abierto a varias lecturas, pero ninguna de ellas es la lectura correcta (lo que no es igual a decir que no tiene lecturas correctas). El autor, al hacer pública su obra, suspende su derecho a reclamar la legitimidad de las interpretaciones que ésta suscita, pues no es él quien está * Gallardo Cabrera, Salvador. (2008). Sobre la Tierra no hay medida. Una morfología de los espacios. México: Libros del Umbral (Colección El Ahuejote). ISBN 968-5115-56-7

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bajo escrutinio, sino su criatura; de esta potestad dimite también quien emite un juicio sobre ella. De ahí que lo que aquí se expone no aspire más que a ofrecer al lector, al crítico, una forma de aproximarse a la obra –una de entre las muchas que aún están disponibles–. Normatividad tópica El espacio es, y ha sido siempre, cuna de cuantiosas metáforas: las que involucran al tiempo, las que describen a la mente humana como teatro de representación, las que se arraigan en el mito, entre muchas otras. De algunas de ellas se ocupa este libro, aunque la lista no se pretende –no puede serlo– exhaustiva. Al inicio, el autor sugiere una triada de espacios: las islas como representativas de la apariencia lógica; los desiertos de arena o hielo, de los modos de existencia; y el mar, de la representación rota. En cierto sentido esta triada, pese a las nomenclaturas de los apartados, recorre la obra entera. Caben aquí algunas precisiones: por lógica no ha de entenderse –al menos no únicamente– el estudio de los principios de validez en la inferencia y la demostración, sino, en un sentido más amplio, las condiciones bajo las cuales no es dado el pensar; los modos de la existencia no corresponden a las modalidades (aristotélicas, o de otra índole) del ser, sino a las maneras de darse la vida humana; la representación rota toma lugar principalmente en la politeia, el espacio privilegiado del simulacro. Por medio de estos mecanismos, Salvador Gallardo Cabrera nos ofrece una nueva toponomía, que nos permite reconsiderar los axiomas bajo los cuales concebimos el espacio. Así, por ejemplo, la isla desafía la normatividad establecida por Carroll en Alice in Wonderland, donde Alicia pregunta al gato por qué camino ha de seguir para llegar a algún lugar; éste responde: «Siempre llegarás a algún lugar, mientras camines lo suficiente». A esto Gallardo Cabrera opone la morfología insular, donde «cualquier camino, si se sigue hasta el fin, conduce exactamente a ningún lugar» (p. 17). Los desiertos, cálidos o gélidos, reconfiguran la existencia nómada, agreste, a través de los ejemplos de clima-ficción que se sugieren en la obra. El topus oceánico nos invita a reconsiderar la imagen fracturada de la democracia, bajo cuyo arquetipo, el buque ballenero Pequod, se augura un trágico sino. El espacio de la escritura y la escritura del espacio Otro momento importante en la obra se presenta cuando Gallardo Cabrera se ocupa del oficio del escritor: es la escritura que se escribe. El spatĭum 99


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es el ámbito por excelencia de la escritura; el tiempo, el del habla. Lo que permite al habla ser significativa, su sintaxis, se expresa por medio del orden temporal en el que aparecen sus signos; el correlato en la escritura, lo que conserva ese orden, esa sintaxis, es el espacio, pues «...es en el espacio donde el lenguaje se despliega...» (p. 45). Espacio y tiempo se fusionan, son uno y el mismo, en el lenguaje. Preocupado por la topología, el autor no adquiere ningún compromiso con la cronología y puede así pasar, sin reparos, a discutir oportunamente de la cartografía premagallánica a las imágenes satelitales de la esfera terráquea; de la taxonomía de Linneo al mapa genético de la flor de loto. El libro parece estar trazado sobre una geometría no-euclidiana, en la que no puede proyectarse ninguna paralela (¿o acaso un número infinito?), donde la suma de los ángulos internos de la triada es siempre distinta a dos rectos. Aclarado esto, no sorprende que la exposición de Sobre la Tierra... no sea lineal: no siempre la distancia más corta –sobre todo cuando se trata de la escritura– entre dos puntos es una recta. Sin embargo, ante el lector queda incólume la cuestión: ¿cuál de los postulados de los Elementos está en juego? Literatura, filosofía y realidad Quine había expresado, hacia 1948, su desprecio por los universos exuberantes, comparando la ontología idónea a un paisaje desértico. El medio expresivo precisado para dicha metafísica sería uno que no supusiera más entidades de las requeridas para una descripción exhaustiva de la realidad: un lenguaje canónico. ¿Cuál sería el lugar de la literatura, poblada de miríadas de entidades ambiguas, en este panorama? Uno de los partidarios de Quine a este respecto, dos décadas más tarde, presentaría una alternativa iluminadora: aunque ambos lenguajes tengan por objeto la realidad, se rigen por normas distintas y no pueden, por ello, ser traducidos (aun cuando refieran a las mismas entidades) sin pérdida explicativa. Lo que puede determinarse en uno, puede resultar inconmensurable para el otro. Una de las bondades de Sobre la Tierra no hay medida –la más generosa, a juicio de quien esto escribe– es que no renuncia a plasmar la realidad valiéndose de recursos literarios, sin renunciar por ello a sus pretensiones filosóficas. Queda en manos del lector optar por la elaboración de un manual de traducción para este libro, si así lo decide; pero una lectura de esa índole no puede –ni mucho menos– aspirar al epíteto de «definitiva». 100


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fErnando reyes 50 años de El libro vacío de Josefina Vicens

“El olvido del ser”, rimbombante frase de Heidegger está pasada de moda. La pregunta por el ser, la angustia, la nada o el estado de caído ya no son conceptos redituables. Quizá por tal razón, un texto que aborda esta temática es uno más de los libros olvidados de la literatura mexicana: El libro vacío de Josefina Vicens. Aquí me toca recordarlo. Además de la tan traída y llevada novela urbana La región más transparente de Carlos Fuentes, en 1958 se publicaron Muertes históricas de Martín Luis Guzmán, El solitario atlántico de Jorge López Paez, El norte de Emilio Carballido, Polvos de arroz de Sergio Galindo, Los signos perdidos de Sergio Fernández y, entre otras novelas, El libro vacío. Interesantes apuestas en aquel entonces, autores y textos que hicieron huella en nuestra historia narrativa. Sin embargo, el libro de la Vicens tiene características únicas que, aunque han hecho de esta novela un hito literario, no trascendieron como influencia evidente en autores futuros, y mucho menos en

escritoras que publicaran en la década de los sesenta, setenta y hasta la fecha. Éste, por cierto, es uno de los primeros méritos del libro en cuestión: aunque fue escrito por una mujer, no abordó los tópicos tan recurrentes en el género femenino, hasta entonces. Incluso en la obra de Elena

Garro y Rosario Castellanos, la condición marginada de la mujer es, de una u otra manera, tratada. En el caso de las dos novelas

cortas de Vicens –el libro en cuestión y, 24 años después, Los años falsos (1982)– los protagonistas son hombres y jamás se meten en cuestiones de género, más bien exploran los meandros de la identidad, ya como entes individuales, ya como seres colectivos. En aquel año, El libro vacío tuvo buena acogida por parte de la crítica literaria que se cultivaba en suplementos culturales. Usigli, Pellicer, Carballo, Nandino y el mismo Paz, entre muchos otros críticos y académicos, hablaron favorablemente sobre este “insólito” texto de “dificilísima

*Fernando Reyes. Editor, antologista y narrador. Estudió la Maestría en Literatura Mexicana en la UNAM. Fue columnista del suplemento “Arena”, del periódico Excélsior. Ha escrito ¿Quién mató a la maestra Rosita? (unam, cch-Vallejo, 2006), El pez goloso de tu lengua (Secretaría de Cultura del gdf, 2006), No somos tiernas las suripantas (Instituto Mexiquense de Cultura, 2007). Actualmente es profesor en la uam-a y cch-v.

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sencillez”. Incluso ocupó el primer lugar de los libros de mayor edición en México, compitiendo con la novela de Muertes históricas, Platero y yo y Casi el paraíso. En Francia tuvo buena crítica como sólo la habían tenido Balum Canan y Al filo del agua. La temática existencialista que aborda la Peque tiene que ver, además de sus lecturas de los Contemporáneos y de Paz, con el contacto que tuvo con el grupo llamado “Hiperión”, encabezado por José Gaos y otros filósofos, quienes dieron a conocer en México y tradujeron a Jaspers, Merleau-Ponty, Camus, Sartre y Heidegger, entre otros pensadores europeos. Aspectos como la nada

identitaria, meandro típico del espíritu escindido del hombre contemporáneo, caracteriza las dos novelas de la tabasqueña, quien fuera además cronista taurina y guionista de cine. Las Señoritas Vivanco fue uno de sus guiones filmados en el mismo año de El libro vacío, novela que ganó el Premio Xavier Villaurrutia. Lo que la crítica rescató en aquellos días fue el tino de desviar a la narrativa mexicana de su caudal localista, indigenista, costumbrista e histórico, y le diera un giro que rebasara fronteras y modelos tradicionales. Esto lo logra Vicens a partir de la conciencia de su circunferencia –otredad– y sobre todo de su interior propio. Indagar en el individuo, o la apariencia sartreanas, el en las más intricadas pasiones, hacen de ser y el tiempo heideggerianos un texto literario una obra de dimensiones o las contradicciones y luchas universales. internas a las que se refiere En la novela predomina la voz magister Kierkegaard, podrían bien para hacer constantes alusiones de carácter leerse entre líneas en la novela filosófico, no sin recurrir a atinadas de José García, un burócrata, como metáforas como cuando se refiere a su hay millones, quien se distingue por cuaderno, “una especie de pozo tolerante, hacerse varias preguntas en torno a su ser bondadoso, en que voy dejando caer todo y para ello decide escribir en un cuaderno lo que pienso”; “…cada noche lo cerraré el boceto de una novela, que en realidad con la sensación no de que he escrito, sino se convierte en el boceto de su vida. Este de que he enterrado en él mis palabras”. cuaderno es el que se va constituyendo Otro elemento que destaca en la novela como la novela en sí misma, puesto que es el metaliterario, el cual, en 1958 no el otro, el libro vacío, es el que espera ser era –como apunta Juan Coronado– escrito, espera ser la gran novela llena de “preocupación de los escritores aventuras y de experiencias de un hombre mexicanos; ese fenómeno se que, irónicamente, no las ha tenido. Éste viene a dar después del 68”. es el dilema fundamental del personaje Al respecto de este recurso literario principal, quien se debate entre escribir tratado desde El Quijote a Tristam Shandy, y no escribir, lo que lo orilla a concebirse de Las mil y una noches a Continuidad en los como dos personas, dos voluntades, dos parques, cabe citar con unas cuantas líneas vidas. Esta dicotomía ontológica, dualidad dos casos aislados y que muy probablemente 102


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fueron influencia para Vicens: Novela como nube, de Gilberto Owen (1928) “Ya he notado, caballeros, que mi personaje sólo tiene ojos y memoria. Comprendo que debiera inventarle una psicología y prestarle mi voz”. Y Cuaderno (1929) de Xavier Villaurrutia: “Tengo el proyecto de escribir una novela… y sería el análisis no tanto del personaje que da nombre a la novela cuanto del que cuenta la historia”. Este recurso

carácter sociológico: “Las esposas de los hombres pobres son un poco mágicas”. “Sufro por el que vende y el que compra”. De índole psicológica: “...para mí constituye un terrible esfuerzo tomar cualquier decisión. Me falta carácter, valor. Soy así desde muy niño”. Incluso aspectos elementales de teoría literaria: “Mi propósito, al principio, era escribir una novela. Crear personajes, ponerles en Vicens era imprescindible, nombre y edad, antepasados, profesión, de esta manera pudo referirse aficiones, conectarlos, trenzarlos, hacer a sus dos cuadernos, a sus dos depender a unos de otros y lograr yo en pugna, su yo exterior (el de cada uno un ejemplar vigoroso y mundillo de apariencias de un atractivo o repugnante o temible”. Sin burócrata) y a su yo interior embargo, toda la novela gira en torno a (el hombre que se desvela por aspectos meramente filosóficos, mejor saber quién es en realidad). dicho, existencialistas, pues recuérdese Es cierto que los temas de la angustia, que el existencialismo se contrapuso al la desesperanza, el vacío, la búsqueda racionalismo, al positivismo, al idealismo del ser, todos productos de la conciencia y al marxismo, y surgió no tanto como interior, se han tratado en la literatura respuesta social y moral a las demandas desde siempre, pero no con tanto énfasis del hombre contemporáneo sino como e importancia como lo hicieron los autores una forma vital del “decadentismo”. del siglo veinte que han sido testigos y Sartre, en una primera etapa de su víctimas del desgaste espiritual vigesémico pensamiento, partiendo del análisis y la incertidumbre axiológica finisecular, fenomenológico, nos dice que la de Joyce a Kafka, de Sartre a Musil, de “apariencia” nos revela la esencia o el ser de Unamuno a Cortázar. las cosas, su “ser en sí” inmutable. Pero al El desvelo mayor del escritor, artista, mismo tiempo nos revela una “conciencia” filósofo y humanista del siglo pasado fue que describe y sabe esas cosas pero sin ser la reivindicación y el rescate del hombre ella misma un “en-sí” –como las cosas– mismo. Éste fue el precepto fundamental sino lo contrario: un “para–sí” (la nada). de la corriente llamada existencialista; la El “para–sí”, o “existencia humana”, que existencia del hombre es lo que importa, es la nada, está condenada a ser libre, más ya no tanto su historia, ni las ideas, ni nunca a ser definitivamente, y ahí que su la praxis, ni la metafísica, que aunque lo existencia siempre proceda a la esencia. ayudan a explicar, no lo determinan ni A partir del término “apariencia”, conforman. relaciono la obra misma de Vicens con este El libro vacío contiene referencias de concepto que implica un tiempo y espacio 103


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donde no pasa nada: “¿Qué puede contar de su vida un hombre como yo? Si nunca, antes de ahora le ha ocurrido nada...” Una vida aparente en la que le ahoga el “hecho de saber de memoria el número de peldaños que tienen las escaleras de mi casa y las de la oficina...”. La “conciencia” es por otra parte una desesperante espera; así como en la obra de Beckett es la angustiante espera de Godot, aquí, en cambio, es “la espera más dolorosa, la más difícil”, la espera de uno mismo. José García es consciente de las meras apariencias, tanto así que necesita tocar su propio cuerpo, como para realizar una “rápida comprobación de verdadera existencia física. Como si hubiera un grave desajuste entre lo que soy y lo que me representa...” Poseedor de la conciencia, nuestro protagonista pasa del “en–sí” al “para–sí” a través del nombramiento, del desenmascaramiento de las cosas, un hecho que lo atormenta y lo deja de nuevo en la nada. “¡Otra vez las palabras! ¡Cómo atormentan!” Existe una distinción entre existencia óptica y ontológica –según la obra de Heidegger–; la primera la posee todo ente, la segunda es inmanente en el 104

hombre mismo. De ahí su famoso Dasein, que significa el “ser–ahí”; este existente humano que al mismo tiempo está en el mundo y el cual debe irse construyendo a sí mismo, tiene otros existenciales; la angustia, la muerte, la temporalidad y la historicidad. Hay en nuestro libro unas líneas que ilustran perfectamente esta referencia del “ser–ahí”, el que enfatiza la existencia ontológica: “Acá, no he podido acostumbrarme nunca a la idea de existir. Siempre estoy preguntando, siempre inquieto, sorprendido de mi existencia de interrogaciones”. “Allá” y “Acá” se refiere a un desdoblamiento del yo que se encuentra a lo largo de la novela de Vicens, simbolizado en los dos libros: El yo ávido de escribir, que pugna y está hambriento, y el yo conciencia, lucidez, autocrítica, como señala Fabienne Bradu. La angustia, imprescindible para llegar a una existencia auténtica, no es el temor a un algo sino es el estado absoluto de desamparo ante el vacío total. Tales conceptos se reflejan en esta dura pregunta que nuestro burócrata se hace: “¿De este hombre oscuro, liso, hundido en una angustia que no puedo aclarar ni justificar,


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porque los motivos que la provocan son inexplicables?”. La muerte no es, existencialmente, el fin de la vida sino algo inmanente a ella. Este perfil trágico de la vida lo notamos con la siguiente cita: “Digo con aparente modestia: ‘Murió José García’... unos cuantos días después, estoy sintiendo la trascendencia de mi muerte...” La temporalidad y la historicidad se basan en un concepto ni lineal ni cíclico, sino en un presente tejido en el pasado y en el cual el hombre sabedor de su finitud, se compromete a hacer surgir su existencia a pesar de todo. Desde el inicio de nuestro libro se vislumbran los existenciales del filósofo alemán: “No he querido hacerlo. Me he resistido durante veinte años. Veinte años de oír: ‘Tienes que hacerlo..., tienes que hacerlo’. De oírlo de mí mismo. Pero no de ese yo que lo entiende y lo padece y lo rechaza”. La temporalidad es el presente de lo pasado, por eso es que José confiesa que: “Con esos recuerdos ardientes he poblado mi vida, mi tenue vida sin fulgores.” Sören Kierkegaard expresa en su filosofía los meandros de la vida, que por ser vida, está hecha de contradicciones y de luchas internas. Ejemplificaremos estas antilogías existenciales con los planteamientos del señor García: “¿Para qué voy a emprender una batalla que quiero ganar, si de antemano sé que no emprendiéndola es como gano?” O más adelante: “Todo esto y todo lo que iré escribiendo es sólo para decir nada y el resultado será, en último caso, muchas páginas llenas y un libro vacío”. El pensador danés describe en La repetición

a un tipo de hombre que recurre con frecuencia al placer con el ávido objetivo de darle un sentido a su vida. José García ha aceptado que este querer y no poder escribir, a pesar de todo, le produce placer; “Desde que me preparo a escribir, se me esparce una alegría urgente”. Por otra parte, existe en el personaje un sentido teleológico que lo hace sentirse vigilado por un “Dios azaroso”, que lo lleva a cuestionar no con poca angustia: “¿Por qué me empeño en mantener vivo, abierto y ávido, ese cuaderno en el que todavía no he podido escribir una sola línea? Sé que me está esperando: su vacío me obsesiona y me tortura...”. La “derrota” de José García es, al mismo tiempo, su logro. Al no escribir ese otro libro, escribe éste, donde se desborda la existencia total de un hombre “común y corriente”, tan parecido a tantos, pero único y “auténtico” en tanto que se cuestiona por sí y por los otros que le dan plena existencia, parafraseando a Paz, quien en el prólogo agradece a la Peque y a su vez le confiesa: “La imposibilidad de escribir y la necesidad de escribir, el saber que nada se dice aunque se diga todo y la conciencia de que sólo diciendo nada podemos vencer a la nada y afirmar el sentido de la vida, yo también, a mi manera, la he sentido...”. Rescatemos del olvido esta “verdadera novela” de alguien quien –como Rulfoeligió el silencio, rescatémosla si no como un libro del canon, si no con un homenaje, sí por lo menos con una relectura de dos horas. Esta súbita vuelta a un existencialismo literario nos brindará un grato sabor de boca, gnosis y reminiscencia. 105


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aUrora lópez flores

No degollé a esos perros que masacraron un gatito que yo ni conocía... sí, estoy impregnada de esta sangre

fría porque me asomé dentro de sus cuellos desnudos, cercenados, para ver el retrato de cuando la fatalidad nos alcanza: corazones coagulando su secreto hasta perderse en lo negro de la nada... y sí, ahí estaba el gato con sus ojos desorbitados que no son miedo sino más allá del óseo encierro, el reflejo de lo que sueñan los muertos... pero no los maté... ni supe acerca del llanto de uno de los tres fantasmas nocturnos del eco urbano cuando las sombras lo arañaban... ignoro si después de un deambular ocioso que acabó en un muy desafortunado encuentro entre ellos, se desterraron alrededor de mi casa, en la azotea, en la ventana, y sobre todo que la vida de ese gatito acabara en mi cama con sus ojos de un puro derramar sangre en mi almohada y un lamer mis oídos con sus resuellos nublando el gruñir que venía de no sé dónde cada vez más cerca, así como el casi ausente chirriar del grillo que habita en mis sueños... Inútil querer acordarme de algo... del temblar de mis ojos dentro de un par de perras intenciones y del fingir que yo no sabía que el felino les interesaba, de que me volteé en la cama... no ver... no mirar que el reloj enfriaba con algo de prudencia la noche que se dormía en aquel pelaje gatuno, que el colchón de la calma externa era destrozado por un puro acosar de uñas enterradas en el coraje a las que mis manos de acero les ataba los párpados a un dormir acariciando sus rojos cuellos.

CAPÍTULO PERPETUO De porqué la fatalidad nos condena a un encierro en el que los dos estamos cumpliendo la pena de los ojos abiertos. Con la navaja de mi ira miro dentro de tus ojos que miras dentro de los míos, qué tanto hemos muerto. 106


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lÊdo ivo Entrevista al poeta, por Óscar Santos “La poesía debe estar al servicio de la realidad, de la condición humana” Tal afirmación, hecha por Lêdo Ivo en esta conversación, arroja luz sobre una de las poéticas más contundentes escuchadas durante el Encuentro de Poetas del Mundo Latino en Aguascalientes y en el que el poeta recibió, junto con Alí Chumacero, el Premio de Poesía Víctor Sandoval. Nacido en 1924 en Maceió, Brasil, y con una obra extensa y llena de referencias geográficas y sociales, Lêdo Ivo destaca, con una vitalidad sorprendente, como la que quizá sea la voz lírica viva más poderosa en lengua portuguesa en la actualidad. Óscar Santos ¿En dónde está la patria poética de Lêdo Ivo? Lêdo Ivo Esa es una pregunta muy curiosa, ¿dónde está la patria poética de los poetas? Dicen siempre que la patria de los poetas está en la lengua. Pessoa ha dicho que su patria es la lengua portuguesa, yo tengo un poema que dice que mi patria no es la lengua portuguesa; para mí, mi patria es toda la experiencia que yo he acumulado como poeta, experiencia que se ha

trocado en lenguaje; mas cada poeta tiene una visión específica de la poesía y también una visión específica de su propia experiencia, de modo que si me pregunta dónde está mi patria, me veo obligado a decir que mi patria soy yo mismo, con mi experiencia personal, porque cada poeta tiene una experiencia inconfundible; poesía no es un camino único, no es una vía única, es la multiplicidad de caminos y una literatura será mucho más rica por su capacidad de acoger, abrigar un número muy extenso de poetas diferentes, incluso aquellos que chocan entre sí: la poesía es colisión. OS: A veces, parece que en sus poemas existiera la vocación, el anhelo del demiurgo, y yo confieso que he sido deslumbrado por tales revelaciones. ¿Es el poeta un dios para crear en cada poema un universo o es un instrumento de la totalidad para iluminarnos un pedazo de realidad y reconciliarnos con ella? LI: La cosa más importante es que la experiencia personal de un poema se convierta a través del lenguaje en una experiencia colectiva. El poema sólo existe cuando tiene un lector, si

Entrevista efectuada en Aguascalientes grabada en el Archivo de la Palabra del CIELA Fraguas.

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el lector encuentra el poema, si ve el poema como un espejo de sí mismo, como su voz escondida, si un poema tiene la capacidad de expresar lo que el lector no tiene capacidad, porque le falta el lenguaje específico, tanto mejor. Cuando yo era un poeta joven tenía una visión fatal de la poesía, como si la poesía fuese un rito, casi una religión, pero a lo largo de mi vida fui aprendiendo que no se escribe para los dioses, se escribe para los hombres, de tal modo que la poesía es al mismo tiempo un arte, el arte de hacer poemas, y es una visión del mundo, es una forma de conocimiento, es una memoria del mundo, de la época, del movimiento estético, histórico; esta es mi visión personal de la poesía, la poesía al servicio de los hombres. En cuanto al asunto de lo demiúrgico, tal vez sea un problema de uso supremo del lenguaje, porque el lenguaje poético es un lenguaje demiúrgico, es un encantamiento, un sortilegio, es una magia. En mis primeros versos que reconozco ya hay una especie de vocación para una poesía “encantatoria”… Otra cosa que la vida me ha enseñado es que los poetas dicen siempre la misma cosa y cada generación de poetas tiene que decirlas con un lenguaje diferente, de modo que un poeta persigue la vida entera temas que lo obsesionan, la infancia, pequeños episodios que después ilumina a través del lenguaje; también palabras obsesivas, cada poeta tiene un glosario y a través de ese glosario excesivo y de esas imágenes que se encuentran a lo largo de su obra es que el poema va buscando, va encontrando OS: Una de esas recurrencias es el sueño, ¿es el sueño el lugar de la poesía?

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LI: La poesía es el lugar del sueño y también es el lugar del no sueño, es un lugar al mismo tiempo ideal y enigmático, la poesía es al mismo tiempo el lugar del poeta y el del lector, dos lugares unidos por un mismo lenguaje. OS: Por otra parte, hay poemas en su obra en que lúcidamente coloca a los lectores en medio de un paisaje cuyas figuras centrales son los desposeídos, los menos afortunados, ¿cuál es el compromiso, si es que existe, del poeta ante los sucesos que atestigua? LI: Yo he nacido en una de las regiones más pobres, más miserables de Brasil y tal vez del mundo. Brasil es un país dividido entre la riqueza y la miseria, entre la carencia y el exceso, yo he nacido en una parte de Brasil que es como Chiapas de México: un lugar de pantanos, de lagunas, de mar, de personas que viven en regiones palúdicas, de modo que desde mi infancia me impresionó ese desnivel entre los hombres, esa mala distribución de la riqueza y eso me ha perseguido durante toda la vida, el problema de la sociedad injusta. Siempre me ha preocupado la sociedad dividida, es una cosa que está intrínseca en mi poesía. OS: El mundo ahora se ha llenado de esas cosas terribles. ¿Existe en la poesía un lugar para esa otra estética? ¿Es necesaria esa otra estética de las cosas terribles? LI: La poesía es la voz personal y una voz colectiva y la poesía debe esta al servicio de la realidad,


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de la condición humana, las condiciones de los hombres, las luchas de clase, pero no a la expresión política del poeta. Estamos hablando de una expresión ética, moral, porque la poesía es al mismo tiempo un documento, pero jamás un panfleto político; hay poetas más sensibles ante los problemas de la injusticia, de la miseria y hay otros que tienen una visión más esteticista del mundo. Yo presumo que pertenezco al primer linaje, al linaje de poetas que se preocupan con la manera en que vive y respira el universo, en mi poesía el destino humano me ha preocupado mucho. OS: ¿Qué poetas han deslumbrado a Lêdo Ivo? LI: Cuando se escriben poemas durante 60 años, como es mi caso, ya he leído a millares de poetas, los clásicos, los grandes clásicos, los poetas contemporáneos, los poetas donde he estado, donde he vivido… En mi primer juventud, cuando viví en París durante dos años, los poetas franceses me marcaron, de modo que poetas como Baudelaire, Rimbaud, Verlaine, Mallarmé y Valéry me han marcado mucho; después hubo unas fases en que la poesía americana también me ha marcado: Walt Whitman, William Carlos Williams, Wallace Stevens, Robert Frost… los poetas ingleses, también los italianos, los españoles, hay poetas

que frecuento más, por ejemplo Rubén Darío, Quevedo, Lope de Vega. Me interesa ahora el pasado, no sólo el de la poesía portuguesa sino el pasado ibérico, yo me considero tal vez más como un poeta ibérico, dada mi condición de brasileño, y de ahí me interesan los poetas como Quevedo, Góngora… Pero es difícil decir; la poesía se nutre de las aguas más diferentes y es importante que un poeta siempre esté informado sobre la poesía. Por ejemplo, yo he estado en México tres veces, en los años 70 cuando fue publicada una antología por Premia, traducida por Carlos Montemayor que hoy es una figura eminente de la literatura, de la poesía mexicana. Carlos Montemayor me abrió una larga avenida a México, para ser invitado a festivales, nueve libros míos circulan en México… la poesía mexicana me interesa, particularmente la poesía de Sor Juana, Villaurrutia, López Velarde, Aridjis, Marco Antonio Campos, de los poetas que son mis contemporáneos, de modo que es una poesía vigorosa y a mi ver, la literatura mexicana desde la segunda guerra es la literatura más importante en lengua española. Tal vez los mexicanos no lo perciban, pero para los brasileños es impresionante el vigor, la variedad, la riqueza de la literatura, los novelistas, los novelistas de la revolución, los poetas como José Emilio Pacheco. En mi condición de poeta, de amigo de poetas, valoro y me interesa mucho la literatura mexicana.

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sAlvador gallardo (el hijo) La olla del cuento

El cuento es una olla podrida donde caben todas las carnes, diversidad de frutos, de verduras y especias. A las mil y una definiciones que los preceptistas han acuñado a lo largo del tiempo, prefiero ésta que propongo, globalizadora, a la de los petulantes que pretenden, en pos de una pureza de géneros inexistente, otras estrechas como cárceles.

El arte nació sin fronteras, en incestuosa conjunción de todas las ramas del frondoso árbol.

Las supuestas familias, subfamilias, géneros, subgéneros, especies, y subespecies, son inventos parcelarios de entomólogos miopes que, en el cuadriculado de sus estanterías, quieren aprisionar especímenes debidamente etiquetados y sujetos con alfileres para justificar sus doctas disquisiciones. El puchero, en cambio es generoso y duradero, tiene siglos en el rescoldo de hogares conteniendo en esencia el caldo primigenio, tal vez del Egipto faraónico, que en los cuentos del Papiro Westcar muestra la primera colección de cuentos encadenados, por la obligación que el faraón Keops impone a sus nueve hijos a contarle una historia de contenido mágico o maravilloso, para discurrir posteriormente por la India, con un golpe de Curry en el “Pachatrantra”, y desembocar en el “Océano a donde fluyen los ríos de los cuentos” o en “Las sesenta narraciones de un papagayo” donde un pájaro parlante entretiene a una mujer, cuyo marido se encuentra ausente. De ahí, a los calderos hebreos, griegos y árabes, en estos últimos fue donde se sancocharon las “Mil noches y una noche” que, en el Medioevo y Renacimiento, nutrieron las marmitas de toda Europa, donde es posible que más de una marmota soñolienta pasó a mejor vida, como pieza de caza, entre aromáticos hervores. De los pucheros españoles brotó: “El libro de Patronio o el Conde Lucanor” del Infante 110


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don Juan Manuel y de Juan Ruiz, Arcipestre de Hita, “El libro del buen amor”, donde la lírica y la narrativa forman un todo armónico e indisoluble. En Italia, cuna del Renacimiento, “El decamerón” de Bocaccio, y por su influencia: “Los cuentos de Canterburi” de Chaucer, escritos también en verso y en la naciente lengua inglesa a la que ayudó en su consolidación. No es mi intención dilucidar el origen y desarrollo del cuento hasta nuestros días. Baste decir que nació con el hombre, y como los últimos avancen de la antropología fijan el origen de éste en el continente africano, acepto la negritud de su nacimiento en su fase oral, y la dispersión de ambos (hombre y cuento), por todos los confines de la Tierra. Por lo que no es de extrañar la gran profusión narrativa entre los mayas, como de los chinos o esquimales, para no citar sino unos cuantos ejemplos. Lo que me interesa es insistir en la capacidad del cuento-puchero de aceptar en su seno todo lo que se mueve y todo lo que echa raíces, salvo aquello que por instinto se detecte como altamente nocivo (claro que

hasta al mejor cocinero se le quema al atole, y el puchero puede convertirse en última cena, por imprudencia o por deliberada acción).

El ingrediente esencial es el agua, que todo lo disuelve o emulsiona, liga sabores, ablanda la dureza y endurece lo blando, transforma texturas, atempera lo agraz, el empalago y el picor y vuelve potable el vino, compañero fiel de la olla. Únicamente el agua destilada sabe a nada; las otras se gustan distintas en cada manantial, las sales minerales que le acompañan le dan una sapidez propia. “La hermana agua” (cantada por Amado Nervo para solicitar el aborregamiento humano), es pues uno de los ingredientes primordiales de la narrativa, que a la par de ser el núcleo aglutinador, marca una de las peculiaridades que le dan identidad propia a la obra y al autor. Otro elemento necesario en toda olla que se respete es la carne, de carnero preferentemente, atentos al refrán que pontifica: “De las carnes: el carnero, de los pescados: el mero”; pero sin despreciar la de vaca, chivo o cerdo, ni ninguna otra de animal que corra, vuele, nade o se arrastre. “La carne es la prima sustancia”, afirmaban los doctos médicos de antaño y la segunda: los vegetales harinosos. Esta masa nutricia formada por la amalgama de las mencionadas, es la historia que cuenta el cuento, y que requiere en cada caso en lo particular, de otra serie de elementos, tales como el recado o recaudo, y el golpe de especias determinadas por el cocinero, mayora o pinche adelantado, para lograr la sazón final. 111


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eManuel durán Ascenso

– ¿Cuánto vale para usted una vida? Carlos meditó la pregunta durante un par de minutos antes de contestar. ¿Cuánto valía para él una vida?, una pregunta bastante graciosa, tomando en cuenta que el hombre con el que estaba hablando se trataba del mejor asesino a sueldo de todo el país y no una hermana de la caridad. Y aquel lugar no era, por mucho, una iglesia. El bar en donde estaban se encontraba en una de las peores colonias de la ciudad. En contraste con la luz y el calor de la calle el interior del bar parecía una cueva oscura. Detrás de la barra había un espejo que recogía el resplandor de la calle y brillaba en la penumbra como un espejismo. En la barra había sólo dos hombres bebiendo a solas. El barman estaba detrás, tenía la corbata desanudada y la camisa arremangada, dejando ver una par de muñecas peludas y enormes. Más que bar parecía un lugar clandestino de los años veinte americanos, con

todo y caricaturas de famosos, muertos decenas de años atrás, en la pared. Nunca estaba demasiado concurrido, ni siquiera a las siete de la tarde, cuando la mayoría de los bares estaban atestados de borrachos, lo cual lo convertía en el lugar perfecto para encontrarse con un traficante de drogas, un tratante de blancas, o un asesino a sueldo. Carlos y el asesino se encontraban en uno de los reservados, apenas iluminados, del fondo del bar. Quién lo diría, un asesino decente, pensó Carlos y no pudo evitar que una sonrisa se dibujara en su rostro. – ¿Acaso es graciosa mi pregunta? – Graciosa, no. Es sólo que no la esperaba. – Lo imagino– le dijo el asesino y repitió su cuestionamiento–. ¿Cuánto vale para usted una vida? – No lo sé. Depende de cuánto cobre usted por el trabajo. El asesino tomó un sorbo de su bebida y se acomodó en su asiento.

Emanuel Durán. Aguascalientes, Ags. (1981). Novelista de terror contemporáneo. Ha publicado las novelas Jardín de niños (Amarillo editores, 2006), La raíz del mal (Ediciones Endora, 2008), y colaborado con la revista Tierra Baldía, así como con los semanarios Qué! y Picacho de la ciudad de Aguascalientes. Es editor de la revista de horror y misterio Torre Oscura.

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– No funciona de esa manera, al menos no conmigo. – ¿Entonces? – Supongamos –dijo inclinándose sobre la mesa y murmurando apenas–, usted es un hombre que quiere deshacerse de su esposa. Está lleno de deudas, no tiene para pagarlas y ella tiene una póliza de vida a su nombre que vale cinco millones de pesos, ¿estamos? Carlos asintió en silencio y bajó las manos de la mesa, no quería tenerlas al alcance de aquel hombre por si algo llegaba a ocurrir. – Bien, en ese caso, que usted gane cinco millones de pesos, yo le diría cuánto de ese dinero sería para mí. Era el mejor asesino y se notaba. Hablaba de matar y de cobrar como si estuviera hablando del clima, y sólo por eso Carlos estaba con él en ese momento. – Ése no es mi caso –dijo por fin– amo a mi esposa, y dudo que tenga una póliza de cinco millones con mi nombre en los beneficiarios. Y lo que necesito de usted no puede cuantificarse en dinero, a decir verdad, el hombre

al que necesito muerto no vale nada para mí, y no sé qué decirle, o si debería pagarle en ese caso. ¿Cuánto vale su vida, por ejemplo? El asesino negó despacio –Nada –dijo–, sólo soy un asesino. – Lo ve. Y antes de que el asesino pudiera reaccionar, Carlos sacó su pistola, con un silencia-

dor, y le disparó en un par de ocasiones en la frente. El asesino salió disparado hacia atrás y golpeó contra la pared del fondo lo que lo hizo rebotar de nuevo hacia la mesa.

Antes de que su cabeza llegara a tocarla, Carlos la sostuvo en su mano y la acomodó de manera que pareciera un borracho cualquiera, dormido en la mesa de un reservado del bar.

Nada, pensó Carlos, eso es lo que vale para mí tu vida. Aunque aquello no era verdad. Al matarlo, había conseguido pasar de ser el segundo mejor asesino a sueldo del país a ser el mejor. Y eso era algo de valor, aunque aquel fuera al primer hombre que mataba gratis en su vida. – Y todo por tu pinche contabilidad pendeja, hubieras cobrado parejo– dijo como si el otro aún le pudiera escuchar. Terminó su bebida de un solo trago y pagó la cuenta sin dejar propina. El barman refunfuñó enfadado mientras Carlos salía del bar y tardó cerca de dos horas para descubrir el cadáver sentado en la mesa del reservado. Ya para cuando llegó la policía al local había olvidado por completo las facciones de Carlos porque, como éste lo sabía bien, los meseros nunca se fijan demasiado en los cabrones que no dejan buena propina. Mucho menos en los que no la dejan.

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mA. de Lourdes herrasti maciá

Isabela Isabela es torpe y feliz, tiene el alma ligera y el cuerpo pesado. Con la sensación de ligereza que siempre lleva consigo, salta ilusionada buscando ser abrazada por su pelota, pero siempre cae al suelo con la respiración entrecortada. Lo intenta una y otra vez, quiere sentir lo mismo que cuando, durante la noche, sueña que corre veloz y salta entre los setos, cuando siente que vive en el aire envuelta en una burbuja. Los intentos se repiten y sólo su pelo negro parece tener las alas que ella no tiene. Isabela pone la mirada en su inmensa pelota que se levanta al cielo cada vez que ella lo desea. De pronto, una mosca aparece. La niña la sigue con la vista y observa cómo se para en su rodilla. La mosca se ha convertido en una mancha de lodo, en un pedazo de chocolate, en una costra con forma de pasa como las que hay en los panquecitos que compra en la tienda de la esquina; las orillas han comenzado a desprenderse, siempre pasa lo mismo... y siente la necesidad de arrancarla, la levanta primero muy poco a poco; finalmente la quita por completo y se

Ma. de Lourdes Herrasti. Mexicana. Estudió Antropología Social en la Universidad Iberoamericana y posteriormente la Maestría en Ciencias Sociales en la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas donde se graduó con mención honorífica. Vinculada durante toda su vida profesional a las actividades culturales, destaca su trabajo como directora de la Revista México Indígena (1986-1989), y su participación como agregada cultural y de cooperación técnica en las Embajadas de México en Honduras y en Perú (1989-1995). Tiene una larga experiencia en la elaboración de proyectos y redacción de documentos. Asimismo, su trabajo con los museos inició en la dirección del Museo Nacional de Historia, ubicado en el Castillo de Chapultepec (1995-1998). Posteriormente, fue directora del Centro Cultural de los Altos de Chiapas (2004-2007), y actualmente es directora del Museo Regional de Historia de Aguascalientes.

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la mete a la boca. Es difícil masticarla, usa los dientes de enfrente mientras el sabor dulzón de la costra se mezcla con su saliva y cae en su ropa sobre los restos de caramelo. En su rodilla aparece un punto rojo, sangre nueva que ella seca con la punta de su delantal. La pequeña mancha le recuerda la camisa de su padre cuando destazaba los peces en la playa. Pero esta sangre es diferente pues trae consigo la promesa de una nueva costra que se sumará a las muchas que tiene en sus piernas. La mosca se ha ido. Isabela se acerca a otros niños para jugar a la reata. Lo intenta, tropieza y cae. Sus pies nunca han querido ver totalmente al frente, pareciera que quieren mirarse, como si temieran ese avanzar independiente que los obliga a ir primero uno, después el otro. Las otras niñas brincan y saltan como si sus espaldas estuvieran hechas con el mismo bambú que su abuelo utiliza para la caña de pescar. De pronto, una esfera pequeña y cristalina rueda sigilosa para quedar atrapada en una de las grietas del terreno, es azul y tiene un pedazo de mar dentro de ella. Nadie parece notar su presencia y el resto de los niños han regresado a sus casas para dormir, Isabela la recoge y la mete en la bolsa de su delantal. En su casa no hay nadie. Como de costumbre su madre ha salido a trabajar y no regresará sino hasta el día siguiente. Isabela se acerca a la estufa donde un sartén y una olla guardan los restos de la comida del medio día. Los frijoles se han secado y ella toma uno con la mano, sigue y sigue, uno tras otro, hasta acabarlos todos. Luego, tomando la cazuela, da un trago al caldo de pescado que ahí se encuentra, está frío y ella abre la perilla de la estufa para calentarlo, pero no prende. Con la blusa chorreada de miel y caldo, y el pelo chorreando sobre sus hombros, Isabela se tira sobre el catre con la canica en su mano; su respiración se ha regularizado. Rato después, su cuerpo se vuelve tan ligero como nunca, tan ligero como su alma y ella siente cómo sube al cielo envuelta en su burbuja.

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óScar fránquez En la hojarasca Pudo dejar que el paso del tiempo borrara esa imagen tan tenaz en su memoria y que las circunstancias cambiaran, pero prefirió darle rienda suelta a esa obsesión y, para darle incluso un paso más de realidad, tomó uno de aquellos papeles oficiales y en su parte posterior fue trazando, con el pulso nervioso y aún adormilado, cada rasgo de aquella mujer con la que había estado soñando. –Sí, así es... es... inmensamente bella –se dijo a sí mismo con un tono ensimismado–, y se quedó con la mirada largamente aferrada al dibujo, inclinado al borde de la cama, sin prestar atención al frío que a esas horas le cristalizaba rodillas y pies, sólo acompañado del vacío silencio de la madrugada. Así, se quedó dormido. Cuando la luz del sol pasó a través de los empolvados vidrios de aquel departamento lo encontró recostado y con el cuerpo apuñado, sujetando sobre su pecho el dibujo. A media mañana fue despertado por unos toques insistentes en la puerta. Se levantó y miró a través de la mirilla. Era la misma mujer con la que había pasado la noche dos días atrás, tal vez que-

ría más dinero, pero no le abrió, la sintió fuera de lugar y se quedó callado y quieto tras de la puerta hasta que se marchó. Más tarde, lo buscaron también un par de policías en diferentes momentos, pero él ya no estaba en el departamento, según le comentó el portero al regresar por la tarde, después de comprar comestibles y alguna botella de vino. Fastidiado, no quiso abundar más en el tema con el portero y se encerró a tomar con más ansiedad el contenido de la botella. Lo que le importaba en aquel momento era encontrarla, sintió que su vida sólo tenía sentido con ese encuentro. Consagrado a eso y olvidándose de sí mismo, con los días se dejó crecer la barba –ya ligeramente entrecana–, rompió todo contacto con sus conocidos y cambió de domicilio para pasar desapercibido. Un día por la tarde, preparó con mucho cuidado su inseparable pequeña mochila color verde y la llenó cuidadosamente como siempre y salió a deambular por las calles. Adelante, se encontró con algunos conocidos con quienes apenas pronunció palabra, sólo lo mínimo necesario y fue cuidándose de

Oscar Fránquez Villaseñor Lector, originario de Tepic, Nayarit, 46 años. Miembro del taller de cuento y varia invención del maestro Salvador Gallardo Topete.

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no topar con la policía. Más tarde atisbó a una mujer, algo parecida al dibujo pero no era la que buscaba, mientras que a otra, ya casi oscureciendo, la siguió durante varias calles, con paso acelerado por la excitación que le producía el aroma de su perfume, pero nuevamente al observarla de cerca se percató de su equivocación. Cierto día, casi al anochecer, como una ráfaga de viento, le sorprendió la presencia, casi etérea, de la mujer en el reflejo de una cristalera de un viejo bazar. Al girar la cabeza la reconoció, por la negra cabellera suelta, los ojos almendrados de un mirar enigmático y su cuerpo voluptuoso, que lo atrajo como un gigantesco remolino a su encuentro. Con pasos largos le atajó el paso para quedar a unos centímetros de ella, de frente y con la respiración ahogada. La mujer, sorprendida también, no supo cómo reaccionar en ese primer momento, pero ante la cercanía de los cuerpos no pudo dejar de mirar su rostro, primero con extrañeza y luego con espanto, tal vez porque percibió un peligro para ella, tal vez porque reconoció algo en ese rostro con esas notorias ojeras, o quizá hasta esa expresión de entrega, el caso es que ella retrocedió repentinamente, como rechazando el hecho, y presa de una gran agitación se fue corriendo. El hombre trató de seguirla, pero las piernas no le respondieron, era mucha su impresión y apenas pudo lanzar una ansiosa mirada tras ella a lo largo de la calle. Una vez recuperado, corrió sin más en su búsqueda por donde la había visto desaparecer, así, ingresó a un viejo callejón bordeado por una hilera interminable de pequeños cuartos semiderruidos, ren-

tados en otros tiempos para el servicio de los prostíbulos que ahí se asentaban, ahora, nada comparable con el recuerdo de aquella calle limpia, con sus mujeres portando entallados vestidos de lentejuelas y perfumadas esperaban en el umbral de cada cuarto prometiendo el cielo. Pero ahora lucían las paredes cargadas de graffiti y el lugar era ocupado por la extensa prole de traficantes y prostitutas envejecidas. El hombre siguió avanzando y a mitad de la calle no pudo continuar más, sintió un fuerte golpe en la cabeza y cayó de bruces. Al despertar, se extrañó encontrar aún su pistola que lo había acompañado durante tantos años y su pequeña maleta, mas no así su cartera, y alcanzó a mirar a un par de niños correr con sus zapatos a esconderse en alguna de esas pequeñas casas. Una anciana, con el rostro tapado por un viejo rebozo le gritaba, sumamente nerviosa y con voz casi suplicante, que se fuera de ahí y que no volviera nunca más. A la tarde siguiente, acudió de nuevo al bazar en espera de volverla a ver pero el encuentro no se dio. Impaciente, incluso se entrevistó de mala gana con el viejo anticuario, hombre codicioso y avaro, conocido suyo de su antigua profesión, y famoso en el vecindario por promover el tráfico de objetos de arte sacro robados, mas no pudo obtener mayor dato de la mujer. Así, transcurrieron siete días de acecho por los alrededores, cuidando de no ser visto por algún miembro de la policía, particularmente de los más antiguos en la corporación, quienes le conocían más sus pasos. Fue hasta el octavo, ya avanzada la tarde, que la vio a lo lejos cruzar la avenida sobre un puente peatonal. 117


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Corrió sin más, dando grandes zancadas hasta el pie de las escaleras por donde ella descendía. Al percatarse de su presencia ella quiso huir y perderse pero ya era demasiado tarde porque a él su excitación lo ahogaba y se volvió su cauda, su piel, para luego tomarla de la cintura y de un giro fundirse en un beso apasionado que borró todo lo que sucedía alrededor. Más tarde abordaron un auto de alquíler y el conductor, sin mediar pregunta alguna, cual si se tratara de viejos clientes, los condujo a través de las angostas calles de la ciudad, todavía iluminadas por los últimos restos de la claridad del día, hasta la periferia, para avanzar luego por una discreta brecha de tierra hasta topar con un pequeño motel de paredes rojas y un viejo farol en la puerta, asentado al borde de un arroyo, donde descendieron. Al desaparecer el auto en la lejanía, la mujer esquivó la entrada de la construcción y corrió entre risas tierra abajo invitando a seguirla. Su amplio vestido bordado de algodón y su ligero calzado sin tacón le permitía avanzar con gran agilidad. Al doblar tras un pequeño barranco, el hombre la perdió de vista pero continuó adelante, para luego tener que volver sus pasos tras de sí al topar con el final de la vereda. La encontró más adelante, sonriente y esperándolo al pie de la roca, desnuda, exuberante, posando sus pequeños pies bronceados sobre la hojarasca y el pelo más alborotado que nunca. Le pidió que se acercara y, como en los sueños más profundos de él, inició su baile, pausado y en ascenso que iniciaba desde el giro de sus pies, la suave vibra-

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ción de sus piernas, hasta resaltar el vaivén de su ensortijado pubis, y sus caderas redondas. En suave cadencia, con sus brazos semejando olas del mar, fue bailando alrededor suyo entre pequeñas risas, para luego, como el aire del trópico, abrigarlo en sus brazos abiertos. Él sintió la llegada del momento anhelado al sentir en plenitud la piel de la mujer sobre la suya una vez que ella lo desnudó conforme bailaba. Así, abrazados y hambrientos cayeron sobre la hojarasca. Después de un rato, con la conciencia embriagada por el placer él la dejó hacer, como en sus sueños. Las manos y los ojos anhelantes de ella buscaron y encontraron. Pronto le sucedieron cortas embestidas que se repitieron una y otra vez entre sordos gemidos del hombre para luego terminar en ahogados estertores hasta quedar todo quieto. En ese justo momento, allá arriba del barranco, se escuchó la voz de una viejecita que entre llantos y gritos angustiados suplicaba a la mujer que no lo hiciera, que con el capitán no, con todos pero no con él, pero ya era demasiado tarde. Al final, ella, con un gesto de resignación, colocó suavemente la cabeza del hombre sobre un mullido montoncito de hojarasca que juntó, y se incorporó vacilante, todavía con el delgado cuchillo en la mano y con lágrimas en los ojos, tomó con cuidado la pequeña mochila verde del hombre, extrajo su uniforme reglamentario de oficial de policía y fue cubriendo, lentamente, aquel cuerpo con el vientre y pecho bañado en sangre, ya sin vida, que miraba al cielo esbozando una ligera sonrisa, como lo había soñado.


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rAmón lópez rodríguez Crónica de unas santas mochas

Este es el recuento de hechos en un caso que sólo una vez ocurrió en la historia. Por temor al ridículo, los nombres de las personas involucradas han sido alterados, modificados o reinventados (al igual que sus acciones). Doña Chabela Sacristán y su hermana menor, la reservada Paz, juraban y perjuraban que eran humildes siervas del Señor. A ojos de la mayoría, no eran más que dos viejas entrometidas que se sentían las divinas garzas envueltas en su divino huevo. “¿Garzas? ¡Zopilotas carroñeras!”, vociferaba Pancho, propietario de la farmacia, después de que las santas mujeres le armaran un escándalo por la venta de un laxante de ciruela que les licuó el estómago. Quien corrió la noticia del conflicto entre Pancho y las Sacristán por lo largo y ancho de San Cosme, un pueblo demasiado pequeño para guardar grandes secretos, fue Artemio Nicolás, sobrino de las hermanas Sacristán que habitaba la casa de al lado, propiedad de doña Chabela. – Hasta mi jacal se oían los pujidos, y no se diga los cañonazos– dijo Artemio Nicolás, casi ahogándose de la risa. – ¿Así la traían de fuerte?– preguntó don Lupe, el carnicero. – ¿Fuerte? Para mí que dejaron los intestinos en el retrete. Yo nomás oía cómo gritaba mi tía Paz: ¡Te estás vaciando, hermanita, te estás vaciando! ¿No se enteró que hasta vino

una ambulancia por ellas?– preguntó Artemio y don Lupe afirmó con la cabeza. – Y que otra las trajo como tres días después, ¿no? – Sí, don Lupe. Pero lo chistosísimo fue a la ida. Los camilleros se taparon las narices cuando entraron a la casa. Yo tuve que entrar con ellos para que no se llevaran ningún recuerdito. Hasta oí cómo uno le decía al otro muy quedito para que yo no lo escuchara: ¡Ay, chingao! ¡Aquí se están pudriendo, compa! A la tía Paz se la llevaron sentada, envuelta en una sábana. Pero a mi tía Chabela sí la sacaron en camilla. Yo las alcancé luego en el hospital. Hubiera visto las caras de las dos: estaban pálidas, pálidas, que parecían unos fiambres. O, cuando menos, olían como unos –dijo Artemio Nicolás, soltando una carcajada que hizo eco entre las carnes y los embutidos. – No seas así, que son tus tías. Mira que te dejan vivir en su otra casa y hasta te dan tus buenos centavitos... – Pero si viera cómo me lo recuerdan. Hasta me dicen mantenido, ¿usted cree? Con ganas de darle una medalla al tal Pancho. ¿O no, don Lupe? Pancho Rosales no era boticario ni experto farmacéutico. Ni siquiera la secundaria había terminado, pero de tanto recomendar pomadas por aquí, y pastillas por allá, incluso había personas que lo creían doctor y de los buenos.

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Más bien era un tipo ojo alegre que regresó de los Estados Unidos hacía tiempo con su buen dinerito, amasado con el tráfico de autos ilegales hacia México. Le gustaba la buena vida allá y pensó seguir con la fiesta acá también, hasta que la crisis del noventa y cuatro le puso un alto a sus sueños. “¡Cómo no dejé mis ahorritos en dólares!”, se le escuchaba lamentarse muy a menudo. Cuando regresó a San Cosme, su pueblo natal, Pancho conoció a Azucena, chica de provinciana timidez doce años menor que él y antigua novia de Artemio Nicolás, que inmediatamente cayó seducida por los aires de mundo del recién llegado. Un septiembre se casaron y meses después vino la crisis que devaluó, casi cuatro veces, la pequeña fortuna de Pancho. Pronto se quedó sólo con lo indispensable para adquirir la farmacia que el viejo boticario, don Emilio, vendía muy barata para poder retirarse. Ahí, Pancho no sólo despachaba las recetas, sino que llenaba de piropos a la clientela femenina, mientras daba lecciones de salud pública a diestra y siniestra, presumiendo una jerga científica que iba aprendiendo de revistas médicas para despachar en el negocio con cierto aire de autoridad. – Esta emulsión le va a suspender los vahídos. Para mañana se va a poner bien buenota, Margarita. Bueno, aún más buenota, quiero decir. – Usted siempre tan coqueto, don Panchito, y además tan acertado. Que Dios se lo pague. – Pues, yo prefiero que me lo pague usted. Ya sabe cómo... – ¡Ay, don Panchito! ¿Y qué va a decir su señora? – ¡Épale, épale! ¿Que qué va a decir? Pues nada. Si soy un ángel bajadito del cielo. Y a propósito de ángeles, ¿dónde anda su prima Angelita, que hace mucho que no la veo?

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Azucena siempre se enteraba de los romances de Pancho, pero callaba sus penas por temor al abandono. Él lo sabía y se aprovechaba, repitiéndole hasta el cansancio que estaba con ella por una suerte de lástima, y que sólo un hombre tan bueno, como él, habría podido quedarse todo ese tiempo junto a una mujer tan insípida. “Eres una vieja aguada que no sabe disfrutar de la vida”, le decía una y otra vez, nada más para martirizarla. En el último año, de los más de catorce que llevaban casados, Azucena encontró un refugio a su frustración en el Club de Estudios del Rosario que se reunía todas las tardes en casa de doña Chabela, dedicado a estudiar todo, menos el rosario. Ahí se desahogaba la pobre, narrándoles a las integrantes del grupo y a Artemio Nicolás, que era quien servía las galletitas y el café, todos los agravios que Pancho le hacía. Después, Chabela y Paz la ponían al tanto de todo lo que ella desconocía sobre las andanzas de su Pancho Tenorio, como le empezaron a llamar por culpa de Paz Sacristán, mujer de pocas palabras, pero todas ellas muy emponzoñadas. Lentamente, la sumisa Azucena, como la apodó doña Chabela a sus espaldas, iba llenándose de una furia contenida que las palabras insidiosas de las mujeres del club hicieron explotar una tarde, cuando le dieron santo y seña del último amorío de Pancho. Azucena salió hecha un demonio hacia el lugar que le dijo Paz que, a su vez, se lo contó un pajarito que, a su vez, lo supo por Margarita, la prima de la interfecta, una tal Ángela, que le dijo que Pancho la había invitado a ver una película. Todos vieron a Azucena meterse al cine sin pagar boleto y buscar a su marido entre el público con ojos diabólicos. – Maldito, desgraciado, así te quería yo agarrar. ¿Por qué invitaste a esta pinche vieja?– le


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increpó a Pancho, que apenas pudo sacar su mano de entre el escote de Ángela. – Ora, ¿tú qué te traes? ¿Estás loca? – No te hagas el desentendido. ¿Acaso me viste cara de tu pendeja o qué? – ¡Cálmate, Azucena! ¡Vamos afuera y te explico! – Nada, ¿qué me vas a explicar? ¡Puras cabronas mentiras, desgraciado infeliz!– las luces se encendieron y todo el auditorio estuvo bien atento al nuevo espectáculo. – Yo mejor me voy, Panchito. La mera verdad es que no me gustan estas escenitas– dijo Ángela con un tono de indignación. – Nada que te vas, pinche vieja vuela maridos– le gritó Azucena, tomando a Ángela del cabello y arrastrándola al piso. Los asistentes vitorearon a las luchadoras que empezaron a desgarrarse la ropa. –¡Duro! ¡Duro! ¡Duro!– corearon los espectadores a una voz, olvidándose por completo de la película. Todos se lamentaron de que la policía llegara inexplicablemente tan pronto a la escena y cargara con Pancho, Azucena, Ángela y un metiche que había apostado doscientos pesos a que la ofendida ganaba la pelea. Pancho tampoco se fue ileso, porque una botella de cerveza que voló por los aires se le estrelló en la frente. Unas horas más tarde, y sólo después de pagar una multa por escandalizar en un lugar público, todos salieron libres.

Un pajarito le contó a Pacecita, esposa de don Lupe, todo lo sucedido, incluyendo la asesoría que las hermanas Sacristán le habían dado a Azucena para que agarrara a Pancho con las manos en la masa. Don Lupe, que también le encantaba eso de ser comunicativo, fue a contárselo a Pancho que traía enrollada la cabeza con una venda por el botellazo. La sangre le hirvió amenazando con erupcionarle por la herida de la frente, nada más de pensar en las viperinas mujeres poniendo a Azucena en contra suya. Así que apenas pudo contener su rabia cuando vio a doña Chabela, seguida de Paz, entrar en su farmacia. – Buenos días, Panchito. ¿Cómo ha estado?– dijo doña Chabela, mirándolo a los ojos para ver su reacción – ¿A poco anda enojadito? – No. ¿Qué van a llevar?– dijo Pancho con un tono muy áspero, apretando los dientes. – ¡Ay, Dios mío, qué delicadito anda hoy! Pero eso se saca una por andarse preocupando por los demás, ¿verdad, Pacecita?– exclamó doña Chabela, mientras Paz tuvo que voltearse para que Pancho no la viera reírse–. Bueno, pues... queremos algo efectivo para el estómago, Panchito. – No hago liposucciones. – No se haga el chistoso. Quiero decir, algo para el estreñimiento. Figúrese usted, Panchito, que este amor desinteresado por el prójimo nos ha causado, a mi hermanita y a mí, dificultades para... usted sabe, para...

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– ¿Cagar? – Grosero– le reclamó doña Chabela. –Déjese de bromas y a ver qué cosa tiene entre sus menjurjes. ¡Ah!, pero le advierto que no quiero nada que sepa mal, ¿eh? Quiero algo así como... dulcecito. Sí, eso, algo dulcecito, ¿eh? – Esto es lo único que tengo– tomando agresivamente de la vitrina una cajita morada que a la letra decía: Laxantes de extracto de ciruela. – Esto mero, ¿verdad, Pacecita? – Tómense dos cápsulas por la noche– dijo Pancho. – ¿Dos? ¿Que no son muchas?– cuestionó doña Chabela, mientras Paz arqueaba una ceja en señal de duda. – No. Es un laxante bien suavecito– aseveró Pancho secamente. – Sirve que se les sale el chamuco a las dos. – Grosero– repitió doña Chabela. Y las dos mujeres abandonaron la farmacia sin revisar la fecha de caducidad del laxante. Pancho, como nunca antes, explotó en carcajadas. Las hermanas Sacristán amenazaron con meter a la cárcel a Pancho por vender medicamentos en mal estado. “¿Acaso no tienen ojos para ver lo que se tragan, par de zopilotas zurronas?”, les respondía a viva voz. La denuncia de las hermanas no prosperó, porque las antipatías que ellas se habían ganado entre los habitantes del pueblo con su caridad cristiana, inclinaron finalmente la balanza a favor de Pancho, ya que nadie quiso declarar algo ni remotamente perjudicial para el prestigio del boticario. Sólo alabanzas y muestras de apoyo recibió de la gente el coqueto farmacéutico. Sin embargo, el júbilo de Pancho no duró demasiado. Una mañana apareció en la entra-

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da de la farmacia un cuervo muerto, colocado en el centro de un círculo de sal gruesa, con las alas mochas y sin vísceras. El rumor de que alguien le había hecho un “trabajito” a Pancho y a su negocio corrió como reguero de pólvora. Después de eso, empezaron a presentarse casos en que las medicinas y remedios que se compraban en el negocio llegaban a causar lo contrario a un efecto sanador: jarabes para la tos que provocaban ataques de urticaria; pastillas para el dolor de cabeza que inflamaban los pies; soluciones contra raspaduras y cortaditas que enceguecían a las personas por horas. Además, todas las mañanas seguían apareciendo a la puerta del negocio, no sólo cuervos muertos, sino animales machos de mayor tamaño, como conejos y gatos, todos negros y mutilados de sus genitales, que también aparecían colgados con listones del mismo color en el anuncio del frente, justo donde decía: “Farmacia de don Pancho”. La gente bajaba de la banqueta al pasar por ahí y se persignaba. Ni hablar de comprarle alguna cosa. Preferían aguantarse los dolores para evitar que los medicamentos les ocasionaran algo peor. Pancho anticipaba el desastre y eso fue precisamente lo que pasó, pues ni un mes pudo mantener la farmacia abierta. En el mayor secreto vendió su casa y el negocio al tipo que desde hacía muchos años le surtía los medicamentos, un tal Arnulfo Robles. Y una noche, protegido por la oscuridad, Pancho abandonó San Cosme y se regresó a los Estados Unidos a buscar fortuna, dejando a Azucena en el total desamparo. Excepto por la humilde casa que le dejaron sus padres como herencia, ella no


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tenía nada. Un pajarito le habló de la paupérrima situación que atravesaba Azucena a Doña Chabela y Paz que, filantrópicas de toda la vida, le adquirieron su única posesión a precio de ganga exhortándola a vivir con ellas, pues al fin y al cabo las tres habían sido víctimas de la suprema maldad de Pancho Rosales. Artemio Nicolás se acomidió a trasladar los bienes a la casa de sus tías, llenando a Azucena de toda clase de atenciones que muy pronto reavivaron en ella aquel fuego de juventud. Todo parecía ir viento en popa, hasta que la policía irrumpió violentamente en la casa de las hermanas Sacristán: – Señoras, traemos una orden de cateo. Déjennos hacer libremente nuestro trabajo– dijo el comandante. – ¡Dios santísimo! Cómo se atreven a invadir este sacrosanto hogar. ¡Nosotras no somos ningunas criminales!– exclamó doña Chabela. – Eso no lo decido yo, señora. Yo hago lo que me ordenan– indicándole al resto de los agentes que se dispersaran por toda la casa. Minutos después un agente regresó. – Mi comandante. Con la novedad de que encontramos algo en el cuarto del fondo. Venga a ver– haciéndole la seña para que lo acompañara. – ¿Qué diablos son?– preguntó el comandante, abriendo desmesuradamente los ojos para ver mejor aquellas jaulas en las que animales de un oscuro pelaje se movían perezosamente– ¿Gatos y conejos? – Justo como nos dijeron en el pitazo, ¿verdad, comandante?– dijo el subalterno. – Está bueno. Llévense a ese par de viejas argüenderas. Tendrán que responder por cargos de lesiones contra la esposa del señor gobernador y habitantes de este pueblo–

dijo el comandante, apuntando hacia Doña Chabela y Paz que, pasmadas de miedo, sujetaban sendos rosarios en la mano. Después de un largo juicio que duró un par meses, condenaron a las hermanas Sacristán a un año de prisión. Ellas nunca se enteraron de que una llamada anónima condujo a los policías a su casa, justo al cuartito del fondo donde se guardaban los animales, revelándoles también un complot siniestro para sabotear a un tal Pancho Rosales, antiguo propietario de la farmacia que nunca se apareció a declarar. También se aprehendió a Arnulfo Robles, reciente propietario de la botica de San Cosme y comerciante de material farmacéutico, que coludido con las hermanas Sacristán le vendió medicamentos adulterados al mencionado Pancho, intoxicando de gravedad a más de una veintena de clientes, incluyendo a la esposa del gobernador que por mala fortuna paró en el pueblo sólo para comprar unos analgésicos y que por poco la dejan paralítica. Con la risa en los labios, el comandante de la policía que efectuó el arresto le dijo a un reportero de la capital que fue un pajarito quien les avisó. En realidad, más que un pajarito era un pájaro de cuentas. El mismo pájaro que distribuía las malas nuevas por todo el pueblo, como los “detalles” de Pancho o las urdimbres de las hermanas Sacristán. El mismo que por las noches decoraba la puerta de la farmacia con animales muertos y genitales suspendidos con listones, pero al que nunca pudieron comprobarle nada. El mismo pájaro bribón, sobrino de las garzas, casi zopilotas, que desde entonces gozaba libremente de la mujer del desaparecido boticario y de todo el dinero de sus santas presas.

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rOcío castro Salado, ácido, amargo, dulce Salado Nació en un martes 13 y aunque más de una de sus amigas intentó persuadirla, aceptó como bendición ser madre soltera. Para una costeña ganarse la vida no suele ser fácil, pero sus manos generosas de cocinera abrieron los apetitos más exigentes. Monarca, como le nombraron otros, fue un hijo ejemplar, aprendió las artes de las brasas y se dedicó con tanto afán, que su raquítico patrimonio inicial: una parrilla, sartenes, tres mesas, hatos de madera y montones de carbón le fueron suficientes para prosperar. Su persona maceraba una extraña genética, la virilidad de su aspecto se acitronaba en el almíbar de su mirada de maple. Aunque tenía 17 años parecía mucho mayor –en la costa lo femenino efervesce–. Sus aptitudes signaron su destino, al Jején feliz llegaban desde pescadores hasta turistas extranjeros. Era afamado por su marlín salado entre crinolina de lechuga. Los lugareños adjudicaban el magnífico sabor de sus platillos al lugar estratégico en el que se situaba la ramada, un camastro azul en el que la sal marina ayuntaba al ritmo del viento en los fogones. Una tarde, Monarca levantaba las últimas sillas cuando lo aguijoneó el español musical y a medias de un estudiante italiano que solicitaba alimento. Monarca nunca se resistió al semblante hambriento, ni siquiera de los perros ambulantes, reconocía incluso las preferencias culinarias de las gaviotas niñas que lo acompañaban. Disfrutaron de la comida y de la charla toda la tarde. Marco Polo –como Monarca lo llamó– prometió regresar en cuanto terminará la universidad. Rocío Castro Fernández. Aunque nació en el D.F. es de Aguascalientes. Estudió comunicación y literatura Mexicana en la UAA, en donde imparte clases. Forma parte del Taller de Cuento y Varia Invención del Maestro Salvador Gallardo Topete.

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Monarca esperó hasta que la glaseada esperanza se congeló, desmigajándose como el recuerdo de su padre, un canadiense maduro de impecable cortesía. Marco volvió, de la ramada no quedaron ni los mosquitos, en su lugar una villa spa de insípidas comidas. ¿Y Monarca? Prepara mariscadas en un hotel de gran turismo en Guadalajara. Jamás supo que su comensal más valioso cumplió su promesa. Ácido – Debes balancear bien el vinagre y el jugo de naranja para que el achiote quede perfecto. Pruébalo antes de poner a marinar la carne. Sé cuidadosa, elige el de manzana –le decía su mamá– es más delicado y tentador. Aprendió a hacer queso relleno, cebollas moradas con chile habanero y tamales en hoja de plátano con salsa, codzitos y papadzules, entre otras muchas delicias. Es Mérida de los 20; de padres indígenas emigra con sus padres a la capital. Ahí, en la metrópoli la joven Cham Pec se enamora de un joven oficinista. La mezcolanza afectiva no resulta agradable para la madre de él. No hay más que resignarse, está embarazada, se ha crispado la familia, pero acceden a que se casen, saben que su hijo no tiene precisamente una personalidad afectiva. Él aprendió a comer rico. Ella reconoce sus gustos aunque él, silente, no expresa aprobación alguna por sus incitantes banquetes, le gusta el chirmole y la sopa de lima, será porque tienen esa base tan ácida como las caricias extrañas de hombre disfórico que no sabe ofrecer. Cuando ella murió, él, como voto de amor, casi dejó de alimentarse. Nunca le dijo que se enamoró de sus muslos –los de su cuerpo de chaparrita proporcionada–, y también de los que ella ponía en su plato. La extrañó desde el estómago, día a día los jugos gástricos encurtieron su soledad. Amargo – ¡¿Qué crees que voy a tragar garras, no entiendes, descerebrada, que lo que tengo es hambre?! Avienta el mantel que ella bordó, almidonó y planchó con cuidado. – ¿Qué hiciste, bruta? Supongo que la comida no está lista. Más te vale que te apures porque invité a varios amigos a comer. – Pero... –titubea casi en silencio– como no me avisaste en la 125


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mañana, hice la comida medida. – Si estarás pendeja, ¿que para comer en mi casa tengo que avisar? Apúrate mejor, no te quedes ahí, tarada. Temerosa, sirve; los comensales observan el pirueteo del calor en el mole de olla. – Tu esposa sí que sabe cocinar. La sal, las tortillas calientes, las dos salsas y el guacamole están sobre la mesa. Hay refresco, agua fresca, café y hasta cerveza que fue a comprar, en lo que hervía el caldo. – ¿Ya ves? Es cuestión de que quieras –le dice cuando los otros se han ido– no sabe que ella guarda un poco de los pesos racionados para esos imprevistos, minucias que debe resolver, antes de que se conviertan en granizada de moretones. Dulce Tres platitos que no son para los tres cochinitos, sino para un bebé glotón. Temprano, después de perfumar con agua la acera de su casa, se apresura al mercado para ganar la primicia, escoger la verdura más lozana, seleccionar las piezas completas de la carne que va a cocinar. Trae una bolsa con frutas humectadas. En un frasquito cerrado herméticamente pone una porcioncilla de carne, el baño maría exprime la proteína vital en un jugo humeante y delicioso. Las verduras se cobijan de un vaporcillo que intensifica su color. Elabora papillas, macitas y jugos de cítrica apetencia, agua natural perfectamente fresca para no enronquecer al pequeño. Ya lo ha bañado, impecable lo adereza para el momento, en su cabecita le ha hecho un cacahuate con pulpa de jitomate. Los rayos de sol que entran por su ventana le marcan la hora; lo sienta en su periquera de madera. El bebé espera con ansia, sus manecitas aprietan con alegría y fuerza hasta poner los deditos blancos, grita, agita sus piernas y muestra sus dos dientecillos de leche condensada. Ella lo mira y va ofreciendo cada festín en una cucharita de goma hasta que los recipientes se vacían. Le limpia la boca con un pañito que ha lavado con jabón amarillo, le quita la blanca servilleta del cuello, le besa la mollerita palpitante y acalorada. Amorosa sensibilidad de mi abuela que sabe las apetencias y dimensiones de mi hambre.

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rOdrigo huerta

Ni siquiera el auto de innecesarios caballos de fuerza, recién encerado, se salvó de la luz roja y del show que ésta significa. Nada que el hombre respetable, enfundado en atavíos impecables no hubiese visto antes: tres actores haciendo una pobre representación en el cruce de dos caminos y el acaudalado Señor se preguntaba por qué tenía que sufrir con la vista de tan patético acto, por qué no habría calles para autos recién encerados y caminos para rostros pulcros, a diferencia de los tres polvorientos del cruce de caminos. Un hombre que hacía las veces de bestia medieval, indomable, pero limitada por la cantidad de combustible usado como buche, le hacía competencia al espectáculo del hábil malabarista de seis naranjas que serían su alimento más tarde. Impresionante para quien vive con los ojos puestos en la pared, pero no para el que tiene que pasar por ese molesto tramo en el que los caminos convergen y los inconvenientes de la espera son bien aprovechados por los cirqueros oportunistas. Pero en el asfalto hecho escenografía faltaba un actor por contar; menguada su presencia por los trucos de sus compañe-

ros de turno. No usaba muletas ni tenía un catéter y mucho menos cargaba un bulto pesado y vivo en el lomo maltratado. No caminaba como las marabuntas de Picadilly o de Time´s square. A pesar de usar un bastón sus pasos eran más seguros que los de muchos Lords. Sus ojos eran grises, verdaderamente grises, probablemente ciegos. Y como buen ciego miraba aquello que los demás no distinguimos, todo el mundo entre lo enfocable y la córnea. Como si su bastón pudiera decirle algo más que dónde hay otra cosa diferente al aire, se acercaba con la dignidad intacta a cada uno de los autos lustrosos y golpeaba la parte baja de los mismos. Tendría que soportar su reflejo en harapos y la espantosa visión de su piel morena pintada del negro de la mugre si sus ojos no fuesen tan pálidos. Jamás supe qué tan ciego era este hombre que no teme tropezar y no se altera con los histéricos pitidos de la cadena de autos cuando se pone la luz verde. Jamás supe qué tanto pudo haberle dolido verse o no verse en el espejo polarizado, sin respuestas más que su eco para el mismo requerimiento, auto lustroso tras auto lustroso: “Una moneda por favor”. Lo

Rodrigo Huerta Gutiérrez de Velázco. Nace en Aguascalientes, Ags. El 26 de julio de 1991. Estudia el quinto semestre de bachillerato en la UAA.

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y madres solteras, así que tan seguro de sus palabras como lo estaba de su superioridad le dijo al supuesto ciego con tono petulante: “¿Acaso no has entendido de lo que se trata el capitalismo? Tú vendes, yo compro. No es tan simple como mendigar en las esquinas, extender la mano y esperar dinero. Ellos por lo menos hacen un show o algo para que me sienta conmovido por su triste que si sé es lo que pasó cuando el hombre situación. Tú, ni eso, no entiendo por respetable decidió bajar su vidrio y rom- qué alguien habría de darte una moneda, per con la atmósfera ártica de su interior. ni por qué la pides por favor.” Apenas pudo escuchar lo que a él le sonó El dueño del invierno en miniatura no a suplica: “Una moneda por favor”, dema- esperaba respuesta, como si intuyera que siado distraído por su música extranjera y los ciegos son también mudos. Puso su su asiento masajeador de glúteos. La boca dedo en el minúsculo botón que ahorra del respetable poseedor del auto se selló energía humana para cerrar un vidrio, pero el mismo instante que bajó el vidrio. El su- justo antes de apretarlo el ciego sonrió con puesto ciego lo debía de estar engañando, el tipo de sonrisa que esconde carcajadas. pues le dirigió una de esas miradas inqui- “Pero si eres tú quien no comprende su sitivas que te torturan con métodos silen- propio sistema. No necesito tener puesto ciosos, tan profunda que llega al nervio un letrero o gritar lo que vendo para realióptico, tan profunda que se echa un cla- zar un intercambio. Además, ¿que pensavado en cada recuerdo, desde el líquido rían las personas como tú, o más bien “usamniótico hasta la colonia de después de ted” si les dijera que vendo almas? Vendo bañarse ese día por la mañana. almas grises que extraigo con mis ojos cie El hombre sentado en el asiento masa- gos. Vendo la liberación del padecimiento. jeador pensó un instante antes de pasar sa- Vendo la indulgencia sin el dolor. Si no te liva y delatar su asombro con un “glup”. compras, te venderé el alto siguiente.” Rápido se incorporó al asunto; estaba har- Glup. to de ver cojos y malabaristas, enfermos

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jUlio rascón Domingo

En qué sumerjo las manos acostumbradas al agua Cómo le explico a mis dedos que tienen que olvidarse del cálido placer que brota de entre los montes Es insoportable portar las ganas y disminuir el corazón en las yemas de los dedos Cómo saber que los poros ya no huelen tus infames recuerdos venideros. 129


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Conjuro

Busco el olor guía me pierdo... De tu presencia el hilo no estoy... En la pista de tu piel me confundo... La imagen de tu esencia me acuesto... En dónde se siente tu color morado me asusto... Dónde se aferra el desprecio de tus ojos me muero... En dónde puse mi recuerdo el aire lleva ánimas 130


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