PETER KINGSLEY CATAFALCO
CARL JUNG Y EL FIN DE
LA HUMANIDAD

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NICOLAS LEON RUIZ
CAROLINA KONDRATIUK

En cubierta: retrato de Carl Gustav Jung En guardas: montaje de erupción solar (imagen: NASA) y escultura de Parménides
Dirección y diseño: Jacobo Siruela
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Título original: Catafalque. Carl Jung and the End of Humanity © Peter Kingsley
© De la traducción: José Manuel Espadas © EDICIONES ATALANTA, S. L. Mas Pou. Vilaür 17483. Girona. España
Teléfono: 972 79 58 05 Fax: 972 79 58 34 atalantaweb.com
ISBN: 978-84-129986-4-1
Depósito Legal: GI 1387-2025
notas de 1. el loco místico 439
notas de 2. de regreso a la fuente original 493
notas de 3. el camino del ocaso 579
notas de 4. catafalco 681
et ensi comme je sui oscurs et serai enviers chiaus ou je ne me vaurrai esclarier, ensi sera tours li livres celés et peu avenra que ja nus en face bonté

El comienzo de algo es siempre un punto particularmente mágico; es la apertura a un mundo nuevo.
Ahí está, este libro ya ha empezado, lo que significa que la magia se ha producido. Y ahora lo único necesario es encontrar las palabras con que llenar el abismo entre el comienzo y el final.
Tal vez lo mejor sea empezar por Eranos. Los encuentros del Círculo de Eranos, soñados en los primeros años de la década de 1930, comenzaron a celebrarse cada verano en Ascona, al sur de Suiza, y ganaron fama con celeridad.
Su propósito original era ambicioso pero simple: crear un foro donde discutir de forma sincera y abierta sobre espiritualidad, filosofía, las cuestiones más profundas que se pueden plantear los seres humanos acerca de sí mismos o del mundo que los rodea.
Con el paso del tiempo, la figura más influyente de esos encuentros, por su propia presencia y por aquellos a quienes atraía, fue Carl Gustav Jung.1
Por mi trabajo sobre los orígenes de la civilización occidental, fui invitado a hablar en Eranos en agosto del 2013. Este libro es una versión ampliada de las ponencias que impartí y que conmocionaron a muchas de las respetables personas allí presentes.
Hablar en Eranos me dio la oportunidad de completar un ciclo de mi vida presentando mi más profundo respeto y reconocimiento
a dos personas con las que mantengo lazos muy estrechos: una de ellas es Henry Corbin; la otra, Carl Gustav Jung.
Tuve la oportunidad de mencionar en público algunas cosas, por primera y quizá última vez, sobre cómo el trabajo de mi vida se entrecruza con el de Jung y el de Corbin, y de esta manera pude cerrar un ciclo mucho más largo al esbozar lo que todo esto dice acerca de la naturaleza de las culturas, especialmente del sino o el destino de nuestra civilización occidental.
Ambos, Carl Gustav Jung de una manera más bien ostentosa y Henry Corbin más discreta, desempeñaron roles relevantes en Eranos. Jung fue uno de los investigadores en psicología más grandes y originales que jamás haya conocido Occidente. Corbin fue acogido en el Círculo de Eranos como uno de los mayores expertos en la tradición mística sufí y como un académico que, sin apenas ayuda de nadie, introdujo en Occidente las sofisticadas realidades de la sabiduría espiritual persa.
En apariencia no podrían haber sido más diferentes, tanto en formación como en intereses, pero a un nivel profundo sucedía lo contrario. Aunque esto puede ser muy difícil de percibir por aquellos que no han logrado aprender lo que significa mirar debajo de la superficie.
Por un lado, las propias palabras de Jung confirman sin ambigüedad ni vacilación que Henry Corbin fue quien mejor le entendió, más que cualquier otro, y le aportó «una experiencia ya no solo extraña, sino única: la de ser comprendido por completo».2
Una afirmación de tal calibre debería llevarnos a hacer una pausa para pensar; una pausa muy larga.
Por otro lado, tenemos las llamativas palabras que Corbin escribió para explicar lo que la influencia e inspiración de Carl Gustav Jung hicieron posible en Eranos. Describe cómo su presencia producía una «atmósfera de libertad espiritual absoluta en la que todos los individuos se expresaban sin tener en cuenta ningún dogma oficial y con un único objetivo en mente: ser ellos mismos, ser verdaderos».3
Esto también merece una cuidadosa reflexión. Para Corbin, ser verdadero, no inteligente o entretenido, ni siquiera inspirador, sino verdadero, no era una tarea fácil ni casual; implicaba mucho
más de lo que se habla en esas charlas ramplonas y superficiales tan frecuentes hoy en día sobre yo viviendo mi verdad y tú viviendo la tuya: para él, la «verdad» significaba infinitamente más que una arbitraria recopilación de hechos.
La verdad, para Corbin, igual que el acto de ser genuinamente verdadero, son realidades atemporales y sagradas que ponen patas arriba la totalidad de este mundo nuestro de apariencias. Nos arrancan de nuestras cómodas sillas haciéndonos ver que no somos esas personalidades que hemos imaginado ser: nos colocan en la dirección de nuestro verdadero origen, de nuestra fuente espiritual.4
No hay duda de que tales palabras pueden resultarnos muy inspiradoras. Pero incluso esto es parte de lo ilusorio, pues también hemos logrado convertir la espiritualidad en una fantasía con la que protegernos de la realidad del espíritu.
Nuestra moderna era democrática ha producido una espiritualidad personal para satisfacer las necesidades de cada uno, lo que garantiza que sea calma, amable, pacífica, educada, positiva, acomodada, tranquilizadora e inofensiva. Pero, en vez de dejar lo sagrado en paz (la opción más inteligente), lo hemos domesticado con una eficacia tal que no desmerece de la que utilizamos para domesticar todo lo demás; lo hemos trivializado y adecentado de principio a fin; nos hemos puesto de acuerdo para convertirlo en algo políticamente correcto.
Sin embargo, resulta que esto es justo lo opuesto al entendimiento antiguo, según el cual la espiritualidad y lo sagrado plantean el desafío más profundo a nuestra complacencia, así como la amenaza más radical. El espíritu no está ahí para que pensemos en profundidad. Existe para llevarnos a lugares en los que el pensamiento se vuelve inútil y hemos de abandonar hasta nuestras ideas más inteligentes.
La historia viene a ser la misma si consideramos la verdad o el ser verdadero, pues también han llegado a significar más o menos lo que queremos que signifiquen. En consecuencia, hemos perdido todo sentido de la realidad abarcadora de la Verdad que existe en casi todas las culturas excepto en la nuestra.
En este momento, podría ser útil tratar de recordar que, en la antigua tradición griega –que, además de ser la tradición a la que
me siento más próximo, es la fuente y el semillero de la cultura occidental–, la verdad se veía como algo extremadamente doloroso, incluso imposible de soportar para la mayoría.
La verdad, alêtheia, tiene su propia mitología, que confronta a los seres humanos con la desalentadora aunque gloriosa realidad de lo que son «desde un principio»: gloriosa más allá de lo imaginable por su ilimitado potencial interior, e inconcebiblemente desalentadora por las angustiosas responsabilidades que semejantes potenciales olvidados conllevan.
Por eso, ella –pues es habitual que la Verdad aparezca como una diosa– siempre ha estado íntimamente implicada en el esfuerzo sobrehumano para impedir el proceso del olvido. Por encima de todo, su rol consistió en presidir la labor soberanamente urgente de traer a la memoria no lo que hubiera pasado ayer, o el mes anterior, sino lo sucedido en el lejano pasado que dio forma al momento presente y que generará nuestro futuro.5
Por lo que no voy a hablar demasiado del pasado en cuanto pasado. Ni siquiera pienso ofrecer una imagen de la antigua espiritualidad griega como un hermoso oasis: eso sería otra fascinante distracción, una ilusión más.
Me he dedicado durante unos cuarenta años a investigar, enseñar, escribir y hablar sobre ese pasado lejano, y para mí el pasado, en cuanto pasado, ha dejado de ser relevante. Al escribir una y otra vez sobre el mundo antiguo y los orígenes de la civilización occidental, he acabado por entrar a la fuerza –de manera paradójica, pero no por ello menos lógica– en el tiempo presente.
En otras palabras: me voy a centrar en el pasado en cuanto presente; en cómo esos aspectos del pasado que forzosamente hemos olvidado dieron forma y crearon el extravagante mundo en que vivimos.6
En este momento atravesamos un tiempo extraordinariamente difícil. El problema es que la mayor parte de las personas, por inteligentes que sean y por mucho que se apliquen en seguir el paso de la actualidad, no tienen el más mínimo deseo de abrir los ojos a lo que en realidad sucede en nuestro mundo. Incluso aunque sientan, intuyan o sospechen algo, tienen la abrumadora urgencia de desconectarse de todo y decir: «No, no. Yo no quiero saber. Solo quiero continuar como antes».
Pues bien, ya no hay forma de continuar como antes. Quizá pensemos que es posible seguir actuando de la misma manera unos años más, pero lo que estamos dejando tras nosotros es un mundo totalmente distinto. Y tenemos la responsabilidad de abrir los ojos y cobrar consciencia de lo que esto significa.
Lo que diré será perturbador y no me disculparé por ello, eso no tendría sentido, pues se trata de la verdad de la situación a la que la civilización occidental nos ha llevado. Todo nos ha dirigido aquí.
Cuanto en nuestra civilización era implícito desde su mismo comienzo, cuanto contenía la semilla de la cultura occidental, ha pasado ahora a la acción –a pesar de nosotros y de nuestras mejores intenciones– a consecuencia de lo que hemos acordado olvidar.
Nuestro futuro está garantizado, automáticamente determinado, por el hecho fundamental de haber deshonrado nuestra fuente sagrada.


«He aquí, por fin, el verdadero Jung: el Jung que todos aquellos que se denominan junguianos han olvidado y tergiversado, un Jung que a menudo es demasiado abrumador para comprenderlo. Nada puede ser menos reconfortante que este Jung o este libro, pues ambos apuntan al extraordinario fracaso de la civilización occidental en lo que concierne a retornar a sus raíces, honrar a sus ancestros y escuchar a sus muertos.»
Maggy Anthony, autora de Jung’s Circle of Women
«En este apasionante libro, Peter Kingsley reúne un asombroso conjunto de credenciales: un inigualable corpus de erudición, habilidades literarias insuperables y una rara comprensión de la naturaleza viva de las cosas que se encuentra más allá de los constructos de nuestro pensamiento.»
Frank
R. Sinclair, autor de Of the Life Aligned
«Por toda su precisión erudita y sofisticación estilística, Catafalco es un libro peligroso. Porque sostener verdades numinosas a menudo resulta peligroso, y mucho más escribir sobre ellas. Por eso, si puedes ver con los ojos bien abiertos allí donde la magia de Peter te lleva, podrás llegar a tener una idea de tu inconsciente colectivo.»
Adyashanti
Peter Kingsley, graduado por la Universidad de Lancaster y el King’s College de Cambridge, es doctor en filosofía por la Universidad de Londres y Fellow del Warburg Institute. Ha trabajado con prominentes figuras en estudios clásicos, antropología, filosofía y civilizaciones antiguas. Atalanta ha publicado sus obras En los oscuros lugares del saber (7.ª ed., 2023), Filosofía antigua, misterios y magia (3.ª ed., 2021) y Realidad (2.ª ed., 2024).
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