Catalogo del 40 Salón Nacional de Artistas, parte 2

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desconectados de los centros reguladores de poder. Se asoman en la literatura y se desconocen en la formación política, encuadrada desde lo institucional. Sacamos a relucir lo colombianos que somos, buscándolo donde no existe, simulado, inflado, sustraído de otros o de lo que añoramos, por la pobreza de imaginarios colectivos. Esto, desde la mirada de la ciencia política, es precisamente lo que los grupos dirigentes y gobernantes hacen para evitar cohesionar la nación. La fragmentación es rentable para los grupos hegemónicos y políticos. La tendencia subyace en los criterios que se mantienen en los últimos 150 años en Colombia, que exigen una interpretación y operatividad de la unicidad propia de ideologías heredadas y permanentes de los republicanismos, de los nacionalismos. Al querer presentar a la nación como un proyecto único, compacto e indivisible, la Constitución de 1896 empañetó todas las divergencias que realmente existían en un país descentrado, estructuralmente campesino y baldío, indígena y mulato, lejano de la capital andina. Elaboró el sistema educativo y puso a pensar con postulados partidistas a los colombianos. Luego de que las élites liberales y conservadoras llegaron a acuerdos con intereses compartidos, con decretos y leyes, puso a cachiporros y godos a convivir en el escenario de guerra que los dirigentes habían desatado. Los proyectos políticos han sido diversos: por un lado, defensa de las costumbres, tradición, religión, protección interna y conservadurismo; por otro, pensamiento laico, libertades, reivindicaciones populares, liberalismo; más las ideas de izquierda, con su defensa de la colectividad y el poder de las masas. En fin, proyectos Región Orinoquia

que no dejaron afincada una identificación heredera de una utopía construida desde lo colectivo y, por tanto, incorporada a la conciencia nacional. En Colombia, existen diversos países, y ha hecho carrera hablar de un país económico (el de los empresarios e industriales) y de un país nacional (el político y ciudadano) que sobrenada en incertidumbres y expectativas, en la cuerda floja, marcado por la reinvención de lo mismo, la recursividad aparente, la creatividad expresiva, el cortoplacismo, la fachada, en fin, el país de las verdades que no nos gusta ver, que sobrevive en un desorden organizado, útil a las múltiples intenciones gobiernistas. Esta visión y construcción de país se reproduce en las regiones en la forma del todo y la parte. En los Llanos y la Orinoquia, persiste una fidelidad a una regionalización de la imaginería, apoyada ideológicamente en discursos o himnos que pretenden inmortalizar la solemnidad, lo inmarcesible, como herencias de los postulados republicanos y nacionalistas que profesan una visión caudillista y gamonal. El discurso del mantenimiento y protección de las costumbres, la representación de narrativas propias y la equivocada concepción de región llenaron la copa en el X Salón Regional de Artistas, Zona Orinoquia, cuando el jurado premió unas obras que hablaban categóricamente de la región de los Llanos y simbolizaban la relación contemporánea de las prácticas artísticas descentradas de los círculos de poder. El debate se suscitó en Villavicencio entre el jurado, algunos artistas con formación académica en universidades de prestigio y otros de formación vocacional y empírica. Era bochornoso observar al jurado regional agradecer al jurado proce-


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