Se cae de su peso que una muestra con estas características podía ser inmensa, pero no podía ser buena. Ciento cincuenta artistas grandes maestros --o sea ciento cinmcuenta cuyas obras sean absolutamente todas de calidad incuestionableno ha habido en toda la historia del arte. En otras palabras, si Colcultura está interesada en devolverle al Salón su importancia como evento determinante de calidad artística y como señalamiento de creatividad, si está interesada en educar al público sobre expresión visual y en mostrarle al país la profundidad y los alcances de su arte entonces Colcultura tendrá que revisar, no sólo su papel como entidad difusora, sino en primer término sus conceptos sobre arte. El apocamiento, la condescendencia, la amplitud, el populismo, la lenidad, la contemporanición y la tolerancia de que hizo gala el Instituto en la organización del Salón Nacional, no han constituido ni constituirán nunca una buena métrica para definir el arte, y mucho menos para exhibirlo como ejemplo para generaciones futuras.
EDITH ARBELAEZ 100 Personas en fila, (detalle), t987 Personas, entorno, telas cintas, 1.90 x 0.50 m Segundo premio
EDITH ARBELAEZ 100 Personas en fila, (detalle) 1987 Personas, entorno, telas cintas, 1.90 x 0.50 m Segundo premio
Pero el aturdimiento y confusión de Col cultura por sí solos no hubieran podido conformar un salón tan desorientador y deplorable. Es obvio que al Instituto le ayudaron. Y que la culpa de tan infaustos resultados recae igualmente en los artistas: en los humos de buena proporción de los ciento cincuenta grandes maestros, y en el angelical deslumbramiento de muchos universitarios yegresados recientemente con sus profesores. Veamos: Refiriéndose a los mayores de los ciento cincuenta grandes maestros, dijo Ramírez Villamizar en una entrevista que se alegraba de que "la gente joven nos esté pasando", y justo es reconocer que, después de ver el salón, esa alegoría se hace extensiva a buen número de visitantes. Sus esculturas (antes pintadas como las de Negret y ahora oxidadas como las de Castles) son de una limitante frontalidad, sufriendo el observador un rudo chasco, cuando al caminar a su alrededor --como debe hacerse con las obras exentas- confronta su desapacible respaldo. Es decir, si lo mejor que logran hoy nuestros maestros sexagenarios es como las obras enviadas al certamen por Ramírez,Obregón y Roda (curiosamente, Grau se hizo presente con un trabajo ambicioso y logrado), no hay ninguna duda -aunque tampoco es mucha gracia- que los artistas jóvenes los estén "pasando". No son, sin embargo, las obras de estos artistas románticamente dispuestos a medirse con la juventud (y quienes ameritan exposiciones-homenaje, del tipo de la de Débora Arango puesto que sus aportes al arte colombiano son inapelables) lós que más drásticamente afectan tacaudad del certamen. Mucho más triste yalarmante resulta el balance del trabajo de aquellos de '~s~ciento cuarenta y cinco gra~,d~s maestros restantes que se decidieron a participar, y del de sus alumnos; aunque haciendo la $alvedad de que entre los arnstasjóvenes se encuentran la mayoría de las poquísimas obras dlqnasoe un certamen tan profesionalmente montado y sobre el que se ha hecho semejante alharaca. AlgurÍos artistas, sencillamente, participaron por participar, con obras menores, flojas, que dan más una idea de desdén por el salón que de sus intereses creativos.
ANTONIO CARO Presentación del proyecto quinientos Tipografía, 0.17.5 x 0.25 m Mención honrífica
Entre ellos debe mencionarse a Fanny Sanín, Alberto Uribe, Rodrigo Callejas, Lydia Azout y Ronny Vayda; siendo la obra de éste último la más insignificante. Otros se hicieron presentes con trabajos que revelan un alarmante agotamiento,como Manuel Hernández, cuyas pinturas han llegado a ser perfectamente predecibles; como Alvaro Marín, a quien no le ha sido fácil retomar el hilo de su producción de hace algunos años; y como Manuel Camargo y María de la Paz Jaramillo, quienes apropiándose de la filosofía de Colcultura enviaron obras tan grandes y vacías como el salón mismo: la repetición ampliada de la repetidera, incluida escarcha, las caras verdes y las manos amarillas. 241