Homenaje al Maestro Ramón Resino

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hombre postrarse de verdad, entregándose en un gesto al suelo, bajando su cabeza con una modestia infinita, dejando su frente encontrarse con el piso, rendido, en un gesto que podía durar una eternidad y que prendería un fuego que aún sigue vivo en mi corazón. Quise hacer mía la práctica de postrarme, de entregarme al amor, de pedir perdón bajando la cabeza hasta el suelo para luego levantarme lista para amar con más urgencia e intensidad. Hablé con Ramón sobre quienes se postran al menos cinco veces al día y tomé la decisión de sincerarme con mi búsqueda espiritual y continuar adentrando en el camino del guerrero, que aunque me apartaría de los procesos de la Escuela, me mantendría mucho más cerca espiritualmente de mis herman@s sanador@s. Ver a Ramón postrado me sanaría las más profundas heridas del alma: aquel gesto me permitiría la reconciliación con mi padre y mi inicio a la vida de mujer adulta. Luego Ramón nos pidió dibujar a nuestra familia y ponerle color. Recuerdo que al ver mi dibujo él me miró sonriente y me dijo: “Vendrán lunas nuevas”, esas lunas que vienen están buenas. Ese fue el momento definitivo donde entendí que a partir de ahí podía partir, y esa noche cuando todos se fueron a sus habitaciones conversamos breve y profundo en la inmensidad de la noche. Él lo vio todo y yo se lo agradezco. Sus gestos, sus palabras precisas y su pasión me dieron el impulso que necesitaba para salir de casa y empezar a construir un mundo nuevo. Ramón, mi primer maestro sufí (entendiéndose que los vivos somos llamados derviches y solo cuando trascendemos se alcanza el grado de sufí), ¡nos encontraremos más allá de esas lunas que pronosticaste y más acá de esos gestos sinceros de perdón!

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