The wax # 6

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¡Hola queridos! Este es el número especial Z de The Wax, en homenaje al recientemente fallecido George Romero (no, no haremos el chiste trillado que todos esperan, más allá de eso, el tiempo dirá). Como ya saben, en esta ocasión hemos seleccionado autores por medio de una convocatoria anunciada en las redes sociales, y para ser honestos, la cosa arrancó un poco tibia. La sorpresa vino después, unos días antes de la fecha de cierre para ser más exactos… y es que recibimos más cuentos de los que –hay que decirlo : de los que éstos inenarrables fetichistas− hubiéramos soñado. Evaluar todos y cada uno de esos trabajos no fue en absoluto tedioso, por el contrario, lo difícil fue disimular la erección y contener la baba. Por desgracia, no todos los cuentos se ajustaban exactamente a la temática, y otros, aunque correctos, fueron eclipsados por las hordas más truculentas y despiadadas. Por tal motivo, lo que tenemos aquí, muchachas y muchachos, es nada menos que el destilado más asqueroso y zombielectrificante que van a encontrar en kilómetros a la redonda. Sello de calidad TW asegurado. Por supuesto que desfilaran los muertos en pos de los vivos, como la naturaleza manda, pero si prestan atención verán también leves anomalías que los alejaran de los lugares comunes. No descarten asquerosidades a granel, porque de eso también hay, y mucho. Por encima de todo, refinados lectores; les traemos muerte, sufrimiento y putrefacción andante por doquier. ¿No es así como sueñan ustedes un mundo mejor? No desistan, ya llegará. T. Saginata



PARTICIPAN DESINTERESADAMENTE EN ESTE NÚMERO: ESTEBAN DILO / GONZALO DEL ROSARIO / JUAN ALANCAY / JOAN BALADRE / FERNANDO CATZ / JUAN CARLOS BERTAZZI / ANTONIO ZETA RIVAS / BENJAMIN ROMÁN ABRAM / HUGO CASARRUBIAS / RIGARDO MÁRQUEZ LUIS / ALBERT GAMUNDI SR. / MARCELA WILLIAMS LARA / OSWALDO CASTRO / TENIA SAGINATA FOTO DE PORTADA: MARCELA WILLIAMS LARA ¡GRACIAS, GENIA! TEXTO DE CONTRATAPA: OSWALDO CASTRO DIRECTOR Y OPERADOR JUNIOR DE WORD 97 : ARIEL S. TENORIO DEDICADO A GEORGE ROMERO Y A TODOS LOS ZOMBIES DEL MUNDO, QUE VINIERON PARA HACERNOS FELICES…PERO TAMBIEN PARA COMERNOS.


EL PRIMER PLATO / ESTEBAN DILO /

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ZOMBIE LOVE / GONZALO DEL ROSARIO /

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DE COMO ACEPTAR EL CAMBIO / JUAN ALANCAY /

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SUPERZOMBOIDES / JOAN BALADRE /

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TIEMPO LOCO / FERNANDO CATZ /

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EL HAMBRE / JUAN CARLOS BERTAZZI /

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EYEDER, EL PRINCIPIO DEL FIN / ANTONIO ZETA RIVAS / PAG 33 DONAL T / BENJAMIN ROMÁN ABRAM /

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EL CARNICERO / HUGO CASARRUBIAS /

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NECROBOROS / RIGARDO MÁRQUEZ LUIS

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DR. VITO TACCHINO / ALBERT GAMUNDI SR. /

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EL PRIMER PLATO Por Esteban Dilo

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asé al cajero, y lo primero que me chocó fue ver que el empleado estaba comiéndose las uñas. Impresentable. Ni siquiera me preguntó qué necesitaba, igual, yo le pasé mi documento. —Hola… disculpe… —dije. Él seguía ensañado con su manicura rústica, hasta el momento que vio mí mano. Con una velocidad indómita me agarró con los restos de sus dedos, no tenía uñas, ni falanges. Sangre. Tiré con fuerza, pero no pude zafar. Se abalanzó sobre mi muñeca derecha y de una dentellada llegó hasta el hueso. Me escapé hasta el hall, que para mi sorpresa estaba desolado. Tenía calor. Se escuchaba al empleado de la caja golpearse contra el vidrio; los sonidos acuosos revotaban por todo el lugar. La temperatura en mi cuerpo ascendía a tal punto que tuve que sacarme la remera. La gente se amontonó en el exterior del banco y un oficial entró con su arma apuntando a mí cabeza. —¡Alto! —gritó. Intenté responder, no pude. Me estaba convirtiendo en algo que no era. Desde el momento del ataque comencé a sentir hambre. Mucha hambre, y él podía ayudarme. Me acerqué unos pasos y me disparó, rozando mi cabeza. —¡Quieto, monstruo! Me frené sin entender por qué me decía así. La gente se tiró al piso. Otros oficiales se apostaron en la entrada. Sabía que no podía moverme, pero el apetito seguía ahí, latente. Necesitaba saciarme. Si daba otro paso terminaría con la cabeza despedazada. Así que miré mi brazo y por un momento pensé en comerme. Unos segundos


después dejó de ser un pensamiento: estaba desgarrándome a mordiscones. Un poco me había calmado, pero era el inicio. El primer plato.

ESTEBAN DILO nació en Godoy Cruz, Argentina, en 1984. Autor del libro La muerte está ahí (Textos Intrusos, 2017). Muchos de sus cuentos fueron publicados en España, Colombia y México, así como en Argentina con la revista Próxima, Axxón y para la editorial Pelos de Punta. La facultad platense de Bellas Artes eligió varios de sus cuentos para la producción de libros ilustrados con fines solidarios, uno de ellos es un corto cinematográfico para la misma facultad. Ganó el 1er Concurso de Relatos de CTHULHU de Luna Arcana y obtuvo una mención especial en el concurso Edward Pickman Derby del evento Lovecraftiana.


ZOMBIE LOVE Por Gonzalo Del Rosario

−Nombre. −Angélica. −Apellido. −Font. −Edad. −Dieciocho. −¿Dieciocho? ¿Y tienes alguna profesión? −Soy estudiante. −¿De qué? −De Arte. −¿De qué tipo? −Escénicas. −¿Cuáles son tus hobbies? −Me gusta mucho pintar, pero más que me pinten. −¿Desnuda? −Por supuesto. −Ah, eres modelo artística. −Sí, a veces, de mi novio. −¿Tienes novio? −Sí y no, bueno, no lo sé, estamos y no estamos, es complicado. −¿Y crees que a él le guste verte aquí? −No sé cómo lo tome, pero es un adicto al porno, con él he visto mucho. −¿Quieres darle una lección por algo que te hizo? −Eso solo quedará conmigo. −¿Por qué quieres hacer porno? ¿No encuentras trabajo? −Quiero hacer porno… no sé por qué quiero hacer porno, pero quiero hacerlo, de repente me entraron ganas. −Ok, pero te adelanto que debes estar dispuesta a todo. −¿Quiere que lo hagamos aquí o en su escritorio?


−Oh, no. No, todavía, primero quiero verte. Angélica era muy flaca cuando llegó, y como tiene baja estatura parecía una chibola adolescente, lo cual es harto rentable en este negocio donde los extremos se adoran: ya sean Milfs o Teens, ambos son los mercados donde más vistas, reproducciones y descargas tenemos, esas que paran la olla de todos los trabajadores de nuestra productora. Sin embargo, lo mejor de Angélica eran sus senos, como no los tenía muy grandes parecía todavía más chibola y sumémosle sus piernas flacas y su culito redondito y quebrado. El cabello rubio pintado le quedaba bien en contraste con su piel blanca-rosada. Cuando le pedí que se quitara el calzón puso el típico rostro de pudor que observo en todas tras tenerlo abajo: en lugar de abrirse de piernas, esperan que uno se lo indique mientras intentan taparse la vulva recién depilada entrecruzando los dedos discretamente. −Flaca, eso nunca sirve, eso nos arrecha más, ahora date la vuelta para ver tu culasho, arrodíllate de espaldas a mí en el mueble y abre tus labios… muy bien… rico… tu novio tiene buena mano, ¡ah!−acá soltó su risa nerviosa, que adoro. −¿Se nota? −¿Te practica sexo oral muy seguido? −Sí, me encanta su lengua. −Eso es bueno para mantener tan bellos labios. −Gracias, je, je ¡qué roche! −Puedes sentarte, ahora quiero hablar de negocios. Temía su reacción, no era la primera vez que con aspirantes tan hermosas y jovencitas apenas les daba la proposición salían corriendo, algunas incluso ni siquiera tenían tiempo para vestirse, y huían con sus ropas tapándole los senos o se cambiaban en el camino, otras más asustadizas salían despavoridas calatas por las calles, no fue el caso de Angélica −¿Es en serio? ¿Testás cagando en mí o qué? −No es joda… Señorita Evans, que traigan a Fido −que al ver a nuestro semental segregó tal cantidad de feromonas que pude oler cómo se humedecía en el mueble, para desnuda, comenzar a tocarse abierta de piernas a solo centímetros de Fido, nuestro zombie musculoso de turno, cuyo collarín le impedía mordernos pero no cachar, además lucía una erección tremenda. −¿Te gusta?


−Seee, mucho. −Es todo tuyo. Angélica se arrodilló y mamó sin asco la pinga del zombie, quien no atinaba a nada porque el collarín lo tenía como dopado, solo su miembro al palo era usado para estimular su clítoris. Luego de sentarlo en el mueble, se lo montó y cabalgó dando el culo a la cámara. Yo no podía estar más arriola mientras filmaba -esta mierda nos hará ricos- de ahí cambió de pose para que así podamos ponchar los repliegues de sus labios, su clítoris y la vulva afeitada mientras era penetrada por nuestro buen Fido. Su dominio escénico era magnífico, solo se dejó llevar. Finalmente fue penetrada como perra y Fido ya no aguantó más, vació su leche sangrienta en el condón antiséptico para no contagiar a nuestra nueva actriz. −Angélica, déjame felicitarte ¿has actuado antes en pornos? −No, es mi primera vez, o sea creo que a nivel profesional, con mi novio o ex, no sé, solíamos filmarnos y él dirigía, tiene una fijación con el cine pero es arquitecto. −Ah caramba ¿Y qué te pareció nuestro Fido? −Uff, es una delicia, ¿vamos a seguir filmando con él? −Todo lo que quieras, mamacita. Hasta el momento ya tenemos cerca de treinta y tres filmes temáticos, entre los cuales nuestro top 5 lo integran: Fido rapes Angélica, Angélica tortures Fido, Angélica meets Dr. Fido, Fido + Angélica love BDMS y el que es hasta ahora nuestro más vendido: Zombie love: Angélica creampied by Fido… por el cual nos concedieron el Premio Woody a la porno del año en California, así como en las categorías mejor actriz, mejor actor, mejor fotografía, guion original y música incidental. Es nuestro mayor éxito de ventas, y tenemos mucho que celebrar, aunque algunos fans no, porque tras la filmación Angélica se convirtió en lo que ahora es: la Porn Star Zombie más cotizada a nivel mundial. No hay actor porno desde Rocko hasta Nacho Vidal que no quiera filmar un polvazo con esta leyenda, claro que se la cachan con poncho, pero igual penetrar ese culazo (porque ya le pusimos más papa al caldo) es todo un honor. Aunque no nos va mal, no dejo de pensar que en el fondo es negativo si los actores porno se enamoran. Ya lo he dicho, el amor te nubla el raciocinio. Yo no quería y le rogaba a Angélica que no hiciera aquello, que lo pensara


bien, todavía tenía mucha juventud por delante y, por ahora, yo la necesitaba como humana no como muerta viviente. −Gonzalo, basta ya, no entiendes que amo a Fido, fue amor a primera vista y lo sabes, tú nos presentaste y yo no puedo imaginarme una vida filmando pornos que no sean con él, tendría que ser sobre mi cadáver para que otro zombie o humano me llegue penetrar, si no es el pene putrefacto de mi Fido no quiero filmar más nada. ¿Quién puede discutir con una mujer templada? Por eso le propuse que como sería su último filme como humana, creemos una obra maestra, y tal parece que así lo entendió no solo la crítica sino los pajeros de nuestros suscriptores que han llevado a esta productora a ser la más importante en el planeta actualmente. Además, modestia aparte, hemos cambiado el paradigma: antes las porno zombie solían ser snuff movies y serie B, filmes cliché donde tras el cache del zombie, que por lo general era una violación, y antes de que este pudiera tragarse a la flaca e infectarla, aparecía el héroe (su pareja) con una escopeta o un hacha y aniquilaba en vivo al zombie. Según las estadísticas, muchos suscriptores preferían adelantar hasta esa parte, pasando incluso por el coito y la venida; pero gracias a Angélica todo eso cambió y hay ahora toda una nueva ola de cine porno independiente que se ha nutrido de nuestra categoría Zombie love para crear películas como 9 Sons o Coffe, Cigarretes and Alcohol (mi favorita) donde se abordan las relaciones humano-zombies desde visiones lacanianas que pretenden deconstruir los discursos heteronormativos imperantes (Zavaleta, 2018: 59). En la actualidad, como buen padrino estoy al cuidado de Roberto y Leila, así me pidió Angélica bautizar a los gemelos que nacieron tras quedar embarazada por el creampie, y esa es otra de las razones por las cuales considero que esa película tuvo tanto éxito: mostramos amor, aunque siempre lo hicimos ya que Angélica no actuaba para cachar con Fido, ella realmente lo disfrutaba, por eso toda la producción fue testigo no solo de su despedida del porno humano-zombie, para pasar al porno zombie puro, sino de una entrega de amor que quizás nunca entendamos porque se desplegó tal energía que un muerto pudo dar vida. Ella sabía que quedaría embarazada y que era probable que nunca llegara a amamantar a sus niños ya que podría comérselos, pero igual quería concebir, a pesar de las consecuencias


−¿Y si recurrimos a la inseminación? Se aparta en un laboratorio el esperma sano del zombie, ya se ha hecho antes −un rotundo “No” me mandó a callar y a filmar nuestra obra maestra. Roberto tiene la mirada triste y desorbitada de su padre, no por nada es un niño zombie muy sano y hambriento, no hay perrito o gatito que no se haya transformado ya producto de sus mordidas, todo muerde el pequeño; en cambio Leila es una niña realmente inquieta y feliz, nació humana, sana y sin ningún rastro de muerte en su ADN. Es tan hermosa como su madre y se parece mucho a ella de niña (por las fotos que me enseñó una vez en un café) veamos si lo que se hereda no se hurta y dentro de unos años nos responde igual que su mamá, por lo pronto los fans esperan. Sí, ya sé lo que dirán, que mientras en los países más pobres esta plaga es incontrolable, en el frívolo primer mundo, donde se producen estos collares por cantidades solo los usan mantener su imperio consumista sin pensar en nadie ¿y qué quieren que haga? Cada quien tiene sus problemas... puedes dejarte vencer por ellos o usarlos a tu favor… solo sé que hoy Angélica y Fido recibirán un premio especial en los Mtv Movie Awards y será entregado por Bill Murray, si quieren juzgarnos acaben de pajearse primero y hablamos.

Gonzalo Del Rosario. Trujillo-Perú-1986. Periodista cultural y docente de Literatura. Es autor de los libros de narrativa breve: Cuentos pa’ kemarse (2008), Losocialystones (2010) y Mishky Stories (2011), así como de la novela corta Ven ten mi muerte (2012). Integró el híbrido cine-literario Tv-out (2009); y seleccionó a los autores de la antología Sobrevolando (2014). Culminó el Máster de Literatura Comparada y Estudios Literarios y Culturales en la Universidad Autónoma de Barcelona y actualmente dirige la revista virtual de creación Alienation.


DE COMO ACEPTAR EL CAMBIO Por Juan Alancay

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rimero será la mordida, esa herida bestial que ha perforado su carne y lo ha hecho claramente más débil y vulnerable, ya sea por la hemorragia, el dolor, el miedo o la resignación. Desinféctela lavándola con alcohol o agua tibia, para que el malestar disminuya y la fiebre no caiga rápidamente sobre su cabeza. No es aconsejable desmochar o cercenar el miembro que ha sido dañado, pues no hay garantía de que el virus, parasito, radiación o maldición no se haya propagado ya por su cuerpo. Tampoco es bueno dejarse dominar por la ira, la desesperación o la locura. Es necesario ser maduro, sentarse y respirar hondo. Una mente en armonía apreciará en ese momento cada segundo, sentirá el gusto de cada suspiro y verá con claridad una de las pocas oportunidades que da la vida de sentirse, valga la redundancia, vivo. Es preferible ser reservado y no confesar a terceros su nueva condición por el momento. El miedo ante lo desconocido y peligroso puede desencadenar en las personas reacciones desafortunadas. El momento justo deberá ser cuando los síntomas de la transmutación sean evidentes hasta para un niño de cinco años. Además de ello, los ánimos en el refugio deberán estar placidos, para así evitar un holocausto innecesario sobre usted u otros componentes del lugar. Verificados estos detalles, y preferiblemente en el ocaso del día, deberá irrumpir durante la cena para, desde arriba de la mesa a la que ha subido, y cubierto en una manta a causa de los inevitables escalofríos, confesar a viva voz sobre su condición, asegurándose de enseñar la mordida para que no haya dudas. A partir de entonces deberá tener cuidado. Habrá gente que querrá matarlo, aun siendo humano; otros, más solidarios, trataran de aislarlo en un cuarto hasta que se convierta en uno de “ellos”. Aléjese de estas personas. Es seguro que alguna mujer lo abrace y llore en su hombro, pues lo ha amado en secreto por mucho tiempo. Sea afectuoso, recuerde actuar humanamente hasta el final: así lo recordaran. Pero por ningún motivo bese a nadie. También responda pacientemente a los interrogantes de sus amigos, por ejemplo:


“¿Cómo sucedió esto, caramba?”, “¿Por qué no nos lo dijiste antes?”, “¿Estas bien”? Pero acuérdese que es importante no perder el tiempo en charlas y explicaciones. Use palabras justas, escuetas, precisas. No pase por un hablanchín que se regodea en un hecho así, pues no será bien visto. Tampoco preste mucha atención a aquellas personas que, desde el fondo, en las sombras, observan la situación. Hay quienes, ante hechos dramáticos como la muerte, o la futura muerte, no encuentran las palabras justas para expresar lo que sienten. No los presione con la mirada, podría incomodarlos, y hasta hacerlos llorar. En resumen, deberá tratar a todos con respeto, sin darles motivos para que sientan miedo de usted. Pero en cierto momento, querido lector, escuchará en el recinto el inconfundible y familiar sonido de la chimaza de una escopeta semiautomática Winchester 1400 deslizándose, y al girar en dirección del sonido ahí estará (y que no haya sorpresa) el jefe del refugio, aquel hombre robusto y barbudo, vestido de camuflaje militar y boina, de seguro veterano de Vietnam o Cuba, apuntándole con dicha arma. Véalo a los ojos, sin miedo, pues ya sabe por qué hace eso, conoce su secreto, aunque él grite que deben matarlo porque es peligroso, porque ya no es una persona. No le quite la vista de encima. Tampoco se preocupe porque dispare; con tanta gente alrededor no se arriesgará. Usted debe esperar el momento justo, cuando esté distraído, o sea, cuando un buen número de sus amigos vayan a tratar de tranquilizarlo y quitarle el arma para que no hiera a nadie. Es entonces que aprovechará la confusión para sacar, de debajo de la manta que aún lo cubre, su Browning High Power y disparar al antebrazo de aquel sujeto. No trate de ultimarlo de un tiro a la cabeza o el corazón. Debe ser en el área que ya se ha dicho, o en su defecto, en un muslo. No son excusas, en caso de errar, el frio, la vista nebulosa o el pulso titubeante que pudiera estar teniendo. Respire profundamente. Si existe un momento que deba actuar fríamente, con nervios de acero, será ese. Trate de no pensar mucho en las miradas horrorizadas y reprobatorias que lo rodean, y apunte sin titubear a todo aquel que trate de acercarse a usted o al jefe del refugio, que en ese instante estará en el suelo, sangrando y blasfemando. Aproxímese cautelosamente a él y levante la Winchester 1400 que el susodicho ha abandonado. Puede guardar su pistola, ahora usara la escopeta. A continuación, y mirando de reojo al resto de los miembros del refugio, le ordenará que se levante y camine hacia la puerta, bajo amenaza de


volarle la cabeza a su esposa y/o hija ahí mismo si se resiste. Tal vez entonces oiga a alguno que le invite a la calma y meditación de sus acciones. Será cuando, haciendo uso de la furia y la impotencia que ha acumulado en lo más profundo de su ser, comenzará a relatarles a todos la forma en que ese hombre, el “responsable y líder” del refugio, lo mandó a una misión secreta solo, con apenas un arma y escasa munición, en busca de recursos redundantes como bebidas alcohólicas, cigarrillos, joyería y revistas pornográficas; no olvide contar cómo lo regañó en un lugar apartado cuando regresó diez minutos tarde de lo acordado y sin los habanos Gispert que tanto quería, todo porque la estúpida arma que le dio falló un tiro crucial y acabaron mordiéndolo, cosa que usted no confesó entonces. Exprese lo injusto que es aprovecharse de un joven solitario para hacer tareas que, en caso de salir mal, no representaría una pérdida importante. Para terminar, diga textualmente: “Ya que este señor intentó mandarme prácticamente solo al infierno, esta vez lo llevaré definitivamente conmigo”. No olvide respirar. Salga del refugio detrás del hombre, si es necesario empujándolo. Haga oídos sordos a sus ruegos o los de su familia, y no despegue el dedo índice del gatillo mientras le apunta por la espalda así, en caso de que algún comedido trate de matarlo a usted para evitar más bajas, por reflejos musculares la escopeta se disparará. Trate de caminar firme y confiadamente, no obstante los escalofríos y la pérdida de visión que ya empiezan a afectarlo, además del hambre. Intérnese en el bosque, pero permanezca atento a cualquier sonido o movimiento, no ocurra que alguno de “ellos” lo ataque a usted y eso permita al hombre ensayar una torpe huida. Avance como mínimo dos kilómetros, y cuando halle un claro ordénele que se ponga boca abajo y no intente nada, así usted podrá amarrarle manos y pies con fuerza. Ahora solo resta esperar, su transformación, su venganza. Mientras el señor llore, usted respire profundamente. Piense en algo lindo, de su infancia por ejemplo; algo de “el mundo de antes”, cuando los muertos no eran inquietos. Y cuando ya los sentimientos de ira o melancolía pasen, y tras hacer una pequeña oración según el credo que tenga, podrá dispararse en el corazón. No en la cabeza, pues su regreso y posterior escarmiento para con ese sujeto no ocurriría.


Juan Alancay, nacido en Abril de 1991, es hasta el momento un prosista que, quitando algunas composiciones para la materia de Lengua y Literatura en la primaria, no ha tenido la oportunidad de mostrar plenamente el supuesto talento que dice tener y que hasta ahora permanece encerrado en cajones, entre cuentos, versos sueltos, argumentos y sueños. Sus trabajos enviados a concursos y antologías nunca han conseguido la aprobación de los jueces y encargados de los mismos, ni siquiera una respuesta de el por qué esta negativa (Alguna crítica, algún consejo para mejorar, nada). Aun así no se resigna: “Alguien sabrá Leer lo que digo”, dice generalmente, sentado en un rincón, la mirada perdida.


SUPERZOM BOIDES Por Joan Baladre

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l BMW 320 de color negro atropella el cuerpo y éste sale despedido contra el parabrisas reforzado y rebota, para luego dar varias vueltas por el aire y caer destrozado contra el suelo. —¡Joder! —chilla Pili mientras agarra fuerte el volante. —Le hemos dado fuerte a ese hijo de puta —dice Fede, en el asiento de al

lado. El vehículo, con el chasis blindado y las gruesas ruedas antipinchazos con llantas repletas de punchas metálicas, derrapa en un solar yermo y se detiene. —¡Vamos! —ordena la mujer. Los dos se bajan del vehículo. Llevan puestos sendos trajes reforzados contra los mordiscos, y guantes de fibra de metal. —Por ahí. Se mueven rápido hasta que llegan al objetivo. Nada más acercarse, un olor a podredumbre les da la bienvenida. —¡Qué asco! —exclama Fede. —¡Puag! —escupe la mujer. —Esto no me gusta nada. —Mejor movamos el culo —ordena Pili. Ella es alta, con el pelo corto y moreno. Tiene un rostro duro y poco femenino, rematado con ojos oscuros y hundidos. Ambos se apoyan contra el muro de la casa y se quedan parados. El silencio corta el ambiente como un machete traicionero. —¿Uno a cada esquina? —pregunta el hombre. —Vale —responde Pili. Al asomarse ven una auténtica carnicería. Entre las casas hay un montón de despojos mutilados y sangre seca salpicando el suelo. —Oh... no —susurra Fede, porque entre los restos hay una figura agachada que hace movimientos. —Joder... —dice ella mientras se lleva un dedo a la boca, en señal para que no hagan ruido. El hombre hace un gesto para retroceder; y los dos se van hacia atrás. —¿Qué hacemos? —pregunta en voz baja Fede. Tiene el pelo rubio y le cae por las orejas. Sus ojos son azules y alargados y es más alto que la mujer. —Si esperamos... es mal asunto —contesta Pili. —¿Qué hacemos?¿ Lo dejamos fuera de combate? —No queda otra —añade ella. Fede se dirige hasta la esquina y saca su pistola con silenciador de la funda que tiene en el lado de la pierna derecha. Apunta y dispara. La bala, certera, le da en toda la cabeza a la figura y se desploma en el suelo. —Hecho —susurra mientras le guiña un ojo a ella.


Los dos se dirigen hasta el cadáver y el hombre, tras darle la vuelta con el pie, añade con asombro: —Éste no es... un lerdo, ¡joder! El tipo tiene una llave dorada en el cuello. Es lo último que ve, porque nota como le dan un tremendo golpe en la cabeza y cae a tierra inconsciente.

Al abrir los ojos piensa que volvería a ver la luz, pero... la noche ha caído como un telón negro de malos presagios. Además siente frío. Se frota la cabeza. El golpe todavía le duele y está confuso. Instintivamente toca la funda de la pierna para ver si tiene la pistola, pero no está. En ese momento escucha unos rugidos y recuerda que está en zona infectada. «Mierda», maldice para sí y se incorpora. No sabe dónde ir. Por suerte, hay luna llena y alcanza a ver las formas de unos edificios que están cerca. Corre hacia ellos. Mientras se desplaza lo más rápido que puede, cree entrever por el rabillo del ojo varias siluetas deslizarse. No está seguro si son imaginaciones, fruto de su mente asustada, o no. Aprieta el paso y llega hasta las casas, con el ansia de protegerse de inmediato; ve un agujero y se mete de cabeza por él. El corazón le palpita a mil por hora. Escucha unos crujidos, son pasos que se aproximan. Así que se arrastra hacia dentro. Entonces, ve algo asomarse por la abertura. Es la forma de un rostro que escruta el interior. Se queda quieto, sin hacer ningún ruido. El silencio se hace espeso. La cosa continúa mirando, y en uno de aquellos gestos le parece como si le hubiera descubierto. Fede se pone nervioso y aquello, por instantes, introduce más el cuerpo; pero al final se marcha y el agujero queda vacío. «Menos mal», piensa aliviado. Decide quedarse allí. Se apoya contra una pared y, envuelto en la oscuridad, vigila la abertura por si acaso...

La noche ha sido mala. Ha dormido a ratos, pegando cabezadas, con los ojos puestos en el agujero por el que ahora se filtra la luz del día. «Esa maldita cabrona me ha dejado tirado como a una rata», sus pensamientos se mezclan con la rabia. Se levanta y va hasta la abertura. Echa un vistazo. Es temprano, los rayos del sol aún están bajos. Sopesa la posibilidad de salir fuera pero, a pesar de quede todo parece tranquilo, no se fía. El lugar dónde está, es la planta baja ruinosa de un edificio. En las paredes mugrientas hay escritos mensajes: EL MUNDO ES UNA GRAN MIERDA Y AL FINAL NOS HA SALPICADO, reza una de ellos. Además las palabras: “joder”, “puta” y “ por el culo”se repiten en muchos otros. Fede, por un momento, piensa en el caos y en el desastre que ha ido ahogando a la humanidad; pero al final le da igual, él cobra una buena cantidad de dinero y hace ojos ciegos a la situación. «Lo que tengo que hacer ahora es salvar el cuello», sabe que tiene posibilidades si actúa con precaución.


Se desplaza hacia el extremo de la planta, empuja una puerta desvencijada que cruje suavemente y mira por la ranura. Hay un pasillo y unas escaleras en la esquina. Sabe que si sube hasta arriba, tendrá una mejor vista de la situación. Toma la escalera y sube de dos en dos los escalones. El edificio no es muy alto, debe de tener cuatro o cinco pisos.

Al llegar arriba del todo, se encuentra con un problema. Hay una trampilla con una puerta abierta que da a la azotea y una escalera de mano para subir. Pero un cadáver lleno de moscas cuelga de la escalerilla. No se fía. Así que hace vibrar la escalerilla para ver lo que ocurre, pero no pasa nada. Tan solo las moscas se ponen a volar, emitiendo zumbidos. Así que para subir, tiene que pasar por encima de los despojos. Intenta no rozar el cadáver, pero ha de apoyar las botas en el cuerpo inerte y, al hacerlo, una parte del desgraciado cae al suelo produciendo un extraño plaf. El olor es lo de menos. Cuando alcanza la azotea, los rayos del sol iluminan un cielo azul y despejado. Enseguida echa un vistazo a la situación, desde lo alto. Está en medio de un barrio decrépito y ruinoso. Se siente confuso y no sabe qué pensar. —Pajarito... pajarito... ¿Cómo has llegado hasta aquí? —la voz le pilla por sorpresa y se le ponen los pelos de punta, Hay un tipo andrajoso que le apunta con una escopeta. Tiene la cara cubierta por una barba sucia. Fede levanta las manos. —Vaya... ¿qué vas a volar? —Eh... emmm... no, no, no quiero problemas. —¿Problemas? ¿Has dicho que no quieres problemas? ¿Y qué haces con ese traje puesto? —Yo... —Esta azotea es mía, ¿sabes? —interrumpe con hostilidad el andrajoso. —No se preocupe, señor. Yo me bajo y me voy por donde vine... —No es tan fácil, pajarito. Has descubierto mi escondite, y no me gustas ni un pelo. El disparo destroza la cara de Fede y lo mata al instante. Después, Paco el andrajoso, empuja el cuerpo hasta que lo tira azotea abajo. En una esquina tiene un escondrijo camuflado en el que guardaba un montón de latas de conservas y agua embotellada. Y no lo va a compartir. Además tiene otras cosas...

Pili parpadea aliviada cuando le quitan la venda de los ojos. Lo que no le gusta es que las manos continúan atadas. —¿Qué pasa aquí? —pregunta enfadada, y más cuando reconoce a los tres tipos que la miran. —Ah... cariño, qué mal carácter tienes —dice un tipo alto de cabeza afeitada, con una sonrisa en los labios —¡Y una mierda! ¡Soltadme! ¿Y dónde está Fede? —¿Tu amiguete?


—Lo dejamos para los lerdos —responde otro de los tipos, un hombre de cuerpo cuadrado y con el pelo cortado en forma de cresta. —Seréis cabrones... —La ley de la supervivencia, encanto —dice el tercer tipo, que es una mujer rubia con el pelo largo. Los tres visten trajes reforzados con el emblema de ZomboCo., la compañía rival de a la que pertenece Pili: ChombiCo —El problema lo habéis iniciado vosotros —continua la rubia —al meteros por medio. Además... uno de los nuestros a muerto al intentar entrar en vuestro coche. ¡Le ha explotado en la cara! —El sistema de seguridad... —responde Pili. —¡Le disparasteis a nuestro objetivo! —interrumpe el tipo con la cabeza afeitada. —Pensábamos que era un lerdo. —Ya... —¡Dejadme en paz, cabrones! —¡Basta ya! —ordena el tipo de la cresta. —De acuerdo, Marcial —responden los otros dos. Luego, le coloca su pistola en la cabeza de Pili y amenaza: —Y tú... vas a volver a estar callada. ¡Tapadle la boca! Y la vuelven a amordazar. —¿Por qué no la matas? —sugiere la rubia. —Nos puede servir de algo aún —responde Marcial con ironía. Avanzan por las ruinas con precaución. Pili es obligada a andar a empujones por Carmen y el tipo de la cabeza afeitada. Marcial va delante cerciorándose de que no hay ningún lerdo por el camino, siempre con su pistola con silenciador preparada para disparar. El grupo cruza un solar en el que hay varios columpios infantiles oxidados y luego suben un montículo alto de tierra mezclada con escombros. Al llegar arriba se quedan petrificados ante lo que ven. Tony está siendo devorado en el asiento del Pegaso y Marcial no se lo cree. El conductor es un tipo duro y curtido en las incursiones en zona infectada. Unas cuantos lerdos que están dando vueltas al camión intentando entrar por algún lugar para darse también un festín, perciben la presencia del grupo. Sus bocas infectas lazan rugidos y de inmediato se lanzan a por ellos. —¡Marcial! —grita el tipo de la cresta para advertirle. —Lázaro... tírala al suelo —ordena Marcial. Y obedece, arrojando por el montículo a la mujer. Los tres salen corriendo como ratas de allí y los lerdos se echan sobre ella. Se la comen viva. «Joder, qué mierda», Marcial sabía que ZomboCo no se iba a hacer responsable de ellos, porque no existían oficialmente. Así lo estipulaba el contrato. No habría rescate. No tenían equipo de radio. Hombre que se quedaba en la zona era hombre dado por muerto.


—Tenemos que cobrar nuestro trabajo, sea cómo sea —dice enfadada Carmen. —Hay que pensar en nuestros pellejos —contesta Marcial con la mirada ida. —Eh... —indica con el dedo la rubia. Un grupo de lerdos muy numeroso camina hacia allí. —Creo que nos han descubierto —anuncia pesimista Lázaro. —Es hora de irse —ordena Marcial. Los tres se escabullen.

—Si en 72 horas no hacemos algo para salir de aquí, nos la veremos putas — dice Marcial al resto— Así que podíamos intentar usar la llave. Sin duda debe ser un acceso secreto para atravesar el Muro. —Ya... ¿Y cómo vamos a dar con ese acceso o puerta o lo que sea? El perímetro es enorme. Tardaríamos semanas en recorrerlo —sentencia Lázaro. —Es verdad, además de que estamos muy lejos del Muro —dice Carmen. —Si caminamos hacia la entrada tampoco sabemos lo que tardaríamos... —¿Y si volvemos al camión? —Creo que es lo mejor . —Pero retroceder, creo que es mala opción. Los lerdos estarán dando vueltas —indica Marcial. —No nos queda otro remedio —sentencia Lázaro. —¿Y bien? ¿Qué dices Marcial? —pregunta la mujer. —Vale —responde, asintiendo con la cabeza.

El grupo se mueve entre las ruinas de escoria sin problemas y pasa al lado de los chasis quemados de un grupo de vehículos, amontonados unos encima de los otros. Desde una escombrera alta, echan un vistazo a lo que tienen por delante. —El camión está allá —indica Carmen con el dedo. —Daremos un rodeo por aquella parte —. Marcial señala una zona llena de hierbajos altos. —Pues vamos —dice Lázaro. Los tres bajan hasta la zona y la recorren medio agachados, con las pistolas preparadas, hasta que llegan donde se acaba la pequeña pradera de malas hierbas. Enfrente, hay un taller de vehículos con el cartel del anuncio descolgado y la puerta de la entrada reventada. —¡Eh! ¿Eso qué es? —dice sorprendida Carmen. —¿El qué? —responde Marcial mirando a todas partes. Y entonces los rugidos se hacen más altos. —¡Joder! —grita Lázaro, al tiempo que unas siluetas salen corriendo del edificio. Lázaro dispara a la jauría, pero son muy veloces y no consigue acertarles a todos. Carmen huye. Su instinto le dice que no dispare porque eso atraería a los perros. Mientras escapa, mira de reojo y ve a su derecha a Lázaro tiroteando e intentando retroceder. Su compañero mata a varias de las bestias, pero un perro negro


aparece por su espalda y le derriba. Marcial corre en dirección opuesta a los otros dos, por la zona de los hierbajos altos, casi sin mirar por donde pisa. De repente, choca con algo y está a punto de caer. Grita, mientras consigue mantener el equilibrio y empieza dar manotazos al aire, asustado. Una cosa corcovada le mira con expresión de ansia mientras tuerce la cabeza. Dispara al lerdo y le hace pedazos la cabeza, pero un círculo de figuras le cierra el paso. Intenta escapar y se da cuenta de que hay muchos... muchísimos de ellos. Es un grupo enorme. Esquiva a varios que lo quieren agarrar y de un codazo derriba a otro. Después, se posiciona firme con la pistola y dispara a los que se acercan, que caen derribados como sacos pesados. El tiro al blanco sabe que se va a acabar muy pronto, con la última bala: así que disfruta mientras elimina a unos cuantos. Carmen mira hacia atrás y descubre que no la persiguen. Los perros se han quedado entreteniéndose con Lázaro. En esos momentos piensa que la llave la tiene Marcial, pero no va a regresar. Esquiva varios montones de chatarra y enseguida llega hasta el camión. Nunca ha conducido uno, pero le da igual. Abre la puerta del vehículo y ve a alguien dentro. —¿Toni? —No —contesta, y el disparo le destroza la cabeza en mil pedazos. Paco el andrajoso sonríe. Después, echa un vistazo por la ventanilla y presiente a los lerdos. Un grupo grande viene hacia allí, así que baja del camión. El cuerpo aún caliente de la mujer los entretendrá. Más tarde, con mucho cuidado, se mete en la zona de los perros salvajes. La jauría ha huido lejos; los perros tienen animadversión a los zombis a pesar de que los cazan, y ahora muchos lerdos andan por el lugar. Después de un rato, da con los restos que habían dejado. Unos cuantos huesos casi pelados. Rastrea el lugar hasta que descubre algo que reluce en el suelo. Es una llave. La recoge y la aprieta con el puño, satisfecho. Piensa en el resto que tiene guardadas en el refugio de la azotea y ríe. Escucha unos crujidos cerca y sabe que es hora de irse; así que se marcha sigiloso mientras que, no muy lejos, un grupo de zombis que caminan cerca unos de otros, tropiezan y caen al suelo, como marionetas grotescas.

Joan Baladre. Escritor. Presumiblemente de nacionalidad Española. Eso es todo lo que sabemos de él. Mejor dicho, lo que creemos saber. En consecuencia de esta nueva colaboración con la revista, nos volvimos a trabar en la instancia de su biografía. “No hay biografía” nos dijo, como toda respuesta. La discusión no pasó a mayores, por suerte, pero resultó infructuosa. Nos queda la sospecha de que su personalidad está siendo cooptada por alguna entidad maligna, cuyos designios no deben ser develados. Extraños mensajes encriptados han sido enviados a la redacción luego de estos hechos. Amenazas y calumnias, seguramente… es difícil saberlo. ¡Pero no nos rendiremos, Joan! Tarde o temprano descubriremos quien eres, y entonces serás libre.


TIEMPO LOCO Por Fernando Catz

L

o sentís. Una casa diseñada con trescientas doce especificaciones de hermetismo y seguridad, igual podés sentirlo. Por pequeños resquicios, tan sutil que no distinguís por dónde entra, lo sentís en la piel, el calor se escapa irremediablemente y hay que aguantar una noche más. Y peor es el ruido. Triple aislación térmica y sonora. Pero hay señales, silbidos, bruscos movimientos de los árboles que llegan y reconstruís lo que está pasando afuera. Es el viento. El temporal que asola por siempre la meseta patagónica. En estas noches de invierno el clima es implacable. Es cuando intuís bien cerca la amenaza. No queda otra. Más al norte no se puede vivir, es insoportable. Las hordas de bichos no paran de llegar de donde había ciudades. Aunque el clima de allá sea más amistoso, tenés que pasártela matando zombis. Yo trataba de leer, con lo pies al fuego. Quería evadirme, recordar otros mundos, la vida antes de la plaga. Ahí sentí el arañazo. Las uñas rascando la puerta me sobresaltaron. Traté de apurarme pero no llegué a reaccionar, me agarró desprevenido. No podía abrir así nomás. Cuando conseguí ponerme el traje temí que fuera demasiado tarde. Estaba atrás de la puerta, quieto, respirando con dificultad. Ni siquiera entró. Tuve que agarrar su piel fría y pegajosa para meterlo. Parecía medio muerto, pero al rato empezó a volver a la normalidad. Yo pensé que ya se lo habían comido pero es un atorrante, volvió sano y salvo. Devoró su plato y se sentó al lado de mis pies como si nada. Perro de mierda, cómo se le ocurre escaparse con la nieve y las hordas que hubo esta semana, no pude pegar un ojo. Antes hasta acá no llegaban tanto, ahora vienen cada vez más resistentes al frío. Yo pensé que en el invierno iba a aflojar y no, aunque tienen menos olor igual llegan. Es que los políticos no hacen nada. Y la gente es boluda, tienen veinte hijos y los dejan correr por ahí, terminan todos convertidos en bichos. El pronóstico es una cagada, nunca le embocan. Hoy decía veinte por ciento de probabilidades de zombies, hordas aisladas por la noche. Salís tranquilo, con un hachita nomás, y entran a brotar de todos lados. Y de golpe aparecen los pibes que en medio del ataque salen vendiendo “a los lanzallamas, barato el lanzallama”. Qué va a ser barato, si me lo cobrás el doble y son estos


truchos que traen de China, los usás una vez y ya salpican napalm para todos lados. Para eso la llamo a mi abuela que le duele el muñón de la mordida cada vez que va a venir una horda. Siempre le emboca. Hoy quise arrancar el auto y tenía uno congelado en el guardabarros, le di con el lanzallamas y lo pude sacar. Tuve que ir quemando para cortar de a pedazos y tirarlos al barril de ácido. No tuve problema, porque así de a fetas es más fácil deshacerlo sin que te ataque. Pasa que es un laburazo, llegué tardísimo al trabajo y la pintura del auto me quedó hecha mierda. De camino aplasté como a tres. La ley dice que cada vez que veas a uno suelto tenés que atropellarlo, pero después quién te paga la suspensión. Llego al laburo y entro en la rutina: fichar, hacer inventario, el recorrido. Después de comer, salgo al patio. El día se puso lindo, hay sol. No todos tienen este privilegio. Estar tranquilos en un patio interno, amplio, sin amenaza. Me siento en el banco con un libro. Si no hay emergencias, a la tarde nada más hay que estar de guardia. El fresco tolerable, el roce de las hojas de los árboles y la caricia del sol en la cara, todo se confunde en la somnolencia. Abro los ojos y descubro que la caricia era una mano, el roce que escuchaba era respiración, tengo dos o tres encima, mirándome. Soy profesional, sé cómo actuar. Igual el miedo no deja de acalambrarme. Me levanto muy despacio. Empiezan a gritar. Uno se me tira. Lo empujo. Otro me golpea y caigo. El primero se me para arriba. Otro salta y ríe babeando. Llegan dos enfermeros y los bajan a golpes. ¿Está bien doctor? Sí, fue culpa mía. Es tranquilo trabajar en un manicomio. En la primera epidemia de hordas se habían vaciado. Cada vez más gente enloquecía, pero terminaban agarrados por los bichos. Cuando las cosas de a poco se estabilizaron, los casos fueron bajando y se reorganizó el servicio para atenderlos. A veces los locos son peores, se ponen violentos y tienen una fuerza sobrehumana. De cualquier manera, aunque sea más fácil tratar con los bichos, los locos siguen siendo humanos. Alguien tiene que hacerse cargo de ellos. Prendo la tele en la cocina. Cincuenta y seis muertos por temporal de zombis. Claro, le echan la culpa a las hordas, pero todos los años hay temporales de bichos. El gobierno se lava las manos pero nadie hace un carajo. Las fumigaciones que hacen no sirven para nada, aparecen cada vez más. Es un curro. El problema son los ranchos inapropiados en que viven los viejos y esos pibes que andan por la calle. Habría que levantarlos a todos por la fuerza y meterlos en una isla así no acaban bichos.


Vuelvo por la ruta, el tránsito está fluido y la visibilidad bastante despejada, con poca ventisca. Clavo los frenos a centímetros de un auto. Qué raro, parado acá en medio de la ruta con este día tan lindo. Adelante de él hay otro. Toco bocina. No responden. Trato de ver a través del vidrio despejado del aguanieve por el ir y venir de la escobilla. Espero hipnotizado por el ruido del limpiaparabrisas. Hice arreglar la calefacción la semana pasada, me hace sentir como cuando mi mamá me arropaba. Un ruido me despierta. Algo pasó adelante. ¿Cuánto tiempo dormí? Veinte minutos. Me decido a salir, averiguar por qué estamos detenidos, de paso el fresco me despabila. Me acerco a preguntar. Me llama la atención que no hay nadie adentro. Empiezo a preocuparme. Vuelvo a buscar el hacha. Avanzo contando cinco, seis vehículos vacíos en la fila. A lo lejos hay fuego. Trato de ver entre la nieve y el humo qué pasa, sin prestar atención a mi alrededor. Me asusta un ruido atrás y giro empuñando el hacha con las dos manos. Un grito del lado del fuego me hace voltear de nuevo: ¡Corré, flaco! Vienen tres o cuatro tipos y se suben apurados a sus autos, yo hago lo mismo antes de entender. Se nos vienen encima. Caen unas pedradas en el techo, mientras giro patinando sobre el hielo para retomar la ruta en sentido contrario. Unos kilómetros más adelante reducimos la velocidad y le hago señas al que me gritó. Nos paramos al costado del camino. Me explica: son los petroleros, están en huelga. Cortaron la ruta y no dejan pasar a nadie. Nos arrimamos a charlar a ver si nos dejaban pasar pero estaban inflexibles. Uno les subió el tono y casi se agarran a trompadas, tuvimos que salir rajando antes de que nos caguen a piñas. Hay que hacer un desvío por la perimetral y entrar por el otro acceso. Son cuarenta y cinco minutos, yo no doy más. Voy a agarrar por el desvío del camino viejo. Hago cinco kilómetros hasta que doblo por una senda de ripio. Calculo que es por ahí y encaro campo traviesa para volver a casa. Hace mucho no se usa, pero el terreno es llano y está congelado, nada más tengo que ir lento. La camioneta rebota sobre la tierra seca y los yuyos, se cruza algún cuis y un ñandú corre como si pudiera escaparse de la desolación. Le apunto a ese horizonte borroneado en la bruma entre el gris de la tierra y el gris del cielo. De nuevo pestañeo largo. La camioneta derrapa, como un estúpido volanteo, hago medio trompo y las ruedas se clavan perpendiculares en el suelo. El mundo gira afuera y flotan a mi alrededor el hacha, el radio, un encendedor que había perdido. El techo se hunde sobre (o bajo) mi cabeza, la


camioneta gira un poco más y al final cae, chasqueando su panza contra el suelo congelado. Respiro escupiendo vapor torpe como locomotora vieja. Suelto el cinturón de seguridad, trato de abrir las puertas, salto por la ventanilla. Me sacudo pedazos de vidrio de la ropa y miro las ruedas de la camioneta reventadas. Me asomo y rescato el traje térmico, el hacha, el lanzallamas. Calculo la distancia que tengo que recorrer y los minutos de sol que me quedan. Meditarlo no es opción, las piernas me tiemblan más por el shock que por el frío, igual tengo que apurarme para llegar a casa antes de estar bajo cero. Miro el teléfono para abrir la brújula y ver cuánta batería le queda, preciso dosificarla para orientarme. No es que no se vea. La noche se llena de una fosforescencia que alumbra aunque iguala las direcciones. El desierto es un laberinto peligroso. Después de unos kilómetros, la conmoción pasa y empiezo a sentir las punzadas. No es grave sentirlo, peor es no poder mover los dedos. Hay que caminar sin tensar los músculos por el frío, no cansarse de más, ni multiplicar las especulaciones, aflojar la cabeza, tampoco abandonarse, no entregarse a estar insensible, mantener una fuerza adentro. No dejarse matar por la planicie inabarcable. Cuando la hipnosis del desierto empieza a ganarme, noto unas siluetas que se recortan entre la oscuridad indiferente. Es demasiado tarde. Paso a paso se abren a mi alrededor, como si me midieran o jugaran con el miedo. Veo sus caras retorcerse en la luz del napalm adherente del lanzallamas. Los movimientos torpes parecen el baile de un aquelarre demoníaco. En las manos sacuden palos, fierros, enormes llaves inglesas.

Mi nombre es Fernando Catz, soy escritor pero también fui otras cosas, como sociólogo, camarógrafo, docente y torrista. Ahora estoy escribiendo mi primera novela y se va a publicar un libro de cuentos por editorial Milena Caserola que se llama Ya está pasando. Para leer más y ver novedades pueden visitar. https://www.facebook.com/yaestariapasando



EL HAMBRE Por Juan Carlos Bertazzi

N

unca pensé que el hambre podía ser tan desesperante, siempre creí que era algo duro, pero no a este nivel. Recuerdo el cuento que nos leyó el Negro, sobre un grupo de soldados en un fuerte asediado luchando por sobrevivir al ataque del enemigo, pero principalmente al hambre. Recuerdo las locuras que hicieron los personajes para lidiar con la hambruna del asedio, y esto no es muy distinto. Es eso lo que nos impulsó a salir, pese al estado de sitio terminante que dictó el Gobierno. No podíamos abandonar nuestros hogares en ninguna circunstancia, excepto ante la orden de las fuerzas de seguridad. El hecho de vivir en el tercer piso de un edificio de departamentos fue bastante conveniente, pudimos ver todo desde arriba con cierta seguridad. Al principio todavía había luz, internet, teléfonos, todo. Eran momentos en nos tomábamos la situación a risa, las redes sociales explotaban de chistes. Luego empezaron a llegar las imágenes, y el humor de la población cambió rotundamente. Los videos, tomados por médicos de guardia y enfermeros, daban cuenta de personas retorciéndose con ojos ensangrentados y balbuceando cosas ininteligibles. Cuando vimos el tercer video, donde uno de esos pacientes se abalanzaba sobre un residente y le arrancaba un pedazo de hombro con los dientes, tuvimos bastante claro que la situación era de cuidado. Al día siguiente, todo el país vio otro video tomado con un celular en el que un joven furioso tiraba mordiscones a médicos y enfermeros. Era el residente agredido en el video del día anterior. Fue entonces cuando se dictó el estado de sitio. Las fuerzas de seguridad recorrían las calles llevando un registro de los vecinos, sus ubicaciones y estado de salud. Cuando los primeros rabiosos anduvieron sueltos por la calle, la cosa se puso peor. Se instalaron centros de cuarentena improvisados, se dio la orden de tirar a matar cualquier infectado y, por supuesto, comenzó el racionamiento. Nosotros no nos preocupamos mucho, cuatro estudiantes del interior acostumbrados a racionar estábamos bastante entrenados. Luis había recibido una de las tradicionales encomiendas que le mandaba Cristina, su madre adoptiva. Las encomiendas tenían comida como para dos meses, pero llegaban una vez por mes. Vivíamos los cuatro prácticamente dos semanas completas con una sola encomienda. Cristina sabía que todos picábamos de ahí y era excesivamente generosa.


Dante había cobrado sus bonos canasta y los había canjeado casualmente esa semana. Había una promoción en el supermercado que hacía que rindan mucho más. En otras palabras, estábamos bien equipados. Eso nos produjo una especie de exceso de confianza, y más de una noche hicimos opíparas cenas imbuidos de un optimismo obtuso en la capacidad del gobierno de controlar la situación. El Negro juraba que había leído que en Brasil había pasado y lo controlaron en semanas, parece que la rabia la pasaban los murciélagos a través de la saliva o algo así. Nos empezamos a preocupar cuando las raciones repartidas por las fuerzas de seguridad se hicieron más escasas. Luego, avisaron que las raciones no serían diarias sino semanales, y que había que administrar con sabiduría. Nos entregaron folletos con consejos para completar una dieta rica en nutrientes con poca cantidad de alimentos. Para ese momento ya debimos darnos cuenta de cómo se venía la cosa. Demasiado tarde comenzamos a hacer caso al folleto. Empezamos a racionar todo, pero el hambre ya nos comenzaba a acechar. Vimos por la ventana como muchos vecinos abandonaron el edificio en las siguientes semanas. También vimos las fuerzas de seguridad patrullando. Con el correr de los días los movimientos fueron cada vez más escasos. Vimos vecinos salir a la calle, cargando todo lo que podían. Preparábamos nuestras mochilas para salir cuando vimos una horda salir de la nada a interceptar a los vecinos, fue espantoso. Luego aparecieron gendarmes disparando. Algunas balas impactaron en el frente del edificio, así que cerramos las persianas pese a que no había luz eléctrica. Decidimos quedarnos dentro, pero el hambre arreciaba. La primera excursión la hizo Dante, fue dentro del edificio. Como era de esperarse, en el edificio casi no quedaba comida. En la excursión, el caniche de la vecina del Cuarto “D” lo había mordido en un tobillo. Él, irreflexivamente, lo pateó provocando que escape rápidamente y se esconda vaya a saber dónde. Nos dijo que pensó en cazarlo para hacernos un asadito. Pero como el perro no apareció se limitó a traer su alimento balanceado. De eso nos alimentamos un par de días. Ya sentíamos las fuerzas abandonarnos, Dante quiso poner un poco de humor con una receta de caniche toy a las brasas, en el fondo no lo hubiéramos dudado. El chiste se puso más serio cuando el balanceado se terminó. Luis, que sabía de perros, se quejaba porque la vieja tacaña le compraba a su perro solo alimento de forraje en el supermercado, con muy pocos nutrientes. Nos animamos a abrir las persianas esperando ver algo de movimiento, pese a que hacía rato que no escuchábamos nada. Buscábamos con la vista algo que nos indique donde había gente, porque donde hay gente hay comida. Creímos ver movimiento en el bar de Juan, casi a dos cuadras de distancia, se distinguía un resplandor, probablemente de fuego o velas.


Solo vimos algunos vecinos deambular, seguramente movidos por el mismo hambre, ya torpes y débiles, tambaleando y revisando la basura. Se veía en ellos la devastación de la inanición, la debilidad de los músculos y la delgadez. Nos dimos cuenta de que nosotros no estábamos mucho mejor, probablemente la encomienda de Cristina nos ayudó a conservar algo de fuerzas por un poco más de tiempo, pero ya estábamos desesperados de hambre. Si no salíamos ahora a buscar alimento, seguramente la debilidad extrema y la locura acabarían con nosotros pronto. Bajamos las escaleras, solo para encontrar la puerta principal de edificio tapiada, los gendarmes nos habían aislado del exterior seguramente guiados por las persianas cerradas. Nos dejaron atrás, nos olvidaron a nuestra suerte encerrados en un edificio vacío. Nos costó bastante salir, sacando las tablas con nuestras propias manos. Ya en la calle desierta nos separamos sin decirnos nada, cada uno a su suerte a buscar algo que comer. En cualquier caso, si encontráramos algo probablemente no alcance para todos. Creímos volver a ver el resplandor en el bar de Juan, seguramente ese malnacido egoísta tenía comida todavía y no estaba dispuesto a compartir. Solo delirios de hambre, eso no era posible, lo mejor era separarse y cada uno seguir a su suerte. Adiós amigos. Yo caminé casi sin rumbo, tratando de escuchar cualquier sonido durante el día, y afilando la vista para ver alguna luz en la noche. Siempre busqué sin alejarme demasiado del edificio, porque si nos dispersábamos por completo no había posibilidades de volver a vernos. En un momento llegué a arrastrarme, arrastrarme a duras penas para salir del medio de la calle y no ser tan visible. Vi como otros pasaban por la calle, sin fuerzas para hablarles. Algunos me miraron un largo rato, pero estaban tan flacos y famélicos como yo. No sé qué habrán pensado, pero yo solo pensaba en comer, nada más. Cuando ya perdía la conciencia, hambriento y sediento, con los labios cortados y la piel pegada al hueso me senté en el pórtico de una casa a esperar el amanecer. Si iba a morir, al menos quería conservar algo de dignidad y contemplar algo hermoso. Gracias a eso un vecino me vio y me reconoció, se acercó raudamente a ayudar. Lo vi maniobrar para sacar una cantimplora de su cinturón. Las lágrimas brotaban de mis ojos, reí, reí de verdad. Lo abracé fuertemente. Me dio alimento y bebida. No puedo explicar la sensación de saborear comida otra vez, no sé cuánto tiempo pasó entre la última vez que probé bocado y ese mísero festín. Me quedé sentado un rato más luego de que el vecino se alejó dejándome solo. Sentí como la energía volvía a mí. Esa sensación vigorizante fue como nacer de nuevo. Pero el hambre seguía ahí, después de haber pasado días sin probar bocado, y de haber llegado al mismo borde de la locura por la inanición, no sería tan fácil llegar a la


saciedad. Al menos tuve energía para caminar nuevamente, mis sentidos, antes embotados, recobraron su agudeza. Y entonces lo vi con claridad. El resplandor que salía de las ventanas del bar de Juan. El maldito estaba ahí, seguramente disfrutando de las mercaderías estoqueadas. Puertas y ventanas tapiadas… Egoísta, dispuesto a dejarnos a todos a merced del hambre mientras el engordaba. Cuando casi llegué a su puerta vi a Dante salir de entre los arbustos frente al bar, Luis parecía estar ahí desde hacía un rato igual que el vecino que me ayudó. Y también estaba el hambre, el hambre en la cara de todos. Todos atraídos por ese resplandor, movidos por el hambre, íbamos a comer hasta saciarnos, no íbamos a dejar un solo musculo pegado a los huesos de Juan.

Juan Carlos Bertazzi. Nací en Madrid promediando el año 1979, luego mis padres decidieron que debía criarme en Jujuy, lo que hice de forma muy negligente. Así pase la adolescencia leyendo, escuchando música e intentando escribir mucho más de lo que intentaba estudiar, hasta el año 1997 cuando vine a vivir a Córdoba para estudiar abogacía. Trate de ser menos negligente en esa etapa por lo que me recibí de abogado en mucho más tiempo del que es recomendable para la salud mental. Desde hace un par de años intento volver al viejo amor de escribir, casi forzado por el vicio de leer todo cuanto caiga en mis manos. Este año Buen Gusto Ediciones publicó mi primer novela gráfica "Hellhound on my Trail" basada en el músico de delta blues Robert Johnson, con magnifico dibujo de Hernan Gonzalez. A fin de año se publicará "Food Porn" por la misma editorial, spin off de Birdman, y a principio de 2018 está proyectada la primera de tres participaciones en "Panel W", con guion ya escrito pero sin nombre. El nombre es siempre un problema.


E Y E D E R, E L I N I C I O D E L

FIN

Por Antonio Zeta Rivas

E

l profesor Baltazar, usando gafas oscuras, llega con veinte minutos de tardanza. Saluda al estudiantado y, sin manifestar excusa, reparte el hato de separatas que llevaba bajo el brazo. Lee las instrucciones de la ficha en voz alta y pide a los educandos que desarrollen los ejercicios de comprensión lectora en silencio, mientras que él revisa su celular, apoyado en el ambón de la esquina. Estos ríen, musitan, dicen que el profe parece moscón. Él alcanza a oírlos, deja el celular a un lado y pregunta que por qué tanto alboroto. Tiene conjuntivitis, dice, no quiere contagiarlos y no se quitará los lentes de aviador. Aparentemente, los alumnos entienden, pero siguen riéndose de él. La clase transcurre con normalidad, hasta que un ave de plumaje manchado ingresa aterrizando en el salón. Se trata de una paloma. A nadie llama la atención, puesto que dichos plumíferos solían abandonar el techo, que fungía de palomar, para deambular por los espacios del colegio “Luis Felipe Angell”. El docente engafado es el primero en verla y notar que tiene una particularidad que la hace ver grotesca. No obstante, al dar una vista panorámica por el salón, observa que, al fondo, uno de los estudiantes está durmiendo. Este hecho lo distrae. Avísenle al señor Takamura que ya amaneció. Todos ríen. Disculpe, profe, me duelen mucho los ojos. Vaya a lavarse la cara, joven. Ahora nadie ríe. Saben que cuando Takamura se pone serio, no hay espacio para bromas. El adolescente sale airado. El resto, cabeza erguida, logra ver al ave caminar por el aula. Esta paloma sí llama su atención. Tiene los ojos hinchados, averrugados, horribles. Qué tiene en los ojos, dice alguien, señalándola. Pobrecita, dicen otros. La curiosidad los hace moverse en sus asientos. Sí, pobrecita, qué tiene en los ojos, profe. El docente también se halla observando los ojos y el andar lerdo del ave. Sus ojos parecen haber estallado y estar exponiendo la carne pulposa. Alguien baja de su carpeta. Todos los ojos están puestos en la adolescente que ha decidido acercarse al animal pese a su fealdad. El docente la observa. No la toques. Detiene su andar en el preciso momento en que está a punto de acariciar al grotesco espécimen.


La orden del profesor estremece completamente la osamenta de la alumna. Un silencio en forma de ola hace que todos los ojos ahora se posen en él. Su voz había retumbado en la cabeza de cada uno. No la toques, insiste. ¿Por qué no?, pregunta Abril, que ha detenido su mano. Baltazar explica que hay enfermedades que son comunes entre animales, pero que al entrar en contacto con los humanos, trae en ocasiones terribles consecuencias. La seriedad de Baltazar transmite miedo. Es grave, firme. “Trae terribles consecuencias”. Luigi, un estudiante, manifiesta que, en una película, un cuervo tenía los ojos de igual forma, y fue por comer carne humana podrida, descompuesta, muerta. El corazón de Abril comienza a latir con fuerza, tiene las pupilas dilatadas. Todos en el salón miran asustados al adulto que está frente a ellos. El compañero acaba de decir algo inverosímil, pero así de posible. La palabra “muerta” los ha dejado patidifusos. Dijo carne humana podrida y el profesor Baltazar no le ha refutado. No le ha dicho que eso es ficción. Abril mira al ave. No creo, dice ella, eso es una película. Entonces te reto a acariciarla, replica el maestro. Para entonces los corazones inocentes palpitaban a un mismo ritmo, como un tambor tétrico anunciando alguna fatalidad. Por otro lado, el cuerpo de Abril era solo pulsaciones. Hubiera pegado un brinco ante el menor sonido o ante una mano apoyada en su hombro. Abril sigue con el brazo levantado cerca del ave. Cree que lo oído es un disparate, pero algo la detiene, un temor le impide moverse. El reto sigue flotando en el aire y ella no sabe qué hacer. El docente ha dado un par de pasos hacia adelante. Nadie se ha dado cuenta de que la paloma ahora la ve a ella, con ojos arrugados como pasas. Ojos pulposos, había pensado Baltazar. Sus ojos han aumentado de tamaño, como un panal a punto de reventar. No creo, repite Abril, parece más bien que está sufriendo, está enfer… Un ¡ay! se yergue escalofriante en el recinto estudiantil, traspasa las cuatro paredes y llega a estremecer los oídos de todos dentro del colegio. Un ¡ay! ha quebrado la excesiva quietud del salón de clases. Los compañeros se encuentran sumergidos en el terror. La paloma, de manchas oscuras, salta a la mano de Avril y, luego de picotearla fuertemente, se arroja sobre su rostro para lanzar repetidos y descontrolados picotazos en sus ojos. Ocurre tan rápido que nadie atina a actuar. En cuestión de segundos, su blusa blanca ha cambiado a un rojo granate. Ella intenta protegerse cubriéndose con las manos, pero el ave sigue picando por entre los dedos, consiguiendo que la sangre brote como escupitajos. El salón de clases se


convierte en un ambiente babélico, donde los gritos no dejan de oírse, yendo y viniendo de todas partes y mezclándose. En medio del caos flotante nadie ha notado que el alumno Takamura ha regresado del baño. Está de pie, aprehendido del marco de la puerta. El agua escurre por su frente, baja hasta mezclarse con su saliva y cae a cuentagotas por su mandíbula. El profesor Baltazar también está quieto, inmóvil, asido del pupitre. Sus gafas resbalan, se estrellan contra el suelo, pero el sonido se hace nada en medio del caos reinante. Sus ojos quedan desnudos. Se encuentran inflamados, como si una extraña alergia los hubiera hinchado. Takamura continúa asido del marco. Ninguno de los dos se mueve. Ambos tienen la mirada perdida, los ojos cristalizados, sin vida, como vidrio rojo oscuro. Cualquiera que los viera diría que están… ¿muertos? Lo están. Desde hace un rato. Es cuestión de tiempo para que todos en el salón noten el olor infecto, a carne pútrida que expelen maestro y alumno. Pronto empezará la guerra y luego el inevitable éxodo.

Antonio Zeta Rivas (Piura, 1986) Licenciado en Lengua y Literatura por la Universidad Nacional de Piura. Ha publicado Tarbush (2015), libro de relatos, y el poemario coautoral Dos sombras en la esquina café (2015). Forma parte de la antología Punto de encuentro, a cargo de la editorial Vicio Perpetuo. Ha sido finalista del concurso nacional “Historias de solidaridad”, organizado por Diario El Comercio (2017). Es presidente del círculo literario Tertulia Cero.


DONALD

T

Por Benjamín Román Abram

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E

l magnate inmobiliario estaba sentado en su escritorio y de manera alternativa repasaba los planos de Lima y posaba sus ojos sobre las fotos de la misma, proporcionadas por uno de los satélites de su corporación, cuando la voz del capitán anunció solemnemente el próximo aterrizaje del avión privado. Se puso a observar por la ventanilla y se dio cuenta de que habían dejado atrás la capa de nubes que se conocía en Lima como «cielo panza de burro» y que ya podía ver las alas con su nombre, el océano y una porción de la ciudad. No lucía ordenada y si bien había edificios, estos eran más pequeños y menos numerosos que los de otras grandes metrópolis. Al poco tiempo se encendió la luz que indicaba que debía colocarse el cinturón. De todas formas su azafata personal tocó la puerta de la lujosa habitación aérea para recordárselo y, sin abrirle, le contestó desde una cama, con tono juvenil y socarrón a pesar de su edad, que ya estaba bien sujeto al asiento. El descenso fue suave, como lo había sido siempre en el Aeropuerto Internacional Jorge Chávez, aunque era raro el tráfico aéreo y en sus instalaciones no había tiendas libres de impuestos. El personal y movimiento de pasajeros eran escasos. «Donald, esta es una oportunidad de oro, la ciudad está casi desierta y sus inmuebles en excelentes condiciones. Los que no murieron mordidos por los zombis, lo hicieron por el ataque militar o se alejaron para olvidarse de la pesadilla. A mayor detalle, casi nadie ha reclamado herencias o propiedades y el gobierno peruano está licitando toda la infraestructura libre, que es la gran mayoría. Ese desorden en el que vivían lo arreglaremos con explosivos, aplanadoras, con toda nuestra


logística. Levantaremos carreteras, hoteles, tal vez casinos y claro, usando las construcciones en buen estado, muchos condominios». «Donald, lo que me pides es participar en una licitación internacional en la que si ganamos, tendremos que arriesgar miles de millones en capital para comprar un cementerio gigantesco el cual además recibió un nuevo tipo de bomba de neutrones limpia. Retocarla y venderla como una ciudad paraíso a los mejores postores. Es decir, ancianos extranjeros y muy ricos para sus eventuales descansos o en sus retiros permanentes». «Donald, solo permíteme agregar, Lima no es el engaño de Miami, que siempre estaba jaqueada por tormentas, huracanes y cambios bruscos de temperatura. Lima es de clima agradable y templado todo el año. Con facilidad de comunicación por mar, aire, tal vez tierra, y donde los nuevos habitantes no estarán escuchando de la boca del vecino los problemas del calentamiento global, porque quienes vengan aquí solo serán los interesados en sí mismos. Esto nos dejará mucho dinero. Te lo puedo demostrar». «Donald, eso lo sé, nuestros beneficios netos serán de más de mil por ciento. Salvo que nuestra compañía se vea cuestionada, por ejemplo, por una ONG, uno de esos locos colectivos o leyes que vayan contra nuestros intereses». «Mantienes tu gran poder de comprensión y tu olfato. De esas precauciones me encargo yo, por algo soy un genio del mercadeo y de los contactos. Constituiríamos una inmobiliaria-constructora solo para esto y no la vincularemos con la corporación, así no perderá valor por algunos quejosos. Respecto a la nueva empresa, tendrá una buena cobertura de seguro y, para mayor protección, promoveremos que se cree algo así como el «día de la vida» en el mundo. Diremos, y será de corazón, que nuestro ejército no debió trasladar esos nuevos químicos por el cielo de los limeños. Lamentaremos el accidente aéreo que derivó en esa pandemia zombi y tanta gente muerta, y criticaremos con dureza a nuestro propio gobierno. Recalcaremos que fue un gran error el bombardeo posterior, aun teniendo el permiso de las autoridades peruanas provisionales para exterminar a muertos y vivos de la zona, y


que habría que haber estudiado otras alternativas. El broche de oro será ofrecerles algo digno para sus muertos, relanzar Lima y asunto arreglado. Y pienso que estoy siendo sincero, pero esa desgracia no tiene que impedir los negocios. Algo más: China también está interesada en hacer algo semejante allí y no podemos permitirlo, ¿o sí?». «China, China, jamás. Nunca me ha ganado, nunca me ganará. Presenta nuestra mejor oferta. Además, no te olvides de algo, tenemos que construir un muro que rodee la ciudad, no queremos que cualquiera que no sean buenas personas entrara ahí». Donald fue recibido en el aeropuerto por Samuel Mariátegui, su gerente general en Perú. Luego de unos minutos subieron a una camioneta Hummer azul y se alejaron por el carril libre de la avenida Elmer Fauccet, lo precedían y seguían vehículos idénticos, parte de su seguridad que vino en el avión y parte que ya lo esperaba en Lima. En el otro carril estaban acumulados zombis y humanos muertos a la espera de que su empresa se hiciera cargo de ellos. Para ser precisos, el ofrecimiento era identificarlos y, en caso de haber parientes en el resto del país, informarles para que asistieran a la sepultura y realizaran las gestiones legales que correspondiesen. Por un momento pensó que si no hubiese pasado varios años del desastre zombi, los desvestiría para vender la ropa en otros mercados o cortaría sus cabellos para la gigantesca industria de las pelucas postizas. Incluso fantaseó con establecer tiendas especializadas en tonos sutiles, con variedades de pelucas negras y rubias. Por supuesto que antes tendría que crear una compañía solo para teñirlas y sonrió ante su fértil imaginación y facilidad para los negocios. —Así que los chinos, chilenos y franceses quisieron ganarnos, fue brillante ofrecer esa mejoría sobre las bases del concurso y además darse el lujo de pedirle a los peruanos exoneraciones tributarias, pero si localizamos a familiares, ellos pedirán sus herencias ¿Cree que lo podrá hacer en dos años? —preguntó Samuel Mariátegui,


—Samuel, no me defraudes. Sepultarlos en algunas hondonadas, claro que sí, pero de lo demás, no tengo ninguna intención, ¿qué más da?, tenemos la buena pro y ellos ya han muerto. —Señor Donald, nos demandarán por incumplimiento de contrato. —¿No lo adivinas? Diré que los cuerpos estarán ahí solo mientras avanzamos con el proyecto, que mi intención era cumplir, pero cuando esto llegue a su final, simplemente liquido la compañía. —¿Liquidación, señor Trump? —Liquidación, cierre, quiebra, ya veremos, Samuel, pero vendemos a esos viejitos el último centímetro cuadrado y esta empresa desaparece. No te preocupes, como mi gerente te harás rico. No como yo, pero lo suficiente para que puedas jugar golf el resto de tu vida. —Señor Donald, un tema que está circulando es que podría haber zombis sobrevivientes. —Samuel, tú eres quien vive aquí y supongo que sientes miedo. Tienes mi palabra de honor de que no volverán a la vida por segunda vez. Cuando fui presidente de los Estados Unidos me cercioré de que el químico zombi fuera efectivo, pero también neutralizable con solo una bomba. El problema fue ese tonto general que envió un avión por la zona equivocada del mundo cuando tenía que dejar caer la bomba en China. Felizmente, igual ganamos la guerra. Recuerda, la marca Trump es un sinónimo de calidad.

Benjamín Román Abram (Lima, 1970). Es abogado civil y corredor de seguros Sus cuentos y columnas han sido publicadas en diarios y revistas nacionales e internacionales. Es autor de los libros de relatos, En Envase Pequeño y Bioficciones. https://www.linkedin.com/in/benjaminromanabram lbenjaminromanabram@gmail.com


EL

CARNICERO

Por Hugo Casarrubias

B

uscaban un refugio desesperadamente. El holocausto zombi se encontraba en su apogeo y el caos reinaba en la ciudad. Ya solo quedaban tres de ellos, un número que se asociaba a sus escasas oportunidades de sobrevivir. Fabián, el líder, el que los había adentrado en aquel infinito mar de muerte, quería llegar al complejo de departamentos que se encontraba del otro lado de la ciudad. Su familia vivía ahí y deseaba estar a toda costa con ellos, sin importar a quien o quienes arrastraría con él. Los tres se encontraban agotados, cansados de huir de una horda mortal que estaba a punto de darles alcance. Habían intentado entrar en algunas casas donde aún se podían ver rastros de vida pero todo era inútil. El hombre, a tan pocas horas de haberse fraguado el holocausto, se había convertido en el enemigo de su propia especie. Después de seis horas de caminata se toparon con un retén. Del otro lado se encontraba una horda hambrienta que buscaba brincar el obstáculo. −¿Y ahora qué hacemos? −preguntó Fernanda, la mujer del trío. −Cierra la maldita boca, no puedo pensar con claridad −respondió Fabián. −Aquellas cosas hacen un puto escándalo cuando tienen hambre y tú te quejas de Fernanda. No digas pendejadas −dijo Jaime, el más cuerdo del grupo. La horda que los perseguía estaba más cerca. El sonido que hacían al arrastrar los pies era como una música infernal para los tres. Mientras que el gemido, aquel balbuceo por hambre de carne humana atacaba sus más cuerdos sentidos. Repentinamente, una voz humana los llamó desde uno de los establecimientos. Los tres voltearon al unísono y vieron una figura grande que se asomaba. Era un hombre corpulento que portaba un enorme machete. Un delantal blanco con manchas de sangre cubría la mayor parte de su cuerpo. Portaba un par de botas de plástico de los cuales colgaban apéndices largos y flácidos. −¡Apresúrense! −gritó con una voz ronca y de amplio espectro.


Los tres jóvenes entraron rápidamente al establecimiento pero uno de ellos resbaló de repente por la mano putrefacta de un muerto viviente que se aferró a su tobillo. Fernanda gritó mientras que el hombre obeso se acercó al muerto y le arrancó la mano de un machetazo. Jaime se levantó de inmediato y echó a correr al interior. El hombre tomó la mano y se la guardó en su delantal mientras entraba con los jóvenes. −Gracias, buen hombre −dijo Fernanda. −Por nada, hermosura −dijo el hombre mientras volvía a encadenar la puerta. Fabián miró a su alrededor. Vio varios estantes con vidrios abombados y fríos, en su interior una luz blanca aluzaba trozos grandes de carne verdosa donde moscas y gusanos se daban un gran festín. En las paredes se encontraban estanterías de madera con toda clase de cuchillos largos. Cabezas de cerdo colgaban de unos grandes ganchos, así como la cabeza de una res colgaba de la pared del fondo. −Ahora entiendo el machete y el delantal −dijo Fabián. −¿Disculpa? −preguntó el sujeto obeso. −Usted es carnicero, perdón…era −¿Ustedes de dónde vienen? Jaime lo miró a los ojos para contestar pero algo en su mirada lo hizo detonar una alarma en su cerebro. Había algo mórbido en aquellos ojos fríos y brillantes. −En realidad no venimos de ningún lado, perdimos nuestro hogar como todos −Entiendo −Disculpe, ¿tendrá un baño o algún lavabo? −preguntó Fernanda. −Al fondo −señaló con el pulgar −Huele muy mal aquí −dijo Fabián sin escrúpulos. −¿Qué esperabas? ¿Qué oliera a rosas, imbécil? −preguntó el obeso con una extraña furia. −Disculpe a mi compañero, señor… El hombre dejó a un lado el enorme machete y con una firmeza violenta tomó a los jóvenes del cabello y los arrastro hacia una entrada donde colgaba una cortina de plástico. Jaime fue azotado contra la enorme puerta de un congelador perdiendo totalmente el conocimiento. El carnicero abrió la puerta y con un brutal golpe en el mentón noqueó a Fabián. El hombre metió a ambos


en el congelador. Jaime comenzó a recobrar el conocimiento y con la vista borrosa vio la silueta del carnicero parada en la puerta. −Falta tu amiga. A ella le tengo algo especial −dijo el hombre mientras cerraba con candado. Fabián recuperó el conocimiento media hora después y lo primero que vio fue la cabeza de un muerto viviente con escarcha en el cabello podrido. −¿Qué carajo? −Te acostumbras a verlos −dijo Jaime recargado en la puerta. Fabián miro a su alrededor y no solo vio carne de res sino de también de muerto viviente en los estantes y en los ganchos que colgaban del techo. Había sangre por todas partes, así como una materia oscura y maloliente. −Tengo ganas de vomitar −dijo Fabián apenas recuperándose de la impresión. −No necesitamos más porquería. Lo que necesitamos es salir de aquí −¿Qué hay de la chica? −preguntó Fabián. −¿Qué hay con ella? Apenas si la conocemos. −Eres un pinche miserable. −Vamos wey ¿Qué esperabas? Solo la salvaste para cogértela. −Y tú me seguiste la corriente. Un grito desgarrador cortó la plática. Fernanda estaba siendo despachada por el carnicero. La expresión de Jaime se desconcertó mientras que la de Fabián se transformó en una risa despreocupada. −Tenemos que hacer algo −dijo Jaime. −Sí, ve a salvar a tu novia. −¿Qué tienes planeado hacer? Fabián se levantó mareado por el asco que aún le producía las cabezas de zombis en conservación. −Salir de esta pocilga −hizo una pausa y señaló a su compañero–. Con o sin ti. Estaban por empujar la puerta cuando un fuerte golpe se escuchó, seguido de una garganta gorgoteante. −Creo que la puerta está abierta −dijo Jaime. Ambos la empujaron despacio y lo que sus ojos y mentes lograron captar en el escenario fue una maraña de sangre y tripas colgando por doquier. Un cuerpo desmembrado y atado con cadenas en las muñecas y tobillos colgaba a dos metros del suelo. El cabello largo de Fernanda delató el cadáver. −¡Maldita sea! Ese hijo de puta está enfermo


−¿A qué hijo de puta te refieres? El carnicero apareció en la cortina de plástico con dos machetes largos, filosos y ensangrentados. −Estás enfermo, imbécil… −Guárdate tus comentarios para ellos. Había dos puertas a la izquierda del almacén. Al abrirse dejaron entrar a la horda mientras que el carnicero cerraba las puertas que custodiaban la cortina de plástico. Los gritos desgarradores de los hombres no se hicieron esperar. La horda tenía hambre y el banquete estaba servido. El carnicero afiló todos sus cuchillos. Entraría por los cuerpos de los jóvenes en cuanto la horda se sirviera de ellos. El silencio reinó y el hombre entró, hambriento. Los muertos vivientes devoraron el interior dejando solo las extremidades y las cabezas. La escena sangrienta le trajo un hambre brutal al carnicero quien no esperó más y comenzó a rebanar con suma paciencia la carne inerte.

Hugo Casarrubias es un joven escritor Mexicano de novelas y cuentos de terror. Muchos de sus relatos han sido publicados en blogs y revistas especializadas. Desde pequeño incursionó en el mundo del terror a través de las películas. A los ocho años tuvo su primer acercamiento con el mundo de la lectura de la mano de autores como Stephen King y R.L. Stine; estos autores le ayudaron a sumergirse más en el mundo del terror y lo inspiraron para crear sus propias historias. Posee dos novelas editadas "En Tinieblas" y "El retrato de la condesa”


NECROBOROS Por Rigardo Márquez Ruiz

L

a unidad especializada en crisis humanitaria de la O.N.U había llegado al poblado de Carpatia en Europa debido a una alerta sanitaria de nivel cuatro. —¿No hay pronósticos de lluvia verdad? —preguntó el oficial Nomura. —Logística aseguró que se trataba de un clima cálido. Sin embargo, esto no me da buena espina —dijo El sub capitán Jean Paul. —No me agrada —dijo uno de los soldados acariciando el crucifijo que le había dado su madre. —¡Cállate, Oliveira! —le gritó otro. —Hay alguien allí —gritó un soldado. Todos se quedaron perplejos al ver que se trataba de una pequeña niña que caminaba de forma errática, parecía estar en shock y cubierta de sangre. —Es sólo una niña iré por ella capitán —dijo Oliveira para luego dirigirse a la pequeña—. No te preocupes, todo estará bien. —¡Espera, no lo hagas! —gritó el capitán Zaragoza, sin embargo fue demasiado tarde, aquella inocente infante sufrió una transformación monopática, en sus ojos había negrura y de sus labios supuraba una sustancia pútrida, acto seguido se abalanzó contra Oliveira cercenándole el cuello de una mordida y sin perder tiempo se lanzó contra los demás integrantes del pelotón. A uno de los soldados le atravesó el pecho arrancándole el corazón y a otro le rompió el cuello. —¿Qué mierda es eso? —gritó Jean Paul. Logan se quedó perplejo ante la figura infernal de la niña y accionó su arma en contra de esta. La pequeña no cayó, al contrario, profirió un alarido atávico y comenzó a atacar al pobre joven. Ante la incredulidad del pelotón, una detonación les regresó a la realidad, el capitán Zaragoza había percutido su arma y de un sólo disparo le atravesó la cabeza.


—¿Estás loco? Acabas de asesinar a una niña —exclamó uno de los soldados. —Esa cosa no era humana, nuevas órdenes chicos, si aparece otra niña, mujer u hombre con las mismas características no vacilen y elimínenlos o regresaremos en bolsas para cadáveres. —¿Qué carajos fue eso capitán? Logan le vació el cargador y esa cosa sólo avanzó, ¿qué demonios está pasando aquí? —gritó Armando. —Creo que es muy obvio, hay una infección de nivel omega, debemos contener al patógeno, pongan en cuarentena a todos aquellos que hayan tenido contacto con esa niña, quemen el cuerpo de esa cosa para que no contamine más —dictaminó el capitán. No hubo tiempo de debatir o reflexionar ya que, de entre los matorrales, descendieron beligerantes formas ávidas de horror. Se trataba de los habitantes del pueblo quiénes al igual que la niña parecían exudar un líquido negroide y mostraron una violencia extrema. Los soldados, aún confusos por la situación, no tuvieron otra opción que usar sus armas, pero el resultado fue el mismo que con la niña. Los atacantes no caían sin importar los disparos que recibiesen. —¡Disparen a la cabeza! —ordenó el capitán. La escaramuza duró algunos minutos, aquello redujo el número de soldados a un puñado, sin embargo los tres tanques habían equilibrado la batalla y bajo esa protección los oficiales restantes entraron a la calle principal de la enorme necrópolis. De repente un fenómeno extraño comenzó a ejercer potestad sobre ellos, la bruma anterior se había dejado caer sobre la ciudad tornándose en una nebulosa oscura, y poderosos relámpagos comenzaron a azotar los cielos. Lo que sucedió a continuación fue una vorágine de dudas y confusión ya que el suelo se estremeció de forma violenta y una gigantesca sombra engulló a la formación militar. El capitán Zaragoza yacía en el suelo aturdido por lo sucedido, con trabajo se repuso y pudo ver a algunos soldados de su unidad ocultos debajo de unas ruinas. —¡Capitán, sigue con vida, usted debe tener un pacto con el diablo! —musitó Lautrec.


—¿Qué demonios sucedió? —cuestionó el capitán. —Puede que no me lo crea. Casi todos están muertos, fue algo innombrable, inasible, no sé cómo explicarlo, era una enorme mano, cubrió todo y de un golpe mando todo al carajo —contó Lautrec. El capitán organizó a los supervivientes y pudo contactarse con el único tanque en pie de lucha, estos le hicieron saber que habían encontrado a una persona interesante, por lo que el resto de la tropa se movilizó hacia ese lugar. —Ella es la doctora Ana y pertenece al gabinete científico alemán, según ella dice que se trata de un proyecto ultra secreto entre Alemania y Rusia —contó el oficial Nomura. —¿Qué es lo está sucediendo aquí, doctora Ana? —cuestionó el capitán Zaragoza. —En resumen estamos situados en un nodo multi-versal, o al menos eso hemos teorizado. Hace tiempo supimos sobre una leyenda, la cual decía que en esta región habitaban gigantes, y que cada cierto tiempo ellos volvían a reaparecer, todo ello precedido por anomalías climáticas. Al principio todo parecía ser una pérdida de recursos, hasta que detrás de las montañas se hallaron los primeros esqueletos de seres abisales, nombrados así por sus colosales dimensiones. Llegamos a la conclusión que quizás dichas criaturas habitaron estos parajes en alguna época primigenia y por alguna razón se proyectan cada cierto tiempo, no sabemos si es una puerta al pasado o a otra dimensión donde aún habitan dichos seres —relató la mujer mientras prendía un cigarrillo. —Bueno, eso es algo demasiado técnico, avance hasta la parte en dónde lo jodieron todo —ordenó Zaragoza. —Nuestros científicos lograron crear un artefacto que simulaba las condiciones adecuadas para hacer aparecer a los gigantes, pero en su lugar una criatura abisal logró atravesar la barrera, por suerte no usamos la energía máxima, así que sólo sus manos han interactuado en nuestra realidad. La crisis se desató cuando esa cosa comenzó a secretar una sustancia oscura que transformó a las personas en seres agresivos que devoraban la carne humana e infectaban a los demás. Quizás a simple vista puede llamárseles zombis, pero son algo más que eso,


trabajan como una unidad propagadora del virus y este, a su vez, es una forma de manipulación del ser abisal al cual le dimos el nombre de “Necroboros”. Cuando nos dimos cuenta del peligro latente ya era tarde y los zombis dirigidos por la mente abisal tomaron las instalaciones y desde entonces trabajan en la elaboración de un artefacto con mayor poder para hacer que Necroboros pueda acceder con su cuerpo total a nuestra realidad. —¿Entonces, si logramos hacer estallar el laboratorio con el aparato dentro, acabaremos con esta pesadilla? —preguntó el capitán. —¿Bromea, no es cierto? ¿De verdad va a creer esa basura? −exclamó Lautrec. —No tengo otra alternativa. Bien, tenemos un tanque, quiero que tú lo dirijas, Lautrec. Yo seré la carnada, si esa cosa razona querrá ir tras de mí, lo atraeré hasta donde está el tanque y tendrás dos disparos mínimo para causarle daño, luego deberán abandonar el tanque o eso acabará con ustedes, y mientras nosotros mantenemos ocupado al bastardo, los restantes soldados se abrirán paso junto a la doctora para destruir ese maldito lugar. Usen los lanzamisiles, el c4, lo que puedan y destrúyanlo todo. Si esa cosa logra entrar en nuestro mundo, seremos extinguidos —dijo el capitán Zaragoza. Así se llevó a cabo el plan, y tal como lo dijo el capitán, la gigantesca mano pútrida del Necroboros se hizo presente ante él. Fue un horror repugnante, el hedor de aquella aparición haría que cualquiera vomitase por lo nauseabundo y putrescente que resultaba. El capitán Zaragoza comenzó disparando su Gau-8 Avenger que dio de lleno contra el enemigo haciéndole retroceder por un momento. Entonces aquella mano colosal se contrajo en un inmenso puño que se estrelló contra la tierra destruyendo todo a su paso. El capitán apenas pudo salvarse lanzándose hacia el vacío y terminó tendido sobre un carro abandonado. —Vamos maldito, ven por mí —gritó el capitán y ante él se hizo presente la titánica mano. La piel del medio de su palma se abrió para dar paso a una pupila ciclópea que le miró detenidamente mientras sus dedos pulposos se agitaban por doquier.


—El placer es todo tuyo, maldito —exclamó el capitán haciéndole la señal a Lautrec, que con precisión milimétrica atravesó aquella abertura ciclópea y sin detenerse ejecutó varios disparos más desde el tanque. Lautrec y los demás estaban por abandonar el tanque, fue cuando hizo su aparición la otra mano gigantesca, y no sólo eso, desde el cielo emergió algo innombrable. Era el torso de aquella criatura abisal que cubría todo por completo. Luego apareció su rostro, si es que puede llamársele así, ya que era una masa carnosa, desprovista de ojos o nariz, únicamente podía vérsele una descomunal boca necrótica llena de dientes. Cuando esa abominación iba a aplastar al capitán Zaragoza se escuchó una poderosa detonación proveniente del lado sur. —Lo hicieron —musitó el capitán. En ese instante la criatura comenzó a lanzar chillidos de dolor y el círculo exterior se contrajo en torno a su cuerpo, parecía que una fuerza estuviese atrayéndolo hacia la abertura de donde había salido. Esa cosa intentó asirse de las ruinas y de la tierra sin resultado alguno. Pronto fue engullida por la matriz dimensional, sin embargo no paró allí, sus vástagos infectados igualmente fueron atraídos hacía el orificio, desapareciendo uno por uno. Una vez que todo acabó, la luz del sol resplandeció sobre la ciudad. Un malherido Lautrec se acercó al capitán Zaragoza y le preguntó. —¿Cómo vamos a explicar esto?

Rigardo Márquez Luis (México, 1985). El Ausente (2017) Revista Nictofilia No 2. El hada de lo mórbido (2017) Antología de literatura grotesca. Fóbetor (2017) Revista digital Letras y demonios. La sesión (2017) Revista digital Letras y demonios. Papá Hoodo (2017) Tercer lugar en el concurso de circulo lovecraftiano de horror. Editor de la antología mensual de terror “Tenebrarum”.


D R. V I T O

TACCHINO

Por Albert Gamundi Sr.

I-

Muerte

Vito Tacchino se encontraba acorralado en un callejón sin salida. Miró hacia el cielo, que dejaba caer una lluvia gruesa y lenta, la luna se hallaba escondida. – Una bella noche para morir-. Pensó mientras soltaba un sonoro suspiro. – O tal vez no…-. Murmuró escondiendo la mano en el bolsillo derecho. Lentamente se acercaban los pasos elegantes de los sicarios que lo habían acorralado. Pudo oír, a unos escasos metros, como el metálico sonido de las pistolas alzadas a la intemperie lo encañonaban. Vito sacó disimuladamente una jeringuilla del bolsillo, dibujó una sonrisa en su rostro y se pinchó la aguja en la vena. El científico ahogó el dolor en la garganta mientras el líquido penetraba en su cuerpo. –¿Tus últimas palabras? −preguntó el cabecilla del grupo mientras preparaba su arma para disparar–. Esto no ha terminado aún, al contrario, solo acaba de empezar −exhaló cuando sentía una repentina fiebre en su cuerpo mientras presionaba con fuerza el agujero donde se había inyectado la jeringuilla. Uno de ellos soltó una sonora carcajada, la cual precedió a unos cuantos disparos de plomo, que acabaron en su pecho. Los ojos del científico se apagaron lentamente perdiendo aquella luz que delataba una gran confianza. Tacchino tenía una sonrisa en los labios, aun cuando de su pecho brotaba la sangre en forma de charco bajo él. Su campo visual se empañó, sus ojos clavados en el fondo del callejón no podían dejar de enfocar a los zapatos negros que se despedían. El dolor se dilató durante unos segundos antes de caer muerto sobre el piso. Luego todo quedó en silencio bajo una triste lluvia. Unas horas después llegó una tormenta, hecho que atrajo a una gran cantidad de mendigos y gente sin techo buscando refugio dentro de los contenedores. Vito no era para ellos una molestia, ni siquiera repararon en su presencia. Largas barbas grises y desaliñadas, rostros


llenos de arrugas, dientes que faltaban en las bocas y ropas reducidas a harpados, ese era el retrato rápido de aquella lúgubre realidad. Una mujer se acercó a él ansiosa por quitarle las vestiduras y poder abrigarse con esa ropa de calidad. Poco a poco y con dificultades retiró las prendas que cubrían al científico, primero la americana, después la camisa y entonces reparó en los disparos en el pecho. Su piel era pálida como la leche, sus venas color púrpura se marcaban en el circuito del cuerpo, no respiraba, ni su cuerpo latía, aun así, era capaz de moverse y enderezarse. Tacchino alzó la cabeza, sus córneas sin vida se clavaron en la mujer que sonreía desdentada. Las fauces del difunto se abrieron, sus brazos muertos rodearon el cuello de la mujer y entonces clavó sus dientes en ella, brotando de ellos, en vez de saliva, una bilis negra. Los gritos de la víctima tuvieron respuesta por parte de los presentes, quien se abalanzaron a socorrerla. El cadáver reaccionó, se apartó de la mordida mendiga y repitió la misma acción con los demás.

II-

Resurrección

El renacido Vito Tacchino observaba como agonizaban en el suelo los mendigos a su alrededor. Todos ellos se retorcían de dolor llevándose una mano a la zona emponzoñada. El científico se levantó en estado de no muerto, avanzó despacio hacia el final del callejón y entró en la calle principal. Descamisado, y con un hueco en el torso, anduvo despacio y tambaleándose. Avanzó por el centro de la acera vacía, por el sector sur donde lo peor de la sociedad se hallaba. No tardó en salir a su encuentro una banda juvenil que estaba ensuciando una pared con aerosol. Uno de ellos, al parecer el cabecilla del grupo, salió al encuentro de Vito con un gesto amenazador. Los ojos muertos del zombi se clavaron unos instantes en el escandaloso muchacho, quien le propinó un puñetazo en toda la cara. Él no sintió absolutamente nada, entonces extendió un brazo bruscamente y le agarró el cuello, hundiendo en él sus largas uñas. La sangre empezó a brotar entre los dedos dominantes, quien hundió en la


carne varios dedos durante unos angustiosos segundos. Los otros chavales corrieron al socorro, justo en ese momento, del callejón salieron los cuerpos de los mendigos con vida renovada. Con los mismos rasgos corporales del científico, un cuerpo pálido y con las venas marcadas, éstos se movían con celeridad y autonomía física, era como si éste último los estuviera guiando de alguna forma. Redujeron rápidamente al grupo de chavales, quienes sufrieron la misma suerte que las almas huéspedes en aquellos cuerpos que se movían como marionetas en las manos de un titiritero. Los gritos de terror y lucha por la supervivencia se superponían entre ellos, mientras un charco de sangre se formaba a los pies de la bola humana. Él se separó de su oponente cuando éste ya no respiraba, por el contrario, su cuerpo sufría constantes convulsiones. La corrupción que se había pinchado en vena había sido transmitida satisfactoriamente. Pues su objetivo no era otro que el de crear un cuerpo de subordinados casi inmortal, cuyas acciones respondieran a las decisiones del virus matriz. El mafioso había experimentado con humanos, pero su tiempo terminó hacía unos días. El objetivo del proyecto secreto era crear un marionetista de muertos, a partir de la manipulación del ADN y la sangre. Reunidos los mendigos y los gamberros, Vito alzó la cabeza mirando al cielo, abrió su boca despacio y soltó un ruido gutural. Los muertos vivientes desperezaron sus articulaciones y se dispersaron corriendo en diferentes direcciones. Aquél era el primer acto de su venganza. Treinta minutos más tarde la ciudad sufría incidentes, tres horas más tarde los disturbios eran generalizados, doce horas más tarde una horda de muertos vivientes atacaba locales aglomerados de gente, veinticuatro horas más tarde, sobre la azotea del ayuntamiento se reunían los pocos supervivientes que no habían podido salir de la ciudad, entre ellos Basilio Edelman, el responsable de todo.


III-

Venganza

Vito permanecía encerrado en su burbuja de mujeres, drogas y dinero en una sala secreta de uno de los prostíbulos que regentaba. Desconocedor de la situación y despreocupado, saboreaba el cuerpo de una mujer. Su reloj de pulsera marcaba las ocho de la noche, el sol se había puesto ya fuera del edificio y las luces del recinto hacía rato que bailaban. –Debe haber un fallo con el sistema eléctrico, que alguien salga a arreglar la avería −ordenó mientras sacaba su arma recubierta con una pátina de oro. Sus dos fieles guardaespaldas personales salieron de la lujosa cámara donde se encontraban. Las luces continuaron huyendo durante varios minutos, las mujeres parecían asustadas, pero él se hacía el hombre. Justo cuando el capo se levantó para ir a comprobar personalmente qué pasaba, la puerta saltó de sus bisagras. Un brutal golpe dirigido por varios zombis al mismo impulso la derribó. En un orden caótico, y con una lenta velocidad, la sala se llenó de muertos andantes de heterogéneo. Edelman se sobresaltó, quedó paralizado por el terror, únicamente su dedo índice respondió apretando el gatillo, vació el cargador y logró acertar a uno de ellos en la cabeza. Las prostitutas buscaron refugio detrás del lujoso sofá mientras el hedor y el lento paso de la muerte venía hacia ellos. Vito Tacchino se abrió paso entre ellos con una pistola en las manos, cruzó la estancia con varias zancadas, pasó por encima del mueble, agarró al mafioso por el cuello, lo alzó con su vigoroso brazo derecho y se dirigió a él. –El experimento ha sido un éxito, he logrado en la muerte conquistar la meta que en vida no me permitiste alcanzar −habló con voz cascada el líder de la horda de ultratumba. A continuación, lo alzó para que todos lo vieran, y con descaro, lo lanzó a sus subordinados. –Devoradle −ordenó mientras observaba a las dos prostitutas de reojo–. Y con ellas haced lo que os plazca −sonó pedante una voz cada vez más humana.


Los sonidos guturales e ininteligibles de la horda. Acompañaron a los cuerpos que se abalanzaron sobre las víctimas. Tachinno abandonó la sala consciente del éxito de su experimento. Una hora más tarde, bajo los suelos del prostíbulo, el zombi primigenio tenía el frasco con la fórmula de la transformación en las manos. Se dirigió a una de las cañerías que conectaban con el acueducto subterráneo que abastecía a toda la región, abrió la tapa cuidadosamente y vertió el frasco sin el tapón. La voracidad de la corriente le arrancó el brazo de cuajo, pero él no sintió dolor. Cerró el tubo y se desplomó sobre la silla. –Algo va mal… −empezó a sentir náuseas, expulsó sangre por la boca, después se desplomó y su cuerpo recuperó el color pálido –. No puede ser, ¿en que he fallado? −se preguntó con extrañeza, sin embargo, nunca logró su respuesta. La transformación en su cuerpo había caducado. Sintió como su renovada vida huía de él, mientras tuvo tiempo de oír como la horda venía escaleras abajo a devorarlo.

Albert Gamundi Sr. (1991), nacido en Girona (España), es escritor desde el año 2007. A lo largo de su trayectoria como autor ha cultivado el género épico, el negro y actualmente se está especializando en el de horror. Actualmente combina su servicio de Ghostwritting con las convocatorias literarias que surgen y las antologías a las que es invitado, como Tenebrarum II o A Gothic Christmas. Los autores más influyentes en su pluma son Tolkien, E.t.a. Hoffman y George Orwell. La mayoría de sus trabajos pueden ser descargados gratuitamente en su perfil de Smashwords o en Facebook en el nombre de autor Albert Gamundi Sr.


Anoche en mi velorio, limitado por el encierro del ataúd, me fue posible escuchar el llanto de familiares y las frases de cliché de mis amistades. Sin embargo, la quietud de mi rostro no pudo darles a entender que me encontraba desconcertado y desilusionado. Hoy, a bordo de la carroza que me transporta al cementerio percibo aún, en el hermetismo de mi recinto, las bocinas de los automóviles que circulan por nuestro costado. El esfuerzo que realizan mis músculos rígidos no consigue la atención del conductor. Acaban de colocarme en la tumba y siento sobre el ataúd la primera palada de tierra que cae. Termino de convencerme que cualquier intento que haga será estéril para preocupar a los que contemplan entristecidos mi adiós mortal y, finalmente, decido que la situación continúe su curso natural. Al fin y al cabo, así debe ser el mundo de los muertos y ya nada me importa de lo que suceda allá arriba.

Oswaldo Castro


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