LA REVOLUCION MEXICANA Y EL REACOMODO DE LAS ELITES (PARTE DOS) Ya que hemos propuesto una forma distinta para revisar la Revolución Mexicana explorando los elementos filosóficos y materiales, que dieron motivo primero a la consolidación de el régimen porfirista y posteriormente la ruptura entre la burguesía nativa de México, debemos hacer una pausa breve en el siglo XIX, para rastrear los orígenes que dieron formación a los “caudillos de la reforma” y particularmente la época en la que “Benito Juárez toma la jefatura política en la república restaurada en el año de 1867. Este se propuso reformarla en los ordenes político, social, económico y cultural conforme a ciertas ideas abstractas y a un modelo concreto: Estado Unidos. Los nuevos responsables de los destinos de la sociedad mexicana no solo lo pensaron, lo dijeron: “Los Estados Unidos…tienen que ser nuestra guía”. Aquellos cerebros y brazos, aquellos hombres que parecían gigantes, los lideres de la República Restaurada, supieron perfectamente a donde querían ir, lo que buscaban, pero apenas fueron concientes de las honduras en las que se metían por querer sacar su plan renovador. Obstáculos de todo orden se oponían al plan liberal. Aunque Juárez y su gente asumieron la modernización del país a sabiendas de que “una sociedad como la nuestra, que ha tenido la desgracia de haber pasado por una larga serie de años de revueltas intestinas, se ve plagada de vicios, cuyas raíces profundas no pueden extirparse en un solo día, ni con una sola medida, no parece que estos hombres hubieren previsto la enormidad y la anchura de las tradiciones necesitadas de demolición”. Por ejemplo “no hay evidencia de que tomaran la medida justa sobre el indiferentismo político de la gran masa. Solo ellos los caudillos de la reforma y una débil clase media que desde el siglo XVII andaban tras un orden democrático liberal, podían armar la Constitución de 1857 y querer su ejercicio. Otro grupo, los conservadores núcleo ciertamente abatido, desmayado por la golpiza acabada de recibir, se rehusaría a quererla, y aún más a cumplirla. Pero lo peor, el mayor reto era conseguir que la Constitución de 1857 alcanzara la veneración y arraigo de los ocho millones de compatriotas, para quienes según Castillo Velasco1 “la libertad era una quimera y tal vez un absurdo”. Aún las tropas forzadas que pelearon en pro y en contra del sagrado documento eran ajenas a su contenido. Quienes lo alababan y quienes lo injuriaban en las embravecidas épocas de la Reforma y del Segundo Imperio era minorías distantes de la de la mayoría popular, hombres de castillos amurallados. La mayoría no apoyaba constitución alguna; al pueblo raso le importaba 1
José María Castillo Velasco. Abogado y periodista liberal. Escribió para El Monitor Republicano, publicación que dirigió en varias ocasiones. Diputado al Congreso Constituyente de 1856‐57, en el cual fue miembro de la comisión redactora de la Constitución. Combatió la intervención francesa y el imperio. Fue secretario de Gobernación del presidente Benito Juárez (marzo de 1871 a junio de 1872).
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