Boletín Arquidiocesano N° 75 - Junio 2012 - Arzobispado del Cusco

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COAMCOS, JUNIO 2012 Nº 75

EL GRAN TEATRO DEL MUNDO Con este título, Calderón de la Barca (1600-1681), el gran dramaturgo del siglo de oro español, compuso un auto sacramental; el tema fundamental que articula este auto de Calderón es el de la vida humana como un teatro donde cada persona representa un papel y al final de la obra (de la vida), cada actor recibe la recompensa según hubiera sido su actuación, según hubiera representado, bien o mal, el papel que se le confió. Este mensaje de Calderón no fue, sin embargo bien entendido, porque para muchos, si alguien quería ser perfecto debía consagrarse a Dios apartándose del mundo en la vida religiosa aunque, sobre todo a partir del s. XIII, los franciscanos y dominicos (y luego todos los institutos de vida activa) volvieran al mundo para santificarlo: era el estado de perfección que estaba vedado a los simples fieles que debían contentarse con procurar salvarse… aunque les iba a ser muy difícil por estar agobiados por las cosas del mundo. Desde 1928, adelantándose en casi 40 años al Concilio Vaticano II, el gran precursor del Concilio, especialmente en lo referente a la llamada universal a la santidad y la santificación de la vida ordinaria, San Josemaría Escrivá, predicó incansablemente –no siendo bien entendido por algunos- que todos estamos llamados igualmente a la santidad, que no hay santidad de segunda categoría, que esa santidad se debía procurar en medio del mundo siendo uno más entre sus hermanos los hombres. Al respecto, es especialmente importante la homilía que pronunció en la Universidad de Navarra en octubre de 1968, a la que, sacerdote recién ordenado, tuve la gracia de Dios de asistir; llenábamos el campus de la Universidad unas cuarenta mil personas. Transcribo unos párrafos de la homilía: «Lo he enseñado constantemente con palabras de la Escritura Santa: el mundo no es malo, porque ha salido de las manos de Dios, porque es criatura suya, porque Yaveh lo miró y vio que era bueno (Cfr. Gn 1, 7 y ss). Somos los hombres los que lo hacemos malo y feo, con nuestros pecados y nuestras infidelidades. No lo dudéis, hijos míos: cualquier modo de evasión de las honestas realidades diarias es para vosotros, hombres y mujeres del mundo, cosa opuesta a la voluntad de Dios. «Por el contrario, debéis comprender ahora -con una nueva claridad- que Dios os llama a servirle en y desde las tareas civiles, materiales, seculares de la vida humana: en un laboratorio, en el quirófano de un hospital, en el cuartel, en la cátedra universitaria, en la fábrica, en el taller, en el campo, en el hogar de familia y en todo el inmenso panorama del trabajo, Dios nos espera cada día. Sabedlo bien: hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir. «Yo solía decir a aquellos universitarios y a aquellos obreros que venían junto a mí por los años treinta, que tenían que saber materializar la vida espiritual. Quería apartarlos así de la tentación, tan frecuente entonces y ahora, de llevar como una doble vida: la vida interior, la vida de relación con Dios, de una parte; y de otra, distinta y separada, la vida familiar, profesional y social, plena de pequeñas realidades terrenas. «¡Que no, hijos míos! Que no puede haber una doble vida, que no podemos ser como esquizofrénicos si queremos ser cristianos; que hay una única vida, hecha de carne y espíritu, y ésa es la que tiene que ser -en el alma y en el cuerpo- santa y llena de Dios. A ese Dios invisible, lo encontramos en las cosas más visibles y materiales. No hay otro camino, hijos míos: o sabemos encontrar en nuestra vida ordinaria al Señor, o no lo encontraremos nunca. Por eso puedo deciros que necesita nuestra época devolver -a la materia y a las situaciones que parecen más vulgares- su noble y original sentido, ponerlas al servicio del Reino de Dios, espiritualizarlas, haciendo de ellas medio y ocasión de nuestro encuentro continuo con Jesucristo» (Conversaciones, n.114). El 26 de junio celebramos la fiesta de San Josemaría, pidámosle nos ayude a santificar nuestra vida ordinaria y corriente, santificándonos con ella y procurando santificar a los que Dios ha puesto a nuestro lado. Queridos Hermanos, que Dios nos bendiga a todos. + Juan Antonio Ugarte Pérez Arzobispo del Cusco

www.arzobispadodelcusco.org


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