Atípica #1: Bichos

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revista cultural

Bichos

nÂş1 - noviembre 2019 - 6â‚Ź

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Bichitos de luz: farolillos del bosque, verbena estival.

El rinconcito: asamblea matutina de las hormigas.

Ese ciempiés que se funde en un abrazo con sus bebés.

Texto: Laura Naranjo se dedica a la traducción literaria, un oficio precioso y casi siempre poco reconocido, pero del que se siente muy orgullosa, pues le permite seguir aprendiendo constantemente sobre nuestra lengua y, sobre todo, jugar, jugar con las palabras, como en este generoso espacio que la revista le ofrece. Aunque el haiku tiene unas reglas muy precisas, a ella le gusta saltárselas de vez en cuando, sin pretensiones más allá del juego y el disfrute.

Foto: Diego Esparza López (1989). Malagueño con corazón sevillano, fotógrafo enamorado del poder de captación de momentos de su propia realidad. La luz es su principal motor de vida. Lo que no irradia luz nunca se convertirá en estrella.

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ÍNDICE

Fotografía / Diego Esparza Índice

El bicho que todos llevamos dentro / Nico Pérez del Moral Bichos y bichas / José Manuel Moreno Benítez

El burro y sus parientes / Amelia de los Ríos La coma etílica Ilustración / Marcos Reina Segovia Pet Sounds / J. F. León Fotografía / Mon Magán Ilustración / Pablo Rodríguez Codes Colmillos / Enrique Campos Sin La metamorfosis / Fernando Gª de la Cruz Ávila Agradecimientos (Mecenas) Créditos

2-3 4-5 6-7 10-11 14-15 16-17 18-19 22-23 24-25 28-29 30-31 34-35 42-43 50-51 54-55 56-57 60-61 62-63 64-65 66-67

Haikus / Laura Naranjo La barda del bar / Amor de Pablo Nosotros, los emigrantes / José Moreno

El grillo que atardece / Tes Nehuén Doctora Ruby / Anabel Díaz El animal más temible / Daniel Henares

Improtertulia / Mercedes Aparicio Rizzo La plaga / Laura Cerezo Cobos Ilustración / Juanma Roldán Tus Bichos / Francisco R. Villatoro Ilustración / Carmen Larios Bicha solo hay una / Laura Carneros

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LA BARDA DEL BAR / EDITORIAL H

ay que ver lo que da de sí la etimología de las palabras. Según el diccionario, se denomina así al estudio del origen de las palabras individuales, de su cronología y de su incorporación a un idioma, así como de la fuente y los detalles de sus cambios de forma y significado.

Al darle vueltas al nombre que debía llevar esta sección, surgió la palabra «bardo», cuya definición (del diccionario anterior, porque no teníamos otro a mano) es la persona encargada de transmitir las historias.

Resulta que la palabra no tiene su equivalente femenino y, en una tarde de charla y cervecitas, alguien propuso reivindicarlo.

Además, ya que estábamos en un sitio donde se gestan grandes y locas ideas, le añadimos el complemento de lugar.

En resumen: que la suma de varias birras y el uso muy particular de las tesis eruditas dio como resultado el nombre original del texto que ahora leen.

Todo esto viene a colación del tema en el que se basa el contenido de esta publicación: bichos, otra palabra con un sinfín de significados según quien la emplea, el con-

texto en el que se dice y hasta el tono con el que se pronuncia. Hasta once acepciones distintas se pueden encontrar en la RAE. «La fiera corrupia es verde y con rayas, en ascuas los ojos, la cola enroscada»… El comienzo de esta coplilla es mi primer recuerdo asociado a la palabra bicho. La recitaba mi tía abuela cuando éramos pequeñas para meternos miedo y se generalizó en mi familia a modo de regañina si nos portábamos mal. O sea, si éramos unos bichos.

También empezó a formar parte de mi vocabulario infantil por el interés que despertaban en mí los animales: perros y gatos domésticos; la mula y las cabras del lechero del pueblo; los sapos, ranas y culebras que cazaba con mi amigo Manolín; los lentísimos y fascinantes camaleones que vivían en los arriates; las hormigas, siempre atareadas, que entraban y salían por las grietas de la puerta de mi casa; las cucarachas (curianas las llamaba mi tía) a las que les teníamos declarada la guerra toda la familia; las salamanquesas que, según la cultura popular, si te escupían te quedabas calva… En mi caso, o no me escupieron o mi pelo no entendía de supersticiones, porque a día de

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hoy, se me va un pico del sueldo en peluquería.

En fin, toda una inmensidad bichera que pobló mi niñez.

Al mudarnos del pueblo a la capital, el término adquirió un significado menos bucólico. En el colegio empecé a ser un bicho raro, en el instituto consolidé la categoría y cuando tuve pandilla me precedió la fama.

Lo normal: lectora voraz, futura escritora y mujer.

Pero no siempre tenía un componente negativo: una amiga muy querida empezó a saludarme con un «¿qué hase, bisho?», y debo reconocer que me parece un modo muy divertido de dirigirse a alguien.

También escuché a muchas abuelas decir de sus nietos que eran un bichito luz. Creo, sin temor a exagerar, que es la metáfora más bonita que puede hacerse de un niño: comparar un ser humano que está empezando a crecer con una luciérnaga.

Luego estaba la bicha: diablo, serpiente y de género femenino. ¿Casualidad? No lo creo. Podríamos entrar en el debate de cómo

el lenguaje nos juega muy malas pasadas a más de la mitad de la población mundial, pero por esta vez lo dejaremos pasar. Aunque si les apetece ahondar en el asunto, casualmente encontrarán en este número un artículo que pone a los bichos y las bichas en igualdad de condiciones.

Con el paso del tiempo, los usos y abusos del idioma (justificados, no vamos a ponernos exquisitas) y la elocuencia de que hacemos gala en este país, el significado del término que nos ocupa se ha ampliado y generalizado de forma considerable. Se cataloga como bicho desde el más pequeño de los gérmenes hasta una moto de gran cilindrada; igual sirve para describir la corpulencia de un individuo como una célula malvada; si queremos poner de relieve la eficacia o el arte de alguien muy bueno, decimos que es un bicho y ya está todo explicado, y así ad infinitum y más allá.

Nosotras no nos vamos a quedar atrás: tenemos la confianza ciega de que esta revista llegará a todo bicho viviente, sea del tamaño que sea.

Amor de Pablo Inurria. Lectora empedernida desde que recuerda. Escritora a ratos perdidos. Adepta de Martín Gaite y Matute, adicta a Cortázar y deliberiana irredenta. En 2014 conoció el colectivo Mitad Doble, primero como alumna de talleres literarios y más tarde como monitora de escritura creativa. Comenzó a colaborar en la edición de la revista del mismo nombre y del 2016 al 2018 dirigió y editó la publicación.

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NOSOTROS, LOS EMIGRANTES A

hora sí. Por fin el viaje ha terminado, aunque siento que con él acaba mi vida. Dirán que estoy loco por hablar contigo antes de tu nacimiento, pero no me importa. No me quedan fuerzas ya, y sé que no te llegaré a conocer. Solo me queda confiar en que estas palabras traspasen la frágil barrera que nos separa, la que te aísla de este mundo hostil hasta que estés preparada para la vida. Esperar que estas palabras se conviertan en tu sangre, que también es la mía, y que impregnen tu cerebro y tus músculos para que, cuando llegue el momento, sepas de dónde vienes y lo que tienes que hacer.

Yo no soy de aquí. Nací en otra tierra, qué importa ya su nombre, a más de tres mil kilómetros al sur. Sí, tres mil kilómetros. Al principio dirás que es imposible, que no se puede recorrer tanta distancia en una vida, y no te faltará razón. Pero llegará un día, ya lo verás, en que todo cambie y te des cuenta de que nada es imposible, ni siquiera un viaje de tres mil kilómetros sin más equipaje que tu cuerpo.

Sobre todo si la necesidad aprieta.

La tierra en que yo nací era una tierra fértil, rica, donde se podía vivir en paz, pues nada faltaba. El paisaje era hermoso, abundante.

Había enormes bosques de abetos que se extendían más allá de donde alcanzaba la vista. Igual que aquí. Te he buscado un hogar parecido al que yo tuve. Aquí darás tus primeros pasos, aunque yo no los vea, lejos de la miseria que al fin pude dejar atrás. Estarás bien, ya lo verás. Disfruta de tu vida, que es preciosa, y demasiado breve, créeme. He conocido a muchos que murieron antes de tiempo, y eso, hija, es lo más duro: ver morir a los que te acompañan.

Hija mía, tú nunca te rindas, venga lo que venga; pero has de saber cuándo cambiar la estrategia. No te empecines, no conviertas tu lucha en tu muerte y la de tu familia. Aprende de tus abuelos: hace mucho tiempo, tus abuelos viajaron (huyendo del hambre, aunque hoy te resulte impensable) desde el norte hacia el sur, renunciando a todo en busca de una oportunidad para los hijos que deseaban tener.

Si tuve hermanos o hermanas, no lo sé. Poco importa. Aquella tierra era todo mi mundo en mi infancia y mi juventud; tierra sagrada que aún llevo conmigo en el corazón, aunque no recuerde su nombre.

Allí crecí y allí fui feliz, ignorante del viaje que un día habían tenido que emprender tus abuelos desde otras tierras.

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Pero un día el hambre y la miseria se instalaron entre nosotros, y mis padres, que ya habían recorrido medio continente para sobrevivir, volvieron a recorrerlo a la inversa, esta vez no por ellos, sino por mí. Tus abuelos y otros que, como ellos, viajaron en su día desde el norte podían haberse quedado y vivir allí el resto de sus vidas. El viaje no les merecía la pena. Total, ya habían vivido lo que tenían que vivir. Pero ellos, la «generación Matusalén» que ya había conocido el hambre en el pasado, no quisieron que nosotros, sus hijos, la conociéramos y nos guiaron en el camino de vuelta hacia el norte. Y de esta forma, un día nuestra marcha llegó a juntar a miles de familias como la nuestra. Éramos una auténtica marea.

En ese viaje de sur a norte he consumido mi vida, como tantos otros que hemos llegado aquí al límite de nuestras fuerzas. Hemos cruzado ríos cuyas corrientes eran capaces de arrancar árboles centenarios, hemos superado montañas de cumbres heladas, hemos atravesado desiertos en los que la tierra y el aire eran tan calientes que ni siquiera podíamos detenernos a descansar… Algunos, incluso, se enfrentaron al océano, y aunque hoy ignoramos su destino, en el fondo confiamos en que hayan llegado a nuevas tierras de prosperidad. Porque no ha habido muros ni fronteras que nos hayan detenido, y nunca los habrá. Hemos seguido avanzando a pesar de la sed y el hambre.

Hemos sido perseguidos, apresados, marcados, atacados sin piedad.

Muchos han quedado en el camino, como tus abuelos, y otros llegamos enfermos, exhaustos, solo para morir. Pero quedáis vosotros, nuestros hijos, a los que pertenecerá esta tierra que espero que nunca tengáis que dejar. Y si así fuera, hija mía, si alguna vez has de huir de aquí por ti o por los tuyos, solo te doy un consejo: asegúrate de hacerlo en grupo, y cuanto más grande, mejor. Solo así tendrás ocasión de alcanzar tu destino. El individuo es frágil, es presa fácil de la fatalidad o la malevolencia. El grupo nos hace fuertes, temibles, imparables. Oscurecemos el sol, cubrimos la tierra. Aunque en el fondo seamos igual de vulnerables.

Y es que tu abuelo decía que nosotros, los emigrantes, somos los seres más vulnerables de este mundo. No le faltaba razón. Somos frágiles, como pedazos de papel negro, naranja, blanco, luchando contra el viento. Fuera de nuestro hogar, siempre en marcha como un pueblo maldito, abandonado de su dios, a la merced de quienes ven en nuestra desgracia un provecho caído del cielo. Muchos dirán que no somos más que bichos, y nos tratarán como a una plaga y tratarán

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de esquilmarnos. Nos culparán de sus males, seremos su chivo expiatorio. Otros intentarán lucrarse a nuestra costa. Pero yo te digo que nosotros, los emigrantes, somos los seres más fuertes de este mundo, a pesar de nuestra fragilidad. Sin equipaje alguno, no nos detenemos hasta alcanzar nuestro destino. Guiados por el sol y las estrellas escapamos de la muerte. Perseguimos una nueva vida y la alcanzamos, aunque en mi caso esa vida sea la tuya. Así que, hija mía, vívela. Crece sana, feliz, libre. No temas a los cambios, pues te harán más fuerte y más hermosa, pero desconfía de quien te busque por tu belleza, o acabarás clavada en una pared como un trofeo. Nacerás anclada a la tierra, limitada de movimientos, vulnerable, fea.

No te reconocerás en los que te rodean. Pero estate tranquila, pues llegará un día en que todo eso cambie. Nadie tendrá que avisarte, lo sentirás cuando llegue el momento. Entonces buscarás tu rincón. Te recluirás en soledad. Te aislarás del mundo sin remedio, y cuando vuelvas a él serás otra, me reconocerás dentro de ti y recordarás la historia que ahora te cuento, que es la historia de nuestra especie.

Verás a muchos como tú y nunca más estarás sola. Conocerás nuevas tierras. Tendrás descendencia que nos multiplicará. Serás capaz de llegar a donde antes ni siquiera imaginabas. Conquistarás nuevas extensiones. Verás la vida desde otra perspectiva. Y cuando ese día llegue, hija mía, muestra orgullosa al mundo tus colores: negro, naranja, blanco. Así sabrán que eres una Monarca y que no te inclinas ante nadie. Despliega tus alas cuando llegue el momento. Siente el viento empujándolas, pero no te dejes arrastrar. El mundo es tuyo.

Tú gobiernas tu destino1.

La mariposa monarca es conocida por sus largas migraciones anuales. Una de las rutas, que inicia en primavera, la lleva desde los estados mexicanos de México y Michoacán hasta el este de las Montañas Rocosas en Estados Unidos.

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José Moreno Aguilera (Granada, 1979). A fuerza de escribir, intenta romper la cáscara de abogado que le quedó después de estudiar Derecho y ejercer en Málaga y en Granada. Ahora, lejos del mundanal ruido, estudia Lengua y Literatura españolas por la simple satisfacción de estar rodeado de libros. Ha publicado relatos en la revista Mitad Doble y actualmente trabaja en su primera novela.

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EL BICHO QUE TODOS LLEVAMOS DENTRO B

icho. Pocas palabras incomodan más que esta. El plural ya, por sí solo, acojona, por aquello del intenso bullir que uno asocia a ese mar de patas (un bicho sin patas no es tal) que, por muy invierno que sea y por muy abrigado que uno esté, desencadena esa sensación de que te recorren la espalda y los lugares más íntimos.

A los bichos les atribuimos ciertas cualidades que parecen esconder maléficas intenciones.

Los bichos se mueven. Es una de sus más desagradables características. Bicho muerto no causa tanto reparo, pero bicho vivo descompone el cuerpo. Muestran una viscosidad, una movilidad y un exceso de patas que bloquean nuestros sistemas de indiferencia.

Los bichos no viven para otra cosa que para meterse entre nuestra ropa y rozar nuestro cuerpo. Es, según los humanos, su razón de ser.

Lo consideramos su destino evolutivo, que supongo que debieron alcanzar tras millones de años de dura competición por meterse bajo una camiseta, de piel de mamut,

claro. Esta obsesión por los bichos se incrementa curiosamente en pleno invierno, cuando, por mucho que llevemos vestimenta cebollera, con camiseta, sudadera, cazadora, parka y la manta del sofá por encima frente a la chimenea, les otorgamos la cualidad de atravesar la materia y recorrernos la espalda.

Otra de sus motivaciones vitales es introducirse por nuestros agujeritos.

Hablo de las orejas, por supuesto.

No tienen otra cosa mejor que hacer que meterse dentro de nosotros. Es, de hecho, mundialmente conocido que los bichos se alimentan de partes interiores de seres humanos. A la vista está el poco cerebro que le queda a tanta gente.

Un verdadero bicho debe crujir al ser pisado. Este sonido se implanta en nuestro cerebro en la más tierna infancia, cuando, más temprano que tarde, aparece en nuestra vida la primera cucaracha, señora entre los bichos, dicho sea de paso, que comprobamos que existe para ser pisada con el correspondiente chasquido. Esa marca auditiva ya no nos abandonará, aunque pasemos el resto

11 de la vida en la Estación Espacial Internacional.

Somos multiecologistas, protectores del planeta, socios de Greenpeace y defensores del protocolo de Kioto con la vida, pero en nuestra casa, ni un bicho. Es lógico. Con lo tremendamente dañinas que son y la inmensa mortalidad que causan, por ejemplo, la polilla esa que se cuela en el salón despistá por la bombilla o la tarántula venenosa del Amazonas de tres milímetros de tamaño que se esconde entre nuestros libros, no podemos dormir tranquilos mientras no nos deshagamos de ellas. ¡Viva el ecologismo! Pero fuera de casa.

Todo bicho es horrible y causa escalofríos salvo que sea gamba, cigala o similar. Entonces pasa a la categoría de manjar, y el escalofrío nos lo suele dar el importe de la cuenta cuando nos toca pagar. La langosta, cigala o similares son seres diferentes, bonachones. Cualquiera, cualquiera dormiría plácidamente en una cama cubierta de gambas vivas.

El bicho ha sido y será un constructor de vínculos familiares y personales. El «¡Mamá!/¡Papá!, ¡para, para!, ¡un bicho!» cuando se circula con todas las ventanillas cerradas camino del ilusionante fin de semana campestre es un estímulo determinante en las relaciones paterno- y maternofiliales. Otro clásico es la situación que destroza el mejor intento de formar pareja o amistad, cuando organizamos una impresionante ruta que rodea el glaciar más antiguo del continente, con las mayores cascadas del planeta, donde crece una especie única de rododendro y donde

cayó el meteorito más extraño jamás encontrado, y a nuestra pareja o proyecto de ella se le ocurre preguntar antes de salir: «¿Habrá bichos?».

No cabe describir a estos seres, puesto que lo agresivo de la palabra viene, precisamente, de lo que cada uno imagina. Podría decirse que todos llevamos un bicho dentro en su doble acepción de tener creada un imagen mental de lo que son y de ser capaces de convertirnos en unos impresentables a las primeras de cambio.

Desconozco en este momento, y no lo voy a mirar en la Wikipedia, si alguna universidad del Medio Oeste americano ha efectuado algún estudio para determinar cuál es la descripción que cada persona hace en su interior cuando se nombra la palabra «bicho».

Por cierto, y haciendo un paréntesis en el tema, es ese un juego simple para después de algunas cenas de invierno en casa: reparta sendas cartulinas y lápices, calle la boca al que siempre se niega porque dice no saber pintar y proponga que en cinco minutos (que también pueden ser diez) cada uno dibuje lo que significa para él/ella un bicho. Al terminar, podrán ir descubriendo uno a uno los dibujos para comprobar las diferentes y, ya verán, sorprendentes formas que hay de representarlos. Ya, dependiendo de la imaginación que tengan y de las copas que lleven, podrán hacer una ampliación interpretándolos psicológicamente en grupo o, si temen que eso destruya alguna de las parejas presentes, simplemente debatir qué bicho quedaría ganador

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si se encontraran todos. Para los más perdidos y/o borrachos, lo de explicar la forma de mantener relaciones sexuales de cada uno (empezando por los bichos) puede hacer de la reunión una velada inolvidable.

Aviso que no es un juego muy recomendable si hay gente susceptible y, sobre todo, si se juega de noche en una cabaña aislada en medio del monte, porque en estos casos es mucho peor que aparezcan bichos en el dormitorio que la irrupción del enmascarado con la motosierra, que, por muy asesino que sea, no tiene tantas patas.

Es mucho más agresivo e inquietante el uso del término que el bicho en sí.

Pocas personas reaccionarían si se les dijera que una nube de lepidópteros se está acercando a su casa. Escuchar, sin embargo, que los bichos se están haciendo fuerte detrás de la lavadora lleva directamente al síncope.

Otro enfoque que demuestra el vínculo de la especie humana con estos seres es que, en algún momento de nuestra historia, optamos por calificar como tal al individuo del que cabe esperar cualquier maldad, elaborada y considerada para hacer el mayor daño posible, especialmente si es vecina en bloque de renta antigua.

Un espacio lleno de seres asociados a esta temible palabra es el universo fílmico. De hecho, dentro del grupo de películas de ciencia ficción serie Z, podría abrirse un subgénero denominado «películas de bichos», de muy bajo presupuesto, nulo guion y con el bicho pastoso y

repugnante como único pilar de la cinta. Con un bicho basta, pero si son muchos, mejor.

Aunque hace años la Disney-Pixar salió al rescate de estos seres con su película de dibujos animados, el archivo cinematográfico está lleno de bichos inmundos.

Entre los filmes de un presupuesto más decente que se apoyan en el uso de esta palabra (en la traducción española) está Starship Troopers (Tropas del espacio), dirigida por Paul Verhoeven, estrenada en 1997 y basada en la novela fascistoide (aunque hay críticas que la califican más de comedia negra sobre el estado totalitario) del excelente escritor de ciencia ficción Robert A. Heinlein.

Si bien la peli dista bastante de la novela, para lo que aquí expongo basta recordar que los seres humanos del futuro han establecido un sistema social por el que solo alcanzan la ciudadanía y, por tanto, derechos políticos quienes han prestado servicio militar. Bajo este pre­texto, la principal actividad de la juventud es aprender a eliminar todo lo que se ponga por delante.

Alcanzado el contacto con otra civilización, que no parece muy digna de confianza, ya que se dedica a bombardearnos con meteoritos teledirigidos a través de agujeros de gusano, las tropas de los regimientos donde sirven nuestros protagonistas se embarcan en una cruzada para derrotar a los que llaman, y aquí está el nexo, bichos.

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¿Qué mejor forma de llamarlos, si son extraterrestres con patas?

De altura superior a la de un ser humano, con patas articuladas y una agresiva pinza por cabeza con la que destripan soldado tras soldado, estos arácnidos se agrupan en inmensas hordas y se vuelven contra los protagonistas, a los que nos les queda otra que vaciar los cargadores para tratar de no ser ensartados por las veloces pinzas.

La película, una vez asumimos el marco militarista, se deja ver bastante bien. Entremezcla relaciones de pareja con la lucha contra el bicho-enemigo. Personalmente, me encantan las escenas de batalla espacial y los campos del planeta Klendathu, donde los bichos, también llamados insectos, hacen frente a la invasión humana. No se encuentran grandes interpretaciones, ya que todos los protagonistas se limitan a desarrollar sus papeles sin estimular precisamente al público.

Hilando con el uso que se le da en la película, el calificativo de bicho es un arma lingüística muy socorrida para marcar al objetivo de la crítica o el pisotón y, por supuesto, al de la xenofobia. Si alguien o «algo» es un

bicho, tiene merecido morir crujiendo bajo el peso de la bota del que nunca se considerará tal.

Me pregunto si para otros seres nuestro aspecto no podría dar también la impresión de que somos «bichos». Contemplando una playa veraniega puede que no, si bien tenemos cinco extremidades visibles (no haré aquí la broma fácil de incluir como extremidad la barriga cervecera) y podríamos ser pseudoarácnidos. Pero pónganse ustedes en la posición de un pacífico y apático extraterrestre (apático en el sentido de no estar dotado de patas) recién llegado, al que le diera por contemplar desde arriba una discoteca de Ibiza a las tres de la mañana de cualquier fin de semana de verano. ¿Sería o no sería eso una jaula de bichos? ¿Cuántas «patas» temblonas podrían contarse allí?

La vida del bicho está marcada de antemano. Tenemos grabada en la cabeza la asociación y la maldad está inseparablemente ligada al término.

Para terminar, ya que la conclusión pretende ser que cada uno esconde un bicho en su cabeza, pregúntese: ¿cómo es el bicho que llevo dentro?

Nico Pérez del Moral. Malagueño de crianza desde hace ya algunos decenios, amante del bricolaje de palabras que terminan por decir algo, buceador en imaginaciones con cuerda de retorno y espetero de sueños que a veces (las más) se despierta ensartado cual sardina.

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BICHOS Y BICHAS: DESTERRANDO FALSOS MITOS Y CREENCIAS POPULARES ANFIBIOS Y REPTILES, LOS GRANDES INCOMPRENDIDOS

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n 2004 comencé a observar y a conocer la naturaleza que nos rodea.

Por entonces, al igual que la mayoría de las personas, especialmente aquellas que han nacido y se han criado en las ciudades, pensaba que los bichos y las bichas eran cosa mala. Pronto, bichos y bichas comenzarían a cambiar mi opinión sobre ellos.

Lejos de ser unos seres malvados, los anfibios y los reptiles, como dije anteriormente, son muy beneficiosos allá donde viven y deberíamos tratar de cuidarlos, cada uno dentro de nuestras posibilidades.

Antes de continuar, quisiera aclarar qué son los bichos y qué son las bichas, según mi opinión. Los primeros aluden a cualquier ser vivo que se cree que es perjudicial, incluida alguna que otra persona: seguro que conocéis a más de uno que es un auténtico bicho; las segundas, a las serpientes, esos seres sin patas, reptantes y, para muchos, repugnantes.

Desde antiguo, los reptiles en general y las serpientes en particular han sido objeto de odio, miedo y persecución a partes iguales. Ya en la Biblia, estos bellos seres no eran bien tratados, y desde entonces hasta nuestros días han sido injustamente sacrificados siempre que se ha tenido ocasión.

Los herpetos, grupo que engloba a los anfibios y a los reptiles, son sin duda, dentro de los vertebrados, el grupo faunístico menos valorado y, curiosamente, uno de los más importantes en los ecosistemas (incluidos aquellos donde habita el ser humano) y uno de los más amenazados a nivel global, sobre todo los anfibios. Desde siempre se les han atribuido cualidades mágicas, especialmente en la brujería, y a menudo perjudiciales: nunca olvidaré a mi difunta madre diciéndome que tuviera cuidado de no acercarme a las salamanquesas, que me podían escupir y quedarme calvo; o cuando me contaba que las mujeres con la menstruación no debían salir al campo porque los lagartos se les subían por la entrepierna… Cosas de los pueblos.

Reptiles

En el ámbito doméstico, las salamanquesas (que no salamandras, como muchos las llaman) son buenas aliadas para mantener nuestras viviendas saneadas de otros seres más desagradables, como moscas, mosquitos y cucarachas.

Las serpientes son muy necesarias, principalmente en zonas de cultivo, pues la mayoría de ellas depredan ratas, ratones y topillos, que en ocasiones pueden ser perjudiciales. En la provincia de Málaga contamos con un buen número de especies de serpientes, de las cuales solo tres son venenosas y solo una de ellas puede representar peligro para las personas. La culebra bastarda (la más grande del continente europeo, con hasta 2,5 metros de longitud) y la culebra de cogulla (mucho más pequeña, de menos de un metro) tienen veneno, pero este se encuentra en unos colmillos muy atrasados y que solo

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16 inoculan cuando ya han capturado a su presa y la están tragando. Se trata de un veneno de los considerados como «digestivos», pues comienzan a deshacer los tejidos de la presa y facilitan su digestión. Debido a la disposición atrasada de los colmillos, es casi imposible que estas dos serpientes muerdan, pues no los usan como defensa: ante cualquier amenaza, huyen y se ponen a resguardo. La tercera serpiente venenosa, la víbora hocicuda, es la única que puede representar un peligro, pero solo cuando se siente amenazada. En muchos casos, desaparece antes incluso de ser detectada. La mayor parte de las picaduras de la víbora se producen al intentar manipularla, al mover piedras o accidentalmente, al sentarse en algún lugar donde se encontrara guarecida. A menudo me dice la gente: «He visto una víbora»; y yo les digo: «Estupendo. ¿Cómo era de grande?»; y entonces me dicen: «Mediría más de un metro»; a lo que yo les contesto: «Pues una de dos: o eres mu exagerao o has visto una culebra». Y es que nuestras víboras raramente alcanzan una longitud más allá del medio metro. Es muy fácil diferenciar una víbora del resto de serpientes malagueñas, siendo la forma de sus pupilas la más concluyente: la culebra las tiene redondas, mientras que la víbora las tiene verticales. De cualquier modo, es poco probable ser mordido por una víbora, pero en caso de serlo, hay que relajarse, intentar moverse lo mínimo posible para no acelerar nuestro pulso y que el veneno corra más deprisa por nuestro organismo, llamar a emergencias (112) y esperar a que nos rescaten. Bajo ningún concepto hay que succionar la picadura, pues el veneno sería absorbido por nuestra boca, ni hacer un torniquete en caso de ser en una extremidad, ni hacer cortes alrededor de la picadura para drenar el veneno.

El resto de serpientes, lagartos, lagartijas, salamanquesas, eslizones, culebrillas ciegas, camaleones, galápagos y tortugas son

totalmente inofensivos, no son venenosos y lo que menos quieren, aunque a veces no lo parezca, es estar cerca de un ser humano.

Así que la próxima vez que te encuentres con algún reptil, respétalo, pues es mucho mayor el beneficio que aporta que el perjuicio que ocasiona.

Anfibios Los anfibios, al igual que los reptiles, son muy beneficiosos allá donde medran, tanto en la fase larval acuática como en la adulta fuera del agua. Los renacuajos, es decir, las larvas de anfibios se alimentan de otros organismos acuáticos, más que nada larvas de mosquitos y otros dípteros. En estado adulto devoran ingentes cantidades de saltamontes, escarabajos, babosas, etc., que en entornos rurales y cultivos pueden ser perjudiciales para las cosechas.

El ser humano siempre ha encontrado utilidad a los anfibios. Un ejemplo de ello es la famosa prueba de la rana, usada hasta hace relativamente poco. Para saber si una mujer estaba embarazada, se inyectaba su orina bajo la piel de una rana o sapo hembra. Si desovaba en las siguientes veinticuatro horas, se consideraba como positiva la prueba de embarazo. La orina de una embarazada contiene hormonas que estimulan la ovulación del anfibio.

Todos los anfibios poseen una defensa química que usan ante los depredadores que intentan alimentarse a su costa. Producen sustancias tóxicas que exudan a través de unas glándulas situadas a los lados de la cabeza, llamadas parótidas. Estas sustancias pueden causar una reacción alérgica al simple contacto con nuestra piel. Más grave puede ser si entran en contacto con nuestra sangre o si nuestras mascotas se los llevan a la boca, lo cual puede producirles vómitos e incluso convulsiones. Estas sustancias quí-

17 micas han sido usadas durante milenios por algunas tribus amazónicas, que impregnan con ellas las puntas de las flechas y lanzas que utilizan para cazar, lo que hace más mortales si cabe las heridas producidas por sus armas. Otro de los usos que se les están dando a algunas especies de sapo en los últimos años es el de droga. Se ha creado la moda, por llamarlo de alguna manera, de lamer la piel de los sapos para «colocarse».

Una práctica muy peligrosa que, en algunos casos, ha acabado en tragedia para el «mono lamedor».

Herpetos: un grupo amenazado Tanto los reptiles como los anfibios son el grupo más amenazado a nivel global.

Especialmente preocupante es la situación de los anfibios. La destrucción y fragmentación de sus hábitats es una de las principales amenazas. A menudo el responsable

José Manuel Moreno Benítez. Apasionado del estudio, la divulgación y la conservación de la naturaleza desde 2003 y guía profesional de esta desde 2012. ConoceNatura es su proyecto de ecoturismo y educación ambiental.

es el ser humano: urbanización y construcción de infraestructuras, desecación de ríos, arroyos, manantiales, etc. por la extracción abusiva de agua… El calentamiento global que está alterando el clima, con periodos de sequía cada vez más prolongados y lluvias más concentradas en el tiempo, es otra de las amenazas. Pero la más preocupante actualmente es la muerte masiva causada por un hongo que se ha extendido por todo el planeta, debido a la anteriormente mencionada prueba de la rana. Este hongo es capaz de causar auténticas masacres en poco tiempo entre los anfibios, sin que hoy día se sepa cómo combatirlo.

Anfibios y reptiles, un grupo desde antiguo injustamente maltratado pero que, muy al contrario de lo que se cree, es sumamente beneficioso. Espero que la lectura de estas líneas haya cambiado la percepción que tenías de estos seres. Gracias por tu atención.

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EL GRILLO QUE ATARDECE «Siempre en la vida hay un grillo que te desmiente».

José Viñals

H

ay un grillo que canta y chilla azul contra la noche, retorciendo las ramas del silencio.

Ayer, cuando era octubre y los pájaros todavía en el filo del cielo cantaban la esperanza, le habría sonreído con dulzura; pero hoy la tarde es un desierto azul y mi cuerpo se estanca, huye de mí el descanso.

Me dormí tapándome los huecos en donde el mundo arruga la poquita luz de los días de enero.

Desperté: la insistencia sugiere en mis antípodas que la vida allá afuera aún sigue sin bordarse.

No es culpa de la tarde.

El hilo de nostalgia me viaja en ese grillo al ruidoso cadáver de otra casa ya en ruinas, a los voces que juntas entonamos, cuando amar era cierto. ¿Estaremos trepanados de grillos mundo adentro?

Grises larvas recogiendo el dolor y el serrín de esa tarde de antaño que fue nuestra: cuando siempre era un mundo sin frontera.

Entre el grillo y la noche han roto mi coraza, el barniz del reflejo me punza la madera contra el ojo y yo fuerzo la vista porque quiero mirarte sin la culpa.

Tes Nehuén (Argentina, 1983). Actualmente vive en Málaga. Es la fundadora del portal literario Bestia Lectora, en el que además publica reseñas de libros, entrevistas con escritores y artículos de carácter periodístico. También es la administradora de las redes sociales de este sitio y de Poemas del Alma. Sueña con un mundo donde los animales no sean tratados como objetos, pero no cree que sea posible esa lucha fuera del feminismo. Le encanta el humor absurdo y le cae muy mal la gente que no se ríe. Si quieres conocer su lado chungo, solo tienes que desafiarla a una partida al Mario Kart.

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DOCTORA RUBY L

a doctora Ruby estaba convencida de que humanos y zombis podían convivir en armonía.

El mes siguiente demostraría a toda la junta que era posible. Aún tenía que limar un poco los modales de Paco, y quizás hubiera que cambiarle el brazo a Antonia: se le estaba pudriendo más rápido de la cuenta, comenzaban a verse demasiados gusanos, y los directivos eran un poco escrupulosos con esos pequeños detalles.

Al llegar al complejo experimental, mientras se desenroscaba la bufanda, volvió sobre el asunto del brazo, colgó el abrigo ensimismada en el problema y, tras marcar la clave de su laboratorio, entró. Ese mismo día le pediría a su ayudante que le subiera algunos frescos de la morgue para cambiárselo.

Paco, que era más activo y nervioso, saludó a la doctora Ruby con algunos palmetazos neuróticos en el cristal que los separaba.

—Buenos días, Paquito —saludó cantarina la doctora, que puso asimismo sus dedos morcillones en el cristal.

—Ugueo íaa —respondió el zombi enderezándose todo lo que podía al tiempo que meneaba una mano des-

mayada, intentaba estirarse la camisa con la otra y esbozaba una sonrisa, sin conseguir ninguna de las tres cosas.

Antonia, más apática y tranquila, solo gruñó su vocablo favorito apoyada en el cristal: —Coiaaaaa, coiaaaa. —Era su forma de empezar todas las conversaciones: pedir comida.

No era tan lista como su compañero y apenas había aprendido unas pocas palabras, pero su docilidad compensaba la vagancia. Además, a Paco le gustaba; le gustaba mucho, y varias veces lo sorprendió chupando una guedeja que se le había desprendido o comiéndole los gusanos del brazo estropeado. ¡Qué lástima que fuera tan arisca con él!

La doctora Ruby esperó a que la puerta de seguridad de su laboratorio le confirmara que estaba cerrada para retirar la mampara acristalada que dividía su espacioso reino en dos cubículos.

Hacía tiempo que ya no se ponía casco ni trajes de seguridad antimordiscos. Al principio todos habían puesto el grito en el cielo y pronto había llegado a las altas instancias, pero solo había tenido que hacer una llamada

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a su todopoderoso dueño, señor y padre para que la dejaran en paz. No había hecho falta ni una palabra más; su progenitor estaba convencido de que a los hijos raritos a los que nunca entenderás es mejor tenerlos entretenidos, localizados y controlados (no necesariamente en ese orden, pero siempre bajo esas tres premisas), y así evitas sustos y problemas y, de vez en cuando, hasta resultan rentables.

Hasta que la mampara de cristal no comenzó a recogerse, Antonia no hizo amago de enderezarse para mantener el equilibrio.

—¡Si es que eres lacia lacia! —le dijo cariñosamente la doctora. En cuanto la oyó hablar, Paco, que había seguido saludando con la mano, paró y ayudó a Antonia con torpe lentitud a adquirir linealidad para evitar que se desmadejara en el suelo, como era habitual; la doctora adoraba las pequeñas cortesías de su Paquito.

La doctora Ruby había dedicado mucho tiempo a estudiar la fisiología de Antonia, y aunque le había costado reconocerlo, a su podrido cuerpo no le pasaba nada que impidiera una correcta movilidad zombi; solo era vaga.

Para cuando la mampara desapareció del todo, los dos estaban de pie frente a ella, esperándola. Paco tenía un brazo sobre el hombro de Antonia; ella intentaba zafarse con desidia.

—Ooda, Eodora Uby —carraspeó guturalmente Paco como si le hubieran soltado una descarga—. Eodora Uby, Eodora Uby. —Y según lo repe-

tía, Antonia se sacudió con pereza el brazo que él le había echado.

—Sí, Teodora Ruby —vocalizó con precisión, exagerando los gestos bucales para que él se fijara—. Soy la doctora Teodora Ruby —dijo señalándose con regocijo infantil—. Hola, Paco —volvió a vocalizar exageradamente, lo que hizo que captase toda la atención del zombi—. ¿Qué tal estás?

—Aaco uapo —respondió él dándose intensos golpes en el pecho con la mano lacia mientras Antonia comenzaba a escorarse sobre su hombro lentamente. La doctora Ruby rio.

—Sí, Paco guapo. —Carcajeó complacida y llena de ternura al ver cómo volvía a enderezar a su compañera con toda la delicadeza que su estado le permitía, para que esta comenzara de nuevo el lento precipitarse hacia él.

—Aaco jamisa nueva. —Y al decirlo dio un paso adelante, tan impetuoso que por un momento la doctora Ruby pensó que se iba a abalanzar a morderle el cuello, hasta que percibió que Paco no llevaba la misma camisa que la noche anterior; incluso Antonia se detuvo en su lenta inercia hacia la caída.

En la mente de la doctora comenzó la ignición de un placentero estallido. ¿Era posible? ¿Paquito había realizado un acto de puro y libre albedrío? ¿Él solo había decidido cambiarse la camisa? Paró cualquier proceso mental, repasó al zombi y pudo corroborar que era la camisa que llevaba semanas doblada en la silla del rincón tras la mampara acristalada. No pudo contenerse; cogió un ratón vivo del

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dispensador de roedores, se acercó a su querido podrido y, acariciándole la parte menos deteriorada del rostro, le dijo al borde del llanto: —¡Bravo, Paco! Paco bueno, Paco bueno —repitió al tiempo que se daba en el pecho con una mano para reforzar el condicionamiento, mientras con la otra le tendía el ratón. Las lágrimas comenzaron a escapársele.

El zombi de camisa nueva daba cabezazos hacia atrás en un intento cinético de curvar sus labios. Se concentró en controlar los movimientos desacompasados sin lograr esbozar ni un atisbo de sonrisa, irguió la cabeza y tendió su mano hasta los dedos que sujetaban el ratón; lo asió para dejarlo caer de inmediato y, sin soltar los dedos de la doctora, le rodeó la mano con una delicadeza impropia de su naturaleza.

Dio un paso más con la menor zafiedad de la que fue capaz y con la otra mano acabó de coger la de la doctora mientras dejaba que Antonia, ya medio escorada sobre él, se estrellara contra el suelo.

La doctora lloraba de emoción al ver todas sus teorías confirmadas.

Paco fue poco a poco acercándose a ella y cogiéndole todo el brazo con delicadeza zombi mientras graznaba con arrobo el nombre de ella: «Eodora Uby, Eodora Uby, Eodora Uby», y cuanto más hablaba él, más lloraba ella viendo el futuro que se avecinaba.

No fue hasta muchos segundos más tarde cuando sintió el dolor del mordisco; los primeros avisos punzantes le resultaron un engaño de su cerebro, una sensación producida por la emoción del momento, hasta que al volver la cabeza hacia la izquierda vio a Antonia erguida con la boca chorreando sangre, su sangre, que se le precipitaba a borbotones, lo cual la hacía doblar las rodillas. Sin pestañear ni esforzarse, con el semblante más serio que un zombi pueda adoptar, Antonia le gritó en una perfecta y briosa vocalización: —¡Mala puta!

—¡Qué le vamos a hacer! —comentó su padre al cerrar el Proyecto Armonía—. Resultó una chiflada, aunque teníamos las mismas posibilidades de que hubiera sido un genio; la distancia suele ser insignificante.

Anabel Díaz. Es agricultora ecológica, celíaca y una enamorada de las hormigas y del flamenco. Cultiva cítricos ecológicos y, para compensar que no usa pesticidas, escribe sobre zombis. Declara su amor a los bares que tienen cerveza sin gluten, intenta ilustrar al prójimo sobre lo fascinantes que son las hormigas (sin mucho éxito, la verdad) y no la suelen dejar cantar flamenco por mucho duende y alma que le ponga (se ve que, para ella, no tener voz, desafinar y perder el compás no son impedimentos para cantar).

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EL BURRO Y SUS PARIENTES

C

on objeto de difundir y apoyar la magnífica labor de aquellas personas que dedican su vida y su dinero a la recuperación del burro, un grupo de fotógrafos de la Sociedad Fotográfica de Málaga (SFM) emprendieron un proyecto que los llevó a recorrer varios refugios o santuarios de animales en Rute (Córdoba), Fuente de Piedra (Málaga) y Bodonal de la Sierra (Badajoz).

Aunque en un primer momento las visitas se centraron en tomar fotografías de los animales que vivían allí, pronto cada sesión se convirtió en algo más. La historia de cada burro (y de otros animales que convivían con ellos), las razones por las que los voluntarios y responsables decidieron emplear su tiempo en cuidarlos y el relato de sus vidas, más o menos azarosas, originaron en los artistas la necesidad investigar a fondo y dar a conocer una realidad que no suele llegar al ciudadano de a pie.

La implicación con el trabajo de los refugios fue tal que decidieron realizar una exposición itinerante con el propósito de recaudar fondos para las fundaciones. Así, donaron fotografías enmarcadas para su venta, organizaron una semana de tapas solidarias en un restaurante y confeccionaron un calendario con el Refugio del Burrito de Fuente de Piedra. Toda la recaudación obtenida con estas acciones se ha cedido a los santuarios para ayudar al mantenimiento y a la protección de los animales acogidos.

La muestra se ha presentado en ocho espacios diferentes, repartidos por la provincia de Málaga y la localidad de Rute. También se ha editado un catálogo que incluye todas las obras expuestas y una sinopsis de las experiencias que vivieron los fotógrafos durante la realización del proyecto.

En resumen, y en las propias palabras de los miembros del colectivo, «lo mejor ha sido el descubrimiento del amor que existe por el burro y la dedicación y el compromiso de muchas personas para que perviva en condiciones óptimas y dignas».

Fotos: Amelia de los Ríos. Puede decir que es fotógrafa desde que descubrió, a través de un taller de narrativa fotográfica, que hacer fotos no es solo disparar.

A partir de entonces unió sus dos grandes aficiones: la escritura y la fotografía, y así empezó el blog La que hay que liar para no planchar. Sin embargo, lo que son las cosas, se fue liando, y entre la SFM, el CLEF, varios cursos de fotografía en los que fue aprendiendo y depurando su técnica y los proyectos que se ha encontrado por el camino (Inside out Málaga, El burro y sus parientes, La noche se hace arte), ya ni escribe ni sabe siquiera dónde está la plancha.

LA COMA ETÍLICA

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EL ANIMAL MÁS TEMIBLE

P

osadas en la hoja de un arbusto, un par de amigas observaban el panorama atentamente.

—¿Qué es esto, tía? Tanta peña reunida. ¿Dan algo gratis?

—Ni idea, pero vamos a quedarnos un rato a ver.

—Mira, parece que el rey va a hablar. Estiremos las antenas, a ver qué dice.

En un amplio claro del bosque se reunían cientos de animales. Un par de jirafas sostenían con sus bocas un enorme cartel que decía: «GOT TALENT KING». Bajo el rótulo, las reglas explicaban que el animal que demostrara ser más fiero sería elegido rey.

El primero en presentarse fue el tigre.

—Yo debería ser elegido —dijo—. Soy fuerte y ágil, mirad mis zarpas y mis colmillos. Deleitaos con mi elegancia de movimientos. Que el rey sea siempre un león es una tradición obsoleta.

Las palabras del felino provocaron algunos murmullos de aprobación.

—A ver, el siguiente —cortó el monarca en funciones.

Un rinoceronte se acercó apartando a los demás animales con su enorme cuerpo y se dispuso a hablar.

—Yo soy mucho más fuerte que el tigre y el león juntos. Y además tengo un cuerno.

—Vaya cosa —se burló un cabrito—, yo tengo dos.

—Si quieres, lo debatimos —bramó el rinoceronte, resoplando.

—No, tranqui. Solo vengo de público.

—¿Algo más? —interrumpió el león.

—También sé bordar —añadió el rinoceronte, y se puso en el cuerno un mantel precioso para que todos pudieran verlo.

—Oh, qué mono —dijo un ciervo.

—Bien. ¿Alguien más?

25 —Sí, yo. —Era el oso quien hablaba—. Soy casi tan grande como el rinoceronte y además tengo colmillos y garras como el tigre.

—Admirable —comentó el león, que parecía poco impresionado—. Pues ahora hablaré yo…

—Eh, carajota. No muevas tanto la hoja, que me voy a caer.

—Es que no veo bien. ¿Quién viene por ahí?

—Jo, jo, jo. Son la mofeta y la rana. Ya verás, esto se va a poner bueno.

—… Y por todos esos motivos debería seguir siendo el rey —terminó el león.

Los animales no parecían nada convencidos y comenzaron a hablar todos a la vez. Una voz chillona se elevó por encima de los murmullos.

—El rey seré yo —terció la mofeta—. ¿Alguien se opone?

Los animales salieron de su silencio para descojonarse como si no hubiera un mañana. Se revolcaban de risa. Parecía especialmente entusiasmado el cerdo, para el que cualquier excusa era buena.

La mofeta, sin embargo, sonreía.

—Vamos a enseñarles algo a estos idiotas —le dijo la aspirante a reina a la pequeña rana que la acompañaba; los extraños colores de la piel del anfibio parecían cambiar al moverse.

Esta se lanzó como un relámpago, comenzó a saltar de animal en animal, tocando con sus patitas tóxicas a los más grandes que había, y luego volvió donde estaba la mofeta e hinchó su papada a modo de burla.

—¿Cómo te atreves, maldito batracio? —rugió el tigre indignado—. Me has manchado una raya. Ahora verás.

Saltó hacia la rana, pero la mofeta fue más rápida. Con excelente propulsión y puntería, se giró y le lanzó un chorro de destilación propia justo en mitad del hocico. El tigre tosió y rodó sobre sí mismo. Parecía estar ahogándose.

—Tengo puesto el fuego automático, ¿alguien quiere otra ración? —advirtió, preparada para disparar.

Algunos miraron a la pequeña mofeta con temor, pero también les inquietaba la rana, puesto que los animales a los que había tocado estaban comportándose de un modo extraño: el oso bailaba capoeira y el tigre hacía una escultura de piedras al tiempo que controlaba su respiración y cantaba un mantra;

26 el león pastaba hierba, mugiendo con alegría, mientras el rinoceronte daba saltitos y repetía sin parar: «¿Por qué nunca me dijo nadie que soy un unicornio?».

—Vivir para ver —le dijo una amiga a la otra.

—Anda que no. Muerde qué rollo: tantas garras, músculos y colmillos para nada.

—Vencidos por un pedo y un tripi.

—Sí, tía. Para cagarse.

—Nunca mejor dicho.

—Eh, cabrito. Tráeme la corona —dijo la mofeta.

—No tenemos —respondió el cabrito—. Ser rey aquí no significa gran cosa. Solo sirve para convocar las reuniones de la comunidad.

Bueno, también hay que estar pendiente del equilibrio ecológico y de las peleas de vecinos. ¡Ah! Y todo el papeleo debe estar al día, que me olvidaba. Aparte de eso, hay que vigilar a diario los niveles de…

La mofeta lo silenció levantando la cola y apuntándole.

—Corta el rollo. Ya me hago una idea de qué va esto. ¿Tú quieres ser reina, ranita? Vale, no pongas esa cara. —Pensó unos instantes—.

Ya sé: al ser el vencedor de la competición, establezco la República Anarquista Alegre de la Selva, un nuevo gobierno que consiste en que no hay gobierno. ¿Qué? ¿Os gusta? —Los animales quedaron confusos y se miraron unos a otros—. Hala, vámonos, ranita.

—Fíjate, se van tan tranquilos.

—Hay que joderse. Vaya dos elementos.

—Se rumorea que los monos esos que se pegan con palos y afilan piedras serán inteligentes algún día.

—Vaya. Quizá sería bueno. Podrían poner algo de orden.

—¿Lo crees en serio?

—Bueno, vamos a lo nuestro, que el polen no se recoge solo. ¡Mira qué flor más bonita! ¿A que llego yo antes?

Bzzzz, bzzzz, bzzzz.

Daniel Henares (1983). Malagueño de nacimiento y residencia. Aficionado a la literatura en general y al género fantástico en particular. Sigue, cual obediente hormiguita, apilando escrito sobre escrito en su blog www.danielhenares.com.

Le gusta vivir a ritmo de blues y dormir siempre que es posible. Hay quien dice que es un filósofo callejero y también que solo es un charlatán que no paga la cuenta. Juzgue usted si le apetece; y si no, échese una siesta, que siempre viene bien.

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SOBRE

BICHO RARO

S

in ánimo de explicar la ilustración por completo (eso no se hace, ya está el espectador para entenderla como le dé la gana), me gustaría decir que pretende ser una reflexión en torno a la lectura como rareza, a la infancia y la imaginación, al bullying y la furia contra lo diferente y no sé cuántas cosas más. Los bichos raros deberían ser la norma y contar con antenas para aprender y alas para volar. Si fueran la norma, dejarían de ser bichos raros, claro; pero estamos en este mundo miserable, así que seguirán siendo bichos raros, y serán siempre aquellos a quienes yo más aprecie.

Marcos Reina Segovia. Bibliotecario ambulante con el sincero deseo de ser un artista ambulante, que deambula en los territorios de la palabra y la imagen. Por sus afinidades electivas, no aspira a ser millonario, pero sí a tener un huerto y un bosque cerca de él más pronto que tarde. Lo que no sabe es cómo. Tiene dos hijos y un montón de libros por leer. Y poco más.

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: PET SOUNDS LA REVOLUCIÓN SONORA

(Y ANIMAL) DE BRIAN WILSON

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«Cuando lo escuché, pensé: “Oh, Dios, este es el mejor álbum de todos los tiempos; ¿qué vamos a hacer ahora?”», dijo Paul McCartney sobre Pet Sounds, el disco que asegura que sirvió a los Beatles de acicate e inspiración para acometer la creación de Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, la que para muchos es su obra maestra y piedra angular de la psicodelia.

En realidad, esa sana rivalidad artística entre Beach Boys y Beatles había nacido mucho antes —sin que ellos mismos lo supieran—, cuando am­bos sur­gieron casi a un tiempo, decididos a llevar más allá el rock and roll con el que habían crecido; mucho más allá.

Los californianos le añadieron las armonías vocales del doo wop, elemento distintivo con el que terminaron de dar forma a la música surf, un estilo que instrumentalmente acababa de popularizar el rompedor guitarrista Dick Dale. Mientras tanto, los de Liverpool sublimaron las melodías que habían aprendido del añorado Buddy Holly y sentaron las bases del glorioso beat británico de los sesenta, poco antes de convertirse en la banda que revolucionaría la historia de la música. Ambos asaltaron el mercado de sus respectivos países vendiendo millones de discos en 1963, pero tras el aterrizaje de los fab four en el programa de Ed Sullivan el 9 de febrero de 1964, John Lennon, Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr relevaron a los

hermanos Wilson como ídolos de la juventud americana.

Dejando a un lado las lógicas presiones de la industria discográfica, Brian Wilson aceptó la situación con deportividad y, lejos de frustrarse, encontró la motivación para superarse y escribir cada vez mejores canciones, explorando nuevos horizontes sonoros.

Lo logró con «I Get Around» (mayo de 1964) o «California Girls» (julio de 1965), entre otros temas enormes que los alejaban del sonido de sus primeros éxitos, aquellos que los auparon a la fama. Esto desató las iras de Murry Wilson, el despreciable y maltratador padre de los tres hermanos y manager de la banda.

La edición de Rubber Soul (diciembre de 1965) fue el empujón definitivo que Brian necesitaba para abandonar de una vez las estresantes giras y centrarse en la composición, máxime habiendo sufrido poco antes un aparatoso ataque de pánico en un avión. Cuando se enfrascó en la creación de Pet Sounds, el LSD ya había hecho aparición en su vida, y comenzó a sufrir alucinaciones sonoras que le llevaron a una dimensión espiritual e, inevitablemente, musical; se habían abierto de par en par esas puertas de la percepción a las que se refirió Aldous Huxley en su obra homónima. Las letras que escribió con la ayuda de Tony Asher se alejaban de los coches y de las playas, como también de las rubias bronceadas

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y de las tablas de surf; comenzaban a explorar su interior, hablaban de sus dudas y emociones, incluso de Dios.

A los veintitrés años y una vez liberado del insufrible yugo de su padre —al que, tras una pelea, despidió como manager de la banda—, no solo dejó de ser un niño, sino que pudo sacar toda esa genialidad que llevaba dentro y que desde muy pequeño había alimentado con el cancionero de los Gershwin y con el rock and roll de los cincuenta. La Capitol puso a su disposición unos recursos prácticamente ilimitados y gracias a ello contó con los que acabarían siendo conocidos como la Wrecking Crew, el elenco de músicos que solían trabajar para Phil Spector. El polémico productor y su afamado «muro de sonido» constituían una referencia ineludible para este joven que estaba dispuesto a superar a los Beatles con un disco que se convirtiera en un auténtico punto de inflexión en la historia del rock. Hal Blaine, Glenn Campbell, Jim Gordon, Carol Kaye y Tommy Tedesco, entre otros cuantos monstruos de su talla, dejaron que ese jovenzuelo sin conocimientos de solfeo les explicase con adjetivos y ocurrentes metáforas los sonidos que brotaban a borbotones de su cabeza: infinitas capas de barrocos arreglos que mezclaban delicados instrumentos de cuerda con latas de cocacola; ladridos de perro con oboes, cla-

rinetes y flautas; timbres de bicicleta con theremines…

Los demás miembros de la banda regresaron de una gira de tres semanas por Japón y Hawái y, una vez escucharon lo grabado, ninguno pareció entender verdaderamente lo que había ocurrido: sus hermanos Carl y Dennis no veían posible trasladar al directo la complejidad de esas nuevas canciones; su primo —y encarnizado competidor— Mike Love quería saber el significado de las letras que iba a tener que cantar; su vecino y guitarrista Al Jardine no acababa de comprender los motivos que le habían apartado de la música surf. En cualquier caso, confiaron en su talento y se dedicaron en cuerpo y alma a la grabación de voces, esas gloriosas armonías vocales que habían convertido en sello de la casa. No obstante, a diferencia de todos los trabajos previos, Brian se ocupó de las voces principales en detrimento de Mike, algo que no ayudó a que mejorase la relación entre ambos y que es la causa de que muchos consideren Pet Sounds el primer álbum en solitario de Brian Wilson en lugar del undécimo de los Beach Boys.

Faltaba redondear la obra con una portada que estuviera a la altura y que plasmara el amor de Brian por los animales, a los que incluso llegó a colar en el estudio de grabación. La sesión fotográfica tuvo lugar en el zoológico

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de San Diego y la elegida fue esa ya inmortal instantánea con Mike Love observando a sus compañeros alimentar con manzanas a unas simpáticas cabras.

Desgraciadamente, Pet Sounds no escaló lo suficiente en las listas de éxitos de Estados Unidos y sus ventas fueron más bien modestas. El perverso Murry Wilson no desaprovechó la ocasión para atacar una vez más, sin importarle la fragilidad emocional de su hijo, e intentó restarle importancia al fantástico número 2 que había alcanzado en Gran Bretaña. Con el paso de los años, se reconoció su valía artística y también su ascendencia en el desarrollo de la psicodelia; tampoco faltan aquellos que, por la introspección de sus letras y su coherencia sonora, lo consideran como pionero de los discos conceptuales, unos álbumes que se hicieron muy populares en la segunda mitad de los sesenta y durante la década de los setenta.

A los piropos de Paul McCartney se fueron sumando los de artistas tan dispares como Leonard Bernstein, John Cale, George Martin, Burt Bacharach, Elton John, Elvis Costello, Eric Clap-

ton… Además, las publicaciones musicales más prestigiosas a ambos lados del Atlántico han incluido Pet Sounds en los rankings de mejores álbumes de la historia que han confeccionado desde entonces —casi todas ellas en el número 1—.

Sin embargo, el epílogo de esta historia es triste… Los Beatles grabaron el mencionado Sgt. Pepper’s, que obviamente fascinó a Brian y le supuso un nuevo reto artístico. Decidido a superarlos de nuevo, empezó a trabajar en Smile y su maravilloso single «Good Vibrations», que, esta vez sí, alcanzó la cima de las listas en su país.

Pero Brian Wilson enloqueció completamente y fueron sus compañeros quienes terminaron la obra, editada poco después bajo el nombre de Smiley Smile. A aquellos que queráis profundizar en la apasionante —aunque también dolorosa— vida de este genial artista os recomiendo la película Love & Mercy (Bill Pohlad, 2014) y, sobre todo, la lectura de Bendita locura, el libro que escribió José Ángel González Balsa y que editó Milenio en 2001.

J. F. León. Su melomanía insaciable le acabó llevando a la crítica musical: hace veinticinco años que escribe en un buen puñado de publicaciones (Ruta 66, Efe Eme, Tentaciones, Guitarrista...), desde 2003 colabora en Onda Cero (La Cultureta, Más de Uno, Herrera en la Onda...) y, en la web de esta emisora, arranca ahora la undécima temporada de su propio programa, Rock’n’Roll Animal.

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IMPROTERTULIAS Charlamos con Pablo Rodríguez, activista antiespecista

«EL MAYOR PRIVILEGIO ES EL PRIVILEGIO HUMANO: EL DE ESPECIE» Entrevista: Mercedes Aparicio Rizzo | Fotos: Mon Magán

En esta sección, nos lanzamos al, para nosotras, desconocido mundo de las entrevistas; pero como no somos profesionales y esta no es una entrevista al uso, hemos decidido bautizar esta sección con el nombre de «Improtertulias», ya que el formato elegido es el de una tertulia improvisada, que a veces será entre amigos y otras con personas cuyos puntos de vista puede que no coincidan con los nuestros, pero que nos parece interesante conocer y dar a conocer.

De eso se trata precisamente: de dar difusión y conocer más a fondo a personas cuyas ideas se salen de los patrones establecidos y nos invitan a replantearnos el mundo y nuestra forma de habitarlo.

En esta primera ocasión, charlamos sobre animales y privilegios con Pablo Rodríguez, que se define como activista antiespecista, además de muchas otras cosas.

Buenos días, Pablo. Partiendo de tu propia autodefinición como activista antiespecista, la primera duda que se nos plantea es qué diferencia hay entre el antiespecismo y el veganismo.

Porque mucha gente lo confunde y, aunque seguro que están relacionados, entendemos que son conceptos distintos, ¿verdad?

¡Hola! Pues sí, son conceptos y activismos distintos: el veganismo es algo pasivo, que consiste en no ser parte de un problema, el especismo; y el antiespecismo es la teoría filosófica en la que se apoyan tanto el veganismo, que es la parte pasiva, como el activismo, que es la parte activa.

El antiespecismo es oponerse al especismo, que sería el sesgo que tenemos como sociedad mediante el cual les hemos negado los intereses a las otras especies. Hemos considerado que el respeto que alguien se merece no tiene que ver con que sea capaz de sentir, sino con que pertenezca a una especie u otra. Es una discriminación con base en algo arbitrario, que en este caso es la especie. ¿Tú desde cuándo eres vegano y antiespecista? ¿Cómo empezó todo?

Tuvo que ver con un zorro. A mí siempre me han interesado mucho los animales salvajes, pero tenía muy pocas ocasiones de conocerlos. Ahora que soy mayor, puedo irme en monociclo o en bici cuando me dé la gana al campo de noche a buscarlos, pero antes dependía de mi madre y no dejaba de insistirle en que quería ver zorros. Así que una vez me llevó al monte y por fin hubo

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éxito y tuve un encuentro con un zorro. Los zorros tienen una manera muy propia de relacionarse con algo desconocido y te observan desde la distancia, con prudencia, pero a la vez con mucha curiosidad. No es como una nutria, que te ve y sale corriendo o pasa de ti; el zorro se acerca, retrocede, te mira…

Entonces me di cuenta de que ambos estábamos en las mismas: nos observábamos con cautela, pero teníamos mucha curiosidad por saber qué era el otro; por primera vez vi claro que otro animal aparte de mí tenía un punto de vista, lo cual es algo obvio, porque tiene ojos, tiene elementos para percibir el mundo, pero hasta entonces no lo había visto tan claro. Los dos estábamos en la misma situación y fue como: «Ostras, no solo yo, sino que el zorro también está teniendo su propia experiencia del encuentro, y la mía, por ser humano, no es más trascendente ni más completa».

Luego, tras volver más veces, me hice amigo de uno que tenía una pata destrozada por un cepo de un cazador, cosa que me enfadó. Fue en los Montes de Málaga. Y volví muchas veces, no solo para verle, también le daba de comer, porque estaba muy flaco; no podía cazar con la pata así. Esta experiencia me hizo darme cuenta de que los animales son inocentes y vulnerables y de que mi relación con ellos debía ser en todo caso la de un protector, nunca la de un abusador como el tío que le había roto la pata.

Con el tiempo, decidí que esa premisa tenía que aplicarla en mi día a día, y el hecho de que mi nevera estuviera llena de animales no casaba; tenía que cambiarlo. Tenía catorce años. ¿Y desde el principio tomaste partido? ¿Cómo pasaste de lo pasivo a lo activo? ¿Sueles hacer cosas con otra

37 gente o más bien de manera individual?

La verdad es que desde que empecé la parte pasiva (aunque esa parte tardó mucho en estar depurada y todavía no lo está ni lo va a estar nunca), empecé también con la parte activa. Pero con el activismo más en serio, podemos decir que llevo unos dos años y medio, más o menos.

Empecé haciendo historias con algún amigo: organizando proyecciones de documentales o comedores benéficos, por ejemplo. Normalmente, cuando se me ocurre algo que me interesa hacer, lo hago solo; o, si necesito ayuda de alguien, que siempre viene bien, lo anuncio para ver quién se apunta. Y a la vez, cuando veo que alguien organiza algo que me interesa, me ofrezco para echarle un cable. Funciono mejor así, porque a veces me desespera estar en contacto con otra gente para organizar y planear cosas.

Es verdad que, para llegar a más gente, sí que habría que hacer algo más potente, como en algunas ciudades en las que se han hecho acciones grupales como poner carteles enormes en edificios con imágenes de mataderos, pero yo creo que la manera más efectiva de generar un cambio es que cada uno se asegure de hacer antiespecista a su entorno. Matemáticamente, si cada persona vegana incitara a una persona al año a pasar al veganismo y esa persona hiciera lo mismo al año siguiente, en ocho años, toda la población mundial sería vegana. El problema es que la mayoría de los veganos ni siquiera hablan del tema. ¿Pero te planteas algo a un nivel más amplio? ¿Cuáles son tus metas como activista antiespecista?

Hombre, mi meta es la de todo el mundo que lucha por esto: la liberación animal total, que dejemos a los animales en paz. Lo que pasa es que es una meta ambiciosa. A corto plazo no me planteo retos, sino estrategias.

La estrategia principal es educar a la gente. Explicarlo de una manera que se entienda claramente, pulir el discurso, porque el discurso vegano mainstream es caca, o sea, a mí no me convence nada, me parece horrible. Mediante acción directa puedes hacer que cierre un negocio Matemáticameno algo así, pero te, si cada persona eso no acaba con vegana incitara el problema; mea una persona al diante las leyes tampoco, porque año a pasarse al mientras la gente veganismo y esa siga siendo espepersona hiciera cista, va a existir lo mismo al año en clandestinidad, siguiente, en por ejemplo, así ocho años, toda la que la única manera es educar. población mun-

dial sería vegana.

Precisamente con respecto a eso, y teniendo en cuenta lo barato que le sale al consumidor final (porque a nivel global sale muy caro) comprar carne o productos derivados de la carne o del pescado, ¿cómo ves tú el tema del veganismo? Porque hay una concepción generalizada de que sale mucho más caro volverse vegetariano o vegano…

Una concepción generalizada errónea; una falacia. Los botes de legumbres no sé qué cuestan, pero ¿qué será?, ¿un euro y medio?, ¿ochenta céntimos? Los productos más baratos yo creo que son los vegetales, como patatas, hortalizas, pasta, arroz, legumbres, y son productos

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de base para tener una dieta equilibrada.

Lo que pasa es que si tiras por lo más barato, es decir, por comprar estos productos como materia prima, tienes que sacar tiempo para prepararlos.

Lo único que se necesita es tiempo o dinero o un poquito de los dos, pero es algo bastante factible, cada vez más.

Además, si lo hace más gente, aumenta la demanda y el precio baja y se crean facilidades.

Sí, pero es complicado convencer a la gente, por ejemplo, de un pueblo, que está acostumbrada a criar a sus animales y a consumirlos y cuyo desarrollo económico gira en torno a eso, de que tiene que dejar de hacerlo.

Sí, es muy complicado. Antes que convencer, lo ideal es que estas personas lleguen a esa conclusión de manera autónoma, no sé, como un método socrático… Básicamente es que la gente entienda que los animales no son algo, sino alguien; que no son cosas, sino in-

dividuos; y que las características que tenemos los humanos que nos hacen merecedores de respeto, las importantes, también están en los animales: son capaces de sentir dolor, miedo, tristeza, tienen interés por seguir viviendo…

Una vez que esto se entiende y que se entiende que esas actividades no son necesarias, la única conclusión lógica es que hay que abandonarlas. Pero claro, explicar eso es bastante complicado para mucha gente.

Y para las personas que tengan cierto interés y no sepan por dónde empezar, ¿hay algún movimiento asociativo local, alguna herramienta?

Algo hay en internet, aunque está en inglés, no sé si hay alguna web en español. Son como retos: hay uno que se llama Challenge 22, en el que te registras gratuitamente y durante unos días tienes un coach o algo así, que eliges y te ayuda a ser vegano; además, tienes acceso a nutricionistas y dietistas totalmente gratis.

39 A nivel particular, cuando hago activismo en la calle y alguien se interesa, yo les doy mi número y me ofrezco a ayudarles en lo que necesiten. Así que a menudo estoy mandando recetas o resolviendo dudas a través del WhatsApp. Otro tema interesante es el del «privilegio occidental». En países en los que hay hambrunas y tantos problemas de alimentación, o en lugares en los que no hay tierras cultivables, ¿cómo podemos hablar de veganismo? ¿Es sostenible?

Sí, mucha gente considera el veganismo como algo relacionado con los privilegios, cuando, como hemos explicado antes, en realidad es bastante asequible económicamente, pero sobre todo lo que opino es que cuando la gente habla de eso está ignorando el privilegio más grande que tenemos, que es el privilegio humano, el de especie. No hay mayor privilegio que poder servirte de los cuerpos de otros todas las veces que quieras al día, o tres veces al día, y de sus vidas.

Además, el país donde más veganismo hay es la India.

Pero eso es más cultural que ético.

Los masáis son todos vegetarianos también.

Alimentar a toda la población mundial con vegetales es mucho más sostenible porque requiere menos recursos.

Alimentar a los animales requiere recursos vegetales, incluidos agua, tierra de cultivo, fertilizante, etc. Puede haber casos particulares extraños en los que alguien tenga acceso solamente a animales, no sé, gente que viva en una tribu y su única manera de comer sea matar un conejo. En ese caso, si la vida

de alguien depende de matar a un animal, pues yo ahí no me meto, es como lo que hacen los animales en la naturaleza. Ese es el único caso en el que yo entiendo que tiene sentido hablar de buscar una manera digna o correcta de matar a un animal.

La mierda esta que hacemos de hablar de mataderos buenos, sin Que la gente maltrato animal, entienda que los es algo totalmenanimales no son te absurdo: en el algo, sino alguien; momento en que que no son cosas, decides quitarles la vida ya es una sino individuos. transgresión. Si estuviéramos hablando de necesidad (si no te mato, muero yo), ahí sí que tendría sentido buscar la manera más respetuosa de hacerlo; pero lo que hacemos aquí es una paparrucha.

Luego, hay cosas de política mundial y economía que a lo mejor se me escapan, pero en muchos casos, esas hambrunas que mencionabais se producen precisamente por el sistema global de repartición de riquezas, en el que la industria cárnica tiene un peso importante, porque en la mayoría de los países que sufren problemas de escasez alimentaria sí hay cultivos suficientes, pero las materias primas se exportan a Europa o Estados Unidos no para alimentarnos a nosotros, sino para cebar al ganado que luego matamos y nos comemos.

Lo que pasa es que realmente se trata de una cuestión ética y no tanto económica, porque si nos fijáramos solamente en la economía y en la facilidad, más económico que el esclavismo… Esto es algo parecido: éticamente no es aceptable, y que sea más o

40 menos costoso económicamente es un problema que habrá que asumir.

Sí, sí. Y es un problema que solo nos plantearemos asumir cuando aquí tengamos claro que los animales no nos pertenecen. Una vez que tengamos consideración total con los animales, surgirán alternativas para todos los casos particulares. Por ejemplo, hay gente que por su salud no puede permitirse ser vegana, pero son casos rarísimos, seguramente no conozcáis a nadie con eso en la vida. Yo conozco un caso, un amiLos medios de comunicación nos go mío, y por eso es por lo que yo y ridiculizan y nos otros veganos estadespolitizan y la mos de acuerdo con publicidad nos la carne de laborautiliza como una torio. Hay mucha herramienta para gente que la critica hacerse un lavado porque dice que sigue normalizando de cara. el consumo, pero yo creo en apoyar cualquier alternativa para casos raros.

Los esquimales, por ejemplo, aprovechan absolutamente todo del animal que matan, y solo matan los estrictamente necesarios. Lo cual no deja de ser matar y utilizar a un ser vivo en beneficio propio, pero parece mucho más ético que criar miles de cerdos para hacer jamón de Jabugo.

Otro tema interesante es el relevo generacional. ¿Tú crees que las nuevas generaciones tienen más conciencia del antiespecismo? ¿Ves que hay un cambio?

Yo creo que, como esa información les ha llegado siendo más pequeños, lo entienden más rápido, simplemente porque les ha llegado antes, pero cuan-

do hablo de ello en la calle, no veo mucho sesgo de edad. Si lo explicas bien, cualquier persona lo entiende. Eso sí, los que mejor lo entienden siempre son los niños pequeños, pero muchas veces los padres no quieren que hables con ellos.

Pero por ejemplo, ahora hay mucha más gente vegetariana que tiene hijos que son vegetarianos desde que nacen; ahí sí que se puede producir un cambio generacional fuerte, ¿no?

Pues no sé; es que casi todas las personas con las que me junto son veganas o están en proceso de serlo, no porque yo haya hecho una selección elitista de mis amigos, simplemente porque, al juntarse conmigo, ha acabado ocurriendo. Y cuando hablo con la gente, como me explico bien, todo el mundo acaba dándome la razón, así que no tengo una opinión muy crítica sobre cómo es…

Muchas veces, el problema de la difusión es que los medios de comunicación de masas representan la realidad como les interesa a ellos y hacen mucho daño.

Pero es porque se lo hemos puesto muy fácil. Yo lo hablo mucho con amigos, que los medios de comunicación nos ridiculizan y nos despolitizan y la publicidad nos utiliza como una herramienta para hacerse un lavado de cara, como Burger King y McDonald’s, que van a sacar hamburguesas vegetales.

Pero ya digo que es porque se lo hemos puesto superfácil, porque la mayoría de gente que está de acuerdo con esto no lo habla, o lo habla mal; o porque se habla desde la pena o el amor a los animales, cosas así como ambiguas, que realmente no son consistentes. Se lo hemos puesto muy fácil. Eso es un poco responsabilidad nuestra.

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Esto enlaza también con lo que hablábamos antes, si es más efectivo el activismo individual, con el entorno más cercano, como has comentado tú, o las grandes campañas, porque da la impresión de que se trivializa muchísimo y lo único que sale es la gente llorando y despidiéndose de los animales que van en camiones, y eso al final no beneficia a la causa.

Sí, es lo que comentaba antes de la importancia de dejarlo claro en tu entorno. Los reportajes que hacen en la tele, como el que hizo La Sexta, por ejemplo (que era una mierda) y otros (que también eran una mierda)… Yo sé que eso lo ve la gente y piensa que los veganos están locos, porque no saben del tema. Que yo también lo pensaría, ¿eh?

Pero mis amigos, que saben lo que es, incluso los que no son veganos, cuando vieron ese reportaje me escribieron diciendo: «Pablo, están poniendo en La Sexta una cosa sobre el veganismo que

es una mierda», porque tienen claro lo que es. Si todos los veganos dejaran claro lo que piensan, la parte ética, que es la parte esencial, los medios no se permitirían hacer esas chorradas; o, si se atrevieran a hacerlas, nadie las tomaría en serio, quedaría claro que están haciendo algo estúpido. Éticamente, parece la opción más lógica y con sentido, pero hay veces que el movimiento genera rechazo precisamente por el discurso que hace, que en ocasiones puede resultar intolerante, radical, porque al final estamos hablando de respeto a todas las especies, por lo que se deberían respetar también las posturas de las demás personas, aunque no se compartan.

Yo lo que critico del discurso hegemónico no es lo intolerante que sea ni su radicalidad, sino más bien lo contrario: yo creo que es demasiado tolerante, muy

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44 poco radical. Pero en cuanto al respeto, yo creo firmemente que no hay que respetar todas las posturas; y pensar que los mataderos son aceptables me parece que es algo que no debería respetarse en ningún caso. Lo que hay que respetar es a las personas. Yo, cuando hablo con la gente, hablo desde el respeto, y os respeto como individuos, pero si pensáis que está bien que aquí, a las afueras de Málaga, haya un matadero que se carga a nueve mil vidas cada noche… Si Yo respeto a las personas porque eso te parece bien, pues…

he entendido que no son malas, que el problema es cultural, que tú eres especista porque te has criado en esta cultura.

No respetas las ideas, pero al individuo sí.

Sí, creo que es importante entender a la gente. Yo respeto a las personas porque he entendido que no son malas, que el problema es cultural, que tú eres especista porque te has criado en esta cultura, que si hubieras nacido en la América esclavista, pues tendrías tus esclavos negros seguramente, ¿sabes?

Y seguirías siendo igual como persona; simplemente estás más condicionado por una cultura o por otra. O sea, que el problema no es la persona en sí. Y cada persona se merece un respeto.

Ahora bien, la idea de tolerar cualquier masacre la respeto cero, sea quien sea la víctima. Es decir, que a esas personas las entiendo, y por eso las respeto, pero si sus ideas son una mierda, son una mierda y se lo voy a decir, de manera educada y que lo pueda entender, pero no voy a tolerarlas.

Por ejemplo, hay veces que la gente dice: «Es que yo no me lo planteo porque me sigue gustando la carne».

Y ante esto, ¿qué dices?

Lo primero que digo es que a mí también me gusta. Aunque ahora no sé cómo de cierto es que me guste, porque ahora me da asco, pero yo sé que el sabor puro, independientemente de la idea de cadáver, pues es un sabor agradable. Pero no es una cuestión de gustos. El interés de un animal por seguir vivo debe tener más peso que nuestro interés por sentir placer sensorial durante unos minutos.

Otra de las preguntillas que teníamos para hacerte es si el veganismo no debería entroncar con otro tipo de movimientos para que llegue de una forma más coherente y sensata.

45 Esa es una pregunta complicada. A mí no me gusta cuando todo se mezcla, cuando hay un discurso que intenta abogar por todo lo que tiene un poco que ver, porque se hace muy confuso; y yo creo que para que entendamos las cosas que resultan difíciles de entender (y el veganismo es difícil de entender, porque choca con todos nuestros valores culturales), hay que tener un discurso claro y distinto. Por lo tanto, me gusta que las cosas estén diferenciadas, compartimentadas. No creo que debamos tener necesariamente un discurso que aúne cualquier lucha ética, pero sí que todo el mundo, sobre todo la gente que está metida en movimientos de ese tipo, debería tener una base personal. No creo que tengas que luchar por todo a la vez, pero sí que tienes que respetar a todo el mundo a la vez. ¿Y no consideras que si algunos movimientos se apoyasen podría ser beneficioso?

Sí, pero no sé cómo hacerlo. Es que me parece algo muy complicado, y hay un montón de cuestiones… Por ejemplo, una cosa que pasa a veces es que hay algún evento por los animales y alguien te dice que no va a venir porque sabe que cierta persona que participa en el evento un día hizo una cosa machista o racista o algo así, pero luego esa persona no tiene ningún problema en ir a una manifestación relacionada con los derechos humanos con gente que mata animales tres veces al día. O sea, que yo veo que es una cosa muy compleja, casar distintas cosas de una manera coherente. Pero sí que creo que para que el veganismo triunfe tiene que entenderse con otros movimientos relacionados.

El problema es que no tengo ni idea de cómo hacer eso.

Tú te identificas como antiespecista puro y duro. ¿No te parece que ese tipo de identificaciones son un poco reduccionistas? En la sociedad actual estamos todos muy divididos por etiquetas y resulta un poco contraproducente, porque nos separa más que nos une. ¿Cómo ves ese tema de la identidad, de la identificación con una sola característica? Porque al final, tú eres mucho más que un antiespecista, eres una persona con sueños, pasiones, ideas…

A mí no me mola. Cuando digo que soy una cosa no significa que no sea otra, pero el tema de la identidad siempre me ha rayado mucho; todo lo que tenga que ver con la identidad me La palabra antiesincomoda. Pero pecista, etimolóla palabra antiesgicamente, es muy pecista, como es sencilla: significa etimológicamente estar en contra de tan simple (significa estar en conexplotar a otros tra de explotar a porque sean de otros porque son otra especie. de otra especie), no creo que sea contraproducente identificarme con ella cuando estoy hablando con gente que entiende. Es que para los humanos no solemos tener términos así, tan sencillos y explícitos, porque ya tenemos claro que el que no se combata el odio humano sería inaceptable.

Otra cosa de la que no hemos hablado es de la investigación científica con animales. Porque ahí también hay mucho que decir…

Lo primero es dejar claro que muchas de las investigaciones que se hacen son totalmente innecesarias y se hacen pu-

46 ramente por protocolo. O sea, aunque ya sabemos que esto no es nocivo, hay que probarlo porque el protocolo dice que tenemos que matar unas cuantas ratas para probarlo. Pero no hay alternativas para todo; muchos veganos dicen que hay alternativas y no las hay. Aun así, en esos casos no me parece justificable. Cuando se justifica la experimentación con animales para salvar vidas humanas, se suele hablar de que su vida vale menos porque tienen menos intelecto, una inteligencia muy inferior, lo cual parece que no es un sesgo especista, sino un sesgo capacitista; sin embargo, como sociedad estamos de acuerdo en que Como sociedad un humano que estamos de acuer- atenga la misma intedo en que no ligencia que un baexperimentamos buino o que una rata con humanos del (que los hay) nunca le haríamos eso. Por nivel intelectual lo tanto, es un sesgo de una rata o un puramente especisbabuino porque ta. No experimenhemos entendido tamos con humanos que no es ético. del nivel intelectual de una rata porque hemos entendido que no es ético. Da igual lo que puedan entender, no es ético hacerles eso. Sí que se puede hablar de que un ser humano profundamente discapacitado o la rata es posible que sufran menos que un humano que sea capaz de entender lo que está pasando, pero da igual, porque igualmente estamos hablando de sufrimiento.

Estamos hablando de hacerle daño a alguien.

Exactamente, aunque se pueda salvar a otra persona. Pero yo nunca daría mi vida para hallar una vacuna para curar a alguien mucho más inteligente que yo

y creo que muy poca gente estaría dispuesta a hacer eso. Por lo tanto, creo que no es ético hacer pasar por eso a un chimpancé, a una rata o a un gato. ¿Y las plantas? Las plantas sienten, les hacemos daño, ¿no? ¿Es porque no tienen pensamiento abstracto?

No, no es eso. Yo tampoco tengo claro si una oruga tiene pensamiento abstracto, pero sí tengo claro que prefiero pisar al geranio que pisar a la oruga. Lo importante no es que sean seres vivos, sino seres sintientes. Y cuando hablamos de sentir dolor (que podríamos decir que es lo más relevante, porque si eres capaz de sufrir, tienes forzosamente el interés por no sufrir), científicamente se suele determinar si alguien puede sentirlo cuando tiene algún mecanismo que los humanos hemos comprobado que es capaz de producir la sensación subjetiva del dolor, como podrían ser el sistema nervioso central y los nociceptores; si muestra un comportamiento que da a entender que ha sentido dolor, como cuando te rompes una extremidad y evitas apoyarla o te la rascas; o si el dolor en esa especie tiene un fin evolutivo, que lo tiene en todos los animales móviles. Partiendo de ahí, hay seres en los que no se ha podido comprobar ninguna de estas cosas, como todo el reino vegetal o el reino de los hongos, o incluso animales como la esponja, por ejemplo.

Y luego están los bivalvos, que ahí hay un debate eterno en el que nadie se aclara. A mí los bivalvos me dan pena.

No hablo del discurso de la pena, es un discurso ético y ya está, pero a mí me despiertan emociones, porque son algo que veo como en carne viva, extremadamente vulnerable, y me da mucha cosa. Pero nunca abogo por el respeto

47 a los bivalvos porque no tengo ninguna evidencia científica en la que apoyarme, y no voy a abogar por algo si no tengo una evidencia.

Había un estudio que decía que la ameba es el ser más pequeño que se puede deducir que tiene conciencia de sí mismo, de dónde están sus límites, de qué hay más allá de él, y que a partir de ahí cualquier bicho tiene conciencia de sí, de que existe o de que está ahí, de qué hay a su alrededor… Es curioso.

Yo realmente creo que los bivalvos son sintientes, pero es una opinión que no he podido basar todavía en algo científico. No he visto nada que me convenza. Tienen nociceptores, que es uno de los criterios relevantes, pero los nociceptores de un humano en coma también funcionan, aunque está apagada la función que le hace sentir dolor. O sea, tú puedes tener los mecanismos de percepción del dolor en perfecto funcionamiento y no sentirlo, así que no sé, es un área gris muy rara.

Sobre las plantas también me parece muy importante aclarar que en el hipotético caso de que las plantas tuvieran una sintiencia tan relevante como la de los animales, la opción más ética de consumo seguiría siendo el veganismo porque mata menos plantas. Para alimentar a una vaca hay que darle sus cuarenta kilos de pienso, que se ha cultivado y matado para ella, y hay que deforestar muchas más hectáreas. O sea, matamos menos plantas los veganos.

Si eso está comprobado científicamente, ¿por qué luego el discurso no se basa tanto en la ciencia? Si lo han dicho la ONU, la FAO, un montón de instituciones internacionales: su pun-

to de vista es que el veganismo salva el planeta; ya no hablan del antiespecismo, hablan de la dieta que a nivel ambiental es la más sostenible para el planeta.

Sí, es la única opción realmente. Estamos ante una catástrofe, la gente no se da cuenta, pero tenemos once años.

Se puede investigar y es muy creíble, es muy fácil, solo hay que tener la valentía de…

Es una postura muy egoísta: solo estás pensando en ti hoy, ahora, no piensas en nada más, te importa un carajo lo que venga después. Y lo más increíble de todo es que esas personas tienen hijos, pero parece que no se plantean lo que les están dejando, o a los hijos de sus hijos. A ti te interesas tú como individuo y se acabó.

Deberíamos partir, como bien decías tú al principio, de la educación, teniendo en cuenta el hecho de que somos finitos. Y del pensamiento colectivo también. El capitalismo lo centra

48 todo en el individuo e intenta romper siempre el colectivismo. Antes había mucho más, y hay zonas en las que lo sigue habiendo, pero es algo que se está perdiendo y que es necesario para repensar el mundo. Repensarlo a nivel individual lo podemos hacer todos si queremos, pero la conciencia colectiva es lo que falla.

Esto entronca también con los movimientos como el de la estudiante Greta Thunberg, por ejemplo. ¿Qué te parecen?

Necesarios. La única pega que se les podría poner a esos movimientos es que no son suficientemente radicales. Pero vamos, son necesarias cosas mucho más punk, porque es una emergencia.

El término ‘mi mascota’ es un poco como decir mi propiedad.

Esta es la base de todos los problemas: entendemos los animales como cosas a nuestra disposición.

Pero ¿no crees que entra mejor algo más suave y luego ya se puede dar caña?

Ahora está bien, tiene su sentido: ya que ha surgido, que surja así, guay; pero si pasan unos añitos y nada cambia, habrá que liarla y mucho, porque si no, la palmamos todos. ¿Y conoces alguna publicación que hable sobre el tema que haya sido reveladora para ti?

Yo creo que lo tuve todo claro antes de empezar a leer cosas, pero por si alguien quiere investigar, hay una web que se llama 824 Ediciones en la que tienen recopilados muchos PDF sobre antiespecismo totalmente gratis y está

muy bien. Ese es un discurso que sí mola, que es lógico, ético, filosófico, político…

Vamos a ir cerrando ya, pero antes de acabar, ¿qué opinas del tema de los animales de compañía, por llamarlos de alguna manera?

Una pregunta compleja. Mira, podemos partir del término que se utiliza normalmente: «mi mascota». Es un término feo, un poco como decir mi cosa, mi propiedad. Esa es la base de todos los problemas: que hemos entendido los animales como cosas a nuestra disposición. Y yo creo que mientras sigamos con ese paradigma, no puede haber una relación sana entre un animal y su correspondiente humano. Veo totalmente guay hacerte cargo de animales que si no es por ti estarían peor. O lo de rescatar a un animal porque te sientes solo, por ejemplo. Aunque tú tengas ese pensamiento egoísta, el animal no va a ser capaz de entenderlo. No es como si adoptas un niño humano y el niño entiende que tú lo has adoptado porque tú te sentías solo; en ese caso, le puedes crear un trauma. Pero una rata, por ejemplo, es incapaz. En eso soy bastante consecuencionalista: si al final el animal está bien…

El problema de la costumbre, más que el hecho de vivir con un animal, es el comercio, que los críen con ese fin. Y los cruces genéticos, porque los animales domésticos los hemos cruzado hasta que han estado como nos conviene. Con los de granja igual e incluso más. Cuando la gente te dice esto de «en mi pueblo criamos gallinas y están bien»… Para empezar, las suelen matar y hacerles un montón de putadas, pero en el idílico caso de que estuvieran bien, el simple hecho de criar gallinas no me parece

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50 aceptable. Independientemente del propósito, el hecho de hacer que alguien que tiene un problema congénito se reproduzca para que nazcan otros que van a ser enfermos crónicos no me paEl problema es rece ético. Voy a el comercio y los cortar el rollo: las cruces genéticos. gallinas, excepto en algunos santuarios A los animales en los que les ponen domésticos los implantes hormonahemos cruzado les para que no ovuhasta que han len, pueden morir estado como nos porque les peta la conviene. Con los cloaca de huevos. de granja igual e Porque los huevos son como las incluso más. menstruaciones; en su estado natural, ellas tendrían entre ocho y doce al año, más o menos, pero los que tienen son casi trescientos y algo, y es una burrada. Eso tira de calcio, de nutrientes que ellas necesitan o se les atascan, les crecen tumores… O sea, que aunque tú no mates a la gallina cuando deja de poner, si estás haciendo que alguien nazca con ese problema, me parece muy chungo.

Con estos últimos datos para la reflexión (que nos habrían dado para seguir hablando largo y tendido, si no fuera porque nos quedamos sin tiem-

po), Amor de Pablo, Laura Cerezo y la que suscribe ponemos fin a la primera «improtertulia». Queremos dar las gracias a Pablo Rodríguez por arrojar luz sobre el antiespecismo; a su padre, el dibujante Ángel Idígoras, que estuvo presente al principio de la charla y aportó ideas muy interesantes; y a Mon Magán, responsable de la maquetación de Atípica, que hizo las fotos que ilustran este texto.

Mercedes Aparicio Rizzo (Mercha para su gente). Lectora voraz, escritora en ciernes, artista de la nada. Patinadora sin frenos y escaladora con miedo. Yogui indisciplinada y meditadora no practicante. Traductora convencida y editora inconfesable. Deportista derrotada y habladora imbatible. Cutre, clochard, hippija y casi moerna.

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BASADO EN HECHOS REALES

LA PLAGA

—¿Me ayudas?

Mi vecina de al lado intentaba arrastrar al portal una de las seis o siete cajas de electrodomésticos repletas de libros que alguien había abandonado junto al contenedor de la basura. Yo las había visto allí por la mañana, al salir de camino al trabajo, y había supuesto, no sin lamentarme casi en voz alta, que los hijos del último inquilino del segundo izquierda habían optado por deshacerse así de la biblioteca de su difunto padre.

Con esfuerzo y abundante transpiración, conseguimos sortear el tramo de escaleras del portal y subir todas las cajas a nuestro rellano en varios trayectos en ascensor, en los que intercambiamos comentarios sobre los títulos más a la vista. Mi vecina parecía ansiosa y triunfante a la vez, como si rescatar aquel tesoro fuese de vital importancia para ella, y rebosaba cordialidad hacia mí, en quien había hallado la complicidad de otra lectora perseverante.

No estaba preparada para lo que me esperaba más allá del exiguo recibidor: en incontables estanterías hasta el techo, apilados sobre cada mesa, en todos los asientos visibles e incluso en el suelo, millares de libros formaban un

laberinto de estrechas y sinuosas calles en el que era difícil imaginar que cupiera un solo volumen más. Hasta era extraño que la luz del balcón que se atisbaba al fondo bañara sin obstáculos aquel espacio tan abarrotado, donde se percibía un irresistible aroma a papel viejo, sin traza alguna de humedad.

Mi vecina parecía víctima de una suerte de síndrome de Diógenes selectivo. Sonrió al advertir mi expresión, mezcla de asombro y lástima, y me invitó a sentarme con ella en un pequeño sofá que despejó para hacernos sitio. *** Impresiona, lo sé… Hubo una época, no hace tanto, en la que tuve que deshacerme de la mayoría de mis libros por culpa de una plaga. Imagínate: títulos que había tardado toda una vida en reunir, las lecturas que ayudaron a construir mi identidad… Somos lo que leemos, ¿no es lo que dicen?

Cuando vi los primeros, tan diminutos, en los cantos de los libros de mi mesilla de noche, no les di demasiada importancia; parecían puntos que se hubieran fugado de algunas frases para hacerlas menos categóricas. Siempre me han gustado los objetos usados, en especial los libros de segunda mano, y pensé que alguna adquisición reciente

52 habría contagiado a los demás. Me limitaba a aplastarlos con algodón impregnado en alcohol, con la esperanza de atajar la infección sin dejar rastro, y despreocupadamente me decía que en el futuro tendría que ser más cuidadosa con lo que trajera a casa. Pero cuando volvía a mirar, ahí estaban de nuevo. Comencé a prestar más atención a los volúmenes de mis estanterías y me consternó descubrir que habían llegado a todas ellas. Alguno, despistado, conquistó la cima de un cojín, pero preferían con mucho el papel impreso. No importaba con qué frecuencia o producto limpiara: ni una sola balda, ni un solo tomo se libraba de la profanación, que se extendía sin remedio.

Me devanaba los sesos intentando hallar el origen de aquella repugnante plaga que diezmó mi biblioteca y resquebrajó mi parapeto ante el mundo, hasta el punto de que cada vez me sentía más expulsada de casa. Salía más ligera de equipaje que nunca, sin lectura que abultara en mi bolso. Por supuesto, ya ni siquiera disfrutaba yendo de librerías: en cuanto me dejaba seducir por una novedad jugosa, la más reciente traducción de un clásico imprescindible o la esperadísima reedición de algún título descatalogado, como un resorte asaltaba mi mente la imagen de sus páginas invadidas por esos seres tan minúsculos como repulsivos, de modo que abandonaba el local afligida y con las manos vacías, en busca de cualquier actividad alternativa que calmara mi ansiedad. Fue la época en la que menos leí desde que aprendí a hacerlo.

Ya que no me atrevía a exponer al contagio a ningún ejemplar de la biblioteca pública, intenté remediarlo haciendo uso de las nuevas tecnologías: se me ocurrió instalar una aplicación para leer en el móvil; no era en absoluto lo ideal, pero ayudaba. Sentía nostalgia por la

ficción, así que cada noche deslizaba unos párrafos ante mis ojos cansados, para luego dormirme más temprano de lo habitual, echando de menos el papel.

Una mañana sucedió algo insólito: al alargar la mano para coger el móvil de la mesita de noche y parar el despertador, descubrí uno de esos seres inmundos paseándose por la pantalla. Asqueada, quise aplastarlo con todo el encono que pudiera transmitir a mi pulgar, cuando de repente me di cuenta de que se encontraba bajo la superficie: debió desprenderse de alguno de los libros de cabecera a los que me aferraba y que me empeñaba en conservar y colarse por la ranura de carga o la toma de auriculares del aparato… ¡Aquello era el colmo!

Durante varios días seguí utilizando el terminal, que funcionaba con normalidad, a pesar de haberse convertido en el sarcófago de aquel insecto temerario.

Pero resultaba demasiado perturbador ver esa mancha constantemente, el cadáver del intruso me impedía concentrarme y me recordaba las bajas de aquella guerra desigual; así que decidí reemplazar la pantalla si era posible, puesto que el móvil solo tenía unos meses. En cuanto el empleado del servicio técnico le echó una ojeada y escuchó mi historia, le pareció tan rocambolesca que soltó una carcajada y quiso abrirlo en ese mismo momento, aprovechando una pausa en la afluencia de clientela. Con mi usual curiosidad, observé cómo lo manipulaba con sumo cuidado y destreza, hasta que, una vez más, sucedió lo inaudito: al retirar la cubierta, vi horrorizada cómo decenas de miles de aquellos seres salían en estampida de algún punto en el interior del aparato y se esparcían por todas partes en segundos… De un salto me aparté del mostrador, desbordada por un asco indescriptible, y salí de la tienda corriendo tan rápido como pude.

53 No me detuve hasta que me quedé sin aliento. Mientras jadeaba de pie en mitad de la calle, comprendí lo que había ocurrido. Por fin conocía la fuente de la infección.

Los libros no contagiaron al móvil, sino que fue al revés. Parecía una locura, pero dentro de los móviles había literalmente algo cuya misión era que no leyéramos…

Me sentí débil. Deambulé unos minutos y encontré un banco en el que sentarme y sosegarme un poco. A mi alrededor todo el mundo parecía distraído. En el rato que permanecí allí presencié varios de los clásicos tropezones y leves choques entre personas abstraídas en sus dispositivos.

Un chaval se sentó junto a mí. La velocidad a la que tecleaba con ambos pulgares era alucinante. Angustiada, tuve el impulso de arrebatarle el teléfono y estrellarlo contra el suelo para comprobar que no me equivocaba; pero me controlé en el último instante y me fui. Eché a andar sin rumbo definido. Me costaba no abordar a la gente, sacudirla por los hombros para que alzara la vista de sus juguetes y gritarle lo que nos estaban haciendo, pero ¿quién me habría creído? Me sentía como aquel personaje frenético de La invasión de los ultracuerpos…

Me había alejado bastante de casa y se hacía tarde, así que traté de serenarme y tomé el metro. No era nada fácil mantener la calma ante la visión de tantas personas absortas en sus burbujas digitales.

Entonces me fijé en una chica muy joven, morena y menuda, sentada a unos asientos de mí, en la fila a mi izquierda. También

iba absorta, ¡pero en un libro de bolsillo!

Nadie más sostenía otro en todo el vagón.

La placidez de su expresión por lo que estaba leyendo fue como un bálsamo después de toda la tensión que había vivido. No pude evitar que aflorase un llanto casi catártico.

Ya de vuelta en casa al fin, corrí hacia los pocos libros que me quedaban, los examiné y elegí uno de mis favoritos: era la única medicina que podía aliviarme.

No me preocupé lo más mínimo por recuperar mi móvil, ni me importó en absoluto perder mis contactos, mis fotos o mis correos. Sin ser consciente de ello, había tomado la decisión de reconstruir mi parapeto. *** Durante un par de minutos no supe qué decir. La inquietante historia que mi vecina acababa de relatarme debía ser sin duda producto de algún trastorno, pero aun así me pareció fascinante y hermosa. Dejé que mi mirada se perdiera un momento entre los títulos que atesoraba por doquier; el colorido de los lomos creaba una inesperada sensación de bienestar que contrarrestaba lo saturado del lugar. Justo entonces me sobresaltó oír la melodía inconfundible de mi móvil saliendo de mi pequeña mochila. Había perdido la noción del tiempo en aquel laberinto, seguramente me esperaban en casa. Sin embargo, miré la mochila con cierto recelo y no contesté.

Cuando el teléfono dejó de sonar, mi vecina sonrió y dijo: —¿Cómo te gusta el café?

Laura Cerezo Cobos. Correctora de textos. Apasionada del lenguaje y la literatura, su feliz encuentro con el colectivo Mitad Doble le descubrió su vocación, y desde entonces lucha contra los gigantes/molinos de la negligencia lingüística corrigiendo libros de todo tipo. En la actualidad edita la colección de micronovela Manguta de Libros, a la vez que continúa ampliando su formación y desarrollando su labor en el ámbito de la corrección y la edición.

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Nos encontramos en la niebla.

Más allá de aquel momento no se veía nada.

Solo presagios.

Solo la sospecha de una tempestad inminente y devastadora.

Lo que, si he de ser sincero, no me preocupaba en absoluto.

No estaba allí para quedarme.

No estaba allí.

Apacigüé a la fiera con susurros y medicina, y empezamos a hablar con signos.

Nuestros códigos eran parecidos, pero no eran los mismos, y ninguno quería bailar con el espejo.

Aunque, por una vez, era liberador no sentirse en suelo extranjero.

A media luz seguía viendo las pupilas dilatadas de un animal herido.

Avanzabas y retrocedías.

Me rodeabas, me estudiabas, tratando de adivinar si era depredador o presa.

Respiré hondo, cerré los ojos y no me quejé cuando sentí tus colmillos.

Era exactamente lo que había venido a buscar.

COLMILLOS

Esto nunca se trató de ti o de mí.

Era un cuento de vampiros.

De sombras que se movían, tenebrosas, en el punto ciego de la memoria.

Esta mañana probé la sangre seca de tus labios y te dejé marchar.

Aún herida.

Aún preguntándote si habías sido depredadora o presa.

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56 Texto: Enrique Campos. Criatura costera, cosecha del 77. Traductor intruso, periodista por pura inercia. Se pasó media vida en la prensa musical y otra media en la crítica cinematográfica. Hoy por hoy se vende por igual a Jot Down y a Spain Media Magazines. Al fin y al cabo, «mi vida me quiere escritor, y entonces escribo. No es una elección: es una íntima orden de batalla».

Ilustración: Juan Manuel Roldán Guerrero. Autodidacta obsesivo. Artista por genética, fenotípico. Científico por vocación. Tecnólogo de formación. Antropólogo autoinducido. Vanidoso hasta la extenuación. Pragmático y vital (a media jornada).

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«L

a española cuando besa es que besa de verdad».

Y transfiere unos ochenta millones de bacterias a su amante, el precio de un beso que Manolo Escobar no supo cantar. Son microbios «buenos» que habitan en nuestras bocas. Cientos de especies endógenas que sintetizan vitaminas y proteasas que ayudan a nuestra digestión. Cual huella dactilar, la microbiota oral es propia de cada persona. Las parejas estables de larga duración comparten poblaciones de microbios orales similares; pero, según los estudios científicos, este fenómeno no está asociado a lo mucho que se besan. Parece que con el paso del tiempo, la pasión deja de decorar con bichos sus besos.

«Lo bueno de los años es que curan heridas; lo malo de los besos es que crean adicción». Aunque Joaquín Sabina no lo cantó, si tu microbiota oral no está en equilibrio y tu amante tiene una enfermedad periodontal, puedes acabar con llagas en la boca. El saber popular asocia estas aftas a las sospechas de infidelidad, por esas bacterias patógenas recibidas durante los nuevos besos apasionados; pero los odontólogos advierten que besar no produce llagas. De hecho, la causa de estas úlceras bucales suele ser el

estrés; lo que apoya el mito, pues ya se sabe que la persona infiel se estresa en presencia de su pareja, pendiente de no desvelar la herida en su corazón. «Sana, sana, culito de rana», recitan las madres mientras besan las heridas de sus hijos, que agradecen su curación casi milagrosa. La causa es la producción de oxitocina que inducen, que ofrece bienestar y felicidad. La sensación de tranquilidad y seguridad es uno de los mejores placebos de los que disponen los médicos. No son los bichos de los besos, sino la adicción a los besos lo que cura las heridas.

«Todo empieza y todo acaba en ti; no soy tu media naranja». Porque tu media naranja es parte de ti, debería cantar Ismael Serrano.

Somos mitad animales y mitad microbios. La mitad de las células de tu cuerpo son microorganismos con un peso total de unos doscientos cincuenta gramos. Tu microbiota (bacterias, virus, hongos y levaduras) convive contigo desde tu nacimiento; pero no antes, pues eres estéril antes de nacer, ya que la placenta no permite el paso de estos bichos. En el parto, tu madre te transfiere los microbios de su útero, salvo que hayas nacido por cesárea; pero mientras no te mantengan en una cámara de aislamiento estéril

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completo, será inevitable que los microbios acaben formando parte de ti. Bichos buenos y sanos, eso sí. La microbiota estimula tu sistema inmune, que nace ignorante del mundo exterior; le enseña a reconocer quién eres, qué es propio de ti y qué es ajeno a ti. El mejor regalo que te puede ofrecer el amor de tu madre es un sistema inmune bien educado.

Ella te ofrece sus microbios en el calostro, en sus abrazos y en su cariño. Tu familia también te regala sus microbios en sus abrazos, en sus besos, en sus muestras de amor. La microbiota evoluciona mucho en la infancia, algo menos en la juventud, para estabilizarse en la edad adulta. Ama y ofrece tus microbios, porque no se puede vivir sin nuestra microbiana media naranja.

«Como yo te amo, como yo te amo, convéncete, convéncete, nadie te amará». Seguro que lo recitaría tu perro si pudiese emular a Raphael. Su amor incondicional está embellecido de microbios saludables. Entre las mascotas, la microbiota de los canes es la más parecida a la humana. Los miembros de cuatro patas de nuestras familias facilitan el desarrollo de una microbiota sana en nuestros hijos, además de educarlos con valores de compromiso y reciprocidad. Los cachorros de nuestros canes también se benefician del contacto y el cariño humanos gracias a los microorganismos.

Las familias con mascotas com-

parten más microbios entre sí que las familias sin ellas. Tus bichos mantienen la integridad de tus epitelios y evitan su colonización por los patógenos; al ocupar dicho nicho ecológico, compiten por los nutrientes que buscan los que producen enfermedades; así te protegen y evitan que los bichos «malvados» te invadan. La microbiota está de moda, lo sé, pero muchos problemas de salud están asociados con su disbiosis, la alteración de su sano equilibrio. Las alergias, las enfermedades autoinmunes, la obesidad y la depresión, entre muchas otras, están correlacionadas con alteraciones de la microbiota. Así, muchos facultativos recomiendan complementar su manejo terapéutico mediante probióticos.

Y con mucho cariño de nuestra familia, compartiendo muchos bichos y mucho amor.

«Siempre que vuelves a casa me pillas en la cocina embadurnada de harina». Y de microbios, Joaquín, pues la cocina es el mayor almacén de microbios de toda la casa. El lugar preferido por los bichos es el estropajo; allí hay biopelículas bacterianas que contienen más de diez mil millones de bacterias por centímetro cúbico. Lo puedes hervir en agua caliente o meterlo en el microondas para higienizarlo, pero no reducirás dicho número mucho más de la mitad. Se estima que unos ciento dieciocho géneros de bacterias diferentes colonizan los

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estropajos una vez empiezas a usarlos en tu cocina. La mayoría son bacterias buenas, del género Moraxella, que llegan al estropajo a partir de la microbiota de la piel de tus propias manos. Tu estropajo te refleja a ti, tu alimentación, tu estilo de vida; contiene tus microbios, aunque hay que evitar el síndrome de Diógenes y cambiarlo con cierta frecuencia.

Así podrás evitar embadurnarte de bichos y de harina.

«Llega la noche, cierra la persiana; hay un zumbido, preparas la emboscada». Una divertida canción de Mecano te recuerda que a ti te pican las mosquitas y ella es ignorada sin más. Esa persona se diferencia de ti en las bacterias que pueblan su piel, responsables de ese olor corporal que tanto te agrada, o que tanto te desagrada. Tu piel es más atractiva para estos molestos dípteros porque tiene mayor número pero menor biodiversidad de bacterias; esos Staphylococcus que te acompañan y esos Pseudomonas y Variovorax que añoras explican por qué eres tan atractivo para esas mosquitas que persigues en tus noches de insomnio. Como aca-

baba Golpes Bajos su colección de moscas: «Escucha cómo hace la mosquita; mosquita traicionera, mala, mala, mala». «¿Y cómo es él? ¿Por qué ha robado un trozo de mi vida?».

José Luis Perales casi se pregunta cómo saben los científicos qué bicho vive en ti, quién es él. Seguro que reconoces al autor de la frase «en un lugar de la Mancha». Un trozo de una frase identifica de forma unívoca un libro de unas ocho mil frases. Las bacterias se identifican gracias a un DNI que hay en su ADN, el gen del ARN ribosomal 16S; clave para sus fábricas de proteínas, los ribosomas, su tasa de mutaciones es muy baja. Así se determina el llamado microbioma, los más de seiscientos mil genes que te habitan, cuando todo tu genoma son solo unos veinte mil genes. Grissom, agente televisivo de CSI, identifica a los culpables usando su ADN, tanto humano como microbiano; en el mundo real solo se usa este último en muestras de pelo del pubis en delitos sexuales. Así lo reconocen a él. Como a ti, porque no eres tú sin tus bichos.

Francisco R. Villatoro es informático, físico, doctor en Matemáticas y profesor de la Universidad de Málaga. Investiga en ciencias computacionales y quiere ser escritor de libros de divulgación científica cuando se jubile. Mientras tanto, divulga ciencia en radio y en otros medios y escribe en su blog de Naukas, La ciencia de la mula Francis, para practicar el arte de hacer fácil lo difícil; aunque no siempre lo logre.

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SIN LA METAMORFOSIS A

l despertar Gregorio Sonso una mañana, tras un sueño intranquilo, descubre que todos se han convertido en bichos.

Colgada de uno de los rincones del descansillo, su vecina de rellano ahora es una araña negra, de metro y medio de ancho y patas tan robustas como peludas. Gregorio Sonso corre escaleras abajo, pero sobre las baldosas del portal tropieza con el antepenúltimo segmento de un ciempiés que, sinuoso, se enrosca frente a la puerta del inquilino del primero derecha. Y Gregorio Sonso lanza un grito cuando, puesto en pie de nuevo, encuentra a su cartero de siempre transformado en un abejorro descomunal que, aguijón en ristre, golpea sin cesar el portón de cristal hasta que lo derriba y escapa zumbando.

De camino a la oficina, Gregorio Sonso observa con temblor en los párpados a miles de moscas inmensas como automóviles que se amontonan y chocan unas contra otras en calles y avenidas. También vuelan, rápidos como flechas, mosquitos de tamaño similar al de una motocicleta. Menos veloces, los escarabajos de colores refulgentes y cuerpos orondos se arrastran igual que los autobuses en hora punta. Mientras, sobre la acera Gregorio Sonso debe frenar a cada paso para no interrumpir la interminable procesión de hormigas; de la noche a la mañana parecen pequeños gigantes de dos metros de altura.

Incluso el portero de la finca donde Gregorio Sonso trabaja se ha transmutado en insecto. Pese a que duerme dentro de su garita, Gregorio Sonso cruza el vestíbulo sin quitar ojo al conserje metamorfoseado en cigarra. Luego contiene la respiración durante el breve trayecto en ascensor que realiza junto a una mantis de mirada amenazante. Dentro de la oficina, más de lo mismo: aquí y allá todo avispas, escorpiones y cucarachas.

Gregorio Sonso se encierra en el aseo. Nada raro descubre al otro lado del espejo. Sigue siendo Gregorio Sonso. Ya rompe a llorar.

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62 Texto: Fernando García de la Cruz Ávila (Córdoba, 1988) es licenciado en Periodismo por la Universidad de Málaga. En prensa, ha escrito información (Diario Sur, La Voz de Hoy), artículos de opinión (Inoportunos) y crítica de cine (Mayhem Revista). Participó como autor en la colección de cuentos Territorio líquido (Atónitos, 2015). Desde 2013, tiene un blog de relatos titulado El periodista salvaje.

En Twitter es mitad doctor Jekyll (@fer_garciacruz) y mitad señor Hyde (@elP_Salvaje).

Ilustración: Carmen Larios. Creadora surrealista siempre lista para el arte. Hacedora de imágenes y de micromundos llenos de textura, color y sentimiento. Unida al mundo literario por la maquetación y el amor a los libros.

Laura Carneros (Málaga, 1988). Periodista especializada en crítica cinematográfica. Colaboradora ocasional en la revista online Otros Cines Europa. Ganadora de algún que otro concurso literario irrelevante. En la actualidad dedica la mayor parte de su tiempo a derivar entre Facebook y Linkedin.

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BICHA SOLO HAY UNA E

n el reino de los bichos cabe cualquier ser molesto de tamaño diminuto con capacidades enormes para enfurecer, asquear o asustar a la especie humana. Gusanos, mosquitos, arañas y cucarachas se disputan la primera posición del ranking. Aunque de procedencia biológica diferente, en el imaginario colectivo los bichos son, en su conjunto, un incordio que reúne las peores características de cada insecto. El bicho, como ser repulsivo, es genérico, y al igual que su morfología depende de las fobias más íntimas de cada individuo, su espíritu no tiene sexo ni raza. Por ello, el bicho, de inteligencia aguda pero malintencionada, puede transmitir su esencia lo mismo a personas que a animales.

Encontramos, sin embargo, que en su variante femenina la bicha solo puede ser una. Este sustantivo, sinónimo de serpiente, hace referencia exclusiva a dicho reptil. Esto hace que, a diferencia de lo que ocurre con el bicho, las posibilidades de recrear mentalmente tal animal sean limitadas y solo sea posible imaginar a la bicha de diferente color o tamaño. El sesgo que impone el sufijo de género, en este caso femenino, va más allá de la apariencia, pues también impide que el varón u otras especies puedan identificarse con ella. Tan solo el diablo y la mujer comparten este privilegio. Ya desde la configuración del relato de la Biblia, la serpiente y la mujer se repartieron el monopolio de la representación del mal. Estamos, pues, ante un caso de abuso de poder etimológico perpetrado a lo largo de siglos de transmisión lingüística.

Esta discriminación latente hacia el hombre requiere que, desde la práctica, se ejerza un uso responsable y concienciado de la palabra «bicha». Es necesario, casi urgente, promover desde el feminismo la igualdad en el uso de su significado, esto es, que los hombres también puedan ser bichas en el sentido más despreciable y demoniaco de la palabra. Así, lejos de eliminar del diccionario acepciones de origen milenario, el resultado será presumiblemente enriquecedor si la bicha sigue siendo una y ella alberga todos los géneros, razas y especies posibles como, de manera ejemplar, lo hace el mismo bicho.

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AGRADECIMIENTOS L

a puesta en marcha de esta publicación no hubiera sido posible sin la ayuda, inestimable y generosa, de un buen número de personas que ha confiado en nosotras y en este proyecto. Muchas de ellas son de nuestro entorno, y a otras esperamos poder incluirlas, a partir de ahora, en este círculo de confianza.

Tampoco queremos olvidarnos de todas las empresas colaboradoras que han prestado su nombre y recursos para que consigamos nuestro objetivo. Es de justicia que se las conozca y dejar constancia, así, de nuestro más sincero reconocimiento a todas ellas.

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Adela Jiménez, Almudena Pérez Marín, Amanda Gutiérrez del Castillo, Amelia de los Ríos, Ana Arévalo Perea, Ana Do, Ana Gómez Perea, Ana Perea, Ángel Idígoras, Augusto López, Beatriz Manjón Sánchez, Beatriz Méndez Cobas, Begoña Gil Gómez, Belén Tapia Yagües, Bernardino Contreras, Bernardo, Carmen Huescar Porto, Carmen Ramos, Carmen Ventura, Cervecería La Variopinta, Colección Manguta de Libros, Concha Galea, Cristina Puente, David Moya García, Diego Esparza López, Elena, Emilia Martín, Enrique Campos, Epifanio de Serdio Romero, Esperanza Liñán Gálvez, Estefanía Valladares, Esther Sepúlveda Paiva, Fernando de Ariznabarra, Fernando Díaz Mondragón, Fernando García de la Cruz, Hervé Bertevás, Iremol@, Isabel Ramírez, Isabel Guijarro Bonald, J. Carlos Jurado Buendía, JAC López, Javier Canto Illescas, Javier Martín, Javier Moreno, Jorge, Jorge Fortes, Jorge de Escuela Fluxus, José Antonio Atencia, José Antonio Sau Martín, José Cordero, Laura López, Laura Naranjo Gutiérrez, Leo y Bruno, Librerías Proteo y Prometeo, Loli Pérez, Mª Carmen Sánchez Torres, Macarena Vidal, Marcos López García, Marcos Reina Segovia, Marga Dorao, María Jesús Ríder, María José García Ruiz, María Ortega Sánchez, Marta Quintín, Moisés Vallejo Aranda, Montse Ogalla, Nicolás Pérez del Moral, Noemiau, Norah Barranco Martos, Nuria Arrebola, Olga Arroyo, Paz Martín, Pepe de la Torre, Pili Valderrama, Prisma Lux, Rafael Pérez del Moral, Raúl Arrebola, Regina, Restituto M. Aparicio Pérez, Rosetta, Salvador Rivas Gálvez, Susana de Pablo Inurria, Tania Luque Moreno, Tatu, Virginia Nielfa, Willy, Yolanda Arias Fernández.

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CRÉDITOS || Atípica nº 1 || Especial Bichos || Ilustración de cubierta: Pablo Rodríguez Codes || Noviembre 2019 || 6 euros || © de los autores || Dirección y edición: Mercedes Aparicio Rizzo, Laura Cerezo Cobos y Amor de Pablo Inurria || Corrección de textos: Laura Cerezo Cobos y Mercedes Aparicio Rizzo || Diseño y maquetación: Mon Magán || Depósito Legal: MA 1417-2019 || ISSN: 2695-4613 || Edita Asociación Doble o Nada || Málaga 2019 || www.facebook.com/atipicarevistacultural || www.twitter.com/AtipicaRevista || www.instagram.com/revista.atipica || Atípica no se identifica necesariamente con las opiniones de sus colaboradores

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