Revista Área Educativa Número 3

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la atención, aunque se haga más famoso. Lo callado, lo silencioso, lo sinceramente sencillo ayuda más al que se encuentra sólo. Lo eficaz en solidaridad no admite únicamente términos cuantitativos, dado que sobre todo, lo que llena al necesitado tiene que ver con la calidad. La solidaridad, necesitada de soledad Empatía No hay solidaridad sin experiencia de soledad. ¿Por qué existe la solidaridad? ¿Sería necesaria la solidaridad si nadie hubiese experimentado la soledad? La capacidad de ponernos en la piel del otro –empatía– nos mueve a actuar solidariamente. Al percibir semejanzas entre el sufrimiento propio experimentado en alguna ocasión y el sufrimiento que intuimos en el otro se activa automáticamente una especie de “glándula solidaria” que nos llama a intervenir, a no dejar abandonado al ser que lo pasa mal, sumido en un suplicio que, sin compañía le lleva al sin sentido de la soledad.

Bien es cierto que no es necesario experimentar justo el sentimiento de la persona sufriente, pero tampoco lo es menos que el sufrimiento que empieza en la experiencia de la soledad tiene bastantes puntos en común por muy distintos que sean los sujetos que la padecen. Sensibilidad. Lo que sí puede ser distinto en cada ser humano es la capacidad de percepción del sufrimiento ajeno, que guarda relación directa con la sensibilidad personal, con el sutil sexto sentido en el que mandan las leyes del corazón. No siempre está atenta nuestra persona para acudir al que necesita algo de nosotros en el momento y lugar adecuados en el que lo necesita, pero es deber de cada cual ejercitarse en el

arte de la solidaridad, que, como se dijo antes, no necesita de bombo y platillo pero sí de una epidermis sensible. No toda soledad causa perjuicio. También es necesaria para la solidaridad Hasta ahora he ido comentando cómo la soledad es bien sujeto o bien objeto de la solidaridad en base a su connotación negativa: dolor, vacío, sin sentido o sufrimiento han sido términos que he asociado a soledad. Sin embargo, creo oportuno no dejar de advertir una manera de estar presente la soledad en el ser humano que tiene efectos muy beneficiosos y hasta imprescindibles. Sentirse sólo, verse uno consigo mismo no es algo de lo que haya que huir. Es necesario tener un “retiro solitario” cada cierto tiempo para recomponer las estructuras de la personalidad, los cimientos de nuestro comportamiento, las razones de nuestros sentimientos, el sentido de nuestra vida. Es cierto que una parte importante de estos procesos tiene que ver con el compartir y el sentir comunitario, que el acompañamiento es siempre necesario, pero tendrán todas estas cosas poca consistencia si no se acompañan de dosis adecuadas de soledad, que los doten de autonomía, veracidad e intimidad y hagan interiorizar las respuestas a las preguntas que desde siempre más han inquietado al ser humano. Si ni siquiera nos hacemos preguntas o sólo buscamos pasarlo bien con otros, tenemos que revisar la cantidad –que ya es un indicador–, y sobre todo, la calidad de los momentos que pasamos a solas.


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