

Hacía un día de sol, nos preparamos, nos hicimos nuestros sandwiche, metimos todo en nuestras mochilas y tomamos el tren para la playa. La sensación de la arena entre los dedos de los pies, el olor a agua salada, el cantar de las gaviotas...
Mi familia y yo estábamos disfrutando de un bonito día. Pusimos nuestras toallas para sentarnos, comimos, se empezó a enrojecer el cielo por el atardecer; todos estábamos muy contentos. El tiempo se detiene. Seguimos.
Mis amigos y yo nos íbamos de acampado; cuando llegamos al monte se podía sentir la calma y la brisa rozar contra nosotros. Empezamos a rozar la leña para el fuego, a montar nuestras tiendas, a reír un rato…Para cuando la noche se acercaba, ya lo teníamos todo montado. Estábamos poniendo al fuego la primera ronda de nubes de la noche, contando historias, dejando las preocupaciones y el estrés de lado para pasarlo bien entre nosotros y, el tiempo se detuvo. Seguimos. Decidí salir temprano de casa muy temprano; por la noche y a oscuras hay varias cosas que cambian respecto al día, el cómo respiran las plantas, los olores, la calma… hay poco que te pueda molestar cuando estás a lo tuyo y de paseo y menos a esas horas; sabía que pronto el momento acabaría para que Mr Noche deje paso a Mr Cielo Azul, pero entre ellos hay un pequeño, pero bonito desconocido, el Amanecer, cuando él se entrometía entre los dos con su color naranja; para mí, el tiempo se dormía. Estaba atrapado en el tiempo, como todas esas historias y momentos, que además en el marco de una foto estaban también, y aunque esos momentos estén atrapados, yo puedo revisitarlos.
De Nathan Cheralu (3º de la ESO)
Un lobo deambulaba cabizbajo. Al ver que había un charco en su camino, levantó la cabeza lo más que pudo, aprovechando el paso y evitando ver su reflejo.
Llegó la noche y con ella el sueño. Tras encontrar un lugar cómodo se tumbó, cerró los ojos y se dispuso a dormir. Al abrir los ojos sintió su cuerpo limpio, sin cicatrices, y movió la cola con alegría viendo que volvía a ser un cachorro. Notó la presencia de un humano que lo llamaba, se acercó poco a poco y, con un chillido horrorizado volvió a despertar; jadeaba y miró sus cicatrices con miedo, enfado y culpa. “Igual fue mi culpa”, se dijo a sí mismo, para luego negar con la cabeza; vio un charco y se acercó, miró con miedo su reflejo sintiendo alivio después. Aquellas cicatrices no eran su culpa; lloró y bebió del charco aceptando así que el tiempo había pasado y que vivir en el pasado sólo lo rompía.
De Abril Troncoso (4º de la ESO)