Fiesta 1114

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aFondo Por lo tanto, gracias, gracias a todos los que hacéis posible este momento sagrado. Yo no sabría darle otro adjetivo. No es un momento bonito simplemente o tierno o así. Es un momento que tiene una densidad y yo diría que tiene la profundidad de los acontecimientos de la historia de la Salvación. Y ciertamente para mí lo es. La profundidad que tienen tantos encuentros que apenas duran un segundo pero por los que uno ve pasar el amor a la Virgen, la súplica, la oración de un pueblo, y ve pasar al mismo tiempo la confianza y la certeza de una gracia que nunca nos es negada. Eso es lo que yo quisiera resaltar. Hay como dos movimientos siempre en la experiencia cristiana de la realidad. El primero es un movimiento de Dios: es Dios el primero que se acerca a nosotros. Primero es Dios el que nos ha creado, y el que ha querido que hubiese unas criaturas que participasen en cierto modo de su Ser divino, de tal modo que pudiesen vivir en una comunión eterna de amor con Él. Luego, nosotros hemos estropeado un poco las cosas, a veces muy profundamente con nuestra miseria y con nuestros pecados, y Dios no se rendido nunca. La imagen que está sobre el regazo de la Virgen expresa que Dios no se ha dejado vencer por el mal. Y eso paradójicamente es la imagen de un hombre muerto; es la imagen que a los juicios del mundo sería un hombre derrotado por el odio de sus enemigos, por la mentira, (…). Y no solo no le recibieron, sino que pagaron su amor y su misericordia de haber salvado. Hemos -todos los hombres- pagado el hecho de que Dios haya salvado la distancia infi-

nita entre Él y su criatura condenándole a muerte y dándole muerte. Y sin embargo, Él no se ha echado para atrás. Él no ha dicho: pues, los hombres no merece la pena que se les quiera tanto. No, no lo ha dicho. No se ha avergonzado de nosotros. No se ha avergonzado de llamarnos hijos. No se ha avergonzado de abrirnos el camino del Cielo. No se ha dejado rendir ni vencer por el mal y por la miseria y por la mezquindad humana. Su amor se ha revelado y Dios se ha revelado como amor justamente en ese triunfo del amor que aparece en el cuerpo muerto de Cristo, que marca tanto nuestra fe en la ciudad y en la Diócesis de Granada: la imagen de la Virgen de las Angustias. Ese es el primer movimiento. El primer movimiento siempre en el lenguaje del Papa Francisco sería: “Dios nos primerea”. Cuando pensamos que estamos haciendo algo por Él, es Él el que está haciendo algo por nosotros; cuando pensamos que Él nos pide algo; si lo único que nos pide es que nos dejemos querer. Lo único que nos pide es que le dejemos actuar, que confiemos en Él, que Él nos ama con un amor infinito, que nos podamos abandonar a ese amor. Y luego el otro movimiento es el movimiento que cuando descubre ese amor, cuando lo encuentra en la vida, cuando se tropieza con él (yo creo que todos los que estamos aquí de una manera -si no, no estaríamos aquí- nos lo hemos encontrado), uno percibe la acción de ese amor: cómo cambia el corazón. Y ahí es donde entra la Virgen. La Virgen es la primera cuyo corazón fue cambiado por esa ternura infinita del Señor. ¿Qué mujer podía? Aunque todas desea

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