Homenaje al Maestro Ramón Resino

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Me quito el sombrero Homenaje al maestro Ramรณn Resino y su obra viva

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Asociaciรณn Colombiana de Terapia Gestalt 3


Editado por Asociación Colombiana de Terapia Gestalt Comité Editorial: Beatriz Vega Iván Ramírez Roberto Palomino Mauricio Troncoso Nicolás Ruíz Paula Escobar Ediccson Quitián Diseño y diagramación: Roberto Palomino Arias Corrección de estilo: Edicsson Quitián Bogotá, diciembre del 2017 Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de ninguna forma y por ningún medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopias o cualquier sistema de almacenamiento de información conocido o que vaya ser inventado, sin el permiso escrito del comité editor, excepto para el fin de reseñar. Los escritos aquí publicados expresan la opinión particular de cada autor y no comprometen la visión del comité editorial y la Asociación Colombiana de Terapia Gestalt (ACTG).

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En memoria al maestro Ramรณn Resino y en agradecimiento a su esposa Antonia del Castillo, sus hijos y al Aula La Montera

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Índice Presentación. Jorge Llano Palabras del Dr. Claudio Naranjo Alejandra Quintero. Sin Titulo José Alejandro Cleves Leguízamo.
Mi primer encuentro con Don Ramón Alejandro Rodríguez. A Ramón. In memoriam Ana Gamaza Uguina. Mi historia con Ramón Andrés Higuero Muriel. Homenaje a Ramón Ángel Martínez Viejo. Breve semblanza de Ramón Beatriz Helena Vega Charry.
Memorias de Don Ramón: ¡un caballero incansable! Christine Weisser. Una constelación social... y sus consecuencias sanadoras Claudia Astrid Becerra. Regalo perfecto Claudia Páez Agámez. Homenaje al maestro Ramón Resino
 Darliz Fonseca Buendía. Mis quince angelitos 7


David Ferrus. Gracias por darme camino 
 Denise Carrilho. A você meu querido Mestre Ramon Resino Edicsson Quitián. Promesa Eduardo Gutiérrez. La puerta del desierto Emilio Gallón. Espero seas esa esmeralda fundida con la roca
 Ernesto Vitale . Ramón: “Aquel que da buenos consejos” Francis Elizalde. En el paraíso Francisco Herrera Garrido. A Ramón Guzmán Resino: reconocimiento Grazia Cecchini. Un poeta delicado dentro de un gran cuerpo fuerte Israel Mirabent. A mi maestro
 Iván Fernández. Homenaje a Ramón Resino
 Iván Ramírez Calderón. Ramón, Mayor.
 Anónimo. Querido Ramón... Juan Carlos Corazza. A Ramón Kelly Muñoz. Esperando a alguien mejor Lidia Giménez. Ramón Resino, ese Gran Mago Lola Lozano.
El internado 8


Lúcia Barros Freitas. El último vuelo: para Ramón Resino, de Sevilla Marcelo Artigalás. Un antes y un después María Jesús Alarcón Castellano. Valioso regalo de despedida María Giraldo. Vendrán lunas nuevas Mary Lorena Reina. Una limpia con Ramón Mauricio Troncoso. Siempre con amor
 Mónica Viviana Torres Abril. Querido Ramón
 Natividad Rey Jordán. Por si muero Neus Castells. Roble Noemí Remesal. ¡Vamos al lío!
 Paula Escobar. Don Ramón Resino, el hombre que conocí
 Pilar García. Gracias por tu cariño y guía María del Pilar Pajarito Torres. Cómo tocó mi vida Ramón Resino
 Sandra Margarita Vargas M. Ramón Resino: un hombre de palabra Stella Maris Vera. De la Fundación Tendiendo Puentes Tereza Nigri. Una historia de mucha gratitud por la vida que nos proporcionó la amistad de Ramón 9


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Presentación Jorge Llano

La Asociación Colombiana de Gestalt (ACTG), su directora Beatriz

Vega y el secretario general Iván Ramírez, me han pedido, en calidad de fundador de la ACTG y fundador de la escuela de Gestalt, constelaciones y cuerpo, Transformación Humana y, especialmente, como amigo personal de Ramón, que presente este homenaje póstumo que, tanto algunos de sus alumnos de todo el mundo, como sus compañeros, dedicamos a nuestro querido y honrado compañero y maestro Don Ramón Resino. Estos escritos nacieron para cerrar una gran Gestalt, un movimiento de vida y también de muerte. Son además, una constelación y una necesidad urgente de seguir nuestro camino haciendo el duelo de Ramón. Sólo honrando podemos dejarlo ir, reverenciándolo de la manera más sentida y profunda, y diciendo todos juntos: Gracias. Sólo así Ramón podrá dar los paso hacia su muerte y nosotros hacia nuestra vida. El duelo de Ramón quedó suspendido para muchos entre el asombro de lo inesperado de su muerte y el movimiento interrumpido del amor a este hombre que ya no veríamos más. Esto lo comprendió nuestra mente, pero lo sigue ignorando nuestro corazón que lo reclama a cada tanto, pues si algo nos enseño Ramón, es que el corazón sólo sabe amar y el corazón extraña como un animalito a la gente que nos ayudó, que nos hizo reír y que también nos amó. 11


Nos quedamos muchos con el corazón lleno de cariño para él. Fue tanto lo que este profeta beduino nos dio y de manera tan brutal y tierna, que no pudimos defendernos de su cariño. Cuando las personas querían odiarlo, retarlo, se enteraban de que lo estaban amando desde que les gritó al principio de cada taller: "- Mi alma, ¿por qué tan acongojado?” o “Pedacito de cielo, dile que sí a la vida”. Era tanto su vigor creativo, su desparpajo terapéutico, que seducía a cualquier enfermedad y la hacia reír. Cómo olvidar un grupo entero de 100 personas representando óvulos donados, la botella de vino quebrándose contra la pared para romper el alcoholismo de un sistema, los zapatos de la madre y verlo a él postrándose de cuerpo entero sobre el piso para honrar al padre. Era un fuera de serie imparable, mandón, dominante, político, mercader de pócimas y embrujos de curandero gitano, con el alma más pura que he conocido, sin antifaz, sin rollo. Se abría paso con sus enormes zancadas y su potente voz de juglar teatrero para llamar al orden y, luego, como un mimo, sacaba en el silencio más dulce su tierno corazón. Hace cuatro años cayó este sirviente, hace cuatro años muchos quedamos congelados en alguna parte del alma. Desde ese tiempo te vi primero en mis sueños preguntando por las cosas de la vida, después por las cosas de la muerte y ahora te siento allá, en lo hondo del universo, sin pregunta alguna, trascendiendo y poniéndote delante de este sistema de curanderos, abriendo camino para los que iremos luego. Te veo delante como punta de lanza empujando el espacio, jalando esta manada hacia el centro mismo de la quietud. Te veo como un Moisés abriendo mares para nuestras almas. Te veo como un profeta de todos los tiempos sonriendo y con los ojos brillantes como el fuego, un Aqueronte, un Palinuro, un barquero de almas. Los alumnos de Ramón ya se graduaron y se fueron. Han entrado nuevos alumnos a la escuela y nos sorprenden a cada tanto hablando de 12


Ramón. Para ellos, para los que no lo conocieron, él es como un mito, como un personaje de una novela de García Márquez, como Melquiades, como un ser de otro mundo. Y cuando ven su foto en nuestro altar de maestros, lo miran con extrañeza sin entender lo que significa para nuestra escuela, para nuestra asociación y nuestra comunidad. Sí, él es Gilgamesh o Hércules, él es Rama, él es también Nasrudín; sí, él es para nosotros nuestro hermano mayor, ¡nuestro querido maestro! Conocí a Ramón justo después de la muerte de Memo (autor del libro La locura lo cura). Claudio Naranjo, con la ayuda de mi mentor Cherif Chalakani, me había dado una pócima para hacerle el duelo a Memo, pues los últimos seis meses pasé mi vida interno en la vida de Memo, cuidándole hasta su muerte y también viviendo mi muerte y mi depresión al lado de Memo. Luego que murió, me quedé perdido, sin rumbo. Así que por horas, la pócima me ayudaba a vomitar mi propia muerte y el dolor de perder a Memo, vaciaba mi alma en los lavados de la casa grande, en Burgos. Fue ahí que se acercó Ramón a auxiliarme. Era grande, fuerte y peludo en todos los sentidos de la palabra pues estaba desnudo y recuerdo que veía su enorme pelo y barba tanto arriba como abajo. Eran dos bultos de pelos y una sola sonrisa radiante: - Colombiano, dejalo ir. Deja que tu maestro se duerma -de la manera más tierna insistió- déjalo ir compadre, ¡déjalo ir y vente tu a la vida! - y, mirándome con gran respeto, me dijo: - No conocí a Memo, no imaginas cuánto me hubiera gustado conocer a este maestro. Pero sé que honrarlo es dejarlo ir… ¡venga que lo que necesitas es vivir! Entonces, sin saberlo, Ramón me transformó la rabia, la impotencia de haber perdido a un amigo, a un maestro, en dolor. Empecé a llorar, por mí mismo, por mi parte que moría y lo que terminaba en mi camino. Era un umbral de paso, terminaba el pequeño y empezaba el adulto. 13


Lloré tomado de su brazo, lloré hasta el amanecer, cuando por fin me uní de nuevo a la vida cantando con Ramón que también lloraba “azucena bellísima azucena… yo te quiero, yo te quiero mucho...” No lo volví a ver hasta años más adelante, pero ese amanecer quedó sellada para mí una entrañable gratitud y amistad. Fui confluyente en todo lo de Ramón, todo lo que hacía me parecía maravilloso, todos sus consejos fueron atendidos y su consideraciones para la escuela y la asociación. Ramón "limpió" la escuela, depuró cada proceso. - Jorge cuídate de este que es un trepa, y este otro que es un come maestros - Jorge éste no te respeta porque no tomó a su padre… Jorge, ¡atención con esa arpía daña hogares! Ramón hacía y disponía en esta escuela y nos volvía locos a todos. Había que llevarlo a comprar esmeraldas en eternos paseos de regateos y traficantes de gemas. Quería siempre conocer artistas, brujos, poderosos y estafadores, y vivía una suerte de revinculación con su padre a través de los comerciantes callejeros con quienes montaba una obra de teatro itinerante con escenas sacadas de la película Casa Blanca. Era poético recorrer las calles entre las gentes, siguiendo a este hombre enorme con una alforjas terciadas en los hombros buscando las gemas y los oros de los antiguos Muiscas. Donde irás Ramón… te busqué en el Amazonas, fui tras tus pasos por Bolivia y luego regrese a Brasil. Compré donde tú, la piedra de Ópalo y los perfumes del contrabando francés y al final de la noche en la habitación 1 sobre el río en la amazonia, entre los árboles, te vi sentado en el borde de la cama con tus manos entre la cabeza. Temí que estuvieras triste... pero no, tenias los ojos encendidos como un fuego de tigrillo y eras joven y más fuerte y aun más alto y un poco pálido y tus labio azules casi purpuras. No te reíste ni tampoco hablaste. Sólo te alzaste sobre el marco de la puerta que miraba al rio y vi tu silueta más delgada 14


y azul. Me miraste de nuevo y era larga tu mirada y silenciosa y profunda y no era tristeza. Era el silencio del que ya no tiene propósito, del que llegó a casa. Era la misma cara del sin tiempo y sin verbo, de aquel que por fin descargó sus viejas alforjas y las esmeraldas recolectadas por la vida. Supe entonces, a través de ti, de la compresión del universo en tu mirada; era el Aleph, el poema de los átomos. Había llegado a puerto y entonces la figura de Ramón flotó hacia el rio bajo la luna llena de agosto y se iluminó aun más su rostro y, más allá de los brazos de su esposa, la bella Antonia, sus hijos Noé, Claudia y Antonio, en el borde mismo del rio y la selva, lo vi voltear por última vez antes de hundirse en la nada; iba burlando la suerte mientras reía. ¡Oh día, despierta! Los átomos bailan. Todo el universo baila gracias a ellos. Las almas bailan poseídas por el éxtasis. Te susurraré al oído adonde les arrastra esta danza. Todos los átomos en el aire y en el desierto, parecen poseídos. Cada átomo, feliz o triste está encantado por el sol. No hay nada más que decir. Nada más. ¡Te quiero por siempre Ramón!

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Palabras del Dr. Claudio Naranjo

Porque te vas, pongo en palabras

algunos retazos del recuerdo de cuando te conocí, tan sincero, de cuando me maravillaron tus palabras, de cuando admiré que te confesaras como uno que vendía colores a los ciegos. Te invité después a trabajar en mi propuesta juntando la gestalt con el teatro y el eneagrama y no sólo me asombró tu arte original sino que se enriqueció para siempre mi programa. Y luego quisiste que yo fuera quien te volviese a casar con la madre de tus hijos, y fue un regalo para todos los muchos que asistieron al bello rito que creamos, la belleza de tus palabras y tu baile.

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Te critiqué algún día que te tomaras demasiado espacio, abusaras de la utilería, que compitieras conmigo sin saberlo, con tu poder de fascinación tan fuerte que alejaba a algunos de mi influencia como un cometa que pierde a los marineros que navegan según estrellas quietas. Y te sentiste fustigado, y te alejaste un poco, pero poco, y siempre seguiste disponible y generoso. Y me alegré otra vez de ver de cerca tu andar, tus brazaletes y pulseras, tus cabellos y a veces tu renuncia a todo adorno. Te recuerdo ahora cuando al despedirme del numeroso público en Sevilla, junto a Antonia me aplaudías con fuerza y tan sonriente con la salud de quien celebra lo que merece celebrarse. No estaré en tu funeral con los amigos que de todas partes vendrán a lamentar tu partida, pues siento que me toca estar aquí donde estoy, sembrando lo que he venido a sembrar, y donde han venido a visitarme los amigos. 18


Pero desde Udine ruego por ti, pese a imaginar que ya nada necesitas para la gran transición que de seguro te será como un volver a casa y como una paz mayor que aquella que buscabas en tus meditaciones. Ruego porque tengas las ayudas que los espíritus prestan a los viajeros que las necesitan y merecen. Y te digo que me gustaría mucho que alguna vez me visites si te da la gana y no te retiene alguna nueva obligación desconocida.

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Alejandra Quintero

Escuela Transformación Humana

La primera vez que vi a Ramón me morí de miedo. Fue en Guasca, por

allá en el 2009. Era mi primer taller de la formación, y aunque no sabía muy bien a lo que iba, entre los nervios y la expectativa de conocer a un tallerista internacional entré al salón y me senté en silencio con otras cincuenta personas. Su simple presencia era impactante, pero se hacía aún más intensa cuando hablaba. Se paró en el centro del salón, y con su mirada nos atravesó la coraza, y con sus palabras nos desbarató el discurso, uno por uno. Hubiera sido más fácil, más seguro, mantener un bajo perfil y ver a otros trabajar, pero la contención y la prudencia no han sido mi fuerte, así que siendo más bien contrafóbica y a pesar de intuir lo que se me venía encima, decidí acercarme a él en un descanso para hablar sobre un tema, mi tema, “el” tema, esperando ingenuamente un consejo sin tener que exponerme delante de todos. Por supuesto, lo primero que hizo Ramón cuando volvimos al salón fue sacarme al centro, preguntarme en voz alta por aquel tema íntimo que le había susurrado tras bambalinas, y llevarme con su amor firme a tocar la profunda herida que me venía carcomiendo el alma. Después de ese fin de semana, volví a sentir esperanza después de mucho tiempo, me permití considerar la posibilidad de que tal vez sí había una luz al otro lado del túnel, y, sobre todo, que yo era digna de esa luz, de esa esperanza, de ese camino. 21


Lo que más me curó siempre de Ramón, más que su arte, y su coherencia, fue su cariño implacable, el hecho de que nunca se comió el cuento de mis defensas y que sin tregua las atravesó una por una, dejando al descubierto mi frágil corazón. Su amor gruñón y dulce de abuelo oso abrió la puerta a la curación de ese corazón, que, como él mismo me dijo ese fin de semana, estaba lleno de púas como un puercoespín. Me puso muchas tareas, que cumplí juiciosamente, porque en él confié desde ese primer encuentro. Desde entonces nunca más le tuve miedo, y cada vez que venía a Colombia, siguió dándome esas dosis de amor regañón que terminaron convenciéndome de que de pronto sí merecía ser amada. Con los años y los nietos, Ramón se fue haciendo más blandito, pero nunca dejó de ser certero e impecable en su palabra y acción. Entre visita y visita, aparecía periódicamente en mis sueños, en los que me mostraba puertas, siempre puertas. La última vez que lo vi fue en Cartagena, en el Congreso de Gestalt. En ese momento me prometí a mí misma que el siguiente año iría al peregrinaje por el desierto de Marruecos que Ramón hacía todos los años en diciembre; no alcancé, la vida tenía otros planes. En febrero Ramón cruzó al otro lado. Ramón, se te extraña. Pero también se te siente. Aprendí de ti que la honestidad sin disfraces y la palabra como flecha pueden ser más amorosas que las verdades disfrazadas de falsos cuidados. En tu honor intento todos los días dejar la armadura en casa y salir al mundo valiente, con el corazón en la mano; en tu honor, elijo cada día cumplir la promesa de quitarme las espinas y dejarme amar. Cuando la cosa se pone difícil, en tu honor me sacudo y me levanto, y sigo caminando. Gracias a la vida por tu vida, Maestro. 22


Mi primer encuentro con Don Ramón José Alejandro Cleves Leguízamo Egresado de Gestalt Escuela Transformación Humana

Nunca podré olvidar que el seminario con el profesor se iniciaba el

día en que Colombia jugaba en Barranquilla contra Chile por la clasificación al mundial de Brasil, Colombia perdía 3-0, y comenzó la remontada, a lo lejos escuchábamos tanto los latidos de los perros como los gritos desesperados que nos indicaban “el curso va a empezar”, y yo un con grupo de veinte compas nos turnábamos para contestar “ya vamos”... Unos a otros nos decíamos “vaya usted para que no molesten más, hágale compadrito… hágale compadrito”, y como quitando granos a una mazorca uno que otro iba saliendo, levantando los hombros y refunfuñando, los que quedábamos le golpeábamos el hombro diciéndole: “Gracias panita, gracias amigazo, eres lo máximo”. Ya el marcador estaba 3-1, nosotros de pie frente a un televisor panela tratábamos de adivinar lo que el locutor narraba, de nuevo un grito en silencio: 3-2, ¡Virgen Santa!, este señor Recino es de buena espalda, nos trajo la suerte, ahora sí nadie quería irse. Llegó el momento sublime y esperado por todos: penalti a favor de Colombia, Falcao nos miró y movió la cabeza de un lado para otro queriéndonos decir “muchachos van a llegar tarde”. Afortunadamente 23


nuestro Falcao de nuevo se concentró, colocó la pelota, le dio vueltas, la besó, por enésima vez la puso con suavidad en el punto blanco de los doce pasos, se paró, respiró profundo y lentamente retrocedió, puso sus manos en jarras, tomó impulso, silencio total, de su pierna derecha salió un misil e infló la valla: “¡Gol, gol, gol, gol, gol, gol de Colombia; Colombia, mi patria linda; Colombia, mi patria querida; me quiero morir, esta noche no me esperen compañero!”, entre sollozos gritaba el narrador… era el empate 3-3, estábamos en el mundial, nos abrazábamos, reíamos, los últimos instantes fueron de infarto. Finalmente, como un grupo de niños de barrio empujándonos corrimos hacia el salón y nos sentamos donde pudimos. El taller había comenzado y vimos a un señor grandote de ceño fruncido, que hablaba en un español medieval, como si el ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha se estuviera dirigiendo a un grupo de molinos de viento. Intuyo que previamente había hablado del orden, y que a su diestra se debían sentar sus alumnos más aventajados. En mi exaltación por entrar me senté a su derecha, de inmediato sentí una ráfaga de reproche, pero no le hice caso, de todas maneras Colombia ya había clasificado... Qué vaina, me había sentado en el puesto de Emilio, qué papayaso — Emilio, cuándo vas aceptar que tú eres grande, ese era tu puesto”—. Emilio ojeaba al piso, no le podía sostener su mirada, traté de enmendar el error y quise pararme pero con sus monumentales manos recibí una fulminante orden de que me quedara, yo miraba a Emilio y le enviaba mi mejor energía, compita, compita, lo siento. El taller comenzó y llegó el momento sublime (eso sí, no tanto como el empate de Colombia), y pude cambiar de puesto, con este profe tan enérgico pensé que la había sacado barata, pero no fue así, se me pincho 24


la chancleta y de un totazo no me encontré, me topé con el maestro en los jardines, me llamó, un relampagueante sudor frío recorrió todo mi cuerpo, me sentí como Falcao antes de cobrar el penalti, escuché a Don Miguel de Cervantes diciendo algo parecido a una disculpa, me miraba con ojos tiernos, dibujaba una pícara sonrisa en sus labios, “no ocupes el lugar que no te corresponde, espera tu tiempo”. Me retiré feliz, recordé que el tiempo del partido también había concluido y ya Emilio ocupaba su lugar y yo el mío.

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A Ramón. In memoriam Alejandro Rodríguez

¡Hermano!

Gritabas cuando te referías a alguien. Era tu voz potente chorro de amor proyectado. Las miradas se concentraban en ti y te volvías mago de ilusiones, creabas el compromiso de grupo solo cuando salía de las entrañas de todos. Don Ramón Resino, repetías muchas veces la historia de tu hijo: -¿Tú me quieres? Le preguntaste a tu hijo cuando tu corazón estaba herido. -Sí. -Y, ¿por qué? -Pues, porque te quiero. Así era tu existencia. 27


Porque te quiero. Porque sentíamos el amor con que nos ponías límites, el amor con que nos invitabas a sobrepasar las máscaras de escayolas que nos enseñaste a hacer. El amor estaba presente cuando debíamos encontrar nuestro punto negro, cuando te desnudabas al desnudarnos el día cero de conocerte. Nos bañaste en huevos y debíamos salir al mundo, nos vestiste de novia y debíamos salir al mundo, nos pusiste de domina y masoquista y debíamos salir al mundo. Nos dabas el personaje de nuestro personaje, la nota oculta que solo tu ojo certero podía ver. Y en el mundo encontramos que la vida se hacía más difícil sin verla desde tu óptica. Encontramos que detrás de las perlas había abuelas derrumbadas, que las flores en el pelo indicaban el aroma del deseo, que los flequillos y las barbas eran como reyes edipos, que los anillos son para los enamorados, que las camas y su orden esconden la limpieza del buen amor. Y seguimos encontrando... Encontramos que los bueyes esconden el sonido de su cencerro embarrándose, 28


que hay quien lleva guantes para no quemarse en el contacto con el otro por la vida, que los corazones de los hombres están a la derecha de su pareja, y los de las madres a la derecha de sus hijos. Y aprendimos la sutil mezcla de inspiraciones, de los soles que nacen tras las dunas, de los valles donde crecen palmeras en medio de la nada. Aprendimos que el desierto se hace vida, que amar el silencio es descansar la mente. Y al fin nos maravillamos, con tu amor por Antonia y por tus hijos y nietos. Nos maravillamos con la luz clara de tu fuerza y sonrisa, con los dramas y las tragedias, con las monteras llenas de salud para el mundo. Gracias Maestro por todo lo enseñado, que no fue todo lo que pudimos aprender. Gracias Maestro, Ramón, que tu alma, que nos precede a los rezagados, nos enseñe desde su vergel la vida que habita tras la vida. Málaga, 4 de diciembre del 2013. 29


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Mi historia con Ramón Ana Gamaza Uguina Colaboradora en el Aula La Montera

En un viaje a la sierra alguien me habló de las constelaciones, esto fue

en el otoño del 2001. Cuando volví a Sevilla, llamé a un teléfono que me dieron, La Montera, que aún no había sido inaugurada, y pagué el importe que costaba el taller. Recuerdo muy bien cuando di la vuelta a la esquina de la calle Alonso el Sabio, en la puerta estaban dos señores fumando un cigarro, yo no sabía quiénes eran, no los había visto nunca, la vida y mi intuición me llevaban, algo importante sucedería. Comenzó el taller de constelaciones, los de la puerta eran los que llevaban el taller, Ramón Resino y Joan Garriga, se presentaron como amigos del alma. La experiencia fue conmovedora y crucial. Mi sensación fue que estaba ante una cuadrilla de actores representando. Ramón conocía a todos los que participaban en esa constelación, ya que fue la primera que se hizo en La Montera, y la mayoría eran pacientes suyos y gente allegada. Se acercó a mí y me preguntó “¿cuál es tu asunto?”. Yo tenía treintaiún años y experimentaba en aquel momento un estancamiento vital, la vida 31


parecía que se hubiese parado a mi alrededor, algo yo no entendía que tenía la sensación de que no avanzaba... Así que me propuso que cuando llegara a casa el viernes le escribiera en un papelito para qué estaba allí. Eso hice, en el papelito recuerdo que puse: “Ni yo ni ninguna mujer de mi familia tiene pareja, menos mi madre”. Durante el fin de semana no paré de salir como representante, y por fin el domingo por la mañana hice mi constelación, que no la llevó Ramón, la llevó Joan. Durante los veinte minutos no entendí nada, hasta que en un momento dado todo empezó a encajar, y empecé a llorar, y a llorar, y a llorar. Así estuve casi dos meses, llorando y llorando, algo se desbloqueó en mi vida. Al día siguiente, fui a La Montera con urgencia, recuerdo que me abrió la puerta Claudia y me dijo que su padre estaba atendiendo y que volviera un poquito más tarde que hacían una meditación, y eso hice... volví... Ramón me saludó con cariño, le expliqué cómo estaba y que necesitaba ayuda, nos fuimos a la sala verde y nos sentamos uno frente al otro y me dijo “vamos a meditar un poquito”. Allí me senté delante de este ser, percibí su maestría, y me dije “me abro en canal”, que este ser vea todo lo que yo no puedo ver de mí, que me guíe y que me ayude. Cuando terminamos la meditación, abrí los ojos, él también, y me dijo “sí te voy a coger”, me dio una cita y a partir de ahí Ramón me acompañó en individual. Nunca me había sentido tan escuchada, tan tenida en cuenta, Ramón me devolvía un respeto y una valoración hacia mí que me conmovía, una vez me acompañó a la Universidad porque yo no reconocía ser universitaria, ya que no terminé mi carrera. Yo estaba empeñada en que como no la había terminado, había perdido mi oportunidad y ya no tenía derecho a retomarla en ningún momento, pasaban las sesiones y me preguntaba una y otra vez: “¿Has ido a la Universidad a actualizar tu expediente?”. A mí simplemente se me olvidaba... “¡Ana!, la próxima sesión nos vemos a las 9:00 horas en 32


la puerta de la Facultad...”. Y allí estaba yo, a las 9 en la puerta, esperando a Ramón... tardó cinco minutos en llegar, yo pensé “bueno esto lo ha hecho para que por fin viniera y solucionara este asunto”... Pero no, a lo lejos lo vi llegar, con esa mochila de cuero que siempre llevaba, entramos en la Facultad y me acompañó, resultó que conocía a varias personas allí influyentes, en diez minutos me hice con mi expediente y por fin pude asimilar que era “universitaria”. En un momento dado de mi proceso, mi hermana mayor quiso tener una cita con él, y la recibió con mucho cariño y respeto, le dijo que no la podía atender porque me estaba atendiendo a mí, pero sí que le hacía tres encargos... Uno de ellos reunir a la familia, a mis padres y las tres hermanas para tener una sesión con él. Mi hermana se lo tomó muy en serio y consiguió reunirnos a los cinco, a pesar de la hiperresistencia de mi padre. Aquel encuentro fue crucial y revelador. Un momento de tensión, que cortaba el aire. Ramón llevó ese encuentro con tanto amor, con tanto respeto y maestría, que todavía me emociona hoy al recordarlo. Él me vio, me valoró, entendió los entresijos de mi origen y me ayudó a mí a entenderlos, me ayudó a verme. Siempre que salíamos de un taller, seguía con su mano la línea de mi columna, yo sabía que era para algo ese toque, después entendí que era un anclaje, siempre me tenía en cuenta, incluso me pedía opinión, esto para un ego nueve como yo no pudo ser más sanador. Más tarde comenzó la segunda promoción de formación en gestalt, me propuso grupo, me dijo: “Te va a venir muy bien, ahora lo que necesitas es grupo, yo cambio mucho en grupo, en la individual soy más amoroso, en el grupo saco otro tipo de energía que te puede venir muy bien”. Tuve mucha suerte porque en aquel momento Ramón todavía participaba en el 90% de la formación de gestalt y fue todo un lujo poder 33


aprender de su sabiduría, intuición y de su arrojo. Me metí en todo lo que La Montera ofrecía en ese momento: PNL, gestalt, constelaciones, individual, todo, y él me permitía porque yo no tenía dinero para pagarle a toca teja, lo iba dejando a cuenta, hasta que gracias a mi trabajo, pude pedir un préstamo personal y pude presentarme un día en Secretaría y muy contenta, pagarle todo. Estuve con él los tres años consecutivos en los que trajo la ayahuasca a Sevilla, otra bendición más, aquello fue lo que yo llamo una experiencia cumbre. El primer año en las rondas que hacíamos para explicar a qué íbamos, cuál era nuestro propósito y qué le pedíamos al santo Daime, cuando me puse a hablar, Ramón me interrumpió y me dijo: “¡Ana, concreta!”. Dije: “Un hombre, le pido al santo Daime un hombre”. Al año siguiente iba con mi pareja, y el tercer año iba embarazada de mi hija. Después del primer año de ayahuasca me fui a la Travesía del Desierto en Navidad, son quince días maravillosos. Pasamos la Nochebuena en el camino y el final del año en pleno desierto, en las bellas y aterciopeladas dunas de Merzouga, un viaje auténtico que me llevó a una conexión profunda conmigo misma, allí conocí al que es hoy mi compañero y somos padres de una niña y un niño preciosos. Cuando nos veíamos tiempo después me preguntaba: “Ana, y mis niños, ¿cómo están?”. De alguna manera también eran suyos. Cuando anuncié mi embarazo y mi boda, Ramón se puso tan contento, incluso me preparó una merienda especial, con pastitas, té y todo lujo de detalles, estas atenciones que tenía conmigo me ayudaron a darme el espacio, a sentirme protagonista de mi momento y a darle la importancia que tenía en mi vida, darle importancia a ese cambio de dirección, me estaba enseñando nada más y nada menos que a celebrar. Terminé mi formación en gestalt embarazada de ocho meses, yo le pedía a Ramón que el cierre se hiciese en algún sitio al que yo pudiera 34


ir. Así que ese año no cerramos en el desierto por mi estado, Ramón y Antonia estuvieron buscando un lugar cercano a mi casa para que todo fuera más fácil para mí, vinieron a visitarme ese verano, nos hicieron ese honor, mientras buscaban el lugar apropiado. Finalmente lo encontraron en Algodonales, el pueblo de Antonia, a veinte minutos de Ronda. Yo me sentí tan agradecida, otra opción hubiera sido que yo no estuviera en el cierre, que el grupo se fuera al desierto y yo simplemente me hubiera quedado aquí. Pero no, hizo todo lo posible para que yo estuviera. Así fue mi encuentro con Ramón, un continuo abrir, abrir, abrirme a la vida, sortear mis miedos y bloqueos, confiar, verme, sentirme vista, valorada, respetada... Terminé mi formación, me casé, me fui de Sevilla, a 150 kilómetros, tuve mis hijos, comencé otro momento vital, con sus luces y sus sombras; seguí mi contacto con Ramón, cuando me atascaba, le pedía una sesión, que siempre me daba rápidamente, a pesar de tener lista de espera. Un día me dijo: -Te tengo de las primeras de mi lista para llevar una tutoría. ¿A ti te interesa? - le dije que sí sin dudarlo. -Claro que me interesa... Me preguntó: -Bueno, ¿y lo de venir de tan lejos? -Sin problema, de todas formas vengo a ver a mis padres por lo menos una vez al mes. -Vale, pues te llamaré. Yo esperé un tiempo, pero viendo que no me llamaba, me olvidé... hasta que un día me llamó por teléfono, cuando lo cogí no le conocí… me 35


llamaba para ofrecerme la tutoría de un grupo B que estaba a punto de formarse. Cuando colgamos me dijo: -¡Ah! Y la próxima vez que te llame, me conoces. Ahí se inició otra etapa maravillosa y muy enriquecedora, que me ha nutrido y aportado mucha salud, fue difícil porque mis hijos eran muy pequeños, pero para mí un fin de semana al mes fue como una bocanada de aire fresco, del que siempre volvía fortalecida, agradezco a mi compañero su disponibilidad y el cuidado de nuestros hijos mientras yo me ausentaba. Mi padre falleció en abril del 2013 después de una larga operación a corazón abierto y de una larga recuperación, se agotó... poco a poco fue perdiendo el interés por la vida y se fue apagando, hasta que dejó este mundo en su casa, en su cama... acompañado de mi madre... Así se lo contaba a Ramón, que nada más llegar de uno de sus viajes me llamó para interesarse por mí y por mi familia, por cómo había ocurrido todo. A los ocho meses falleció él, un duro golpe para mí, un duro golpe para los suyos, un duro golpe para todos los que nos hemos sanado con su corazón. Al fin de semana siguiente teníamos un taller de formación, Andrés Higuero como terapeuta y yo como tutora, muy doloroso y muy bello a la vez. Hice un posgrado con Annie Chevreux, en el que terminó diciéndonos a todo el grupo, “vosotros estáis de duelo, La Montera está de duelo, y a ti Ana se te ha muerto tu padre hace ocho meses, y ahora se te ha muerto tu padre raíz”. En aquel momento sentí tanta tristeza, tanto dolor, qué pena, estar en La Montera durante este tiempo de duelo, al principio fue muy duro para mí, entrar allí cada fin de semana era muy doloroso, después en36


tendí que fue un privilegio para mí poder acompañar a La Montera a Antonia y a Claudia, al equipo en su dolor, y poder sentirme acompañada en el mío, agradezco enormemente poder haber vivido este duelo, cerca de sus seres queridos, como un ser querido suyo más, y aprender en su ausencia nuevamente que yo formaba parte, como me dijo un día: “¡Ana, gente de nuestro cuerpo!”, hablando de gente a la que le pudiera interesar el trabajo con la ayahuasca. El año pasado terminé la tutoría, cerramos en el desierto, las dos veces que he ido al desierto, la primera vez en el 2006, y el año pasado en verano, en pleno enterramiento en la arena, nos llovió, baraka dicen los bereberes... Así me sentí yo bendecida por esas aguas, tuve una visión clara, mi padre y Ramón abrazados, se reían y me miraban. Ramón me dijo: “¡Ya está Ana, qué más quieres! ¡Todo está bien ya! ¡No falta nada!”. Vi que mis hijos eran una bendición del desierto y que algún día los traería para que conocieran sus orígenes. Sentí tanto agradecimiento a la vida que todavía me emociona recordarlo. La Montera está en buenas manos, Antonia es un faro, siempre lo fue, cuando estaba Ramón más a la sombra, ahora a plena luz. Siempre agradecida a Ramón, siempre en mi corazón, a Antonia y a toda su familia por compartirlo tanto. A ti también Jorge por este trabajo que haces de recopilación, me parece tan bello, eso que dices: “El conocimiento se esconde de los arrogantes y utilitaristas, de igual manera se activa y revela al agradecer y honrar lo recibido, también el alma de Ramón necesita de nuestro amor activo para seguir trascendiendo”. Esto es lo que me animó a contar mi intimidad, mi encuentro con este hombre notable. Que mi amor activo le ayude a seguir transcendiendo... Que así sea. ¡Salud, suerte y fe para todos!

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Homenaje a Ramón Andrés Higuero Muriel Colaborador de Ramón

Tenía veinticinco años cuando conocí a Ramón. Acababa de ser pa-

dre. Un joven chaval con la inmadurez propia de la edad comenzando su etapa adulta. Haciéndome hombre al mismo tiempo que padre y empezando a construir mi profesión como psicólogo. Todo a la vez, la vida empujando con fuerza. Increíble, la ansiedad no cabía en mí. Pero la fuerza de la vida va guiando el camino y allá que me llevó, de Madrid a Andalucía a encontrarme con el que sería el guía, mi maestro raíz, en esta etapa donde yo necesitaba una figura masculina fuerte que me sirviera de referente para madurar, fortalecerme y crecer, para sostenerme y sostener la obra, a mí mismo, a mi familia y el servicio a los demás como terapeuta. Ramón fue como un segundo padre, encarnaba la figura y el arquetipo masculino que yo necesitaba entonces. Así que me acompañó en esta importante etapa a hacerme un hombre adulto. Comencé a realizar mi proceso de psicoterapia individual. Me recibía en su casa, aún no existía La Montera. Aún recuerdo el primer contacto con él. Fue vernos, sentados uno frente al otro en su despacho, con sus alfombras árabes y sus pieles de cordero, con sus estanterías llenas de 39


libros y su estilo abundante. Sentí que de mi corazón surgía un sentimiento de enamoramiento espontáneo. Una alegría amorosa inundó mi corazón y nos hizo sonreír. Sentí como si lo conociera de otro tiempo, de un tiempo inmemorial, lo reconocía. A partir de entonces se materializó el vínculo con Ramón. Fueron años de proceso, donde al mismo tiempo que me iba acompañando, él fue soñando la creación de La Montera. Lo compartía conmigo y yo me alegraba y le animaba. Sentía claramente cómo la semilla de La Montera brotaba como luz y amor en mi corazón también. Ya era parte. Desde el primer momento confiaba que iba a dar cierto. Cuando los impulsos vienen tan de dentro van guiados por los movimientos del espíritu. Un amor, una fuerza y una conciencia surgían desde dentro, nítidos, centrados y fuertes. Y fue marcando la acción por seguir. Allí mismo, en su casa, entre terapia y terapia nos fue presentando a algunos de los compañeros que desde entonces formamos parte del equipo de La Montera. En ese apretón de manos se crearon algunos de los vínculos de compañerismo y amistad que siguen vigentes actualmente. Sin darnos mucha cuenta ya se iba creando el sistema y el equipo. Por esos años me sentí muy acompañado por el amor, la fuerza y los conocimientos de Ramón. Forjé mi consulta, mi familia, y fui madurando como hombre, padre y profesional. Él me ayudó a emanciparme de mi dinámica de apego con mamá y a volver a mirar, a ver, a reconocer y a tomar a mi padre, su fuerza, amor y dignidad, su autoridad, y así poder tomar la mía. Se creó La Montera y pasé a ser colaborador suyo y parte del equipo. Y comenzó la épica de La Montera con Ramón, su construcción y la expansión del trabajo por Andalucía y por el mundo. Las terapias, los grupos de formación en gestalt, su dramatización tera40


péutica, los viajes iniciáticos al desierto del Sahara y a la Floresta brasileña, y la llegada de Bert Hellinger y las constelaciones familiares. Se organizaron congresos con Bert Herllinger de hasta 700 personas, recuerdo como anécdota cómo se llenó la Facultad de Educación en Sevilla y lo grato que era compartir los momentos con él y llevar a Hellinger y al equipo en mi coche. Rescato el instante en su trabajo de dramatización terapéutica, cuando derrama de su mano fuerte el aceite de oliva de la tierra en mi cabeza y lo recibo asombrado como bendición poderosa del padre. El viaje, la entrada y las meditaciones al amanecer en el desierto, la exploración en la selva y el acompañamiento que me hizo para poder confiarme en las conexiones espirituales con las fuerzas que se manifestaban en los trabajos chamánicos en la Floresta y en las cuatro semanas santas consecutivas en las que en la sierra de Huelva trabajamos con la familia brasilera de la medicina. Esas vías iniciáticas quedaron abiertas para que otros pudieran seguirlas, y ahora nosotros podamos ser los que acompañamos. Podría rescatar multitud de instantes a lo largo de los veinte años que tuve la suerte de estar cerca de Ramón, pero si algo me queda en el recuerdo con profunda admiración es la actitud, la fuerza y la entrega con la que hacía las cosas, y esa capacidad asombrosa de realizar y bajar a la tierra los sueños del espíritu. Una fuerza improbable de la naturaleza. Una fuerza de constructor. Enseñándonos el maestro en su última escena, la humildad de que hasta los más fuertes se postran para volver a Dios. Con amor y reconocimiento siempre vuestro, Andrés Higuero Muriel 41


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Breve semblanza de Ramón Ángel Martínez Viejo

Hace tiempo que quiero expresar mi admiración y agradecimiento a

Ramón Resino, por sus aportaciones a mi trabajo y a mi vida. Estas notas, gotas en un océano, son el modesto resultado. No soy ni mucho menos la persona que más y mejor puede hablar de Ramón. Hay otros discípulos y colaboradores más autorizados que yo, y, naturalmente, su familia. Presento el siguiente texto con sentimientos de pudor, un pudoroso homenaje a quien, durante doce años, primero como alumno y luego como colaborador en el Aula La Montera, se convirtió en una poderosa referencia para mí. Tenía dos llamadas perdidas de La Montera. Primero llamé a María. Comunicaba. Entonces llamé a la secretaria. Cristina me dijo que Ramón había fallecido esa noche. Me quedé en silencio, sin saber qué hacer con la noticia, buscando inútilmente cómo liberarme de ella. -¿Ramón Resino? Y con esta pregunta absurda agoté mis escuálidos recursos. “Sí”, me respondió Cristina entre sollozos. La incredulidad comenzó a agrietarse, y entre las grietas surgió en dolor. 43


Soñé que Ramón llegaba para impartir un curso. Llegaba, lo impartía con su fuerza, su estilo, su pegada. Todo normal. El terapeuta familiar Salvador Minuchin escribió una carta al célebre hipnoterapeuta Milton H. Erickson. Le decía en ella que solo había conocido en su vida a dos o tres personas extraordinarias, y que él, Erickson, era una de ellas. Milton Erickson nunca llegó a leer esa carta. Murió antes de recibirla. Yo tuve más suerte con Ramón. Llegué a decírselo. Ramón Resino realizaba una exquisita fusión entre psicoterapia y arte. Habíamos finalizado un residencial de constelaciones familiares y Ramón lo había hecho otra vez: el aire temblaba, experimentamos la intensidad de la vida, vivimos su belleza y su grandeza. Ya finalizado el trabajo, íbamos en coche de camino a encontrarnos con los compañeros de gestalt, de vuelta también de su residencial. Yo le dije: “Ramón, tú estás llegando a lo sublime”. Él no me miró. Con su voz estentórea, simplemente me dijo: “¡Ángel, déjate de tonterías!”. La humildad por montera. Soñé que Ramón reaparecía. ¡No se había ido! Nos explicó que en una de sus giras de cursos por Latinoamérica se golpeó accidental y gravemente con una roca en una cueva. Los indígenas lo rescataron, lo apartaron del mundo y se dedicaron a curarlo, durante tres meses. En realidad estaba vivo y ahora le recuperábamos. Volvía para continuar con su vida habitual. Continuábamos. Todo normal. Alguna vez se me ocurrió describir la actitud de Ramón como honestidad implacable. Esto, sin embargo, no impedía una enorme mirada amorosa hacia las personas. Cierto día, dirigiendo Ramón una clase de constelaciones familiares, en el grupo del cual yo era tutor, pedí intervenir para corregir la posición de una de las alumnas. Lo hice agresivamente, groseramente, con excesivo ímpetu. Ramón me dijo, con ama44


bilidad: “¿Por qué se lo dices así?”. Y repitió mi devolución a la alumna de un modo amoroso y respetuoso. Luego se volvió hacia mí: “¿Ves?”. Asentí avergonzado. El corregido, “en vivo y en directo”, había sido yo. Ese día aprendí de Ramón el trato respetuoso, incluso afectuoso, hacia los alumnos y clientes. Ese día comencé a ser “ramoniano”. No somos pocos los colaboradores de Ramón que hemos confesado el tremendo respeto, rayano al miedo, con el que escuchábamos sus señalamientos e interjecciones, con los que comentaba nuestro trabajo y posicionamiento en la formación y en la psicoterapia. Sin embargo, no me cabe la menor duda de que siempre buscaba nuestro crecimiento, poniéndonos, conforme a su estilo, en los límites de nuestras posibilidades, mirando donde nosotros no nos atrevíamos a mirar. Por eso Ramón era más que el director de La Montera. Era un guía, un maestro. Y aun retándonos allí donde nosotros parábamos, tenía presente “lo bonito” (expresión que le escuché mucho) que poseíamos y escondíamos, y esperaba pacientemente a que emergiese. Una compañera del claustro se posicionó en su trabajo personal en un eneatipo que a mí me parecía muy errado. Una vez que salíamos de La Montera, estando solo con Ramón, le pregunté si no le parecía que la compañera andaba equivocada, si no era más bien tal eneatipo que tal otro el que le correspondía. Solo me respondió: “Puedo entender que se coloque ahí”. Esta respuesta, tan simple, cambió todos mis esquemas de trabajo personal. Soñé que estaba en una cafetería (¿de mi infancia?) tomando algo. Llegaba Ramón, se sentaba también, hablaba conmigo y tomaba una infusión. Estaba ahí, aunque esta vez yo sabía que no era así. Sabía que Ramón había fallecido. Sabía que era un sueño. Me dije: “Bueno, por lo menos así”. Al menos en un sueño. Disfruté de su onírica presencia. La pasión de Ramón hacia su trabajo era indiscutible. Estábamos en 45


El Molino, en Aracena, en un residencial. Una mujer, una asistente de unos 55 o 60 años era atendida por Ramón, cuando, indagando, nos enteramos de que cantaba flamenco. Ramón le invitó a que cantara algo. La mujer cantó un martinete que nos caló a todos e hizo asomar nuestras lágrimas. Ramón, emocionado, dijo: “¿Veis? ¿Veis como a algunos clientes habría que pagarles?”. Los viajes con Ramón eran experiencias únicas (experiencia, una palabra que siempre está asociada a él). Eran viajes tanto en sentido literal como en sentido simbólico, pues uno siempre volvía transformado, enriquecido. Ramón procuraba que el trayecto estuviera salpicado de continuas novedades y acontecimientos que conmovían los cimientos del alma. Las anécdotas son innumerables. En Brasil sus numerosos alumnos nativos le llamaban para que nosotros, el grupo que componía la caravana viajera, fuéramos sus huéspedes. Ramón se veía obligado a aceptar a unos y descartar a otros. Esta circunstancia hizo que el viaje fuese intenso y variado. Aunque no era este el principal ingrediente de la intensidad. En los viajes Ramón continuamente nos invitaba a revisar y expresar cómo nos conmovía cada experiencia, cada lugar, cada novedad. No teníamos permiso, en absoluto, para vivir sin mirar. Soñé que estaba en las gradas de un teatro, aunque en realidad era la sala donde yo iba a dirigir un taller de psicoterapia. Allí estaba yo, y un grupo de participantes, y también llegó Ramón, y se sentó en una esquina, al final de una fila de asientos. Comenzó el taller, los participantes hablaban y compartían sus procesos emocionales. Y Ramón, con su enérgica voz y su inigualable estilo, comentaba los comentarios. Y nadie le oía, porque nadie le veía. Yo le oía y le veía, y repetía sus comentarios, y así ayudaba a las personas. Ya no era Ramón, era su presencia, estampada en mi alma. 46


Si existe el Paraíso, ahora Ramón debe estar poniéndolo todo patas arriba, y despertando los celos de los ángeles, envidiosos de la fascinación que Ramón siempre ha provocado en su entorno. A Ramón, en una ausencia que le ha transformado en alguien inevitablemente presente. Sevilla, septiembre del 2017.

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Memorias de Don Ramón: ¡un caballero incansable! Beatriz Helena Vega Charry Escuela Transformación Humana y ACTG (Colombia)

El Maestro Ramón fue grande desde que lo conocí, gigante en su cora-

zón, fuerte, batallante, amoroso y bravo como las deidades protectoras budistas que limpian con el fuego. La primera vez que lo vi tuve la imagen de un hombre de otro tiempo y de otra vida, y a la vez de esta misma. Un caballero de antaño, de familia, de tradición, de casa, un guerrero con pasión y compasión. Cuando me pongo a escribir lo siento aún vivo en mí, en sus palabras y obras. Incluso ahora me encuentro preguntándome de vez en cuando “¿y qué diría de esto Ramón? ¿Qué diría de este amor?, ¿que diría de esta u otra batalla?”. Un hombre que dejó huella y referencia en su andar. De lo primero que me llega es cómo hablaba de su querida Antonia, yo veía un amor de años recorridos que me conmovía. Siempre fue enfático en que había que acompañarse de un amor, ser seri@s y arraigad@s, casarse, comprometerse con la vida misma. El y la que entraba a un taller de novios salía a casarse, con eso no se jugaba. Como tampoco andar con enredos, recuerdo un taller de los que daba en Guasca en el que casi todos nos sentimos ya condenados al mismo infierno, yendo 49


mucho más allá de los diez pecadillos permitidos por Don Ramón. A su familia siempre la llevaba consigo, su mujer, hijos, y luego sus nietos que fueron apareciendo cada año que nos visitaba; hablaba de ellos con un amor en el que lloraba y vivía; una vez le pregunté qué era lo que más protegía y ayudaba en el trabajo de las constelaciones familiares, y él lleno de honor y gusto me contestó: “¡La familia Beatriz, la familia!”, como si fuera la pregunta más tonta que le hubiera hecho. La primera vez que lo encontré fue en el segundo SAT que se realizó en Colombia en el 2006 organizado por la Escuela Transformación Humana (TH). Él estaba haciendo las tardes de teatro, fuerte, dramático en sus escenas, todos corríamos por un convento consiguiéndole los materiales para sus momentos escénicos y hasta las monjas corrieron con algo de sonrojo. Conmigo tuvo el arte de transformarme una escena de la infancia de mucho abandono y tristeza en dulzura, allí cuando me esperaba un golpe llegó solo el amor y terminé comiendo una colombina roja de repente (Bom Bom Bum) como una niña pequeña que saboreaba aquella tarde también lo dulce de la vida. Luego de esa vez tuve el regalo de seguirlo viendo cada año en Colombia, invitado por Jorge Llano a la Escuela TH, Jorge desde la primera vez siempre nos lo presentó como un Maestro grande en constelaciones, el arte del teatro y, sobre todo, un gran compadre. Cuando ellos dos se juntaban eso también nos los enseñaban, el honor y el respeto entre compadres, hermanos, así como el cuidado de sus rebaños. Tenía también Don Ramón el arte del amor con orden, lo tenía muy claro, cada vez que venía a la Escuela y nos visitaba algo alineaba. Un padrino lo sentí de la Escuela y de mi vida. Si algo no andaba bien lo decía claro y sin tapujos, si alguien no se cuidaba también lo decía y si te salías del curso de la vida también te lo recordaba. Nos acompañó a la Escuela TH y a la Asociación Colombiana de Te50


rapia Gestalt (ACTG) en innumerables veces, en congresos, reuniones y batallas con la claridad de que cada uno de nosotros tiene una tierra y que había que protegerla de las “aves de rapiña”, como nombraba a todos aquellos que siempre deseaban lo de otros y no lo propio. En una mesa peleó a capa y espada porque el XIII Congreso Internacional de Gestalt fuera organizado solo por colombianos con la consciencia de quien se sabe de una tierra. Y en la primera fila vestido de blanco estuvo en Cartagena con su equipo de La Montera apoyándonos, haciendo su trabajo y tomando el micrófono cuando fue necesario. Otra vez me sentó en una mesa a “un cafecito”, me dijo. En España, después de un SAT I en la Casa Grande en el que tuve el gusto de verlo trabajar en su teatro entre muchos trajes de novias. Esa mañana con la claridad de un padre y de un abuelo me recordó finito de dónde venía, a mi familia, y el lugar que tenía en un amor, él era así contundente cuando se necesitaba. Otra vez me puso a trabajar un año entero en una corona pequeña de flores rojas que se ponían las mujeres solteras de su Sevilla en la cabeza cuando querían tener un amor, una tarea a la que siempre me empujó, el primer año me resistí, no la tuve lista así que me dejó en pendiente, no me habló más de aquello, ni me trabajó, “no estaba lista para el amor”, me dijo. Me habló solo hasta el siguiente año en que le cumplí y sentí también que le cumplía a mi mujer, a mi madre y a la vida. Me enseñó también como Don Jorgito siempre lo hace, el calor de la casa, la vida en familia, las grandes comidas, la generosidad, el bien venir en su propia casa. Así como también el estar acompañada en la vida y envejecer habiendo cumplido. Así lo vi la última vez en su casa rodeado de su Antonia y familia, me enseñó una mesa que tenía una calefacción en los pies, “para cuando hacía frío” dijo y tomó allí el té en el refugio de su familia. 51


Hace falta Don Ramón, mucha falta, de seguro le contaría hoy que por fin dejé entrar el amor de pareja y la familia en mi vida, seguro por mi soberbia y tardanza me regañaría, así como estoy segura de que en su corazón mucho se alegraría. Siempre se quedará pequeño qué decir de los maestros; Don Ramón, un maestro en el arte del servir impecable, apoteósico, de grandes escenas, de tradición, con tierra, que creaba una atmósfera colorida, dramática, sentida, de cada paso dado o no en las constelaciones y en la propia vida, un maestro que bailaba con la misma pasión el flamenco y su vida. “Fantástico” en sus palabras, incansable hasta en los descansos, amoroso, generoso, con una memoria prodigiosa, un caballero con un corazón que dio a todos todo sin tapujos. Un sirviente grande y fino. Siempre gracias y en mi corazón querido Don Ramón.

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Una constelación social… y sus consecuencias sanadoras Christine Weisser

Tercer día del taller, estoy movida, intranquila, me escondo en el gru-

po. Ramón camina, va mirando, y me saca de mi escondite. Dice: “Nosotros tenemos un trabajo pendiente. Ahorita trabajamos”. Me asusto y entra un calor, ansiedad infinita; ¿qué quiere trabajar, qué trabajo? ¿Qué vio? ¿La falta de entrega, el no tener pareja…? ¿Qué? Pensamientos a mil, me es casi imposible concentrarme en las siguientes dos constelaciones. Y entonces viene, me extiende la mano, salgo al campo, mis rodillas están temblando, miedo, casi pánico, ¿qué quiere de mí? Ya no recuerdo palabras en detalles, se me borraron de la memoria. Ramón dice: “Solo hasta anoche me enteré quién eres tú”, y saca a Francisco Santos, ex-vicepresidente de la República para ponérmelo enfrente. Aumenta mi temblor, me mareo, quiero salir corriendo, ¿por qué me pasa eso?, pensamientos a mil en mi cabeza… Aún hoy, recordándolo cinco años después, siento un temblor, se me acorta la respiración, los dedos vuelan sobre el teclado, corro, quiero huir… 53


Ramón, quien siente mi temblor, dice a Francisco Santos que aunque le cae bien, se va a poner al lado mío, porque ambos no somos de Colombia… Nos propone una constelación social, un movimiento por la reconciliación de Colombia. Todo en mi grita: -Noooooo”, ¿por qué yo?; no me corresponde, no soy colombiana, con qué derecho, si la gente que acompaño, víctimas de crímenes de Estado, supieran que estoy aquí parada enfrente… No puedo reconciliarme, pues no soy víctima, qué pensarán las organizaciones de derechos humanos, yo no he sufrido esta guerra colombiana, no puedo… Reconciliación es perdón y olvido, no quiero... Y ¿cómo sabe? ¿Por qué me escogió a mí? ¿Quién le ha dicho? Ramón nos indica que una parte del grupo se hará al lado de Pacho Santos, y va a decir “lo siento”, y otra parte del grupo detrás de mí, vamos a decir “por favor”. No. Tampoco me atrevo a decirle no a Ramón, él es autoridad, el maestro… Me doy la vuelta, asustada, desesperada. Miro a los ojos de Myrian, venimos del mismo trabajo psicosocial con víctimas. A través de la energía, con los ojos le pregunto: “¿Debo/puedo hacer eso?”. Y ella me asienta; igual parece que le cuesta, me dice: “Ya que lo estamos haciendo que sea con todo, ojalá que sirva”. Y tanto ella como mi terapeuta Lina se paran detrás de mí, siento su fuerza y apoyo. Me meto en el ejercicio, conectada con el dolor de tantas personas que he acompañado, con las que he llorado, transitando su dolor, rabia, desesperanza, apuestas por un cambio… y me sale del corazón, “por favor, 54


por favor, por favor… que cese la guerra, que cese la persecución, que cese la impunidad, que cese tanto dolor”, y pienso en las y los familiares de personas desaparecidas que acompaño, en René, Doña Clarita, Sandra, Pilar, Juan Francisco, Don Héctor… Aun hoy, cinco años después, al recordar me vuelve el nudo en la garganta, vuelven a brotar lágrimas… A lo mejor estamos así, primero de pie, luego algunos inclinándonos por unos cinco minutos, no tengo ni idea, se me hace eterno y corto a la vez. Cuando terminamos, Pacho Santos sale corriendo del salón, yo me desplomo al lado de Myriam y Lina, ansiosa, conmovida, revuelta, angustiada, sintiéndome culpable. En ese entonces no entendí muy bien por qué “me tocó a mí” esa constelación. A lo largo de mi proceso en la formación en gestalt y luego constelaciones familiares empecé a entender. No puedo seguir escribiendo porque estoy movida, llorando… Todavía hay mucho dolor acumulado, junto a un agradecimiento infinito… La vivencia de esa constelación fue un paso clave en mi proceso durante el cual descubrí los secretos de mi familia, durante la Segunda Guerra Mundial sí hubo tanto perpetración por parte de mi abuelo soldado como victimización, sobre todo de las mujeres, mi abuela y madre; y siendo secretos guardados en el alma familiar me llevaron a venir a Colombia, para trabajar en defensa de los derechos humanos, acompañando víctimas que exigían y exigen su derecho a saber, buscar sus seres queridos enterrados en tumbas anónimas, así como muchas víctimas de la Segunda Guerra Mundial y del régimen nazi quedan enterrados sin nombres en esas tierras lejanas. Esa constelación fue un paso clave para mi camino de reconciliarme con mi origen, tanto de familia como de país (Alemania), asintiendo a 55


un pasado doloroso, violento, para dejar atrás la culpa y la expiación y volver a tomar una decisión de querer estar aquí, en este trabajo, esta vez desde el amor, desde la solidaridad, desde la humildad, desde el agradecimiento, reconciliándome con mis propias partes de perpetración y víctima para poder estar más plenamente en la vida, seguir mi camino de sanación y desde lo que pueda aportar a la sanación de otras personas, entre otras, de las heridas que genera la violencia política y la guerra. Gracias Maestro Ramón por esa oportunidad, ese regalo. Gracias Colombia, país de guerra, por ayudarme a sanar heridas de otra guerra. Gracias Jorge, gracias escuela Transformación Humana y tod@s sus docentes, terapeutas y estudiantes. Bogotá, septiembre del 2017.

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Regalo perfecto Claudia Astrid Becerra

Egresada de Transformación Humana, C2

Re-cordar es volver a pasar por el corazón, y para los que hemos elegi-

do como camino hacernos sanadores, haber tenido en la vida a Ramón Resino como maestro y guía es un honor que llevamos para siempre ahí, en el corazón. Aún tengo en mi ser la memoria de sus talleres que iniciaban muy temprano en las frías mañanas en ese paraíso que es Guasca, él ocupaba de forma sin igual el lugar del padre, y su autoridad amorosa era la prueba de su compromiso por enseñar. Recuerdo sus frases únicas que había que aprender de memoria, pues en sus talleres no permitía tomar notas, era prioridad estar realmente presente hasta el final; sus talleres con frecuencia terminaban pasada la media noche, él satisfacía la sed de conocimiento respondiendo a nuestras preguntas, y a la mañana siguiente, a las 7 a. m., él estaba de nuevo iniciando otra de sus apasionadas jornadas. Sí, Ramón era eso: pasión, pasión entendida en sus dos acepciones más comunes, como aquello que impulsa tu espíritu y pasión como el camino hacia el sacro-oficio, hacía el cumplimiento de tu destino, a aquello a lo que uno entrega su ser. No he conocido a un terapeuta que “olfateara” de manera tan precisa el inconsciente de ochenta y tantas almas al mismo tiempo, y que además 57


articulara en una gran constelación colectiva las constelaciones personales de cada uno; nadie para remover el inconsciente de una forma tan eficaz. Fueron muchas las consciencias y gratitud con la vida y con mis ancestros después de cada trabajo con Ramón Resino. Mientras miraba la infinitud del paisaje de la sabana me limpiaba las lágrimas, los mocos y el alma, todo al mismo tiempo. Ramón nunca murió, en mí resuena su conocimiento transmitido y estoy segura, también lo hace en Jorge Llano y en mis compañeros de constelaciones C1 y C2 y de gestalt de la Escuela Transformación Humana; a través de todos, él sigue y seguirá terapiando, su legado es para siempre, su labor continúa en el amor de Antonia y de sus hijos, su pasión por la consciencia-responsabilidad para vivir caminará en el corazón de los que la vida, en inmenso amor, nos cruzó con ese hombremaestro-padre-terapeuta grandote de cuerpo, alma y corazón (todavía puedo verlo con su atuendo en una sesión de Teatro Gestalt en el congreso de Cartagena, inolvidable imagen para mí). Ese fue el Ramón que yo conocí, un regalo perfecto del camino.

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Homenaje al maestro Ramón Resino Claudia Páez Agámez

Gestaltista, estudiante de constelaciones familiares Para Ramón con sencillez y mucho amor, recuerdos que no se borran. Con su tono fuerte y dulzón, “hombre barbado hombre malvado”, para los hombres. Y a las mujeres: “¿Qué escondes detrás de ese flequillo?”.

Mi primer contacto con Ramón Resino fue en octubre del 2013, era mi primer taller en la formación de gestalt en la escuela Transformación Humana Claudio Naranjo, no tenía ni idea qué eran las constelaciones familiares; hoy soy estudiante y estoy enamorada de ellas. La sesión comenzó con un ejercicio donde elegíamos una cartulina de color, debíamos dibujar nuestra familia. Desde ese dibujo los participantes le abrieron el alma para trabajar el taller que duraría tres días en Gasca, Cundinamarca (una pequeña población en las afueras de Bogotá), en la finca Agua Blanca, sede campestre de la Escuela. Con solo mirar, Ramón sabía qué estaba pasando con la persona, recuerdo frases como “las perlas en las mujeres son lágrimas. ¿De quién son las lágrimas?, ¿tuyas? O ¿de tus ancestros?”. Resultó que las perlas eran un regalo de la abuela víctima de abuso en su infancia. También preguntó a una mujer: “¿Tus aretes son diamantes?, ¿te los regaló tu esposo?”, al contestar ella con un sí, él la volvió a cuestionar pregun59


tando: “¿Qué te está pagando con esos aretes? Entre más caro el regalo más grande el pecado” concluyó. La historia: una madre que cuidaba su hijo con parálisis cerebral de tiempo completo y un padre, ausente, que se escondía detrás del exceso de trabajo. Cuando me acerqué me miró a los ojos y me dijo: “Qué mirada tan dulce y tan triste, cuánto dolor, ¿qué estás pagando?”. En ese momento me estaba separando después de veinticinco años de matrimonio. El color de la cartulina donde dibujamos la familia era ya suficiente información para empezar su trabajo en el campo, se paraba con mucha fuerza y salía su parte teatral. Lloré cada escena y trabajé a mi familia de origen hasta llegar a mi familia actual sin levantarme de la silla. Lo femenino y sus dolores, los abortos, cómo darle un nombre al pequeño y un lugar a ese niño/niña no nacido. Desde entonces reconozco mis hijos no nacidos y tienen un lugar en mi casa, entendí por qué en mi casa hay ocho sillas en la mesa y no cuatro; dos de mis hijos no nacidos, una para mi padre, al que excluí, y la otra para el abuelo paterno de mis hijos, que murió cuando el padre de mis hijos era un niño y asumió el rol de padre en su sistema. Ramón, con su sabiduría, también dio campo a los hombres para llorar a sus hijos no nacidos. La verdad, nunca había incluido a los hombres en ese dolor, para mí era solo un dolor femenino. En ese momento, por primera vez, le di trascendencia al significado de exclusión. Nuestra tierra también fue tema para constelar; las víctimas y los victimarios, ¿cómo reconciliar estas dos partes? ¿Quién sufre más, la víctima o el victimario? No es una ciencia cierta, pero Ramón nos dio a entender que, desde ese punto, el sufrimiento, ya había un encuentro. En su segunda visita me sorprendió su memoria, un año después para la misma época me miró y me dijo: “¿Ya te separaste?”. Le contesté afirmando, a lo que él me respondió: “Ahora quema la cama, las cobijas 60


y el colchón cuanto antes. Ya lo sabes. Ahora sal y has lo que tienes que hacer”. Esa era la orden, se quedaba mirando a los ojos, claro y directo, hasta el punto de que casi te dolía. Después de clavar la uña, enseguida decía: “Chúpate esa mandarina”, y con mucha gracia levantaba una pierna, era imposible no pasar de la risa al llanto. Hubo un tema que marcó mi vida antes y después de los 10 pecados de Ramón Resino. Todos tenemos derecho a tener el 10% de: 1. Loco/loca 2. Adicto/adicta 3. Mentiroso/mentirosa 4. Puta/puto 5. Lesbiano/gay 6. Asesino/asesina 7. Ladrón 8. Enfermo 9. Rey/reina 10. Infiel Desde entonces me reconozco un poco de cada cosa, sé que tengo permiso de entrar en cualquiera y soy imperfectamente feliz. Ramón, fue un privilegio sentirte cerca y abrazarte, además quererte fue fácil. Sé que cada constelación que transité contigo hizo mella en mi vida, y provocó cambios en mí. Te agradezco el amor y la pasión a tu trabajo, porque salvaste vidas. Sé que desde donde estás sigues haciendo lo tuyo, gracias es lo que surge de mi corazón, inspirador y maestro. Siempre en mi memoria vivo, muy vivo.

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Mis quince angelitos Darliz Fonseca Buendía -¡Por qué caminos andas mi alma! -¡Muy perdida, en eso estoy! -Cierra los ojos y déjate guiar. Le dice mi corazón a mi alma: Que ya sé de dónde vienes y qué cansada tú estás de vagar detrás de los trozos de alma que has dejado en tu andar. Cierra los ojos y ven, ya te diré cuándo los debes abrir. Ven conmigo de compañero y yo te mostraré que como la loca Luz Caraballo fuiste perdiendo uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis pedacitos de tu ser. 63


Que buscando ese mismo sueño te fuiste una vez más tras siete, ocho, nueve y diez. Que a pesar de no lograrlo continuaste intentando: once, doce, trece, catorce y quince, hasta ya más no poder. ¡Deja de retar al destino! Te digo envalentonado. Basta de perseguir esos sueños, que tus brazos no abrigarán ni tus pechos vaciarán. Basta de sueños, y mira tu realidad. Abre los ojos mujer y ve. Esos hijos que soñaste hoy angelitos son. Con este peso en el alma, ¿cómo se puede vivir? No son fantasmas ni duendes, solo son los angelitos de tu alma y de tu ser. Ahora los puedes mirar, ahora los puedes llorar, en tu duelo de mamá, por lo que antes no fue. Reconocedles y guardadle en tu corazón su merecido lugar. Cuéntales de tus ganas y de tu amor, despídete con ternura, promételes que cada día una plegaria para ellos tendrás, y para el niño bendito 64


en tu casa guardarás un altar como tributo de tu amor y tu lealtad. Cinco niños y diez niñas, quince angelitos que no viste sonreír. Que en paz descansen y en el cielo los abuelos te los cuiden mientras se vuelven a ver.

Bogotá, 13 de octubre del 2013

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Gracias por darme camino David Ferrus Egresado del Aula La Montera

Flashes… del maestro y mago Ramón. Durante el SAT 1 después de algunas escenas teatrales, los cincuenta del grupo llorando a moco tendido con el corazón abierto, abierto, y Ramón entregado llorando con todos… ¡precioso! Durante el SAT 1 y el ejercicio de los huevos con su sonrisa y voz de fondo animando a explorar y explorarnos. En La Montera, en un taller de CCFF, en dos horas de taller con el respeto y amor por la historia de cada uno y sus ancestros… gran parte del público llorando y con el corazón abierto de par en par. Estaba sentado en un banco de Lantana, donde se hacía el Proto en Sevilla. Estaba solitario y triste. La mujer de mi hermano acababa de parir, un mal parto que casi acaba con su vida. Venían el equipo de terapeutas por el pasillo, y Ramón se paró enfrente de mí, me dijo que me levantara y me dio un abrazo… Sentí que me veía… sentí su reconocimiento (me emociona aún recordarlo). Cómo importante fue sentirme visto por Ramón para empezar a querer verme yo a mí mismo. 67


En el SAT 1, estando en conflicto con mi pareja, una noche después del trabajo de la tarde me aproximé a ella por sentirme pequeño e inseguro, y después no quise dormir junto a ella, rechazándola… Ramón pasó la noche acompañando sus llantos. A la mañana siguiente, con las meditaciones de los mudras por caracteres, levanté la mano para compartir a Ginetta que me era más fácil el mudra del cinco que el del siete… por mis dudas en ese momento sobre mi rasgo principal. Ramón le dio unos golpes con el codo a Ginetta y le dijo: “¿Me dejas?, ¿me dejas?”. Al mismo tiempo serio y como un niño pequeño… Y me dijo, más o menos, “esto que has hecho hoy de rechazar a tu mujer y esconderte en la cueva con la excusa de sus invasiones es una forma común que tenemos algunos hombres de maltratar a nuestras mujeres y excusarnos con la retirada. ¡Chúpate esa mandarina!”.Nos dejó boquiabiertos a mí y otros tantos hombres con esa reflexión confrontadora. Después del SAT 1, Ramón nos dijo a mí y mi pareja de entonces que se comprometía a ayudarnos a separarnos o a aprender a darnos el amor que nos teníamos. Además de atendernos al teléfono nuestras diatribas y muchas otras ayudas, un día Ramón tenía que ir a Lugo a dar un taller de CCFF para la inauguración de un centro de una exalumna suya. Lo fui a buscar al Aeropuerto de la Coruña, apareció con sus alforjas al hombro. Hicimos un camino de 1,5 horas en 2,5 horas porque me perdí dirección a Lugo, y aguantó paciente dentro de ese coche toda mi historia, oralidad, sufrimiento, dolor… etcétera. Al entrar a Lugo me pidió silencio para sentir la entrada a ese lugar. Fuimos a visitar algunos lugares sagrados de la ciudad dando un paseo silencioso. Le compró un regalito a su mujer y le propuse que escogiera lugar que lo invitaba a cenar (¡qué menos!). Me pareció que ya lo tenía escogido el sitio y pedimos lo que nos apeteció, haciendo caso de la apetencia nada más... sin mirar precios. Al llegar 68


la cuenta me dijo, “pagamos a medias si quieres”, y yo dije “¡no!”. Creo que aún veo su sonrisa al ver mi cara cuando vi el valor de la cuenta… tragué saliva en mi confusión generosa-tacaña… y pagué dignamente. ¡Fue otro gran aprendizaje! Como decía Machado: “Es de necios confundir valor y precio”. ¡Gracias Ramón por tu generosidad!

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A você meu querido Mestre Ramon Resino Denise Carrilho São Paulo, Brasil

Minha total, amorosa gratidão e reverência à sua fé e ao seu compro-

metimento com a vida que tanto me ajudaram, e continuam me ajudando, a redescobrir a mim mesma. Dedico este poema de Fernando Pessoa que resume de forma delicada e encantadora o que aprendi e experienciei com seus ensinamentos e caminhada compartilhada. “Segue o teu destino, rega as tuas plantas, ama as tuas rosas. O resto é a sombra de árvores alheias. A realidade sempre é mais ou menos do que nós queremos. Só nós somos sempre iguais a nós próprios. 71


Suave é viver só. Grande e nobre é sempre viver simplesmente. Deixa a dor nas aras como ex-voto aos desuses. Vê de longe a vida. Nunca a interrogues. Ela nada pode dizer-te. A resposta está além dos deuses. Mas serenamente imita o Olimpo no teu coração. Os deuses são deuses porque não se pensam”. Mestre, onde estiver ainda ouço sua risada espontânea e inocente e a sua “famosa” frase: “Chupa esa mandarina!”, que de forma zombeteira me disse tanto e me fez rir de mim mesma. Mais uma vez, obrigada meu querido!

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Promesa Edicsson Quitián

Transformación Humana

-Ramón, ¿me constelas? -Busca tu origen. -Ramón, volviste. -¿Encontraste tu origen? -Ramón, ¡te moriste y no te vi más! -Regresé al origen. -Ramón, entiendo que somos de todos los colores. -Te vi y te veo, eres de la gente arcoíris. -También perteneces a mi nación Ramón, posees todos los matices. -En el cielo todos los colores se funden en luz. -En la tierra nos alumbras Maestro. -En el cielo te espero. -Cuando como tú haya cumplido. -Ni más ni menos, crío. -Ya compré el tamborcito. -Lo agradece tu hijo no nacido. -Y la tierra de mi ancestro ya está en mi altar. -Allí reposarás. -Te doy mi amor Ramón. -Te bendigo. 73


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La puerta del desierto Eduardo Gutiérrez

Mi nombre es Eduardo Gutiérrez, conocí a Ramón en julio del 2005

por temas laborales, ya que él solicitó mis servicios como ingeniero técnico. Poco a poco fui conociendo a este fascinante hombre, hasta que consiguió introducirme en el mundo de la gestalt. Hice la formación de gestalt en el Aula La Montera desde el 2007 hasta el 2011, año en que fui con él al desierto. Tras mi formación, seguí en contacto con él por motivos laborales, y nos veíamos asiduamente. De hecho él falleció el 3 de diciembre del 2013 (domingo), y yo tenía una cita con él, el miércoles 6 de diciembre. Aunque desde adolescente tocaba el piano, Ramón no conoció nunca mi faceta como compositor (casi nadie la conocía, casi ni yo mismo). Poco después de su fallecimiento, retomé con más energía el piano y mis composiciones y, en mayo del 2015, tuve la idea de componer una obra en su memoria. Se la ofrecí a Antonia del Castillo y le gustó mucho, por lo que decidimos llamarla La puerta del desierto. Es una obra para piano que comienza en Sol M (una melodía alegre y con fuerza), mediante un pequeño fragmento “tipo puente” modula a 75


sol menor (con tono triste y melancólico), para cerrar de nuevo con la tonalidad en Sol M como una despedida desde el agradecimiento. El enlace de Youtube es el siguiente: https://www.youtube.com/watch?v=zG3wTyZq8d8 En la primera foto que se ve de la puerta de la Medina de Fez, está él abajo a la izquierda señalando con la mano de espaldas. Y al final, hay una foto que tomó su hija Claudia alejándose por la duna del desierto. Siempre me he sentido muy agradecido a él y a la vida por sus enseñanzas y por haberlo conocido, fue un antes y un después en mi vida. Muchas gracias, Ramón, y gracias a vosotros.

Nota de los editores: en www.youtube.com es posible buscar el video como: La puerta del desierto Eduardo Gutierrez

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Espero seas esa esmeralda fundida con la roca Emilio Gallón

Escuela Transformación Humana

Estimado Ramón, te escribo esta carta, donde sea que estés, siendo

parte del gran alma, para quien trabajaste en vida y ahora en el más allá del cuerpo que supiste habitar y en el cual, con enorme talento, ¡supiste ayudar a tantos!, siendo yo uno de los afortunados. Unos días antes de que te fueras pensé en escribirte, y le di largas, no lo hice. Y quería escribir para agradecerte todo lo me diste. Y eso que pasan los días y lo pensaba y lo elaboraba, creyendo que la vida espera. Nunca imaginé que te fueras de esa manera. Fue impactante, leí los comentarios de la gente en las redes sociales, no entendía cómo tú, gran servidor de servidores, te podías ir cuando el mundo más te necesitaba. Y moriste sirviendo, como un héroe. Pasaste por Colombia, nos diste lo mejor de ti, luego fuiste a Brasil, diste lo mejor de ti, regresaste a España, y ¡zas!, te fuiste. Te lloré, junto a otros que te conocían y amaban, Beatriz, Laura, Iván... Jorge se mantenía fuerte, lo acompañamos a conseguir el atuendo apropiado para viajar a tu velorio. Todos desconcertados. Jorge hasta furioso de que lo hubieses dejado solo, ¡eras su hermano! Jorge decía que tú eras el mayor y tu decías que Jorge era el mayor, y bueno, espero lo ha77


yan resuelto entre ustedes, el caso es que hermano servidor fuiste de él, y para mí fuiste un maestro de maestros, me escuchaste la primera vez que te conocí allá en Brasilia y me insististe que fuera a probar vida en España, que me casara, que hiciera familia. Para ti yo estaba listo hace doce años. Yo soy lento, hasta ahora me casé, hace un año y medio, y estoy cumpliendo una cosa a la vez, las tareas que me pusiste. Tuve el honor de ser tu alumno en unas seis ocasiones, en Brasil y en Colombia. Tuve el honor de recogerte en el aeropuerto en Bogotá y ser tu paseador, llevarte al centro de Bogotá a interactuar con los esmeralderos que te rodeaban y tú sacabas esa lupita de mafioso y les criticabas a la mayoría por intervenir con aceites y químicos especiales para que la esmeralda se viera más bonita. Esa primera visita al centro de Bogotá no compraste nada, pero te hiciste notar, pues a la segunda visita, un año después, te reconocían. He hiciste el mismo teatro, les hablabas, seguro cada uno de ellos te recuerda porque interviniste en sus vidas, como lo hiciste con todas las personas que nos cruzamos en tu camino. Y un día, tal vez a la tercera visita, vi que compraste finalmente una esmeralda. Era una de estas gemas sin tratamiento, sin intervención, que suelen vender a menor precio, pero tú la valoraste por eso mismo, porque estaba pura, fundida con la roca que la contenía. Viste el valor de lo natural, de lo esencial, de lo no contaminado. Jamás he conocido a una persona que valore más la vida como lo hacías tú. Eras una ternura de ser humano, envuelto en un carácter de tremendo temple y fortaleza, que se conmovía profundamente con los seres vulnerables y les acogías en tu enorme corazón. Eras como esa esmeralda que buscaste tanto acá, fundida con el universo; eras humilde, centrado, bravo, tus palabras fueron utilizadas con plena consciencia, al igual que tus movimientos, y honraste cada una de las situaciones y circunstancias que aparecían. 78


Algunas veces viniste a Colombia en momentos difíciles para ti, lo recuerdo, pues una mujer negra, una de esas matronas fuertísimas, de un carácter similar al tuyo, una bruja colombiana, te leyó el tabaco frente a todos tus alumnos, y ella fue dura contigo, delante de todos. Tú sonreías, aceptaste todo, sin un ápice de victimización, ni autocompasión. Asumías el dolor y el placer con igual dignidad. Y estabas inmerso en una profunda meditación en movimiento. Tu postura corporal era así, siempre, puesto, como un gran buda. Nada ni nadie te podía engañar, porque tú tenías los ojos bien abiertos, el corazón bien puesto, y jamás te acojonaste por el miedo que te podían traer los desafíos de Colombia, porque vi que también sentiste miedo, pero te preparabas, preguntabas todo lo que era necesario y como un valiente lo asumías. Y la suerte te acompañó porque eras osado, y a la vez prudente y cuidadoso con la vida. Celebrabas al finalizar porque tú mismo, como un niño, te deleitabas con la delicia de estar vivo y de atravesar los obstáculos. Venías preparado para atravesar dificultades, siempre humilde. Qué lección tan formidable Ramón. Muchas personas piensan que no sentías temor, que eras superior a eso. Y por el contrario, eras el más humano, con las pelotas bien puestas, confiabas en la vida, confiabas en tu talento, confiabas en todos los humanos, confiabas en los talentos de cada quien para labrar su propio destino. Y te enfurecía que uno no los reconociese. Pero generosamente dabas otro empujoncito pues tenías un gran sentido de compasión por cada persona. Te respeto muchísimo Ramón, recordarte me da alegría, que te hubieses ido me dio tristeza y rabia, y me quedo con la belleza, el amor, la honestidad ejemplares con que labraste tu camino. Reconociste siempre la grandeza del universo en cada cosa, y sin juzgar ni sentenciar viste los errores humanos con una burla muy terapéutica. 79


Fuiste un guerrero del amor, de la paz, de la reconciliación. Y supiste poner límite a quien se desviaba del camino, fuese quien fuese, sabiendo que por amor también se combate y se pelea, pero no matando la vida, sino dando con garrote a todo aquello que no es sino ego. Tú, guardián del camino bien labrado, sigues en el corazón de todos los que fuimos alumnos, testigos, pequeños hombrecillos que algún día anhelamos alcanzar tu estatura. Escribiendo de ti reconozco que te amé, me enamoré de ti, y te recuerdo con una sonrisa en mi rostro, porque me recuerdas quién soy yo en realidad, sin engaños, sin trampas, y eso queda grabado para siempre, maestro Ramón. Gracias por tu generosidad con límites, por tu amor condicional, por tu gracia solemne, por honrar a Dios y al Diablo con igual respeto y con diferenciado trato, porque supiste muy bien cuál era el camino correcto y el desviado, pues tu corazón estaba claro y tu alma siempre la vi transitar en la luz, respetando la oscuridad natural de la sombra. De todo corazón, espero seas esa esmeralda fundida con la roca, cobijado por Dios, por la fuerza del universo, y reposes en la pureza de la preciosa piedra que eres. Hasta siempre querido Maestro Ramón.

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Ramón: "aquel que da buenos consejos" Ernesto Vitale Buenos Aires

¡Eso significa tu nombre y eso hiciste conmigo!

Te conocí en la década de los noventa en Brasil, fuiste mi terapeuta durante un SAT, y a partir de allí comenzamos una amistad increíble. Tuve la suerte de ir construyendo un vínculo, una relación durante todos estos años hasta tu partida. Nos veíamos en congresos, en distintas formaciones y actividades terapéuticas, y siempre nos hacíamos un tiempo para nosotros. Me invitaste a Sevilla, a tu escuela, a tu casa, a tu mesa, y conocí a tu familia, ¿qué más se puede pedir de alguien? ¿Qué decir de vos? Lo personal me lo reservo, como terapeuta fuiste (y sos) uno de mis maestros, un maestro. De esos que enseñan siempre, sin decir, dejando crecer, mostrando, contando los “trucos”, solidario y generoso. Me ayudaste, me alentaste y confiaste. Recuerdo cuando en el Congreso de Madrid tomaste un taller que coordinaba yo, al finalizarlo te acercaste y me dijiste: “Mañana a las 8 horas desayunamos”. Pensé en cuál era mi error, ¡al otro día me invitaste a darlo en Aula La Montera! ¡Al año siguiente! Tu presencia apasionada irradiaba vida en lo que mirabas, te he visto ver el dolor del otro con tanto entusiasmo que dolía menos, te he escuchado 81


decir verdades acerca de dolores profundos que los tornaban valiosos, dabas “vuelta” a una tragedia y la convertías en una oportunidad; un secreto que había pesado todo una vida lo tornabas en un tesoro que valía la pena atesorar. Lo que más me marcó de tu estilo fue tu asertividad, tu atrevimiento y creatividad en cuanto a los recursos que uno tiene para ayudar al otro. Con el fin de favorecer siempre a quien atendías y en función de él, eras capaz de todo, no había límites. Podía “aparecer” un caballo blanco dentro de un comedor, solo para que fuera cabalgado durante la cena por una princesa que necesitaba ser reina, con la misma facilidad podías pedirme que hiciera lo mío delante de todos (¡todos!), solo para dejar de estar pendiente del “qué dirán”. Todos aceptamos siempre tus ideas, tus indicaciones, tus intervenciones, sabiendo que, aunque resultaran difíciles de cumplir, nos ayudarían a cada uno a ser quien éramos o quien queríamos ser. Hace poco estuve, nuevamente, en Sevilla, fue Antonia quien me llamó y con ella “fuimos a verte”. Quiero que sepas que te volví a abrazar, junto a tu descanso existe un frondoso árbol y resulta imposible no pensar que una vez más estas allí para el otro. Te abrazo.

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Agosto de 2017


En el paraíso Francis Elizalde Bilbao, España

Ofreció Claudio una segunda edición de sus enseñanzas acerca del

eneagrama de las pasiones, en Bilbao, hacia finales de los años ochenta... Allá llegó Ramón Resino. Y allí estaba yo, que era de la primera promoción y estaba muy vinculado al lugar donde nos reuníamos. ¡Qué voz, la de Ramón! ¡Qué gestos! Supimos que era teatrero, que había participado en montajes históricos en el teatro andaluz, y que daba clases de dramatización en un instituto sevillano, ¡desde el año 74! “Ramón tenía veintipocos años cuando aterrizó en el Colegio Aljarafe SCA. Era 1974 y había llegado para ponerlo patas arriba. Desmontó cánones y plantó en todo el que le conoció un entusiasmo enorme por la vida. Lo hizo a través del teatro, entendido como medio para afrontar los problemas y crecer como persona", dijo el diario ABC cuando falleció. Cuando hablaba, nos íbamos con él. Decía verdades y hermosuras, tenía la maestría con la voz de los ciegos. Se entregó al trabajo de autoconocimiento con toda su alma, tomándose muy en serio lo que estaba haciendo. Él era grande, poderoso, cabal; yo un joven atormentado y nervioso. Nos hicimos hermanos ya para siempre. Coleccionó fósiles desde niño, y piedras. Cuando me invitó a ser profe83


sor en su centro La Montera, admiré las piedras que se traía de sus viajes por la floresta y el desierto. ¡Peñascos, se traía, de cristal, de turmalina, masas significativas, bellezas del tamaño que adquiere el corazón humano cuando sufre y goza amando a los demás! Sabía manejar lo grande, Ramón, y así tomaba en sus manos adolestentes delicados y les enseñaba aquello de “¡sal ahí y dilo alto, fuerte y claro!”. Delicadísimo y grande hasta en lo ínfimo, Ramón... Nos vimos en Cartagena de Indias, en el Congreso Internacional de Gestalt del 2013. Vino a ver el taller de sueños que impartí, y me fue suficiente con que él me dijese “buen trabajo” para que me despreocupase de si había estado mejor o peor. Años atrás una persona estaba enfurecida con él a cuenta de que se había saltado cierto compromiso, cosas de yo hasta aquí, tú desde aquí hasta allí. Me levanté y fuí donde él, y le dije qué estaba pasando. Lo pensó, reconoció que su equipo había traspasado un límite, convocó a los responsables y dio instrucciones a cumplir inmediatamente, deshaciendo el agravio. -¿Está bien así, Francis? -Está bien así, Ramón. Las cosas como han de ser, sin vacilación. Si no nos comportamos de ese modo, ¿de quién nos vamos a fiar? El agraviado calló y yo me sentí en paz entre hermanos. La última vez, en el campo, estaba tumbado en un banco al aire libre, riéndose, y decía que se sentía en el paraíso.

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A Ramón Guzmán Resino: reconocimiento Francisco Herrera Garrido Nahual Escuela de Terapia Gestalt

A primeros de julio del 2017 recibimos en Nahual la invitación de la

Asociación Colombiana de Terapia Gestalt y de Transformación Humana Colombia para participar en el homenaje que estaban preparando a Don Ramón. En esos momentos recordé la primera vez que se planteó esta idea. Fue por boca de Jorge Llano en mayo del 2016. En esta ocasión Jorge participaba en un taller de nuestro centro Nahual, y en la noche, después de acabar una de las jornadas, nos reunimos con otros terapeutas, tutores y compañeros. Inevitablemente Ramón estaba presente y Jorge planteó la posibilidad de que todo lo que sentíamos nosotros y tantas personas “tocadas” y agradecidas pudiera expresarse. Estos sentimientos y vivencias servirían para, a través de un libro o cualquier otra fórmula, homenajear no solo la memoria, sino la realidad del contacto con el maestro. Ha ido pasando el tiempo y hoy me pongo manos a la obra. Me doy cuenta de que siento la dificultad de hablar de alguien tan cercano para mí como si fuera, a través del papel, alguien ajeno, que no está, aun estando. Por ello, tomo una primera decisión: no voy a hablar “acerca 85


de”. Voy a hablarte, Ramón, de tú a tú. Como nos enseñaron nuestros maestros y tantas veces practicamos juntos. En este diálogo mejor la exposición y expresar desde mi experiencia personal. Es verdad que estás muerto y, sin embargo, te tengo presente en muchos momentos y cuando eso sucede siento mi vinculación contigo. Desde aquí tomaré como referente determinados hitos que marcan nuestra relación. Esta es la mejor forma que encuentro para acercarme a ti y definirte definiéndome en la creación de este intercambio participativo.

Apasionados Anónimos Como después supiste, a mediados de los noventa yo estaba alejado del mundillo de la psicoterapia. Las hermanas Garcés, de Málaga, me habían avisado de que Claudio venía acompañado de un hombre muy interesante que era “espectacular”: Guillermo Borja. Por primera vez oí la expresión “ponerse al servicio”. Quedé admirado y al mismo tiempo sintiendo la necesidad de hacerlo yo y trasladar el beneficio terapéutico a otras personas que no tenían posibilidad de participar en estas experiencias que entonces consideraba elitistas. Heroicamente decidí dedicarme a los servicios sociales y ser congruente con lo que pensaba y sentía. De aquí el alejamiento. Sin embargo, la llamada de mis contradicciones y mi propio crecimiento hizo que me incluyera en un grupo de seguimiento del estudio del eneagrama: Apasionados Anónimos. En este grupo, entre otras personas, te encontrabas tú Ramón, y Antonia del Castillo, tu mujer. Compartíamos una vez al mes e íbamos rotando la coordinación al modo del funcionamiento de los grupos de anónimos (alcohólicos). 86


Lo primero que me llamó la atención fue tu presencia. Recuerdo tu imagen grande, fuerte, vestido de negro… me sentía a la vez atraído e intimidado. Si te soy sincero la sensación es la que algunas veces he sentido ante un desfiladero enorme o en lo alto de un risco de la sierra. El placer de estar ahí y el miedo de la profundidad y de la altura. Tu voz enérgica y contundente me ponía en contacto con la potencia y, al mismo tiempo, la suavidad del susurro en que algunas veces hablabas. Fue en una de las primeras sesiones en la que yo exponía mi opción “salvadora” hacia los más desfavorecidos, a los que iba a acercar la psicoterapia, en la que de forma contundente tú, con quien todavía no tenía mucha relación, me desmontaste suave y eficazmente, con honestidad, diciendo: “Yo trabajo en la escuela y ahí hago lo mío. Sí, con la excusa de la ayuda a los más pobres, abandonas tu crecimiento, el único que queda empobrecido eres tú”. Lo que ahora vivo con una lógica y una claridad extraordinaria, me puso en guardia: “¿Quién eres tú para juzgar lo que hago? ¿Quién te da velas en este entierro?”. En esos momentos no te viví en la cercanía, aunque muy pronto me di cuenta de que era yo quien ponía distancia porque cuando después propuse que la sesión de Apasionados Anónimos que me tocaba a mí coordinar se celebrara en Jaén y muchos de los compañeros estaban en contra (porque la mayoría eran de Sevilla), sin dudarlo, me apoyaste y utilizaste la misma intensidad para que, finalmente, así fuera. Por esta y otras muchas cosas acabé rindiéndome a la rotundidad de tu expresión, que yo, en su momento, confundí con enjuiciamiento. Y es que, cuando sentías algo y lo veías claro, por tu boca salía una afirmación rotunda, nada de medias tintas. Poco floreo y mucha verdad. Y claro, esto hacía (porque “no hay mayor ciego que el que no quiere ver”) que me conmoviera y, hasta que supe apreciarlo, sintiera que me invadías. 87


La casa grande Con el paso del tiempo y respondiendo a la oferta de continuidad del SAT, algunos de los participantes en Apasionados Anónimos coincidimos como alumnos y tú como maestro. Cuando te dijimos que habíamos elegido el taller de teatro gestáltico que tú impartías mostraste sorpresa, vergüenza, orgullo… “Pero, ¿cómo me hacéis esto? Después de lo que llevamos juntos, ¿qué esperáis que os pueda aportar?”. Quiero decirte que ese taller fue para mí un antes y un después en la psicoterapia. Ahí te reconocí como maestro-líder. Trabajaste generando un sentimiento de grupo que antes no había vivido. Sentí que formaba parte, de una manera especial, de un grupo especial: “los del taller de Ramón”. Esto lo sentimos todos. Me di cuenta de que, de forma natural, ejercías un liderazgo incluyente que ponía a cada cual en su sitio sin concesiones. De ahí su enorme valor terapéutico, que al mismo tiempo permitía que todos adquiriéramos una identidad nueva basada en la pertenencia que nos hacía unidos y diferentes al resto. Créeme, todavía hoy ando a vueltas en el análisis y el sentimiento de cómo se consigue esto que tú tan fácilmente obtenías. Y este es un don tuyo que ha alimentado a los que han trabajado contigo y a todos los grupos en los que has estado y de los que he tenido noticia (en la psicoterapia, en la enseñanza). Fue también en este taller cuando descubrí que la intensidad que formaba parte de tu vida se plasmaba también en tu trabajo. Los que trabajamos contigo sentimos esa intensidad porque durante cada minuto había expectación y en muchos casos sorpresa. Sentimos reto y consecución. Y lo mejor es que conseguías que viviéramos el reto no como un reto 88


externo que tú nos planteabas, sino que lo hacíamos nuestro. Desde ese momento pasaba a ser un reto personal que una vez conseguido nos hacía sentir grandes. Igualmente en tus propuestas había siempre un paso más que planteabas de forma suave y aceitosa, dulce como la miel, y sin miedo a romper huevos. Con el tiempo he podido desarrollar mi propia intensidad y trasladarla al trabajo terapéutico. Quiero que sepas que ese camino personal se inició en aquel taller gracias a tu enseñanza y ha ido creciendo, como tú has presenciado, a lo largo de este tiempo. En la sala donde trabajamos en aquella ocasión no había pizarra y pusimos en la pared un gran trozo de papel continuo blanco de embalar para que hiciera las funciones de esta. Un día estabas explicando algo acerca de la pantomima y escribías en aquel papel. Cuando llegaste al límite del mismo seguiste escribiendo en la pared otro buen trecho, algunos de nosotros pusimos los ojos como platos entre asombrados y sobrecogidos. Entonces percibiste que pasaba algo, más por el “bullebulle” del grupo que por la pared misma. Te diste cuenta de lo ocurrido y mirándonos con inocencia, dijiste: “Yo es que a veces tengo problemas con los límites”. En esta afirmación que algunos corearon, con risas otros, yo entre ellos, advertimos una transparencia y una candidez a la hora de expresarte extraordinarias. En varias ocasiones, después, me has referido este hecho y siempre con la misma transparencia me trasladaste tu sentimiento por lo que pasó, y al mismo tiempo pusiste de relieve que te responsabilizaste de que aquella pared fuera limpiada y lo mucho que te ayudó en tu trabajo personal y, al mismo tiempo, la claridad que te aportaba acerca de que lo negativo se convierte en positivo y que “quien no trasgrede límites no aprende a respetarlos. Lo cual no supone tener la patente de corso de la trasgresión”. 89


A lo largo de nuestra relación y en la última etapa, compartiendo como directores de escuela, hemos dialogado mucho sobre este tema y a veces, ahora que no estás para seguir compartiendo, cuando tengo dificultades pienso “¿cómo lo haría Ramón?”, y, últimamente, soy consciente de que mis límites no son tus límites. Ni yo soy tú, por más admirable que me parezca como te desenvolvías. Por tanto, mi acción ha de ser otra, porque seguramente yo no hubiera llegado nunca al final de la pizarra. Me hubiera quedado más corto.

La Montera Un día recibí una invitación tuya: por fin hacías realidad una de tus ilusiones, La Montera. Se inauguraba y querías estar rodeado de tu gente, aquellos que, de alguna forma, nos sentíamos cerca de ti y partícipes de tu entusiasmo. Por supuesto que acudí y lo que más me llamó la atención no fue que te acompañara Claudio Naranjo, quien era, igual que sigue siendo, una figura muy relevante (yo diría la más relevante de la gestalt actual). Pero, como te decía, lo que más me llamó la atención fue que el espacio estaba lleno a reventar de gente, personas que te queríamos. Siembra que tú habías realizado y frutos que cosechabas. Pensé y te expresé literalmente cuando pude acercarme a darte un abrazo: “¡Que tío más grande!”. Así lo sentía de corazón y esta afirmación no solo encerraba mi admiración sino también un profundo respeto. Estabas emocionado y me dijiste: “Trabajar, trabajar, trabajar”. ¡Nada más y nada menos! Estar al servicio es grande, es profundo y supone trabajo, trabajo, trabajo… Seguidamente pudimos conocer y visitar los distintos espacios y pude apreciar cuánta dedicación y cuánto cuidado habías invertido en cada 90


detalle. Gozoso comentabas sobre algunos de ellos, los referenciabas a tu vida y a tu historia personal… Advertí que estabas satisfecho, lo mostrabas feliz como un niño y lo compartías con los tuyos, sobre todo los más cercanos: tu familia. Constaté cómo La Montera era más que un negocio, que una empresa, que un centro de psicoterapia. Era una empresa vital, imbricada en ti, en tu familia y en tu devenir personal. Eso dotaba a esta “empresa” de grandeza. Aunque deambulaba saludando a unos y a otros, desde mi soledad pude entender lo que algunas veces me habías dejado caer: que había un tiempo para formarse, tomar; otro para ponerse al servicio y dar. Todo lo que fuera mantenerse indefinidamente en el tomar “era puro mamoneo”. No hubo lugar para compartirte lo que sentía en esos momentos, pero con tu intuición especial y por si acaso no me había quedado con la copla, te despediste diciéndome: “¿Y tú qué? ¿Para cuándo?”. Y, con el tiempo, llegarías a proponerme trabajar en La Montera y participar en el claustro. En alguna ocasión había desestimado otras propuestas y sin embargo en esta, aunque me imponía respeto, volví a escuchar tu frase de entonces: “¿Y tú qué? ¿Para cuándo?”, y la respuesta fue afirmativa. La fruta iba estando madura. Fue toda una experiencia verte como director lidiando, junto con Antonia, los problemas y los engorros del cotidiano. Pude percibir que tu relación como director era diferente a la personal y a otras facetas tuyas que yo ya conocía. Ni mejor ni peor, distinta. Pude comprobar cómo llevabas el orden al claustro. Cómo, de una forma bastante sencilla, facilitabas el posicionamiento de cada cual, la conciencia del lugar que a cada uno correspondía y tu funcionamiento orientador como timonel de ese barco donde todos remábamos. Y era necesario acompasar ritmos y paletadas. 91


No siempre compartí tus criterios, aunque siempre pude percibir la existencia de una lógica interna en las decisiones que tomabas como director. Tenían sentido y coherencia desde esa posición que ocupabas. También aquí aprendí contigo que el movimiento del conjunto no siempre satisface a cada uno de los que forman parte de él. Y esa no tiene por qué ser causa de paralización.

“Ni los muertos están tan muertos ni los vivos están tan vivos” Una tarde recibí una llamada telefónica tuya. En tus palabras había entusiasmo, aceleración, impaciencia, más entusiasmo… Habías conocido algo “fantástico”, un hombre excepcional, una práctica nueva que no era exactamente psicoterapia, aunque producía efectos impresionantes en quien participaba de ella. Su nombre, constelaciones familiares, y su creador, Bert Hellinger. Aquella época estaba siendo muy dura para mí, había tenido un accidente de tráfico y, aunque no totalmente restablecido, estaba en vías de recuperación. Sin embargo, mi pareja había sido muy dañada y arrastraba graves secuelas. No estaba para fiestas. Mi vida giraba en torno al cuidado y el restablecimiento de ella y así te lo expresé. -No, no. ¡Tráetela! Veniros los dos. Este hombre os va a ayudar. Yo no estaba en esa onda y no entendía cómo no entendías. Reiteré mis argumentos y mi negativa. No te diste por vencido y, en tu insistencia, de forma pertinaz, seguiste hablándome. Capté que más allá de compartir tu entusiasmo estabas ofreciéndome, de corazón, algo que considerabas “bueno, necesario, imprescindible” (así de radical te expresaste en aquel momento) para nosotros. Ahí cambió algo. Tu interés ya no estaba puesto en ese taller, estaba puesto en nosotros y emanaba calidez y afecto. 92


No sin dificultades acudimos al taller y en este tuve mi primer contacto con las constelaciones familiares. Al recordarlo, me doy cuenta de que lo primero que me extrañó sobremanera fue el gran número de participantes. Esto, he de confesarte, me tranquilizó. Entre tantos habría menos exposición y más desapercibimiento. También me extrañó la “puesta en escena”, nunca mejor dicho. Se trataba de un escenario. Dos hechos fueron absolutamente relevantes para mí en esa experiencia. Fuera del programa previsto trabajaste un asunto tuyo y avisaste a algunas personas para que participáramos. Era mi primer acercamiento y no entendí los entresijos de tu trabajo. Es más, para mí era incomprensible. Lo que sí me conmovió fue el desgarro de tu llanto, la fuerza de lo que allí pasaba, la energía que nos tomó a todos. Nunca había presenciado y experimentado nada igual. Siguió el taller y cuando finalizó yo no había trabajado directamente, ni siquiera había sido representante y, a pesar de ello, estaba “tocado, herido y hundido”. No me había movido de mi sitio y me había zarandeado toda la experiencia. No sentía ninguna cercanía hacia Hellinger, es más, era animadversión, enfado y rabia lo que experimentaba. Había hablado de una forma especial de la culpa y cómo esta cumplía una función no solo personal sino sistémica. De expiación, de víctimas y verdugos… No podía entender nada y, sin embargo, aquello me tocaba hasta la raíz. En aquel tiempo yo colaboraba con organizaciones de memoria histórica que reivindicaban la dignidad de las víctimas de la Guerra Civil española (mi abuelo paterno era una de ellas), así que estaba muy implicado en ese proceso, y al mismo tiempo tenía totalmente presente mi accidente de tráfico donde yo era el conductor y mi pareja sufrió las peores consecuencias. No podía hilar, en mi cabeza, qué puñetas tenía que ver esto con lo que sentía: tristeza sorda y añeja tapada por una capa de malestar rabioso. Al finalizar el taller te dije: “Conmigo no cuentes más”, y tú diste la 93


callada por respuesta. Casi adiviné una pequeña sonrisa que nacía en la comisura de tus labios y no iba más allá. Me abrazaste despidiéndonos. Poco tiempo después de lo ocurrido, fui yo el que te pregunté cuándo había más constelaciones familiares y me informaste de que Marie Sophie Hellinger impartía un taller en La Montera y me invitaste a asistir a este. En cierta medida me alivió saber que Hellinger no estaría y por otra parte tenía mis dudas de si Marie Sophie con su presencia tan distinta y su glamour estaría a la altura de las circunstancias. No tuve tiempo de decirte nada cuando me interpelaste: “Es buena Paco. Es muy buena”. Y allá que fui. Esta vez sí que trabajé y todo mi empeño y mi cabeza estaban en el asunto de mi abuelo paterno. Y me empeñaba una y otra vez en ello, y estaba continuamente cabalgando en la cabeza. Marie Sophie me hizo cerrar los ojos manteniendo una última visión de varios representantes en el suelo y yo erre que erre con los muertos de la guerra. Tú estabas sentado a mi lado y de pronto oí que de ti surgían “grititos”, balbuceos como de bebés, y pensé que, o yo estaba delirante, o tú estabas enloqueciendo. Sin embargo, al mismo tiempo estaba muy triste y apenado y con una visión interna que me ponía en contacto con bebés: los hijos que no tenía. No fui capaz de entender nada. Una vez más me fui a mi sitio con una congoja insoportable. Ya, en mi silla, Marie Sophie lanzó una de esas frases que para mí eran indescifrables: “¿Quién paga un más alto precio, víctimas o perpetradores?”. Sin saber cómo y por qué se abrió la compuerta y estuve llorando sin parar el resto del taller y varios días después. En uno de los descansos con gran sutileza y ternura soltaste: “Ni los muertos están tan muertos ni los vivos están tan vivos”, y no sé hasta qué punto la frase o la forma cálida de decirla fue un bálsamo entre tanto llanto. Conforme avanzó mi formación en constelaciones familiares fui abrien94


do mi conciencia y dándome cuenta de lo que se trataba y pude compartir contigo esas primeras implicaciones que descubría. Ahora bien, como te dije en cierta ocasión, lo que más admiré de ti fue el respeto hacia mí. No soltar prenda hasta que yo descubriera. Este respeto por el proceso del otro, que no eximia de tu persistencia y apoyo constante, y al mismo tiempo no abría ninguna puerta de la que el otro no tuviera la llave, es tu don.

Nahual Aquellas palabras de “¿y tú qué? ¿Para cuándo?” no habían caído en saco roto y más aún cuando en muchas ocasiones posteriores, de una u otra forma, siempre me las recordabas. Llevaba años trabajando en consulta individual y eso por una parte me tranquilizaba (de alguna forma estaba al servicio), y por otra me hacía sentir seguro en la seguridad de mi pequeño espacio y mi relación terapéutica de segunda actividad (yo tenía otro trabajo) y controlada (“yo me lo guiso, yo me lo como”). Todo lo demás me parecía un lío. No tenía necesidad de ello. En el 2007, atravesando distintas experiencias personales, pude constatar que ponerse al servicio, esta fórmula que oí a Guillermo, tú la utilizabas y yo no acababa de captar, implicaba contemplar la necesidad del otro sin olvidar la propia. En eso consistía: en poder admitir una fuerza mayor, más grande que nosotros, y una conexión con los demás más allá de la empatía. De alguna forma trascendía de lo meramente terapéutico. Fuiste la primera persona a la que hice partícipe de que sentía la disposición a crear un centro y una escuela de psicoterapia en Jaén, mi ciudad. Aunque tenía mis dudas, ahora notaba el impulso y la fuerza. 95


Quería saber tu parecer. Lo primero, una mirada de asentimiento, después, una sonrisa que se convirtió en una carcajada abierta: “¿Llevo años empujando y me preguntas qué me parece? ¡Fantástico! ¿Qué me va a parecer?”. A partir de aquí todo fue apoyo por tu parte. Hasta el momento de tu muerte: quince días antes estuviste realizando un taller en Nahual. En esta etapa compartimos de cerca otras inquietudes. Todo lo que hacía referencia a poner en marcha el centro y la escuela. Me ofreciste tu ayuda y con generosidad facilitaste mi aprendizaje como director y también como empresario. Fuiste el invitado de honor de la inauguración y, con tu poncho y tus alforjas, te convertiste en maestro de ceremonias, junto con Antonia, el día en que Nahual iniciaba su andadura. Yo me sentí orgulloso de que así fuera, de que hubieras accedido a mi petición y hubieras tomado la encomienda que te hacía. Al mismo tiempo, no tuviste inconveniente en implicarte y bajar a torear en la arena. De hecho, el primer curso de la primera promoción lo impartimos los dos como coterapeutas. Aunque al principio teníamos nuestras dudas (¡demasiada testosterona!) rápidamente cogimos el pulso y la mirada. Para mí era un lujo trabajar contigo y escuchar que para ti también lo era. Pude ratificar, al tener cerca tu trabajo y tu persona, todo lo que ya sabía: intensidad, honestidad, presencia, rotundidad… y al mismo tiempo descubrí que cuando preparábamos las sesiones o evaluábamos al grupo lo hacías con lo que llamo deportividad. Una actitud de desapego que no implicaba desentendimiento ni dejadez, sino aceptación de lo que es, y al mismo tiempo, no renunciar al trabajo que tocaba. Recuerdo tus palabras: “Trabajamos con un material extremadamente delicado: el patrimonio neurótico de las personas”. Una vez más dejaste en mí la impronta de una forma de hacer magistral. En esta época coincidimos, tú como profesor en Nahual y yo como 96


profesor en La Montera, por lo que me desplazaba todos los meses al menos una vez al claustro y tú te acercabas hasta Jaén. Compartimos inquietudes, estrategias y, sobre todo, experiencia, posicionamientos vitales y visiones sobre la forma de encarar este negocio que nos traíamos entre manos. Yo era aprendiz y tú ya lo habías consolidado más que de sobra. Asististe de buena gana a mis incertidumbres y me hiciste partícipe de las tuyas. Fue un “toma y daca” en el que empecé a sentir que mi aportación no solo era aceptada sino valorada por ti e incluso empezamos a compartir proyectos e ilusiones conjuntas. En esas estábamos cuando el crecimiento de Nahual hizo necesaria su ampliación. Tú ya lo habías anunciado en la inauguración de nuestra sede matriz: “Estoy seguro de que pronto se quedará pequeña”. Yo lo tomé como un cumplido propio de tu afecto. Pero no, realmente necesitábamos más espacio y encontré a pocos metros un local que podía reunir condiciones para convertirse en la ampliación del centro. Aunque estaba compartimentalizado en pequeños despachos y lleno de trastos, me parecía adecuado y, sin embargo, una columna central obstaculizaba lo que habría de ser una sala amplia y diáfana. Esa columna me quitaba el sueño porque era objeto de mis incertidumbres y cuitas. Te comenté que tenía a la vista un local que podía servir y que me gustaría que lo vieras y me dieses tu opinión. Programamos rápidamente tu desplazamiento hasta Jaén y en una mañana fresquita, después de desayunar, visitamos este local. Recuerdo tu observación lenta, inspectora y detallada. Analizando cada recoveco y escuchando las ideas que yo proyectaba para el futuro de esas instalaciones. Cuando finalizamos nuestra minuciosa visita estabas encantado y muy satisfecho. Aún me preguntaste, sin que yo te hubiese dicho nada, por la columna. ¡La dichosa e insomne columna! 97


-Oye Paco, ¿y esta columna no se puede quitar? -No Ramón, es imposible. Lo han estudiado distintos profesionales (arquitecto, ingeniero) y no hay posibilidad. Forma parte de la estructura del edificio. -¿Entonces dices que no hay forma de quitarla? -¡No Ramón! -contesté con enfado. -Entonces, amigo -y pusiste tu brazo sobre mis hombros de forma suave y cariñosa-, cuanto antes, hazte amigo de ella. Los dos nos miramos y al unísono estallamos en una carcajada estruendosa. Más verdad en menos palabras, más enseñanza en una experiencia concreta no se podía condensar. Incrusté en ella tres pequeños azulejos, verdes como esmeraldas, de cerámica de Úbeda para engalanarla y aún, en muchas ocasiones cuando trabajo en esta sala, refiero esta anécdota y, hoy por hoy, no me estorba. Soy amigo de ella. Gracias amigo. Esta es una de tus virtudes más admiradas por mí. ¡Qué capacidad didáctica para mostrar lo obvio y hacerlo de manera absolutamente comprensible y de forma inapelable!

¡Bailecito! Fuimos a Cartagena de Indias, al Congreso Internacional de Gestalt. No solo era importante el evento, sino que lo organizaba Jorge, nuestro amigo. Durante el vuelo de ida no parabas de hablar de trabajo, de las escuelas… Te percibí tenso, cansado y monotemático. Pensé que serían figuraciones mías. Fue iniciarse el trabajo, tu ponencia, contactar con compañeros de aquí y allá y todo cambió. Fluiste animadamente en esos días y te sentí rela98


jado, en ti y con nosotros. Tú: Ramón. Una de las noches fuimos a cenar y entre rica comida, buen vino chileno, alegría y cachondeo, mientras sonaba una música, todos los que estábamos sentados alrededor de la mesa empezamos a seguir el ritmo. Bailábamos moviéndonos en la silla, sin desplazarnos, mirándonos a la cara en una apoteosis de risas y felicidad compartida. No podía imaginar que esa sería mi última imagen de ti de esa manera, pleno, feliz entre los tuyos, y carcajeándote poseído de vitalidad y derrochando amor.

La muerte Llega el momento de abordar los tramos finales de nuestra relación y me doy cuenta de las dificultades que tengo para ponerme a ello. No es fácil, Ramón, hablar de tu muerte. Del mazazo que sentí ante esa inesperada noticia. Hacía dos fines de semana habías estado trabajando en Nahual y esa misma semana yo había impartido en La Montera una supervisión de Postgrado de Gestalt. Después hablamos por teléfono y nos intercambiamos respecto a cada grupo con el que habíamos trabajado… todo normal… todo cotidiano… Ninguna señal que nos pusiera en alerta. Ningún signo anticipatorio. Después de lo que pasó, de una forma un tanto pueril, he revisado buscando esa señal, ese signo, que nunca se dio. He caído, tengo que confesártelo, en la cosa más tonta y más antigua: encontrar una explicación a la muerte, ignorando lo que tantas veces, por repetido, sabíamos, que la muerte no necesita tarjeta de visita para anunciarse con antelación. Mi primera reacción al conocer la noticia y una vez compartida de forma urgente, fue irme hacia ti, hacia Sevilla, hacia La Montera. A partir 99


de este momento todo fue llorar. Llorarte en tu ausencia que todavía no era, pues seguías estando totalmente presente. Compartir llanto con los compañeros y compañeras, amigos y amigas allí en La Montera, en aquel lugar en el que tantas veces habíamos meditado. Compartir gestos y más llanto en el cementerio y ante tu sepultura abierta de par en par, y rodeada de todos los que estábamos y de otros, que sin estar, estaban. Compartir la presencia dolorida de Antonia, tu mujer, y de Claudia, Noé y Antonio, tus hijos. Y más llanto. Compartir la despedida de todos después de darte sepultura y más llanto. Compartir finalmente en Nahual una meditación, unas velas y unas flores para desearte buen tránsito, y más llanto. Mi hija pequeña que también quiso estar en esa meditación en tu honor nunca me había visto tan abatido, y cuando le dije que tú habías muerto, preguntó: “¿Quién? ¿El poetista?”. Y es que ella no te llamaba Ramón. Desde que te conoció te llamó el poetista, porque decía que hablabas “bonito, raro, como de música”, y creo, sinceramente, que ella captó en ti una forma que tú tenías de nombrar la realidad, la existencia, que era especial, poética y senequista, que ponía énfasis sin ser rimbombante. En los días siguientes siguió la pena y todavía el llanto, aunque fue predominando una sensación de vacío, de habitación desamueblada en el alma. Faltaba algo y sin embargo, podía seguir viviendo. Podía vivir estar en lo cotidiano y faltaba algo. Una sensación extraña de pérdida y dolor que apretaba de forma evidente aunque no llegara a ahogar. Poco a poco, la vida se abre paso como siempre, y nos seguimos encontrando con ella. Recordé la frase que tantas veces te había oído y que un día alguien te dijo: “Siempre vas a encontrar lo mismo por mucho que te rebeles. Si tiras a la izquierda: la vida. Si tiras a derecha: la vida. Hagas lo que hagas y te pongas como te pongas: ¡siempre la vida!”. En julio del 2015, Antonia decidió que se mantenían los planes pre100


vistos y cogía las riendas de la “caravana del desierto”. Ella, que estaba atravesando su particular desierto, tuvo la grandeza de mantener viva no solo tu memoria, sino tu acción y tu misión. Dirigiendo La Montera y fajándose con las adversidades que generaba tu ausencia. Forjándose en su estilo propio nos enseñaría cómo es verdad que la vida siempre se abre paso, a pesar de todo. La estancia en el desierto tuvo dos grandes notas que predominaron sobre toda la música. La primera fue tu continua presencia. Cada persona con la que nos cruzábamos (desde el conductor del autobús, los bereberes de Merzouga, el que vendía las alfombras) ponía en su boca el nombre de Ramón y en su alma el recuerdo de lo grande que eras. El trabajo con los alumnos estaba impregnado de recuerdos tuyos, de sugerencias y aprendizajes recibidos de ti. De tal forma que nunca sentí que un muerto estuviera tan vivo. Y, sin embargo, esa presencia no era suficiente, no llenaba el espacio de tanta ausencia. Lo viví como un quiero y no puedo, estás y no estás. Ni qué decir tiene que también entre los miembros del equipo era manifiesta tu presencia y, al mismo tiempo, el dolor de que ya no estabas. Pesaba tu imagen, pesaban tus palabras. Las dichas y las no dichas. Y el dolor se hizo manifiesto, como a veces sucede, en forma de rabia, de enfado y de pelea. Los hijos, los buenos hijos, no pelean por la herencia. Pelean porque a través de ella pretenden quedarse con el mejor y mayor “trozo” de padre. El tránsito no fue fácil y, no obstante, transitamos. Muchas veces expresamos cómo te echábamos de menos, incluso egoístamente, porque seguro que tú hubieras sacado las castañas del fuego. Pero ya no estabas y tocaba quemarse las manos. Transitamos y, con heridas, tocamos el infierno y la gloria. Transitamos, a fin de cuentas, transitamos. 101


La pirámide Habías iniciado el camino de Brasil, como tantos otros, en otros lugares, llevado por tu espíritu curioso y tu capacidad exploradora. Tu afán de facilitar el crecimiento personal no conocía límites. Me sentí honrado ante la propuesta de trabajar allí. De alguna forma percibí que, con mi aceptación, me permitía participar y dar continuidad a este proyecto en el que tanta energía habías puesto. De esta forma inicié mi contacto y trabajo con esa tierra y con esas gentes hoy tan queridas. Una vez más pude comprobar la huella de tus enseñanzas y la impronta que había marcado tu quehacer en tantas y tantas personas. Una vez más sentí la admiración por todo lo que habías dado. Con cualquiera que hablaba me ponía de manifiesto la importancia de su trabajo contigo y el cambio que este había supuesto en su vida. Como puedes imaginar, sentí la responsabilidad de la encomienda que tenía entre manos, y si estaría a la altura de ella. Todo se disipó cuando, recordando nuestras conversaciones, tomé conciencia de que la base troncal de nuestra relación se basaba en que somos distintos y podemos compartir. Nuestra forma de hacer es propia, no impostada, respetuosa con el otro y respetuosa con uno mismo. Desde aquí surgió mi fuerza y se acabaron las tonterías. Participé en una ceremonia de la “pirámide” y nada más entrar en este lugar te sentí especialmente cerca. Una energía especial me unía a ti y nada más verme, el oficiante me dijo que le recordaba a tu persona y se la acercaba. “Se la traía”. Me sorprendió esta afirmación cuando yo estaba totalmente conectado contigo en aquella sala y en la meditación que realicé. Cuando me situé bajo la pirámide, rodeado de cristales de cuarzo y otras piedras, 102


no puede por menos que recordar tu afición a las rocas y la fuerte presencia que tenían en La Montera. Orlando hizo su trabajo de limpieza y la conexión se hizo aún mayor. Sabes que a pesar de mi espiritualidad, mi razón pelea. Me cuesta trabajo entender algunas cosas, sin embargo, puedo asegurarte que esta es una de las ocasiones en que más cerca estuve de ti. A la mañana siguiente, atendiendo a su llamada, hicimos una parada en “la pirámide”. Allí, sentado bajo ella, me habló de ti, de mí y de él y su visión que había compartido contigo y ahora lo hacía conmigo. Procedió a sus enseñanzas y me dio la oportunidad de conectar de nuevo contigo y escucharte. No tengo palabras para describir la experiencia y, sin embargo, esta puso de relieve, sin lugar a dudas, esa hermandad que, si antes sentía, ahora siento aún más fuerte contigo. Quien quiera entender, que entienda.

Descansa en paz Al escribir sobre estas experiencias vividas me doy cuenta de que mi relación contigo ha sido potente, intensa y, en algunos momentos, determinante. Siempre lo he sabido y a veces, cuando te invocaba yo o te invocaban otros, sentía el gusto que da la ilusión de que mientras esto sucedía, estabas vivo. Al mismo tiempo el disgusto de que, mientras esto sucedía, no permitía que descansaras en paz. ¡Qué bien que te tengo porque te necesito y que jodido porque no te dejo! En ocasiones he tenido la sensación de que debajo de todo esto estaba mi lucha: no querer aceptar que estás muerto. No permitir que descanses en paz. 103


Hoy siento infinito agradecimiento. La vida me ha permitido compartir contigo y también, el infinito agradecimiento porque el destino me permite evocarte con suavidad, con aceptación de lo que fue y de lo que es: tu pérdida y la alegría de haber compartido. Doy las gracias porque al fin siento que la conexión es real y la aceptación tan real como aquella. Por eso he preferido huir del panegírico y de la elegía para centrarme en la experiencia, en la vida… Y desde ella expresarte mi deseo de que descanses en paz.

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Un poeta delicado dentro de un gran cuerpo fuerte Grazia Cecchini

Cuando conocí a Ramón fue en mi SAT 2 en 1992, creo. Me gustaba

su aspecto físico y su energía. Elegí instintivamente trabajar en su grupo. Me fascinaba su potencia y me daba tanta ternura. Luego lo ayudé traduciéndolo en Italia, ¡y fue un desafío entender el andaluz! Ramón me inspiraba un afecto natural, más allá de la frecuentación o de las palabras compartidas. Creo que era su don: se percibía un corazón grande, una natural actitud a ayudar, siempre desde de la visión concreta de la vida y, al mismo tiempo, desde una gran visión romántica y espiritual. Ramón era un poeta delicado dentro de un gran cuerpo fuerte. Era también poderoso y sus ojos te daban a entender que había poco que bromear con él. Pero le gustaban tanto las bromas. Era un hombre vivo que no ahorraba energías si el mundo estaba allí esperando su ayuda. Te abrazo, Ramón, y te recuerdo en mi corazón.

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Italia


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A mi maestro Israel Mirabent Colaborador en el Aula La Montera

Una vez le preguntaron al sabio Nisargadatta Maharaj cuándo se había iluminado, a lo que él respondió: “Mi gurú me dijo que yo soy la fuente suprema de todas las cosas; yo soy el supremo. Lo sopesé hasta que supe que era cierto, hasta que me convertí en esto mismo”. Después añadió: “Fui afortunado, pues confié en lo que me dijeron”. Adyashanti

Ciertamente desde que conocí a Ramón me he considerado una perso-

na afortunada. Posiblemente sea uno de los sucesos más trascendentes de mi vida y a partir del cual siempre hubo un antes y un después. Mi admiración era —y es— única en mí hacia su persona. Estar a su lado suponía estar en ebullición, en permanente alerta, y al mismo tiempo, sintiéndome en confianza de que ese gran hombre poseía las claves ocultas para sosegarse y confiar, para el que la vida no le iba a coger desprevenido. Esa fue —y es— la clave de su extraordinaria influencia 107


en tantos de nosotros. Confiar en lo que se daba, en lo profundo de la bondad humana, confiar en lo que le rodeaba, confiar en todas las personas que a él nos acercamos. Lo que a mí me permitió crecer y continuar mi camino fue su confianza en mí… por ello confié en lo que me decía, confié en su mirada y en estar. El Maestro nunca muere, muere el cuerpo pero no muere lo que significa el Maestro, su mensaje, su obra definitiva. Cada paso que doy día tras día en mi crecimiento y desarrollo personal tuvo su inicio siempre en el corazón de mi Maestro. El inicio de todo mi encuentro con el Ser, de mi presencia en la vida y del acto de responsabilidad de asumir lo que es resultado de mis actos, todo ello viene de su mano. Ramón me llevó a asomarme a los límites de lo conocido por mí, a explorar mi propia locura y a dejarme acariciar por las constelaciones del amor humano y casi divino. Nadie como él me permitió quitarme tanto prejuicio en tan poco tiempo, hasta el punto de que seguramente mi reencuentro con los aspectos profundos y espirituales, por así llamarlos, de la vida, se deban a su amplia apertura de mente y corazón. Transitar el desierto de la propia existencia, de una forma metafórica y al mismo tiempo explícita, actuando en el teatro de la vida y simultáneamente reconociendo nuestros propios personajes, pues con Ramón la vida, mi vida, cobraba una magia que desde que se fue siento que no se ha vuelto a repetir, aunque cada día, con su presencia, con cada palabra puedo revivir lo maravillosa que fue la década que estuve bajo su sombra, cual si fuera un enorme árbol que albergara muchas vidas. Si sigo en este camino de desarrollo de la conciencia se lo debo en gran parte a él. Su confianza es el motor que hace que cada día continúe adelante. Recuerdo que en ocasiones, cuando el miedo me envolvía y sentía el frío de la catástrofe acercándose en mi mente, le miraba y él asentía invitándome a que me lanzase… y yo siempre confié y por ello disfru108


té tanto y tanto de todo lo que me proponía. Y hoy, cuando practico desde la formación en gestalt como terapeuta, puedo sentir el alma del Maestro invadiéndome, y en ocasiones algún gesto, alguna frase viene a mí desde lo más hondo de mi corazón, pues ya no puedo negar que una parte de lo que de mí se expresa viene de su ser. Conforme pasan los años las enseñanzas del Maestro van cobrando una maduración y una hondura como las cosas buenas de la vida que mejoran con el tiempo. Su brillo no ha desaparecido —aún está ahí La Montera como una lámpara iluminando la noche sevillana—, promotor de expandir el trabajo por el amor hasta donde su energía permitiese, y así, de corazón en corazón, extendió una red inmensa de una humanidad que siempre le estará agradecida por su confianza. Fui afortunado, confié en lo que me dijo. A mi querido Maestro Ramón Guzmán Resino.

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Homenaje a Ramón Resino Iván Fernández Terapeuta gestalt y corporal. Galicia, España

Me gustaría rendir un pequeño homenaje a Ramón Resino, terapeuta

incansable del alma humana. Lo conocí y tuve la suerte de tenerlo como maestro dentro del programa SAT de la Fundación Claudio Naranjo, con la que Resino colaboró durante tantos años. Ramón se encargaba de una de las partes de teatro, como no podía ser menos, y yo acudí decidido a trabajar y a aprender de él. No fue fácil, Ramón me impresionó con su estatura física, y luego me conquistó con la humana. Generaba a su alrededor una energía tal, que uno sentía cuando Ramón entraba en una habitación, sin haberlo visto siquiera (y esto es literal). Pero además de lo impresionante, de la enorme sabiduría que almacenaba, yo sentí desde el primer momento una confianza plena en él. Había un permiso, una actitud de aceptación y comprensión para con el otro en Ramón, que yo sentía que, a su lado, podía ser yo mismo, aceptado con todas mis miserias y mis luces. Pocas veces he sentido tanto 111


permiso para desnudarme, en cuerpo y alma. Desde entonces Ramón se convirtió para mí en un referente absoluto, no solo por su trabajo dramático-gestáltico, impecable y profundo (fue su empuje el que me ayudó a decidir reconectar con el teatro y crear mis talleres de teatro terapéutico), sino por esa energía paterna, por su autoridad y sus límites claros, incontestables, por su enorme ternura y su disfrute de la vida. Y luego está, por supuesto, su parte chamán. Impresionante aquel señor enorme, quedándose parado en frente de ti de repente, accediendo a lugares extraterrenales de donde obtener información. De él aprendí que en los campos morfogenéticos no existe el tiempo ni el espacio, con todas las posibilidades que esto genera. Aprendí lo que es un continente ecológico. Y que, a Ramón Resino, no se le toma. Dijera lo que dijera, siempre conmovía el alma. Siempre llevaré en el recuerdo nuestro encuentro, querido Ramón. Gracias por todo lo aprendido y por tu compañía en el camino.

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Ramón, mayor. Iván Ramírez Calderón

Escuela Transformación Humana y ACTG (Colombia)

Ramón hacía aquello que los hombres mayores hacen, hombres que

se han enterado sobre las sutilezas de la existencia a través de los años y con su propia entrega. Ramón transmitía verdades con simpleza. Las verdades de la vida, las verdades del amor, las verdades de lo finito, de lo que perece o lo que requiere transitar. Su presencia conmovía, hacia vibrar. Te miraba, te hablaba, te acogía, te sacudía, te acompañaba. Con su voz proyectaba toda la fuerza y la ternura. Parecía tener todos los colores, todas las facetas y ninguna a la vez. Te regalaba un verso, te susurraba, te miraba fijo. No era necesaria una mirada fuerte, aunque la tuviera, o un sentido teatral, aunque lo tuviera. En él hablaba más su profunda humanidad y su entrega. Su claridad propiciaba que quien estuviera dispuesto, tomara sus propias claridades. Como hombre grande, como mayor, su presencia enseñaba a rendirse a lo que está en el fondo de todo, que es la existencia en el amor. Creo también que transitó la vida como un guardián. Por enredado que estuviesen los hilos de la expiación de culpas, o los vínculos de violen113


cia, de dolor, de exclusión; por más perdida que estuviera una persona o una familia, o por más conflicto o desesperanza que encontrase, confiaba siempre en la presencia del amor, en la necesidad de las personas de realizarse, en la fuerza del empuje de la vida, del equilibrio y la integración, y labraba caminos para que esto emergiese. Era su compromiso, su ética, su propio latir, la expresión de su propio espíritu. Bastaba verte trabajar para contagiarse. Bastaba escucharte para creer. Bastaba estar contigo para hallar camino. Fuimos muchos los privilegiados, Ramón, fuimos muchos a quienes nos acompañaste a que viéramos formas de rendirnos a lo esencial. Somos muchos querido Ramón, muchos los que inspirados por el encuentro contigo, por tu presencia, hoy vamos por la vida procurando ser más personas, cuidando el mundo, nuestro mundo, sin hacer tanto ruido y reguero, y colaborando más con la obra de la vida y con dios que con otra cosa. Te cuento, querido Ramón, que ahí voy, que bajo tu enseñanza practico el rendirme, y ahí voy. Que en ocasiones me puede más el miedo y lo pendiente, y que también hago con amor, con gusto y con alegría. Te cuento que recuerdo nuestro abrazo al irte de Colombia y te cuento que medito en tu presencia, allá, al otro lado, unido tú con la luz que aquí nos compartiste. Gracias por tanto, querido Ramón.

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Querido Ramón… Anónimo

Hermano… Maestro… Amigo… cómo te gustaba que fuéramos tú y yo. Sabes, aquí están preguntando mucho por ti, Ramón, y es que abrazaste mi corazón. Recuerdo la primera vez que nos encontramos… Allí, en tu Sevilla… En el Protos. Yo me sentaba frente a ti, en primera fila, y tu sola presencia me hacía confiarme a mi inocencia y dejarme expresar así, sin muchos filtros, con mi corazón en mi peso, queriendo salirse de él, a veces creyendo que se rompe de tanto que sale de él. Fui el primero en salir en la presentación y es que ahí, hermano, mi ego tan invisible para mí, me llevaba al protagonismo, a ser el centro… Aunque a ti te queda mucho más bonito… Y siento cómo se me ahoga la garganta y aprieto mi boca, para no contactar con las lágrimas que me produce sentirte, recordarte… y finalmente lloro. Pocas lágrimas pero muy sentidas. ¿Recuerdas cuando me veía en todos los eneatipos? Y levantaba la mano cuando preguntabas si alguien se identificaba en cada uno… Acabaste riéndote y haciéndome gestos con la mano mostrándome tu primera 115


vez, que jugaste conmigo, y me mostraste tu compasión. ¿Te acuerdas Ramón, te acuerdas? Cuando te acercabas a mi lado y dabas unos bocinazos dando explicaciones de un ejercicio, y mientras gritabas, me mirabas de reojo, ja, ja, bonito… controlando quién era yo… poniendo pruebas para validar tu intuición, tu sabiduría… Te miraba Ramón, te seguía, ¿sabes? Después llegó el SAT I, y quise ir donde estabas. Te quería a ti. Y aquí, recuerda conmigo Ramón, ¿te acuerdas que en pleno taller me sacaste para servirte en tu ejercicio?, pusiste la mano en mi hombro y sentiste que tenía alta temperatura, y paraste, me miraste y dijiste: “Joaquín, ¿tienes fiebre?”, ¿recuerdas? Ya me veías… Te contesté como nos corresponde a ti y a mí: “Sí, ¡y qué!”. Sentí en tu palmada en mi espalda y en tu gesto de cara como tu respeto, me inundaba el alma, y me levantaba a la vida… Y yo, cada vez más niño, queriendo estar cerca de ti… ¿Te acuerdas Ramón, hermano, maestro, amigo, cuando salías del gran salón de la Casa Grande y muchas personas te atropellaban queriendo de ti, llamándote maestro? Y tú entre apenado, cansado y enfadado decías que no eras un maestro y que necesitabas descansar. Y entonces te dije, recuerdas Ramón: “Todos te consideramos Maestro, y eso no quita que vayas y descanses”. Sentí un sufrimiento en ti, y sentí que tu cara cambiaba, como cambiaba mi energía junto a ti… Pronto te vi jugando, caminando, dando saltitos, gritando como un niño, como enseñándome a volver a ser niño… Porque me lo permitiste, Ramón… Ahora te echo en falta, ¿sabes? Vuelvo a contener mi llanto apretando mis labios, y solo se mojan ligeramente mis ojos al recordar cuándo te acompañaré por última vez a ese viaje donde todos vamos… Pero te fuiste muy rápido, Ramón… Con tu marcha sentí qué es eso de quedarse huérfano. Durante días te lloré desconsolado en mi autocaravana… Y aun con 116


la quimioterapia, y con una profunda tristeza y dolor, recorrí 200 kilómetros en moto para acompañarte, hermano… Y grabé con mi móvil las campanas de la iglesia… Eran como latidos de corazón, corazón triste… Como me siento ahora, Ramón… Te echo mucho de menos. Nadie me ha visto, y me ha mostrado con tanto amor, compasión y cariño su propio corazón, su niño, porque ¿sabes, Ramón?, tu niño es tan bonito… Ahora está mi niño contigo. Nos vemos, ¿verdad Ramón? ¿Verdad que me ves? Te echo mucho de menos, y ahora sí lloro. Pero continúo… Aun ahogado por mi llanto, como buen soldado, ¿verdad Ramón? ¿Recuerdas Ramón cuando me trajiste galletas y una infusión dentro de la sala de la Casa Grande? Y yo estaba hablando con una chica y me dijiste: “¡Ah! ¡Ah! Estás en el amor, te lo dejo aquí”. Ramón, si supieras el alimento del alma que recibí con tu gesto. Supiste ver mi tremenda batalla por la vida, y tu respeto me sobrecogía interiormente, abriendo mi alma y mi corazón a la profunda confianza en ti… ¿Recuerdas Ramón, hermano, amigo? Yo que no sé tener amigos, porque salí de la selva… ¿Recuerdas cuando te pedí meditar juntos? Y volvías a validar tus intuiciones, mostrándome un gesto agresivo, al que yo respondía con profunda confianza y viendo cómo hacías tus comprobaciones… ¿Recuerdas, querido Ramón, cuando me propusiste ser el ciego? ¿Y me dejé guiar, acompañar? Y cuando apareciste tú, te busqué como un niño a entregarme a tus brazos, a tu protección. Y me hablabas, y me sentía tan bien contigo… ¿Sabes? Me cuesta mucho este mundo, porque todos son muy mayores, y hay que hacer y ser y parecer, y contigo soy yo. Como tú. ¿Te acuerdas cuando me querías invitar a tu casa a comer? Aquello para mí era muy, muy grande Ramón… ¡Pero te fuiste tan rápido! 117


Y cuando desayunábamos juntos, allí en Sevilla, y me sentía tan bien a tu lado… Y cuando fuimos juntos a cenar, ¿te acuerdas? Nos fuimos de un restaurante porque no me merecía ese trato, Ramón, Ramón. Tres semanas antes de que te marcharas a trabajar fue la última vez que te vi. Mientras caminábamos me pediste fotos de pequeño, con mi madre, y te pregunté si sabías mi eneatipo, me contestaste con el eneatipo que creías que era… Un ocho con mucha luz. Y fue entonces cuando te di algo muy valioso para mí: tres cuarzos, extraídos del templo de la Luna en el Machu Picchu, en un viaje que realicé para una formación en Chile. Me preguntaste qué simbolizaban para mí, y te contesté que eran tres piedras de mi corazón… Te echo de menos… ¿Te acuerdas cuando me hablas de unas experiencias en grupo que hacíais en privado? Intuía que tenías alguien para mí. ¡Arcahueto! Y me parece ver esas piedras en casa de Nuria… Pero me choca, no me explico cómo es posible, pero algo me dice que es así. ¿Es así, Ramón? Sería mucho más fácil si fuera así… Necesito tanto confiar, que si viene claro, directo de ti… Sé que puedo soltar, pero si no, me da miedo. Ramón, es muy difícil estar abierto así… Tengo miedo, pero contigo siento confianza e intimidad y me duele que no estés aquí. Te quiero.

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A Ramón Juan Carlos Corazza Madrid, España

La Giralda en la trenza

y en la voz un trueno de risa y de llanto y de calor sevillano. El corazón reinado de hermosura y tierna esposa. De los hijos tan alegre, ¡qué estirpe majestuosa! Para los amigos un manto, un volcán y tus brazos. Y el bastón la fuerza, de tu corazón alado. Quédate otro rato entre el aire y el río, susúrrale a mi oído otras diabluras y maravillas. 119


QuĂŠdate otro rato para llevarte conmigo con tu abanico de seda, y tu caballo bronceado, por los caminos de antaĂąo, de nuestro maestro regalados. QuĂŠdate otro rato, aunque Dios te ha llamado, y escuchar en silencio, que para siempre te has quedado, en tus gentes y tus montes, en tus calles y en tus duendes, para siempre te has quedado.

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Esperando a alguien mejor Kelly Muñoz

Egresada Escuela Transformación Humana

Tuve la fortuna de participar en dos talleres de constelaciones con

Ramón en Guasca. Es imposible olvidarlo... Recuerdo mucho cuando hablaba de los “diez pecaditos” a los que tenemos derecho. !Genial! Y quizás lo que más me cambió la forma de ver el matrimonio fue el hecho de cómo Ramón explicaba lo que era “firmar el contrato”, y lo importante que era, pues yo nunca soñé con casarme y tenía muy claro que nunca lo haría hasta que lo comprendí. Recuerdo que él decía: “Si no firmas de alguna manera estás diciendo que estás esperando a alguien mejor”.

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Ramón Resino, ese Gran Mago Lidia Giménez Barcelona, España

Conocí a Ramón en un monográfico de la formación en gestalt. Si no

recuerdo mal, fue en el primer trimestre del 2009. Me impresionó y me gustó lo grande que era. Todavía lo veo llegando a la casa en la que íbamos a hacer el taller con aquel poncho blanco y su coleta... Ramón me pareció un hombre grande por fuera y por dentro, apasionado y sin pelos en la lengua, amoroso y sincero. Durante el monográfico aprendí que ante todo es necesario tener en cuenta mis necesidades antes de complacer a otro, por mucho que ese otro me impresione o me cause respeto y admiración. Y también aprendí que hay muchas maneras de acariciar el alma. Una de ellas es el lenguaje. Ramón me enseñó que las cosas se pueden decir a lo bestia para que el otro reaccione, y también se pueden decir de forma poética y metafórica, según lo necesite la persona a quien van dirigidas las palabras. Él escogió la segunda opción para mí... 123


Recuerdo que durante aquel monográfico hicimos un taller para el que Ramón necesitaba un encendedor. Yo como por aquel entonces todavía fumaba y llevaba uno encima, se lo ofrecí. Pasados los días del monográfico y antes de regresar a casa, Ramón me buscó para devolverme el encendedor y me dijo: “Gracias, tu luz nos ha ayudado mucho”. Y en ese momento sentí que esas palabras me acariciaban el alma. El día en que me enteré de que nos había dejado empecé a llorar de una forma tan profunda que me sorprendí y fue entonces cuando me di cuenta de la gran fuerza de sus palabras y de lo profundas que habían calado en mí.

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El internado Lola Lozano

Egresada del Aula La Montera

Un fin de semana de gestalt: un sábado en que cada uno hablaba de

una escena de su infancia que de alguna manera había marcado su vida, y el domingo por la mañana recrearíamos esa escena, como en un teatro. La mía era una escena donde yo tendría once años, estaba interna en un colegio de monjas y mis padres, que no venían prácticamente nunca a recogerme, debían hacerlo porque era obligatorio dejar vacíos los dormitorios ese fin de semana. Yo esperaba con mucha ilusión y con impaciencia a mi padre que venía a buscarme, pero después de varias horas, todas mis compañeras se marcharon y me quedé sola con la maleta y mi muñeca, se hizo de noche, era ya muy tarde y la monja enfadada comprendió que mi padre ya no vendría. Me riñó, se enfadó conmigo y con mis padres, y me hizo llamarlos para que yo les pidiera explicaciones y saber cuándo vendrían a por mí. Mi padre al llamarlo y explicarle me respondió tranquilo: “No pasa nada, 125


mañana te vienes en el autobús”. Le contesté: “Pero no tengo dinero”, y mi padre que seguía indiferente al enfado de la monja, me sugirió que me lo prestase ella. Yo regresé a los dormitorios por un pasillo largo y oscuro, estaba totalmente sola en medio de todas las habitaciones, esa noche estaba tan triste que no podía sentir miedo. El domingo por la mañana, vestida de colegiala, con una maleta y una muñeca, nos pusimos a recrear y revivir el momento, yo comencé a emocionarme y a llorar. Ramón me dijo como una buena idea: “¿Por qué no llamas ahora de verdad a tu padre y le dices que venga a buscarte?”. Lo miré para saber si hablaba en serio y pensé “no puedo”, mi padre vive a 300 kilómetros, como para decirle que venga a buscarme ahora, y además no va a comprender nada y se va a preocupar y yo me siento absurda, no tiene sentido. Pero Ramón me insistió, y pensé “bueno, lo llamo por teléfono y le explico lo que estamos haciendo aquí”. Llamé a mi padre, y cuando me contestó, no pude explicarle mucho porque me eché a llorar y no podía parar a pesar de que me preocupaba preocupar a mi padre, pero no podía ni respirar, solté el teléfono y llorando me tapaba los ojos. Cuando me calmé y subí la mirada, vi a mi padre enfrente de mí, sonriéndome y diciéndome: “Niña estoy aquí, he venido”. Era un milagro. ¡Ramón había traído a mi padre de verdad! ¡Y venía a recogerme! Yo abracé a mi padre como nunca en mi vida, como un abrazo que lo llenó todo, que me desató y me liberó de una carga invisible, que me llenó de fuerza y de amor, de confianza y seguridad. Fueron momentos muy intensos, con muchas emociones a la vez, y me costaba un poco creerme que era real. 126


Ramón, con su voz sentenciaba: “Ahora vete con tu padre, que te has quedao mucho tiempo metida en ese internado”. Me fui de verdad unos días con mi padre, ninguno de los dos hablamos de esos momentos. Solo me preguntó: “¿Niña eso que es, un teatro? Pues lo hemos hecho muy bien, estaban todos llorando”. No sé cómo Ramón lo hizo ese fin de semana, fue un gran regalo sorpresa, yo solo hubiera podido pedirle este deseo a un mago. Y él tenía magia, conocía los caminos de las almas, por eso es verdad que no se perdía en el desierto. Esta es mi contribución a vuestro homenaje, gracias por mantener vivo su recuerdo y que Dios os bendiga también a vosotros.

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El último vuelo: para Ramón Resino, de Sevilla Lúcia Barros Freitas Brasília, Brasil

Vuela, vuela, vuela, estrellita,

tan alto cuanto puedas, y después, ve a cantar en los cielos, la sinfonía del amor; ve a bailar con los ángeles todas las canciones estelares que a nosotros nos has enseñado, estrellas en constelaciones, con tu generosa voz, con tus manos largas, con tus inmensos brazos y abrazos celestiales. Vuela con las nubes, igual pájaro blanco, vuela con tus inmensas alas, 129


con tu amable sonrisa, con tu mirada fuerte, con tus dulces ojos, con tu corazón amoroso, bondadoso, al encuentro del abrazo de Dios. Vuela, estrellita, tan alto cuanto puedas y, después, ve a cantar, en los cielos, todas las canciones que nos enseñaste, todas las canciones, las que sepas cantar... ¡Vuela, vuela, vuela, estrellita! Ramón nos ha dejado sus huellas por el desierto. La brújula es el Sol. Para que nosotros podamos seguir el camino de las estrellas... 2 de diciembre del 2013

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Un antes y un después Marcelo Artigalás Uruguay

Mi experiencia con Ramón marcó un antes y un después en mi vida.

Tuve la suerte de conocerlo en un taller que dio en Piriápolis en el Congreso Internacional de Gestalt en mayo del 2011. El año anterior habíamos perdido un embarazo con Natalia, mi pareja en aquel entonces. Hacía varios meses que veníamos buscando un nuevo embarazo y nada. Él hizo un “sondeo” con su mano y así eligió con quién trabajar. Cuando pasó por mí me dijo: “Tú eres de trabajarte mucho”. “Sí”, respondí. Luego me dio una especie de sombrero con cascabeles que me hizo usar por un buen rato, cada vez que me movía sonaba. Me dejó medio tonto. Cuando volvimos del corte nos permitió quitarnos los “disfraces” a quienes nos eligió para trabajar. Y en el medio de la sala había un ataúd de niño muy pequeño. Apenas lo vi me puse a llorar. No entendía nada, ¿cómo era posible que aquel hombre hubiese hecho eso? Ya en esa época yo no creía en las coincidencias, pero aquello era demasiado. Me pidió que me sentara a su lado y me preguntó: “¿Qué sucede?”, y le conté lo del embarazo perdido y mi asombro por el ataúd que había colocado allí. Como quien le habla a un niño, me dijo: “Bueno, bueno”, 131


y colocó su mano en mi pecho. Pude largar todo ese dolor que tenía guardado y él me sostuvo con su presencia fuerte y amorosa. Luego me permitió ver en el ataúd, en el que había unas flores y un espejo, y dijo: “Para que podamos crecer, es necesario dejar atrás ese niño inocente que somos”. Al terminar ese taller se me acercó, me miró a los ojos y me dijo: “Te felicito, por el hijo que vas a tener”. Un mes después me enteré que iba a ser papá. Mi hijo se llama Genaro y hoy tiene cinco años. Eternamente agradecido Ramón, donde quiera que estés.

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Valioso regalo de despedida María Jesús Alarcón Castellano Ciudad de Cádiz, España

De toda la gente que compartió con Ramón, tal vez no sea yo la más

adecuada para contar grandes historias sobre él. Y ésta es la mía. Conocí a Ramón en la formación de Terapia Gestalt, un Ramón fuerte, de físico imponente y energía arrolladora, un Ramón varonil y potente, y otras veces niño, tierno, sensible y “travieso”, así lo percibía yo. Si tengo que elegir entre las enseñanzas personales que descubrí con él a través de su maestría elijo un taller de constelaciones familiares, precisamente el último que compartió, en Cádiz, ciudad donde vivo y que cautivó parte de su corazón. En ese taller, cómo en todos, se movieron muchas energías y muchos hicimos algún movimiento hacia la “sanación”, la consciencia, la luz y el conocimiento.

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Mi descubrimiento a través de lo que allí se dio (y no se dio) fue con respecto a mi “mirada” hacia mi pareja. Yo veía siempre mi matrimonio desde un lugar donde yo era la entregada, la “sufrida”, la que hacía para que nuestra familia fuera, en ese pensamiento me colocaba por encima de mi marido con una actitud inconsciente, era un YO con mayúsculas en el que me colocaba de alguna manera sobre un pedestal. A través del trabajo con Ramón, de su sabiduría en los temas que allí se trataron y que él supo conducir con tanta presencia y tanto amor, pude darme cuenta del error de posición con el que yo miraba a mi pareja. Pude, entonces, con lo que Ramón dio, compartió en ese último taller, tomar conciencia de un nuevo valor de mi pareja, un lugar a mi lado (y viceversa) de igual a igual. Todo lo que era mi familia y mi pareja era gracias a mí en una parte y a todo lo que mi marido aportaba y daba equitativamente. Nuestro proyecto familiar no podía haber salido adelante solo por mí, eso lo sabía, pero ahora la mirada, el reconocimiento, lo tenía para él desde lo más profundo, desde el corazón, no desde la cabeza. Fue un reconocimiento de inclinarme hacia mi pareja agradeciendo, incorporarme y colocarme a su lado, diferentes e iguales, amando en otro plano más profundo, con más conciencia, agradeciendo, reconociendo... Todo se colocaba en su lugar, al lado yo de él y él de mí, en una nueva posición más madura que me aportaba relajación, luz y paz. Este es el mayor aprendizaje que adquirí junto a Ramón, la enseñanza que conservo como un tesoro, que va conmigo integrada y sin esfuerzo. Hay otras anécdotas, pero esto fue un legado, una lección de vida, el regalo de un hombre sabio que después de ese último taller dejó un 134


vacío en muchos corazones y una presencia que ocupa un lugar como maestro de maestros, como defensor de ideas en las que creía y como acompañante de muchísimas personas que, como yo, se sienten afortunadas por haber aprendido y obtenido luz junto a su presencia. Gracias Ramón allí donde estés. En Cádiz te esperamos para que veas el mar, escuches chirigotas y degustes los churros que tanto te gustaban. Tus enseñanzas me acompañan. Agradecida. 15 de agosto del 2017

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Vendrán lunas nuevas María Giraldo

Bogotá, Colombia.

Era ya el tiempo en que presentía mi salida del grupo T9 de Trans-

formación Humana. Un tiempo en el que los T9 eran mi familia y en el que aprendía muy lentamente a hacer la transición de niña a mujer. Fue en ese entonces cuando conocí al maestro Ramón Resino. Yo tenía veintiún años y pese a que no vivía con mi madre o padre desde que tenía dieciséis, enfrentaba todo tipo de presiones a distancia por parte de mi padre, quien desde Japón buscaba impedir a toda costa mi matrimonio, limitando el dinero que me enviaba y con el que en ese entonces pagaba mis estudios en la Escuela y la Universidad. A pesar de todo me sentía clara en mis decisiones: la salida de T9 porque financieramente era inviable, buscar trabajo y casarme con mi compañero Ibrahim para comprometernos con el amor. Así es que con toda esa constelación enfrente me encuentro al maestro Resino, determinada a darlo todo en el taller que tendríamos en Guasca ese fin de semana. Un ser magnético: no podía despegar mi mirada de él y cada una de sus palabras me tocaba el corazón y me sacaba las lágrimas. Recuerdo que nos habló del perdón y del postrarse frente a otro. Es la primera vez que veo a un 137


hombre postrarse de verdad, entregándose en un gesto al suelo, bajando su cabeza con una modestia infinita, dejando su frente encontrarse con el piso, rendido, en un gesto que podía durar una eternidad y que prendería un fuego que aún sigue vivo en mi corazón. Quise hacer mía la práctica de postrarme, de entregarme al amor, de pedir perdón bajando la cabeza hasta el suelo para luego levantarme lista para amar con más urgencia e intensidad. Hablé con Ramón sobre quienes se postran al menos cinco veces al día y tomé la decisión de sincerarme con mi búsqueda espiritual y continuar adentrando en el camino del guerrero, que aunque me apartaría de los procesos de la Escuela, me mantendría mucho más cerca espiritualmente de mis herman@s sanador@s. Ver a Ramón postrado me sanaría las más profundas heridas del alma: aquel gesto me permitiría la reconciliación con mi padre y mi inicio a la vida de mujer adulta. Luego Ramón nos pidió dibujar a nuestra familia y ponerle color. Recuerdo que al ver mi dibujo él me miró sonriente y me dijo: “Vendrán lunas nuevas”, esas lunas que vienen están buenas. Ese fue el momento definitivo donde entendí que a partir de ahí podía partir, y esa noche cuando todos se fueron a sus habitaciones conversamos breve y profundo en la inmensidad de la noche. Él lo vio todo y yo se lo agradezco. Sus gestos, sus palabras precisas y su pasión me dieron el impulso que necesitaba para salir de casa y empezar a construir un mundo nuevo. Ramón, mi primer maestro sufí (entendiéndose que los vivos somos llamados derviches y solo cuando trascendemos se alcanza el grado de sufí), ¡nos encontraremos más allá de esas lunas que pronosticaste y más acá de esos gestos sinceros de perdón!

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Una limpia con Ramón Mary Lorena Reina

Escuela Transformación Humana

No existen hombres chamanes sin mujeres chamanes. Un hombre chamán recibe el poder de una mujer y siempre ha sido así. Ya no se revela de ese modo, pero es cierto. Agnes Whistling Elk

Cuando el corazón se abre al camino y la cabeza se agacha asintiendo,

llegan los maestros que necesitas. Así ha sido para mi vida en los últimos once años. Tú Ramón, llegaste para marcar en mi alma de mujer una maravillosa enseñanza. Era el final del 2011 y escuchaba todo el tiempo algo de ti. Los antiguos de la Escuela Transformación Humana me decían lo maravilloso y fuerte que sería el taller de constelaciones familiares contigo. “Es bravo”, “es fuerte”, “qué susto”, “lo vas a amar”, “es de los grandes”. Podrás imaginarte el tamaño de la expectativa de una “seis” ante tanto comentario. Cuando te vi, uno de mis primeros pensamientos fue “la esposa de este hombre debe ser maravillosa”. Recuerdo el impacto de tu imagen so139


bre mí; te veía gigante y fuerte y, sobre todo, podía respirar de lejos tu congruencia. A cada palabra un sacudón. Y entonces hablaste con esa ternura, con un amor que se salía por tus ojos de tu amada Antonia, de tus hijos, de tus nietos y de tu hija, “La Montera”. Hablaste de Bogotá, de tu amor por La Puerta Falsa y La Candelaria. Mirabas a tu izquierda, a tu derecha, y te levantabas a trabajar. ¡Chamán! Me marcó ese amor con que tu boca se llenaba cada vez que hablabas de los frutos de tu trabajo junto a Antonia, de tu caminar de su mano. Me enseñaste que los hijos son los que salen del vientre de la mujer que te acompaña y también los que salen de sus sueños conjuntos, vueltos decisiones y acciones. Aprendí de ti la importancia del equilibrio, del espacio y del servicio juntos. Me mostraste la presencia del Gran Espíritu que es Padre y Madre en tu vida, en tu vida con Antonia y en la hija de ambos: La Montera. Te vi sanarnos, salvar la vida de mi querido amigo que volvió a comer carne, guiarnos a poner todo en su lugar, mostrarnos lo que hasta ese momento era oculto para nuestros ojos. Vi tu amor, que era tu magia. Vi cómo aceptabas el regalo del amor de tu mujer, sentí la alquimia que hacías en tu alma con tu fuerza hasta elevar el rezo por nosotros y sanarnos. Veo aún tu amor presente en quienes te conocimos y recibimos tanto de ti, así fuera en cortos momentos. Luego, tras algunas pocas semanas de haber parido a mi hijo, conocí a tu Antonia. Entonces fue aún más claro, cuánto amor y belleza. La belleza de caminar de la mano al servicio, de curar desde la fuente femenina y masculina, de ser pareja en equilibrio. Con tu presencia, tu amor y tu magia, también me trajiste a Antonia y su ejemplo. Ahora no quiero menos, porque el ejemplo de su caminar juntos aclaró mi camino y volvió a encnder ese fuego en mi corazón. 140


Siempre con amor Mauricio Troncoso

Brasil/Colombia. Egresado Escuela Transformación Humana

En el 2016 hice un altar con fotos de las personas que yo considero

que son maestros y que pasaron en mi vida dejando marcas importantes en el camino que yo busco seguir. Verdaderos ejemplos para mí. Puse las plumas para que ayuden a llevar sus sueños a donde sea que encuentren lo que buscan.

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Desde el día en que colgué esas fotos una cosa me llamo la atención. Todos los días, cuando regresaba del trabajo, encontraba la foto de Ramón mirando para el otro lado, para la pared. Yo lo ponía mirando de frente y una vez más pasaba lo mismo el día siguiente. Yo no entendía por qué todos los días pasaba eso con él. Claro que a veces pasaba con otros cuando hacía viento o algo por el estilo, pero con Ramón pasaba siempre y sin motivos aparentes. Solamente meses después, una tarde cuando llegué a la casa y, como siempre, la foto había cambiado de posición, fue que yo entendí lo que pasaba. Ramón no estaba mirando a la pared, él estaba mirando a Antonia, su esposa.

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Entendí que es en esa posición que él realmente quiere estar, y entonces me pareció mejor dejarlo así. Me parece muy bonito cómo la foto logró quedarse frente a la otra y cómo sus hilos se entretejen. Yo la dejé así a partir de ese día y pienso que el amor es el que se inspira en esa pareja. Así como el maestro era en vida, siempre muy amoroso y cariñoso, sigue siendo e inspirando.

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Querido Ramón Mónica Viviana Torres Abril Formación T1213 Escuela Transformación Humana

Artista del amor, embelleces cada historia, ambientas preciosamente

cada dolor, tu voz retumba en la tierra haciendo un canto a la sanación. A mí me permitiste tocar el cielo, verme en mis miedos y en mis vergüenzas, me entonaste con furia la canción de la entrega; sí, con furia, porque mi corazón es terco y orgulloso, y no pude más que ser humilde y rendirme. Y mi llanto brotó desde el fondo de la tierra, un llanto nuevo, instintivo… que se abría paso por entre piedras y raíces. Llanto bendito que me mostró la importancia de incluir, dándole un respiro a mi desasosiego, y me prometí amar a un hombre y entregarme con todo lo que soy a él. Llanto bendito que me regaló la posibilidad de honrar el amor, el dolor y la muerte, para que mi padre pudiera hacer un nuevo sistema y abrir camino a la vida, a mi vida.

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Gracias Ramón por tus movimientos sabios, precisos y perfectos, que movilizaron energía más allá del espacio y el tiempo, sanando colectivamente el corazón de hombres y mujeres, de la naturaleza y de la tierra misma. Gracias por regalarnos tu máxima expresión de amor. ¡Aho! Por tu alma, que siga danzando de alegría en los misterios infinitos que la aguardan. Con cariño.

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Por si muero Natividad Rey Jordán Egresada del Aula la Montera

Por si muero, o algún día te dejo de ver, no quiero me quede nada en el

tintero, nada por decirte que hubiese querido decirte... Ninguna caricia postergada, ningún abrazo para otro día, ninguna risa contenida para un momento mejor... Te daré todos los besos, los abrazos, las miradas… Si muero, no quiero dejar nada en el tintero, nada que no pueda llevarme conmigo, nada que no hayas podido llevarte de mí. Si muero, moriré así, en paz, sabiendo que no quedó nada pendiente entre nosotros, que nos dijimos las verdades, ¿o también las mentiras?, las penas y las alegrías, nos miramos cara a cara, nos aceptamos en lo que fuimos, acogimos incluso lo que cada uno quiso ser. Si muero moriré en paz, y tú podrás saber que estaré descansando, que no me quedó nada por darte, que no tendrás nada que hacer por mí ni yo por ti, que ya lo hicimos en vida, que vivimos como si fuera el último día, que nos lo dimos todo, y nos lo llevamos todo del otro, y que,

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si muero yo o mueres tú, o nos dejamos de ver, algo del otro quedó en cada uno. Ya no soy la de antes. Ahora soy también todo lo que me llevo de ti. Sé que es un pensamiento absurdo, pero me ha venido ahora que me siento tan llena de ti y, al mismo tiempo, tan vaciada de ti, cuando pienso en llegar a casa, en la existencia sin tu presencia, cuando anhele el calorcito rico que tú das, y todos tus besos, y tus abrazos, y tus caricias, y todo lo que tengo que llevarme conmigo por si muero. (Texto inspirado por unas palabras de Antonia del Castillo, la mujer de Ramón, tras su fallecimiento).

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Roble Neus Castells Barcelona, España

Era una fría tarde de diciembre, los árboles desprendían cierto deje de

abatimiento, las heladas habían sido ese invierno demasiado despiadadas. Solo quien es árbol puede comprender los bullicios intrínsecos del bosque, ¿cómo explicar? Reina la armonía del orden, y ciertos asuntos jamás se cuestionan. El alma del bosque respeta leyes ancestrales que siempre han imperado por su impecabilidad. Y todo el bosque descansa en eso, en un ritmo suave y constante, de izquierda a derecha, para sosegar el corazón. Sifli siempre sintió respeto por esos seres de cuerpo encorchado y de ropajes verde esmeralda. Sifli pensaba que sus árboles nunca morirían, atemporales ancianos sagrados, que no eran como los humanos, imperfectos e insustanciales. Sifli pensaba que ellos siempre crecerían, hacia el cielo, para tocar las estrellas del firmamento, y que nada ni nadie podría impedir tal sortilegio. A Sifli le gustaba pasearse por la espesura sombría del bosque, y podía asomarse a la sacralidad de esos seres, que sin decir diciendo, todo lo 149


mostraban; para ella eran genuinos maestros, aunque eso, en el mundo imperfecto e insustancial del reino humano, pareciera una sandez. Ese frío anochecer de diciembre ya estaba de vuelta de su paseo diario. En invierno el sol se muestra avaro y si no quería que la negrura de la noche la alcanzara, debía dirigirse ligera hacía su casa. Pero ese frío anochecer de diciembre algo se debatía en la espesura del bosque. Ella no era árbol, por su desgracia, pero captaba perfectamente que algo acontecía. Ese día no había la serenidad ni la calma de la presencia en su bosque, ¿qué estaba sucediendo? Se angustió ciertamente, tenía miedo de que la magia de su bosque estuviera en entredicho. Deseó que solo fuera una idea loca, sin fundamento y errónea, y para no alterarse decidió seguir andando. Retomó la marcha poniendo una actitud de solemnidad, para alcanzar el rayo de la espiritualidad, y empezó a impacientarse —¡venga va, entra!— pero nada. Se sentó en el riachuelo donde solía verlos de cerca y el viento se lo explicó entre susurros: -Estamos de luto joven Sifli, nuestro roble ha partido. Sifli se conmocionó, jamás habían sus preguntas, a los entes naturales, hallado respuesta, al menos respuestas que ella pudiera comprender, hasta ese preciso instante. Y aunque sentía cierto susto, no era momento de que el miedo la paralizara, y sacando el valor de sus entrañas, se puso a conversar con el rey de los cielos. -¿Quién ha muerto? -Joven Sifli, aún tienes mucho que aprender, nadie ha muerto, solo ha partido. -¿Ha partido? ¿A dónde se ha ido? -Ven, ven conmigo, despacio. 150


Sifli obedeció, hecho extraño en ella, y siguió a Viento con plena confianza. La llevó a un rincón del bosque, escondido y transparente. -Aquí, aquí es. Puedes sentarte y escuchar. Se sentó. Vio en la oscuridad de la noche, las sombras de sus amados árboles. Viento prosiguió. -Escucha, ¿lo sientes? -No… -Cierra los ojos y escucha en la intimidad. Y en la intimidad pudo escuchar gaitas celtas entonando cantos islámicos. Cantaban al amor, a la plenitud, al aprendizaje. Veneraban al que fue su alma y protector, al más sabio de los suyos, Dios le hizo fuerte y robusto. Le cantaban al roble milenario, que durante siglos amparó el alma del bosque, de cada uno de los seres que habitaban en él. Con sus generosos dones, no escatimaba en ayuda creativa y amor compasivo. Le cantaban al que fue el padre del bosque, con su presencia y serenidad, en la profundidad y la entrega. Ese frío anochecer partió de esas tierras y el bosque se sintió desamparado, y Sifli también. -Sifli, desamparada sí, desesperada no. Eso no sería rendirle homenaje, eso sería mostrar que nada has aprendido. Viento parecía ser amigo de los tonos mordaces pero Sifli comprendió exactamente a lo que se estaba refiriendo, y alzó la mirada. Sifli miró a los árboles que presidían el altar y les vio en su corteza mirada y expresión. La miraban con amor y con comprensión. Sabían que los humanos eran necios, y que tan llenos de tantas cosas de poco más podían llenarse, ¿sería también el caso de Sifli? -¿Qué aprendiste? —le preguntó Viento. Hay momentos en los que uno sabe que no es con la cabeza que se debe entonar. Y una oración se expresó desde el más profundo abrazo: 151


En ese momento, de risas y encuentros para navegar hacia parajes inciertos. Ubicado en la incertidumbre intensidad sagrada con permiso de lo divino permitiendo el alba. Amante de la creatividad de lo nuevo y lo intenso mezclas los más duros metales y los conviertes en viento. En ese momento en ese instante donde los corazones se encuentran con una sonrisa amplia. Sonríes de nuevo llenas tu panza y con tu clamor comprendo que ya no reside añoranza. En ese momento de éxtasis y rendición de amor y exaltación, resurgimos honestos y sucumbimos a la exhalación. 152


Y el gran padre anuncia, después de su amorosa dedicación, que su tiempo entre nosotros termina para que volemos con decisión. Y vuelo, decido volar, surcando rumbos con alas doradas y gratitud siempre ya que en mi corazón sembraste, el anhelo insistente. Ya eres para siempre en tantos corazones ya eres para siempre en mi corazón. -Este bosque para mí ha sido cobijo. Me ha dado luz en los momentos de oscuridad, paz en los momentos de tormento y entereza en los momentos de naufragio -confesó Sifli, con luz en su mirada. -Eso Sifli, eso. Ahora ve, ve con Dios, y cuéntale al mundo que un día conociste a un solemne roble que nos iluminó y nos noqueó de amor a cada uno de nosotros. Y Sifli voló. A Ramón, con mi cariño y respeto.

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¡Vamos al lío! Noemí Remesal

Egresada del Aula La Montera

Veía a Ramón desde muy pequeña andando por los pasillos del colegio

Aljarafe donde crecí. Nunca había visto un hombre así... Iba vestido diferente, ataviado con ropas de lugares lejanos y su presencia dejaba un halo de misterio profundo a su paso. Pasaron los años y ¡por fin!, con trece años llegué a su clase de Dramatización. Fue la primera vez que me quité los zapatos para entrar en un espacio de incertidumbre. Todos estábamos sentados en el suelo, en círculo, y nos mirábamos en silencio. Ramón nos observaba sentado a nuestra altura, con un escenario detrás de sí. Todo era extraño, todo era de verdad. Desde ese día, Ramón me abrió un mundo nuevo, lleno de arte, magia y entusiasmo. Amor y fuerza. De la mano de Lope de Rueda, Valle-Inclán, Federico García Lorca y Rafael Alberti conocí las cuitas humanas que también estaban en mí, en mi familia, en mis compañeros, en sus familias... Representé personajes en obras dignas de los mejores teatros del mundo. Aprendí el castellano antiguo y a proyectar la voz. Le di a mi cuerpo, en puro cambio, una mirada sin vergüenza, ya que mis caderas crecían a un ritmo trepidante. 155


Viajé a Marruecos con mis compañeros, donde encontré una cultura muy diferente a la mía, vi la pobreza en directo y un amanecer en una duna en pleno desierto del Sahara, que llenó mi pecho de una luz que hoy puedo identificar como mi primer contacto con Lo Esencial. Con dieciocho años, me despedí de Ramón y del colegio, dispuesta a buscar mi sitio en el mundo y un atisbo de lo aprendido. Entré en psicología y en una escuela de teatro en Sevilla. Pero allí, desgraciadamente, no había ningún indicio de lo que mi maestro me había enseñado. Dos años más tarde encontré el camino y llegué a La Montera donde pasé ocho años en los que fui cortando matorrales hasta acercarme a mi corazón. Me encontré conmigo, acompañé a otros, visité el cementerio, la cárcel, y regresé en dos ocasiones al desierto, la última sin él en cuerpo pero con toda su alma. Y sobre todas las cosas que cuento, que han conformado mi manera de entender el mundo, a las personas y a mí misma, pude, y esto es el mejor regalo que me hizo, hacerle una reverencia a mi madre en directo en uno de sus talleres, antes de que ella se marchara de este mundo. Como podrá imaginar el lector o lectora, mi agradecimiento a Ramón es literalmente infinito. Hace unos meses me comprometí un poquito más con la vida y el amor, como mi maestro me enseñó. Me casé y la frase del cartel al que seguí antes del encuentro con mi marido era de Ramón, recuerdo que la decía cada vez que empezábamos un ensayo de “pibes” o se adentraba en la alquimia de un corazón que lo necesitaba: “¡Vamos al lío!”.

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Don Ramón Resino, el hombre que conocí Paula Escobar

Egresada Escuela Transformación Humana

Llegué a Guasca para conocer a Ramón Resino, un hombre grande,

de mirada profunda y empujadora. Dictaba el taller de Constelaciones Familiares en Transformación Humana, no lo sabíamos pero este sería su último taller en la Escuela. Durante cuatro días estuvo dedicado al servicio de más de cien personas. Todos llegábamos para contar nuestros conflictos y permitirnos expulsar el dolor, la rabia, el miedo, y así irnos descargando y responsabilizando de la vida que transitamos. Nos reuníamos en el salón circular de madera con techo de paja, rodeados de cristales que dejaban ver los arboles frescos y permitían al aire helado colarse en ocasiones por las rendijas de las ventanas. A pesar del frío, él no parecía inmutarse; hora tras hora escuchaba nuestras historias, nos miraba a los ojos y nos recorría con cuidado. Yo aún no lo conocía, ni entendía muy bien qué era la gestalt, ni lo que hacíamos en constelaciones. No hubo persona en esa sala que hubiera podido aislarse o ser indiferente a las tristezas que golpean el alma. Todos nos involucramos, nos sentimos parte, nos vimos atendidos y empujados a ser mejores perso157


nas acompañados por Ramón. Este hombre, sin pensarlo dos veces, en cada movimiento bailó con fuerza, lo que ahí vivimos fue inolvidable para muchos, reparador para otros y transformador para todos. Recuerdo especialmente un momento en que nos consteló a todos, el movimiento nos hizo parte de este mundo en el que la guerra interna se expresa en el exterior. Ramón nos pidió servir, nos mostró cómo nos hacemos trampa, perdemos el lugar, excluimos a quienes amamos y cómo desechamos el equilibrar lo dado y recibido. Parecía tan fácil y no lo fue. Aún sigo digiriendo esa constelación en la cual participamos los cien integrantes. En donde todos vimos la deshumanización que nos arrastra a no mirarnos a los ojos y a olvidarnos de que vivimos en un mundo acompañados por otros. Ahí nos tocó a todos. En ese momento se le escurrieron las lágrimas y lo vi tierno, tocado por la suavidad de acompañar hombro a hombro. Ahí perduró el silencio y respiró el sentir, dando paso a la comprensión que no se expresa en palabras. Al día siguiente, durante el almuerzo, Ramón se acercó y me preguntó si se podía sentar a mi lado. Yo lo miré y le dije que no, que ahí ya había alguien y que los profesores se sentaban en la mesa de la esquina, pensé con mayor claridad más tarde y me regañé, él solo me agradeció y se fue. Todos me miraron como loca, yo seguía rigiéndome por lo aprendido y practicaba el tema del lugar, su lugar estaba al lado de los que han recorrido un gran camino en el desarrollo terapéutico, yo en ese momento no vi la oportunidad de conversar sobre otras cosas con este maestro, mas me alegró ver la sencillez que lo cobijó, esa capacidad de estar en cualquier parte. Mis compañeros me miraron como loca por no dejar sentar al Ramón que conocí pero también me asustaban sus frases penetrantes que ponían a temblar o a llorar, sus bordes de machismo que no logré conocer muy bien y su agresividad amorosa. Verlo humano y real fue una libertad que no se asoma cuando la autenticidad se pierde. 158


Esos días Ramón trabajó sin parar, el tercer día dio la posibilidad de continuar aun cuando ya se había acabado la jornada y muchos ya no daban más, miró nuevamente y pidió claridad a quienes se quedaban para resolver temas inconclusos. Luego de tres días de constelaciones y búsquedas no puedes venir con dudas e indecisiones sueltas que buscan solo llamar la atención, regañó a los necesitados y abusivos que piden sin descanso y que parecen no llenarse nunca. Un aprendizaje más en el camino: ver cómo algunos toman lo que no necesitan para dejar a otros dar lo que no tienen. Y sin perder el lugar fue Ramón el que propició también muchas sonrisas, baile y belleza para que todos pudiéramos agradecer y equilibrar lo recibido. Cerramos esa jornada, algunos extenuados y rendidos, otros revitalizados e invitados a vivir y, por último, todos amorosos, humildes y fuertes. Él nos atravesó con su experiencia, silencios y conocimientos, esto último lo hizo posible con la actitud que mostraba ante la vida, dando espacio para todos, para el amor y el dolor. Así recuerdo a Ramón, ese fue el Ramón que a mí me toco, el Ramón que me ayudó a sanar, ¿qué Ramón viviste y recuerdas tú?

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Gracias por tu cariño y guía Pilar García Madrid, España

Me encanta esta iniciativa, siempre pensé todo lo que le debía a Ra-

món y no sabía cómo compartirlo. Ramón me devolvió mi lugar en un SAT, porque tras trabajarme la sombra, me daba tanta vergüenza de mí misma que me escondí y me quedé sin brillo, no quería que el ego se apoderara de mí, así que intentaba pasar desapercibida, y para que me diera cuenta me puso unos cascabeles gigantes en un SAT, pidiéndome que me paseara con ellos todo el día, para que no me escondiera más y me mostrara con el brillo que tenía, ya sin la careta del ego. También tenía una relación mala con la pareja, por la relación que había tenido con mi padre y con mi hermano. Él me retó a escribirles y zanjar esos asuntos pendientes, lo que me puso en paz, y dejé de compararme con los hombres y sentirme que tenía que demostrarles nada. Donde quiera que estés, Ramón, mil gracias por tu cariño y guía.

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Cómo tocó mi vida Ramón Resino María del Pilar Pajarito Torres Terapeuta Gestalt, Consteladora Familiar. Escuela Transformación Humana

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Ramón Resino: un hombre de palabra Sandra Margarita Vargas M. Escuela Transformación Humana

Cuando pienso en Ramón, la imagen que viene a mi mente es un hom-

bre grande, de voz gruesa, potente, un señor impecable en sus actos, apasionado en su labor y que se entregaba a su trabajo con el corazón en la mano, esta fue la primera imagen que tuve de él luego de haber tenido el privilegio de asistir al taller SAT con él como maestro. Fue increíble y transformador para mí y quienes estuvimos allí recibir su enseñanza y a partir de ese momento, año tras año los siguientes diez años de encuentro con este maravilloso hombre servidor y educador en los grupos de formación en Constelaciones Familiares en la Escuela Transformación Humana. En los últimos cuatro años antes que Ramón muriera me había dicho en varias ocasiones que quería que fuera a La Montera, su escuela en Sevilla, a trabajar, esto me llenaba de emoción y nervios porque para mí era realmente un honor y un privilegio esta invitación. Por fin un día llegó ese momento, y a principios de octubre del 2013 cuando vino a la Escuela a impartir uno de sus talleres, en una atención que le ofrecimos Clara Elsa, Adriana y yo para cenar, durante la comida él me hizo la invitación a trabajar en su escuela de La Montera 167


por un año académico, sería desde septiembre del 2014 a julio del 2015. La emoción no cabía en mi pecho, con una propuesta tan generosa y amplia que sentía me abría la posibilidad de un salto cuántico en ese momento de mi vida, significaba tomar decisiones importantes y enfrentarme a retos nuevos y exigentes, pero sin dudarlo dije: “¡Sí Ramón, gracias!”. Esa noche acordamos que luego que él hablara con Jorge y regresara a La Montera en noviembre, precisaríamos detalles. El 28 de noviembre recibí una llamada de Ramón a mi móvil donde en un mensaje me pedía que le llamara, que necesitaba hablar conmigo. Recuerdo que era mediodía y en cuanto lo escuché le marqué. La noticia que me tenía era que me confirmaba el trabajo en septiembre del 2014 y que además me proponía que fuera antes a dar un taller en La Montera a mediados de marzo para que conociera la Escuela, la ciudad, y pudiera así ir adelantando mi llegada a finales de agosto. Aquí no terminó esta conversación, luego haciendo sus cavilaciones me preguntó si yo quería ir al desierto ese año con él y mejor dictaba un taller en enero en Cádiz en una escuela de gestalt que él apoyaba. Bueno, esto sí que fue inesperado, así que le dije: “Déjame ver cómo organizo todo y te confirmo el fin de semana”, él estaría en taller. Así que hice la tarea y estaba preparada el lunes 2 de diciembre temprano para confirmarle que asistiría al taller del desierto en diciembre y que iría a Cádiz a dictar el taller en enero. Hacia la 7:30 a. m. recibí la llamada donde me decían que Ramón había fallecido en la madrugada a causa de un infarto. Fue un golpe muy fuerte, le marqué a su móvil, con la esperanza que todo fuera un error y que él me respondiera, obviamente no lo hizo, no podía creerlo, cómo un hombre como él podía partir tan pronto… Diciembre 3 mi primer nieto Samuel nació a las 3:36 p. m., viví en dos días la fuerza del amor sentida en un dolor profundo por la partida de 168


mi maestro Ramón y la alegría profunda por el nacimiento del hombrecito que me hacía abuela… Experimenté cómo mi corazón giró del dolor por la partida a la alegría apacible de recibir la nueva vida. Diciembre 3 11:00 p. m., me dispongo a dormir y antes de hacerlo digo: “Ramón, ¿y ahora qué?”. Esa noche sueño con Ramón trabajando en una constelación con él y un grupo de mujeres, yo estoy apoyando y él me indica hacer algunos movimientos dentro de la constelación. Diciembre 4 6:00 a. m., me despierto y reviso mi móvil y en él veo un correo de La Montera donde me solicitan confirmar la fecha en que dictaría o el taller de Cádiz en enero o el de La Montera en marzo. ¡Wau! Pensé: “¡Ramón me cumplió!”. Su muerte no impidió que mantuviera su palabra. Aún hay más de esta historia, en febrero 1 del 2014, días antes de ir a la cita en la Embajada de España para solicitar mi visa, estaba preocupada por todos los papeles y requisitos que exigían, algunas cosas no me favorecían y esto me tenía nerviosa, así que nuevamente le dije: “Ramón, qué voy a hacer con esa visa, estoy preocupada que no me la den”. Esa noche volví a soñar con él y lo vi luminoso, se veía muy bien, estábamos todos los de la Escuela en un homenaje para Ramón. Yo veía a mucha gente y un gran ramo de margaritas blancas puestas en un círculo en el piso y yo detrás de él manifestando mi inquietud frente a la cita que tendría el lunes siguiente en la Embajada. “Que voy a hacer Ramón”, le decía, “tengo mucho susto que me nieguen esa visa”, a lo cual él simplemente se giró hacia mí, estaba en ese momento con el ramo de margaritas en la mano, me miró con mucha certeza, sonrió y desperté. Quiero aclarar que mi segundo nombre es Margarita. Al siguiente día que era jueves, busqué terminar de organizar los papeles que me exigían e hice algunas llamadas para precisar la mejor forma 169


de entregarlos, y al final del día hablé con una persona que conocía, dueña de una agencia de turismo, y me dijo que fuera a su oficina al día siguiente que ella me ayudaría con este papeleo. Asistí a su oficina al día siguiente, ella revisó mi carpeta y llamó a la cónsul y le pidió directamente que me diera una mano con este trámite. Lo que siguió a esto es que cuatro días después yo tenía la visa por un año. Y dije en infinita gratitud: “Ramón, cumpliste con tu palabra de llevarme a La Montera”. El 14 de marzo del 2014 llegué a Sevilla y en la noche cuando cené con Antonia su esposa y le relaté todos estos hechos y cómo Ramón me acompañó hasta cumplir su palabra, ella muy sorprendida y conmovida me relató que esa tarde había arreglado los jarrones de su casa con margaritas blancas. No fue el único viaje que hice ese año, en noviembre volví a La Montera a impartir un nuevo taller y otro a la Escuela de Jaén, y este fue el comienzo de otros viajes a Europa en estos años, donde he encontrado mucha luz para mi camino y crecimiento. Gracias Maestro Ramón por tu visión y hacerla posible para mí, Antonia ha sido un gran regalo y su amistad. Que estés gozando en la gloria del cielo, lo mereces. Mi amor y gratitud por siempre.

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De la Fundación Tendiendo Puentes Licenciada Stella Maris Vera Directora, Fundación Tendiendo Puentes

Córdoba, una ciudad de provincia de un país del Tercer Mundo, 2004, Argentina estaba saliendo de una situación económica más que desastrosa. Conocí a Ramón en un encuentro con Hellinger en Buenos Aires y como de la AGBA lo invitaron a un taller, le pedí que entonces viniera a nuestra provincia. Quedamos con fecha para el año siguiente.

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Llegó la fecha y Ramón, en tiempo y forma. “¿Vienes de Buenos Aires?” Pregunté en el aeropuerto. “Nooo” me dijo en el más firme andaluz. “¿Vas luego del taller?”. “Tampoco, ellos no lo pudieron organizar”. “¿Entonces?” dije yo, “¿cómo no dijiste y suspendíamos?”. “Yo os di mi palabra que vendría y aquí estoy”.

Le pagamos lo convenido y el viaje Buenos Aires-España lo cubrió él. Otra vez estando yo en su Sevilla para dar clases a sus alumnos y faltando 10 para las 9 bajé a la recepción del hotel, él estaba esperando.

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“Ramón buen día, no me avisaron que estabas”. Miró el reloj: “Es que todavía no son las 9 horas y a esa hora dije que te buscaría”. Como organizadores de sus encuentros fuimos tan vistos y respetados, él era todo un Señor. Querido Ramón, todos en este lugar del fin del mundo te extrañamos.

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Una historia de mucha gratitud por la vida que nos proporcionó la amistad de Ramón Tereza Nigri

Mi historia con Ramón daría para un libro. La historia no solo mía,

sino de toda mi familia, que para nuestra felicidad abrazó como la suya. Como él mismo decía: “Mi familia paulista”. Conocí a Ramón en el 2002 en un SAT en Brasilia. Desde entonces el universo siempre ha conspirado para tener su presencia en nuestros momentos más significativos. Fue mentor de muchos de los caminos que tomamos y nos dirigía constantemente con todo el amor tan propio de aquel “volcán”. Recuerdo que no podía aceptar que una de mis hijas, a pesar de estar casada hace muchos años, no deseara quedar embarazada, y ofrecía varios trabajos para que entendiera esa “absurda” postura... Cosas de Ramón. Difícil, muy difícil hablar de la importancia de la presencia de este ser en nuestras vidas y justo por eso es aún más difícil lidiar con la ausencia de ella. Tengo muchos registros de lo que dijo y comparto aquí solo algunos para no extenderme, pues hablan más que las palabras que yo pueda encontrar para hacer justicia a tanta dedicación que de él recibimos. 175


La primera vez que Ramón estuvo en São Paulo para un curso en la Escuela Gestalt de Vanguardia, me dijo que siempre que llegaba a una ciudad le gustaba saber cómo estas personas comían y cómo enterraban a sus muertos, y me pidió visitar la tumba de mi padre. Lo medité por largo tiempo mientras me corrían las lágrimas... y este mismo día, un viernes, le invité a estar con toda mi familia en nuestra cena de Sabbat, inicio del día de descanso judío.

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En el 2007 invitó al desierto a una de mis hijas con su gran amigo en una travesía particular a ellos, ciertamente ya sabiendo del desenlace de esta experiencia. Su matrimonio fue celebrado por Ramón un año más tarde junto con nuestro rabino. Como si no bastara su presencia, disfrutamos de su querida esposa Antonia y de su hijo Antonio.

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El año siguiente al matrimonio, esta misma hija daba a luz a su primer hijo justo mientras Ramón estaba aquí dirigiendo un curso. Una semana después, en la circuncisión de mi nieto, estaba volviendo de Porto Velho en cortísima escala por São Paulo, y por un cambio de horario de su vuelo logró estar una vez más con nosotros. En esta foto el registro de su actitud siempre tan respetuosa en el momento de la ceremonia junto con Fátima, nuestro “ángel de la guarda”. También en el nacimiento de su segundo hijo por “coincidencia” estaba Ramón por aquí.

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Mi hija mayor la adopté antes de nacer. En ese mismo año del 2002, después de constelarme, Ramón me pidió que al llegar a São Paulo buscara a esta hija, ya casada y con hijos, y dijese a ella que era fundamental que buscara a su madre biológica para agradecer la vida. Cada año que nos encontrábamos pedía noticias de esta misión. Bueno, no cabe aquí el desarrollo de esta historia, pero cuento que fue un largo proceso que no solo resultó en el encuentro de esta madre sino también de un hermano. En el 2017 en el Bar Mitzva de su hijo (mayoría religiosa judía) tuvimos la alegría de la presencia de su hermano biológico. En las fotos mi hija con su hermano biológico y este hermano con sus hijos. 179


Con este registro termino mi relato junto con una respetuosa reverencia a Ramón. No quiso el destino que él presenciara el desenlace de esta historia, pero ciertamente donde esté estará sonriendo y comentando: “¡Qué fuerte!”.

Tal vez el mayor agradecimiento que pueda hacer a él es el de mantener viva y dar continuidad a toda su enseñanza, y honrar la contribución que hizo para la felicidad de mi descendencia.

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Con amor y gratitud al maestro Ramón Guzmán Resíno Bogotá, Colombia - Diciembre 1 de 2017

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Asociaciรณn Colombiana de Terapia Gestalt 182


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