Instantáneas sobre el arte de la ciudad de Santa Fe

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I N S TA N T Á N E A S S O B R E E L A R T E D E L A C I U D A D D E S A N TA F E

pintura de retratos, plasmando la austera figura de amigos y familiares, próceres y gobernantes de provincias vecinas, y en la pintura de costumbres y paisajes. Cuenta Caillet Bois que mientras su padre observaba el trajinar del puerto desde la puerta de su casa “hasta donde llegaba el abanico de arena de la ribera”, Pepa se solazaba pintando desde la terraza “aquel hermoso paisaje fluvial, con sus barcas y sus gentes características”. Al parecer, se trataba de “un vasto lienzo, que quienes lo vieron dicen que fue su obra maestra, y que desgraciadamente se ha perdido”.13 Es justamente en estas últimas temáticas donde, al detenerse sobre la figura de paisanos de la región o sobre el movimiento del río con sus habitantes y motivos, esta primera pintora aparece en un gesto que sería reiterado a lo largo del siglo XX.

Sensaciones luminosas: Ludovico Paganini y Juan Sol A comienzos del nuevo siglo, las actividades teatrales y musicales favorecieron el arribo de artistas que, tanto en Santa Fe como en otras ciudades, pintaron edificios o expusieron sus obras ante un naciente público de arte. Estos fueron los casos de Nazareno Orlandi, que realizó las decoraciones en los muros del Teatro Municipal, inauguradas en 1905, y de Santiago Rusiñol, quien habiendo llegado como director de un conjunto teatral accedió a mostrar sus obras “a ruego de amigos”. De todos modos, estas presencias ocasionales no fueron las únicas. Otros extranjeros, como José María D’Annunzio, crearon los primeros institutos de enseñanza, realizando en algunos casos significativas pinturas murales en iglesias y residencias. Si consideramos las “magníficas pinturas alegóricas” de Orlandi y el predominio de “el ensueño de su mundo interior” sobre “el carácter geográfico del motivo” en los cuadros de D’Annunzio, la orientación impresionista de una figura como Paganini parece reconducir el arte desde la representación de ideas y símbolos a la observación de la naturaleza. De todos modos, resulta curioso que este vuelco de su pintura se intensificase después de un viaje a Europa efectuado en 1929 y que, a partir de allí, realizara las indagaciones del paisaje que lo convirtieron, según Antonio Colón, en “el pintor de mayor trascendencia en el Litoral santafesino”. Como fuese, Paganini tiene el mérito de una fuerte consecuencia con sus ideas y una práctica que ejerció con verdadera convicción, más allá de las transformaciones que suscitaban los primeros movimientos del siglo XX. Tanto es así que después de 1940 realizó algunas de sus

obras más conocidas y significativas, como Contraste o La casa de la Virreina. Aunque Colón manifestara que para Paganini “la misión del pintor, es pintar y en esa posición lo social, documental e histórico que hay en sus obras es ocasional”,14 cuadros como los mencionados parecen contradecirlo. Quizás el panorama de viviendas pobres que avanza sobre los edificios públicos de la primera o la sobria fachada colonial cargada de historia en la segunda hayan despertado en él la misma pasión que sentía por los efectos de luz y de atmósfera o las reverberaciones del agua en la villa de San José del Rincón. Quizás sea una interesante coincidencia que Juan Sol, nacido también en Europa y apenas unos años después que Paganini, sea uno de los más fieles adherentes a estas estéticas de la sensación. Pero a diferencia de Paganini, se había formado en la Escuela de Bellas Artes de Buenos Aires y había frecuentado el taller de Miguel Carlos Victorica. Hay quienes aún hoy recuerdan las clases de este artista español instando a sus alumnos a pintar al aire libre. Pero resulta verdaderamente curioso que sus cuadros no sólo repararan en el sugestivo manto vegetal de la llanura santafesina sino en el pintoresquismo de sus viejas poblaciones y en los rincones con vestigios del mundo colonial.

Nostalgia, humor y dramatismo: las estampas de Agustín Zapata Gollán Había una línea demarcatoria, un “ecuador” más o menos a la altura de calle Juan de Garay. Al norte, la ciudad nueva, pujante, poblada por descendientes de los llegados de Europa en los últimos años: profesionales, comerciantes, etc. Al sur de ese “ecuador”, la ciudad vieja que dormía una larga siesta, y donde yo nací, me crié, estudié en el Colegio de los Jesuitas y sentí despertar mi vocación por el dibujo.15

Con estas palabras Zapata Gollán evocaba el mundo de su infancia, el barrio sur que tantas veces recreó desde sus nostálgicos grabados, y por supuesto allí, el despuntar de su vocación artística. Luego de sus primeras experiencias y ensayos de academia, al arribar a los últimos años de la década del veinte había desarrollado una pintura de contornos intimistas: interiores conventuales, viejos paredones y escenas de la vida cotidiana que han sido asociadas con “cierto pintoresquismo figariano”.16 Pero más allá de estos ensayos iniciales en los que se puede advertir el gusto por la historia y las vivencias populares, fue en el grabado en madera donde afloró lo más significativo de su obra. Como lo

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