TRADICIÓN, RUPTURA Y DISCONTINUIDADES DE LA INTELIGENCIA LATINOAMERICANA
se exigen. Tras el encuentro y su eficaz estrategia de comunicación continental, se debe fortalecer la idea y el propósito de seguir con otros encuentros. La diversidad no mata, sino alienta a las síntesis; las síntesis es obra de la paciencia, del tiempo, del anhelo comprensivo. Esta capacidad de integración está en una etapa propicia y esperanzadora. Podría ser cierto esto sobre el presupuesto de que cualquier comprensión histórica demanda un esfuerzo cerebral persistente. Pero hay una contracorriente –que creo ver aquí en nuestros colegas presentes– que revisa, controvierte, reescribe desde otras perspectivas nuestra historia intelectual. La hace viva y posible. La escogencia de presidente honorario de nuestro Congreso en Carlos Altamirano no es casual y bajo su nombre se expresan diversas tendencias de investigación, sin duda las más renovadoras de la historia intelectual de América Latina en el presente. En una palabra, los intelectuales también han jugado en dos siglos, un papel sinuoso, equívoco en América Latina. Han atacado justamente al poder, pero también han pelechado infamemente bajo su sombra. Han realizado una liberación y se han opuesto a sus logros; han dado pasos adelantes y algunos al costado. Porque no hay que olvidar, como decía González Prada de los intelectuales de su época: que «eran como murciélagos, a veces ave y a veces ratón». Es hora de reconstruir con serenidad, con paciencia. No es posible hablar de una reforma universitaria, o una reforma social estructural, sin la comprensión de este entramado histórico-intelectual. «Entre todos», como decía Alfonso Reyes, «lo haremos todo».
Medellín • No. 22 • Diciembre de 2012
************ Colombia se enfrenta a un decisivo proceso de paz. Sin hipérboles, del éxito o del fracaso de este proceso, pende un futuro diferenciado del país. Este proceso podrá despejar interrogantes determinantes y echar tierra a dos fantasmas que sobrepujan por sobrevivir hasta el presente, la Guerra fría y el Frente nacional. La violencia en Colombia ha alentado un anacronismo en todas sus instancias. Ha aislado desde hace setenta años a Colombia de la vida latinoamericana. País insular par excellence, los gobiernos colombianos, al menos desde Eduardo Santos a mediados de los treinta hasta su sobrino nieto Juan Manuel Santos en el presente, han proyectado diplomáticamente al país bajo la sombra de la política del buen vecino yanqui. La coyuntura actual se potencia como saldo de cuentas histórico. Este saldo compromete una imagen del país en el contexto cambiante y no menos conflictivo de las naciones latinoamericanas. Aislada, empecinadamente girando sobre el eje de su propio sonambulismo, sometida a falsos dilemas dogmáticos, Colombia ha hecho de la guerra una impronta distintiva. Con el último gobierno de Uribe Vélez se culminó por desprestigiar la paz. Por agotamiento, quizá, por instinto de compasión, quizá, o por azar, sin duda, por veleidad u oportunismo, entramos a una dimensión desconocida, hasta hace poco. Creer en la paz, en los beneficios de la paz. La universidad colombiana tiene un reto por definir en estos diálogos. Ella es la invitada de piedra al diálogo a puerta cerrada. Solo ella podría romper el aislamiento con una voz de crítica y de conciencia del conflicto. Ella solo podría restablecer las bases de ese diálogo que es un diálogo de múltiples voces: las voces de Nuestra América. La universidad, los intelectuales,
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