Blues del Perro de Pavlov

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Arnulfo Rubio Ríos

La mosca se detiene en el borde del vaso blanco de poliuretano. Saborea los restos de mi café. Camina por las paredes del vaso, hacia el fondo, hacia los posos. Puedo atraparla. Tapar el recipiente con una mano, zarandearlo, marearla, tirarla al piso y dejar caer la suela de mi zapato encima de ella. No. Que siga viviendo. Tal vez la hora de su muerte esté cerca. Murmullos. Humanos y acuosos. Las ruedas de las carreolas lamen silenciosas el brillante mármol. Los inválidos circulan en sus ágiles sillas de ruedas, propulsados por sus torsos musculosos. Los humanos comen. Palomas de máiz, helados, dulces. Lenguas frenéticas abandonan sus reductos húmedos para lamer la comba y gélida superficie de la nieve. Frituras de maíz bañadas de queso fundido caen al piso cuando el viandante extrae las más apetitosas. Bolsas. Pasos cansinos. Charlas en el área de comida. Café aromático y pasteles. Paz. Silencio. Es la hora en la que se encienden todas las lámparas eléctricas, lo cual indica que el sol está a punto de recorrer el otro lado del planeta. La cascada artificial encubre voces. Vivir para comprar. Comprar para vivir. No, no, no. Vayan los lamentos al área de terapia intensiva. Aquí, satisfacción y paz, a causa de la terapia del consumo y del murmullo acuoso. Pero tanta paz, mejor guardarla para la tumba, hasta el día en que resuenen las trompetas. Dios, ¡qué pelotera vas a armar! ¡Qué de burocracia celestial! Preferiría, como dijo mi amigo Bartleby, no asistir. Ver a los congégneres de todos los tiempos ¡juntos! es una especie de condenación. El mismo asunto del juicio final es en sí una amenaza velada de que no existirá la paz, ni en el sepulcro ni más allá. Porque cuando más tranquilos estemos vagando por el éter o por la nada, resonarán fanfarrias interpretadas por el grupo Gabriel y sus Arcángeles, cuyo sonido tal vez nada tenga qué ver con el auténtico blues, ni con el jazz. Quizá será algo más parecido al preludio de cada carrera en el Hipódromo de las Américas, en cuyos bosques, caballerizas y río te perdías en los meses ociosos previos a la llegada del aviso de 155


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