El libro de Manuel

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O sea, pensó el que te dije bajando la escalera después de una de sus despedidas usuales que consistía en no despedirse mayormente de nadie, que a la hora de escribir un texto con significado ideológico e incluso político, el rabinito deja caer el idioma oral que le es propio y te saca un castellano de lo más presentable. Extraño, extraño. ¿Qué haría Marcos si los azares de la Joda lo llevaran un día a ser eso que las tabletas asirías llamaban jefe de hombres? Su idioma corriente es como su vida, una alianza de iconoclastia y creación, reflejo de lo revolucionario entendido antes de todo sistema; pero ya Vladimir Ilich, sin hablar de León Davidovich y más de este lado y este tiempo Fidel, vaya si vieron lo que va del dicho al hecho, de la calle al timón. Y sin embargo uno se pregunta el porqué de ese pasaje de un habla definida por la vida, como el habla de Marcos, a una vida definida por el habla, como los programas de gobierno y el innegable puritanismo que se guarece en las revoluciones. Preguntarle a Marcos alguna vez si va a olvidarse del carajo y de la concha de tu hermana en caso de que le llegue la hora de mandar; mera analogía desde luego, no se trata de palabrotas sino de lo que late detrás, el dios de los cuerpos, el gran río caliente del amor, la erótica de una revolución que alguna vez tendrá que optar (ya no éstas sino las próximas, las que faltan, que son casi todas) por otra definición del hombre; porque en lo que llevamos visto el hombre nuevo suele tener cara de viejo apenas ve una minifalda o una película de Andy Warhol. Vamonos a dormir, pensó el que te dije, bastante teorizan los de la Joda para que yo les aporte estas cuatro pavadas demasiado obvias. Pero me gustaría saber qué piensa Marcos de eso, cómo lo viviría sí le llegara la hora.


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