Un libro que está escrito como un diario. Es decir, asistimos a una serie de confidencias. Y poco a poco el lector nota que no se da cuenta de la literatura (tan exquisita), y que sueña los mismos sueños que Sarashina. Ese gusto por leer historias -no se pierdan La historia de Genji (Atalanta) -, por celebrar los paisajes o las pequeñas cosas o detalles, por escribir poemas donde se resuma un instante de belleza (o el rescoldo que va dejando la vida). ¡Qué dicha haber contemplado / justo antes de que cayeran desvanecidas con la primavera / esas flores de vuestros cerezos que nunca me cansaba de mirar! Y es que en la humildad de su mirada está el genio de este libro. Y uno imagina sus manos o el color alma de los kimonos de la dama. De verdad, es subyugante asistir a una narración tan femenina, tan perspicaz ante los diversos acontecimientos.