Aguadas un tejido de historias

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Gobernador Dr. Mario Aristizábal Muñoz

Coordinación General Edilson Bustamante Ospina

Presidente Asamblea Departamental Dr. Jorge Luis Ramírez Agudelo

Editores Juan Carlos Luján Sáenz Felipe Sosa Vargas Juan Camilo Jaramillo Acevedo

Secretario de Cultura Dr. José Fernando Rosas Londoño Secretario de Hacienda Dr. Pedro Javier Misas Hurtado

Periodistas Liliana Salazar Barrientos Maryluz Palacio Úsuga Margarita Isaza Velásquez Juan Camilo Cardona Osorio Juan Miguel Villegas Jiménez Juan David Murillo Hoyos Fredy Alexander Zuluaga Hoyos Diego Alexander Agudelo Gómez Fotografía Diana Carolina Londoño Mosquera Juan Camilo Cardona Osorio

Alcalde Dr. Jorge Iván Salazar Cardona Coordinadoras Junta Bicentenario Luz María Motato Becerra Luz Marina Loaiza Duque Secretaria Junta Bicentenario María Doralba Arias Orozco

Ilustraciones Carlos Osorio Monsalve Aníbal Valencia Ospina Diseño y diagramación Alexander Rojas Moreno Apoyo temático José Sánchez Echeverri Diego Morales “Calabazo” Hernando Valencia Aguirre Apoyo logístico Diana María Ocampo Gutiérrez Impresión Gente Visual Aguadas - Caldas, mayo de 2008 © Todos los derechos reservados. 2008


AGUADAS caldas 1808 - 2008

200 a単os tejiendo progreso



Cuando se habla de la tierra que nos vio nacer y crecer, de las montañas que nos ven vivir, de esos cielos que vigilan nuestras labores, las palabras del diccionario parecen no alcanzar para hacer visible el afecto y el agradecimiento por esos lugares tan de nosotros. “Aguadas, un tejido de historias. Voces y recuerdos de un pueblo bicentenario” condensa en estas páginas ese agradecimiento perenne a esta tierra caldense que a muchos nos vio nacer, a esos y a otros muchos nos vio crecer, a todos nos ve vivir y nos acoge cada día sin solicitar algo a cambio. Estas páginas no pretenden convertirse en la historia oficial de los principales aconteceres de nuestra Aguadas en sus ya 200 años de vida y los tiempos que la precedieron; pretenden sí aportar en la construcción de identidad de los aguadeños, recordarnos esas anécdotas que rondan entre nosotros, recoger esas voces de personajes que recrean a nuestra Aguadas inmaterial, la de las expresiones y cuentos que se hacen palabra escrita en estas líneas. Para recopilar esas voces, esas anécdotas, esas realidades y esos mitos que circulan por las calles, las casas, los caminos y las fincas de nuestra Aguadas, invitamos a un grupo de jóvenes periodistas que miraron, olfatearon, hablaron, escucharon, tocaron, retrataron y escribieron a esta Aguadas que, con dos siglos de vida, sigue campante y oronda, viviendo y observándonos desde esta cima de los Andes colombianos. Desde la Alcaldía de Aguadas hacemos extensivo un agradecimiento a todos los aguadeños protagonistas de estas páginas, a todos los que compartieron sus historias y sus conocimientos, a todos los que colaboraron con sus rostros para ilustrar estas coloridas páginas, a todos los que de una u otra forma aportaron para que este libro tomara forma y fuese una realidad. Y el agradecimiento más grande es para Aguadas, en su cumpleaños, por permitirnos ser parte de ella. Por permitirnos vivir en ella. Para ella y nuestra gente este libro, “Aguadas, un tejido de historias. Voces y recuerdos de un pueblo bicentenario”.

Jorge Iván Salazar Cardona Alcalde Municipal


LOS AUTORES COORDINACIÓN GENERAL

Edilson Bustamante Ospina (Aguadas, Caldas)

Comunicador Social – Periodista de la Universidad de Antioquia. Actualmente se desempeña como docente de tiempo completo, adscrito a la Facultad de Comunicaciones, y como coordinador de proyectos de Extensión de la misma dependencia, desde donde ha liderado procesos de comunicación pública como: Responsabilidad social e independencia: retos del periodismo, del Ministerio de Comunicaciones; Escuelas de Comunicación y Boletín Encuentro Académico, del Municipio de Medellín; Antioquia se Toma la Palabra, de la Gobernación de Antioquia; Diplomado Patrimonio y Comunicación, del Instituto para el Desarrollo de Antioquia -IDEA- y Plataforma de Comunicaciones (periódico, portal y feria de la salud) del Programa de Salud de la Universidad de Antioquia. También ha coordinado los periódicos Compromiso, del Municipio de Medellín; Hechos Metropolitanos, del Área Metropolitana del Valle de Aburrá y Ecodiversos, de Corantioquia.

Maryluz Palacio Úsuga (Medellín, Antioquia).

Periodista de la Universidad de Antioquia. Fue redactora de De la Urbe Digital y publicó en los portales de Latin Outlook y Universia. Se desempeñó como asesora periodística del proyecto Escuelas de Comunicación, de la Alcaldía de Medellín. Obtuvo una mención de honor grupal otorgada por el Círculo de Periodistas de Antioquia gracias al trabajo periodístico “Recordando a Armero”, publicado en De la Urbe Digital.

Liliana Salazar Barrientos (Medellín, Antioquia).

Comunicadora Social-Periodista de la Universidad de Antioquia. Inició su carrera en el periódico El Mundo de Medellín e hizo parte de la redacción de El Tiempo, del que aún es colaboradora. Publicó textos en la revista La Hoja y se desempeñó como periodista de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín.

Felipe Sosa Vargas (Itagüí, Antioquia).

PERIODISTAS

Diego Alexander Agudelo Gómez (Medellín, Antioquia).

Comunicador Social-Periodista de la Universidad de Antioquia. Ha sido cronista del periódico De la Urbe, reportero económico del diario El Mundo de Medellín, y editor del periódico Hechos Metropolitanos. Es editor del portal electrónico de la Red de Bibliotecas de Medellín y publica Crónicas Vagabundas, blog de periodismo y literatura.

Juan Camilo Cardona Osorio (Medellín, Antioquia).

Comunicador Social-Periodista de la Universidad de Antioquia. Su tesis de grado “Un luto y una flor”, acerca del movimiento Mujeres de Negro, le hizo merecedor de una mención de honor. Se ha desempeñado como coordinador editorial del periódico De La Urbe. Fue director y presentador de la sección Abrecaminos en Teleantioquia Noticias durante tres años, donde también cubrió las secciones Orden público, Municipios y Generales.

Margarita Isaza Velásquez (Rionegro, Antioquia).

Periodista egresada de la Universidad de Antioquia. Ha colaborado en medios escritos de Medellín y el país como el periódico El Mundo y la revista Semana. Es miembro del Club de Lectura “John Reed” y actualmente trabaja en proyectos de periodismo con comunidades.

Periodista de la Universidad de Antioquia. Ha publicado en periódicos y revistas como El Tiempo, El Mundo, Hoy y El Observador. También ha participado en otras publicaciones, turísticas y de perfiles, de Medellín y Antioquia, y fue coautor del libro Rutas de Vida, publicado por la Gobernación de Antioquia. Se ha desempeñado como profesor universitario.

Juan Miguel Villegas Jiménez (Medellín, Antioquia).

Comunicador Social-Periodista de la Universidad de Antioquia. Ha sido reportero y cronista del periódico La Hoja, de Medellín; presentador del programa Relatos de Viaje, de Teleantioquia; periodista del Grupo de Divulgación y Prensa, del Ministerio de Cultura y editor del periódico ecológico Ecodiversos. Recibió en 2004 el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar y, en 2005, el concurso de cuento organizado por la revista El Malpensante.

Fredy Alexander Zuluaga Hoyos (Marinilla, Antioquia).

Periodista de la Universidad de Antioquia. Trabajó en el periódico La Patria, de Manizales. Ha publicado artículos en el periódico De la Urbe, ha sido colaborador de la revista Semana y redactor de El Periódico de Oriente. Actualmente se desempeña como redactor en el periódico virtual www.inforiente.info.

Juan Camilo Jaramillo Acevedo (Abejorral, Antioquia).

FOTOGRAFÍA

Juan Carlos Luján Sáenz (Envigado, Antioquia).

Comunicadora Social-Periodista de la Universidad de Antioquia. Especialista en Diseño Multimedial de la Universidad Nacional de Colombia. Se ha desempeñado como reportera gráfica del periódico El Colombiano y como periodista de las publicaciones sectoriales Gente de los barrios El Poblado, Belén y Laureles de Medellín. Docente de cátedra de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Antioquia.

Es Comunicador Social-Periodista de la Universidad de Antioquia. Músico autodidacta y colaborador habitual de medios impresos como la revista Universidad de Antioquia y el periódico Periferia. Fue editor del suplemento literario Palabra y Obra del periódico El Mundo, así como de la revista Abejorral.

Comunicador Social-Periodista de la Universidad de Antioquia. Reportero y colaborador de los periódicos El Tiempo, El Mundo, El Observador, El Observagol, Diario Deportivo y El Envigadeño. Es coautor del libro Rutas de Vida, publicado por la Gobernación de Antioquia.

Juan David Murillo Hoyos (San Carlos, Antioquia).

Comunicador Social-Periodista de la Universidad de Antioquia. Trabajó como editor cultural en el periódico El Mundo y se desempeñó como reportero en Radiosucesos RCN de Medellín, en las áreas de salud, política, cultura y medio ambiente. Ha escrito para las revistas independientes El Caballo y Bohemia.

Diana Carolina Londoño Mosquera (Medellín, Antioquia).

DISEÑO

Alexander Rojas Moreno (Medellín, Antioquia).

Diseñador gráfico publicitario del Instituto de Bellas Artes. Gerente creativo de ARM Diseño. Se desempeña como diseñador gráfico en los campos multimedial, editorial, publicitario y de posicionamiento de marca.


INDICE LA FONDA DE MANUELA

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DE VOS A VOS CON LA HIJA DEL CAMINO

Cacique pipintá

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PIPINTÁ: MÁS ESCULTURAS QUE CERTEZAS

SANTIAGO DE ARMA

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EN LA VILLA DEL GUERRERO

ARRIERÍA

25

YA LOS CAMINOS NO SON LOS MISMOS...

LA TIERRA

29

¿QUÉ SE ESCONDE BAJO LA PIEL DE AGUADAS?

EL PUTAS DE AGUADAS

33

LA VIGOROSA LEGIÓN DEL PUTAS DE AGUADAS

CAFÉ

43

AGUADAS ES DE MUCHOS COLORES,PERO RESALTA EL CAFÉ

GANADERÍA

49

LOS VAQUEROS TAMBIÉN CAMINAN POR AGUADAS

TEJEDORAS

55

UN PUEBLO TEJIDO EN IRACA

SOMBRERO AGUADEÑO

61

UNA TONELADA DE ORGULLO NO PESA NI 100 GRAMOS

ARQUITECTURA

65

LAS MÚLTIPLES CARAS DE UN MONUMENTO

RELIGIOSIDAD

69

LA FE MUEVE A AGUADAS

LOS TEMPLOS

75

SANTUARIOS DE UNA FE ANDARIEGA

AGUADAS Y LAS LETRAS

81

UN PUEBLO DE ALTA MONTAÑA EN EL TERRITORIO DE LA FICCIÓN

EDUCACIÓN

87

TAMBIÉN SE CONSECHAN MAESTROS

MÚSICA

93

“Y ENTRE COPLAS TE HACES FELIZ”

EL PASILLO

99

VIAJE AL CENTRO DEL PASILLO

PIONONO

105

LA DEL PIONONO,UNA HISTORIA BIEN ENROLLADA

LUGARES AGUADAS EN UNA COLCHA DE RETAZOS

109



lafonda de manuela

Juan Carlos Lujรกn Sรกenz


De vos a vos con

la hija del camino

Los 126 kilómetros que separan a Aguadas de Manizales, la capital del departamento de Caldas, fueron recorridos a pie y a lomo de mula por centenares de arrieros y colonos que doscientos años atrás salieron a buscar tierras para vivir y cultivar. En esos lejanos anaqueles de la historia se ubica el nacimiento de Aguadas, pueblo orgullosamente caldense que emergió como fruto de una colonización de la que aún se sigue hablando. Aquí, una aproximación a su historia, un texto que no pretende sentar cátedra sobre datos, fechas y personajes, pero que quiere presentar algunas de las versiones existentes sobre la Ciudad de las Brumas.

Q

ue se sepa, las montañas del norte de Caldas no mienten. A su favor tienen que no hablan como humanos, por lo que a los mortales se nos dificulta entenderlas. Entrada la noche a ellas les da por ponerse a conversar y mientras se van encendiendo las luces de los tantos pueblos que se fundaron sobre sus riscos, las vecinas antioqueñas escuchan la tertulia que en ese momento acapara la atención en este punto de la cordillera Central colombiana. Entonces la lejanía ilumina a Sonsón y a Abejorral, lucecitas que se elevan desde el otro lado del cañón del río Arma y que confirman la camaradería entre montañas, muy paisas todas, por lo que para ellas queda en entredicho eso de que allá es el sur de Antioquia y acá el norte de Caldas. Y sí, la discusión de los límites como que no convence a las montañas, porque, la verdad, es mucho el afecto que se guardan unas y otras, unidas por el hilo del tiempo, transitadas por los mismos arrieros con sus mulas, colonizadas por gente venida del otro lado del Arma, arropadas por ruanas, escondidas en carrieles… De uno de esos carrieles emergió una historia que se volvió camino, pasó luego a fonda, asomó como pueblo y hoy se eleva, con sus luces y sus brumas, a un bicentenario en donde los recuerdos caminan de sombrero y bailan al mismo ritmo una melodía cantinera que desde la época de la fonda de Manuela Ocampo no para de sonar al calor de un aguardiente.

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Casa de don Jesús María Jiménez después del ter remoto del 4 de febrero de 193 8.

Tras el grito unánime de ¡salud! por ese trago inspirador, y luego de que el aguardiente quema el gaznate, las galerías del tiempo se abren… Una neblina de dos siglos se apresura a salir de las entrañas del pueblo viejo, entonces del fondo de aquel recuerdo pueblerino emergen caras nuevas, rostros de antaño, antepasados ilustres, personajes del común y cientos de montañeros que hicieron habitable el paraje en el que hoy se levanta la antigua Colonia de Ebéjico, la Aguadas de la


Archivo fotográfico de la Casa de la Cultura Francisco Giraldo.

actualidad, el hoy Monumento Nacional en el que se mezclan los versos de León de Greiff, el olor a pionono fresco y el sabor a puro café colombiano, con la vida de 25 mil paisanos que transitan caminos y calles tras las añoranzas de ese Putas vividor y conversador que, parado en una esquina, echa de menos a los vivos y a los muertos de los últimos dos siglos. Claro que agudizando la mirada, y tratando de distinguir una que otra forma en medio de la espesa neblina de recuerdos, se dibuja un paisaje montañoso y agreste, dominado por cuatro arroyuelos que bajan desde lo alto tras el rastro del río Pore. Por acá, todavía, no se ha visto la abundante y descuidada barba de los futuros invasores que, montados en caballos y envueltos en armaduras, terminarán con el dominio de los coycuyes, habitantes de la Aguadas prehispánica, hombres de costumbres sedentarias que en algunos textos históricos son presentados como seres antropófagos, en especial con sus enemigos derrotados en combate. Se estima que unos 60 mil indígenas vivían por estos riscos y cañones, aproximadamente en una extensión de 60 leguas.

Pero habría de llegar el tiempo en que el mariscal Jorge Robledo irrumpiría con sus afanes descubridores por una zona que décadas más tarde interesaría principalmente por el oro. Para aquellos años Aguadas aún esperaba su momento tras las brumas doradas de la época de la Colonia, que centró toda su atención en Santiago de Arma: uno de los hermanos mayores de las tantas poblaciones que se fundarían en otro momento histórico y que alimentaría el ego de esa matrona rezandera, habladora y dicharachera que se conocería como “Antioquia la grande”. Por eso, antes de que Aguadas fuera Agudas, Santiago de Arma, bautizada así por ser el territorio de la tribu de los “Armados” que repelió con bravura la invasión de Robledo y compañía, ya aparecía en el mapa del Nuevo Mundo, alimentada por la ambición que trajo la fiebre del oro y que se vivió con intensidad en las riberas del río Arma; pues como lo cita Aníbal Valencia en su Monografía de Aguadas de 1983, el hoy corregimiento fue un

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estuvo meditando en tierras de Arma, según lo narra Aníbal Valencia en la monografía ya citada. Santiago de Arma conservaría su nombre original hasta abril de 1783, año en que sus habitantes se trasladarían a Rionegro -Antioquia- y se llevarían para el nuevo paraje hasta el mismísimo nombre de Santiago, el cual pasó a ser propiedad del hoy municipio eje del Oriente antioqueño, por lo que el de acá simplemente se seguiría llamando Arma, un tanto más corto en letras, pero no menos digno que el anterior, no tan boyante como siglos atrás, pero sí con un estoicismo que todavía en nuestros días es reconocido por quienes saben de sus raíces. Procesión de La So ledad. Normalmen te parte del barrio El Corozo y finaliza en alguna de las do s parroquias.

caserío fundado en las márgenes del afluente, cerca de su desembocadura al río Cauca, posiblemente en territorios de las haciendas El Oro, La Esmeralda o Potosí. La anterior cita ilustra uno de los tantos nacimientos de Arma, población que a pesar de no conservar en la actualidad el esplendor que la hizo brillar siglos atrás, vio cómo recorrieron sus caminos hombres que dejaron su huella en la conquista de América, entre ellos el ya mencionado mariscal Jorge Robledo, llamado el “Conquistador de Antioquia”, quien 15 días antes de sufrir la pena de muerte por traición, a manos de las tropas de Sebastián de Belalcázar el 5 de octubre de 1546 en la Loma del Pozo (jurisdicción de Pácora),

Lavadero público.

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Se asoma Manuela

En ese entonces, cuando finalizaba el siglo XVIII, el hoy territorio donde se levanta el casco urbano de Aguadas era simplemente el lugar donde los antiguos habitantes de la diezmada localidad de Arma venían a cazar tigrillos, venados, guaguas, conejos o dantas. Y mientras por acá se divertían cazando, kilómetros más al norte se fraguaba uno de los movimientos colonizadores más notables en la historia colombiana, la Colonización Antioqueña, expansión de personas y de cultura que avanzaría por el territorio de Arma hasta llegar a todo el Viejo Caldas, al norte del Tolima y al norte del Valle del Cauca. El movimiento de colonos comenzó a medida que fue decayendo la producción de oro en la Antioquia de la época, una región pobre y aislada que llamaba la atención por el atraso al que estaba sometida y en donde muchas familias necesitaban tierras para cultivar y así ganarse el sustento. Ante tal situación, desde la nueva Santiago de Arma, ya con el nombre de Rionegro, empezó el avance hacia el sur, y con él la consolidación de un momento histórico que ha sido documentado a lo largo de estos dos siglos y del que iba a emerger el pueblo protagonista de esta historia. Así, en un principio, nacieron los municipios paisas de Sonsón (1797) y Abejorral (1805), los primeros pueblos de este avance arrollador que no pararía hasta mediados del siglo pasado. La idea, sin que de ello fueran conscientes los colonos, era continuar por lo que hoy se conoce como el Eje Cafetero, por lo cual hubo la necesidad de crear sitios donde los arrieros, hombres encargados de transportar mercancías a lomo de buey o de mula, se pudieran aprovisionar de víveres o, si era del caso, hospedarse y darle de comer a las bestias. Y ahí sí asomaron por


Uno de ellos fue La Aguada, como algunos aseguran que Manuela Ocampo llamó a su fonda cuando se asentó en estas tierras. Inclusive en la misma Casa de la Cultura del municipio se lee, en una representación que existe de la vieja fonda, la siguiente leyenda que dice textual: “ay comida dormida i pasto para las mulas. Manuela”. Al joven poblado también se le conoció como la Nueva Colonia de Ebéjico, nombre que al final le dio paso al definitivo, al que se quedó por siempre.

ra su paso por la carre Cortejo fúnebre a Roja. frente de La Casa

tercera al

los riscos de estas montañas, envueltos entre brumas, Manuela Ocampo e hijos, la primera familia aguadeña que encontraría en estas parcelas de monte agreste un lugar para asentarse y atender, “como Dios manda”, a los muchos arrieros que ya no tenían que pasar de largo. Con el arribo de Manuela a esta novela llamada “Aguadas” llegarían, años después, las hipótesis sobre la procedencia de la matrona y sobre el lugar en donde edificó su fonda. Que llegó sin hijos, que ella solita fundó el pueblo, que lo llamó La Aguada, que cómo así, que fue Aguadas, que esto y que lo otro se le ha escuchado decir a historiadores y autodidactas luego de años y años de especulaciones y descubrimientos. ¿Y a quién creerle en últimas? Pues a todos y a nadie a la vez, tanto que después de mirar documentos y adentrarse en relatos de aquí y de allá, una lista de posibles verdades aparece y pide su lugar en el presente tras no encontrar uno en el pasado. Eso sí, lo que se sabe es que un par de nombres llegaron a estar en lista de espera.

Pero, ¿de dónde viene el nombre? ¿De dónde viene el “agua”? Todo apunta a que el nombre bajó de lo alto de la montaña; mejor dicho, todavía sigue bajando, así no esté a la vista de todos y así ya no se vean ni las ruinas de la fonda de Manuela… La historia, entonces, le da el crédito a Olivares, Aguasclaras, Ebéjico y Chorros, cuatro quebradas que inspiraron esa palabra de siete letras de la que tanto se enorgullecen los paisanos del popular “Putas” que no es de ninguna otra parte sino de acá, de Aguadas. De esta forma aparece la que se conocería también como la hija del camino, el pueblo de la fonda caminera, el lugar en el que hoy se elabora el pionono más tradicional del país y se cultiva uno de los cafés más suaves del mundo, la tierra del sombrero, los antiguos dominios del Cacique Pipintá… Es 1808 y en el Nuevo Reino de Granada se cocina una revolución que dos años después originará el primer grito de Independencia nacional. Mientras eso ocurría en los centros de poder, en la naciente Aguadas se construían las primeras casas alrededor de la fonda de Manuela, a la orilla de los caminos. Uno de ellos, el que subía por la calle Mejía hasta Monserrate y luego se bifurcaba para Marmato y para Honda, es mencionado por el historiador Albeiro Valencia como el posible paso de arrieros sobre

Cementerio de Pore, 1935

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Representación de Manuela Ocampo.

el que Manuela construiría su fonda. Lo dicho por Valencia es clave, toda vez que su afirmación llevaría a la conclusión de que Aguadas nació metros más arriba de la plaza principal, en el cruce de los caminos que había en Monserrate, versión que contrasta con aquella que dice que la fonda se construyó en una de las esquinas del parque. Pero la hipótesis del historiador no termina allí. El hombre expresa que el pueblo se erigió entre las dos cuchillas y para construirlo se empezaron a programar convites entre las familias que se habían asentado en las tierras. Y la fonda de Manuela seguía ahí, atendiendo a los viajeros que venían de Antioquia e iban para Honda, Marmato y el Cauca. ¿Pero, ante la presencia histórica de Manuela, fueron en realidad Narciso Estrada, José Antonio Villegas, Juan Antonio Pérez y José Salvador Isaza los verdaderos fundadores de Aguadas? Los documentos oficiales dicen que lo fueron, pero el aguadeño Tiberio Franco, autodidacta que ha estudiado la historia de su municipio, no lo cree así, tanto que afirma que

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Plumilla templo Inmaculada Concepcion, 1938.

ese honor debería caer en Manuela Ocampo, pues, en su opinión, a ella se le desconoce este título por ser una persona humilde. Y contrario a lo dicho por Valencia, Tiberio le da pleno crédito al hecho de que la fundación de Aguadas debió darse en el actual parque principal porque existen testimonios que afirman que detrás del templo de La Inmaculada había un nacimiento de agua. De ahí en adelante, Aguadas comenzó su crecimiento como pueblo, pese a que por lo abrupto del terreno era difícil llegar hasta allí. Lo anterior no era motivo para sentarse a llorar y a medida que avanzó el tiempo se fueron consolidando


procesos. Uno de ellos ocurrió en 1819, año en que el padre Sinforiano Pérez, venido de la Vega de Supía, empezó la organización de la parroquia y puso la primera piedra del templo, dato que entrega don Aníbal Valencia en la monografía de 1983. Relatos de la época mostraban que en Aguadas se vivía la misma estructura social de los pueblos paisas, basados en una vida laboriosa y en una búsqueda constante de tierras para aumentar los predios familiares. Promediaba ya el siglo XIX, tiempo en el que se habla de una localidad quieta y con una industria incipiente, hecho que empezaría a cambiar décadas más tarde, en 1883, con la publicación de un censo en el que se muestra que Aguadas era una de las diez poblaciones más importantes del Estado de Antioquia (uno de los diez estados soberanos que había en el país -época del Federalismo- y que se extendió entre 1856 y 1885), junto a Medellín, Manizales, Yarumal, Santa Rosa de Osos, Titiribí, Fredonia, Jericó, Rionegro y Sonsón. Estas poblaciones tenían entre 9 mil y 37 mil habitantes.

Aguadas y el siglo XX

Para el final del siglo XIX y el inicio del XX, la Guerra de los Mil Días golpeó con fuerza un país amedrentado que caía apuñalado entre la rivalidad roja de los liberales y azul de los conservadores, conflicto que dejó a Colombia sin el istmo de Panamá y que también se sintió, aunque en menores proporciones, en el seno de algunas familias de Aguadas, toda vez que en pleno siglo XXI muchos parroquianos hablan del incidente ocurrido en Salamina, donde un pelotón de aguadeños murió ajusticiado en un lugar que se denominaría la “casa del degüello”. Se cree que en el suceso perecieron unos 32 hombres del pueblo.

El escultor José Solarte realiza trabajos especiales para las Fiestas del Pasillo y la Iraca, en Aguadas, y para el Carnaval de Negros y Blancos en Pasto.

De aquella catástrofe tuvo que levantarse un país que, pese a haber perdido tantos hombres en combate, pensó en cambios estructurales para afrontar el naciente siglo y reformar las instituciones. Uno de esos cambios fue la creación, en 1905, del departamento de Caldas, a cuyo territorio pasó a pertenecer Aguadas. La nueva disposición del gobierno de Rafael Reyes hizo que la Ciudad de las Brumas se convirtiera, por población, en la segunda ciudad del nuevo departamento, con unos 14 mil habitantes. Y sí, es cierto que la guerra se había terminado, sin embargo las viejas rencillas se mantuvieron y el clima hostil se percibía en las calles de muchos pueblos colombianos. Por aquella época se volvió famoso un militar aguadeño, de filiación conservadora, conocido como el General Henao, quien, al parecer, tenía un vínculo familiar con el general Rafael Uribe Uribe, reconocido caudillo liberal de la historia de Colombia.

Plaza de Bolivar, 1925.

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La verdad es que este paraje caldense ha sido un emporio conservador en donde, a pesar de la beligerancia característica en Colombia, se ha vivido con tranquilidad, tanto que algunos no dudan en recordar que los conservadores, con el fin de proteger a los liberales, los acompañaban hasta sus casas para que no fuera a ocurrirles nada. Y entre ires y venires, la vida pasaba por Aguadas siempre envuelta en bruma, tapizada de recuerdos de arrieros y protegida por tradiciones y costumbres de una tierra, como la caldense, que se ha mantenido firme en este siglo de buenas y malas nuevas. ¿Pero, y las malas noticias? Estas han corrido por cuenta de la naturaleza, que también ha hecho su aporte, materializadas en sismos que han deteriorado algunas de las más antiguas edificaciones aguadeñas. Así, en febrero de 1.938, un temblor de unos 7.5 grados en la escala de Richter se sintió en todo Caldas a eso de las 8:00 de la noche, hora en que muchos tomaban su merienda. Los reportes de entonces cuentan que el templo de La Inmaculada sufrió averías considerables, y los más viejos recuerdan que las copas de los árboles tocaban el suelo. 24 años después, el 30 de julio del 62, un terremoto dejó gravísimas consecuencias en algunas familias aguadeñas, aunque el más afectado de los pueblos de la región fue Sonsón, que vio cómo su templo principal quedaba casi en ruinas, por lo que hubo que reconstruirlo casi en su totalidad. Dicen que este sismo se sintió a eso de las 3 de la tarde y tuvo una intensidad de unos 7.8 grados. A partir

de ahí se empezaron a utilizar, tanto en Aguadas como en los municipios vecinos, materiales más resistentes en las construcciones. Y para no perder la costumbre, en 1979, más o menos a las 6 y20 de la tarde, ocurrió otro temblor de esos que aún no se olvidan.

Un pueblo con futuro

Corren los días, el pueblo cambia... Desde más allá de las montañas, los aguadeños nunca han dejado de escuchar ese eco lejano que los trajo al que ahora es su terruño y que los ha seguido llamando desde otras latitudes, ese lejano eco de promesas que en el último siglo ha llevado a muchos al bullicio de Manizales, Medellín, Bogotá, Cali, sin contar a quienes han llevado la bandera aguadeña a donde quiera que señale la rosa de los vientos, quienes como dice la canción que también entonaron Los Médicos, siempre “vuelven al lugar donde nacieron, al embrujo incomparable de su sol... al rincón de´onde salieron, donde acaso floreció más de un amor...” Y la bruma sigue saliendo de aquella galería del tiempo… Muchos aguardientes han quemado el gaznate en esta cantina imaginaria mientras hombres, mujeres, recuerdos, fechas y demás, se asoman por esa puerta grande que sirve de paso a la memoria histórica de un pueblo donde caciques,conquistadores,arrieros,paisanosyparroquianos siguen caminando por riscos, cañones, caminos y calles empedradas. El pueblo también llora a sus muertos, se ríe con sus vivos, extraña a los que se fueron y mira desde los cerros las decenas de lucecitas que en una y otra parte de la cordillera se van encendiendo a medida que entra la noche, esa noche aguadeña que tanta nostalgia eleva. Silencio… las montañas se alistan para la tertulia de hoy. Piden que aquello de que el norte es aquí y el sur allá sea superado. Ellas se sienten las mismas hermanas en el tiempo, convencidas de haber salido todas de un carriel, al tierno refugio de un gran sombrero aguadeño. * En 1.900 Aguadas tenía unos 14 mil habitantes, número que se incrementó casi el doble 18 años después, cuando tenía ya una población de 27.721 personas. Para 1.964 los aguadeños eran 37.130, cifra que bajó en 1973, época en la cual descendieron a 34.276. Según el último censo nacional, en 2005, en Aguadas viven cerca de 22 mil personas.

Esta representación del Putas de Aguadas, realizada por José Solarte, se conoció en una de las fiestas del Pasillo.

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cacique pipintÁ

JUAN CAMILO CARDONA OSORIO


PIPINTá:

MÁS ESCULTURAs que certezas

Mito o realidad, símbolo aguadeño de la “indianidad” y la valentía, la historia de este cacique y a la vez exuberante tesoro siempre despertará fascinación. Aquí, una crónica sobre los diferentes matices de este interesante personaje.

Q

ue existió, que no, que era un mando medio entre los indígenas Coycuyes o Armados, como los nombraron las tropas del mariscal Jorge Robledo, o que simplemente es un personaje inventado por los múltiples mitos alrededor del tesoro del Pipintá. Estas son algunas de las versiones que se escuchan por las calles del bicentenario municipio acerca de la verdadera identidad del Cacique, un héroe no menos importante que el Putas, pero sí más antiguo. “Pues esa discusión, de si pudo o no existir, quizás pueda servir para aclarar la historia, pero lo más seguro es que no lograría sacarle de la cabeza a este pueblo y a sus gentes la imagen del Cacique. Ese hombre grande y fuerte que defendía su cultura, tierras y riquezas, que debe ser ejemplo para todos nosotros”. De esto está convencido el educador José Solarte Narváez, quien esculpió al cacique Pipintá en fibra de vidrio reforzada, reafirmando a este protagonista del imaginario aguadeño.

Y el mito se hizo piedra…

El afán por hallar el mítico tesoro del Pipintá ha reafirmado la idea de su existencia, pero según rastreos de la historia narrada por los cronistas de Indias, no se le menciona como gobernante de los indígenas Coycuyes. Estos habitaban en un amplio sector del cañón del río Arma y pertenecían a la familia Maitamac, liderados por un cacique que daba el nombre a su tribu.

Pipintá, según dice la leyenda, fue el encargado de esconder del alcance de los conquistadores un gigantesco tesoro cargado de prendas, accesorios, joyas y herramientas elaboradas con el oro de aluvión que la comunidad extraía del cauce del río Arma y de orillas del Cauca. En 1954 las tropas de Robledo llegaron a la zona de Santiago de Arma y entraron en combates con los Coycuyes, quienes portaban armaduras, penachos e incluso armas elaboradas con oro, por ello los conocieron como los “Armados”. Del guerrero grupo indígena se conocen sus costumbres antropófagas, las cuales practicaban preferiblemente sobre sus enemigos. Su fiereza a la hora del combate era temida por los españoles, que buscaron a toda costa diezmarlos a base de engaños y evangelización. Todos estos datos han sido recolectados de antiguos escritos, los mismos que, según historiadores y escritores, han tenido en cuenta a la hora de poner en duda la existencia de Pipintá. Tanto en el municipio como fuera de él es conocida la leyenda de este tesoro. Los viejos aguadeños narran que en las profundidades de una caverna a orillas del río Pozo se esconden las riquezas de esta familia indígena. Muchos reconocen haber intentado ingresar en sus penumbras pero que al alcanzar determinada profundidad las velas, antorchas y linternas dejan de brindar su luz y el ingreso se hace imposible.

Acuarela del artista Carlos Osorio.

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Además la incomodidad, la angostura del camino y la falta de oxígeno contribuyen a que los aventureros desistan de esta empresa que los volvería millonarios. “Es que por mucho que pueda haber adentro, el miedo que lo invade a uno no lo deja seguir insistiendo. Además también se cuentan historias de gente que no ha vuelto a salir”, relata Diego Morales, un aventurero conocido como “Calabazo” y que jura haber intentado volverse millonario a costa del mito. “Lo que sí es seguro es que este personaje hace parte de las realidades de los aguadeños. Es hijo del imaginario de nuestros ancestros, los vivos lo mantenemos presente y toda la oralidad, artes plásticas y literatura que se han realizado de este personaje lo mantendrá en la memoria colectiva de las generaciones futuras. Es necesario mantener vivo a nuestro cacique, el pueblo lo quiere y lo lleva como uno de sus más arraigados valores culturales”, reflexiona Tiberio Franco, un enamorado de las historia de su terruño. Del comprobado cacique Maitamac existió una escultura en el parque Los Fundadores donde hoy está ubicado el Obelisco. Fue donado por el doctor Juan Ramón Grisales y esculpido en Bogotá. En su traslado hasta Aguadas sufrió un considerable deterioro en su estructura y después de varias labores para intentar rehabilitarlo fue instalado. Su existencia fue muy corta, ya que manos vandálicas lo enlazaron con un cordel y lo derribaron. De la suerte de sus restos no se tiene pista. Igual pasó con los trozos de la accidentada escultura del cacique Pipintá que se irguió en 1964 en el cerro Monserrate donde recordaba su importancia para el imaginario cultural de los aguadeños.

Antigua escultura del Cacique Pipint á donada por la Colonia de Bogotá en 1968. Durante años estuvo ubica da en el Cerro Monse rrate.

El guerrero, también donado por Juan Ramón Grisales, estuvo erguido sobre un pedestal de piedras retando el equilibrio: “el pie de apoyo era el derecho y por la forma en que se dispararía su arco, sostenido con la mano izquierda, tendría que ser al

Detalles del mural de Carlos Osorio que se exhibe al ingreso de la Alcaldía de Aguadas.

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contrario. El Cacique aguantó mucho sin caerse”, relata José Solarte mientras teatraliza la situación y narra que en un infortunado accidente fue destruido. Su avanzado deterioro y una caída en el momento en que se pretendía trasladar hacia la plaza de Los Fundadores con el fin de construir el parque ecológico marcaron su funesto destino, en el año de 1992.

Sin evidencias ni firmas

- Profesor, ¿qué tiene por dentro el Cacique? - Esa pregunta me la han hecho mil veces y la respuesta es fácil. Lleva lo que debe llevar: un riel de tren. Dice la historia que era un hombre difícil de doblegar y además necesitaba algo que soportara tanto peso. La nueva escultura del Cacique Pipint á, obra de José So imponente en el pa larte, luce rque Los Fundador es.

Quien responde es José Solarte, artista nacido en Linares (Nariño) que llegó a Aguadas en 1991 como docente, y quien por varias razones se asemeja al Cacique Pipintá. Todos saben de su existencia y conocen su obra, pero seguramente con el pasar de los años su nombre se podrá convertir en mito, ya que la escultura en la que representó al guerrero indígena no lleva su firma. “No me gusta. Es algo que siempre he tenido muy claro. Las obras deben estar ahí sin que el nombre de quien las hizo intervenga en la lectura de quien las ve”, asegura Solarte mientras se ríe, una de las cosas que mejor sabe hacer. El escultural Pipintá se halla desde noviembre de 2007 en el parque Los Fundadores, apuntando su flecha hacia el corregimiento de Arma. “Por pura casualidad, pues cuando lo estaba montando sólo buscaba que la disposición de las piezas que lo conforman fuera estética y segura para la estructura”, aclara su escultor, quien a la vez en 1994 realizó la primera versión del Pipintá de Oro, galardón que se ofrece a los concursantes del Festival Nacional del Pasillo, en el que el emblemático Cacique porta, en lugar de un bélico arco, una clave de sol. Para la elaboración de la escultura, Solarte tuvo en cuenta los principios antiguos de este arte: proporción, espiritualidad y movimiento, lo que brindó a la representación del guerrero la naturalidad con la que demuestra su fiereza legendaria. Quienes estuvieron presentes en la instalación de la retadora figura aseguran que “ahí no se sabía quién era más bravo, si el Cacique o el profesor, porque para instalar el arco y la flecha era necesario colgarse de la mano extendida… El maestro miró hacia arriba y dijo: `Éste a mí no me gana, regáleme un trago de ron bien grande’. Se lo tomó y se trepó sin dudarlo. La verdad, lo veíamos muerto”. José Solarte traba ja en el taller de su casa en la escultura de una te jedora.

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Por eso, apoyado en la leyenda, Solarte es contundente cuando afirma:“si al pueblo se le comprueba que Pipintá no existió, escucharán y pasarán de largo, pisando la tierra que defendió su superhéroe”.


SANTIAGO DE ARMA

JUAN CAMILO JARAMILLO ACEVEDO


EN LA VILLA

DEL GUERRERO

Un repaso sentimental sobre la historia de un poblado que si de algo ha sabido es de resistir.

L

a luz vino a pesar de los puñales, dice Neruda en uno de sus poemas. Y de puñales sabe mucho Arma, este corregimiento de Aguadas desde el que ahora escribo. Sabe de puñales porque desde la Conquista esta tierra ha recibido sus puñaladas. O mejor dicho, la recibieron los indios cuycuyes que habitaban esta zona, a quienes llamaron armados porque dieron guerra a los españoles a pesar de lo difícil que era pelear contra las espadas y los caballos. Pero sobre todo, contra la sed de riqueza de los conquistadores. Cieza de León, aquel cronista de Indias, calculó en 60 mil los indígenas que habitaban esta tierra, 20 mil de ellos hombres guerreros. Guerreros en su mayoría derrotados por las huestes españolas que llegaron a esta provincia en 1540, bajo el mando del mariscal Robledo. Guerreros de los que se dicen muchas cosas, que eran adoradores de la naturaleza y buenos agricultores e incluso que eran antropófagos; guerreros divididos en tribus como las Paucuras, Perbitas y Maitamaes, cuyo cacique máximo era llamado Maitamá. Guerreros combatientes, resistentes, armados… Así, este pueblecito de poco más de 10 manzanas, con una iglesia pequeña y un cementerio herrumbroso, con cerca de tres mil habitantes en su mayoría campesinos, está levantado sobre la sangre de los guerreros, sobre la lucha por el oro, que fue a fin de cuentas la razón por la cual los ibéricos se asentaron en esta tierra y decidieron fundar una villa.

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Esa sed color dorado

Dice la historia que el primer encuentro entre Robledo y los indígenas estuvo mediado, de alguna forma, por el oro, pues era oro lo que lucían los aborígenes, oro en sus pulseras, en sus escudos, en sus collares, en sus pectorales, en sus brazaletes… Vestidos de oro como un tesoro humano, los indígenas. Y empezó la persecución, la guerra, como niños que se corretean unos a otros para arrancarse un bombón. Pero, según parece, fue bastante infructuosa la cacería, ya que los indígenas, conocedores de esta tierra, corrieron a esconder su tesoro, y tan bien escondido quedó que ni Robledo ni Belalcázar ni los varios españoles que llegarían después a Arma, pudieron encontrarlo. Aún hoy hay aventureros que buscan el tesoro del cacique Pipintá, como terminó llamándosele, y con mapa en mano van y vienen por esta tierra, hasta que llegan a la famosa piedra de El Dorado, una piedra con unos pictogramas que“nadie ha podido descifrar”, dice la gente del pueblo, y que “debajo de ella hay una cueva –cuenta la maestra Teresa Cortés, que harto sabe de mitos-, una cueva a la que si usted entra a los poquitos pasos cualquier tipo de luz se le apaga, sea de tea, de cera o de linterna. Y dicen que en Pácora hay una piedra igualitica, con una cueva también, que forma un túnel hasta Arma, pero que pasa lo mismo: si uno entra la luz se apaga. Aunque si existiese el atrevido que aún así lograra llegar a la mitad de la cueva, entonces encontraría el tesoro del


cacique Pipintá”, un tesoro al que no le faltan hipérboles, pues dicen “que llevando cincuenta mulas para traerlo, es como si no hubieran llevado nada”. Un tesoro que aún hoy es leyenda, una leyenda viva que los niños de Arma aprenden y creen, como deben aprenderse y creerse este tipo de historias maravillosas.

Más allá de donde alcanzan a ver mis ojos

A Arma no le faltan nostalgias. Se nota en la gente del pueblo cuando habla de su tierra. Dicen cosas como “este era un pueblo grande, en extensión y en importancia”, o como cuando recuerdan que este corregimiento, para muchos olvidado, fue la primera población de Caldas, muchísimo antes de que Caldas fuera Caldas o de que Aguadas naciera. Quizás por ello no se equivoca el himno de este pueblo cuando canta: “Vuelve patria a tu estado primero, vuelve bella y feliz bajo el sol”. Y tienen razón: Arma fue grande. Tan grande en extensión que la provincia comprendía todas las tierras del actual departamento de Caldas, hasta el río Chinchiná y gran parte del sur de Antioquia. Tan grande en importancia que esta villa, fundada oficialmente el 25 de julio de 1542 por el capitán Miguel Muñoz, se convirtió, de acuerdo con el historiador Javier Ocampo López, en un “verdadero ´Dorado´ o ´vellocino de oro´ en el Occidente neogranadino”. Y es que a pesar del legendario fracaso de los españoles por encontrar el tesoro del mencionado cacique, esta tierra, poblada inicialmente cerca al río Cauca y a orillas del río Arma, fue abundante en oro, extraído del Arma; tan abundante que estaba entre las seis ciudades auríferas más destacadas de Antioquia. Tan importante que en su Cédula Real, de 1584, fue calificada por la Corona como la “Muy Noble y Muy Leal Villa Serrana de Santiago de Arma”. La población, que había terminado por trasladarse hacia las montañas en busca de un clima más soportable, contó con notables españoles, y a pesar de que nunca pasó de ser un pequeño rancherío sin edificios de piedra o de ladrillo, fue el centro de operaciones de Robledo, el lugar donde Cieza de León escribió la mayor parte de sus Crónicas del Perú, cuna del primer cura antioqueño, el sitio de encomienda para varios soldados notables, y llegó a contar con Parroquia, Regimiento y Cabildo integrado por 12 caballeros de espada y golilla, que procedentes de España y con sus familias vinieron a asentarse a esta naciente ciudad. Así, la población se llenó de apellidos como Álvarez y Castrillón; Torres y Oldilla; Bermúdez y Becerra; Blandones de Heredia; Ruiz de la Parra; Ponce de León, y todo daba para pensar que el futuro que vendría sería limpio y abundante como un manantial. Pero quien lanza puñales recibe sus puñaladas, y no fueron pocos los ataques de los indígenas resistentes: quemando chozas y hasta el lugar donde reposaban los primeros archivos eclesiásticos.

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Y no fue ésta la única de las puñaladas que recibió la población de entonces –finales del siglo XVI y principios del XVII-. Lo fue el agotamiento de las minas de aluvión y las difíciles vías de comunicación; lo fue la enfermedad del carate y los constantes derrumbes que hicieron pensar a la gente que Arma se estaba hundiendo. Y aunque es más metáfora que realidad, lo cierto es que cuando las personas hablan del hundimiento de Arma mucho de lo que dicen es verdad.

“arruinada, malsana y escasa de aguas”

Así vivía Arma su entrada al siglo XVIII, tan arruinada y malsana que muchos habitantes emigraron, buscaron tierras más fértiles y prometedoras como el valle de San Nicolás de Rionegro, a decenas de kilómetros de allí. Hasta que en 1786 el gobernador de Antioquia, Francisco Silvestre Sánchez, decidió trasladar la villa de Arma a Rionegro. Y zas, otra puñalada, quizás la más profunda, se enterró en el costado de la que fuera muy noble y leal, de la otrora fulgurante villa de Santiago de Arma. Porque no sólo mucha gente se fue, sino que con la traslación de Arma a Rionegro -que cambió su nombre a Ciudad de Santiago de Arma de Rionegro- se llevaron todos los privilegios y prerrogativas. Se llevaron el nombre, se llevaron su historia. Hasta los símbolos se llevaron: el escudo nobiliario de la villa, la Virgen de la Concepción de Rosario de Arma –famosa por sus milagros-, el retablo del Apóstol Santiago y el archivo histórico con los documentos antiguos. No se pudieron llevar, eso sí, la estatua de San Antonio de Arma, una pequeña joya que Robledo había traído desde el Ecuador un par de siglos atrás. Y no se la llevaron porque los que se quedaron en Arma a pesar de todo –sí, de lo arruinada, malsana y escasa de aguas- no la dejaron llevar. La escondieron de choza en choza, por años, hasta que los rionegreros se olvidaron de ella, y en Arma, ahora huérfana, se quedó. Y ya ven, a esta villa no le han faltado puñales. Cuando siente que descansa, otro golpe la sacude. Como en 1832, cuando la mayor parte de la población se trasladó al norte, a la hoy Pácora. Quedaron en Arma 584 personas, sin alcalde, sin párroco, sin escuela, sin nada, tan abandonadas de todo que tuvo que ser

Aguadas quien se fijara en ellas, quien asumiera su asistencia espiritual, quien terminara anexando Arma a su territorio. Y así fue como este poblado terminó siendo, años después, un corregimiento de Aguadas, como una hija menor a pesar de ser más vieja. Arma, la grande, es sólo nostalgia del tiempo feliz que pasó.

En pie

Pero si algo tenían los armados era resistencia. Y al parecer, Arma aprendió mucho de ello. Ni el abandono, ni los temblores que en 1938 y 1979 la sacudieron tirando al piso una iglesia y varias casas, ni la mala carretera que la distancia más del mundo, han logrado que este poblado desaparezca. Al contrario, luego de cada puñalada Arma se ha vuelto a levantar. Herida, sí, pero constante. “Es que lo que se hace con sufrimiento, dura” dice el arquitecto Rafael Estrada, como si en esta frase resumiera la historia de este lugar. Una historia en la que puñales y puñaladas ha habido de sobra: la economía cafetera de la que subsistía Arma hace décadas se fue al piso con la plaga de la broca; los trapiches paneleros desaparecieron por culpa de decisiones erróneas del Incora; el comercio, dicen, ya no es lo de antes. Pero ahí está: un pueblecillo apacible, cálido, enmarcado por montañas multiverdes entre el olor a plátano y a café. Ahí está: calles desordenadas y casas bajas, una iglesia estilo mexicano y un parquecito para tomar tinto y ver morir el tiempo. Ahí está, silenciosa, calmada, de poco más de tres mil habitantes regados en varias veredas, con buenos servicios públicos, con ese aire campesino que ya no muchos pueblos tienen. Arma sabe de resistencia. Y eso ha hecho que siga en pie, que subsista, algo rezagada como las manecillas del reloj de su iglesia, un poco desordenada como sus calles, pero viva. Tan viva como la esperanza de su gente por un futuro venturoso. Porque ellos saben, como Neruda, que la luz viene a pesar de los puñales.

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ARRIERÍA

JUAN CAMILO CARDONA OSORIO


YA LOS CAMINOS

NO SON LOS MISMOS…

La ruta del tiempo ve cómo la arriería avanza por senderos que llevan al ayer en busca de un pasado que la hizo protagonista de la historia.

E

sta es una de esas historias que se narran con hijueputazos y no con fechas exactas. Es una de esas historias que deben escudriñarse a pie y no sentado leyendo en jornadas interminables en archivos y hemerotecas. De esas que se cuentan con zurriago en las manos y no con el martillo implacable que sellan los decretos y las sentencias de un juez. Con el olor del sudor de las mulas y sus arrieros y no con el de las rosas que se avientan sobre los nombres de próceres, libertadores y fundadores. Ya quedan muy pocos herederos del oficio de los cientos de arrieros que después de 1790 abrieron el colonizador camino que desde la Villa de la Candelaria (hoy Medellín) comunicaba con Honda y Mariquita en busca del río Magdalena para establecer comercio con el mundo. De la “Posada La Aguada”, propiedad de Manuela Ocampo y donde se ofrecía pasto para los animales y dormida para los trashumantes arrieros, no se conocen ni las ruinas, sólo se sabe que desde 1808 inspiró la fundación de la Ciudad de las Brumas. Aguadas fue, otrora, punto común y paso obligado de dos de los principales caminos de arriería en la colonización hacia el sur del país, la industrialización y el comercio: el ya mencionado hacia el Magdalena y el que comunicaría al río Cauca con éste, el cual, partiendo de Cáceres, en Antioquia, ascendía hasta el Valle de los Osos (hoy Santa Rosa de Osos), luego descendía hacia Santa Fe de Antioquia pasando por Arma para llegar a este estratégico punto y unirse al camino que conducía hacia el río Magdalena.

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Hacia 1880 otro importante camino comprendía unos 230 kilómetros entre las ciudades de Sonsón y Manizales, que eran recorridos con bueyes o mulas para transportar todo tipo de mercancías de exportación, destacándose el café, el tabaco y otros productos agrícolas. También se realizaban importaciones para las nacientes y cada vez más necesitadas ciudades del interior. Maquinaria, artículos de lujo, campanas, santos y órganos para las iglesias de los nuevos pueblos también llegaron a lomo de mula y guiados por los gritos de los arrieros y sus sangreros, quienes abrían los portones y ayudaban en todo al arriero. De la importancia de los arrieros y de Aguadas como centro de partida y llegada de varias de las más extenuantes travesías por lodosos caminos sólo quedan historias en la memoria, como la del buey que “se estalló” cuando cargaba la flauta de “Do” del órgano para la iglesia de La Inmaculada, o la que en 1936 narra la llegada del primer vehículo a Aguadas cargado en turega (una camilla hecha con guaduas soportada entre dos mulas). Sólo eso, sólo historias, pues de la arriería verdadera queda muy poco, aunque enamorados como Hernando Montes rescaten sus valores y fomenten el respeto por estos héroes fundadores de pueblos.

El caporal de los recuerdos

Llegó a tener once mulas, pero vendió ocho para hacer un viaje a pie desde Manizales a Medellín, recorriendo el camino


que sus ancestros trazaron hace siglos, y ahora sólo conserva tres y un caballo. Las dieciséis patas empantanadas hasta media anca, en iguales condiciones los pies de quien las guía del cabezal, levantan un sonido de cascos y pisadas sobre la Calle Real un viernes en la tarde, mientras se escucha el eco casi olvidado del trasegar de la recua. Todos reflejan en sus rostros y espaldas el agotamiento de una dura semana de arriería. “Ya no se consigue mucho trabajo, por eso uno se le apunta a lo que sea… esto se puso muy malo cuando rompieron la carretera entre El Oro y Arma. Ahí se putió esto. Ya la gente entró carretera hasta las fincas pa’ sacar el café -cuando había- o pa’ entrar los abonos, trasteos y otras cositas que eran las que cargaba uno para darles de comer a los hijos y a la señora”. La voz cansada recuerda un pasado promisorio mientras desenjalma a sus mulas, que cumplen cinco largas jornadas de cargar rastras de madera desde zonas vírgenes en la

vereda El Edén, por el camino del Alto de Osos, hasta la carretera donde llega el camión a continuar retiñendo su posible olvido. Las enjalmas en el piso, las mulas revolcándose en el potrero, quizás tratando de masajearse los atollados músculos, entretienen a José Luis Martínez Galvis, el caporal de los recuerdos… Un silencio para respirar y traer hasta acá su historia. “Yo cumplí 76 años y estoy en esto desde los catorce. Empecé en la finca La Pola, por allá junto al río Arma, como encerrador, después como cargador de leche y vaquero. Cualquier día se fue un arriero y como yo había salido algunas veces de sangrero me preguntaron si me le medía y yo: ´claro, pa’ lo que no hay miedo ni demora´”. Desde ese día se encargó de una recua de treinta mulas, con las cuales subía y bajaba mercancías, abonos y otros elementos desde Arma y Aguadas. Los recorridos que más recuerda y añora son los realizados entre Pácora y la estación La María del ferrocarril, en los que debía andar listo para amanecer en medio del camino, ya fuera en fincas de amigos o toldando en pequeñas carpas improvisadas. “Cuando uno arranca con una recua no sabe qué puede pasar. Los caminos pueden estar bien lodosos o se larga un aguacero duro que haga imposible seguir. Por eso uno tiene que estar muy pendiente de todas las cosas. Buena alimentación pa’ las mulas, buen amarrado de las cargas pa’ que no se caigan o se ladeen, porque eso lastima el animal y le merma el paso, estirando el tiempo y alargando el camino”.

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“Imagínese que hace unos días a un macho muy bueno que tenía lo traía cargado con una madera, el pobre animalito dio un paso en falso y se rodó, pero de terco que era y de echa’o pa’lante se paró a las malas. Al otro día amaneció muerto. Se estalló en ese esfuerzo”, cuenta ondeando su zurriago, señalando a las mulas sobrevivientes que siguen esperando la merecida melaza. José Luis recuerda que en sus primeros años de andanzas no era extraño encontrar a muchos otros arrieros. Arrieros somos y en el caminos nos encontramos recuerda el dicho, mientras con tristeza reconoce que este oficio que lo acompañará hasta que la salud se lo permita, no será heredado por ninguno de sus predecesores ni de los de Asdrúbal Salazar y Miguel Ángel Ramírez, los dos únicos arrieros de los que tiene memoria y que aún viven exclusivamente de este oficio en Aguadas.

“Acá desde que se abrió tanta carretera se fueron borrando los caminos. De los únicos que conozco por los que todavía se arrea son el del Alto de Osos, el de La María –el que bajaba a la estación-, el de Barro Blanco, Bareño y el del río Buey, que es el camino hacia un sector que se llama Brujas; allá toldaban muchos arrieros hace muchos años y fue donde amanecí con los de la arriería que organizaron pa’ llevar comida a los desplazados. Pa’ ese viaje fue que vendí las mulas… ¿y sabe? no me arrepiento”. “A mí me duele mucho que se vaya acabando la arriería, pero eso sí, las mulas no se acaban porque siempre tienen que sacar cargas de cualquier cosa de lados sin carreteras. Por ejemplo necesitan sacar cargas de café por esos lodazales, madera desde la selva adentro y entrar cositas pa’ poder trabajar en el monte… Las mulas no se acaban”. De eso está seguro y lo dice antes de traer otro recuerdo que ojalá no sea un presagio: “Arriar bueyes era muy duro, pero eso se acabó. La cosa se putió cuando se puso cara la carne, todos vendieron los animalitos pa’ poder comer”. Al cerrar el potrero donde descansarán sus mulas hasta el próximo lunes cuando se volverán a adentrar en el monte, se comienzan a perfilar las sombras y la noche saluda, mientras este hombre reacomoda su mulera en el hombro, estira la mano y aprieta con fuerza, haciendo sentir los callos de más de medio siglo de halar cordeles y riendas, amarrar cargas y amasar recuerdos, de los cuales seguirá siendo, orgullosamente, el caporal.

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LA TIERRA

JUAN DAVID MURILLO HOYOS


¿Qué se esconde bajo LA PIEL

de Aguadas?

A la bruma le choca caminar por las calurosas y abrasadoras riberas del río Arma, pero en cambio le gusta pasearse por lo alto de la cordillera, donde hace falta la ruana, el tinto o el aguardiente que espanten ese frío montañero que penetra hasta los huesos. Por esa variedad de climas y de pisos térmicos, la de Aguadas es una geografía multicolor, fiel copia de este país tropical.

U

na cobija, que más se parece a un algodón de azúcar, cubre a los aguadeños. “¡Pero qué cobija tan fría!”, exclaman algunos habitantes, mientras pequeñísimas gotas les mojan el rostro. Sus ojos intentan ver lo que hay detrás de la gran mancha blanca que, a cualquier hora del día, se instala entre el cielo y el suelo. La humedad del aire, en este municipio del extremo norte del departamento de Caldas, comienza a condensarse para iniciar el espectáculo. “Aquí hay bruma desde que me conozco”, dice un campesino, sentado en una de las esquinas del parque.

Es mediodía y las calles de Aguadas están llenas de chicharras. Muchas de ellas bailan inútilmente sobre sus propias espaldas con la esperanza de recuperar el vuelo, otras más, víctimas del paso de los peatones, los carros y las motos, muestran las entrañas blanquecinas y pegajosas. En mayo, las noches son una sinfonía por cuenta de estos insectos, que bailan y zumban frenéticamente alrededor de los faroles del parque principal. Saltan incesantemente hasta que los derrota el calor de las bombillas o se convierten en kamikazes al chocar contra las paredes de acrílico de las lámparas; seguramente, unos más se golpean, enceguecidos por la bruma. Algunos dicen que este fenómeno meteorológico ha disminuido porque antes era difícil distinguir una persona a dos metros de distancia. Quizá en el asunto tenga que ver mucho el cambio climático que vive todo el planeta, aunque lo cierto es que acá, en la Ciudad de las Brumas, todavía la palabra “calentamiento” como que no cuaja y más cuando antes de salir a la calle hay que echar mano de la chaqueta o el saco lanudito. ¡Ah, y que quede claro!: es bruma y no neblina. Bruma como la del mar que ha servido de inspiración a pintores y poetas. Los más románticos la llaman “la cobija aguadeña”, y claro, lo dicen con un tono cargado de orgullo, pues cuando hablan

Algunos días, incluso finalizando la mañana, se pueden ver estas panorámicas de Aguadas y su bruma desde el Cerro Monserrate.

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de ella, los ojos les brillan con emoción infantil porque les parece un regalo celestial, propio de ciudades europeas como Londres y París, donde el fenómeno de la bruma o la neblina es un atractivo turístico que ha sido reflejado en la literatura y la pintura desde épocas pretéritas. Según el sacristán Hernán Ramírez, “cada que hay neblina se cubre el noventa por ciento del templo hasta el altar, y en este lugar cabemos entre dos mil y dos mil quinientas personas. Se podrá imaginar usted cómo quedan las bancas… ¡todas emparamaditas!”. Y mientras el hombre habla de fe y humedad, en las afueras del templo los nubarrones anuncian la lluvia propia de mayo. El invierno rinde tributo al nombre de la localidad, especialmente en abril, mayo, parte de junio, y de septiembre a diciembre. Sin embargo, si algunos se quejan del frío en Aguadas no son precisamente los agricultores, quienes aseguran que este clima es benéfico para el cultivo de papa y para evitar la pérdida de los pastos.

Armonía natural

Los siete días de la semana, y en especial los sábados y los domingos, los rostros del Sagrado Corazón de Jesús y su madre María, pintados en la parte trasera de las coloridas chivas que recorren algunas de las veredas, saludan, sin hablar, a los cientos de parroquianos que van y vienen por calles y trochas. Ahí están pintados, hablando de la idiosincrasia de un pueblo que espera los campanazos de la misa de doce del día para recogerse en oración.

Y hay más: una caravana de campesinos baja los fines de semana a mercar en el casco urbano, en el pueblo, como todos lo llaman. Llenan sus costales de de maíz, frijol, plátano, yuca... el revuelto que tanto abunda por estos lares. Se cosechan tanto como el trigo, las hortalizas, la arracacha, el fique, el azafrán y la caña de azúcar. Y es obvio que haya costumbres como estas en un municipio tan caldense y tan paisa, algo que se nota en su estilo de vida y en su forma de vestir, y de ahí la ruana y el infaltable sombrero que la mayoría de pobladores llevan para todo lugar, en especial quienes trabajan en el campo. Y una vez más que no falte la bruma, fenómeno natural que hace que buena parte de la zona rural sea conocida como “bosque de niebla”, lugar donde todavía es posible encontrar algunas especies de roble, cedro y comino. Sin embargo, la mayoría de estos árboles cedió el lugar a los cafetales y a los pastos en los que se alimenta el ganado. Por allí, en las tierras que dan sobre el río Arma, en límites con Antioquia, se ven echados ejemplares de holstein, hersey, blanco orejinegro y cebú. Una importancia similar tienen en el municipio los equinos, los criaderos de ovejas, cerdos y aves de distintas especies. En el aire flota el eco de la mirla de tierra, los colibríes, afrecheros, alcaravanes, los sinsontes, toches y hasta cardenales que unen sus cantos en un concierto que seduce a propios y visitantes. Están en la copa del nogal, el guamo y el arboloco. En otras áreas de la localidad se ven algunos árboles de nacedero, yarumo, chaquiro, arrayán, cerezo o aliso, sietecueros, sauce, chachafruto, drago, cedro rosado, cedro negro y carbonero. Por allí también deambula una amplia variedad de mamíferos, entre los que se cuentan las dantas, los armadillos, los conejos, los osos de anteojos y las guaguas, animales estos últimos que han desaparecido con el tiempo por ser su carne tan apetecida.

ea a aparec . La brum rosos. ío fr o d ien calu está hac ive, en los días s rea que c lu e c s in o , n ía el d Que r hora d cualquie

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Hay, además, unas 44 especies de ocho familias de reptiles que cumplen un papel controlador como cazadores de ratas, ratones e insectos; así mismo, se tienen datos de la existencia de siete familias de anfibios y 40 especies que habitan los sitios de espesa vegetación. En las veredas La Picarra y Santa Inés era muy común encontrarse con venados hasta mediados de siglo pasado, y si de animales silvestres se trata, aún se logra ver a la danta de páramo y a los tapires que aparecen en las noches en cercanías de la quebrada Cajones de la vereda La Lorena.

Bosque adentro

Por los lados de las veredas Llanogrande y Santa Inés se siente con más intensidad el frío, contrario a lo que ocurre en las riberas de los ríos Cauca y Arma, donde el sol parece calcinar la piel; todo esto por lo montañoso que es el municipio, con poco más de 482.7 kilómetros cuadrados de superficie y situado sobre uno de los ramales de la Cordillera Central colombiana, en el punto conocido como Santa Rita. Es en ese ramal donde se encuentra el cerro San Ignacio, considerada la altura más elevada del municipio. También están los altos de Alegrías, Oso, El Volcán, Malabrigo, La Virgen, La Montaña, Buenos Aires, Tumbabarreto, El Espinal y Monserrate, cuya cima estuvo coronada por la estatua del histórico Cacique Pipintá. “A mí me gusta mucho el clima de acá. Ya me acostumbré al frío. De hecho cuando viajo a cualquier lugar ya me quiero regresar”, dice una mujer parada en la puerta de su casa y quien tiene las mejillas del tamaño de manzanas y tan brillantes que parecen acarameladas, algo característico en los rostros de los nacidos en tierras frías. Y si escucha algo, agudice el oído en cualquier montaña: en ellas sólo se oye un rumor… es el de las cascadas Pore y La Chorrera , cuyas aguas corren en busca del río y avanzan presurosas hasta chocar con las piedras… y hoy, a esta misma hora, en este mismo momento, siguen corriendo…

Algunas pla ntas y anim ales se ben aguadeño efician del y desde lue clima go de la co nstante bru ma.

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EL PUTAS DE AGUADAS

JUAN MIGUEL VILLEGAS JIMÉNEZ


LA VIGOROSA LEGIÓN

DELPUTAS DEAGUADAS

¿Quién era el diablo Pateta? ¿Qué hay del Patas al Putas? ¿Por qué demonios cayó en Aguadas? Y ¿sí es verdad que lo conocieron? Escritores, pintores, teatreros y cantores, todos le han metido mano al Putas, mientras otros pierden el tiempo buscándolo en los cajones. ¡Que viva el mito!

D

espués de largas horas de pavimento, carreteras destapadas y caminos empinados, un inocente se baja del bus en todo el parque de Aguadas-Caldas, con la firme intención de dar con el paradero del Putas. Tan inocente es, que supone que en caso de no dar con él –pues si aún vive tendrá los años de Matusalén y no recordará ya ni su nombre- al menos podrá conversar con sus nietos o biznietos, o en último caso con un puñado de gente que haya escuchado de primera

Plumilla del Putas de Aguadas. Autor Aníbal Valencia. 1989.

o hasta de segunda mano las aventuras que convirtieron a un campesino de esta parte del mundo en uno de los hombres más famosos de Colombia: el Putas de Aguadas. El calvario del inocente comienza cuando pregunta si le pueden indicar dónde vive algún familiar o cualquier otra persona que le dé razón del Putas... Porque lo que recibe por respuesta es una mirada de susto, como si hubiera preguntado por la abuela de la Llorona o por los herederos de la Madremonte; o una carcajada, como la que emitiría un padre al que su hijo le pidiera el teléfono del Niño Dios; o en el mejor de los casos, una cortés invitación a pasarse por las bibliotecas o por la casa familiar de alguno de los escritores que en Aguadas se han arriesgado a darle cacería al Putas a punta de palabras. No es más. Olvídese de que la casa en la que el personaje debió pasar su infancia esté convertida hoy en un “Museo Nacional del Putas”, pues por mucho que pregunte nadie le va a mostrar siquiera la sombra de un rancho marcado con un letrero que diga “Casa del Putas de Aguadas”; olvídese de que en el cementerio haya una lápida en la que se pueda leer “Aquí yace el Gran Putas de Aguadas, el que por todo el orbe le dio fama a su tierra...”; y sobre todo olvídese de encontrar amables y memoriosos veteranos que narren con precisión, y de cabo a rabo, la historia del tal Putas como si fuera una verdad de a puño escrita en tablas de piedra. Nada de eso.

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No importa cuánto tiempo se pase el inocente detrás de su historia, esto es lo cierto del caso: que del Putas de Aguadas en Aguadas lo que hay es un rompecabezas de teorías, versiones, debates, discusiones e hipótesis, que aunque logren dar una idea general de quién pudo haber sido y en qué puede andar a estas alturas, no alcanza para entender por qué la mayor certeza que hay en el pueblo es que, sin lugar a dudas, de manera irrebatible y sin derecho a discusión, en Aguadas hubo un hombre alguna vez, de tan honda valentía y fortaleza, y que hizo quién sabe qué cosas durante quién sabe cuánto tiempo, pero al fin y al cabo suficientes para que, por toda la eternidad, se le conozca como lo que es y seguirá siendo por los siglos de los siglos amén: el único, el inconfundible... el Putas de Aguadas.

personaje que circulaba por montañas, caminos y calles desde que Aguadas es tal, también le sobran refutadores y críticos que acusan al cuento de inventado, de amañado y de no hacerle honor al “verdadero” Putas de Aguadas, como si ellos en realidad supieran de quién se trata y qué fue de él. Dicen estos críticos que Quico Quintana, como lo llamó el autor en su intento –en el que lo describió como un muchacho criado en el pueblo, huérfano de padre y que abandonó el quinto de primaria para ayudar a mantener su casa, y cuyos máximos méritos fueron ganar una carrera de caballos, arriar un par de bueyes bravos, doblegar un toro por los cuernos, ponerle un cascabel a un león, coronar una reina, rescatar una niña

Agoten ustedes los registros notariales, cansen ancianos en la Plaza o en los dos asilos, recorran veredas hacia Pácora, Sonsón, Pensilvania o Caramanta, y las únicas respuestas que hallarán sobre el origen del Putas de Aguadas, si es que las consiguen, provendrán casi todas del mundo de la imaginación y las suposiciones. Por supuesto que hay un libro que lleva su nombre, y dentro de ese libro un cuento que cuenta su historia. Su autor es el finado Juan Ramón Grisales, un abogado y escritor aguadeño, que publicó la primera edición en 1979. Y aunque le sobran halagos y honores por haber puesto en papel su propia versión de un “¡Yo soy EL PUTAS DE AGUADAS leyenda de mi ciudad! Verraco, echao pa´lante y paisa duro y mucho más”. Dice al pie de este cuadro de Aníbal Valencia que se puede ver en el café de ‘Rosco’ en la carrera cuarta.

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del agua y arrancarle los cachos a una vaca-... por fuerte, arriesgado y vivo que haya sido, no es más que un “Puticas”, con todo respeto por la memoria de Juan Ramón, y con toda la gratitud que siempre se le tendrá por ayudar a expandir el nombre del Putas por otras tantas leguas. La cosa es que si se compara al Quico del cuento y de las primeras portadas del libro, con la imagen del Putas campesino que han recreado los pintores, pues es más que evidente que no son la misma cosa. Porque por supuesto el Putas también ha sido pintado muchas veces: con camisa y sin camisa, de bigote y musculatura templada, empuñando machete pero también antorcha, botella de aguardiente y hasta requinto, casi siempre cubierto con sombrero de iraca aguadeño, y de pantalón remangado y alpargatas o cotizas. Ahí está para comprobarlo la obra de Carlos Osorio y el recordado Aníbal Valencia Ospina, ambos aguadeños. Pero no sólo es que Quico Quintana no se parezca al Putas que ellos imaginan -pues en el cuento Quico no usa machete, ni arrea bestias más de un par de veces, ni demuestra la honda sabiduría natural del campesino de montaña- sino que además el que han pintado se parece tanto tanto al clásico arriero antioqueño, y coincide tanto tanto con la imagen de un arquetípico “paisa verraco”, que hay quienes se niegan a que la historia del Putas se resuma en que no se trata más que de una idealización sentimental de la supuesta raza antioqueña, una forma de exaltar esa tropa de arrieros y colonizadores que se desprendió de Sonsón, Abejorral y Rionegro, que fundó Aguadas, y que luego se expandió a fuerza de mulas, bueyes y empuje por lo que ahora son Caldas, Quindío, Risaralda, el norte del Tolima y del Valle del Cauca. No. El “verdadero” Putas de Aguadas puede tener mucho de eso. Por supuesto que sí. Pero le quedan faltando muchos ingredientes, dicen algunos. Y tal vez tengan razón, y las historias que cuentan quizá puedan demostrarlo a tiempo.

“Vos sos el Putas de Aguadas”

Pero primero acordemos una cosa: que nadie puede negar que en Colombia decir Aguadas es casi decir el Putas. Y si no que le pregunten a cuanto aguadeño haya por fuera de su pueblo si alguna vez no le han puesto ese remoquete, o si no le han preguntado por la existencia del susodicho. Y eso que el título no es exclusividad suya. Porque aquí se puede ser costeño, pastuso, llanero, chocoano o incluso gringo, pero si en algún momento alguien se destaca por su habilidad en un oficio o por su extraordinaria pericia en cualquier tipo de actividad, no es difícil que otro le diga “vos sí sos el Putas de Aguadas”. Además, todo el que tenga algo en exceso suele ser comparado con él: una reina puede ser más inteligente que el Putas, un político más vivo que el Putas, un futbolista

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El Putas de Ag

uadas por Anib

al Valencia 19 97

más malo que un Putas, y un hombre de a pie estar más pelado que el mismísimo Putas. Bien se ha dicho que el Putas pareciera ser la medida de todas las cosas. Por otro lado, también se escucha invocar su nombre completo en situaciones de difícil resolución, como en la de que “un carro hundido en el Cauca no lo saca ni el Putas de Aguadas”. O ante muestras de obstinación, como cuando “a esa mujer no la convence ni el Putas de Aguadas”, o cuando “usted puede ser el Putas de Aguadas, pero no lo van a contratar”. Y así, de boca en boca, aunque sin una imagen muy definida en la mente de quienes lo nombran u oyen nombrar, el Putas de Aguadas prosigue su inatajable vuelta a Colombia. Y no es que no se hagan intentos por darle forma y fondo al personaje. De hecho eso es lo que buscan el cuento de Grisales, las pinturas de Osorio y Valencia, o una obra de teatro callejero de Diego Morales “Calabazo” y el grupo de Artes Escénicas “Zanputas”, en la que un Putas de carne y hueso y un acento más paisa que un Putas pone en su sitio con amabilidad y astucia a La Llorona y la Madremonte, a las brujas y los duendes y hasta al propio diablo; y es lo mismo que busca la canción del humorista Vargas Vil, que no se quedó con las ganas de ponerle ritmo de carrilera a su propia versión del personaje, y que en sus primeros versos dice así: “Yo soy el Putas de Aguadas de sombrero y de machete; yo acabé con Sangrenegra y el famoso Matasiete”, adjudicándole como por arte de magia el final de tan famosos maleantes criollos. Y prosigue la pieza: “A mí nadie me bravea y al que se pare lo siento, y el que me llegue a ‘chistiar’ no alcanza a contar el cuento”. Y luego tiene el mismo acierto de la gente de Zanputas de distinguirlo de otro personaje con el que se le suele confundir: el diablo, también conocido como el patas, y en ciertas partes de Colombia, como el Putas. Por eso dice Vargas Vil: “Hasta el diablo me salió, en una noche muy sola, y yo le quebré los cachos voliándolo de la cola”. Pero todo esto, aunque diferencie al Putas de Aguadas del diablo e intente


representar su aspecto y acciones, parece surgir del mismo capricho imaginativo que demuestran el cuento de Grisales y las pinturas más famosas, y así la pregunta clave sigue sin recibir respuesta: ¿cuál es el origen del Putas de Aguadas?

Pateta, Patas y Putas

Lo que se puede hacer es comenzar por responder de dónde viene eso del “Putas”. ¿Y es que no es el mismo “Patas”?, exclamarán algunos. ¿Y si es “el Patas”, no estamos hablando del mismo diablo?, preguntarán otros. Y hasta algún español dirá: ¡Pero si el Patas es “Pateta”, joder!, ¡El mismísimo Patillas de mi tierra! Y entonces, ante tantos Patas, Putas y Patetas, y para intentar una posible genealogía del Putas, del Putas de Aguadas, no queda más remedio que revisar libros gordos, diccionarios afamados y manuales de “Putología”, si por casualidad también los hay. Y resulta entonces que la cosa es más o menos como sigue... Todo indica que el “tátara-tatarabuelo” del Putas es, en efecto, un diablo español. Aún le llaman Pateta, y lo apodan Patillas en confianza. Y así como aquí es común escuchar, cuando alguien está vencido o en serios apuros, que “se lo llevó el diablo” o que “está llevado del Putas”, en España se dice, en la misma situación, que a alguien “Se lo llevó el Pateta” o que “ya se lo llevó Patillas”.

¿Puede ser entonces que al cruzar el Atlántico el Pateta español se haya convertido, por contracción de la palabra, en el criollo Patas? Pues parece que no: que ya venía con ese otro nombre desde la Madre Patria. Incluso el diccionario de la RAE define “Patas” como sinónimo de Pateta y de diablo. Lo que sí parece haber ocurrido aquí fue ese curioso cambio de su primera vocal por una “u”, convirtiendo al viejo Patas español en un “Putas” del nuevo mundo. ¿Pero cómo sucedió eso? Otros con más información podrán responderlo a ciencia cierta. Pero si de algo sirve, algunos autores definen al Patas como el diablo libidinoso y alcahueta de los conventos y monasterios, y tal vez el cambio de letra haya sucedido por pura asociación y juego verbal. Para redondear la cosa, también se dice que el Patas “es grande amigo de los arrieros, a quienes ayuda a componer sus empresas amatorias en las posadas de los viajes”, con lo que, entrando al mundo de la arriería, quedamos ya a un paso de nuestro Putas: el de Aguadas. Si se busca por el lado de los diccionarios comunes, nada se dice del Putas. Bien claritas sí está la definición de “puta”. Pero lo que es al Putas se lo lleva el diablo. Por fortuna otra cosa pasa en los diccionarios y compendios folklóricos, donde se lee que en la mitología antioqueña el Putas es el nombre que le dan los campesinos al diablo, la personificación suprema del espíritu del mal, o “el señor diablo de los arrieros”. Las

Portada de un a edición del lib ro de Juan Ram Grisales Echeve ón rri. Dibujo del autor.

Detalle del mural de Carlos Osorio ubicado en el ingreso de la Alcaldía de Aguadas.

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primeras dos definiciones no se alejan mucho de las del Pateta original. Pero la del “señor diablo de los arrieros” sí nos pone en la pista para llegar al de Aguadas. Según un libro de 1956, para los arrieros paisas “lo que no haga el Putas, no lo hace nadie”, y de ahí que tengan por él “una especie de temor y de fe mezclados, por quien siendo su enemigo natural, quieren tener al mismo tiempo de su parte”. Tan cierto es eso, que aún hoy en las jornadas de arriería es común escuchar gritos como este, antes de iniciar la marcha: “¡A la mano ‘e Dios y a la pata ‘el Putas!”, versión de otro grito que dice “¡A la mano e’ Dios y a la garra ‘el diablo!”. Así que, aunque ya estamos cerca, seguimos en los dominios del diablo, el Malo, ese que por muy parrandero y mujeriego que sea por estas tierras, todavía es capaz de hacer temibles “putadas”: “jugarretas”, “faenas sucias”, “acciones malintencionadas”... y de ahí que los arrieros invoquen su clemencia.

Y el Putas se quedó en Aguadas

Pero entonces, ¿cómo, cuándo, dónde y por qué vino ese Putas diablo a convertirse en un Putas de alpargatas, machete y sombrero? Pues el “dónde” no hay que buscarlo mucho: ya sabemos que fue en Aguadas. El problema son las demás preguntas. Empezando porque para responder el “cuándo” tenemos siglo y medio para escoger, pues Aguadas ya tiene doscientos años, y, hasta donde sabemos, en los libros ya había referencias del Putas de Aguadas en 1956, veintidós años antes de que Juan Ramón Grisales publicara su versión del Putas. Dice Arturo Escobar en sus “Mitos de Antioquia”, editado ese año, que “Los antioqueños sabemos de la existencia del Putas Plumilla de Anibal Valencia, para el Festival del Pasillo. 1993.

de Aguadas, como saber de la de ‘El Verraco de Guaca’”, ese otro mito famoso, es decir, por pura tradición y a punta de verbo. Así que, en suma, lo que tenemos es un personaje, un lugar de origen, y más de un siglo de espacio para escoger su aparición, pero ni rastros del “cómo” ni del “por qué” fue que sucedió tal cosa. Sólo teorías, versiones, hipótesis... Algunas de ellas bien interesantes. En 1939, el filósofo de Envigado Fernando González, escribía lo siguiente: “¡Antioquia! ¡Pueblo sorprendente que vende acciones, vacas adelantadas, atados, marranos en pie, minas y coños! Aquí va a nacer algo raro, aquí es indudable que va a nacer El Putas, redentor de Suramérica.” Y aunque el llamado “Brujo de Otraparte”arriesgaba pronósticos sobre el aspecto de ese Putas describiéndolo como alguien “culibajito, patitorcido y nuquigrueso”, y vaticinaba que gracias a su talento financiero caería “parado en el Parque de Berrío”, parece que la historia prefirió otro lugar, otro cuerpo y otras habilidades para hacer del Putas un hombre de carne y hueso. ¿Pero por qué en Aguadas? ¿Y por qué ahora resulta que lo pintan igualitico al más paisa de los “paisas verracos” y “de pura cepa”? Pues he ahí el eslabón perdido en la genealogía del Putas de Aguadas. Por supuesto que uno quisiera leer en los libros de historia cosas como éstas: “En 1898 nació en Aguadas, en la vereda tal, un hombre de nombre tal y apellido tal que se hizo célebre entre sus paisanos. Era tal su fuerza física, y tales su valentía y astucia, que algunos le apodaban el Diablo, otros el Patas, y finalmente lo llamaron el Putas. Al difundirse sus gestas, se comenzó a hablar de él por toda Antioquia y el Viejo Caldas. Y así es como el Putas de Aguadas se fue haciendo famoso en toda Colombia.” Pero no. No hay dónde leer tal cosa. O al menos no la hemos encontrado. Y si alguien tiene noticias, que las haga llegar a Aguadas cuanto antes. Porque mientras tanto seguiremos en el reino de las hipótesis y las teorías, de las cuales, como decíamos, hay unas bastante dignas de interés. Hay que partir en todo caso por tener en cuenta que el origen de Aguadas está ligado a las proezas de los arrieros y colonos que salieron de Antioquia a abrirse mundo. Y que para haber domado las tantas cuestas, riscos y peñascos que se encontraron en lo que ahora es Caldas, debieron haber sido hombres recios. ¿Cuántos de ellos, sedientos de tierras nuevas, no pasaron por el ahora Aguadas con dirección al sur? ¿Cuántas noches no se reunieron en torno al fuego, las historias, los cuentos y las juergas? Sin duda alguna, Aguadas era un sitio de renombre, una especie de última puerta a cruzar antes de saltar al resto del mundo. Y un lugar así lo tenía todo para haber hecho brotar leyendas, mitos, sagas... La presencia del Putas-diablo sin duda llegó enredada entre los cascos de sus bestias o acomodada entre sus cargas. Y entonces bien pudo haberse ido cociendo a fuego lento lo que vendría después. Que de

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cuento en cuento y al cabo de quién sabe cuánto, resultó que el personaje se materializó en un hombre, y como escribió el aguadeño Gustavo Jaramillo, fue“Aguadas, esa frontera agreste de cielos y tierras húmedas, el confín donde El Putas estableció su domicilio, haciendo “esquina” con la estirpe montañera”. Lo que da “putería” es no saber los detalles del hecho. Y aunque un bonito reto para historiadores, investigadores y mitólogos sí es, tampoco sería ninguna derrota aceptar de una vez por todas que los rastros del verdadero nacimiento, desarrollo y muerte del Putas de Aguadas estén borrados para siempre.

Hernando Franco, un hijo de Pachofra, asegura que esa es más o menos la historia que su papá ha contado siempre. Y si uno habla con la gente de Mermita -porque de Perbita parece que lo único que hay por allá ahora es una finca llamada asíle confirmarán eso de la esgrima. Que sí ha habido una larga tradición de maestros en el arte del “grima”, como llaman ellos al combate deportivo entre dos hombres armados con peinilla o machete. Y que los maestros, que ya murieron, conocían 33 paradas o posiciones, de las cuales revelaban muy pocas a sus discípulos. Y que aunque la idea era combatir sin herirse, a manera de deporte –tal y como asegura Pachofra que lo

Otra pata que le nace al Putas

Pero como en toda historia, si es buena, no faltan los imprevistos, resulta que a ese gato rebelde que es la verdadera identidad de tan esquivo personaje le nació una quinta pata. Y es nada más y nada menos que después de haberse dado casi por vencido, el inocente que hace rato se bajó del bus en el parque de Aguadas, se encontró sin querer queriendo con que en el pueblo sí existe un hombre, un único hombre, que asegura haber conocido personalmente al Putas. Así como lo oyen. Quien eso dice se llama Francisco Franco, lo apodan “Pachofra”, y está a punto de cumplir cien años. Y aunque él mismo reconoce que de su antes prodigiosa memoria ya no queda mucho, por momentos es capaz de relatar largas anécdotas con fecha, hora y nombres propios hasta que la fatiga lo doblega. Aparte de ser una de las personas más longevas de su terruño, Pachofra ostenta la marca de ser quien más veces ha ejercido el cargo de alcalde, además de haber cumplido variedad de funciones, como secretario de juzgado y juez municipal.

El Putas de Aguadas, según el escultor José Solarte. 1999.

Dice Pachofra -y se le puede escuchar repetir casi lo mismo un mes después- que siendo muy joven conoció a un hombre que tenía una finca en la zona de Perbita, no muy lejos de la vereda Mermita a unos 20 kilómetros de la cabecera municipal, al que llamaban “el Putas de Aguadas”. Cada ocho o quince días tomaba tinto en un café cerca del parque, y “era un tipo muy simpático, muy buen conversador” y “festivo”. Era “de buena figura”, “se mantenía bien lucido cuando salía al pueblo”, y vestía “pantalón, camisa, carriel, sombrero aguadeño”, y a veces “camisa, saco y carriel”. Era “amable”, “un campesino muy culto en sus modales personales...”. Y además “blandía la peinilla y el machete” con mucha habilidad, aunque “no pa’ ‘peliar’, sino como esgrima”. Esa es la versión de Pachofra. Él mismo cuenta que una vez le dijo a Juan Ramón Grisales:“oiga, el Putas de Aguadas no es el personaje que usted inventó...”, y que al escuchar eso, Juan Ramón “voltió la espalda y se fue”. “Él no sabía del que yo había conocido, que era el que llevaba ese nombre... y escribió una obra pero con otro personaje. La de él no era la real.” ¿Pero entonces? ¿por qué no escribió usted esa historia?, se le pregunta a Pachofra. Y él responde: “Porque ese era un personaje sin ninguna trayectoria, sin importancia, y como la gente de Mermita y Perbita tienen fama de guapos, pa`esa gracia todos eran ‘Putas’. Si vivieran aquí en el pueblo todos serían Putas de Aguadas”, dice riéndose como un niño.

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hacía el Putas que él conoció- muchos lo terminaron usando fue “pa’ matase”. Personas con dedos amputados, o con profundas cicatrices en la cabeza, la cara y el cuerpo, dan testimonio de una larga tradición de peleas con machete en las vecinas veredas de Mermita y El Pomo. ¿Es verdad entonces la historia de Pachofra? Arriesgado sería decir que sí. Incluso cuenta él que aquel hombre exclamaba “¡Yo soy el Putas!”, cuando demostraba su pericia con el machete. Y que él mismo “se tildaba el Putas de Aguadas en su finca”, aunque en el pueblo “no hacía alarde de eso”. Así que si no era alguien de renombre, no sería lógico que su fama vaya donde va, y eso de la autoproclamación ya siembra muchas dudas. Pero también sería injusto negar de plano la versión. Porque esa historia le daría todo el sentido a la reiterada presencia del machete en la mayoría de dibujos y pinturas que se han hecho del Putas, y además le atribuiría toda una serie de cualidades personales que no harían más que enaltecerlo. En ese sentido, la mejor actitud para entender al Putas de Aguadas parece ser no casarse con ninguna historia y no tomar partido por ningún autor o versión, sino extraer de cada una de las que hay y vendrán lo que bien puedan aportar para darle fuerza al mito; porque es justamente ahí donde está la verdadera capacidad transformadora de una historia como la del Putas: en que ya tiene todas las características y propiedades de un gran mito. Por eso mismo fue que hace algunos años un grupo de intelectuales y artistas aguadeños acudieron a los Carnavales de Riosucio con un saludo de parte del Putas de Aguadas para el Diablo del Carnaval: para que ambos mitos se pudieran mirar frente a frente, y para que así, reforzando cada uno su propia identidad, pudieran continuar su marcha sin lugar a confusiones en el mismo reino de lo mítico. Ya hemos visto la alegría desbordante que la presencia del Diablo parrandero y juguetón es capaz de despertar en Riosucio. Así que aún está por verse lo que el Putas será capaz de hacer en Aguadas cuando con todas sus historias se conforme un nuevo Putas, un Super-Putas: el Gran Putas de Aguadas.

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Una historiadora de apellido Armstrong lo explica mejor: “un mito es cierto porque es eficaz, y no porque proporcione una información objetiva. Sin embargo fracasará si no nos permite comprender el significado profundo de la vida. Si ‘funciona’, es decir, si nos hace cambiar nuestra mente y nuestro corazón, si nos infunde esperanza y nos incita a vivir de una forma más plena, el mito es válido”. Y eso es lo que parece haber entendido muy bien Aníbal Valencia Ospina, pintor, escritor y director de la Casa de la Cultura durante más de veinte años, quien tuvo el honor de recibir el único premio “Gran Putas de Aguadas”: que la historia del Putas no se podía agotar en la tradición oral ni en la versión de un solo autor. Y por eso -y ya la historia dirá si es su gran legado para el pueblo que lo vio nacerdurante sus últimos años de vida elaboró lo que llamó “Las mil y un aventuras del Putas de Aguadas”, una obra en verso, completamente paisa, en la que además de rendir homenaje y entablar diálogo con la versión de Juan Ramón Grisales, hace una minuciosa recreación del nacimiento, infancia, adolescencia y andanzas del Putas. La historia quedó inconclusa, pero tal parece ser el destino de este mito. Pero mientras el libro ve la luz, “escuchemos” en exclusiva el relato del nacimiento del Putas, en la voz de don Tomás, personaje de la obra de Aníbal Valencia (…y ahí le van las gracias a su primo Mario Londoño): Telón del Gru

po de Artes Escénicas “Z anputas”. Obra de Car los Osorio.


Fue una noche de tormenta, caían rayos y granizo los relámpagos y truenos, parecían cosa de hechizos En un ranchito caído, vivía una pobre mujer que con siete muchachitos, ya no sabía ni qué hacer Era pobre tejedora, que para poder comer todo el día tejía sombreros, casi hasta el amanecer El mayor tenía siete años, le tocaba trabajar traer la leña del monte, y muchas veces lavar La niña de seis añitos, era casi otra mamá cuidaba a los más pequeños, y tenía que cocinar Se mi’olvida contarles, que aquella pobre mujer quedó viuda, en embarazo y sin nada en qué caer Su marido era valiente, muy trabajador y honra’o lo mataron en “Mermita”, cuando “curaba” un gana’o...

amellado en la Mermita; no le niegue el aguardiente pero tampoco el café; dele una labia “del demonio”, y piénselo sonriente, culto y cortés; vístalo de saco si es sábado; déjelo a solas con cuanta mujer guste; y cuando comience el cuento ponga cuidado, porque si de pronto usted dejó su propio corazón tirado, una historia del Putas de Aguadas siempre se lo devolverá cargado: inflado y bien plantado para enfrentar con verraquera y putería buena, el trabajo más sencillo o el más feroz diablo... Para que como dice Gustavo Jaramillo, algún día, y de uno en uno, “en la legión del Putas de Aguadas estemos incluidos todos”.

Boceto de escultura sobre el Putas, del artista Carlos Osorio. 2008.

Y sola con tanto hijo, no tuvo más que enfrentar aquella horrible tragedia, que tanto la hacía llorar Aquella noche que dije, de terrible tempestad estaba enferma y nerviosa, en horrible soledad Sus hijos todos dormían, como bellos angelitos mientras tanto la señora, sufría espasmos sin un grito Sola a la luz de una vela, se enfrentó a la rialidá’ tuvo el hijo como pudo, sin comadrona ni pan El niño lloró de pronto, y ella lo acercó a sus mamas, cuando muy quedo escuchó, “tengo dientes y uñas largas” ¿Mi’ habló el niño? ¡Santo Cristo! ¿O fue que me pareció? Y ella muy asustada, con la vela lo alumbró Era un niño morenito, de ojos grandes y negrillos que le sonrió a su mamá, mostrándole dos colmillos... Como quien dice: ¡Abran paso que ha nacido el Putas! Por eso, nuevamente, hay que cederle la palabra a la señora Armstrong, cuando dice que “nunca hay una versión única y ortodoxa de un mito”, que “a medida que cambian las circunstancias, necesitamos contar nuestras historias de manera diferente para extraer de ellas su verdad eterna...”. Así que, si gusta, tome usted algo del diablo-viejo y algo del diablo-duende; póngale el cuerpo tallado de un varón fuerte, traje de arriero, carriel, sombrero de iraca y encíntele un buen machete, pero

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El Putas de Aguadas según Carlos Osorio. Óleo. 2006.

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CAFé

FELIPE SOSA VARGAS


Aguadas es de muchos colores,

pero resalta el café La producción cafetera, así como el pionono y el Putas, hacen parte activa de la cultura aguadeña. La calidad del grano de esta tierra es apetecida fuera del país.

E

l Putas de Aguadas, de quien muchos aseguran que fue un ‘todero’ que se le medía a lo que apareciera, tuvo que haberse dedicado y mucho a la agricultura. En sus correrías por los caminos de la zona paisa tuvo que haber trabajado la tierra y más si se trataba de la suya, de la aguadeña.

io Arriba, Rogel

nchez.

Montoya Sá

da Arias.

le Wilson Arbo Abajo, Jorge

¡Pero cuidado!: Aguadas no es sólo el Putas, así como por ejemplo Transilvania no es sólo el conde Drácula. Verdad resulta que el Putas es el más famoso de los aguadeños y Drácula lo es de los transilvanos; es cierto que el Putas es protagonista de la mitología colombiana y Drácula lo es de la rumana, pero también es cierto que en Aguadas se produce café y en Transilvania se siembran y cosechan frutas y cereales. Pero en Transilvania no hay café (o al menos sembrado); sí lo tienen en sus estanterías y lo consumen, claro está, y demás que muchas veces llevado desde Colombia. Del café se deriva la bebida preparada más popular del mundo, además este fruto es el segundo producto más vendido después del aceite. Se calcula que cada año se consumen más de 400 mil millones de tazas en todo el mundo. En Aguadas sí hay café. ¡Y mucho! En Colombia se necesitarían muchas manos y más dedos para poder contar los municipios que han consolidado su economía con este producto, y Aguadas es uno de ellos. Enclavada en el norte del departamento de

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Caldas, esta población representa una de las culturas cafeteras más arraigadas de Colombia. El año 2007, por ejemplo, fue el de mayor producción en toda su historia, al llegar a 410 mil arrobas, más de 5 millones de kilos de café. Se necesitaron muchos Putas de Aguadas para poder levantar tantos y tantos kilos… Pero hombres como el Putas se necesitan en todo Caldas, pues este departamento está constituido por 27 municipios y en 25 de ellos los cafetales hacen parte de sus postales; los únicos que no pueden tomar fotos de ellos son La Dorada, acariciado de por vida por el río Magdalena y sin tierras altas para este cultivo, y Marulanda, muy cerca de las estrellas, de tierras frías dedicadas a la ganadería.

La llegada

El café, producto emblemático de Colombia, tiene su origen más cerca de Transilvania que de Aguadas; aseguran muchos historiadores que surgió en lo que hoy es Etiopía y de allí llegó a Egipto y Arabia. Sobre su llegada al Nuevo Mundo no hay tampoco un dato concreto y por todos aceptado. Entre los “supuestos” más comunes se tiene que ingresó a Colombia proveniente de Venezuela. En el libro “Orinoco Ilustrado” (1741), su autor -el sacerdote José Gumilla Moraguesasegura que la planta fue sembrada por primera vez en este país en una población llamada Santa Teresa de Tabage, ubicada entre los ríos Orinoco y Meta.

La construcción del Ferrocarril de Antioquia ayudó a que este cultivo se expandiera por el centro del país; ese siglo XIX fue una época dorada para su florecimiento, cuando brotó también en el Viejo Caldas, Tolima y Valle. A Aguadas llegó con la colonización antioqueña. Las tierras de este municipio, muchas de ellas ubicadas entre los 1.000 y 2.000 metros sobre el nivel del mar, fueron propicias para su cultivo y por esto ha sido parte esencial de su historia.

Los caficultores

“Yo por ejemplo he crecido con el café, he progresado con él, desde niño comencé con esto porque soy hijo de gente que también lo sembraba”, cuenta don Jesús Antonio Castro Galeano, habitante de una de las veredas más tradicionales en el cultivo de este producto, Viboral. “Vivimos felices con esto. A veces es difícil porque no deja tanta plata como muchos creen, pero sí vivimos felices. Aquí en Viboral somos muy amigos todos, hay tranquilidad en todo lugar”. Él no para de hablar de su vereda, de lo bueno que vive allá, de la tranquilidad que se siente en cada lugar, en cada cafetal, de día y de noche. Asegura que nunca escuchan algo raro, no saben de condes ni de dráculas que chupen sangre. Circulan entre ellos los mismos mitos de la tradicional cultura paisa: la Madre Monte, la Llorona, algunas brujas… los mismos que asustan a los niños pero nunca a “los grandes”, a estos grandes.

La semilla viajó a Popayán y se plantó en un monasterio y a partir de allí empezó a recorrer el país. La primera producción comercial de la que se tiene registro data de 1835 y la zona más próspera por entonces era la de los actuales Santanderes.

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”Todo lo que yo tengo se lo debo al café”, menciona don Jesús Antonio. Rememora sus andanzas y continúa hablando. “Soy dueño, pero en compañía, de 14 hectáreas de tierra, y también tengo otro pedacito más pequeño, ese sí todo mío. Me toca trabajar duro porque al café hay que trabajarle fuertemente pa’ que deje”. De los cuatro hijos que don Antonio tiene, sólo uno se dedica a este mismo oficio, otro vive en Bogotá y las dos mujeres se casaron y se dedicaron a la vida del hogar, pero una de ellas es esposa de caficultor, así que la tradición familiar se mantiene. Viven en Viboral, desde donde hay que alzar la cabeza para observa el casco urbano de Aguadas. Aunque no es lejano del parque principal, la diferencia en metros sobre el nivel del mar es de unos 200, por eso la temperatura en la vereda es más fresca, menos fría. Es común que las nubes se escurran en Aguadas y al

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mismo tiempo que las que vigilan la vereda se resistan a seguir el ejemplo. Y las separan no más de cuatro kilómetros.

no alcanzan, pues otras que no son de su dieta han afectado a los caficultores: roya, la broca...

Pero para ser justos con la historia y con los caficultores aguadeños, Viboral no es la única vereda cafetera del municipio; otras se han inscrito también en el grupo: San Nicolás, Peñoles, Alto de la Montaña, El Edén, Guaco, La Mermita, San Martín… varios son los lugares en los que el café ha sido básico en la vida diaria de sus habitantes.

Y a esas plagas que afectan bastante se les añade, como si se estuviese observando un canal de televisión como National Geographic o Discovery Channel, el calentamiento global. También tema de conversación entre los caficultores.

Los datos del Comité Municipal de Cafeteros a 2008 señalan 2.200 caficultores en Aguadas. Ellos y sus familias ascienden a 7.000 personas que dependen de este cultivo. Es un número representativo, pues esta población es habitada por 25 mil personas y de ellas cerca de 15 mil viven en el sector rural, es decir, la mitad de la población del campo subsiste del café.

Las cosechas

En las mañanas, la bruma acaricia y cobija las montañas de Aguadas. Se adhiere fuertemente a ellas y aunque se mueve parece que fuese estática, pues crea un inmenso muro blanco, tapa la visibilidad y el verde de los cafetales parece desvanecerse ante el blanco de tanta neblina. Las noches son silenciosas en estos cafetales; la bruma grisácea resalta con los pocos rayos de luz que emanan de las fincas. Seguramente un castillo por estos lugares serviría para tomar una postal idéntica a las de Transilvania, sus murciélagos y su conde Drácula.

Don José Reinel Grisales Arias tiene 48 años de edad y siempre ha sido caficultor en Viboral; a pesar de agradecer todo lo que le ha dado el café, reconoce que ha habido inconvenientes que le producen dolores de cabeza. “La climatología que se ha presentado últimamente lo ha cambiado mucho todo, no cuenta uno con las mismas épocas de florescencia”, dice, y agrega que “el cambio de los climas hace que florezca en diferentes épocas, ya sea que se retarde o se adelante la cosecha”. Por ejemplo en 2007 se esperaba que la ‘florecida’ -como llaman el momento de la aparición de la flor- se presentara en junio y julio, pero las lluvias fueron la constante, sobró humedad en el terreno, no alcanzaron a florecer los cafetales y muchas de las que alcanzaron a crecer se pudrieron por la saturación de agua. Las cosechas, años atrás, llegaban casi con fecha y hora precisas. Si era octubre éstas empezaban y sabían cuándo terminaban, en qué mes se sembraba, cuándo se abonaba… en fin, era un calendario preciso.

Hablando de murciélagos, los de Aguadas se divierten porque siempre hay comida -insectos y frutas-. Ellos controlan muchas plagas, ayudan a los caficultores de manera natural pero solos

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Mientras llega la cosecha de fin de año, que ha sido tradicional en los últimos tiempos, los caficultores se entretienen con la “traviesa”, con los granos rojos y maduros que se adelantan a los de la última parte del año. Y esperan que esa cosecha sea igual de fuerte a la del anterior.

De veredas como San Pablo, Peñoles y Viboral se extrae grano de este tipo; de las 36 veredas de este municipio, 20 producen café especial, y se comercializa a través de Expocafé (la empresa más importante de la exportación de este producto en Colombia, propiedad de las cooperativas de caficultores de todo el país).

Algo ‘especial’

En Aguadas existe otro café especial: el Rainforest Alliance. Recibe ese nombre por la organización estadounidense que certifica el café producido en fincas donde se protegen los bosques y se conservan los ríos, suelos y la vida silvestre, y donde los niños acceden a la educación, todos tienen asistencia médica y muchas otras características que buscan mejorar la calidad de vida de las personas y un equilibrio del medio ambiente.

El brumoso Aguadas está conformado por alrededor de 55 mil hectáreas repartidas en todos los climas; de ellas, 4.600 sirven de asiento a los palos de café. Con las 410 mil arrobas producidas en 2007 y a un valor promedio de 50 mil pesos cada una, los caficultores recibieron algo así como 20 mil millones de pesos. Pero claro que parte de este dinero no circula en Aguadas, pues muchos propietarios no habitan en esta tierra. Los municipios caldenses con mayor reconocimiento cafetero son Aguadas y Riosucio. Ese reconocimiento se sustenta en la calidad del grano y no en la cantidad, y ahora su producción es apetecida en el mercado internacional; su excelsa calidad es denominada “café especial”.

Los otros ‘Putas’

Sin duda, el trabajo de los caficultores es de osados, de humanos como el Putas, de personas fuertes que le hacen frente a un cultivo al que se deben entregar cuerpo y alma para que produzca bastantes frutos, acompañados de mujeres que cada vez más aportan en este proceso de producción.

Fernando Carrera, coordinador del Servicio de Extensión del Comité Municipal de Cafeteros de Aguadas, comenta que “ese café no se vende en tiendas. Se trata de un club al que hay que afiliarse, y se comercializa por Internet. La persona se afilia y compra en diferentes lugares del mundo”.

Y sí, estos caficultores son enérgicos y no se le quitan a nada, son fiel reflejo de que el Putas de Aguadas tuvo que haber existido y era igual a ellos: no hay montaña que les corte el camino y a la que no puedan ascender, no hay río que no puedan cruzar y no hay problema que no puedan solucionar.

En Colombia son requeridos así productos de los departamentos de Nariño, Cauca, Eje Cafetero y Antioquia; cuando se tiene producción de estos lugares, las comercializadoras internacionales contactan al comprador y le hacen saber del nuevo grano. En Caldas hay seis municipios que producen grano de tipo especial: Aguadas, Riosucio, Supía, Marmato, Pácora y Aranzazu. El aguadeño es muy apetecido por los suizos, con la multinacional Nestlé como comercializadora.

Gracias a esa osadía llegaron a sembrar café en las montañas de Colombia, en las de Caldas, en las de Aguadas. Esos granos producidos recorren todos los años miles de kilómetros en el mundo para llegar a lugares lejanos, a mesas distantes de las tierras aguadeñas, a sitios como Transilvania, con dráculas que con seguridad degustan cualquier producto elaborado con la calidad del café aguadeño.

Jesús Anton

io Quintero

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Quintero.


GANADERíA

FREDY ALEXANDER ZULUAGA HOYOS


Los vaqueros también

caminan por Aguadas

Ganado vacuno en demasía, planicies cálidas y productivas, vidas enteras dedicadas a la ganadería… eso es lo que impera en Arma, el corregimiento de Aguadas que ha cimentado su economía en torno al comercio vacuno, pese a que su cabecera municipal, desde tiempos remotos, ha sido cafetera por excelencia.

L

os ojos de José Alonso García se abren más de lo normal cuando escucha la palabra café. Es que él, nacido en Aguadas hace 56 años, nunca ha congeniado con su cultivo y las demás prácticas agrícolas de clima templado. Por eso, dice con sinceridad, “no me gusta meterme en los cafetales, no es lo mío”, mientras ajusta las riendas de su caballo gris de crin blanca y abundante en el que cada mañana se desliza por las praderas en función del oficio que entonces escogió: la ganadería. La de José fue una decisión familiar que ‘tiró’ para el mismo lado, porque ni a su papá, ni a su mamá, ni a sus hermanos les gustó el trabajo entre cafetales. Así lo cuenta el hombre, uno de los habitantes del corregimiento que albergó a los García desde que José tenía doce años: Arma.

pastos en tonos verdes y amarillos que varían en formas y tamaños, y un viento que ondea cuando es abrazado por sus 24 grados centígrados -temperatura media-, hacen parte de una cotidianidad en la que los vacunos comparten su espacio con árboles frutales y algo de caña de azúcar. Atraídos por la calidez de estas tierras, los García llegaron a Arma hace 46 años. En fincas ganaderas, que han cimentado la economía del corregimiento, casi todos encontraron empleo como vaqueros, administradores o mayordomos de haciendas. Desde entonces, los días de José Alonso siguen una rutina placentera, pues a diario se regocija con el color del pasto que

La casi siempre cálida Arma es por excelencia la tierra ganadera de Aguadas. Allí, planicies y laderas divididas por corrales,

Plumilla Cambumbia, Bascula y Plaza de Ferias 1946. Aníbal Valencia.

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cambia con el clima y el trasegar de los animales, con el olor limpio del aire durante el conteo matutino del ganado y con las voces del arreo en las vísperas del sacrificio. José Alonso experimenta esas y otras sensaciones en las 40 hectáreas de la finca El Negro, de la cual es su administrador, y que está a dos horas en caballo del casco urbano del corregimiento. Cada mañana, desde antes de despuntar el alba, 72 cabezas de ganado, entre las que predominan las razas brahman y cebú –las más comunes de la zona-, ocupan al vaquero aguadeño. Allí, cuenta García, “día de por medio le doy vuelta al ganado y en los otros les hago mantenimiento a los potreros, rozo la maleza, limpio el estiércol y arreglo los portillos y los comederos”.

Tierra ganadera

Carlos Eduardo Botero, ganadero de tradición, cuenta que sectores como la parte baja de Caciquillo, El Jordán y las tierras del río Arma que bajan hasta La Pintada (Antioquia), aledañas al río Cauca, son las más aptos para la ceba de ganado, actividad que él heredó de su familia.

ordeña cinco vacas que su patrón dispuso para el usufructo de la familia de José. Luego ensilla su bestia y en compañía de algunos peones recorre las extensas praderas de la hacienda en busca del ganado que ha de contar. “Es que hay que estar pendiente de que el ganado no se salga de los potreros”, señala el hombre. Es la misma cultura llanera pero a menor escala, pues aunque José no maneja hatos grandes (comunes en los departamentos de Casanare, Arauca o el Meta) las técnicas para marcar, castrar y manejar el ganado siguen siendo las mismas de esas tierras. José está pendiente de que todo en los potreros marche bien: que las reses estén completas, que su crecimiento sea parejo, y que al pasto, principal fuente de alimento del ganado, el clima que a veces arrecia, no le haya pasado onerosas cuentas de cobro. Cuenta Carlos Eduardo Botero que en Arma hay dos clases de ganaderos como en cualquier lugar del mundo: los que han sido de “tradición” por herencia de sus familias y los de

En las empinadas laderas de ciertos predios, algunos animales desafían su suerte. Las reses deambulan por planicies y trepan pendientes pronunciadas en busca de su alimento, corriendo el riesgo de rodar por precipicios. Sin embargo, son accidentes poco comunes y, paradójicamente, esa ventaja desarrollada por los vacunos los ha hecho fuertes y musculosos, lo que a la hora de la venta los hace más atractivos por la calidad de su carne, según comenta Botero. En Arma la ganadería se percibe aunque no se vean las 18 mil cabezas de ganado que se estima que existen. En el pequeño poblado, ubicado a 45 minutos de Aguadas y a poco más de una hora de La Pintada, antes que un gran supermercado hay un completo almacén agropecuario en donde se comercializan suministros para la ganadería. En las calles es común ver a los vaqueros con sus caballos bien ataviados, con botas, jeans, camisas entreabiertas y sombreros de ala ancha. También uno que otro ganadero, mejor vestido y en lujosos vehículos, con jeans y camisas a cuadros de buenas marcas, y botas y sombreros de cueros costosos. José Alonso, por su parte, viste sencillo. Lleva puesto un sombrero amarillo de ala ancha, una camisa blanca de manga larga recogida y entreabierta a la altura del ombligo, y botas de caucho que le llegan a la rodilla, porque las de cuero las usan los patrones. Su jornada se inicia a las cinco de la mañana, luego de beber una humeante taza de café. A esa hora, en medio de la bruma matutina,

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las “ganaderías sofisticadas”, representados en industriales o médicos prestantes que invierten riquezas en grandes hatos ganaderos con el fin de experimentar con el semen y así desarrollar razas más productivas. Botero se ubica en el primer grupo, y asegura que de él hacen parte el 90 por ciento de los ganaderos de Arma. La suya, dice, es una herencia que viene desde sus tatarabuelos y que ha trascendido de generación en generación “dejando el legado de la ganadería”. José Alonso, quien no tiene hatos ni nada por el estilo, también se identifica con esa ganadería de tradición, ya que es allí donde siempre ha estado. Ha laborado en fincas como La Fe, en donde estuvo 17 años y a la cual le debe la experiencia en el oficio, y en otras como La Guarito, Juanambú y Media Luna. Cuenta Hernando Montes, uno de los ganaderos más tradicionales de Arma, que las de Mermita –otrora corregimiento de Aguadas y hoy una vereda- también son tierras ganaderas por excelencia. Allí, narra el finquero, en la quebrada topografía se cría el ganado hasta un punto en el que se vende a tierras más bajas, como la de Arma, en donde las condiciones para la ceba son mejores. En ese territorio, calcula Carlos Eduardo Botero, puede haber entre seis mil y siete mil cabezas de ganado. Montes, quien fue uno de los fundadores de la Asociación de Ganaderos del Norte de Caldas y el Sur de Antioquia, Asogan, señala que en tierras como las de Mermita, que se caracterizan por tener pendientes pronunciadas y temperaturas más bajas, “es más fácil llevar un animal a que pese 300 ó 350 kilos y luego venderlo para las tierras bajas -Arma y La Pintada- que dan los 450 ó 500 kilos”, el peso ideal según los requerimientos del mercado. Lo mismo dice García mientras monta en la mula que hoy lo ha acompañado para comprar suministros, un bulto de insumos para el ganado de la finca. José Alonso, luego de pasar por su frente un pañuelo blanco pero curtido que le ha enjugado el sudor, relata que

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entre sus funciones en El Negro está la de castrar a los machos “ganosos”, manejar los pastos cuando están deteriorados y marcar el ganado que nace o llega sin identificación. Es una sapiencia adquirida durante años.

Asogan, Por la unidad

Hace 14 años los vaqueros y ganaderos de la región entendieron que si cada uno seguía trabajando por su lado no iban a llegar a ningúna parte, por ello vieron la necesidad de asociarse. Por eso nació la Asociación de Ganaderos del Norte de Caldas y el Sur de Antioquia, Asogan. Y aunque fueron aguadeños y pacoreños los que inicialmente fundaron la asociación, meses después se unieron los antioqueños. “Hablar como persona natural ante cualquier estamento del Estado no es fácil, pero nos juntamos 20 ó 30 y fundamos una asociación”, dice Hernando Montes, uno de sus fundadores. Asogan agrupa a 167 ganaderos de ambos departamentos y tiene una sede en La Pintada. Su razón de ser sigue siendo el desarrollo de la ganadería en la región. Su crecimiento es vertiginoso. Hoy cuentan con un frigorífico al que le han invertido 22 mil millones de pesos y que ha sobrepasado las expectativas de los ganaderos, pues no sólo cubre las necesidades de la región sino también las de exportación. “Llegamos al tope de los 4 mil animales sacrificados por mes”, señala Montes a la vez que que “se están sacando entre 400 y 500 reses semanales para Venezuela”.

Tradición que no morirá

Los descendientes de José Alonso García no dejarán morir la tradición ganadera que ha mantenido su padre. Dos de los tres hijos del vaquero aguadeño que también residen en Arma, administran fincas ganaderas. Ambos manejan con pericia el lazo, cabalgan con seguridad como su padre y conocen esas tierras como pocos, pues ese ha sido su espacio natural.

Ellos, como su padre, no tuvieron que cambiar el café por las vacas a la hora de escoger un oficio. Más bien nacieron con la ganadería en las venas. Dice José que desde muy pequeños montaban bien a caballo y de la misma forma enlazaban con algo de destreza. Hoy administran fincas, como él, y eso de alguna manera le satisface. La ganadería en Arma es una tradición que persiste y de ello darán cuenta los nietos de José Alonso, que ya se mueven entre praderas, potreros, ganado y caballos, como lo hacía su abuelo cuando tenía doce años y se vino a estas tierras con su familia, huyéndole al clima templado.

Datos de la Federación Colombiana de Ganaderos -Fedegan- indican que la ganadería en Colombia representa el 3,6% del Producto Interno Bruto –PIBNacional; el 27% del PIB agropecuario; y el 64% del PIB pecuario. La ganadería, además, dobla al sector de la avicultura, triplica al del café y supera en más de cinco veces al de las flores, cinco al del arroz, ocho al de las papas y diez al de la porcicultura.

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La otra ganadería

En Aguadas también hay ganadería lechera. Carlos Eduardo Botero estima que en el municipio hay 3.000 cabezas de ganado pertenecientes, principalmente, a pequeños campesinos que viven en tierras a 2.000 ó 3.000 metros de altura sobre el nivel del mar. Allí se ubican veredas como La Zulia, Santa Rita, La Chorrera, San Nicolás, Siete Cueros, La Granja, Viboral, Miraflores y Santa Rosa. Hay dos tanques con capacidad, cada uno, para cinco mil litros. Uno de ellos es del Municipio y en él, cada semana, se recolectan cerca de 6 mil litros de leche entre los 23 campesinos productores de 11 veredas del municipio.

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TEJEDORAS

LILIANA SALAZAR BARRIENTOS


UN PUEBLO

TEJIDO EN IRACA

L

a iraca se ha convertido en parte tal de los aguadeños, que si bien en las escuelas se enseña a leer la letra “m” con la palabra mamá, en Aguadas la “i” se aprende con iraca. Y es tal la importancia de sus tejedoras que si en toda casa de ascendencia antioqueña no falta la imagen del Corazón de Jesús, en algunos de los hogares de estas mujeres ya aparece la Virgen de la Loma, advocación creada en el municipio para proteger la labor de las artesanas.

De tiempo atrás

Aunque las mujeres ahora son el símbolo relacionado con este hilo natural, en la historia aguadeña se habla de centenares de hombres dedicados al arte de tejer. Es más, esta vieja tradición comenzó con uno de ellos; según las historias que ruedan por las calles del pueblo, el arte del tejido se le heredó a un viajero que dejó la tradición en la Ciudad de las Brumas, cuando apenas ésta comenzaba a ser colonia. De ahí en adelante, los hombres fueron quienes hilaron las primeras fibras naturales; uno de los más nombrados es Tomás Llanos, recordado por la calidad de su tejido. Doña Consuelo Murillo habita en el sector Alto de la Virgen, zona tradicional de las tejedoras.

También se menciona de manera especial a Benjamín Duque, considerado “el maestro de los artesanos”, pues enseñó a trenzar iraca a varias generaciones; una de sus discípulas fue Rubiela Orrego, quien recuerda que también su padre, Luis Alfonso, era uno de los tejedores de la región: “me parece ver todavía a mi papá tejiendo sombreros al lado de mi mamá”. Con el tiempo, los hombres se dedicaron más al trabajo de la tierra y el tejido fue monopolizado por las mujeres. Una de las artesanas más nombradas es Merceditas Jiménez de Giraldo, la mejor tejedora de la que da cuenta la historia; le decían la “mujer de las manos de seda”, y fue la primera artesana conocida además por la venta de sus sombreros al más alto precio. María Valencia también fue una mujer que gracias a su pulido trabajo y a los años que le dedicó a su arte ha sido reconocida en la población. Ni el agotamiento de sus ojos ni el temblor de sus manos impidió que siguiera tejiendo fino hasta pasados los 80 años; “a ella la sacaban mucho en fotos, pues les parecía mucha gracia que tejiera con tanta edad”, dice María Noemí Orrego Valencia, heredera de su talento, quien muestra una sonrisa de almíbar para hablar de su madre.

De iraca y tierra

Tanto para los viejos tejedores como para quienes los sustituyeron, los hilos de palma son una extensión de sus manos. La iraca es una planta de la especie cardulovica palmata ret p, que toma diferentes nombres de acuerdo con la región donde se encuentra: toquilla, lucaica, cestillo, muparro, nacuma o Virgen de la Loma.

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jipijapa. La palma de la que proviene se siembra en varias veredas aguadeñas, especialmente en las más cálidas. Los cultivadores acomodan sus plantíos en jardines y solares, en cada espacio donde puedan sacarle provecho a la tierra; aunque han existido extensos terrenos cubiertos con la planta en la población se recuerda muy especialmente a Jairo Peláez, dueño de los iracales más grandes en la vereda Pito. Los campesinos comienzan la siembra en menguante, pues dicen los que saben que “la paja sale más fina, porque si lo hacen en creciente va a nacer muy malita y quebrajosa”, sostiene con seguridad María Consuelo Murillo García, una de las tejedoras avezadas de la región. De las hojas salen los cogollos y de éstos las fibras, luego de ser “ripiadas” (separadas de las hojas) son cocinadas y “estufadas”, lo que significa que se introducen en una estufa con vapores de azufre para darles el blanco, luego son secadas al sol por una semana. Todos los jueves, viernes y sábados, los cultivadores bajan desde las veredas La Loma, Boquerón, Pito, La Blanquita, Pore y Guaco. Llegan al parque de Bolívar cuando aún la luz del día no ha hecho que las ventanas se abran y las montañas están cobijadas con la bruma, mientras las artesanas aprietan el paso para alcanzar la mejor iraca. “Se distingue muy fácil: la más buena es blanquita y el ripiado es menuditico”, dice María Consuelo que baja apresurada desde el Alto de la Virgen a comprar materia prima para sus artesanías. “Se consigue por manojo o por cuarto; el primero trae 56 cogollos y el otro 14, cada cogollo se consigue en 500 pesos”, hace cuentas Rosa Atehortúa, una artesana de renombre en la población.

y la bruma no aparece, las tienen secas al día siguiente; si hay visita de la niebla se tardan tres días. Rosa Atehortúa de Lotero hace este procedimiento a diario. En un rincón de su sala armó su taller, “parece nido de locos” dice jocosamente refiriéndose al hermoso colorido disperso por el suelo. En su mecedora de mimbre se le van las tardes tejiendo a esta artesana, que a sus 64 años no hay malestar de cuerpo ni de alma que la detenga para hilar. Rosa se inclina forzosamente y de su cesta de seductores hilos de iraca saca un cogollo, remoja ligeramente cada hebra en agua para que el doblez sea más sumiso y comienza a enredar una sobre otra. Enrollado y calado es lo que más trabaja. Puede hacer una muñeca en un día, un confitero en cuatro horas y un bolso en día y medio. “Para los sombreros es mejor la paja blanca y delgadita. Pero las artesanías se pueden hacer con regular que es más gruesa”, explica sin dejar de apuntar sus anteojos al tejido.

De enredos y tejidos

Con bolsas llenas de pajas vuelven a sus hogares para comenzar de nuevo a crear. Muchas artesanas trabajan la iraca con su color natural, pero en algunas ocasiones los amarillos, azules, rosas, naranjas y muchos tonos más se apoderan de las fibras para dar mayor vistosidad al trabajo. Para impregnar el color, los cogollos son cocinados en anilina y luego escurridos, si están de buenas

Cada fin de semana las artesanas va parque prin n a una esqu cipal de Agu ina del adas a escog er las mejore s fibras.

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De tejedoras y herencias

“Ordinario, regular y fino, esos son los tipos de tejido que se ven por acá. El mejor es el último porque es más apretadito. En tiempos pasados solo se veía de ese; mi mamá era una de las que solamente tejía fino”, cuenta María Consuelo Murillo. Pero Ana Félix García, la madre de la tejedora, no era la única; María Noemí Orrego dice que su madre, María Valencia, sólo tejía apretado, lo mismo narra Rosa Atehortúa, quien aún recuerda cómo aprendió a trenzar iraca de esta manera, observando a su madre Elvira García y a sus tías Emilia y Lola. Aunque no parece, Rubiela Orrego tiene 64 años. A los siete, sentada en el suelo al pie de la mecedora donde tejía su madre, enredaba las pajitas que caían al suelo; imitando los movimientos de sus dedos comenzó a tejer y en esas se la ha pasado 57 años. Marta y Beatriz Lotero, hijas de Rosa Atehortúa, también hilan iraca. La primera es emprendedora y con alma de empresaria, la segunda enseña a los reclusos del Centro Penitenciario Las Mercedes a recuperar su vida con el trabajo manual que le enseñó su madre.

Y es que en Aguadas, más que bienes o enfermedades como suele ser, se hereda el “saber trabajar”, costumbre que viene del siglo antepasado. María Noemí lleva cinco décadas atravesando iraca. Fue precisamente su madre María quien enseñó a sus nueve hijas el arte que por decenas de años han conservado las aguadeñas. A su vez, la experimentada tejedora recibió lecciones de su madre Julia Gallego, quien vivió a finales del siglo XIX. Así, en las familias tejedoras, la tradición ha sido aprendida en cada generación, tanto que las artesanas pierden la cuenta en el árbol genealógico; no recuerdan nombres, pues abuelas y tías tejían, pero sólo les queda la certeza de que la iraca tuvo siempre algo que ver con ellas.

De tertulias y paja

Desde esos tiempos hasta ahora, mientras que el chocolate de las cuatro de la tarde hierve esparciendo su dulzón olor, las mujeres se reúnen a hilar. Desde los seis años, María Consuelo le da vueltas a la iraca; recuerda cómo sentada en la copa de un sombrero comenzó a trabar el hilo natural, mientras su madre y hermanas armaban la tertulia alrededor de un polvoriento patio hasta que la luz del día se apagaba. Así son sus tardes desde hace 53 años y no se cansa de tejer fino, así sus ojos ya no sean tan jóvenes y aliviados como antes. “En mi casa todos tejíamos,

Detalle del mural de Carlos Osorio ubicado al ingreso de la Alcaldía de Aguadas.

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Algunos produc tos elaborados en iraca como confiteros, flore s, bolsos, jarron es decorativos portavasos, en y tre otros, son ex hibidos en la ca de doña Rosa. sa


hombres y mujeres, fuimos 17 en total; nos sentábamos a tejer y a cantar, parecíamos artistas”, cuenta la artesana soltando una risotada contagiosa que deja ver su temperamento alegre. Una historia similar cuenta María Noemí, quien con sus hermanas armaba tertulia diaria entre hebras de iraca. “Rapidito hacíamos los oficios y a mediodía cogíamos a tejer. A mi mamá no le gustaba que tejiéramos sin luz, entonces lo hacíamos hasta las siete. Como por allá no había electricidad, entonces no había cómo trabajar de noche”. Era una actividad en familia y de vecinos, de modo que las tardes se llenaban de tejedoras y paja en las puertas de las casas. Aún en la actualidad en el Alto de la Virgen un grupo de mujeres superpone fibra con fibra con sus callosos dedos, mientras cuentan historias que desatan carcajadas. No hay día que no trabajen estas mujeres; en las tardes, sin importar lluvia y frío, nueve de ellas salen cobijadas con sus sacos y chales de lana al sitio de encuentro diario; en la acera de una casa blanca de zócalos azules, tejen fibras y cuentos. Así, las que salen a las aceras y las que prefieren quedarse al lado de una taza de café en su sala, dedican horas a torcer iraca para convertirlas en arte. Es tal la dedicación de estas mujeres que, cuenta María Consuelo Murillo García, hasta el mismo día que murió su madre, por una afección al corazón, tejió el último sombrero que le encargaron.

De madrugada

De las tertulias envueltas en paja quedan bolsos, muñecas, cofres, llaveros, aretes, floreros, cartuchos y todo lo que la imaginación les regaló en aquellas tardes a estas mujeres. La carga de artesanías se alista desde temprano una taza de agua de panela hirviendo para matar el frío, deja listas a las artesanas para enfrentar la bruma de las cinco de la mañana y el regateo. Bien temprano, entre la niebla, se ven sentaditas en las aceras que circundan el parque principal. Llenas de iraca trabajada esperan las mejores ofertas; unas, como María Noemí Orrego Valencia, llevan su trabajo a la Cooperativa Artesanal, donde

Actualmente lo s cogollos de la iraca dan form todo tipo de ar aa tesanias.

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400 mujeres están asociadas; otras, como doña Rosa, decidieron vender a almacenes y montaron su propia vitrina en la sala de su casa. Para las campesinas las cosas no han cambiado mucho, pues todavía recorren caminos de madrugada. Años atrás la familia Murillo García llevaba una carga de seis sombreros a la semana, alforja grande si se tiene en cuenta que hacer uno de estos se demora una semana y media; la destreza y la cantidad de hijos hacían que fuese una de las que más vendía. Francisco Eladio Murillo Ramírez, cabeza de numerosa familia, era uno de los tejedores de la región a mediados de los años sesenta. A las seis de la mañana cogía camino al pueblo, cuatro horas invertía en esta travesía a caballo y arriando mulas. Dueños de almacenes y arrieros le compraban cada sombrero a 20 pesos, cuando el salario de un profesor normalista de una escuela de Aguadas en aquella época era de $200; a las dos de la tarde alistaba su recua y pisaba de nuevo el polvo del camino rumbo a la vereda La Chorrera. Igual sucedía en la familia Orrego Valencia. Los sábados, las nueve hijas de María salían del Alto del Volcán rayando las cuatro de la mañana; ni pantano ni bruma detenían a estas mujeres. Con seis sombreros bajaban al parque de Bolívar, los vendían y regresaban con más paja en la tarde para comenzar de nuevo la tertulia. El amasijo de tierra, palma, tejido y familia forma una historia de mujeres que han sacado adelante extensas proles; de herencias, de unión familiar, de arte, de alegría, de esmero. “Ésta es una tradición muy linda, pa qué, dicho por mucha gente. Esto tejido a mano queda muy lindo, es que quien no conozca dice que no se hace con los dedos sino con aguja”, cuenta María Consuelo.

La blancura de

l cogollo le da

mayor valor al

producto.

Existe gran varie dad de produc tos artesanale dos con tejido s elaborade iraca. Los lla mativos colore más atractivos s los hacen .

La habilidad de doña Rosa la hace una de las tejedoras más reconocidas del municipio.

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Sombrero aguade単o

JUAN CAMILO CARDONA OSORIO


Una tonelada de orgullo

NO PESA NI 100 GRAMOS

Más allá de su uso como prenda de vestir, el sombrero aguadeño es un símbolo que ha representado a este pueblo en distintos lugares del mundo. - Yo veo pasar un a cliente con un sombrero y sé si el sombrero lo arreglé yo… - ¿Y cómo? - Pues imagínese, toda la vida en esta pendejada… Es la experiencia la que habla. La voz es la de Leonardo Castaño, hijo de uno de los más tradicionales sombrereros de Aguadas, el difunto Antonio Castaño. “Tengo sesenta y dos cumplidos y desde los catorce añitos estoy en esto, haga la cuenta. Eso hace que estoy planchando y hormando sombreros”. Su especialidad es el sombrero tradicional aguadeño tejido por artesanas en fibras de iraca. En su pequeño taller, ubicado en la esquina baja de la calle del Resbalón, donde ha trabajado por más de una década, ha tenido archivadas las tradicionales herramientas de este oficio legendario. Labor que llegó a Aguadas, según cuentan los registros, gracias al ecuatoriano Juan Crisosteno en 1868, quien desbarató un sobrero traído desde Cuenca, en su país natal, para aprender a hacerlo. Archivo fotográfico de la Casa de la Cultura Francisco Giraldo en su museo nacional del sombreo.

“Yo ya no uso todas estas herramientas y trebejos para darle forma a mis sombreros. La experiencia me dio el don de poderlos hormar con las manos, una planchita, trapitos húmedos y esta pita llamada orca que sirve para reducirlo o estirarlo buscando darle la talla”. Las tradicionales sombrererías contaban con muchas herramientas para lograr fabricar los sombreros blancos de cinto negro que han llenado de orgullo al pueblo aguadeño y lo ha representado en el mundo. Algunas de ellas son la horma, un taco de madera donde se comienza a dar forma a la copa (cilindro donde se introduce la cabeza); los hormillones, óvalos de madera que según su tamaño determinan la talla; el compás, que describe el tamaño del ala (parte inferior en forma de disco); y el aro con el que se moldeaba ésta; el burro, una mesa con un orificio en el centro donde se metía la copa y se planchaba el ala y otro mueble adaptado para planchar la copa con hormas estáticas. “Imagínese uno trabajar con tantos aparatos y cositas… Claro que hacerlo a mano no es fácil. Que yo sepa, los

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que arreglen sombreros a mano no pasan de cuatro. Y como ya nadie quiere aprender esto por ser tan mal pago, seguro se va olvidar y todos se dedicarán a fabricar con máquinas de las que tienen las formas prefabricadas”. De los sombrereros más mencionados años atrás se recuerdan los nombres de Manuel Zapata, Víctor Hernández y Antonio Hurtado, pero el más reconocido es José Manuel Henao, un hombre que con su talento y actitud emprendedora ayudó a propiciar la época dorada de la exportación. “Cuando comenzó la bonanza en el taller de mi padre llegaron a trabajar casi veinte empleados. Algunos comercializadores ero. rmado del sombr artesanal del ho o a. es in oc m pr l do de lo s Parte s que aún o es de los poco añ st Ca do ar on Le

venían en camionetas, las llenaban y se iban a vender por todo el país. Se llegaron a contar siete carros que cargaban y salían constantemente. ¿Para dónde se los llevaban? Nunca supe, unos dicen que a los gringos les gustaban mucho”, asegura Leonardo, mientras sus manos dan una capa de Cola Pis a un sombrero que apenas comienza a tomar forma y que requiere de esta goma para asegurar su calidad. De este taller, sostiene el hábil artesano que con una plancha marca el quiebre tradicional al legítimo sombrero y que permite enrollarlo sin perder su forma, salieron dos sombreros para el Papa Juan Pablo II y también uno para el presidente Álvaro Uribe Vélez. “Acá vinieron y me dijeron que les hiciera un sombrero con unos charcos diferentes (los hundidos de la copa que caracterizan cada uno de los estilos), le hice tres parecidos al tradicional pero más cuadrados. Cuando el presidente Uribe lo recibió se lo puso de inmediato y todo el mundo comenzó a hacer ese tipo de horma. Ya la llaman el Uribista y lo piden mucho”, cuenta orgulloso Leonardo. Y es que este sombrero ha sido portado por todo tipo de personas, desde el jornalero más humilde hasta mandatarios como Belisario Betancur y Misael Pastrana, reinas de belleza, personajes de la vida nacional como Carlos Pizarro Leongómez, quien le dio su nombre a un aguadeño súper alón al que le acostó las puntas de las alas hacia abajo y estuvo de moda luego de su asesinato. “No es sino que un famoso se ponga un sombrero y le haga un doblés distinto, la gente le pone el nombre y lo quieren tener igual”. Según la Cooperativa Artesanal de Aguadas, creada en 1975, se conocen seis tipos: tradicional, borsalino, copa costeña, copa alta, copa redonda y súper alón. Pero en el argot callejero se escucha hablar de otros como el llanero, gardeliano y pajilana. Además algunos usan, de manera a veces burlona y otra alternativa, el sombrero ‘en rama’ tal cual lo venden las tejedoras.

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Sombrerero no muere de hambre

En algo que coinciden los sombrereros es que, pese a la baja en las ventas, algunos aún ven sus productos como prendas de trabajo y otros de lujo. “Un sombrero aguadeño debe tratarse como si se tratara de un traje del paño más caro o de una joya. Entre más fino sea el tejido, la iraca, la encolada y el hormado durará más el sombrero. Pero todo depende del uso y el cuidado” apunta Samuel Hurtado, propietario de la Sombrerería Nueva que cuenta con más de 50 años de tradición en el municipio. Igual concepto tiene Aníbal Valencia, “Capulina”, un sombrerero que con décadas de experiencia se dedica a la fabricación con máquina: “Hay épocas muy malas, semanas enteras en las que ni un sombrerito se vende, pero en otras ocasiones ni la máquina ni yo damos abasto. Cuando hay fiestas en el pueblo o caen días festivos se incrementa el trabajo, eso sí, yo no me mato, más de cincuenta años en esto me enseñaron que uno tiene que descansar y que un sombrerero bueno no se muere de hambre”. La máquina a la que se refiere está construida con acero gris, en ella se hornean los sombreros que toman su forma en moldes de aluminio ayudados por el calor de resistencias eléctricas y peso. En el proceso es importante la frescura del agua que evita que se queme la iraca. Este proceso de industrialización de la producción de sombreros generó otrora grandes recompensas económicas por las cantidades producidas en poco tiempo, aunque esto tiene sus detractores. “No es lo mismo un sombrero hecho en una maquina de esas. Todos salen iguales y no se nota el trabajo del sombrerero”, comenta Leonardo Castaño. Su posición difiere con la de “Capulina”, quien por muchos años trabajó manualmente: “los sombreros son los mismos. Algunos dicen que no son igual de finos pero eso es falso”. Sea artesanal o no, el sombrero aguadeño seguirá teniendo muchas responsabilidades. Dar sombra a las orgullosas personas que lo portan, representar a Aguadas ante el mundo, hacer honores a las canciones que lo nombran y mantener en la mente de quienes lo valoran el dicho aguadeño que cita: “Mi sombrero sólo lo descubro ante Dios y la Patria”.

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ad de

enta la calid pulina repres El popular Ca aguadeños los sombreros

Y quizás el lector se pregunte el porqué del título de esta crónica, pues sencillo: el peso que no excede los 100 gramos, más la frescura, son dos de las principales características del sombrero aguadeño, quizás por ello para el año 2008 se espera exportar por lo menos tres mil de estas artesanías a Grecia y Estados Unidos. Todos y cada uno de los sombreros exportados deben pasar la evaluación del Instituto Colombiano de Normas Técnicas y Certificación, Icontec. Aunque la cifra es poca con respecto a las diez mil unidades que fueron el promedio anual en la década pasada, seguirán siendo los colombianos que estén en cualquier lugar del mundo quien los soliciten a sus familiares o estos quienes los envíen a manera de regalo hacia otros continentes. Y aunque Leonardo Castaño, como vimos en el diálogo que inició esta crónica, califique su oficio cariñosamente como una pendejada, una “pendejada” como la suya ha posibilitado mantener viva esta huella indeleble de nuestra cultura, algo que se lleva en la cabeza, y a la vez, en el corazón de todo un pueblo, o mejor, de todo un país, o si no, que lo diga el mismísimo Putas.


ARQUITECTURA

FREDY ALEXANDER ZULUAGA HOYOS


Las múltiples caras de un monumento

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Si algo tiene inserto el centro histórico de Aguadas, declarado en 1982 Monumento Nacional, es naturaleza: plantas, flores, paisajes tallados en madera y plasmados en puertas, ventanas, balcones y techos. “Fitomorfos –tomados de formas vegetales-”, según define el artista plástico especializado en restauración, José Solarte, quien aunque es natural de Linares –Nariño- lleva 16 años residiendo en Aguadas. Lo anterior, aunado a la bruma cautivante que cotidianamente abraza al municipio, supone un paisaje único, estático, parsimonioso. Aunque todos hablan de un influjo colonial por la gesta colonizadora que atravesó por estas tierras en el siglo XVIII, la realidad es que en Aguadas la arquitectura imperante es de influencia barroca, caracterizada por tener “más adornos, partiendo por los calados”, según José Solarte.

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Algunas estructuras, según el artista, tienen influencia española “porque se ven hojas de acanto y acá no hay de esas especies”. El tiempo parece haberse detenido en las poco más de 53 manzanas que comprenden el centro histórico de Aguadas. Son 181 mil 450 metros cuadrados que circundan el parque de Bolívar y en los cuales postigos, alares, puertas, ventanas, pasamanos y demás, en tonalidades variopintas, caracterizan a las señoriales e imponentes estructuras.

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Según la numeración, consulte las características arquitectónicas en la siguiente página.

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Iglesia de La Inmaculada Concepción

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Parque de Bolívar

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1. Después de investigar y escuchar historias, José Solarte cree en la hipótesis de que los calados, característicos de la arquitectura aguadeña, llegaron de España y tienen su origen en las famosas claraboyas de las catedrales, cuya función era brindar luminosidad y seguridad. En Aguadas los calados tienen esta cualidad y por entre sus figuras se filtran halos luminosos que avivan las residencias. 2. Chambranas y pasamanos, en muchos de los casos, fueron hechos con macana, palo redondo que viene de la chonta de Chocó. 3. Las formas vegetales -fitomorfos- son características en los calados aguadeños. Flores y paisajes se aprecian en las figuras.

que se alzaban para que las muladas o las vacas entraran al patio a descansar. Según Sarmiento Nova, ésta es una usanza hoy poco común.

8. “En Aguadas la topografía define la topología de las viviendas,

sus materiales, el trazado urbano, las fachadas urbanas, la volumetría que produce el escalonamiento, el paisaje urbano y los sectores”, Juan Manuel Sarmiento señala en su libro.

9. En Aguadas la superficie va desde terreno plano hasta pendientes muy pronunciadas. Son superficies que pueden llegar a 45 grados de inclinación. “La pendiente promedio es del 50 por ciento”, asegura el arquitecto en su texto.

10. Los postigos -o puertas falsas- imperan en Aguadas más 4. José Solarte, junto a un grupo de estudiantes de la Escuela

Normal Superior Claudina Múnera, trabaja en la elaboración de un banco de calados con los diseños más característicos de la región. La idea es que las nuevas generaciones de carpinteros, a quienes les encargan muchas de las obras de restauración, conserven los diseños originales trabajando sobre los bocetos -con todas sus características- que allí estarán almacenados.

5. El centro histórico de Aguadas, que comprende un poco más de 50 manzanas, fue declarado Monumento Nacional en 1982. Allí el bahareque, como forma constructiva, predomina más que la tapia. Entre los materiales básicos de esa forma constructiva predominante está la esterilla de guadua y el estiércol de caballo. 6. En su Manual de Técnicas Constructivas Tradicionales, el arquitecto Juan Manuel Sarmiento Nova sostiene que en Aguadas unas características propias son los “bajos o bajitos”. Alude a las plantas bajas de las casas construidas en pendientes negativas con relación a la calle. En ellas funcionan locales comerciales o, según el tamaño, pequeñas viviendas. Cuando las casas no tienen salida a las calles, a esos bajos se accede por escalerillas internas. 7. En tiempos de la arriería, las mulas tenían parqueadero propio. Las casas de dos plantas usaban escaleras removibles,

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que las ventanas. De hecho muy pocas de las anteriores se aprecian en las fachadas. José Solarte cuenta que culturalmente los padres dejaban charlar a sus hijas con los novios a través de los postigos.

11. José Solarte dice que hay calados asimétricos, cuyos grabados no necesariamente se repiten en forma continua; y modulares o continuos donde el diseño se repite a lo largo de la estructura. 12. Los portaletes, que soportan las tejas, en muchos de los

casos, cuando se aprecian de perfil, tienen características especiales en cuanto a sus diseños. Muchas de las casas los conservan lustrosos y blanquecinos, y las vigas que los soportan se aprecian fuertes y bien pintadas.

13. Solarte explica que existe una confusión de términos respecto a la arquitectura colonial y la de la Colonización. La primera es la que se construyó en la Colonia, con materiales de la época y que conserva características de la época. La Colonización y por ende sus características son mucho más contemporáneas. “Me atrevería a decir que más del 20 por ciento de Aguadas es colonial, el resto es de la Colonización”.


Religiosidad

MARYLUZ PALACIO ÚSUGA FREDY ALEXANDER ZULUAGA HOYOS


La fe mueve A Aguadas

Quizás el cielo posó su mirada sobre este pueblo escondido en montañas y extendió su mano sobre él para bendecirlo. Desde entonces la fe se enclavó en cada aguadeño para que su devoción celestial fuera más fuerte que cualquier dificultad terrena.

S

eis y treinta de la mañana. El primer toque de las campanas de la parroquia de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá anuncia un nuevo día y una nueva oportunidad para agradecer por otra aurora, pedir un favor al santo de devoción o reafirmar los compromisos con Dios. Olga García ya está de pie, hace más de una hora abrió sus grandes ojos negros. Al igual que muchos de sus paisanos, Olga es una de esas aguadeñas que se abrigan cada amanecer para protegerse del frío mañanero, y así dirigirse, sin más equipaje que su fe, a la parroquia que está sólo a unos pasos de su casa. Sus pies la conducen al colorido templo en donde dos ángeles, anfitriones alados, la reciben para que pueda escuchar fervorosamente la misa de siete, y reencontrarse con la presencia de ese Dios que aviva el espíritu tras cada oración y cántico que al unísono se entona para hacerse escuchar en lo más alto del cielo. Los 71 años de Olga se dejan ver en sus manos manchadas por el tiempo, envejecidas por los oficios de atender

cenaderos, (restaurantes de la época), o ayudar en la crianza de sus hermanos menores, labores que realizó desde sus ocho años de edad; incluso una de ellas consistía en almidonarle la ropa a muchos de los sacerdotes del pueblo. Su rutina de fervor comienza muy temprano. A las cinco de la mañana sus ajadas manos ya empuñan la camándula. Está rezando el rosario, pues como aguadeña creyente, levantarse y acostarse entre avemarías y letanías, más que un signo de identificación, es un lema de fe. Ir a misa y rezar el rosario fue una tradición que sus padres le inculcaron desde que ella estaba muy pequeña, y que pervivió no sólo en su mente sino también en la de sus tres hermanos. De esos fervorosos años en familia quedan recuerdos y enseñanzas, las mismas que han luchado por permanecer vivas para continuar así con esa herencia que para los aguadeños resulta mucho más valioso que otro tipo de legado. Con la infancia misionera los niños aguadeños recibieron esta tradición y la convirtieron en todo un testamento de devoción; y si Olga madruga todos los días para asistir sin falta a misa de siete, los niños aguadeños

Procesión del Viacrucis. Plumilla de Aníbla Valencia, 1956.

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Última Cena. Mosaico de la Iglesia La inmaculada Concepción.

tienen cada domingo su eucaristía, en la que sus apacibles voces resuenan en el interior del templo, mientras leen la palabra de Dios y le cantan, recordándole al pueblo entero que serán en un futuro los sucesores de Olga y de muchos más.

Feliz Monaín, feliz Navidad

En la memoria se alojan remembranzas que nos hablan de la religiosidad, que acompañadas de buenas obras e intenciones también se hacen presentes en los jóvenes. Ellos, sin preocuparse por los fríos amaneceres aguadeños y por la intensa bruma que calaba en los huesos, salían a las cuatro de la mañana cada Navidad, sin falta, del 16 al 24 de diciembre. Alborada o rosa

rio de Aurora.

2008.

Los monaístas, como eran conocidos, recorrían las veredas del pueblo y, entre villancicos y panderetas, hacían que los niños salieran de sus casas para unirse a su caminar, llegando animosos hasta la parroquia de la Inmaculada Concepción donde se les recibía con cánticos y desayuno. La jornada se prolongaba todo el día y, entre almuerzos, manualidades y juegos, el Movimiento Navideño Infantil (Monaín) avivaba en los chicos del pueblo el respeto y la admiración por el Niño Dios, en el que se albergaba la ilusión de conseguir un pequeño presente. Norma Castro, nieta de crianza de Olga, conformaba el grupo de monaístas, quizás incentivada por las creencias de su abuela y guiada por la mano de Dios que le instaba a avivar en los niños la fe inculcada en su hogar, tradición ésta que aún se hace presente cada Navidad. Pero si de misiones encomendadas por Dios se trataba, las correrías que hacían los sacerdotes por las veredas del pueblo para llevar el Evangelio a todos los aguadeños era toda una caminata de fe. Las parroquias de Chiquinquirá y de la Inmaculada Concepción tienen, según el diácono permanente de Aguadas, Luis Evelio Arias, un programa de pastoral litúrgico y evangelizador, es decir de visitas a las veredas. En la parroquia de la Inmaculada cada tercer y cuarto domingo del mes se viaja hasta las veredas de Mermita y Río Arriba, las más lejanas del casco urbano. Pero la distancia instó a los mismos feligreses a que a punta de donaciones y convites comenzaran a construir pequeñas capillas. Con tiempo y esfuerzo dedicado a Dios, se construyeron la del Divino Niño, en la vereda del Edén, la de María Auxiliadora, en el barrio Marino Gómez, y la de La Sagrada Familia, en la vereda Viboral. Templos que albergan a católicos que antes debían caminar largas jornadas para asistir a las misas, pero que ahora, al igual que Olga, tiene a Dios sólo a unos pasos.

Las alegrías del altísimo

Con su hablar apacible y angelical, Olga recuerda los rosarios de Aurora oficiados a las cinco de la mañana. era la oportunidad de despertarse con Dios sin importar que la Bruma se metiera en el aliento.

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En las celebraciones de Semana Santa, las remembranzas en torno a Cristo se movían entre la melancolía y el júbilo. La gente se apostaba en las calles del pueblo para observar y acompañar cada uno de los ritos. Los trajes nuevos de tonos oscuros, como alusión al luto del momento, salían a relucir Jueves y Viernes Santos. En procesiones como la de la Virgen de la Dolorosa, que se celebra el Sábado Santo, familias como los Peláez organizaban todo el desfile, vestían y cargaban a la Virgen, incluso sus paisanos cuentan que le regalaban lágrimas de oro para denotar aún más la contemplación sobre ella y el dolor que encarnaba por las tristezas de Jesucristo. Según Olga, las celebraciones parecían toda una competencia para agradar a Dios. El entusiasmo por las manifestaciones católicas y todo lo que ello conlleva también se siente en las fiestas patronales, las cuales se celebran por diferentes épocas. Una de ellas es la de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, que se realiza el 9 de julio, y otra ocurre el 8 de diciembre, día de La Inmaculada Concepción. El 13 de junio es el turno para las fiestas de San Antonio aptrono del corregimiento de Arma. Y aunque las parroquias de Chiquinquirá y la Inmaculada se dividan la feligresía para atender así a toda la población de Aguadas, para el párroco Alonso Orozco Franco del templo de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá,

Fachada Iglesia Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá.

se puede percibir el amor por ambas parroquias, tanto por la de Chiquinquirá que tiene 54 años como por la de La Inmaculada que, con la misma edad del municipio, se erige como la parroquia madre del pueblo. Además, ambos templos junto con el de San Antonio de Arma han sido comunidades católicas donde parroquias y fieles se unen a través del amor, la fe, el culto y la caridad. Cómo olvidar entonces la belleza de las procesiones en las que participaba Olga cuando se celebraban las fiestas de La Inmaculada. El cuadro de la Virgen, los rezos y la pólvora anunciaban la procesión por las diferentes veredas que luchaban por sobresalir en oraciones y alabanzas.

Cementerio de San Jerónimo

A su vez, en el pueblo se volvió habitual que Olga y los demás feligreses comprometidos con la iglesia, dediquen días especiales para practicar otras de sus devociones. Los lunes del Misericordioso que son a las tres de la tarde en la Parroquia de Chiquinquirá, los martes de la Medalla Milagrosa, los primeros viernes de cada mes del Sagrado Corazón de Jesús; además de las adoraciones a María Auxiliadora y al Divino Niño. Ha llegado a tanto la devoción de los aguadeños por los íconos religiosos que en cabeza del sacerdote Aníbal Arias Marín nació la devoción por la Virgen de La Loma, que refleja la humildad de la mujer aguadeña con su mirada sencilla y abnegada. creada por el padre ante la gran fe de los fieles, buscan erigirla en el Vaticano como la patrona de las incansables tejedoras de sombreros. Y como si los agasajos para Dios y su corte de ángeles y vírgenes no fueran suficientes, el 16 de julio de cada año las

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La iglesia siempre ha estado presente en muchas de las festividades aguadeñas. Sus representantes (sacerdotes y religiosas) ocupan las sillas de los invitados especiales en las inauguraciones y en los eventos de celebración como el cumpleaños del pueblo, algo que reafirma el sacerdote Alonso Orozco Franco: “En todas las actividades sociales siempre se tiene en cuenta al sacerdote para que haga una bendición. Una persona compra un carro, pone un negocio de verduras, un almacén, un supermercado y siempre busca al sacerdote para que venga a bendecirlo e inaugurarlo”. Y es que al amparo de la institución de la Iglesia de Aguadas han nacido y se han levantado cofradías, instituciones educativas y culturales, de salud y de protección social.

La voz de Dios

alboradas, con su respectiva pólvora, se hacen oír por todos los rincones del pueblo. Los pregones, las chirimías y los pitos de los autos despiertan a cada aguadeño, que sale a las calles para deleitarse con la belleza de la Virgen del Carmen, que en carro de bomberos desfila cual reina recientemente coronada hasta llegar al cementerio San Jerónimo en donde la misa redondea la conmemoración.

Aguadas se escucha en su única emisora, Inmaculada Estéreo, la cual funciona desde hace 10 años. A las cinco de la mañana y como para acompañar los rezos de Olga y otros tanto paisanos creyentes, se inicia la programación que hasta las 6:00 de la mañana intercala música religiosa con oración. Luego de esta hora y para quienes se levantan más tarde, se transmite el rosario y después, a las siete, se emite la eucaristía. La programación varía de acuerdo con los tiempos litúrgicos, por ello Inmaculada Estéreo se permite radiar desde un tema religioso como el Alabaré hasta un pasillo como La gata golosa. La emisora lleva la eucaristía a los feligreses del campo y a los católicos enfermos que no pueden desplazarse a

Una invitada de honor

En Aguadas la tradición religiosa se visibiliza en el respeto con el que la mayoría de sus habitantes se consagra en los ritos sacramentales. Con emoción, Olga recuerda la entrega por las celebraciones religiosas, comprobable en los desfiles de los niños que recibían el sacramento de la comunión. Con ellos, las calles del pueblo se vestían de trajes unos negros y otros blancos, que acompañados de mantos para las niñas dejaban escapar un aire de sutil elegancia, costumbre que subsiste aún con el paso de los años. Las ceremonias de grados son también fechas propicias para agradecer al cielo. En compañía de los familiares y con el pleno regocijo del nuevo escalón ascendido, alumnos, docentes y padres asisten a la eucaristía. Procurando mantener viva la tradición del matrimonio y con un pensamiento muy conservador que Olga aplicó y defendió con sus hijos, las bodas son bastantes populares en el pueblo. De lunes a sábado es habitual escuchar la marcha nupcial, que advierte un nuevo compromiso al que muchos aguadeños incluso, sin ser invitados, acuden para conocer la nueva pareja que se unirá en vínculo de amor, teniendo a Dios como testigo. Como acompañante de su entrada triunfal a la iglesia está el tapete rojo que se extiende a los pies de los novios sugiriendo el camino que emprendieron.

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los templos. Representada legalmente por la Fundación Aguadeña de Medios de Comunicación, (Fameco), la emisora está conformada por los mismos grupos apostólicos de la iglesia, como son el de catequistas y el voluntariado social. Además de hacer eco de Dios en todas las esquinas del pueblo e incluso en municipios de Antioquia como Sonsón, La Pintada, Fredonia, Támesis, Valparaíso y Abejorral, el Voluntariado Social Mateo 25 se encarga de recoger los mercados cada ocho días para repartirlos entre las familias más necesitadas de Aguadas.

Movidos por la fe

En el imaginario popular de Aguadas creció la idea de que el corregimiento de Santiago de Arma se había hundido como castigo supremo por la maldad de algunos hombres españoles que allí habitaban. Sin embargo, la realidad fue que Arma dejó de ser esa ciudad floreciente de mayoría española y por decreto del gobernador de entonces, a finales del siglo XVIII, se decidió que los habitantes se trasladaran al actual Rionegro -Antioquia. Muchos pobladores lo hicieron pero los que se quedaron defendieron la devoción por su patrón, San Antonio de Arma, y de choza en choza escondieron la estatua para que no se la llevaran a Rionegro. La parroquia, con el estilo simple de las capillas mexicanas cuyos pequeños ladrillos cafés distan de las coloridas paredes de los templos de Chiquinquirá y la Inmaculada, hospeda la imagen de San Antonio que nunca se dejó llevar para Rionegro. Sobre él reposan las peticiones de las muchachas sin novio del pueblo y de aquellos despistados que oran para que les encuentre los objetos extraviados. En ese juego de promesas y en Aguadas con sus patronos en la fe, los católicos fieles como Olga recuerdan la donación de la Virgen de la Dolorosa o de la imagen del Señor Caído, obras llegadas al pueblo como regalo sentido por los favores recibidos, pues como diría Olga “La fe se antepone a todo y cómo no agradecer a Dios si Él siempre está pendiente de nosotros”.

Cementerio de San Jerónimo

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La religiosidad del pueblo es una carta de presentación, no en vano aparece la fotografía de la iglesia cuando se abre el sitio oficial de Aguadas en Internet. Lo anterior significa que aún, en los medios de comunicación modernos, la tradición religiosa de antaño se mantiene vital como la fe de Olga, que a sus 71 años de edad, se toma el tiempo para redondear su rutina de fervor. A las cuatro de la tarde y durante media hora se reúne con el grupo de la Nueva Evangelización para reflexionar sobre los preceptos católicos. Alzando su mirada al cielo para buscar al Dios que desde siempre ha tenido como protector, dice que aún enferma y desde que no esté lloviendo asiste al grupo. Según ella hay que tener clara una cosa: “El Señor no mira si está lloviendo o no para hacerle favores a uno”. Son los 8 y 30 de la noche y luego de hacer todas las novenas para sus santos, la señal de la cruz al persignarse antecede los sueños de Olga que se refugiará una nueva noche en la paz de su salvador.


LOS TEMPLOS

DIEGO AGUDELO GÓMEZ


SANTUARIOS DE UNA

FE ANDARIEGA

Para alcanzar la salvación, las sendas a transitar son complejas y misteriosas, tal y como fueron los recorridos hechos por las personas, imágenes y símbolos que dan forma y fondo al fervor religioso de Aguadas.

E

n la madrugada, el silencio es glacial. Por las calles del pueblo apenas retumban los pasos de los feligreses matinales. Algunos ecos de voces corean los buenos días o murmuran los chismes de último momento. Siluetas borrosas aparecen en todos los flancos haciéndose cada vez más nítidas a medida que se acercan al templo principal, el de La Inmaculada Concepción. La atmósfera toma el tinte de un preludio porque el frío que se ha filtrado hasta los huesos está a punto de sacudirse cuando la aguja grande del reloj de la iglesia marque las seis en punto de la mañana y 116 campanadas perfectas hagan sonar las melodías de un Ave María que realmente le da calor al espíritu.

El enraizado fervor que da forma a la identidad de los aguadeños tiene origen en antiguas migraciones. Desde el reloj alemán de la cúpula del templo, hasta el órgano español y los imponentes santos que se pasean por el pueblo en las procesiones de Semana Santa han llegado desde tierras remotas soportando viajes de incontables peripecias: territorios agrestes de acceso imposible, climas implacables que fluctúan entre el calor extremo, la humedad abrasadora y el frío absoluto; medios de transporte inestables y extensos caminos rodeados de mil peligros fueron hace tiempo la escenografía de un éxodo religioso que se dirigía a colonizar las almas de los primeros pobladores.

El sonido es dulce y tres veces al día corta como un sable la redundancia cotidiana; es capaz de atravesar paredes y solo viene a perderse más allá de las últimas casas donde la espesura montañera amortigua la fuerza de sus vibraciones. Aún muy a lo lejos pueden escucharse las campanadas del Ave María y no es raro que en los pensamientos de muchos vuelvan a aparecer los itinerarios y bitácoras que han conducido hasta Aguadas los objetos y personas que hacen parte de su fuerte iconografía religiosa.

Pero los duros trayectos no son lo único que ha puesto a prueba la intensa fe de los habitantes de Aguadas. Hasta las fuerzas más devastadoras de la naturaleza se han encarnizado con las piedras sobre las cuales se sostienen sus credos.

Más de un juicio final

La primera piedra del templo de La Inmaculada Concepción fue puesta hace más de 120 años. Después de la ‘tramitología’ típica de las instituciones y de los retrasos obligados por la falta de presupuesto, la construcción de la iglesia principal del pueblo llegó a su término y fue inaugurada en 1883. La magnitud de la obra recompensó los esfuerzos de los primeros párrocos, quienes lucharon a brazo partido para dotar a Aguadas de un santuario que resistiera con elegancia el paso del tiempo, manteniéndose como una prueba de eternidad ante las futuras generaciones. Cada párroco que llegaba a guiar el camino espiritual de los feligreses enfocaba también todo su empeño en embellecer la iglesia. Aunque no hubo toque más espectacular que el del primer reloj que se colocó en la torre republicana del templo. Atravesó el mar desde Suiza, fue transportado en ferrocarril y a lomo de mula cruzó los agrestes caminos que desembocaban justo en el filo de una montaña. Un gentío entusiasmado festejó la llegada del hermoso reloj que marcó puntualmente la hora en sus números romanos de color dorado hasta el día de 1938 cuando un violento terremoto atrofió la precisa sincronización de su maquinaria. Aquí empezarían las pruebas de fuego que tendrían que atravesar las parroquias de Aguadas, como si debieran superar distintos simulacros del juicio final anunciado en las escrituras.

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El reloj suizo sufrió algunas averías al estremecerse la tierra. Para repararlo, tuvieron que bajarlo de la torre con sogas y poleas. Después lo volvieron a enclavar en lo alto de la iglesia y allí mantuvo su tic tac hasta 1953, cuando un nuevo reloj de cuatro caras, traído desde Bremen, Alemania, reemplazó su demarcar del tiempo iniciando otra rutina diaria, la de reproducir con nitidez angelical el “Ave María de Lourdes”. El viejo reloj suizo fue trasladado hasta la capilla del Hospital y en 1962 las profundidades repetirían un borborigmo desastroso. El terremoto fue esta vez más violento. Algunas construcciones quedaron hechas polvo y otras recibieron tatuajes de oscuras grietas. La capilla del hospital hizo parte de las primeras, de ella no quedó nada, o casi nada, y después no hubo chance para la reconstrucción, de modo que el reloj suizo fue olvidado hasta el punto que hoy se ignora su paradero. Pero es cierto que la fe y la determinación humanas pueden ser más poderosas que cualquier circunstancia terrenal. De ello da cuenta el templo de la parroquia de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, ubicado a unas cuantas calles de La Inmaculada, y el cual se ha desplomado varias veces, erigiéndose más imponente en cada reconstrucción. Su edificación empezó en 1903 pero la obra no se mantuvo en pie por mucho tiempo, pues fallas técnicas hicieron que colapsara. Luego, cuando los errores fueron enmendados y una capilla amplia pero sencilla tomaba forma, un vendaval

sin parangón tumbó sus muros y lo redujo a escombros. Finalmente, el 9 de julio de 1919 Aguadas pudo inaugurar un segundo santuario para la adoración de Dios. Inicialmente, este templo consistía en una modesta capilla que en 1954, cuando fue creada esta parroquia, se transformó en el moderno templo de la actualidad.

La promesa del cielo

Haría falta un verdadero cataclismo para remover de Aguadas esa devoción incondicional característica de los pueblos arraigados en la cultura paisa, donde el ideal de virtud gira en torno a Dios, la familia y las buenas costumbres. Los personajes más acaudalados de la región no han escatimado en gastos para ratificar esta certeza, engalanando, a lo largo de años, aún más las iglesias. Porque si no fuera por esos benefactores desinteresados, que tal vez lo único que esperan es un puesto de primera fila en la entrada del cielo, los párrocos que han mandado traer las mejores obras de arte del exterior hubieran logrado muy poco. El templo de La Inmaculada es el mejor ejemplo. El magnífico mosaico que representa “La Última Cena” de Leonardo da Vinci y que acicala la mesa de mármol italiano del altar, se debe a la Fábrica de Mosaicos del Vaticano. La imagen

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de La Inmaculada, patrona de Aguadas, viajó desde Barcelona, España, la ciudad de Gaudí; La Dolorosa, imagen traída desde París, es el pago de una promesa que doña Juana Henao Rico mando al cielo para que su esposo sobreviviera a la mordida de un perro rabioso; la escultura del Señor Caído, tallada hace 130 años en un árbol de naranjo, fue puesta en esta tierra montañera por un rayo, al menos en sentido figurado, pues don Julián y don Segundo Medina la donaron al sentirse muy agradecidos de que el rayo fulminante que mató en una noche de tempestad a sus caballos los dejara a ellos intactos; y el órgano, orgullo principal de la parroquia, se le debe no sólo al párroco que lo imaginó colmando las naves del templo con melodías que imitan la música celeste, sino también al ejército de hombres y mujeres que participó en su traslado quijotesco desde la Península Ibérica. En los años 30 del siglo XX, trasladar un artefacto tan sofisticado requería una logística impresionante, y más todavía hasta un lugar que en ese tiempo seguía aislado del resto del país por caminos fangosos, selvas inexpugnables y profundos acantilados. El principal artífice de este traslado fue un caficultor de la provincia de Riosucio. Mandó traer el órgano de género romántico desde Bilbao, España, el cual ha permanecido intacto desde que fue ensamblado con sus 1.374 flautas apuntando a la bóveda por la cual aletean las dulces notas musicales los días en que Óscar Eduardo Valencia trepa las escaleras de caracol del campanario para tocarlo. Al sacristán de la Iglesia, Jorge Hernán Ramírez, las palabras se le recargan de orgullo cuando cuenta que el órgano es una joya y que sólo hay tres de su tipo en Colombia: “Uno en Popayán, uno en Bogotá y el que está en Aguadas, al que le han hecho varias restauraciones. La última costó 35 millones de pesos”, cuenta Jorge, dando a entender que el órgano es como el niño consentido del templo.

Multitudes errantes

Pero la verdad es que desde la baldosa más humilde del templo de La Inmaculada hasta el tesoro más valioso que posee, reciben un cuidado minucioso. Jorge Hernán es en parte el encargado de esta labor ardua. Madruga antes que cualquier gallo. Tiene un manojo de llaves soberbio, una de las cuales abre la puerta principal

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del templo. De 42 años que tiene, ha dedicado diez a su oficio con una disciplina de samurai: tarda más de tres horas en barrer la iglesia y una semana completa en asearla por completo; cada tres días sube hasta lo alto de las torres para darle cuerda al reloj de Bremen y, una vez al mes, vuelve a subir para aceitar sus cilindros y ejes; asiste a las 8 misas del día desde las siete de la mañana y espanta como puede el polvo de las 106 bancas y cinco confesionarios de la iglesia. En esta labor, por lo menos, recibe la ayuda de la bruma, que se condensa en diminutas gotas de agua sobre la madera. Tiene además un pasatiempo secreto: colecciona con paciencia fotografías del Aguadas antiguo, armando el rompecabezas exacto de su historia. Como si fuera un niño llenando un álbum de laminitas, invierte todo lo que puede armando el álbum propio que al sol de hoy tiene más de 500 fotografías restauradas. Con este trabajo ni la ruina ni el tiempo ni los cambios que va trayendo el progreso, pueden borrar las múltiples memorias del pueblo: la de los lugares donde fue fundado, la de calles que empezaron siendo intransitables caminos de barro, la de construcciones de las que ya no hay rastro y la de personajes memorables que se marcharon de este mundo pero que dejaron huella. Uno de los que más admira el Sacristán, es el presbítero José Domingo Mejía Mejía, párroco de La Inmaculada que guió la búsqueda espiritual de Aguadas durante 54 años entre 1880 y 1934. La historia de su muerte es un relato más de migración. Cuando Dios lo llamó a rendir cuentas, como se dice, su cuerpo fue llevado al pueblo natal, El Carmen del Viboral –Antioquia-, para la velación pero no para el


entierro. Éste sucedió en Aguadas que por esas cosas de la vida tampoco sucedió en su cementerio. Fue sepultado en la nave derecha del templo. 30 años después, para recalcar todavía más su memoria y su labor por la educación de niños y jóvenes, el párroco de entonces, Adalberto Mesa Villegas, mandó a tallar una fina loza de piedra para demarcar el lugar de su sepulcro. En letras nítidas de bajo relieve se puede leer parte de la historia de este hombre que ya es santo en el corazón de quienes aún lo recuerdan. Los domingos, cuando la iglesia es colmada hasta por dos mil personas, la tumba del padre Domingo es visitada por cientos de fieles que se detienen unos minutos y susurran plegarias. En Semana Santa la peregrinación es todavía mayor. Es como si en esta Ciudad de las Brumas subiera una marea de almas. Entonces el sacristán Jorge Hernán Mejía debe casi que multiplicarse. Él es el encargado de vestir las imágenes de unos dos metros de altura que saldrán de los cuartos en penumbras donde permanecen guardadas, para enfrentarse con los cánticos, salmos y rezos. Esos que florecen en la ruta al cielo que ansían las multitudes errantes.

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Parroquia de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá

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AGUADAS Y LAS LETRAS

DIEGO AGUDELO GÓMEZ MARGARITA ISAZA VELÁSQUEZ


Un pueblo de alta montaña en el territorio

DE LA FICCIÓN

El mundo, según los escritores de Aguadas, es una región brumosa, donde conviven sin anularse los sueños y las pesadillas, el amor y el terror, la infancia y la historia. En esta crónica, un recorrido por algunos de los hombres de letras que han sabido narrar a Aguadas.

L

os hijos de Aguadas que partieron en busca de finales y principios para completar sus aventuras, vuelven cada dos años, desde 1996, al lugar donde su imaginación empezó a rebosarse hasta no encontrar lugar en las calles estrechas de este pueblo de cordillera. Al Encuentro de Escritores Aguadeños llegan desde todos los extremos del país. Unos, a reencontrarse con una infancia de la que no han podido escapar; otros, a enfrentar recuerdos de viejos amores; unos más, los románticos, con la esperanza de caer en la trampa de unos ojos claros; algunos, los eruditos, con el afán de poner a prueba la historia, recogiendo los indicios que los siglos no han borrado; y también los melancólicos que simplemente desembarcan —como si uno pudiera decir desembarcar en estas altitudes— para ver cómo la niebla borra el pueblo, en un juego espectral y fantástico que se prolonga durante todo el día. Cuando en la cita de las letras no hay sillas vacías ni nombres que extrañar —sólo los de aquellos que ya se han ido de este mundo—, empieza una reunión de amigos en la que sobresale una indiscutible conclusión: los escritores de Aguadas nunca se han ido… Así sus ojos hayan visto las maravillas de la tierra o sus ocupaciones los hayan arrastrado al otro extremo del mundo, Aguadas permanece en el corazón de los tocados por la literatura, no con el halo de nostalgia que padecen los ausentes y desterrados, sino con la atmósfera certera que Ítaca hacía persistir en los sueños de aquellos marineros guiados por Ulises a través de los mares.

Los nombres de hoy y mañana

La constelación literaria de Aguadas está cruzada por no pocas líneas paralelas que construyen el contorno de varias realidades: la realidad histórica de un pueblo que fue, en su momento, eje vital del desarrollo de una región; la realidad de las ficciones que son testimonio y memoria de la idiosincrasia paisa; la realidad fantástica donde lo mítico subsiste con lo religioso y está en constante ebullición hacia el mundo tangible, y una realidad literaria donde la ficción, cargada de poesía, es el camino más corto que los autores encuentran para acercarse a la verdad del mundo o por lo menos a la versión menos dolorosa de ésta.

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De esta forma, hojeando páginas, registros, comentarios, notas de prensa, vagas biografías y estudios rigurosos, aparecen nombres como el de José Martínez Sánchez, poeta, profesor de bachillerato y autor de obras como Las pequeñas desdichas, El niño que se atrevió a volar y, entre otras, el enigmático volumen de cuentos Locos, topos y paralelebípedos. En esta exploración literaria también surgen Gilberto Duque Estrada, como el autor de sonetos muy arraigados en la identidad aguadeña; Javier Ocampo López, como el incansable historiador que registra para la posteridad las vidas y los momentos cruciales de Aguadas y de otras regiones del país; Francisco Giraldo y Lázaro Villegas, como fundadores de El Monserrate, el primer periódico del pueblo; Juan Ramón Grisales Echeverri como el hombre que le dio carne de papel y hueso de páginas al mito del Putas; y Vicente E. León aparece como el escritor romántico de sonetos dedicados a las “Princesas de la iraca” y el autor de María Elena, una novela de amor y de guerra, que es a Aguadas lo que María de Jorge Isaacs es a Colombia. Otros escritores de renombre local son Francisco Franco —Pachofra—, autor de varias obras sobre el pueblo como El Aguadas de ayer; María Doralba Arias, maestra de varias generaciones y creadora de versos y prosas; y Pablo González Rodas, destacado investigador de literatura. Aguadas está presente en ellos y ellos están presentes con sus letras cada vez que se celebra el Encuentro de Escritores Aguadeños. Allí, en la IV versión, llevada a cabo en 2006, se dieron cita aquellos que con su esfuerzo individual, y a veces sin saberlo, han permitido que su pueblo siga siendo cuna de amantes de la literatura y el arte en general. Y es que en Aguadas, los niños de las escuelas y colegios aprenden el amor por las letras desde antes de saber unirlas en una palabra. Los maestros del arte literario son los profesores de clase, los habitantes que se refugian de la bruma en las páginas de un buen libro y las mismas calles estrechas que se convierten en recuerdos de infancia, en materia prima para las historias que aún no han sido contadas. Un ejemplo de esta bella enseñanza es el Círculo de Periodistas Juveniles de Aguadas, que funciona en el Liceo Claudina Múnera desde hace más de 25 años. Los muchachos que hoy pertenecen a este grupo son testimonio


de lo que autores de otras décadas han construido, y son también promesa de una profusión literaria, de un orgulloso parnaso compuesto por sus creaciones y de un amor por el arte que seguirá llenando cada espacio de la ciudad encumbrada.

La palabra es el éxodo

León de Greiff es tal vez el Odiseo que más vagó por este mundo sin desprenderse de la Ciudad de las Brumas. Aunque nació en Medellín, Los seis años de su infancia transcurridos en Aguadas fueron más que suficientes para hacer en su alma una marca profunda que ardió hasta el final de sus días. Su padre, don Luis de Greiff, se había trasladado con su esposa Amalia Hausler, y algunos de sus hijos en busca de la fecundidad que esta región limítrofe de Caldas promete a los forasteros. El pequeño León de Greiff debió vivir una época muy intensa en la que cada día era un día de asombro. En muchos de sus poemas se intuye la presencia de Aguadas como una tierra prometida buscada incansablemente a través del versátil lenguaje que reinventaba todos los días, como si con ello hiciera viable o más cercana o más real la posibilidad del regreso. El éxodo de León de Greiff fue la palabra. Lo inició desde una edad temprana en un pueblo que lo tenía todo para alimentar las ensoñaciones de un genio: el paisaje glacial bajo una muralla de bruma, como un Londres de alta montaña, se apareó con una mitología extraordinaria, poblada de símbolos religiosos y leyendas nativas, para cimentar ese apetito creativo insaciable que a veces se aproximaba peligrosamente al delirio de Sergio Stepansky uno de sus más famosos seúdonimos.

¡Qué más que en Aguadas fue donde el gran poeta aprendió a leer y a escribir! Es válido imaginarlo leyendo a los poetas malditos de una forma intermitente. Adelantando el mayor número posible de páginas antes de extinguirse un pequeño cabo de vela o anticipando la arremetida de esa ceguera temporal que el viento de los Andes enhebra en las calles del pueblo. Y aunque en el calidoscopio de la obra de León de Greiff las obsesiones son incontables e incontrolables, dispersas, esquivas, de una belleza demente, fuertes y certeras, es recurrente que, encallada entre algunos versos, a la deriva entre ciertas estrofas, rutilante entre los misterios de la rima, aparezca Aguadas como un indicio que nunca se desprendió del poeta. Así queda demostrado parcialmente en los siguientes versos: Sin Brújula en la bitácora —bitácora non había—; soplando en mi chirimía una vez tomé la vía que va de Aguadas a Pácora Sin brújula en la bitácora. No a Pácora fui en esquife, tampoco a Titiribí. De Aguadas nunca salí. Desde siempre estoy allí varado como arrecife: No a Pácora fui en esquife. Si su biografía de azares estuviera basada solamente en este poema, predominaría la falsa idea de que León de Greiff nunca navegó el mundo ni conoció la amplitud de la tierra.

Encuentro de Escritorios Aguadeños, 2006.

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La identidad de un mito

Entre los nombres del salón de la fama de los escritores de Aguadas, el de León de Greiff es el que quizá ha trajinado un itinerario más complejo: sus poemas han sido traducidos a numerosos idiomas, y su obra tiene una rotación tan acelerada como la de cualquier planeta, pues cada tanto surgen ediciones compilatorias, antologías, estudios críticos, nuevas traducciones y nuevos homenajes merecidos. Pero no es el único mito de las letras de Aguadas. Otro hombre, casi contemporáneo de Gaspar de la Nuit, Leo le Gris o Matías Aldecoa, seudónimos del mismo de Greiff, escribió una obra que le labró un lugar en la memoria literaria del país y lo hizo bajo una identidad secreta. Sabrán los santos cómo llegaban las ediciones de los poetas malditos a la Aguadas de finales del siglo XIX, pero lo cierto es que Antonio María Restrepo los leyó y se quedó con ellos muy bien guardados en su cerebro, donde las ideas se hacían volutas, como el humo, y se juntaban en forma de versos de los cuales quedaba su respectivo registro en los libros. De no ser así, un Antonio María Restrepo no habría podido escribir versos como los consignados en Páginas Locas, una de sus primeras obras, donde la desazón del mundo riñe con la fascinación por lo desconocido y un ferviente sentido crítico de la realidad emerge entre líneas de lírica belleza. Una identidad más cercana al misterio debía hacerlo y por eso Abel Farina fue su nombre elegido para encabezar las portadas de los libros y sostener sus poemas. Abel Farina permaneció en el mundo apenas 46 años. Nació en 1875 y murió cuando Colombia apenas pisaba el umbral de los años veinte. Fue protagonista de la movida literaria nacional, especialmente desde Medellín, llamada en ese entonces Villa de la Candelaria, donde trabó amistad con personajes como el mismo León de Greiff y otros intelectuales ilustres como Efe Gómez, Gabriel Latorre o Tomás Márquez. Los intereses de Abel Farina lo llevaron a moverse con destreza en otros ámbitos distintos a la poesía. Su nombre tiene también un peso de oro en el campo de la política y los territorios del periodismo. Fue diputado a la Asamblea de Antioquia y jefe de redacción del periódico La Organización, de Medellín. Sin embargo, el compendio de sus versos y escritos ha demostrado ser más agradecido, dándole mejores méritos que los conseguidos en otras correrías. Y es que sus versos desnudan las emociones humanas, trazando un mapa universal del hombre y profundizando en los principales motivos de angustia: reconocerse a sí mismo, el anhelo de la gloria, la soledad, el mal, la muerte, la felicidad inalcanzable… Uno de sus poemas más conocidos, Orgullo, refleja muy bien el abanico de temas que Farina abarcó en su obra:

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En este desamparo de las grandezas con indomables odios a lo mezquino, clavo hambrientas miradas en mis tristezas y en las agrias revueltas de mi camino. Parece indiscutible que la niebla de Aguadas sabe filtrarse hasta lo más profundo del corazón, haciendo que los seres más sensibles pasen por la vida como un viento suave pero irrefrenable.

Un escritor del amanecer

No es vana la comparación de Aguadas con un Londres del trópico. Si el invierno sombrío produjo en esa ciudad obras como El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, los veranos de

Hernando García Mejía es uno de los escritores aguadeños más premiados en especial por su literatura para niños.


sol incandescente y tardes dilapidadas en el campo seguramente propiciaron obras como Alicia en el país de las maravillas. Y aunque los ciclos climáticos no son causa directa de las obras literarias, mucho tienen que ver en la disposición emocional de sus autores. Hernando García Mejía es tal vez el Lewis Carrol de Aguadas, incluso clasifica para ser un Robert Louis Stevenson, o sencillamente un García Mejía de Santiago de Arma. Nacido en 1940, este escritor tuvo muy claro desde el principio para quién escribiría. Hernando García Mejía no quiso abandonar nunca a los pobladores de su país de la infancia feliz y se dedicó a escribir historias fantásticas donde los personajes míticos de la cultura paisa tomaban vestiduras universales. De este modo, la patasola, el hojarasquín y el duende tienen en su obra el mismo rango que la medusa, el cíclope o el genio de la lámpara. El personaje más recordado de toda su literatura es Tomasín Bigotes, un valiente trotamundos que enfrenta los peligros más letales, supera pruebas tan difíciles como las de Hércules y se le mide a cuanto desafío imposible se le cruza en el camino. Tomasín Bigotes es la reescritura de una fábula común a muchas culturas. En otras latitudes alguien lo llamó Sastrecillo Valiente y lo rodeó de castillos y de hadas; en otros países es un Juan Sin Miedo, aguerrido y caballeroso; pero a fin de cuentas viene siendo la misma historia: la del hombre que, enfrentando sus temores, es capaz de imponerse sobre el mal. Entre las obras de García Mejía se cuentan El país de la infancia feliz, La estrella deseada y Cuentos del amanecer, además de otros libros de poemas. En todos ellos, las historias son transitadas por inolvidables personajes que fueron convirtiéndose en fuertes protagonistas de la tradición oral. Domingo Largavida, un hombre que no muere porque sus perros cada noche ahuyentan la muerte a dentelladas; y Pepito Quiebralotodo, un niño travieso que debe ser reprendido por el ángel de la guarda, son algunos de ellos. Los escritores de Aguadas, así como los personajes que ellos han creado, no sólo comparten una procedencia común. Unos y otros están comunicados por épocas, temas habituales, obsesiones compartidas, vivencias análogas, paisajes sinónimos. Quienes escriben en este pueblo de montañas saben que esa nublada región de los Andes será un hierro candente que deja marcas indelebles en cada línea imaginada, y es esta peculiar característica la que los enlaza y los hace regresar de vez en cuando al juego espectral que les propone su tierra natal, aquel lugar en que no existen linderos para los sueños.

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EDUCACIÓN

JUAN DAVID MURILLO HOYOS


También se cosechan

maestros

Tan excelso como el café aguadeño es la calidad de los maestros que allí se forman. La docencia en Aguadas es como una vocación que permea a todas las generaciones.

E

n Aguadas hay profesores que dicen haber trabajado “como 70 años” de sus vidas. Lo expresan a vuelo de pájaro, sin necesidad de contar con los dedos de las manos las dieciséis o más horas que constituían su jornada diaria, y sin sumar sábados o festivos laborados. Quienes los conocen dicen que son como santos. Tal vez por la serenidad con la que tienen que aguantar la algarabía en las aulas de clase. Tal vez por lo difícil que es “lidiar” con los muchachos de ahora. Tal vez porque es fácil encontrarlos organizando el Festival del Pasillo, las fiestas patronales o promoviendo cualquier causa benéfica en el pueblo o alguna de sus veredas. Se han ganado el calificativo de líderes. Otros parroquianos dicen que son verdaderas lumbreras, o que se las saben todas. Algunos aseguran que Dios les dio igual o más paciencia que a Job. Lo cierto es que sin tener rótulo de héroes, a más de uno ya le hicieron su escultura. Los inmortalizó Eugenio Lotero, un singular artista a quien muchos recuerdan por pasar sus horas en el parque principal de Aguadas. Allí, con un tronco de madera en una mano y una cuchilla en la otra, fue puliendo las formas de una Claudina Múnera y de una tal Carmelita García, que trabajó hasta el final de sus días.

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Una hilera de seres en miniatura que todavía se conserva en la Sala Eugenio Lotero de la Casa de la Cultura Municipal: “Claudina Múnera imprimió su vocación de maestra auténtica en las mujeres aguadeñas de ayer y de hoy. La Escuela Normal Superior y el Liceo ostentan su nombre ilustre para enseñar la verdad, la ciencia y la virtud”, reza la leyenda. A ella la llamaban la Mistral antioqueña porque le encantaba escribir, cultivar el idioma y participar en importantes congresos académicos al lado de reconocidos intelectuales. Nació en Caldas, el municipio de Antioquia, pero desarrolló su carrera en el departamentode Caldas. Quienes han seguido de cerca su vida afirman que sus discursos sobresalían por un minucioso cuidado del lenguaje y daban cuenta de una dama en todo el sentido de la palabra, bondadosa y tierna. Otros personajes que reposan en las paredes y parecen patronos de absoluta devoción son Samuel Duque, quien fue profesor del colegio de Varones y del antiguo Colegio Mayor Francisco Montoya, personaje este último que desde la Asamblea de Caldas impulsó la educación y cuyo nombre llevó el actual Colegio Marino Gómez por más de cinco décadas, a partir de 1940. Cómo olvidar a don Pedro Antonio Garcés, que durante 49 años fue rector de la Escuela de Varones, un decano o maestro de cuatro generaciones de aguadeños, al que el Gobierno


encargada de revisarles los cuadernos y organizar la formación. En los paseos le encomendaban que no dejara alejar a las más pequeñas, que les destapara el fiambre y que no dejara que ninguna le robara la comida a las otras.

Normal Superio

Fue una estudiante humilde que se graduó con honores. Le gusta escribir y leer, tanto como viajar por el mundo, y cada vez que tiene tiempo libre presiona el obturador de su cámara fotográfica para atrapar las montañas, el parque principal, las fachadas y la bruma de su tierra. Las medallas y diplomas otorgados por su connotada labor docente los tiene enmarcados como las más valiosas preseas: “Esa me la dio el doctor Andrés Pastrana”, dice señalando una entre la multitud. r de Señoritas

Claudina Mún

era

Nacional le entregó un diploma de honor el 20 de julio de 1910, durante la conmemoración del centenario de la Independencia de Colombia.

Vidas que han hecho historia

La memoria, que a ratos parece un baúl viejo, sigue soltando nombres valiosos. “Siempre que puedo le hago un reconocimiento a Rosa María López, mi primera profesora, quien fue mi plataforma de lanzamiento. Por su consagración me estimuló mucho”, comenta María Doralba Arias, una mujer de figura menuda, cabello corto, lentes de montura delgada y una piel blanca que parece de algodón. Tampoco olvida a Rosalba Villegas Ramírez ni a Ofelia Calderón Salazar, a quienes atribuye su gusto por la escritura y el cuidado del idioma. Habla con lentitud, como si sus palabras fueran una suerte de filigrana que fácilmente se podría estropear. Cuando estaba muy pequeña, esas maestras le confiaron la nivelación y el cuidado de otras compañeras. En el patio era la

Le hubiese gustado estudiar periodismo. Pero para la época en que terminó el bachillerato eran pocas las oportunidades económicas y optó por seguir el camino del magisterio, que recorrió por casi 40 años. Tuvo tres hermanas que también siguieron esta senda, motivadas por mejorar sus ingresos. Se encontraron con una de las profesiones más bonitas del mundo, aunque a veces un tanto malagradecida. Ella misma la define como un apostolado al servicio del hombre y para el hombre. Dice que por las calles de Aguadas corre una verdad en voz baja;: “Ninguna Normal ni ninguna Facultad de Educación prepara maestros como los que nos formamos en las décadas del 60, 70 u 80”, y argumenta que los profesores de ahora tienen muchas tareas operativas que los alejan de los procesos de enseñanza y aprendizaje y, por tanto, de su verdadera labor. Cada que alguien pregunta por alguno de los docentes más importantes del municipio, se pronuncia el nombre de María Doralba. Hasta los más jóvenes saben de ella porque durante 23 años fue rectora del Liceo y durante dos más dirigió la Escuela Anexa.

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tio que l Liceo en el pa Estudiantes de mal Superior or N a n la Escuel comparten co era. Claudina Mún

Se retiró del oficio en 2005, cuando trabajaba en el Liceo Claudina Múnera. En esa época la consideraban la rectora que llevaba más tiempo en ese cargo en el departamento de Caldas.

También egresaron con beca de excelencia Jorge Hernán Franco Gallego, quien trabajó como asesor del Ministro de Educación, y Mauricio Henao Giraldo, quien estudió en universidades de Brasil, India e Italia.

Siendo apenas bachiller viajó a Medellín, donde junto a un grupo de religiosas fundó el Colegio Femenino La Consolata. Allí comenzó a dictar Lengua Castellana y al cabo de tres años regresó a Aguadas a seguir “haciendo hoja de vida”.

Bajo el cielo aguadeño también se educó José Antonio Villegas Villegas, quien fue el primer estudiante becado por el Municipio y padre del periodista Alfonso Villegas Restrepo, fundador del periódico El Tiempo; de doña Lorencita Villegas de Santos, esposa del expresidente Eduardo Santos, y de Carolina Villegas, madre de Fernando Mazuera, exalcalde de Bogotá.

Por puro capricho del destino se convirtió en jefa de quienes años atrás le habían dado clase. Fue un día cualquiera en que la llamó la Secretaria de Educación Departamental, Dilia Estrada, quien la instó a regresar para trabajar como rectora. Además fue profesora de castellano, filosofía, psicología y hasta de antropología. Por momentos sus ojos brillan como ríos. Allí flota la nostalgia de quien en 1996 fue testigo del proceso de separación del Liceo y la Normal Superior Claudina Múnera. Uno de los mejores estudiantes que tuvo el municipio fue vicecónsul de la República. A Jorge Hernán Jaramillo Carmona lo recuerdan como un joven inquieto, que desde muy temprano soñaba con la carrera diplomática. Luego de concluir sus estudios de Ciencias Políticas e Idiomas comenzó a trabajar con el Gobierno Nacional e intervino en las relaciones internacionales con varios países.

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La experiencia hace al maestro

“Aguadas es semillero de maestros, y los hay en todo el departamento y el país. Nos quedamos estudiando acá y realmente nos enamoramos de la educación. Fue bonito trabajar con el material humano, que es el más importante”, afirma María Doralba, quien cuenta que a diferencia de muchos compañeros, nunca trabajó en zona rural. Por los senderos empolvados varias historias de sacrificio y abnegación dejan huella. El olor de la hierba y los sonidos del campo acompañan a muchos docentes aguadeños que tienen que “hacer patria” en diferentes veredas de la localidad. Eso de enseñar a leer, sumar y multiplicar es complicado cuando los párpados pesan, cuando el sol respira en el cuello y las articulaciones parecen reventar


por cuenta de los largos trayectos a casa, que duran dos, tres, cuatro o más horas. Como no hay cuerpo que resista ante tanto trajín, muchos de los maestros aguadeños tienen que conformarse con ver a sus familias cada ocho o quince días. Es allí cuando los pies se arrastran sobre el pantano seco, las posaderas duelen de tanto rebote sobre el lomo de las bestias y los cuerpos se mueven al vaivén de las coloridas escaleras. La mayoría de “profes” de zona rural tienen que utilizar, en su totalidad, los anteriores tres medios de transporte. Afuera de los salones de clase el verde de las montañas se hace más intenso. Por las ventanas se filtra el olor de la leche fresca y el café a punto de recolectar. Para Humberto López es un aroma bastante familiar ya que lleva 15 años en el oficio. En la primera escuela que trabajó no había luz eléctrica, el camino era totalmente destapado y el frío roía los huesos. Tenía que caminar una hora para llegar a este lugar donde hacía las veces de profesor, rector, aseador y hasta psicólogo de sus alumnos. Sus manos recuerdan el calor del termo en el que diariamente cargaba el almuerzo, en una época en la que el restaurante escolar sonaba a utopía. Esa primera escuela se llamaba Santa Inés y estaba ubicada en la vereda del mismo nombre. La cerraron cuando se quedó sin alumnos por cuenta de las presiones de los grupos armados. Llegó allá en una época en que la sociedad no veía con buenos ojos eso de que los hombres se dedicaran al magisterio. De hecho muchos padres de familia sacaron a sus hijas de la escuela por pura desconfianza. A Humberto no le quedó más remedio que iniciar un recorrido puerta a puerta hasta que logró hacerlos cambiar de opinión.

Acostumbraba a dictar clase hasta las tres o cuatro de la tarde para emprender el camino de regreso, antes de que el sol se acostara. Tenía que dormir en la escuela, como lo hacen tantos profesores hoy en día. Allí las noches parecían de 24 horas, sin siquiera luz eléctrica ni teléfono. Ahora con los celulares todo es diferente, dice. Tener un radio o un libro era casi una bendición del cielo pues hacía más cortas aquellas veladas. Conoce el caso de un profesor de la vereda Guayabal que se queda hasta 15 días en la zona debido a que lo separan dos horas de camino de su casa. Prefiere quedarse allí, pues si viajara diariamente su sueldo se le iría en pasajes. La profesión también les resulta complicada a quienes trabajan en La Arabia, la escuela más lejana de Aguadas. Está a dos horas en carro y otras cinco horas a pie. Para llegar allá generalmente las maestras se iban por Salamina, San Félix y de allá tomaban un carro hasta cierto punto. Luego montaban en bestia durante unas dos horas. A pesar de todo, Humberto sabía que lo suyo era el trabajo en el campo. No con el azadón ni ordeñando vacas, sino con una labor que le permitiera superarse y ayudar a los demás. Escapó de su casa cuando estaba en sexto grado porque su padre no estaba de acuerdo con que ninguno de sus hijos varones siguiera estudiando. A él y sus hermanos los sacó de la escuela cuando consideró que tenían edad y conocimientos suficientes para empezar a producir. Por su cuenta, Humberto se fue a estudiar al Colegio Marino Gómez y como tantos egresó de la Normal. “En lo rural desertan muy fácil, sobre todo los hombres, a quienes consideran que

Pinturas y afiches, obra de Aníbal Valencia Ospina.

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sirven más en la casa. Por lo general acostumbran a salirse porque les llama la atención que los papás les den un cafetalito y empezar a ganarse alguna platica para sobrevivir”, comenta. Humberto trabajó un año y medio en zona urbana y no le gustó. Es categórico al afirmar que su vocación es el campo. Por eso lo respira, lo vive.

Cuando Aguadas se llenó de “profes”

Cuando el entonces alcalde Francisco Franco, “Pachofra”, y el padre Reinaldo Gómez convirtieron el Colegio Oficial de Señoritas en Normal, en Aguadas se comenzó a escribir otra historia. Al ver que no tenían que trasladarse a Manizales a estudiar, las mujeres dejaron de lado el delantal, el hilo y la aguja. Eso de ser ama de casa no era para todas y muchas sentían que no era el momento de formar un hogar. En medio del alborozo y júbilo de la comunidad, en 1958 se graduaron las primeras 15 normalistas y lo que sobrevino fue una cosecha imparable de docentes en esa tierra tan próspera para el café y la iraca. Sólo hasta comienzos de los años setenta se graduaron los primeros hombres normalistas. Uno de ellos fue Santiago Osorio, dedicado a la vida misionera en las selvas africanas. Fueron las últimas noticias que tuvieron de él. También se graduó Javier Arenas, quien ya falleció y Hernando Patiño, que se dedicó a dictar conferencias de motivación. Primera banda de músicos de Aguadas, dirigida por el maestro Bertulfo Sánchez, quien aparece al costado derecho en la parte inferior.

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En los salones y patios de recreo hay muchachos que alimentan sus sueños. La tradición es un círculo que no se cierra. Quieren gozar del prestigio que tienen sus maestros y también conseguir unos ingresos económicos que les den estabilidad a ellos y a sus familiares, más allá de lo que puedan ganar tras el mostrador de una cafetería o una farmacia local. Entre ellos se cuenta Diego Fernando Arias Giraldo. Es robusto y lleva el cabello casi al rape. Carga un morral atiborrado de libros y cuadernos, no de física, ni trigonometría, sino relacionados con evaluación y planes de mejoramiento; currículo, estándares y competencia; y modelos educativos rurales. “Siempre he tenido este gran amor, he estado vinculado al trabajo con los niños. Considero que son una de las poblaciones que más necesita de personas jóvenes porque ellos conocen su realidad”, La semilla de sus maestros ya dio frutos.


MÚSICA

MARYLUZ PALACIO ÚSUGA


“Y entre coplas

te haces feliz”

Aguadas es un pueblo cultural por antonomasia. Ya sea en música, danza o teatro, las artes han estado tan unidas a este pueblo como la luz al sol. En este texto, un repaso a las diferentes expresiones artísticas que han engalanado a nuestro municipio. El tiple dejaba escapar sus notas al contacto de las ásperas manos de aquel hombre que antes de tocarlo había empuñado un azadón. Instrumento y herramienta se complementaban, pues en cualquier sitio, ya fuera casa, cantina o calle, la fiesta se prendía. Los sonidos melódicos de la bandola y la guitarra intervenían a su tiempo, guiados por el oído intuitivo de aquellos hombres que inmortalizaban las notas en la mente de quienes les rodeaban, escuchaban y hacían que al final un sonoro aplauso hiciera eco en el sitio en donde estuvieran.

la que hombres y mujeres hacían de cualquier ocasión una excusa para emparrandarse y divertirse con sus vecinos. Uno de los más animados para el jolgorio era “Ño perrita” del que nadie sabía su nombre verdadero, pero que sacaba los sonidos agudos de su tiple y con su orquesta Bandurria amenizaba las reuniones de los aguadeños que desde siempre habían llevado la música en su sangre, tanto que no importaba que las copas ya sin licor estuvieran sobre la mesa, sus tertulias musicales no parecían tener fin.

Alguna vez se dijo que los habitantes de Aguadas tenían una predisposición natural para la música ¡y eso sí que es cierto! El frío de cada noche no importaba, pues se sorteaba con un buen trago de aguardiente que avivaba el espíritu y el sentimiento de estos hombres, cuyas veladas empezaban muy temprano y terminaban muy tarde, con la salida de las primeras luces y con la aparición de la bruma que se hacía presente allí quizá para disfrutar de sus creaciones musicales.

Tras una noche de melodías, las cantinas y las casas abrían sus puertas cada mañana, pues el gusto musical de los aguadeños quería hacer eco en las calles del pueblo, quería llegar a las verdes montañas que se extendían imponentes a lo lejos, quería retumbar en lo más profundo del corazón y tatuarse en la mente de todos.

Corrían los últimos años del siglo XIX y el ímpetu melodioso caracterizaba a los aguadeños. Una época, como ahora, en

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Melodías de carriel

Y como la música en Aguadas era sinónimo de vida y regocijo, era todo un placer distinguirlos a lo lejos cuando comenzaban a subir por las empinadas calles. Su mulera, el sombrero, las alpargatas y el carriel hacían parte del atuendo perfecto para una noche más que alegre, en donde las canciones y el licor se intercambiaban. Eran doce hombres y conformaban la banda de Los Carrielones, comerciantes unos, agricultores otros. Gabriel Giraldo los dirigía; ellos, dotados de un oído solo digno de músicos innatos, aprendían las letras e interpretaban las canciones con sus instrumentos, no importaba que estuvieran rotos, pues cuenta la historia del pueblo que Los Carrielones tapaban los orificios con cera de abejas y con orgullo tocaban cuando un paisano regresaba a su tierra, en la celebración de los cien años de Aguadas, e incluso en la inauguración de la planta eléctrica que iluminaría las brumosas noches. Pero en Aguadas no sólo las letras de canciones movían las fibras del corazón: entre acompasados y saltarines los sonidos del bambuco, el pasillo y la música parrandera se metían en el cuerpo y hacían que los aguadeños buscaran un espacio dónde bailar. Para el año de 1910 y a pesar de que la música continuara expresiva y vital, los instrumentos de Los Carrielones dejaron de sonar, pero no se acallaron las voces de cientos de aguadeños que le ponían música a lo que fuera y que años después formaron otras bandas para continuar con el legado musical.

Hermanos Hernández: canciones que salieron de aguadas

Los años pasaron y aunque la banda de Los Carrielones no se escuchara ya por las calles del pueblo, la música seguía vigorosa en cada rincón y en cada voz aguadeña. Ejemplo de ello eran Héctor, Gonzalo y Pacho (Francisco), los Hermanos Hernández de admirable capacidad para tocar la guitarra, el

tiple y la bandola deslizando sus dedos sobre cada una de las cuerdas para alcanzar la perfección en cada nota, la misma que se complementaba con los versos de temas de la música criolla de Pedro Morales Pino y de Emilio Murillo y de composiciones propias que les cantaban al amor, a la tristeza y a la belleza de las mujeres, erizando la piel del pueblo que se sentía vivo y orgulloso con cada canción. Pero cómo el resto del país y del mundo podrían privarse de los sonidos de un armonioso tiple, de una rápida bandola y de una cadenciosa guitarra. Así, un día cualquiera del año 1921, esas mismas calles que fueron testigos de sus notas, su sentimiento y su fuerza musical vieron el adiós de los Hernández. Sin más equipaje que sus canciones, decidieron cambiar las serenatas que entre inspiradoras y melancólicas cantaban a Aguadas, para lanzarse a un mundo desconocido en el que se harían famosos con sus melodías. El camino que emprendían aunque lejano y pedregoso tenía una razón, un sueño que al principio parecía perderse en la bruma, pero que fue tomando forma cuando los aplausos, antes sólo de sus paisanos, se convirtieron en las del planeta entero. Su equipaje, aunque liviano en peso, estaba cargado de música, ¿qué más podría necesitar un aguadeño? Por ese entonces, cuando ya eran conocidos como Arpa del Ruiz, la aventura mostró su travesía y los sedujo a conocer un universo nuevo que se abría ante sus tonadas sencillas pero sentimentales. Intercambiaban música por posada y en los hospedajes caminos los huéspedes se deleitaban con sus voces, que entre alegres y románticas llevaban en cada nota la herencia y el orgullo de Aguadas: la música. Los Hermanos Hernández fueron los primeros embajadores de la música colombiana en el exterior y engalanaron por años escenarios del mundo entero.

Imágenes del archivo fotográfico de la familia Hernández Henao.

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Entre el sentimientO y la picaresca

Los Hernández murieron pero la música continuó viva palpitando en la voz de cada aguadeño. Uno de estos personajes era Eduardo Franco quien se dejaba contagiar por esas letras que más tarde interpretaría. Donde hubiera una parranda allá iba a dar, a escuchar esas canciones del Dueto de Antaño o de Los Trovadores de Cuyo que llenas de versos afligidos cantaban las historias inspiradas en el pueblo. Pero sus ánimos artísticos se quedaban en anhelos al no tener un instrumento para tocar y, menos, dinero para comprarlo. Un domingo despertó con el ingenio creativo y se fue para un aserradero, tomó las tablillas que sobraban y unas puntillas y con unas cuerdas viejas hizo su guitarra. Quedó cuadrada. Con el paso de los años, Eduardo reemplazó la guitarra cuadrada por una nueva, que con las cuerdas en su lugar y a la medida perfecta le permitía poner magia y ritmo a las letras que él mismo componía, y tocar notas como las del bolero Canción del alma: “No sé como he podido estar, tanto tiempo lejos de ti, no sé cómo he podido esperar, y poder resistir; yo vivo y tú lo sabes, desesperado y triste, y desde que te fuiste, no sé lo que es vivir, no sé lo que es vivir sin ti”. Eduardo junto a Jesús María Orozco y Ramón Aguirre conformaban un trío que se reunía en torno a las canciones. Ellos intercalaban los bailes con las tonadas de viejos temas que cantaban a la vida de manera distinta: boleros de corte amoroso y de sensual lentitud, pasillos de

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ritmos ligeros y saltados, bambucos acompasados que se escuchaban altivos y expresivos, y ritmos parranderos que alegraban cuerpo y mente. Al tiempo, dotados de un espíritu picaresco, las trovas repentistas sacaban las carcajadas de todos, pues cantaban a su vida cotidiana exaltando el amor y la belleza de sus mujeres, o bien, burlándose de sus paisanos; una de ellas decía:

Voy a contarles una cosa la que a mí me sucedió (bis). Por estar chupando trompa mi suegra me regañó (bis). Yo le dije no haga caso es que me pienso casar. Con la platica que ella gana yo soy capaz de mercar. En las conversaciones de los aguadeños eran populares los nombres de Obdulio Sánchez y Julián Restrepo, quienes conformaron el dueto Obdulio y Julián; o Gerardo Lotero, Javier Sánchez y Alfonso Jaramillo Estrada, éste último conocido como “Achirillo” y trompetista de Los Pamperos. De sur a norte, de oriente a occidente, o para ser más concretos en toda Aguadas se hablaba del ingenio de los compositores nacidos en el pueblo y las notas se hacían melodías en los nombres de Felisa Osorio, Las Hermanas Londoño, Mariela López, Los Murillo, Abelardo Acevedo, William Galvis, Pastor Bedoya, Gregorio Becerra Duque, Samuel Téllez, que junto a muchos otros hicieron parte de una lista más que amplia de mujeres y hombres que pusieron en práctica una de sus mayores cualidades: voces e interpretaciones cálidas, melodiosas y expresivas que harán recordarlos con orgullo y agradecimiento.


El arte musical: legado para otras expresiones

Así como hoy, la música estaba tan presente en Aguadas que mientras muchos buscaban las notas para sus versos, otros, impulsados por esa vena artística que los caracterizaba, montaban obras de opereta y zarzuela. Fue el caso de la Compañía Aguadeña de Zarzuela, que por el año de 1947 con representaciones en las que cantaban, danzaban y actuaban, vivificaban a su pueblo en obras como El soldado de chocolate y Alma en pena. Eran representaciones que se desarrollaban entre lo jocoso, expectante y doloroso. Las tertulias sonoras se complementaban con charlas sobre cine y teatro, pero contrariamente a la inspiración musical que pervive en el tiempo, expresiones como la zarzuela y el cine desaparecieron de Aguadas por falta de dinero. Sin embargo y aunque han pasado décadas, José Sánchez Echeverri, cineclubista de formación y apasionado por el arte, quiere rescatar el interés de los aguadeños por el cine. José es un abanderado del cine club Rialto, que lleva el nombre del desaparecido Teatro Municipal Rialto; en el cine club conformado por un grupo de amigos no sólo se proyectan películas sino que se crea toda una discusión en torno a ellas. La herencia y la tradición fiestera que los identificaba hizo que los aguadeños exploraran otros ritmos y comenzaran a sacudir su cuerpo al compás de la cumbia de aire zambo y alegre, del mapalé erótico y acelerado y de la jota humorística y brincada. Pero volviendo a sus aires propios, los ritmos acompasados del pasillo revivieron sus raíces musicales e hicieron que con el tiempo el grupo de danza Cacique Pipintá, dirigido por Hernando Valencia Aguirre, dejara escapar los bailes de su tierra y realizara encuentros de danza municipales y nacionales.

calles, exhibiendo gran elasticidad y concentración. Dirigidos por Diego Wilson Morales andan montados en zancos de hasta un metro con setenta de altura, y montan obras alusivas a su máximo referente: El Putas de Aguadas. Los tiempos han cambiado. Es sábado 16 de febrero de 2008, han pasado 200 años de historia y de música; de la banda de Los Carrielones, conformada por hombres campesinos que improvisaban sus instrumentos, quedan más que recuerdos: queda herencia musical. Los Carrielones abrieron la senda para otras bandas galardonadas por sus trabajos musicales y que evolucionaron en el tiempo. Ahora son jóvenes de trece, catorce y quince años que tocan desde un fiestero porro hasta un bohemio jazz, pasando por los infaltables pasillos y bambucos como muestra permanente de su riqueza musical. A unos cuantos pasos de la iglesia de La Inmaculada, la banda de jóvenes que lleva el nombre del colegio, Marino Gómez, interpreta con especial concentración las partituras, pero hay algo que los diferencia de sus antecesores: sus manos no están ásperas y en vez de azadones han cargado libros; a su vez hay algo que los une con sus antepasados: ellos prenden la fiesta en cualquier sitio ya sea fuera o dentro de Aguadas. Al tiempo hay otro símbolo, quizá el de mayor unión: al igual que sus antepasados llevan la música en cada fibra de su cuerpo. En esta noche fría y brumosa de sábado, en un costado del parque principal del pueblo, las luces puestas por todos los sitios iluminan los nuevos rostros de la música aguadeña, que permaneció en el tiempo y que vivirá por siempre en las voces y en las manos de su pueblo.

La música y las danzas tradicionales se mezclaron con otras artes, como el teatro. la modernidad trajo consigo el teatro callejero, y la nueva generación de teatreros presenta orgullosa sus obras al compás de los pasillos y demás corrientes musicales heredadas. Son veinte jóvenes, que con ropajes anchos de colores llamativos que van desde el amarillo hasta el rojo, pasando por azules y verdes fluorescentes, desafían el desnivel de las

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Los Hermanos Hernández: Óscar, Gonzalo y “Pacho”.

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EL PASILLO

JUAN CAMILO JARAMILLO ACEVEDO


VIAJE AL CENTRO

DELPASILLO

De la tristeza a la esperanza. Un recorrido por ese ritmo que tanto nombre le ha dado a Aguadas en el país, y por tres de sus magnos representantes: los hermanos Hernández. 1.

- ¿Está seguro? - Claro, hombre –dice el sepulturero-: ésta es la tumba de los hermanos Hernández. Resulta difícil de creer. ¿Cómo es que este bloque de cemento a ras de tierra, sin inscripción alguna, sin flores frescas ni marchitas, sin mayor honor, sea la tumba de los primeros exponentes internacionales de nuestra música andina? - Pero parece que la van a restaurar – comenta el sepulturero al ver mi decepción. - Parece, claro –digo entre dientes, irónico, algo triste. Es un sábado gris en Aguadas. Un sol que desde aquí se ve blanco como una luna llena se esconde tras la bruma. No sabe uno si va a llover o no. El clima en este pueblo es engañoso. - ¿Y usted sabe quiénes fueron? –le pregunto al sepulturero. - ¿Quiénes? ¿Ellos, los Hernández? Claro, hombre –dice con orgullo-: unos músicos los verracos. - ¿Pero los ha escuchado?

Esto es, en general, lo que se sabe en Aguadas sobre los hermanos Hernández. Acaso algunos sepan que recorrieron continentes ofreciendo recitales o que inventaron instrumentos, pero de su música se conoce muy poco. Casi nada. Pienso entonces en una de las prosas apátridas de Juan Ramón Ribeyro, aquella que dice: “Como el centenario, nada nos llevaremos, ni la ropa sucia, ni el tesoro. Algunos dejarán la obra, es verdad. Será lindamente editada. Luego curiosidad de algún coleccionista. Más tarde la cita de un erudito. Al final algo menos que un nombre: una ignorancia”. Y digo: mi primer encuentro con el pasillo en Aguadas tiene el sabor de la tristeza.

2.

Salgo del cementerio caminando entre la bruma, pensando en los Hernández. Verracos, ellos, sí. Héctor, Gonzalo y Francisco, los tres reyes magos de la música colombiana, como alguna vez fueron llamados. Máximos cultores del folclor indoamericano, los calificó en su momento el periódico New York Times.

El sepulturero guarda silencio. Piensa. Y dice: - Pues la verdad, no. Pero que fueron unos verracos, fueron unos verracos. Eso es lo que dicen.

Aguadeños los tres. Héctor, el mayor, nacido en 1898, llegó a considerársele como el mejor guitarrista latinoamericano; Gonzalo, nacido un año más tarde, compositor insigne e instrumentista eficaz de su tiple polifónico; y Francisco, también compositor, elegante en su bandola, nacido en 1903.

Detalle del mural de Carlos Osorio ubicado en el ingreso de la Alcaldía.

Ellos, los hermanos Hernández, bastante aventureros, aprendieron a tocar desde muy chicos gracias a su madre y a sus tíos, hicieron parte del coro de la iglesia de este pueblo, ofrecieron sus primeras serenatas por las calles coloniales de una Aguadas aún campesina, amenizaron bautizos, matrimonios y cumpleaños. Crecieron, en fin, en esta tierra de bruma y pasillo, en la Aguadas serena de principios de siglo. Hasta que en 1921 marcharon hacia Manizales y otro panorama se abrió ante sus ojos. El talento de este trío no pasó desapercibido y comenzó entonces una época de conciertos y de viajes, época que duraría más de 20 años y que los llevó a conocer otros ritmos y países. De Manizales a Honda, de allí a Barranquilla, de Barranquilla a la Costa Atlántica, de un lugar a otro, los hermanos Hernández ofrecían conciertos que fueron siempre aplaudidos ya fuera por sus buenas interpretaciones o por el innovador serrucho melódico, un invento de Héctor consistente en sacarle notas armoniosas a un inocente serrucho, notas que bien podían llevar la melodía de una obra clásica, de un pasillo o de un ritmo costero. “¡En las raras lamentaciones de un simple serrucho

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Membrete de los hermanos Hernández.

de carpintero, se escapan sonido quejumbrosos, semihumanos… melodías emotivas… acariciantes…”, escribiría maravillado un periodista mexicano luego de uno de los conciertos.

primeros artistas en Colombia en sacar la música andina a todo el mundo, de inventar instrumentos como el serrucho melódico y el botellófono, y de aprender a tocar otros como el split, el xilófono o el violín chino”, me comentaría luego Gustavo Jaramillo, uno de los pocos aguadeños conocedores de la obra musical de estos intérpretes.

Los hermanos Hernández viajaron por Venezuela, Colombia, Costa Rica, Puerto Rico, Haití, Santo Domingo, Cuba, México… Alternaron presentaciones con artistas de la talla de Margarita Cueto y Agustín Magaldi, fueron amigos de Carlos Gardel. Sus conciertos eran una mezcla de música clásica, música colombiana y música de la región que visitaban. Así, podían comenzar con arias de ópera como la Visi d´arte de Tosca, en el intermedio interpretar el pasillo Cadenita de Oro y terminar con Juan Talamera, si estaban en Cuba, o con Allá en el Racho Grande, si el concierto era en México.

De regreso a Colombia, a principios de los años cuarenta, fundaron la sociedad Sayco, por la defensa de los derechos de autor, y una academia de música en Bogotá. Pero en 1948 llegaría la muerte de Héctor, lo que le dio fin al trío. Hacia 1958 murió Gonzalo y 12 años más tarde Pacho. “Y ahora uno a va a su tumba y se pregunta: ¿así es como termina todo?”.

Esta capacidad de adaptarse a los ritmos de cada país, esa mezcla de clasiquismo y sonidos populares, su interés por aprender a tocar nuevos instrumentos, les dio un aire universal a sus interpretaciones, siempre resaltando el hecho de que eran colombianos. “Los infinitos matices de una orquesta reproducidos magistralmente por un tiple, una bandola y una guitarra colombianos”, escribió acerca de ellos el periodista Dan Malone del periódico Filadelfia Inquirer.

3.

Parece que va a llover. Aún así, en el parque de Aguadas todo es revuelo. Es el lanzamiento de la celebración de los 200 años y un olor a fiesta se siente en las calles. A mi lado, bajo el techo de una fonda de paja, José Sánchez se toma el primer aguardiente de la noche; lo acompaña Hernando Valencia. Ambos son dolientes de la cultura de este pueblo y conocedores de ese evento que tan buen nombre le ha dado a Aguadas en el país: el Festival Nacional del Pasillo Colombiano. - De todas formas, a pesar de ser un pueblo musical, no es que Aguadas tuviera una gran tradición pasillerista –dice José mientras se saborea el trago-. Pero teníamos a los hermanos Hernández, que habían compuesto pasillos, y

De México pasaron a Estados Unidos, donde vivieron doce años y se desarrolló la parte más importante de sus carreras. Debutaron en Broadway, musicalizaron películas como Ramona y Simón Bolívar, llegaron a tocar en teatros tan conocidos como el Capitolio, el Paramount, el Palacé, el Rivoli y el Roxy, y en ciudades como San Diego, Tucson, Denver, Chicago, Cleveland, Miami y Atlanta, entre muchas otras; grabaron canciones para la R.C.A. Victor y la C.B.S, e incluso ofrecieron recitales para la Unión Panamericana y frente a presidentes de Estados Unidos como Herbert Clark Hoover y Franklin Delano Roosevelt. El Gobierno colombiano los nombró agregados culturales y divulgadores oficiales de la cultura musical de nuestro país. Luego, ofrecieron conciertos en ciudades de Portugal, España y Francia (Marsella, Lyon, Niza, Burdeos, Estrasburgo, Grenoble y Ruan); viajaron por Italia, Inglaterra y el norte de África, y en Suramérica ofrecieron recitales en Brasil, Uruguay, Argentina, Chile, Perú y Ecuador. “Los hermanos Hernández son a su tiempo lo que son hoy Juanes y Shakira, con el agregado de valentía, de su capacidad de abrirse caminos, de ser los

l álbum de la Fotografía de

ndez. familia Herná

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entonces Marino Gómez se montó en la idea de hacerles un homenaje con este festival. Eso fue en 1990. Marino, un hombre cívico y recordado en el pueblo por ser el rector del colegio Francisco Montoya durante 26 años, no vivió para ver el primer festival, que se realizó en agosto de aquel año, pero dejó bases sólidas para que se hiciera. - Y fue toda una fiesta –complementa Hernando, sirviéndose también su trago-. Hubo danzas, músicos de varias partes del país, formas de pasillo que no conocíamos. Tiene razón. Desde un inicio el Festival, que duraba tres días, demostró calidad. Demostró, sobre todo, que el pasillo no era un ritmo menor que se interpretaba sólo con guitarra, tiple y bandola, sino una música que bien podía ser lenta o rápida, para solista o agrupaciones, que aceptaba adaptaciones, instrumentos sinfónicos e influencias del jazz o el bosa nova. - Nosotros, por ejemplo, creíamos que sabíamos bailar pasillo, pero mentira. Cuando vino Riosucio nos mostró lo que era el pasillo enmarcao, arrebatao, arriao, formas de bailar que a pesar de ser autóctonas del país no conocíamos. Hernando sabe por qué lo dice. Ha sido director del grupo de danzas Cacique Pipintá desde hace años. Se sirve otro aguardiente y comenta con José: “Lástima que las danzas solo estuvieran en los primeros festivales”.

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Afuera comienzan a caer las primeras gotas de agua. Apurada, la gente busca las casetas para reguardase. En una tarima ubicada frente a la Alcaldía, la banda de música del municipio se alista para tocar. José ya se ha tomado tres tragos y sus ojos empiezan a ganar brillo. Trata de recordar una a una las quince ediciones del Festival del Pasillo, las buenas y las regulares, y al final concluye: - Lo mejor es que con el festival nos dimos el lujo de tener lo más granado del país en música e investigación sobre el pasillo, los jurados siempre fueron excelentes y ni hablar de los intérpretes. Aguadas ganó un buen nombre, y logramos que vinieran hasta cuatro mil personas a este pueblo y más de 200 músicos por cada edición. Lo malo, hay que decirlo, es que a pesar de todo esto en Aguadas no se baila ni se escucha pasillo, y la gente de acá del pueblo que va al coliseo a ver las presentaciones no es ni el diez por ciento de los asistentes. Casi todos son de afuera. En eso tenemos que trabajar. Hernando asiente con la cabeza. Entonces caigo en la cuenta de que tienen razón, de que en los días que llevo en Aguadas no he escuchado un solo pasillo. Suena paradójico, me digo... Aunque casi de inmediato, como si una fuerza divina quisiera contradecirme, los bafles de la fonda en la que estamos comienzan a resoplar una canción lenta, cantada, clásica: Las acacias, que hace parte de ese tipo de pasillo que se hizo popular en el país porque fue del que más sonó en la radio. “Se marcharon unos muertos y otros vivos que tenían muerta el alma, se marcharon para siempre de la casa”, dice la canción. Sin querer, Hernando comienza a llevar el ritmo golpeando la punta de sus dedos contra el mostrador. Así: un, dos, tres, un, dos, tres, un, dos, tres… y dice: - Es que dígame si no es un ritmo muy bonito.


4.

Lo es. Melancólico o fiestero. Vocal o instrumental. El pasillo es, junto al sanjuanero, el bambuco o el joropo, uno de nuestros ritmos nacionales, uno de los primeros en ser grabados y difundidos. Llegó al país en forma de vals, en un compás de 3X4, lento. Se bailaba entre la clase alta en salones de las principales ciudades. Pero fue cambiando. Nuestros músicos comenzaron a acelerarlo, sobre todo al final. Y así, ese vals tristongo fue ganando alegría. Comenzaron a llamarlo vals criollo o capuchinada, y terminó siendo pasillo, que viene a significar paso corto. Desde el principio este ritmo fue coqueto. Se dejó influir por el torbellino de los indígenas, se bajó de la clase alta y se regó por varias regiones del país adquiriendo en cada una un sabor particular. Encontró en el tiple, la guitarra y la bandola instrumentos propios para él. Pero no se quedó allí. Se dejó tocar también con el charango andino, las quenas y los rondadores, como lo hacen en Nariño; o con la chirimía tradicional del Cauca; o con la tuba, el violín artesanal y los vientos tradicionales de las fiestas de San Pacho en el Chocó; o con la quijada de burro o de caballo y la mandolina de San Andrés; o con las marimbas de la Costa Atlántica… El pasillo es inquieto y camaleónico. Es también uno de los ritmos colombianos con más variaciones en su baile. Puede ser ventiao, arriao, toriao, voliao o arrabatao. Lento en las costas, rápido en la zona andina. Pasillo balada para ser escuchado, pasillo instrumental para apreciar su candencia, pasillo para la danza, pasillo bolero, pasillo a capela, pasillo para estudiantina, tríos o bandas de música, pasillo experimental como lo hacen muchos ahora, pasillo canción, pasillo poesía, pasillo emoción, pasillo e historia. Pasillo y festival.

- Yo no sé mucho de ese asunto –dice José- pero lo cierto es que ahora que vamos a hacer otro Festival del Pasillo, y que lo está organizando gente de Aguadas, muchas cosas tenemos por mejorar. Hernando es un poco más silencioso. Como buen amante de las danzas y gestor cultural, está empeñado en realizar un encuentro nacional de danzas en noviembre, con un amplio componente sobre pasillo. - Siendo objetivos –continúa José- es más lo que le ha dejado el Festival al pasillo que a Aguadas. Uno ve que los intérpretes cada vez son mejores, que se preparan, que en el país se ha investigado más sobre este ritmo gracias al Festival. Que se han compuesto canciones preciosas en los últimos años, algunas dedicadas a nuestro pueblo. Pero en tantas versiones que llevamos, no hemos podido dejar en Aguadas un semillero musical sobre pasillo, una estudiantina. El aguacero termina rápido, convirtiéndose en una simple llovizna. La banda, por fin, comienza a tocar. Está compuesta por una veintena de chicos jóvenes, de colegio. Todos ellos vestidos de camiseta amarilla y pantalón negro. Todo ellos con un futuro por delante que los une irremediablemente con la música. Nos quedamos absortos mirándolos, escuchando la melodía de los saxofones y el retumbar de la tuba.

Pintura Aguadas Pasillera. Aníbal Valencia, 2004.

Todo esto ha cabido en esta fiesta que se inventaron en Aguadas y que convirtió a este pueblo en la capital mundial del pasillo.

5.

Un, dos, tres, un, dos, tres, un, dos, tres… Un ritmo simple. Y hermoso. - Hasta que por fin se largó el agua del todo –dice un borracho recostado sobre la barra de la fonda. Los aguaceros en Aguadas pueden tener una fuerza bíblica. El agua que baja desde las empinadas calles moja nuestros zapatos, pero el aguardiente no deja que nuestros cuerpos se enfríen. Bajo los techos de las fondas, la gente se apretuja para no mojarse y darse calor. La banda del municipio espera a que pase un poco la lluvia para comenzar a tocar. Hernando y José comentan entre ellos pormenores de lo que ha sido el Festival del Pasillo, y sobre que Aguadas fuera decretada capital mundial de este ritmo luego de un encuentro en Ecuador en 1997.

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Tocan la primera canción y la gente aplaude. “Ese es el orgullo del pueblo”, le comenta alguien a un forastero. - ¿Y sabe qué? –dice José- Tenemos que lograr que el festival sea más del pueblo, que pasen cosas como ésta de ahora: que la gente sale de sus casas para ir al parque y ver tocar. Motivar a que este pueblo escuche y baile pasillo. Que los campesinos vengan también, que ellos puedan tocar y hagan parte del Festival. - Y falta, claro, un homenaje real a los Hernández –remata Hernando-. Uno que vaya más allá de decir que el Festival está dedicado a ellos. La banda toca una canción llamada Alma del Huila, un pasillo donde los clarinetes llevan la melodía. Algunas personas llevan el ritmo con las palmas, otras simplemente menean un poco la cabeza o mueven los pies. Y hay quienes, sin un sitio dentro de las casetas, ven la interpretación bajo la llovizna. La mayor parte del público supera los cuarenta años, pero también hay algunos jóvenes. Quizás José tenga razón: sólo falta motivar más el pasillo entre la gente. Porque si las personas salen de sus casas, se moja, aplaude, todo por escuchar algo de música, y esa música es pasillo, es porque este ritmo está vivo. - Mire: hay razones para la esperanza –dice José, como si supiera en lo que estaba pensando.

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PIONONO

FELIPE SOSA VARGAS


La del pionono, una historia

bien enrollada

Una red de dudas y certezas se tienen sobre el origen de este manjar y hasta un Papa aparece enredado en ella; un dato irrefutable sí hay: el de Aguadas es el más apetecido de todos. Dicen muchos que Aguadas sabe y huele a pionono. Y es cierto. Todos los lugares evocan un olor y un sabor y el de este lugar sí que es dulce; el olor de los hornos ubicados en las mismas casas de los productores de este manjar se expande y su sabor llegan hasta otros municipios, pues son apetecidos y famosos en muchos lugares de Colombia. En el norte de Caldas y el sur de Antioquia es fácil encontrar piononos, pero con seguridad aquellos que no tienen un génesis aguadeño tendrán un sabor distinto y una consistencia extraña para los paladares conocedores del tema. Les falta el secreto. “A mí me han buscado para que dé la fórmula, pero eso no se puede, esto es la subsistencia de uno”, cuenta John Jairo Muñoz Valencia, propietario de Piononos Trukky. “La gente sabe qué ingredientes tiene pero no saben cómo los mezclamos. A veces les rebajo alguna cosa como para saber qué ocurre pero nada más, la fórmula la hemos mantenido en la familia”, añade “Mi familia, los Valencia, lleva mucho tiempo en esto. Las tías mías por ahí desde los años 60 hacen piononos y yo llevo como 15 años haciendo esto, desde inicios de los 90’s”.

El origen

Asi como el viento expande a su gusto el olor originado en los hornos en que se doran los piononos, igual se han expandido las interpretaciones sobre su comienzo como delicia gastronómica y sobre el origen gramatical de la palabra.

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La Real Academia Española de la Lengua lo define como “dulce hecho de bizcocho, cubierto de crema o de huevo, y generalmente enrollado”, afirmación que aunque cercana no concuerda perfectamente con el aguadeño. El de esta tierra es también un enrollado elaborado con harina, azúcar y huevos, pero en su interior se impregna una capa de arequipe y se acompaña de brevas caladas y a veces de coco rayado. Unos 30 años atrás, en los años setentas, se elaboraban unos diferentes a los de ahora y de textura más suave. De ello da fe el odontólogo Gustavo Adolfo Jaramillo Domínguez, apasionado por la historia de su natural Aguadas, quien en sus tiempos de adolescente les colaboró a sus tías haciendo piononos. Las manos de sus familiares, los Jaramillo y los Toro, juntaban los ingredientes y formaban piononos de breva y papaya calada, breva y frutas confitadas, y aunque ahora parezca insólito, sus manos también daban vida a piononos salados, dea tún por ejemplo. Y quienes llegaron a probarlos aseguran que eran toda una delicia, un manjar. Con el calificativo de manjar, de delicia, todos coinciden, mas no en el de su arribo a Aguadas. Tiberio Franco, un autodidacta aguadeño, menciona que su elaboración en este municipio data de principios del siglo XX, y menciona que Aníbal Valencia, otrora director de la Casa de la Cultura, explicó alguna vez que tenía un origen europeo, pues a raíz de la Primera Guerra Mundial viajó


a Aguadas una baronesa española que se refugió en una finca. Era experta en repostería, y les enseñó a las principales familias de su sector, como una familia de apellido Estrada, y que de allí procede toda la industria. El mismo Tiberio Franco cuenta que “la tradición del pionono es de Suiza, allá se llama enrollado suizo, común en la región que une a Austria, Alemania e Italia, y tiene que ver con los manjares de tipo español denominados brazo gitano y brazo de reina; ese enrollado suizo es la base de nuestro pionono”.

El nombre

En esa lista de interpretaciones que se expanden como el aroma que brota de los hornos, bien alta y difusa se encuentra ya la de su nombre. La palabra “pionono” hace alusión al papa Pío IX, máximo jerarca de la Iglesia Católica durante 31 años, entre 1846 y 1878. Así las cosas, el “pio” es el nombre propio “Pío” y el “nono” (que se deriva de la palabra latina “nonus”) significa noveno o nueve; al unir “Pío” y “Nono” se pierde ese acento de la primera palabra y surge “pionono”, protagonista de estas líneas. De la procedencia del nombre no quedan dudas, lo que ha sido todo un misterio es conocer cuándo y por qué a este manjar se le empieza a denominar de esta manera, qué relación tiene un Papa con un alimento sudamericano. Tiberio Franco, a modo de anécdota, relata que “si nos venimos a América Latina, a Chile y el sur del continente, ese enrollado no es llamado pionono sino pioquinto (en clara alusión al Papa Pío V); tienen una relación etimológica, tienen procedencia europea y hay unidad temática”. En Internet se lee que con el mismo nombre de pionono se elabora un pequeño bizcocho enrollado en Santa Fe, provincia de Andalucía, España. Los habitantes de esa región explican que el nombre surgió hace casi siglo y medio debido a que la figura del enrollado pretendía representar la silueta de la cabeza del Papa Pío IX, y de allí ese nombre. De todos modos, aún teniendo el mismo nombre, sí cambia la conformación del aguadeño. “No se le puede quitar la tradición europea al enrollado o a lo que llamamos sábana o la hoja del pionono, lo mismo que al uso del trigo y las brevas”, dice Tiberio Franco y agrega que “el manjar blanco, lo que en Argentina llaman dulce de leche y aquí en Colombia es arequipe, parece ser de origen peruano, de la ciudad de Arequipa. Otros rellenos que se le meten acá, que pueden ser sustitutos del europeo, son el bocadillo, la mermelada de guayaba; allá en Europa se utiliza el membrillo porque no tienen la guayaba que es de origen americano”. Décadas atrás, la sábana del pionono se elaboraba con harina de achira, planta de origen peruano que llegó a sembrarse en Aguadas, ahora siempre se hace a base de harina de trigo y la

Imagenes de la inauguración del Sexto Festival Nacional del Pasillo Colombiano, 1996.

achira no se encuentra en la región. Y así como con el mismo nombre propio se bautiza y registra a muchos fieles, esas mismas siete letras, p-i-o-n-o-n-o, sirvieron de bautizo en Puerto Rico para una fritura hecha con plátano maduro y carne, algo muy lejano en contextura y sabor al enrollado que se produce en esta cima de montaña colombiana.

Los productores

En Aguadas son varias las familias que han tenido vínculos con la elaboración del pionono. Los mismos habitantes resaltan el papel de apellidos como los Valencia Aguirre, con descendientes que aún producen este alimento. Gustavo Adolfo Jaramillo recuerda que “don Quico Henao y su señora, del sector de El Chagualo, eran reconocidos más o menos desde 1964”, y rememora también nombres como el de Hernando Valencia. Recuerda que los Jaramillo y los Toro “hacían unos piononos muy ricos y suaves”, y eran de las pocas familias que sabían prepararlos con otros ingredientes como dulce de papaya o de atún. Entre los nuevos productores resaltan los hermanos Muñoz Valencia, John Jairo con los conocidos como Trukky, y su hermana Janeth con los Monte Rey. Ambos aprendieron de sus tías Valencia y se dedicaron con tanto ahínco que ya tienen sus productoras propias. “Yo produzco todo en mi casa, ahí hago todo, y acá junto al Parque Principal y en La Pintada (Antioquia) tengo de a un local donde distribuyo los piononos”, cuenta John Jairo.

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Relata que un día de trabajo comienza, normalmente, a las cinco de la madrugada. Toda la materia prima la adquiere en Aguadas y a más tardar a las diez de la mañana termina la preparación. Tiene buena clientela pero eso se debe, según él, a la calidad de sus piononos. ¿Y cómo se logra esa calidad? Por ese asunto de no entregar la fórmula, aunque todos saben qué ingredientes se necesitan, la señora Alba Nelly Osorio Torres asegura haber aprendido sola. Ella, propietaria de piononos Tarbela y una de las últimas personas que más recientemente llegó a este oficio, se vio obligada entonces a comprar uno. Lo midió, lo desbarató y empezó a ensayar preparaciones. Dos años ensayó, quitaba y aumentaba la cantidad de cada ingrediente y, dice ella, no descansó hasta que llegó al punto que consideró apropiado. Igual experiencia vivió con la preparación del arequipe, pues a ninguno de los productores le es rentable comprarlo ya elaborado, razón que obliga a prepararlo de manera casera aunque, según vox populi, así sabe mucho mejor. En la preparación del pionono se necesitan muchos elementos: bocadillo, mantequilla, brevas y panela para calarlas, leche, harina, huevos, azúcar, polvo para hornear y esencias, y se requiere de empaques de cartón o cartulina y plásticos para proteger el producto final. Para elaborar un pionono se comienza con calar las brevas el día anterior a la preparación, luego sigue lo normal en ese proceso: batir huevos, agregar azúcar, harina y mantequilla, meter en el horno, ungir el arequipe, poner las brevas... la magia va en que cada persona tiene su toque secreto, su orden, sus proporciones y cantidades de los ingredientes. Ahí radica su encanto. Lo dicen los mismos productores.

Los compradores

En casa de herrero azadón de palo, ¿y en casa del que hace piononos? Pues en ese hogar no lo comen. “Así es, en mi casa casi nunca nos comemos un pionono, de vez en cuando probamos pero no es común”, dice John Jairo Muñoz, de Piononos Trukky.

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“Acá en Aguadas casi nadie lo come, la gente lo compra para llevar, para obsequiar, para regalar pero no para comer acá”, comenta Alba Nelly Osorio, de Piononos Tarbela, sobre el mismo tema. John Jairo menciona que esto es normal con todo producto tradicional en una región. “La gente de acá lo busca, es un manjar, es delicioso, es bueno, pero lo compra para regalarlo; a la gente le dan de regalo un pionono y queda muy contenta”. En las cercanías a las vías principales de Antioquia y Caldas se compran piononos; en lugares como los municipios antioqueños de La Pintada y Venecia (específicamente en su corregimiento de Bolombolo, a orillas del río Cauca) los ofrecen a los viajeros, pero distan en sabor y olor del original aguadeño, y sin embargo casi siempre se valen de ese gentilicio para antojar a sus potenciales clientes.

Con orgullo

El olor de los enrollados recien horneados sirve de disculpa para desenrollar los sentimientos de los habitantes de Aguadas, quienes se sienten orgullosos de este producto tan típico y propio. Para ellos y para los compradores no importa que haya un papa inmiscuido en toda esta historia, no importa que con el mismo nombre se haya bautizado otros alimentos y manjares, no importa que en otros lugares se valgan de su nombre para tratar de vender unas copias de los suyos. Nada más interesa cuando de desgustar un pionono de Aguadas se trata.


LUGARES

LILIANA SALAZAR BARRIENTOS


Aguadas en una colcha

de retazos

Aguadas en un libro lleno de historias contadas entre tazas de café y raunas. calles, ríos, caminos, fondas, casas, cerros, cuevas... cada lugar tiene ecos del pasado que no mueren así pasen las generaciones y el mundo cambie.

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ntre olores a chocolate y a mula, entre caminos de arriería y coloridas chivas, se descubre un pedazo de suelo lleno de nostalgias de antaño y sueños de futuro. Cometas enredadas en la bruma que envuelve a un gigante, un río que dio vida a guerreros, saltos de agua zurcidos con espesa selva, puentes de piedras hechos por una leyenda, pulmones verdes que sirven de casa a centenares de aves, cavernas misteriosas con huellas del pasado, la tapia y el bahareque que siguen en pie tercos al paso del tiempo, fondas que aún reciben arrieros, calles de mulas y faroles que hicieron crecer un poblado, un lago donde se juega fútbol, parques donde a diario su gente se reencuentra. Esta madeja es Aguadas, un lugar prendido de las empinadas montañas de la Cordillera Central con mucho para contar.

1. Cerro de Monserrate

Alcaldia Municipal.

Hay un gigante que escolta a Aguadas. Desde su cima se ven los techos envueltos en bruma y dominados por las torres del templo principal y las cuatro araucarias; ofrece una vista privilegiada del cañón del río Arma, del Sur antioqueño, del Norte caldense y de los nevados. Se cree que el gigante fue el cementerio indígena de los Arma y el lugar de vigilancia de los dominios del Cacique Pipintá; luego campo santo de colonos; ahora es un mirador

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natural. En tardes despejadas es trampolín de cometas y hasta finales del siglo pasado, Monserrate era la ruta del víacrucis de la Semana Mayor.

2. Río Arma

Los aguadeños tienen corazón de agua dulce… La naturaleza les regaló un hilo de vida que lleva sus aguas al río Cauca, los bordea, les sirve como línea limítrofe con Antioquia y fue la cuna de la guerrera tribu del cacique Pipintá. El Arma está metido en el imaginario de cada poblador, no sólo por ser la memoria viva de la historia de estas tierras sino un espacio de encuentro. Visitado los domingos y días festivos. Regala truchas y se deja llenar las playas de ollas para el sancocho, madres abanicando el fuego que cocina el almuerzo, niños haciendo saltar agua y pelotas brincando de aquí para allá.

Quebrada Pore

La quebrada Pore no sólo sirvió como camino de agua conectado con el río Arma. Esta fuente también aprovechada para instalar la primera planta hidroeléctrica de la región. Un salto de más de 80 metros de altura generó la energía necesaria para abastecer a la población por más de medio siglo; pero su fama fue ganada por otras razones; tiempo atrás, familias enteras empacaban parva y ollas para el chocolate y recorrían los 27 kilómetros que separan a este paraíso con el casco urbano. Este rincón de espesa vegetación es aún una despensa natural buscada por su abundancia de peces.

Cascada La Chorrera

La corriente arrastra el hilo de agua y lo lanza en caída libre 50 metros para luego encontrar reposo en un espejo abrazado por un mullido colchón de mil verdes. Esta mixtura de río y selva es una de las reservas más cuidadas y queridas por los aguadeños, un paraje que se encuentra a sólo 30 minutos por el occidente del municipio en la vereda La Chorrera; hasta allí llegan amantes de la naturaleza con los ojos puestos en las ramas de los nativos árboles, atentos a distinguir los vivos colores de los plumajes de las cientos de especies que habitan o visitan este pulmón.

Puente de Piedra

Una gran piedra incrustada en el río Arma, en la vereda Arenillal, hace las veces de puente natural entre Caldas y Antioquia. Ésta, una formaciòn natural creada por el afluente esta repleta de leyendas. Dicen, quienes cuentan historias remojadas en tinto, que El Putas desprendió la roca con la punta de su machete, pues tenía apuro de llegar a su destino; además, fue allí donde se batió en duelo con el diablo, quien talló una herradura al caer vencido.

3. Jardín Botánico de Aguas Claras

Hogar de más de mil árboles nativos como eucalipto, pino y araucaria. Acoge a más de 100 especies de aves como el barranquero, representativo de Colombia y que se encuentra en vía de extinción. El Jardín Botánico, clavado en una de las lomas del Alto de La Virgen, muestra por senderos empedrados la diversidad de la región caldense; desde su construcción, en 1994, es considerado un ecoparque educativo para los aguadeños.

Petroglifos de El Dorado

Los Armas y los Paucuras, que habitaron el territorio del Norte de Caldas, dejaron su huella grabada en las piedras de la vereda Salineros, del corregimiento de Arma. Aunque aún no se ha determinado el significado de las figuras, se cree que los indígenas plasmaron sus labores de cultivo en las rocas. Una de las historias que cruzan los puntos cardinales de Aguadas cuenta sobre una cueva cercana a la cual sólo se puede ingresar hasta un punto determinado, lo que se lleve encendido se apaga y se dice que si se cruza la línea no se regresa. Guaqueros siguen, aún hoy, arriesgando su integridad por encontrar un tesoro del que se habla desde hace 200 años.

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Iglesia de La Inmaculada Concepción 7

Parque de Bolívar 4 3

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4. Centro histórico

El olor que el fuego sabe sacarle al café aún inunda las cocinas, las gastadas tejas de barro cocido resisten la niebla que las emparama, las tapias y el bahareque aguantan pilas de madera. De esas puertas talladas aún cuelgan pesadas aldabas y sus colores están tan vivos como los recuerdos que recorren las calles o habitan en la Pila de Los Chorros, fuente natural y acueducto del Aguadas colonial; empedrados patios son el centro de casonas en las que se respira el pasado con olor a lirio, a chocolate, a alcanfor, a ruana. En el parque de Bolívar se comienza a hilar esta colorida cobija de retazos, cerca de 150 casas de tradicional arquitectura antioqueña dan cuenta de la colonización, animada por un camino de arrieros. Tan conservado es el centro histórico que en 1982 fue declarado Monumento Nacional por el Ministerio de Cultura.

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5. Casa Roja

Conserva el tufillo a añejo y aguardiente y el olor a trabajo y a mula cansada tampoco se ha querido ir; allí aún giran los acetatos, y se escuchan voces tan conocidas como las de Felipe Pirela y El Charrito Negro. Aunque sus paredes estén roídas sigue en pie, conserva el rojo y blanco de hace tantos años y en su parte posterior permanecen las pesebreras, donde arrieros acomodaban sus mulas mientras comían, bebían y descansaban tras jornadas enteras de trabajo. Esta fonda, construida a la orilla del camino real, es una de las edificaciones más antiguas de Aguadas y aún conserva la tradicional arquitectura y la misma vocación que antaño.

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Fuente de los Chorros.

6. Calle Real

Desde el Parque de Bolívar se desprende un brazo en piedra llamado calle Real. En el tiempo de auge de la arriería servía de ruta para el trasegar entre Antioquia y el centro del país, mientras en las orillas del entonces polvoriento camino se asentaban colonos en casas de bahareque y paja. Aún continúa siendo una vía principal de entrada y salida del municipio, todavía se escuchan las herraduras de caballos y la música que se muele en las cantinas de las esquinas. El comercio encontró buena casa en la calle Real y es paso obligado de los principales eventos de los aguadeños.

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Calle de Los Faroles

En las noches la bruma tropieza con los faroles que hacen un juego de luces y sombras con escalinatas, piedras y fachadas de viejas casas. En el día, se forma un gusano de sombreros, cuando decenas de ellos son secados al sol en las escalas de esta antigua vía que linda con la calle Real y que en tiempo atrás fue punto de encuentro de arrieros y tejedoras; sus esquinas, son un buen sitio para apreciar los desfiles de las tradicionales festividades pueblerinas.

Alto de la Virgen.

Parque Los Fundadores, 1949.

Antiguo Lago Quicano Gaviria, 1955. Hoy este espacio lo ocupa el Estadio Municipal.

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7. Parque de Bolívar

En el marco de la plaza aún se filan jeeps cafeteros y coloridas chivas, recordando un pasado que no se ha borrado. Fue allí donde muchos aseguran que comenzó el poblado con la fonda de doña Manuela y por años fue el centro del comercio y la arriería; el parque principal conserva el tradicional estilo de la región. La fuente fue traída desde Nueva York a puertos colombianos, y desde allí a lomo de mula en 1881. La circundan cuatro centenarias araucarias que se han convertido en un símbolo aguadeño; encabezando el parque está el templo de la Inmaculada Concepción, que alberga imágenes traídas desde España y Francia así como un órgano tubular procedente de Bilbao que llegó a Aguadas por mar y trocha. El parque de Bolívar ha sido el lugar de encuentro social por excelencia de los aguadeños.

8. Plaza de la Confraternidad y templo de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá

En el barrio La Habana (tambien llamado La Vana), pasando por la calle Real, se construyó en 1959 la segunda parroquia de Aguadas, un templo que representa la arquitectura religiosa contemporánea. Un mosaico en cerámica decorado a mano con la imagen de la Virgen de Chiquinquirá y un techo de vitrales crean una atmósfera especial; en el atrio del templo de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá 27 astas en pie, cada una con la bandera de un municipio de Caldas, circundan la plaza de la Confraternidad. Este escenario simboliza la unión cívica que debe existir entre hermanos de una misma tierra; asimismo, es sitio de encuentro de los aguadeños.

alcaldía, escuela, fonda de doña Manuela, barbería, tienda, cantina y hasta discoteca. Desde 1994, los aguadeños poseen una fotografía viva de los poblados colonizados por Antioquia durante la primera mitad del siglo XIX; desde sus miradores se divisa el cerro Monserrate y las casas aguadeñas aparecen desperdigadas entre lomas.

11. Casa de La Cultura Francisco Giraldo

A mediados del siglo pasado albergaba a los compradores de sombreros, café y ganado; años más tarde fue asilo temporal del Hospital San José luego de que éste se incendiara. Después, se impulsó la creación de la Casa de la Cultura; en sus salas se guarda lo más representativo de la cultura aguadeña: una réplica de la fonda de Manuela, la sala indígena donde se atesoran huellas del pasado remoto como cráneos, vasijas y armamento; el Museo Nacional del Sombrero que guarda 300 muestras de los más típicos en Colombia, el mundo y los fabricados en Aguadas; asimismo, se atesoran las plumillas donde el maestro Aníbal Valencia inmortalizó lugares y momentos infaltables en la memoria aguadeña.

9. Cementerio San Jerónimo

Monserrate fue el primer camposanto, sirvió como morada de descanso para los colonos. Luego, por algunas décadas, en el sector de Pore las familias aguadeñas sepultaron a sus seres queridos. En 1951 fue edificado el San Jerónimo, que se ha convertido en un referente del municipio. Llama la atención el cuidado de sus jardines y la arquitectura, que refleja el manejo espacial tradicional de la cristiandad paisa; además, es el lugar de encuentro para las novenas de noviembre, mes en que se recuerda a quienes fallecieron.

10. Pueblito Viejo

Un pueblo dentro del pueblo, eso tiene Aguadas. Su parque empedrado es encabezado por la blanca iglesia de bahareque y su centro es marcado por una fuente; tiene además casa cural,

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AGRADECIMIENTOS Casa de la Cultura “Francisco Giraldo” Colegio “Roberto Peláez” Comité Municipal de Cafeteros de Aguadas Cooperativa Artesanal de Agudas Escuela Normal Superior “Claudina Múnera” Grupo Vigías del Patrimonio de Aguadas Liceo “Claudina Múnera” Universidad de Antioquia – Facultad de Comunicaciones Albeiro Valencia Llano Alcira Estrada Estrada Pbro. Edison Hernández Valencia Pbro. Héctor Zuluaga Quintero Pbro. Alonso Orozco Franco Carlos Osorio Monsalve Eduardo Domínguez Gómez Eduardo Franco Londoño Familia Ocampo Gutiérrez Francisco Franco Valencia – Pachofra Gerardo Lotero Monsalve Grecia Franco Ospina Gustavo Adolfo Jaramillo Domínguez Hernando Franco Ospina Hernando Montes Valencia Hernando Valencia Aguirre Jorge Hernán Ramírez Torres José Alexander Ramírez Gaviria José Humberto López Henao José Solarte Narváez Juan Ramón Calle Lida Mercedes Badillo Díaz Luis Evelio Arias Arias María Doralba Arias Orozco Mario Londoño Ospina Marta Alicia Grisales Gómez Raúl “Mai-Mai” Tiberio César Franco

Y HASTA Al PUTAS…


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