”Esa luz nos está llamando. Las fuerzas misteriosas nos convocan siempre en los lugares menos pensados; eso lo sé yó”. Horacio, por su parte, ya sabía que quien se encontraba en el centro del ´círculo de los robles´ era la madre Justina. Su hermana Cibeles también lo sabía, pero no se atrevió a emitir absolútamente nada. Fué Virgilio el primero en expresarlo, porque estaba lleno de una energía superior que le obligaba a lanzar sus pensamientos hacia afuera. Después expresó: ”Hoy vamos a entrar al orden y vamos a dejar el campo de batalla del caos”. Nadie dijo nada, pero todos sabían que eso era verdad. Habían llegado, por fin, al ´círculo de los robles´. La madre Justina estaba en el centro de él. A su alrededor, y formando un círculo interior en el círculo exterior, habían veinticuatro velas encendidas. La figura de la maga Justina era una magnífica visión que golpeaba directamente a las retinas de los ojos con una potencia estremecedora y, al mismo tiempo, turbadora. ”Esta noche se cumplirán las profesías dejadas como huellas en mis sueños y en mis hijos preferidos”, gritó la madre maga Justina. Todos guardaron, como si se hubieran puesto de acuerdo antes, un silencio que conmovió solamente a Ifigenia. Virgilio estaba inmunizado, pues él simplemente aceptaba sin cuestionar lo que la madre Justina solía decir. Cibeles y Horacio eran alumnos cercanos a la maga Justina, pero a ella le interesaba lo que estaba sucediendo en el alma de Virgilio en eso precisos instantes. ”Colóquense todos en el centro del círculo!”, ordenó la maga Justina.