Centenario de Cáritas en Argentina

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sacricordiana en Argentina, sea por su servicio apostólico y misionero, por su dedicación a la enseñanza de la fe y a la celebración de los sacramentos, como también por la santidad de su vida consagrada. Pascual Pirozzi había nacido el 12 de abril de 1886 en Pomigliano d’Arco, población cercana a Nápoles, de la que era originario también el P. Juan Terracciano. Único hijo varón de los cuatro que tuvieron Felice Pirozzi y Rosa, su esposa. Después de haber sido admitido entre los Misioneros de los Sagrados Corazones y de haber realizado el noviciado bajo la guía del el P. Francisco Grampone, emite la primera profesión religiosa el 1º de mayo de 1903. Gradualmente fue admitido para realizar la profesión perpetua y recibir las sagradas órdenes; y finalmente recibe la ordenación presbiteral el 5 de julio de 1909, en la iglesia la Virgen de los Dolores en Secondigliano. Inmediatamente fue designado para colaborar en la formación de los estudiantes profesos en la comunidad de Secondigliano, y después para integrar la comunidad de Afragola. En esa casa lo encontró la destinación a la nueva fundación de la República Argentina. Al sumarse a la comunidad sacricordiana porteña se dedica particularmente a la catequesis de los niños en el Colegio Benito Nazar. A los pocos meses, en el año 1915, cuando Italia se involucró en la primera guerra mundial, debió regresar a su Patria habiendo sido convocado para el servicio militar; pero apenas obtuvo la baja, en el año 1919, retornó a Buenos Aires para no volver más a su tierra natal. Más tarde, cuando se construye la capilla provisoria y los padres se trasladan al predio de calle Gaona y Campichuelo, y más todavía cuando se erige la parroquia Nuestra Señora de los Dolores y comienza a desarrollarse el trabajo de pastoreo parroquial, el P. Pascual se sumó decididamente a la labor misionera de la comunidad sacricordiana en la zona del Parque Centenario. Es así que, exceptuando unos pocos años transcurridos en otros lugares, es en la parroquia Nuestra Señora de los Dolores donde el padre desarrolló la mayor parte de su intensa y fecunda actividad apostólica, por cerca de veinte años. En este tiempo, durante el curso de unos ejerci-

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cios espirituales realizados en febrero de 1927 en la casa de los padres redentoristas de Bella Vista, provincia de Buenos Aires, sucede un acontecimiento que marca decididamente un rumbo claro para su vida, en el cual se propone no sólo ser bueno, sino santo; no sólo ser buen sacerdote, sino sacerdote santo. Allí se formula una serie de propósitos que deberán ayudarlo a mejorar su vida de religioso y de sacerdote. Ese escrito, “Frutos a conseguir por los Santos Ejercicios Espirituales”, que conservamos como legado suyo, es expresión de su riquísima y muy viva y profunda vida espiritual. En junio de 1938, al iniciarse la obra sacricordiana en Juan Ortiz –hoy Capitán Bermúdez–, el P. Pascual, que era rector de la pujante comunidad de Buenos Aires, es designado rector de la nueva comunidad y párroco de la nueva parroquia San Roque, cargo que asume el 7 de mayo de 1939. En sus poco más de cuatro años de permanencia en ese lugar desarrolló una intensísima labor pastoral y misionera, junto a los otros sacerdotes de la comunidad, los padres Vicente Napolano, José Calzone y Francisco Salerno. Desde enero de 1944 permaneció por un año y medio en la comunidad de Montevideo –República del Uruguay– atendiendo particularmente la capilla Santa Teresita perteneciente a la parroquia Sagrados Corazones que conducían los padres. Y a partir del mes de junio de 1945 y hasta su muerte estuvo en la comunidad de Buenos Aires, dedicándose nuevamente a la tarea pastoral en la parroquia Nuestra Señora de los Dolores del Parque Centenario. De acuerdo con el testimonio de quienes lo han conocido de cerca, tanto en la comunidad religiosa como fuera de ella, era un sacerdote que sobresalía por las virtudes y lo demostraba en las acciones. Se destacó por la vivencia profunda de la fe, que dio sentido a toda su vida; por la práctica de los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia, que asumió como voto en su vida religiosa; por la generosidad sin límites y la humildad heroica. Era un hombre de intensa y prolongada oración. Es para destacar su profunda piedad eucarística, puesta de manifiesto tanto en la celebración de la misa, como en la adoración eucarística frecuente y en la preocupación porque los enfermos de la parro-


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