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Erídano Suplemento de Alfa Eridiani nº 23 La colmena y sus alrededores. Cuentos de un futuro próximo.

de la nueva comunidad. Al día siguiente llegaron los últimos al edificio de la escuela. Oscar recibió un permiso especial que le consentía permanecer en el jardín interior, delante de un ventanal a través del cual el akoda lo podía ver en los intervalos entre una y otra lección. El gorgolide se dejó acariciar con paciencia por los compañeros de su patrón quienes lo encontraron sumamente simpático. Al inicio de las lecciones los niños se pusieron en fila, con Uluth al final acompañado por su maestra. ¡Esta escena edificante no fue absolutamente racista! Luisa y Alberto fueron a trabajar llenos de felicidad. Les duró hasta la hora del almuerzo. Ambos fueron convocados con urgencia a la escuela por un problema de disciplina del hijo, aún no identificado. —No puede haber causado ninguna catástrofe. Es solamente un niño —lo disculpó la madre mientras hablaba con la directora de la escuela al teléfono. —…De otro planeta, no se le olvide —puntualizó ella—. Venga inmediatamente. Los Di Giacomo comprendieron que la situación se les había ido de las manos a los maestros cuando estacionaron delante del complejo didáctico. Los rodearon una cantidad de padres furiosos que los empujaron hasta el comedor escolar. El local estaba presidido por un patrulla de la policía que trataba de poner orden como durante una guerrilla urbana. Un agente se les acercó: —Soy el mediador. —¿El mediador? —preguntaron en coro los Di Giacomo. —Su hijo ha tomado un rehén pero aún no ha hecho su pedido. —¡No diga tonterías! —Alberto no podía concebir esa situación absurda. —Síganme —los invitó el agente. En el centro del comedor, Oscar con el pelo erizado y las garras en evidencia alejaba a los policías que se acercaban a Uluth y a un niño aterrorizado y descalzo amarrado a una silla con un mantel. Alberto y Luisa se mostraron delante del hijo. —¡Libera a ese niño! —ordenó Luisa. Oscar se negó: —¡Mi amo tiene derechos! El humano le ha robado la comida y en Akod, a los ladrones de alimentos se les castiga con latigazos en las plantas de los pies. El acusado estaba muerto de miedo y recobró el aliento sin saber de dónde para defenderse: Página 71


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